Está en la página 1de 12

Durkheim, E.

La división del trabajo social

CAPITULO VII

SOLIDARIDAD ORGANICA Y SOLIDARIDAD CONTRACTUAL

Es verdad que, en las sociedades industriales de Spencer, lo mismo que en


las sociedades organizadas, la armonía social deriva esencialmente de la división del
trabajo1. Caracterízala el consistir en una cooperación producida en forma automática, sólo
por el hecho de perseguir cada uno sus propios intereses. Basta que cada individuo se
consagre a una función especial para encontrarse, por la fuerza de las cosas, solidarizado
con los otros. ¿No es éste el signo que distingue las sociedades organizadas?

Pero si Spencer ha señalado muy justamente cuál era, en las sociedades


superiores, la causa principal de la solidaridad social, ha menospreciado la manera como
esta causa produce su efecto y, por consiguiente, la naturaleza de esa última.

En efecto, para él, la que llama solidaridad industrial presenta las dos
características que a continuación se indican:

Como es espontánea, no es necesario aparato coercitivo alguno ni para


producirla ni para mantenerla. La sociedad, pues, no tiene que intervenir para asegurar un
concurso que por sí solo se establece. «Todo hombre puede sostenerse con su trabajo,
cambiar sus productos por los de otro, prestar su asistencia y recibir una recompensa, entrar

1
Sociol., III, págs.. 332 y sigs.

237
Durkheim, E. La división del trabajo social

en tal o cual asociación para dirigir una empresa, pequeña o grande, sin obedecer a la
dirección de la sociedad en su conjunto»2. La esfera de la acción social iría, pues,
estrechándose cada vez más, ya que no tendría otro objeto que impedir a los individuos el
que mutuamente se usurparan y recíprocamente se dañaran, esto es, que su regulación sería
de carácter negativo meramente.

En esas condiciones, el único lazo que queda entre los hombres es el de


libertad absoluta de cambio. "Todos los asuntos industriales ... se realizan por medio del
comercio libre. Esta relación deviene predominante en la sociedad, a medida que la
actividad individual deviene predominante"3. Ahora bien, la forma normal del cambio es el
contrato; por eso, "a medida que con el declinar del militarismo y el ascendiente del
industrialismo, el poder y alcance de la autoridad disminuyen y aumenta la acción libre, la
relación del contrato se hace general; finalmente, en el tipo industrial, plenamente
desenvuelto, esta relación deviene universal"4.

No quiere con esto decir Spencer que la sociedad descanse jamás sobre un
contrato implícito o formal. La hipótesis de un contrato social es, por el contrario,
inconciliable con el principio de la división del trabajo; cuanto mayor es la parte que a este
último se concede, de una manera más absoluta debe renunciarse al postulado de Rousseau,
pues, para que un contrato semejante sea posible, es preciso que en un momento dado todas
las voluntades individuales se entiendan sobre unas bases comunes de organización social,
y, por consiguiente, que cada conciencia particular se plantee el problema político en toda
su generalidad. Mas, para esto, es preciso que cada individuo salga de su esfera especial, y
que todos desempeñen por igual un mismo papel, el de hombres de Estado y de
constituyentes. Representémonos el instante en que la sociedad celebra el contrato: si la

2
Sociol., III, pág. 808.
3
Ibid, II, pág. 160.
4
Ibid, III, pág. 813.

238
Durkheim, E. La división del trabajo social

adhesión es unánime, el contenido de todas las conciencias es idéntico. Entonces, en la


medida en que la solidaridad social provenga de una causa semejante, no tiene relación
alguna con la división del trabajo.

Nada hay, sobre todo, que menos se parezca a esta solidaridad espontánea y
automática que, según Spencer, distingue a las sociedades, industriales, pues ve, por el
contrario, en esta consciente persecución de los fines sociales, la característica de las
sociedades militares5. Un tal contrato supone que todos los individuos pueden representarse
las condiciones generales de la vida colectiva, a fin de hacer una elección con conocimiento
de causa. Ahora bien, Spencer sabe perfectamente que una representación semejante
sobrepasa la ciencia en su estado actual y, por consiguiente, la conciencia. Hasta tal punto
se encuentra convencido de la vanidad de la reflexión cuando se aplica a tales materias, que
quiere sustraerlas incluso a la del legislador, lejos de someterlas a la opinión común. Estima
que la vida social, como toda vida en general, no puede organizarse, naturalmente, sino
mediante una adaptación inconsciente y espontánea, bajo la presión inmediata de las
necesidades y no según un plan meditado por la inteligencia reflexiva. No sueña, pues, con
que las sociedades superiores puedan construirse con arreglo a un programa solemnemente
discutido.

Por otra parte, la concepción del contrato social es muy difícil de defender
hoy día, pues no guarda relación con los hechos. El observador no la encuentra, por así
decir, en su camino. No solamente no hay sociedades que tengan un origen tal, sino que ni
siquiera las hay que puedan mostrar en su estructura presente la menor señal de una
organización contractual. No se trata, pues, ni de un hecho comprobado por la historia, ni
de una tendencia que se desprenda del desenvolvimiento histórico. Por consiguiente, para
remozar esta doctrina y darle algún crédito, ha sido preciso calificar de contrato la adhesión

5
Sociol., III, págs.. 332 y sigs. –Ver también L’individu contre l’Etat, Parás, Alcan.

239
Durkheim, E. La división del trabajo social

que cada individuo, una vez adulto, presta a la sociedad en que ha nacido, sólo por el hecho
de continuar viviendo en ella. Pero entonces es preciso llamar contractual a toda manera de
proceder del hombre que no se halle determinada por la coacción6. Siendo así no hay
sociedad, ni en el presente ni en el pasado, que no sea o que no haya sido contractual, pues
no es posible que pueda subsistir por el solo efecto de la comprensión. Antes hemos
expuesto la razón. Si algunas veces se ha creído que la coacción había sido más fuerte que
lo es hoy, débese a esa ilusión que ha hecho que se atribuya a un régimen coercitivo el
pequeño espacio dejado a la libertad individual en las sociedades inferiores. En realidad, la
vida social, donde quiera que es normal, es espontánea; y, si es anormal, no puede durar. El
individuo abdica espontáneamente, y no es justo hablar de abdicación allí donde no hay
nada que abdicar. Si se da, pues, a la palabra esta acepción amplia y un poco abusiva, no
hay distinción alguna que hacer entre los diferentes tipos sociales; si sólo entendemos como
tal el lazo jurídico muy definido que designa esta expresión, puede asegurarse que ningún
lazo de ese género ha existido jamás entre los individuos y la sociedad.

Pero si las sociedades superiores no descansan sobre un contrato


fundamental que se refiera a los principios generales de la vida política, tendrán o tenderán
a tener por base única, según Spencer, el vasto sistema de contratos particulares que ligan
entre sí a los individuos. No dependerían éstos del grupo sino en la medida en que
dependieran unos de otros, y no dependerían unos de otros sino en la medida señalada por
los convenios privados y libremente celebrados. La solidaridad social no sería, pues, otra
cosa que el acuerdo espontáneo de los intereses individuales, acuerdo del cual los contratos
son la expresión natural. El tipo de las relaciones sociales sería la relación económica,
desembarazada de toda reglamentación y tal como resulta de la iniciativa enteramente libre
de las partes. En una palabra, la sociedad no sería más que el órgano que pone en relación a

6
Es lo que hace Fouillée, que opone contrato a compresión (véase Science sociale, pág. 8).

240
Durkheim, E. La división del trabajo social

los individuos que cambian los productos de su trabajo, y, sin acción alguna propiamente
social, venga a regular ese cambio.

Ahora bien, ¿es éste el carácter de las sociedades en las que la unidad está
producida por la división del trabajo? Si así fuera, podría con razón dudarse de su
estabilidad, pues, si el interés aproxima a los hombres, ello jamás ocurre sino por breves
instantes; no puede crear entre los mismos más que un lazo externo. En el hecho del
cambio, los agentes diversos permanecen fuera unos de otros, y, terminada la operación, se
separan y cada uno vuelve a su esfera propia. Las conciencias no están sino
superficialmente en contacto; ni se penetran, ni se adhieren fuertemente unas a otras.
Incluso si se mira en el fondo de las cosas, se verá que toda armonía de intereses encubre
un conflicto latente o simplemente aplazado. Allí donde el interés reina solo, como nada
existe que refrene los egoísmos en presencia, cada yo se encuentra frente al otro en pie de
guerra y toda tregua en este eterno antagonismo no deberá ser de muy larga duración. El
interés, en efecto, es lo que hay de menos constante en el mundo. Hoy me es útil unirme a
usted; mañana, un motivo idéntico hará de mi vuestro enemigo. Una causa semejante no
puede, pues, dar origen más que a aproximaciones pasajeras y a asociaciones de un día.
Bien se ve hasta qué punto es necesario examinar si tal es, efectivamente, la naturaleza de
la solidaridad orgánica.

En parte alguna, según la opinión de Spencer, existe la sociedad industrial en


estado de pureza: es un tipo parcialmente ideal, que se desprende cada vez más de la
evolución, pero que todavía no ha sido completamente realizado. Por consiguiente , para
tener derecho a atribuirle las características que acabamos de indicar, sería preciso
establecer metódicamente que las sociedades los presentan de una manera tanto más
completa cuanto más elevadas son, abstracción hecha de los casos de regresión.

241
Durkheim, E. La división del trabajo social

Afírmase, en primer lugar, que la esfera de la actividad social disminuye


cada vez más en provecho de la del individuo. Pero, para poder demostrar esta proposición
mediante una experiencia verdadera, no basta, como hace Spencer, citar algunos casos en
que el individuo efectivamente se ha emancipado de la influencia colectiva; esos ejemplos,
por muy numerosos que puedan ser, no sirven más que de ilustración y se hallan, por sí
mismos, desprovistos de toda fuerza demostrativa, pues es muy posible que, en un punto
determinado, la acción social haya retrocedido, pero que sobre otros se haya extendido, y
que, finalmente, se tome una transformación por una desaparición. La única manera de
hacer objetivamente una prueba consiste, no en citar algunos hechos sugeridos al azar, sino
en seguir en su historia, desde los orígenes a los tiempos más recientes, el aparato con que
esencialmente se ejerce la acción social, y ver si con el tiempo ha aumentado o disminuido
de volumen. Sabemos que ese es el derecho. Las obligaciones que la sociedad impone a sus
miembros, por poca importancia y duración que tengan, adquieren una forma jurídica; por
consiguiente, las dimensiones relativas de este aparato permiten medir con exactitud la
extensión relativa de la acción social.

Ahora bien; es a todas luces evidente que, lejos de disminuir, va aumentando


cada vez más y complicándose. Cuánto más primitivo es un código, más pequeño es su
volumen; por el contrario, es tanto más considerable cuanto más reciente. Sobre ese punto
la vacilación no es posible. No quiere esto decir, sin duda, que la esfera de actividad
individual devenga más pequeña. Es preciso no olvidar, en efecto, que, si hay más vida
reglamentada, hay también más vida en general. He aquí también una prueba suficiente de
que la disciplina social no se va relajando. Una de las formas que afecta tiende, es verdad, a
la regresión, según nosotros mismos hemos dejado establecido; pero otras, mucho más ricas
y más complejas, se desenvuelven en su lugar. Si el derecho represivo pierde terreno, el
derecho restitutivo, que no existía en absoluto en el origen, no hace mas que aumentar. Si la

242
Durkheim, E. La división del trabajo social

intervención social no tiene ya por efecto imponer a todo el mundo ciertas prácticas
uniformes, en cambio define y regula las relaciones especiales de las diferentes funciones
sociales, y no queda aminorada por ser diferente.

Spencer responderá que no ha afirmado la disminución de toda especie de


fiscalización, sino tan sólo de la fiscalización positiva. Admitamos esta distinción. Que sea
positiva o negativa, esa vigilancia no es por ello menos social, y la cuestión principal está
en saber si se ha extendido o limitado. Si la sociedad aumenta su intervención, no hay
derecho a decir que la espontaneidad individual se basta cada vez más para todo, ya con el
fin de ordenar, ya con el de defender, para decir haz esto o no hagas aquello. Si las reglas
que determinan la conducta se multiplican, sean imperativas o prohibitivas, no es cierto que
ella dependa cada vez más completamente de la iniciativa privada.

Pero, esta misma distinción, ¿tiene fundamento? Por fiscalización positiva


entiende Spencer aquella que obliga a la acción, mientras la negativa obliga sólo a la
abstención. "Un hombre tiene una tierra; la cultivo yo por él en totalidad o en parte, o bien
le impongo en todo o en parte la forma de cultivo que ha de seguir: he aquí una
fiscalización positiva. Por el contrario, no le presto ni auxilio ni consejos para su cultivo, le
impido simplemente tocar a la cosecha del vecino, pasar por la tierra del vecino o poner en
ella sus escombros: he aquí la fiscalización negativa. La diferencia está suficientemente
señalada, de un lado, entre encargarse de perseguir, puesto en el lugar que a un ciudadano
corresponde, tal finalidad que le pertenece, o en mezclarse en los medios de que ese
ciudadano se vale para conseguirla; y, de otro lado, en impedir que se moleste a otro
ciudadano que persigue la finalidad de su elección"7. Si tal es el sentido de los términos, no
cabe duda que la fiscalización positiva se halla en vías de desaparecer.

7
Essais de morale, pág. 194, nota.

243
Durkheim, E. La división del trabajo social

Sabemos, en efecto, que el derecho restitutivo no hace más que aumentar;


ahora bien, en la inmensa mayoría de los casos señala al ciudadano el fin que debe
perseguir, o interviene en los medios que ese ciudadano emplea para alcanzar el fin por él
elegido. Resuelve, a propósito de cada relación jurídica, las dos cuestiones siguientes: I.a
¿En qué condiciones y bajo qué forma existe normalmente? 2.a ¿Qué obligaciones
engendra? La determinación de la forma y de las condiciones es esencialmente positiva,
puesto que obliga al individuo a seguir un cierto procedimiento para alcanzar su fin. En
cuanto a las obligaciones, si se refieren en principio a la prohibición de no perturbar a otro
en el ejercicio de sus funciones, la tesis de Spencer sería verdadera, al menos en parte. Pero
consisten, con mucha frecuencia, en prestaciones de servicios de naturaleza positiva.

Mas entremos en el detalle.

244
Durkheim, E. La división del trabajo social

IV

Las siguientes proposiciones resumen esta primera parte de nuestro


trabajo:

La vida social mana de una doble fuente: la semejanza de las conciencias y


la división del trabajo social. En el primer caso el individuo es socializado, porque, no
teniendo individualidad propia, se confunde, así como sus semejantes, en el seno de un
mismo tipo colectivo; en el segundo porque, aun teniendo una fisonomía y una actividad
personales que le distinguen de los demás, depende de ellos en la misma medida en que
se distingue, y, por consiguiente, de la sociedad que de su unión resulta.

La semejanza de las conciencias da nacimiento a reglas jurídicas que, bajo


la amenaza de medidas represivas, imponen a todo el mundo creencias y prácticas
uniformes; cuanto más pronunciada es, más completamente se confunde la vida social
con la vida religiosa y más cercanas se encuentran al comunismo las instituciones
económicas.

La división del trabajo da origen a reglas jurídicas que determinan la


naturaleza y las relaciones de las funciones divididas, pero cuya violación no supone más
que medidas reparadoras sin carácter expiatorio.

Cada uno de esos cuerpos de reglas jurídicas hállase, además,


acompañado de un cuerpo de reglas puramente morales. Allí donde el derecho penal es
muy voluminoso, la moral común se encuentra muy extendida, es decir, que existe una
multitud de prácticas colectivas colocadas bajo la salvaguardia de la opinión pública. Allí
donde el derecho restitutivo se encuentra muy desenvuelto, hay para cada profesión una
moral profesional. Dentro de un mismo grupo de trabajadores existe una opinión,

267
Durkheim, E. La división del trabajo social

difundida por toda la extensión de este agregado restringido, y que, sin que se encuentre
provista de sanciones legales, hácese, sin embargo, obedecer. Hay usos y costumbres
comunes para una misma clase de funcionarios, y que no puede cada uno de ellos
infringir sin incurrir en censura de la corporación1. Sin embargo, esta moral se distingue de
la precedente por diferencias análogas a las que separan las dos especies
correspondientes de derechos. Hállase, en efecto, localizada en una región limitada de la
sociedad; además, el carácter represivo de las sanciones que a ella están ligadas es
sensiblemente menos acentuado. Las faltas profesionales determinan un movimiento de
reprobación mucho más débil que los atentados contra la moral pública.

Sin embargo, las reglas de la moral y del derecho profesionales son


imperativas como las otras. Obligan al individuo a obrar en vista de fines que no le son
propios, a hacer concesiones, a consentir compromisos, a tener en cuenta intereses
superiores a los suyos. Por consiguiente, incluso allí donde la sociedad descansa de una
manera más completa sobre la división del trabajo, no se resuelve en una polvareda de
átomos yuxtapuestos, entre los cuales no pueden establecerse más que contactos
exteriores y pasajeros. Hállanse los miembros unidos en ellas incluso por lazos que van
bastante más allá de los momentos bien cortos en que el cambio tiene lugar. Cada una de
las funciones que ejercen encuéntrase, de una manera constante, dependiente de las
demás y forma con ellas un sistema solidario. Por consecuencia, de la naturaleza de la
misión elegida derivan deberes permanentes.

Por el hecho de cumplir tal función doméstica o social hallámonos cogidos


en una red de obligaciones de las que no tenemos derecho a libramos. Existe, sobre todo,
un órgano frente al cual nuestro estado de dependencia va siempre en aumento: el
Estado. Los puntos a través de los cuales estamos en contacto con él, se multiplican, así

1
Esta censura, por lo demás, como toda pena moral, se traduce en movimientos externos (penas
disciplinarias, separación de empleados, pérdida de relaciones, etc.).

268
Durkheim, E. La división del trabajo social

como las ocasiones en que tiene por obligación llamarnos al sentimiento de la solidaridad
común.

Por eso el altruismo no está destinado a devenir, como Spencer quiere, una
especie de ornamento agradable de nuestra vida social; pero constituirá siempre la base
fundamental. ¿Cómo, en efecto, podríamos nosotros jamás pasarnos sin él? Los hombres
no pueden vivir juntos sin entenderse y, por consiguiente, sin sacrificarse mutuamente, sin
ligarse unos a otros de una manera fuerte y duradera. Toda sociedad es una sociedad
moral. En cierto sentido, esa característica hállase incluso más pronunciada en las
sociedades organizadas. Como el individuo no se basta, recibe de la sociedad cuanto le
es necesario, y para ella es para quien trabaja. Fórmase así un sentimiento muy fuerte del
estado de dependencia en que se encuentra: se habitúa a estimarse en su justo valor, es
decir, a no mirarse sino como la parte del todo, el órgano de un organismo. Tales
sentimientos son de naturaleza capaz de inspirar, no sólo esos sacrificios diarios que
aseguran el desenvolvimiento regular de la vida social diaria, sino también, en ocasiones,
actos de renunciamiento completo y de abnegación sin límite. Por su parte, la sociedad
aprende a mirar a los miembros que la componen, no como cosas sobre las cuales tiene
derechos, sino como cooperadores de los que no puede prescindir y frente a los cuales
tiene deberes. Es, pues, equivocado oponer la sociedad que procede de la comunidad de
creencias a aquella que tiene por base la cooperación, al no conceder a la primera más
que un carácter moral, y no ver en la segunda más que una agrupación económica. En
realidad, la cooperación también tiene su moralidad intrínseca. Sólo cabe la creencia,
como veremos mejor más adelante, de que en nuestras sociedades actuales esta
moralidad no alcanza todavía todo el desenvolvimiento que les sería desde ahora
necesario.

Pero su naturaleza difiere de la otra. Esta no es fuerte sino cuando el


individuo no lo es. Formada por reglas que todos practican indistintamente, recibe de tal
práctica universal y uniforme una autoridad que la convierte en algo sobrehumano y que

269
Durkheim, E. La división del trabajo social

la sustrae más o menos a la discusión. La otra, por el contrario, se desenvuelve a medida


que la personalidad individual se fortifica. Por muy reglamentada que se halle una función,
deja siempre ancho campo a la iniciativa de cada uno. Incluso muchas de las obligaciones
así sancionadas tienen origen en una elección de la voluntad. Somos nosotros los que
elegimos nuestra profesión e incluso algunas de nuestras funciones domésticas. No cabe
duda que, una vez que nuestra resolución ha dejado de ser interna para traducirse al
exterior en consecuencias sociales, nos hallamos ligados: se nos imponen deberes que
no hemos expresamente querido. Han nacido, por consiguiente, de un acto voluntario.
Finalmente, por referirse esas reglas de conducta, no a las condiciones de la vida común,
sino a las diferentes formas de la actividad profesional, tienen por eso mismo un carácter
más temporal, digámoslo así, el cual, dejándole su fuerza obligatoria, las hace más
asequibles a la acción de los hombres.

Hay, pues, dos grandes corrientes de la vida social, a las cuales


corresponden dos tipos de estructura no menos diferentes.

De esas dos corrientes, la que tiene su origen en las semejanzas sociales


corre en un principio sola y sin rival. En ese momento, se confunde con la vida misma de
la sociedad; después, poco a poco, se canaliza, se rarifica, mientras la segunda va
siempre aumentando. De igual manera, la estructura segmentaria se recubre cada vez
más por la otra, pero sin desaparecer nunca totalmente.

Acabamos de establecer la realidad de esa relación de variación inversa.


Las causas las encontraremos en el libro siguiente.

270

También podría gustarte