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Chile ha sido un país muy activo en el desarrollo de su política comercial, ubicándose en primera línea
en el proceso de apertura y liberalización en la región al aplicar indistintamente mecanismos de
liberalización unilateral, junto con negociaciones bilaterales tanto con países de la región, como con
países de fuera de ella como Canadá, Estados Unidos, Corea, Japón, China, India y los de Europa
Occidental. Al mismo tiempo, sus negociadores se han mantenido permanentemente activos en cada
mesa de negociación multilateral dentro de la OMC. Lo más notable es que para Chile, la liberalización
produciría impactos positivos al diversificar la estructura del patrón de especialización en los
intercambios bilaterales.
Estudios de evaluación de TLC suscritos por Chile
Harrison y otros en el 97, testearon la hipótesis de que era óptimo para Chile acompañar reducciones
unilaterales de aranceles con negociaciones de TLC. Conclusión: Mientras más tratados suscribiera Chile
y menos productos se excluyeran en las negociaciones, las ganancias de bienestar serían las mejores.
Miller y otros (2006) evalúan distintos escenarios comerciales para Chile: reducción arancelaria
unilateral, acuerdos de libre comercio de Chile con los EEUU y la Unión Europea y el efecto combinado
de estos acuerdos con una subida del IVA o de la IED. Conclusiones: El acuerdo con la UE sería algo más
beneficioso que el firmado con los EEUU, y ambos beneficiarían más a los más pobres aunque la
distribución del ingreso apenas mejoraría, aumento en la presión sobre los recursos y las emisiones de
contaminantes al aire. Los beneficios del acuerdo sólo se mantendrán en el largo plazo si el ahorro,
interno o externo, aumenta. En ese sentido, la política de subir el IVA para compensar la caída en los
ingresos fiscales debido a la rebaja arancelaria, manteniendo el ahorro público mejora tanto los
resultados macro-económicos de corto y largo plazo.