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La Oración: dialogo con Dios 3ª parte – R.P. Lic. Carlos R.

Álvarez Orellana

Hoy, con esta tercera parte sobre la oración, quisiera cerrar este bloque que hemos dedicado al
Dialogo con Dios.
Celebrando la Eucaristía agradeciéndole a Dios por la presencia amorosa de la Madre de Dios en la
Iglesia, se me ocurrió escribir sobre algunos de los frutos de la oración. Siempre he imaginado que
la oración de Nuestra madre, la Virgen, fue una oración muy simple, delicada, involucrada en sus
afectos y la cotidianidad de su vida. Dios, en la vida de Ella, siempre fue, es y será lo primero. No
me imagino una oración desencarnada, sino todo lo contrario. De sus labios brotaban las mas
hermosas expresiones de Amor hacia su Señor. Me gusta pensar que Ella hacia de su oración no
solo un diálogo sino un dúo porque el Espíritu Santo oraba en Ella, componiendo la mas bella
sinfonía de Amor que era dirigida a Dios. Ella, toda de Dios, se ofrece a Él para lo que Él quier,. de
ahí su gran valor a la hora de la Anunciación, de la Pasión y de la Cruz de su Hijo. Mujer de
oración, sabe en Quien puso su confianza y en Él espera. Así vive la alegría de la Resurrección.
Esos efectos que produce la oración en la Virgen, son los efectos que produce en cada creyente que
se abandona a la Voluntad de Dios. La fortaleza en los momentos de sufrimiento, de enfermedad y
de dolor. La alegría, compartida, que surge del corazón agradecido a Dios que nunca falla. El gozo
de saberse mirado y acompañado por Dios siempre es la mayor alegría que podemos experimentar.
Sí, Dios nos mira y de una manera particular a cada uno pero en todas y cada una de sus miradas
está presente el Amor, es que la oración es mirar... es contemplar pero, también, es ser mirado y
contemplado por el Señor de los Señores. María se dejó mirar por Dios y esa mirada es cantada con
inmensa ternura y agradecimiento, por Ella en el Magnificat.
Ella se deja mirar porque se sabe necesitada de Dios, reconoce su creaturalidad con humildad y eso
la hace grande a los ojos de su Señor.
Una de las virtudes que hoy, pareciera, que ha caído en el desuso es la Humildad. De una u otra
manera la hemos ido dejando de lado porque no comprendemos bien que significa ser humilde. Si
hiciéramos hoy una encuesta sobre que es la humildad nos sorprenderíamos de las respuestas
recibidas. Humildad no es sinónimo de tontería ni de falta de personalidad, ni de defensa, ni de
dejar que otros nos maltraten, ni de negarnos a nuestros derechos. Humildad es una virtud que
consiste en conocer las propias limitaciones, debilidades, valores, y de actuar de acuerdo a tal
conocimiento. Humildad es descubrirnos criaturas, seres limitados pero al mismo tiempo adornados,
con los dones dados por Dios. Dice la Sagrada Escritura “Dios da su Gracia a los humildes y resiste
a los soberbios” (cfr. 1 Ped 5,5). ¿Qué tiene el humilde que atrae la mirada de Dios? Me atrevería a
decir que el reconocimiento de su realidad. Se conoce y se siente necesitado y por eso acude a
Quien sabe que es más grande que él.
El primer pecado que se cometió en el mundo fue el que es contrario a la humildad, es el pecado
inventado por aquel que miente al ser humano y le engaña, de tal forma, que le lleva a decir “yo no
te serviré, pues seré como tú” no pensando que de la boca del mentiroso no puede salir ninguna
Verdad. Nunca el hombre será como Dios... será su imagen, su semejanza pero no Dios.
Recuerdo una anécdota que leí de pequeño: Vivían en una ciudad dos niñas. Una era la hija del Rey
mientras que la otra era una niña huérfana. Caminaba la princesa por la plaza de la ciudad y ve que
la otra niña seguía jugando como si nada mas existiera en el mundo que su juego. De manera
despectiva y altanera se acercó e increpó a la niña que jugaba y le dijo: “oye, tú niña, porqué no te
pones de pie y me haces la reverencia acaso no sabes quien soy?”. La niña levantó sus ojitos y le
dijo: “quien eres tú”? La princesa, enfadada, le dijo “¿Cómo, no sabes quien soy?¡¡ Yo, yo soy la
hija del Rey!! a lo que la niña campesina respondió:: “mucho gusto yo soy la Hija de Dios, él es mi
Padre”.
Cuantas veces actuamos como los “príncipes o princesas” y no aprendemos que ni los títulos, ni el
dinero, ni la búsqueda de reconocimientos nos harán felices sino la alegría de comunicarnos con
Dios y sabernos sus hijos Amados.
Hace poco las palabras del Santo Padre causaron furor cuando se refería a los candidatos a Obispos
que pedía no se eligieran “candidatos con psicología de príncipes”. Muchos aplaudían lo que el
Papa Francisco dijo pero, muy pocos, aplicaron esas palabras (no solo a los Obispos) sino a sí
mismos porque se sintieron interpelados como matrimonios, jóvenes, religiosas y religiosos,
ancianos pertenecientes a la Iglesia a no tener esa mentalidad. Es que la oración se traduce en
servicio y desapego y no en poderío. Me alegró sobremanera hablar con esos amigos
comprometidos en la Iglesia y escuchar que ellos habían tomado las palabras del Papa para sí.
La oración nos hace conscientes de que la importancia de ser humildes, necesitados de Dios. Al
comenzar el camino de la humildad reconoceremos que necesitamos de conversión. Necesitamos un
cambio en nuestras estructuras mentales y las del corazón para no creernos los mejores.
Necesitamos que Dios cambie nuestras vidas.
La oración nos lleva a acoger con sencillez los dones del Señor y a ponerlos al servicio del Pueblo.
Quien ora se vuelve dócil al Espíritu del Señor y al ser dóciles a Él entendemos que todo lo que
ocurre, en nosotros y a través nuestro, es obra de Dios.
Pidamos a la Santísima Virgen que ella nos alcance la sabiduría del Espíritu Divino para que nunca
intentemos robarle la gloria y el protagonismo a Dios. Que seamos humildes para reconocer que
todo se lo debemos a Él.
Dios los bendiga.

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