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1.3.1.

Evolución histórica: trabajo frente a empleo

En un sentido amplio, los seres humanos han trabajado siempre. Si se tiene en cuenta que
necesitan como mínimo proveerse de alimentos para su subsistencia, de un techo bajo el que
cobijarse o de una vestimenta que les proteja de las inclemencias del tiempo, además de fabricar
herramientas o instrumentos con los que llevar a cabo esas actividades e incluso manufacturar
objetos de adorno evolución a hacer algo más que meramente vegetar. El trabajo prehistórico
estaba orientado exclusivamente a la satisfacción de necesidades humanas básicas, consistía en
una interacción hombre-naturaleza y en él participaban la totalidad de los miembros de la
comunidad, según una incipiente, pero no por ello menos estructurada, división del trabajo. Eso
sí, esta actividad se limitaba al esfuerzo y al tiempo estrictamente necesarios para la obtención
del sustento material, siguiendo una pauta de equilibrio entre las necesidades percibidas y los
recursos obtenidos para su satisfacción. Tanto en las cosmovisiones orientales, como africanas
y americano-precolombinas, el trabajo aparece siempre asociado a la lógica de la subsistencia
material cotidiana, desvinculado por tanto del moderno concepto de la actividad laboral y
económica como motor del progreso material10. El denominador común de todas las formas
históricas del trabajo se encuentra en la inversión consciente y deliberada (ya sea retribuida o
no, con o sin cláusulas contractuales) de una determinada cantidad de esfuerzo (individual o
colectivo) y durante cierta cantidad de tiempo, dirigida hacia la producción de bienes,
elaboración de productos o prestación de servicios con los que se persigue satisfacer algún tipo
de necesidad humana, sea esta individual, grupal o social. Una definición amplia de trabajo
considera a este como el conjunto de actividades humanas, retribuidas o no, de carácter
productivo y creativo que, a través de la utilización de técnicas, instrumentos, materias, datos o
informaciones disponibles, permite obtener, producir o prestar ciertos bienes, productos o
servicios. En esta actividad, la persona aporta energía, habilidades, conocimientos y otros
diversos recursos y obtiene a cambio algún tipo de recompensa material, psicológica y/o
social11. De una forma más analítica, en la Tabla 1.2 se ofrece una definición complementaria
de trabajo.

Si bien el trabajo es un fenómeno que dimensiones y que, por lo tanto, puede ser analizado
desde distintas disciplinas posee diferentes como la Sociología, la Economía, el Derecho, la
Historia o la Antropología12, como más adelante se analizará, aquí se va a ofrecer un enfoque
psicológico, o más bien psicosocial, recordando lo que se dijo más arriba acerca de que, en
realidad, toda Psicología es Psicología Social. Así, desde este enfoque se considera que el trabajo
posee cuatro planos13:

a) El trabajo como actividad, referido a los aspectos conductuales del hecho de trabajar.

b) El trabajo como situación o contexto, relacionado con los aspectos físico-ambientales del
trabajo.

c) El trabajo como significado, relativo a los aspectos subjetivos del trabajo.

d) El trabajo como fenómeno social, referido a los aspectos sociales del trabajo que son
interiorizados por las personas.

Por su parte, el término empleo se utiliza para designar una modalidad particular de trabajo
determinada social e históricamente, caracterizada por una relación jurídico-contractual de
carácter voluntario y acordada entre dos partes: la contratada o empleada, que vende su
tiempo, esfuerzo, habilidades, conocimientos y rendimientos del trabajo, y la contratante o
empleadora, que los compra, generalmente mediante dinero y ocasionalmente a través de otros
beneficios o compensaciones a cambio de otros bienes y/o servicios. De este modo, el empleo
confiere y reduce el trabajo al estatuto de simple valor de cambio y, en última instancia, de
mercancía14.

En consecuencia, lo que determina que un trabajo se pueda considerar como un empleo no es


el contenido de la tarea o de lo que se hace, sino el contexto -contractual o no- en el que se
desarrolla. El empleo, por lo tanto, no abarca todas las formas de trabajo que son relevantes
económicamente, es decir, que contribuyen al mantenimiento de las comunidades y las
sociedades. Quedan al margen de este concepto más restringido no solo los trabajos
desarrollados en otras épocas históricas anteriores a la Revolución Industrial o en las sociedades
contemporáneas no industrializadas, sino también muchos tipos de trabajo en las actuales
postindustriales o de la información, como son los trabajos por cuenta propia, la mayor parte
del trabajo doméstico, los trabajos de cuidado (de niños, de personas mayores, de enfermos o
de personas con discapacidad), los trabajos de la economía sumergida no regulados por normas
jurídicas o contratos legales, el trabajo voluntario con fines sociales o humanitarios y las
actividades de prosumo o “hágalo-usted-mismo”15. Todo esto es trabajo, auténtico trabajo.
Como se analizará en el último capítulo de este libro, precisamente el trabajo del futuro deberá
redefinirse e incluir en él todas estas formas de trabajo olvidadas.

Por otro lado, hay que resaltar la importancia que tienen las palabras o términos que se utilizan
y las definiciones de las situaciones o los procesos16. Así, una vez conocidas las definiciones de
trabajo y de empleo, ¿qué término resulta más correcto utilizar para designar a las personas a
las que, por ejemplo, se les acaba un contrato de trabajo o que se ocupan de las tareas
domésticas y de cuidado de la familia: paradas, inactivas, sin trabajo, desocupadas o
desempleadas? Parece claro que tanto unas como otras trabajan, ya que, evidentemente, la
búsqueda de un empleo es un trabajo -además de que también lo son las otras muchas
actividades que puede desarrollar una persona en esta situación en su entorno familiar o
comunitario-, al igual que las tareas domésticas y la crianza de los hijos no lo son menos.
Designar a alguien que es responsable del cuidado de varios niños pequeños y de gobernar un
hogar como parada o inactiva no solo supone un sarcasmo, sino también una desconsideración
y una falta de respeto que roza lo inhumano. ¿Qué sería de todas aquellas muy dignas y
socialmente consideradas personas que tienen un empleo si no contaran con alguien que
trabajara en las tareas domésticas y en el cuidado de los miembros de su familia? Resulta
urgente abandonar las posturas hipócritas y pasar a designar y definir las cosas por su nombre
y su verdadero significado. Además del desempleo (cuyos efectos y consecuencias se analizarán
en el Capítulo 16), otro término que es importante señalar es el de subempleo, ya que en muchas
ocasiones las personas tienen que trabajar en unas condiciones que o bien se encuentran por
debajo del nivel de formación y de cualificación (por ejemplo, como ocurre con un porcentaje
significativo de jóvenes con estudios superiores que, al no poder acceder a empleos de su
categoría, han de aceptar otros para los cuales no se requiere formación o cualificación o son
mínimas), o bien la propia definición y configuración del trabajo lo convierten en una actividad
sin significado, sin poder de motivación o casi inútil para la persona que lo realiza. En este caso
también es importante que las palabras no enmascaren intereses ideológicos o económicos.
Cuando los gobiernos presumen y publicitan que bajo sus mandatos se han creado tantos
puestos de trabajo, se han realizado tantos contratos o ha disminuido el número de
desempleados, no ha de suponérseles automáticamente el mérito por su gestión, ya que no solo
es importante el número de puestos o de contratos nuevos sino también la calidad de ellos,
puesto que no todos suelen entrar en la categoría de verdaderos empleos y sí en cambio muchos
en la de subempleo. En resumen, el concepto de trabajo se encuentra asociado con el propio
origen de la especie humana; por su parte, el término empleo emerge en el siglo XVIII en los
países europeos y en aquellos que se encuentran directamente bajo su influencia, como los
territorios del continente americano; el concepto de desempleo no se conoce hasta la segunda
mitad del siglo XIX, cuando la creciente industrialización y los avances tecnológicos, unidos al
aumento de población y a la emigración masiva del medio rural al urbano, provocan excedentes
de mano de obra que no pueden acceder al empleo; por último, el término subempleo surge en
la segunda mitad del siglo XX, cuando el deterioro de una parte importante de las condiciones
en las que se realizan determinados trabajos, junto al desfase entre los niveles de formación y
de cualificación de la población y la oferta de empleos disponible en el mercado de trabajo,
provocan la aparición de este modo de trabajar en las sociedades actuales17.

1.3.2. El carácter psicosocial de la actividad laboral

La actividad laboral, tanto en el sentido amplio de trabajo como en el más restringido de empleo,
posee un carácter socio-histórico. Como ya se ha mencionado, a través del tiempo ha
presentado diferentes configuraciones, de manera que su concepto y su contenido han sufrido
permanentes transformaciones debido a las influencias de las condiciones sociales, políticas,
culturales, económicas, históricas y tecnológicas de cada momento.

En este sentido, se dice que el trabajo posee una dimensión psicosocial al entender que esa
actividad laboral es una construcción social, es decir, algo que es resultado de las relaciones, de
las interacciones, de los intercambios simbólicos y de los acuerdos establecidos entre grupos
humanos, quienes crean unas condiciones y unos contenidos, materiales y simbólicos, que
representan los valores y las creencias compartidos. Esta perspectiva de la construcción social
implica que las experiencias, los objetos, los hechos, los acontecimientos y los procesos no
tienen un significado por sí mismos, único e independiente de quien los percibe y los interpreta,
sino que lo adquieren, en gran medida, en el contexto de las prácticas e interacciones sociales a
través de las cuales los seres humanos construyen y comparten representaciones, imágenes,
lecturas e interpretaciones del mundo y de lo que sucede en él. Esto implica que un mismo
fenómeno o un acontecimiento puedan tener significaciones distintas en diferentes contextos y
constituir, en consecuencia, realidades y verdades distintas18.

Si se recuerda que la Psicología Social o el enfoque psicosocial lo que persiguen es analizar los
modos en que las personas influyen y son influidas por otras, por los grupos a los que pertenecen
o con los que se identifican, por las organizaciones de las que forman parte, por la sociedad en
la que viven y por los valores y creencias de la cultura que comparten con sus contemporáneos,
se entenderá fácilmente que no solo el trabajo sino también el mundo social pueden ser vistos
como una construcción social. Así, el trabajo y todo lo asociado a él, desde su propio contenido
o actividades que se llevan a cabo, el significado que tiene para las personas que lo realizan, el
valor que le otorgan, o los resultados que se obtienen, hasta la consideración o estatus que a la
sociedad le merece y el lugar que ocupa y el papel que desempeña en la vida de las personas y
en la estructura de las sociedades, puede decirse que es el resultado de esos procesos de
interacción, de intercambio, de interpretación, de negociación y acuerdos a propósito de
creencias y de valores desarrollados permanentemente entre los seres humanos19, quienes
construyen esas realidades. Estos aspectos serán analizados con más detalles en otros capítulos
de este libro, especialmente en el 3 y en el 6. Esta dimensión psicosocial del trabajo trae consigo,
entre otras muchas implicaciones, que sea este tipo de actividad el que en las sociedades
actuales configura tanto la identidad personal como la social. Es decir, que tanto individual como
colectivamente, la situación sociolaboral clasifica a las personas en una serie de categorías que
afectan no solo al estrato social en el que quedan ubicadas, sino también al propio concepto y a
la autopercepción que las personas tienen de sí mismas, lo que a su vez condiciona en gran
medida sus posibilidades de existencia y de trayectoria vital, (véase la Tabla 1.2).

La Psicología del Trabajo se ha ocupado tradicionalmente, a pesar de su denominación, del


empleo más que del trabajo. Sin embargo, los cambios actuales y las previsiones acerca del
futuro inmediato (véase el Capítulo 17) obligan a incluir en su ámbito de estudio esas otras
formas de trabajo que hasta ahora no se han considerado empleo, ya que una distribución más
justa del trabajo, así como la propia redefinición que está teniendo lugar, exigen un
conocimiento preciso de las consecuencias psicosociales que tendrán para las personas
ocupadas -en el sentido etimológico del término- en estos trabajos, algunos antiguos como la
propia humanidad (así, el trabajo doméstico o el trabajo de cuidado) y otros más recientes o
redescubiertos (como el voluntariado y el trabajo comunitario).

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