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NOVELA
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En memoria de Adelia y Romualdo
que nos soñaron país.
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“Entramos, compramos, tomamos una botella. Nos salimos,
entrégole al comandante, me paso al cuartel, véoles confusos
a los soldados y muchos llorando me decían:
– ¿Tambor Mayor, qué haremos, cómo escaparemos?
A esto les digo yo:
– Moriremos si somos zonzos”.
José Santos Vargas, “Diario de un Comandante de la Guerra
de la Independencia”.
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El Arca de la Alianza
Mientras revisa el antiguo manuscrito Antonio Robles siente en el corazón esa rara
sensación de recordar, mezcla de nostalgia y alegría que nos reconcilia con la vida. Al
contacto con las amarillentas hojas rememora su extraño descubrimiento, hace veinte años
atrás, cuando aún vivía en la ciudad de Nuestra Señora de La Paz de Ayacucho, recuerda
haberse sorprendido cuando tomó el viejo documento y supo que eso era lo que estaba
buscando. Los remordimientos, dañinos como agujas penetrando la piel, lo embisten sin
piedad castigándolo por no haberle agradecido a su debido tiempo a don Jorge Calahumana,
guardián del viejo arcón donde encontró el manuscrito. Le remuerde la conciencia no haber
buscado el momento adecuado para decirle que al encontrar, palabra por palabra, lo que
buscaba en el arca suya, descubrió también el significado del gomor de Maná, el grano
Alianza”, que asumía el sabor y la forma que cada quien deseaba. Lo que él deseaba era
desvelaba por esos días, cuyo misterio lo encaminó hasta la casa de Calahumana.
Vanamente intenta consolarse diciéndose que ya era tarde para recriminaciones, porque las
cosas fueron como fueron; lástima para él que las ocasiones favorables a veces no sean
perceptibles de forma inmediata y que solamente con los años podamos darnos cuenta de
Recuerda que en la época del descubrimiento del manuscrito trabajaba en la Biblioteca del
Honorable Congreso Nacional. Recuerda que una noche, después de cobrar su sueldo,
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compró el mejor licor que encontró en el mercadito que queda detrás del panóptico de San
Pedro y se dirigió a la dirección que el coronel Sánchez Sosa le señaló para entrevistar al
calle Comercio, a tres cuadras de la Plaza Murillo; era de esos edificios antiguos, como los
de su entorno que al cabo de un siglo parecen iguales, con las paredes descascaradas que
alguna vez lucieron colores recién pintados y con inmensos portones de madera maciza
forjadas para guardar tesoros. Antes de golpear el portón, recordó que cuando Sánchez Sosa
le dio la dirección, respondió con evasivas la pregunta de qué era lo que iba a encontrar en
la casa de aquel hombre. Mencionó que era algo macabro, pero extraordinario, que Antonio
tenía que ver con sus propios ojos y que prefería no adelantarle nada que lo distrajera de su
propósito. “Vaya en paz que nada le va a suceder y a lo mejor encuentra hasta lo que no
andaba buscando”, le dijo el militar y lo despidió con un fuerte y marcial apretón de manos.
Ahora, con la serenidad que otorga el tiempo, Antonio piensa que si el hallazgo de la carta
que lo llevó hasta la casa de Calahumana fue insólito, los curiosos acontecimientos que
rodearon el descubrimiento del manuscrito fueron aún más asombrosos. Recuerda que llegó
desgastada madera con un aldabón metálico en forma de puño. Minutos después un hombre
de unos sesenta y pico de años le abrió la puerta; vestía un gastado uniforme militar de gala,
era lo bastante huraño como para temérsele y después de preguntarle si era don Jorge
precaria situación ofreciéndole de regalo una botella de Old Parr, “soy abstemio”, le aclaró,
y a Antonio casi se le escapa el alma del cuerpo, avergonzado por tan tremenda metida de
pata. Y es que los bolivianos están tan acostumbrados a sobornar con alcohol que les parece
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natural llevarle una botella a cualquiera. Gracias a Dios el apuro no duró mucho y Antonio
visita. Asumiendo que estaba ante un hombre no sobornable, acometió de frente, prefirió no
usar el argumento sugerido por el coronel Sánchez Sosa, del parecido del dueño de casa con
Andrés de Santa Cruz y Calahumana, Mariscal de Zepita, cuyo cuadro, en el que se lo veía
centro de la sala. El dueño de casa tenía el señorío aymara que su antepasado quería ocultar
intentando lucir más europeo y menos indígena; ese rostro cordillerano de pómulos
Intentando volver a atar los hilos de una conversación que ocurrió hace dos décadas,
Antonio recordó que prefirió contarle sin mentiras ni exageraciones por qué estaba allí. El
había encontrado una antigua carta, fechada en el 1901, la sacó de su maletín, se la alcanzó
y le explicó que era de una viuda de nombre Adelia de Villamil que solicitaba al Congreso
Nacional le otorgue una pensión alimenticia como premio por los servicios prestados por su
esposo, Romualdo Villamil, un militar que había desempeñado importantes cargos públicos
en el siglo diecinueve y, según la viuda, había muerto en la pobreza. Luego le refirió que el
contenido de la misiva lo había conmovido, al grado de querer hacer algo por la viuda,
aunque sólo fuera una acción reivindicatoria que había llegado hasta el coronel Sánchez
Sosa, buscando información que probase la veracidad de la carta para luego intentar escribir
algo. Le comunicó que después de venderle algunos documentos que certificaban que
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persona que podía tener algo más que decir sobre la vida de Villamil. El anciano dueño de
casa tomó la carta con delicadeza, la leyó, la revisó de anverso y reverso, y mirándole a los
ojos expresó algo que a Antonio lo llenó de orgullo: “Usted parece una buena persona, con
un fin noble”. Pero a continuación, le bajó los humos: “Una carta como ésta –dijo en tono
cualquier sitio; perderla. Y eso sería imperdonable. Esta carta ha sido la llave para que yo le
abra los secretos de esta casa y merece que usted la cuide con mayor esmero”.
“Lo que usted va a conocer, lo han visto muy pocas personas. Considérelo un honor
todavía inmerecido, porque sólo el tiempo dirá si valió la pena que yo se lo conceda. Venga,
acompáñeme”, y le señaló una puerta que estaba al fondo de la sala. Entraron a un estudio
con las paredes colmadas de libros antiguos, de esos gruesos tomos con cubierta de cuero y
de un metro y medio de largo por uno de ancho. Luego se dio cuenta de que abierto parecía
aún más grande; era como si todo lo que los rodeaba pudiese caber en su interior.
“Esto que usted ve –apuntó con su mano al cofre– es conocido en mi familia y entre
algunos privilegiados amigos como el “Arca de la Alianza”, cuando vaya a citarla hágalo
respecto, pero dedujo que no era momento para bromas y prefirió callar para que él siguiera
hablando. “Aquí –dijo agachándose para abrirlo–, están guardadas las memorias de
hombres que murieron en muchas de las tantas guerras que sostuvo nuestro país. No se trata
de informes oficiales ni de ensayos sobre tal o cual batalla; tampoco de obras inéditas de
incomprensible soplo del viento que penetraba por alguna parte, se movieron papeles y más
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papeles. Algunos estaban sueltos, otros amarrados; los había de todos los colores, tamaños
y calidades; también había trozos de cartones y cartulinas, así como fotografías escritas en
el reverso. De igual forma había cuadernos, diarios de cuero, carpetas con lazos. Antonio
Robles quedó asombrado, porque además de lo que ya había escuchado de boca del propio
dueño de casa y de lo que estaba viendo y, pese a la penumbra del cuarto alumbrado
solamente con una lámpara esquinera, tenía la sensación de que una pálida como fantasmal
“Aquí hay cartas de amor, testamentos, poemas, confesiones, anotaciones y diarios de gente
que estuvo en combate; de aquellos que creyeron en ese sueño llamado patria, por el que
mueren los valientes”. Antonio recuerda que el anciano hablaba poniendo énfasis en las
palabras, como si estuviera ante un nutrido auditorio; o tal vez los autores de las cartas eran
su intangible audiencia.
“La colección la inició un antepasado mío, sobrino del Mariscal de Zepita, quien en una de
la correspondencia de los muertos y, pese a sus pretensiones, solamente pudo entregar unas
cuantas cartas, la mayoría no tenía dirección ni nombre completo de los destinatarios. Dice
la leyenda familiar que, luego de la batalla, nuestro antepasado leyó acongojado, una por
una, las cartas que empezaban con expresiones muy sentidas: “Sarita, mi amor”, “Querida
mamita”, y al no saber qué hacer, las guardó para que las palabras no se quemasen en la
el olvido (y el viejo movió sus manos como si fueran un par de cansadas mariposas
nocturnas). En varias de las misivas se pueden leer cosas como estas –y Calahumana tomó
una carta y leyó el encabezado– “Ruego a quien encuentre esta carta se apiade de este
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cristiano y la entregue a mis familiares”. Son cartas de hombres muertos que, desde el más
allá, quisieran que sus seres queridos pudieran leerlas. ¿Cuántas hay? No lo sé. Usted debe
saber, querido joven, que Bolivia ha sostenido muchas guerras; demasiadas. Especialmente
en el siglo diecinueve, cuando ni bien salíamos de una entrábamos a otra peor. Y después
instante en que don Jorge Calahumana abrió el arca y apareció el tesoro de las guerras, el
tesoro de las palabras olvidadas. Caviló entonces en que ni siquiera las joyas de la corona
inglesa en todo su esplendor lo hubiesen sobrecogido tanto. Tal vez aturdido por lo que
Argentina, desde que somos república? “No lo sé, quizá los muertos lo sepan”, le respondió
modo, los retoca, los embellece tejiendo una irreversible urdimbre que hace que la gente
Mientras escribe la obra que le comentó a don Jorge Calahumana, que escribiría si
encontraba lo que buscaba, recuerda que el viejo guerrero lo miró con condescendencia y
siguió explicándole que de los grupos de cartas uno de los más numerosos era el de los
visto partes de guerra que informan de batallas en las que el número de muertos era
uno y otro bando; no me refiero a guerras contra los países vecinos, porque de ésas ni
hablar; pues en ellas hemos perdido a decenas de miles de bolivianos”. Tomó un paquete de
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cartas y le especificó que ese paquete, en particular, era de la batalla de Yamparáez, “donde
Manuel Isidoro Belzu derrotó al cruceño Miguel de Velasco y se hizo de la presidencia del
país. Si quiere puedo mostrarles otros, pero sé que usted ha venido por algo especial”.
No es fácil para Antonio fijar las palabras del encuentro que sostuvo hace más de dos
décadas con el señor Calahumana, así que las va escribiendo una por una, intentando
recuperar las de tan memorable encuentro. Recuerda que hablaron acerca de que los
ellos. “Las guerras son cruentas todas. Creo que ciento setenta y tantos años de vida
republicana son pocos años para tantas muertes”, prosiguió Calahumana, hablando como si
“Esos papeles son sentimiento puro –siguió hablando el anciano que descendía de una de
las glorias bolivianas–, no pueden desvanecerse así porque sí, mi familia asumió la misión
de recogerlos y guardarlos. Intuyo que se está preguntando el origen del nombre y que hasta
fue producto de las circunstancias. No tiene nada que ver con la vara que floreció en el
desierto ni guarda las tablas de la ley de Dios, ni hay un solo grano de maná caído del cielo;
no tiene nada que ver con la alianza sellada entre Dios y el pueblo elegido de Israel. Se lo
explicaré detalladamente porque es una historia que me agrada contar cuando se presenta la
durante la Guerra del Pacífico, que se dio un 26 de mayo de 1880 en la meseta de Inti Orko,
una pampa al noroeste de la “heroica ciudad de Tacna”. En esa desigual batalla, en la que
lucharon nueve mil patriotas contra veinte mil chilenos, el enemigo perdió este gigantesco
cofre que usted está viendo, arrebatado por los bravos soldados del batallón “Colorados de
Bolivia”, que usted sabe que se llamaba así porque usaba los colores de la infantería de la
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primera línea de combate, los más valientes. Nuestras tropas notaron que el cofre además
capricho después de las batallas era repartirse los bienes del enemigo. Nadie quiso negarle
todos sabían que era una tarea que nos habíamos impuesto como familia, misión sagrada
para nosotros. La estirpe sucesoria familiar cumplió el encargo del primer guardián del
Arca hasta llegar a mi padre, quien añadió muchos escritos que trajo de la Guerra del Acre,
que sostuvimos contra Brasil en 1899, de donde regresó con media vida, enfermo de
paludismo, pero con la convicción de no permitir que las cartas desaparecieran. ¿No le
parece una pena que estos manuscritos no hubieran llegado a destino? Si los destinatarios
hubiesen leído su contenido muchas mujeres sabrían que no fueron olvidadas, que fueron
recordadas todos los días. Padres, madres y hermanos habrían derramado lágrimas
conmovidos leyendo palabras que jamás imaginaron que sus seres queridos y ahora
difuntos fueran capaces de escribir. Aquí está todo el dolor y todo el amor del mundo. En
este cofre, los sentimientos se juntan y se funden en uno solo. ¿Ya ve?, por eso también la
llamó el Arca de la Alianza. Pero, no todas las cosas son agradables, esta urna también
contiene cartas en las que se informa de traiciones; son breves anotaciones que destrozarían
una genealogía mítica. Si las leyéramos trocaríamos nuestra admiración por el desprecio.
Pero ¿para qué vamos a develar estos misterios? La historia ya está escrita y el país ha
sobrevivido pese a todo, revisar nuestra historia y destruir a algunos de nuestros mitos sería
contribuir a la desunión de este país que no termina de consolidarse. Además, sé que los
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fugaron de los campos de batalla o se vendieron al enemigo, son gente buena, honorable.
¿Para qué fregarles la existencia? No creo que sea justo hacerles pagar por los errores de
confidencias de hombres que las escribieron para que fuesen leídas y yo hice lo propio con
los papeles que recogí en la Guerra del Chaco cuando me tocó cumplir con mi deber de
soldado. Yo no sé cómo fueron las otras guerras, me imagino que igual en crueldad. En la
del Chaco, el territorio era tan amplio y desconocido para los bolivianos que se convirtió
también en nuestro enemigo antes que en nuestro aliado. Mi amigo y camarada Germán
Busch, el camba más valiente que haya conocido, bautizó al Chaco como el “infierno
verde”, ¿se acuerda de la cuequita? ¡Se dieron tantos enfrentamientos en esa guerra! que
tuve que convencer a varios soldados para que me cooperaran en la misión. Entre los
territorio, y a Justino Mamani, un aymara estoico que nunca se quejó de nada. El soldado
Mamani parecía que no necesitaba ni comer ni beber y siempre estaba presto a la hora de la
pelea; era una persona extraordinaria. Usted sabe que el calor y la falta de agua eran
insoportables en el Chaco y, sin embargo, a Justino parecía no afectarle nada. Pasados los
años lo he encontrado por las calles de La Paz de aparapita, cargando roperos sobre sus
espaldas, como si fuera una hormiga llevando una caja de fósforos. Del otro, del guaraní,
no sé qué será de su vida porque se quedó en su tierra. Ellos me ayudaban recorriendo los
campos de la muerte para recoger la correspondencia olvidada por nuestros soldados. Como
ya lo advertirá en el Arca también hay manuscritos de soldados paraguayos, como los hay
uniformes, los arropaba y cubría la piel de sus víctimas con una lúgubre palidez mortuoria.
Cuando recogíamos las cartas de entre los cadáveres no importaba a qué bando pertenecían
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los autores, en los reinos de la muerte ya no existen las fronteras. En las batallas no
importaba la casta ni la raza de los guerreros, todos éramos hombres nada más y estábamos
muertos si no sucedía un milagro que nos saque vivos del campo de batalla. Sin embargo,
parecía que con los guardianes del Arca sucedía algo extraño, era como si algo más allá de
la razón nos protegiera la vida para que pudiéramos recoger las palabras de los muertos.
Podíamos ser heridos en combate pero nunca mortalmente. Era como si los muertos
supieran que éramos los portadores de sus memorias, de sus vidas postreras, y por eso nos
protegían”.
Antonio recuerda que después de estas palabras, el anciano narrador de guerras tuvo que
tomar aire para seguir hablando: “Las fui juntando con las de otros soldados, que en
tiempos de paz fallecían solos y abandonados, sin familia. Guerreros cuya única
pertenencia era una carta o un cuaderno escrito para que sus destinatarios lo leyeran. Si los
entregaba; mi única recompensa era verles las caras emocionadas con lo que iban a leer y
mi íntima satisfacción saber que el testimonio del difunto no se perdería para siempre,
haber cumplido otra misión. Un día a la semana recorro las funerarias, donde ya me
conocen como el “viejo buscapapeles” que les compra esa sonceras. Deben creer que estoy
loco, pero no me importa, porque lo que salvo del olvido y de la destrucción es mucho más
importante que las apariencias. Así que, si está buscando algo que haya pertenecido a ese
señor Romualdo es posible que lo encuentre entre estas reliquias. Es posible, si lo que usted
Mientras Antonio rebuscaba entre los papeles, el viejo guardián se sentó a descansar en su
mecedora y viéndolo vulnerable le preguntó si conocía todo el contenido del Arca, si había
leído todo el material que contenía, porque entonces sabría si en su interior existía lo que él
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estaba buscando. El viejo murmuró algo que Antonio no pudo escuchar y después le
respondió que sí, que lo había hecho, pero que prefería que fuera él mismo quien lo
encontrara, “ya le dije que lo que se busca solamente puede ser encontrado si el objeto
Antonio siguió la búsqueda eligiendo con cuidado papel por papel, carta por carta,
cuaderno por cuaderno, escrito por escrito; el anciano siguió hablando, pero como si
invisible, se podía distinguir en el tono de su voz y en las palabras que usaba, que no eran
las que se elige para comunicarse con alguien desconocido. “Nadie sabrá de los genios que
se perdieron en las batallas –dijo–, tal vez hayamos perdido a algunos de nuestros mejores
escritores en las guerras que sostuvimos contra todo el mundo. Aquí tengo reunidas las
palabras más maravillosas que los hombres desesperados puedan concebir, porque los que
saben que van a morir no escriben embustes, tampoco adulan, ni prometen lo que no
pueden cumplir. Cuando prometen bajarles las estrellas a sus amadas es porque intuyen que
ése será su próximo destino, de allí podrán tomar algunas constelaciones y volver con un
racimo de ellas para entregárselas en otra vida. ¿Le dije algo de los poetas? Son los únicos
que pueden bajar estrellas. Yo releo las cartas en ocasiones en que me invade la nostalgia y
no me siento como un fisgón de la vida de otros, más bien siento que comparten conmigo lo
que hubiesen querido que sea leído”. Don Jorge Calahumana quedó en silencio, luego
pareció recordar que Antonio estaba allí y le recomendó que siguiera buscando: “Busque,
amigo mío, busque. Su vida puede estar en esas cartas, entre las líneas de las anotaciones de
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Antonio Robles se amaneció buscando. El viejo, que no tomaba alcohol, le invitó sin
embargo calientes tazones de té con té, preparados por él mismo, cargados con un
espirituoso pisco camargueño, “yo no tomo pero no me molesta que otros lo hagan”, le
decía al llenar la taza con el líquido caliente que despertaba a Antonio infundiéndole nuevos
Poco antes de que saliera el sol halló un documento que parecía el cuaderno de un
estudiante de primaria. Estaba empastado y llevaba una etiqueta escolar con la leyenda:
abrirlo leyó una pequeña introducción que advertía al lector que lo escrito tenía el propósito
de contar la vida de un hombre, quien lo leyera sin buena voluntad para comprenderlo o
con indiferencia o por curiosidad debía dejarlo sin destruirlo para que algún día encuentre a
su verdadero destinatario. Antonio sintió que los poetas, historiadores, artistas, novelistas y
que buscaba.
Años después del hallazgo del manuscrito, ya casado y mientras empacaba para dejar La
Paz e irse a vivir a Santa Cruz de la Sierra por razones de trabajo, tomó todo el material que
había acumulado entre los años 1987 y 1988, en intermitentes pesquisas de aprendiz de
investigador para comprobar tanto el contenido de la carta de la viuda como del cuaderno
cartón donde depositó sus pertenencias más queridas, álbumes fotográficos, originales de
poemas que alguna vez publicaría y los libros de sus autores preferidos, y los embarcó en el
Días más tarde de haber iniciado la novela, Antonio fue a visitar a la historiadora Paula
Peña, en el Museo Histórico Regional de Santa Cruz, para comentarle sobre su nuevo
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emprendimiento y pedirle consejos acerca de los textos que debía consultar para
comprender mejor el siglo diecinueve. La historiadora le sugirió varios títulos, entre ellos la
novela Juan de la Rosa, que ya Antonio había empezado a releer. Durante la conversación
le comentó la charla con Calahumana en la que habían acordado que “ciento setenta y
tantos años de vida republicana eran poco para tantas muertes” y Paula Peña le respondió
los bolivianos somos pendencieros; nos gusta provocar, incitar a la pelea, crear el conflicto,
por eso tenemos todos los récords de paros, huelgas y manifestaciones por cualquier cosa.
En Santa Cruz, un joven llegó al extremo de hacer una huelga de hambre en la Plaza 24 de
Septiembre para que su novia, que lo había abandonado, lo perdonara y volviera con él.
Dos décadas después, lejos de la ciudad de La Paz donde sucedió el encuentro con el Arca,
Antonio tenía al frente el viejo cuaderno con las palabras que traían a la vida la memoria de
Gregorio y eso era algo que no podía eludir; allí estaba el manuscrito, mostrándole el
camino por donde debían seguir las huellas de la vida del hombre por el que la viuda había
escrito la carta que reclamaba “una pensión alimenticia”. Cada vez que Antonio lo abría y
lo leía, revivía a Gregorio para que contara su historia. “Cuéntenos, Gregorio, cuéntenos”,
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La carta de la viuda
La carta que llevó a Antonio al descubrimiento del manuscrito en el Arca de la Alianza hizo
Honorable Congreso Nacional, un encantador espacio, desaparecido hoy, que estaba situado
en la planta alta del Palacio Legislativo, en plena Plaza Murillo de la ínclita La Paz.
El recinto que fue fundado en 1911 con cerca de cinco mil libros donados por países
sociales. Para ingresar había que subir la escalinata de mármol que empezaba en la Cámara
graderías cubiertas con una alfombra roja que abarcaba todo el piso de la Biblioteca, que se
encontraba rodeada de finos muebles de pino americano. Los anaqueles de madera eran
antiguos. Los estantes estaban protegidos con cristales opacos, especialmente fabricados,
con un escudo de Bolivia finamente labrado en la superficie. En el centro del lugar había
unas formidables mesas cubiertas de gruesos paños color verde, sitiadas por magnos
sillones forrados con tapiz de terciopelo rojo sangre. El sol ingresaba cálido por una alta e
imponente cúpula de vidrio por donde se colaban traviesas palomas que los empleados
tenían que corretear para que no se caguen en la cabeza de los padres de la patria que
El Palacio Legislativo sigue siendo el mismo pero los libros ya no están allí. En su lugar
funciona una especie de sala de estar de los senadores, donde reciben cómodamente a sus
visitas. No obstante los libros no se esfumaron en el gélido aire paceño; fueron trasladados
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en el año 1997 al edificio de la Vice Presidencia de la República, situado donde antes
Recuerda que era el año de 1987, y Bolivia vivía la resaca de la fiesta que significó
recuperar la democracia en 1982 después de muchos años de dictadura. Los políticos, que
se creían los dueños de la fiesta, eran los amos de la Plaza Murillo, especialmente del
Palacio Quemado, llamado así porque casi fue destruido por las llamas durante una
intentona golpista contra el gobierno de Tomás Frías en 1875. Los representantes de los
partidos políticos proscritos durante la dictadura de Hugo Bánzer habían vuelto creyendo
que el mundo era nuevo y que ellos lo estaban bautizando, su lema era que el poder se
había hecho para ejercerlo y lo practicaban sagradamente, con la misma solemnidad con la
que un cura celebra misa. Como resultado del recobrado poder de la democracia, un tío
cuando se jubiló la directora, una nonagenaria anciana que protegía los libros como si
leer y escribir.
invasión de las hordas bárbaras y había sufrido estragos durante los consecutivos años de
las dictaduras militares, faltando muchos ejemplares en sus estantes. Se suponía que el
inventario de los libros que existía antes de la llegada de la democracia y las fichas
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De los años que las dictaduras destruyeron todo vestigio que tuviera que ver con la
democracia palabra prohibida en los colegios por ser sinónimo de caos y anarquía, se
extranjero; se afirmaba también que muchos de los legajos con documentos antiguos habían
servido para menesteres higiénicos. En las charlas de la cafetería parlamentaria se decía que
que los oficiales diligentes con sus tropas ordenaron que los legajos permanecieran cerca de
los baños para que los sacrificados y obedientes soldaditos no tuvieran que pedir a gritos
todo un portento editorial, de la cual solamente quedaba el segundo tomo porque el ladrón –
para suerte de los bibliófilos bolivianos– se llevó únicamente el primero pensando que
Calpe, la Enciclopedia Jurídica Omeba, la Universal César Cantú, la Salvat y una variedad
Latino Español, impreso en el siglo diecinueve. Aunque los tratados de Derecho de varias
una que otra Edición Príncipe que databa del siglo dieciocho, como el Diccionario de la
Lengua Castellana, fechado en 1720, con una tapa de cuero de oveja que le brindaba un aire
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en compendios denominados “Los Redactores”, que contenían la transcripción literal de las
intervenciones de los representantes nacionales, en cada una las sesiones de las Cámaras de
Senadores y de Diputados.
El tesoro de la Biblioteca del Congreso era, sin duda, las partituras originales del Himno
Nacional, compuesto en 1845 por Benedetto Vincenti y cuya letra correspondía a Ignacio
Antonio recuerda con nostalgia los años que trabajó en la Biblioteca del Congreso mientras
vuelve a leer la carta de la viuda, la que encontró una tarde cuando, junto con otros
funcionarios, intentaba atrapar a unos ratones leídos que literalmente consumían libros. Al
abrir una de las gavetas de los estantes del depósito, se topó con una antigua hoja de papel
que leyó ahí mismo. Le extrañó que la hoja hubiera sobrevivido intacta a la glotonería de
ratas y ratones que no dejaban archivos o documentos sin corroer. La carta le intrigó tanto
papel valorado de diez centavos y poseía una hermosa litografía de uno de los tantos
era inexplicable, por la fecha que aparecía en la parte superior había sido entregada al
que haya existido un archivo organizado hasta 1988, año en el que la Biblioteca adoptó el
cuestionarlo ¿Qué hacía la carta en ese cajón? ¿Qué mano la guardó o la ocultó? ¿A quién
esperaba la carta?
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Escrita con pluma y tinta la carta poseía una caligrafía agraciada propia de los
profesionales, de los amanuenses que hace más de un siglo redactaban y copiaban este tipo
de correspondencia. El encuadre de cada una de las palabras y los rasgos de las letras eran
finos, se destacaba el especial cuidado que el autor había puesto en las mayúsculas, mejor
trabajadas que el resto, sin delatar un pequeño descuido en toda la redacción. Le llamó
también la atención la forma como alargaba letras como la ele o la ere hasta más allá de las
Con la hoja de servicios que acompaña pide que, por vía de Premio, se le acuerde una
pensión alimenticia.
Adelia R. Viuda de Villamil, vecina de esta ciudad, ante los altos respetos de usted digo:
que por los documentos que en fojas 57 acompaño consta que mi finado esposo, el Coronel
servicios importantes con honradez acrisolada durante cuarenta y ocho años, ha fallecido
sin dejar bienes de fortuna de ninguna clase; pues la cuantiosa que poseía fue desatendida
y medio por ciento mensual de sus haberes, para tener derecho al montepío militar
respectivo; y yo como su viuda y única heredera, tengo derecho a dicho montepío conforme
porque mi recordado esposo falleció en servicio activo en su calidad de Primer Jefe del
Cuerpo de Inválidos del Departamento. Ya que las estrecheces del Erario Nacional, no
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impetro el amparo del Honorable Senado de Bolivia y le ruego que, haciendo uso de la
acordarme, por vía de premio, una modesta pensión alimenticia: Será justicia.
Mientras la copiaba en la computadora recordó que los serenos del Palacio Legislativo
aseguraban que la Biblioteca era el sitio preferido por el ánima de una mujer que los
espantaba en las noches de tormenta. Por qué no pensar que el fantasma era el de esta mujer
buscando una mano que encuentre la carta y cuente la vida de su esposo, especuló Antonio.
Más intrigante aún que la misteriosa aparición de la carta era su contenido, que lo había
llevado a cuestionarse si solamente eran los desvaríos de una anciana, enamorada del
recuerdo de su marido, que pretendía justificar que le dieran una pensión que le permitiese
acabar dignamente sus últimos días. ¿Serían ciertas sus afirmaciones?, se preguntó Antonio
en ese entonces y ahora, veinte años después, las preguntas resurgían con la misma fuerza:
Cochabamba, Cobija y Santa Cruz? ¿Serían tantas las estrecheces del erario nacional, que
¿Habría prestado a la PATRIA –así con mayúsculas como lo escribiera doña Adelia en su
carta– servicios importantes con honradez acrisolada, durante cuarenta y ocho años?
¿Habría fallecido sin dejar bienes de fortuna? ¿Sería posible que una persona pueda
desatender los cuantiosos bienes que posee y dedicar todo su trabajo y empeño a la causa
pública? ¿Sería posible que hubiera existido un militar honesto? ¿Sería verdadera la vida de
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este hombre excepcional? ¿Qué suerte habría corrido “la hoja de servicios” que adjuntaba
la carta?
La interrogante sobre la honestidad de los militares surgía del permanente ataque al que
éstos estaban sometidos por los líderes políticos y los medios de comunicación, desde la
como si los civiles nunca hubieran tenido participación en sus gobiernos. Bolivia apenas
contaba con dos presidentes elegidos: El primero fue Hernán Siles Suazo, posesionado en
octubre de 1982, que tuvo que renunciar en 1985 antes de cumplir su mandato
constitucional de cuatro años, abrumado por las demandas salariales y por una criminal
inflación que hacía que el dinero no valiese nada de la noche a la mañana. Y el segundo fue
Víctor Paz Estenssoro que ocupó la silla presidencial luego de un acuerdo con otros
encontrara la carta en 1987, pero dejó pasar, caprichosamente, muchos años antes de
incitarle a ocuparse de su contenido y así cumplir con las providencias que le había
deparado el hallazgo de esa lejana tarde. Quizá esperaba que el joven irresponsable
madurara; o tal vez fue mera casualidad; cabe la posibilidad que fuerzas oscuras, más allá
La carta lo conmovió como pocas lecturas lo habían hecho y perturbó su rutina burocrática
durante varios días. La guardó para ver qué hacía con ella, para darse ánimo y comprobar si
su contenido era cierto o era de las tantas peticiones que la gente presentaba en el Congreso
para ver si con alguna “muñeca política”, podía conseguir que se apruebe su pedido.
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Antonio intentará escribir una novela tratando de ser fiel a los recuerdos que tiene sobre lo
que sucedió en los años en que la encontró. Sobre todo, se ha propuesto ser leal a lo que
pudo ser o fue la vida de don Romualdo Villamil. Ha resuelto también que, paralelamente a
Romualdo Villamil. Era de noche cuando Antonio cerró el archivo electrónico donde la
sirvió un refresco de la heladera para aliviar el tremendo calor que abochornaba la noche
cruceña. Su adolescente hijo Francisco, que estaba comiendo un sándwich luego de llegar
de sus clases de inglés, lo vio entrar y le dijo que necesita hablar con él. Antonio le
devolvió la mirada buscando su compasión y le explicó que había estado todo el día
escribiendo y repasando libros y manuales de historia de Bolivia, para escribir fichas sobre
los presidentes bolivianos del siglo diecinueve y que se sentía muy cansado. “Mañana lo
porque sabía que al día siguiente su padre tenía que asistir al “Foro”, como denominaban
Antonio y un grupo de conocidos suyos a las reuniones quincenales que desde hacía varios
años sostenían con el propósito de “intercambiar opiniones sobre la situación del país”, en
las que nadie podía hablar de temas que no fueran los relacionados directamente con el
momento político. Al contrario de otros corrillos típicos de Santa Cruz, donde los hombres
mujeres, de fútbol, de literatura ni de enfermedades. Por lo que había escuchado del propio
Antonio, su hijo pensaba que, en realidad, era una terapia de grupo encubierta en la que
consuelo que les permitía seguir soportando la vida mientras veían triunfar en la política a
personas que consideraban menos capaces que ellos y soñaban que, tal vez, algún día, “les
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llegaría la hora de manejar los destinos del país”. Por supuesto que Francisco no delataba
jamás sus pensamientos porque los hijos saben, en su infinita sabiduría, que educan a los
padres haciéndoles creer que son los mejores progenitores que la vida les pudiera dar.
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El Archivo de los militares
Para escribir la novela, Antonio tiene que conjugar varios tiempos históricos: el siglo
diecinueve, los primeros años del siglo veinte, la década de los ochentas de este mismo
siglo y los doce meses del año 2006, en pleno tercer milenio en los que escribirá siguiendo
historia. El método elegido lo tomó de un ensayo del filósofo Soren Kierkegaard en el que
afirma que repetición y recuerdo son parte de un mismo movimiento, “sólo que en
que la repetición, propiamente dicha, es recordar hacia delante”. Siente una sensación de
regocijo cada vez que recuerda los hechos y los repite en la escritura de la novela.
Antonio recuerda, mientras revisa los documentos que recopiló en el año de 1987, que al no
Biblioteca del Congreso, fue al Archivo Militar y allí su director, un mayor de Infantería,
gordito y con mirada incisiva que parecía buscar algo oscuro en el interior de las personas,
lo atendió amable pero receloso. Para el director, Antonio era un civil que trabajaba para los
políticos que cada día los denigraban en sus discursos improvisados en las sesiones de la
estuvo a punto de desertar de su misión abortando la idea que lo había llevado allá para
buscar documentos sobre el pasado militar del Coronel Romualdo Villamil, pero algo en su
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interior lo impulsó a seguir adelante. Recordó un consejo para la ocasión, que recomendaba
que las grandes batallas, se ganen o se pierdan, se dan, y él iba a dar la suya. Decidió lanzar
su última jugada y le mostró la carta que explicaba por sí misma el motivo de su visita y,
aleluya, obró el primer milagro, de muchos que se irían sucediendo a lo largo de ese año,
abriendo puertas para que Antonio continuara con la investigación. Le expuso al Director
del Archivo Militar con paciencia que, si era cierto su contenido, se podía tomar como
ejemplo la vida de este caballero para probar que siempre habían existido militares
honestos con quienes muchas veces la sociedad y los políticos no habían sido justos. “Son
interior, el director saboreaba la venganza. El oficial le pidió que regresara al día siguiente
pues tenía que elevar la consulta a sus superiores. Típica respuesta de los burócratas cuando
Como acordaron, al día siguiente estuvo firme a la hora señalada y el militar le informó
oficialmente que la superioridad castrense había decidido colaborar con “los sanos
logro final de su cometido”. Buscando los documentos que pudieran servir para descifrar el
pasado de don Romualdo Villamil se fueron relacionando y, con los meses, llegaron a tener
un trato casi amistoso, al punto que un día el militar le confesó su frustración profesional:
“imagínese un militar del Arma de Infantería, es obvio que debería estar capitaneando
castigaron enviándome aquí. Pero un día de estos volveré a los cuarteles, a mandar tropa”.
El militar le mostró los archivos, explicándole cómo los tenían catalogados y clasificados;
el hombre no amaba su trabajo pero sabía que era una misión que debía cumplir como buen
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soldado de la patria. Pasaron como tres meses hurgando entre los legajos, en su mayoría
tropezaron con partes sobre las fronteras escritos por oficiales destinados a las mismas. No
fue un trabajo constante, Antonio iba al Archivo cuando su trabajo lo permitía. Una tarde de
invierno, el director pegó un salto desde la mesa de lectura avisándole que había encontrado
algo. Era un pequeño legajo con tapa de cartulina de un color indefinible, entre verde y
azul, cosido a mano, cuya tapa decía: “Expediente de servicios militares y civiles que el
Supremo Decreto reglamentario del 15 de enero del año en curso. La Paz, Abril de 1887”.
En la primera hoja en un papel amarillento con el sello quinto del escudo de la “República
franquee los certificados de Teniente de Ejército que obtuvo en el año de 1839 y que, según
consta en la misiva escrita a pulso con pluma, “había perdido todos los títulos de los
“Ante esta evidencia no es vano suponer que, impetuoso, desordenado y rebelde, como
todos los jóvenes, el Coronel Villamil haya olvidado sus títulos en alguna cantina o
prostíbulo de barrio”, se burló el mayor Murillo que decía no ser descendiente de Pedro
Domingo, prócer paceño de la Independencia cuya efigie mira en silencio a los inquilinos
del Palacio Quemado. Algo inusual en la ciudad de La Paz, donde los paceños de apellidos
En el expediente tuvieron la suerte de hallar otro pliego que estaba escrito con una extraña
tinta de color café que se aguaba en algunas oraciones, haciendo ilegible el testimonio de
un señor Feliz (sic) Alipaz, quien ante un juez de La Paz afirmaba: “siendo de esta
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vecindad, propietario, casado y mayor de edad, a quien se le recibió juramento en forma,
en su mérito fue examinado al tenor del escrito y dijo: Que es cierto que en el año 1841
Calama ejercía el señor don Romualdo Villamil, funciones de Jefe de Ejército, bajo las
órdenes del Comandante finado don Manuel Peña, funcionando y mandando la tropa que
existía en aquel puerto; pero no recuerda exactamente la graduación del señor Villamil.
Leída que le fue persistió en su tenor y firmó con el señor Juez; de que doy fe. Ante mí,
Juan Pinilla, Feliz Alipaz” (Nota de Antonio: se refiere a Mariano Enrique Calvo quien
A los meses, después de trabajar azarosamente, es decir un día o dos a la semana, cuando
agotaron todos los archivos, habiendo escudriñado en cada uno de los legajos y rebatido
toda la estantería sin encontrar otros pliegos o pergaminos, el director del Archivo,
institucional del país desde 1825: “allá va a encontrar información sobre el quehacer en los
son gente muy meticulosa y aman su Archivo, han tenido el cuidado de guardar hasta
cuadernos y notas domésticas de los ministros”. Antonio le contestó que por su trabajo
todavía no podía viajar y entonces el militar soltó prenda y le aconsejó que visitase a un
coronel jubilado de nombre Felipe Sánchez Sosa, que poseía documentos militares que se
había “llevado en custodia” –le guiñó el ojo–, o que había comprado a los familiares caídos
en desgracia para luego venderlos al mejor postor. “Vaya donde el coronel Felipe Sánchez
Sosa, Felipe el Hermoso le decimos porque es más feo que pegar a una madre” le dijo, con
ese tono irónico contra las autoridades que solamente los paceños poseen a fuerza de haber
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crecido en una ciudad en la que el poder se ha enseñoreado de cada una de las oficinas e
Los empleados públicos han tenido que acostumbrarse a convivir con los militantes de los
partidos políticos; a soportarlos, para decirlo claramente, con jefes que cambian cada día,
casi tanto como cambiarse de ternos, razonó Antonio recordando los años que vivió en La
Paz. Ese fin de semana eligió ese tema para abordarlo en la reunión quincenal del “Foro”.
El director del Archivo le anotó la dirección en un trozo de papel y le recomendó que fuera
a su nombre porque de otra manera “lo sacaría puerta afuera y no lo atendería”. Es un tipo
desconfiado, le advirtió.
Llegó a la dirección referida con cierto desasosiego porque sabía lo que era enfrentarse a un
militar jubilado y cascarrabias, conocía muy de cerca a uno de ellos y reconocía que no
eran fáciles de lidiar. Creció con gobiernos militares y sabía que eran orgullosos y altaneros
a la hora de hablar de ellos mismos, mucho más siendo jubilados. “Son como los zorros,
pierden el pelo pero no las mañas”, se dijo. Y no se había equivocado, el militar lo recibió
de mal carácter, incluso después de insistir que iba recomendado por el director del Archivo
Histórico Militar, hasta que le repitió la historia de que la investigación podía reivindicar a
sus camaradas y le mostró la carta de la viuda. Fue así que se le abrió otra puerta. Durante
semanas, y tras varias botellas de singani que el veterano, de la Guerra del Chaco consumía
en los lugares que mencionaba la viuda. Pero Antonio no estaba dispuesto a dejarse derrotar
tan fácilmente y le preguntó si había otro lugar donde se podría hallar otros documentos.
“Quizá el Colegio Militar, el Estado Mayor, los archivos secretos de las Fuerzas Armadas,
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déme una señal”, le imploró al coronel Sánchez Sosa y éste, compadeciéndose, le respondió
que lo iba ayudar. Lo mandó a comprar otra botella del mejor singani, “traiga un San Pedro
–recomendó –, los otros son alcohol con esencia de uva” y cuando hubo ingerido el último
chuflay volvió a mirarlo de frente y le indicó que la única posibilidad “era buscar a un tipo
medio loco que se llama Jorge Calahumana, un individuo excéntrico que se jacta de ser
descendiente del Mariscal de Zepita, del gran Andrés de Santa Cruz y Calahumana, así que
usted no vaya a contradecirlo y mejor si le comenta el parecido físico que tiene con la
inmensa pintura del fundador de la Confederación Perú –Boliviana que cuelga en la sala de
su casa”.
Así fue como Antonio llegó a la casa del Guardián del Arca de la Alianza, donde la carta
obró un nuevo milagro logrando que el tesoro de las guerras se abriera para él. Dejó por un
la esposa de Antonio, le reprochó por la actitud ausente que había sostenido esas semanas:
“usted se ciega con cosas del pasado y del presente solamente le interesa lo político para
hablarlo con sus amigos del “Foro”, siempre parece agobiado por las noticias cuando le
quiero comentar algo. Le he pedido que me ayude con los papeles de mi padre y prefiere
seguir revisando ese cuaderno viejo que ayudarme a poner en orden los documentos que
que piden mi padre no podrá calificar para ser resarcido por los daños y perjuicios que
sufrió durante las dictaduras. Usted sabe que para él es muy importante que el Estado le
de un vivo”, le sermoneó. A Antonio no le quedó más que disculparse y prometer que al día
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Ya en casa de don Daniel, su suegro, lo llenaron juntos. Mientras Antonio leía las
preguntas, el suegro respondía: Edad, 79 años. Militancia, ninguna. ¿Estuvo preso?, sí, me
de San Pedro, en La Paz. ¿Cuánto tiempo?, seis meses y me dejaron libre sin un peso para
volver a casa. Tuve que recurrir a unos familiares que más tardaron en abrirme la puerta
que en pedirme que me vaya, porque los ponía en peligro ya que sabían que yo era
dizque porque andaba conspirando junto a otros que ni conocía y me llevaron a la comisaría
de El Pari. Allí estuve preso con José Luis Ibsen, un colega y amigo mío cuyo hijo, Rainer
Ibsen, había sido asesinado durante las primeras semanas del golpe de Bánzer. A José Luis,
lo hicieron desaparecer años más tarde cuando después de salir al exilio en Argentina
volvió para conocer a su hija de pocos meses de nacida. Sé que ahora Rebeca, una de sus
hijas sobreviviente, que en esa época tendría unos nueve o diez años, se ha convertido en
una tremenda abogada, viene trabajando incansablemente en juicios contra los torturadores;
es de los pocos familiares de desaparecidos que los ha perseguido y los ha metido presos.
¡Macha la mujer! Sé, también, que ya consiguió una orden para buscar los restos de su
padre y de su hermano en una fosa común en el cementerio “La cuchilla” que fue ubicada
por las declaraciones de testigos anónimos. Te cuento esto porque como a ti te gusta la
literatura debes saber que los desaparecidos eran parientes de Enrik Ibsen, el Premio Nóbel
de Literatura, aclaró don Daniel y siguieron con las preguntas ¿Fue torturado? Si, varias
veces y me quebraron costillas. ¿Salió exilado?, si, a Córdoba, Argentina en el año 1972.
Después quedé libre con el compromiso de irme de Santa Cruz, caso contrario me
aplicarían la Ley de fuga donde me encontrasen. ¿Le mataron familiares?, sí, a un primo y a
muchos amigos. ¿Ha tenido algún trabajo importante en el Estado después del retorno de la
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democracia a partir de octubre 1982? Diga si desde la recuperación de la democracia ha
No, ningún cargo porque no era militante de partido político alguno. Solamente el ejercicio
libre de la profesión de abogado. Después de llenar los formularios, hay que firmar y
adjuntar el testimonio de dos testigos, le dijo Antonio. No hay problema, respondió el padre
de su esposa. Mañana traigo a unos amigos, uno de ellos estuvo preso conmigo y ya le
hablé a otro que estuvo exiliado en Córdoba, ambos están de acuerdo en firmar como mis
testigos. Sabe Antonio, yo no tengo una jubilación porque nunca trabajé para el Estado para
asegurarme una pensión vitalicia. Nunca ahorré plata en el banco. Si nos dan esta platita,
será para pasar mis últimos años sin tener que molestar a ninguno de mis hijos. Cuando uno
se pone viejo es mejor tener, por lo menos, agua fría en la heladera, de lo contrario los hijos
y los nietos reniegan de uno y dicen ¿para qué vamos a ir donde ese viejo que ni agua fría
tiene para invitarnos? Además cada uno de ellos tiene sus propias obligaciones y no tienen
porqué hacerse cargo de un fósil del siglo pasado, que en vez de darles una buena vida
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La familia del Coronel
Una noche, mientras Antonio esperaba que retorne a casa Carolina, su hija menor, quien
padre cuya hija de trece años saliera a este tipo de eventos, quiso hacer hora trabajando en
que pudiese decirle algo, éste le recordó que durante varios días no había podido usarla para
realizar una tarea estudiantil porque él se le adelantaba. “Es mi turno, querido padre”, le
dijo, y Antonio no tuvo más remedio que sentarse en la sala a revisar las fichas y borradores
de la novela.
Mientras los revisaba se le vino a la memoria la manera cómo siguió las pistas que tenía a
mano para armar la historia familiar del Coronel. La pista evidente eran tanto el nombre
como el apellido del militar y el nombre de la viuda que firmaba la carta como Adelia R. de
primera letra, estigma de una sociedad en la que las esposas eran la sombra del marido.
Este detalle lo intrigó, pues conociendo el apellido de ella hubiera podido rastrearla con
contrario habría que imaginarlos como si fueran personajes de ficción y entonces dejaría de
Recuerda que mientras miraba los certificados encontrados en el Archivo Militar dedujo
que si Romualdo obtuvo su título de teniente en 1839, a partir de ese año había que buscar
la partida matrimonial. Supuso que los Villamil eran católicos, así que encaminó sus pasos
hacia el Archivo de la Iglesia Católica. Con el secretario del Obispo tuvo que apelar a su
educación católica en un colegio salesiano, darle nombres de varios de los sacerdotes del
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colegio Don Bosco y hablarle de las clases de religión para persuadirlo de que sus
Cumplidas las semanas, Antonio retornó al obispado y tuvo que frenar su impaciencia, pues
baño y, con él mirando sobre sus hombros, a su costado, de frente y de medio perfil, dieron
con el documento que buscaban. En papel de veinte centavos y con el sello quinto de la
celebrado el veintitrés de abril en el año del Señor de 1846, “en virtud al auto librado por el
vicario de la diócesis que después de las tres proclamas establecidas por el Santo Concilio
matrimonio a Romualdo Villamil con Adelia Rada”. Seguían los nombres de los testigos y
iluminaron los ojos al leer que el cura de la parroquia y bajo consulta al obispado “les había
se hallaban ligados los contrayentes”. El parentesco, en esa época, solamente podía saberse
Al unir los dos apellidos, Villamil y Rada, obtuvo el de un reconocido sabio paceño de
personaje que hablaba doce idiomas, incluso algunos que ya habían desaparecido, y era
poseedor de uno de los más extraordinarios museos de antigüedades que se recuerda. Era
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un aventurero empedernido, que cruzó las selvas bolivianas y llegó a ser presidente de la
por los paceños, porque ubicó el paraíso terrenal de las Sagradas Escrituras en la región
las faldas del colosal Illampu “el hacedor de aguas”, montaña que sería, según Villamil de
lugar de la campiña paceña. Según este singular sabio, el aymará era la lengua de Adán y
Eva, y de ella se desprendían todos los idiomas del mundo entero. Semejante tesis era
motivo de orgullo de los paceños, pero también de chanzas entre los intelectuales de otros
departamentos que, para no quedarse atrás, afirmaban que el paraíso estaba en cada una de
sus regiones.
En su entusiasmo, Antonio estuvo a punto de dar por sentado que una familia tan ilustre
sólo podía tener como descendiente a un personaje como Emeterio, quien se llevó al mar
sus secretos sobre el Edén aymara. Pero se equivocó. El sabio paceño nació en 1800 y se
Después, releyendo la carta primordial, reparó en que Adelia afirmaba ser la única heredera.
única heredera, parecía ser desmentida por el propio Romualdo cuando en una carta,
trágica situación familiar, afirmando que lo hacía “en resguardo de toda responsabilidad
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A la distancia de las primeras lecturas de los documentos que recopiló, más sereno y quizá
más objetivo, Antonio creyó que era posible que ambos tuvieran razón. Cabe la posibilidad
que entre 1881 y la presentación de la carta en el Congreso en 1901, vale decir veinte años
El ilustre apellido le permitió a Antonio imaginar que el militar poseía una formación
coleccionista de yelmos y cascos españoles, era fácil inferir que el parentesco traiga las
mismas virtudes. En fin, Antonio quiere creer que si Emeterio no fue el hijo que
hubiésemos esperado al menos hubiese sido el hermano mayor, pues Romualdo habría
referencia sobre posibles vástagos de la familia. Tampoco llevaba una fecha definida de
cuándo se terminó de escribir pero, si nos atenemos a las referencias históricas y a otros
detalles como la carta de doña Adelia, fechada en 1901, es probable que haya sido escrito
los primeros años del siglo veinte. Por lo tanto vamos a suponer que en esa época quizá
Gregorio no haya querido hablar de un dolor tan profundo como es la pérdida de un hijo, si
eso fue lo que sucedió. El acuerdo con los hechos del pasado es un pacto de caballeros, que
conlleva convenientes olvidos y rescata los momentos felices. Uno recuerda lo que le
interesa y, tal vez, Gregorio decidió no recordar algunas cosas. Respetando su amistad con
como padre” haya sido un error, un descuido del escribano, recordemos también que a la
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En otro de sus viajes a La Paz Antonio comentó estos detalles con su amigo Carlos Dávila,
historiador por mera afición quien en sus lecturas había hallado varios errores en las fechas
que, soberbios, tomaban sus sugerencias de mala gana. Luego de escucharlo, Dávila le
sugirió que consultara el tratado de Nicanor Aranzáes que además de ser un “Diccionario
principios del siglo veinte que abundaba en detalles sobre las familias paceñas basándose
lugar adonde va cuando quiere alejarse de todo y buscarse a sí mismo y, una vez allí,
“Diccionario Histórico del Departamento de La Paz” una referencia del primer Rada que
llegó a esa ciudad, un español que arribó en 1706 como Regidor. También en el Archivo
Histórico de Sucre encontró un libro de Manuel Carrasco, titulado “José Ballivián 1805–
1852”, publicado en Buenos Aires en 1960, en el que dio con una cita donde el autor
nombra a los “villamiles” como gente de confianza de Manuel Isidoro Belzu, dando a
Si la tarea de búsqueda de documentos no fue fácil en los años ochenta, no tenía por qué
mejorar con los años; por el contrario, muchas cosas pudieron haberse perdido sin remedio
alguno. Así que Antonio decidió movilizar a varios amigos suyos en la búsqueda y recurrió
a historiadores para que lo socorrieran en su iniciativa. Ya no podía echarse para atrás, así
que cuando retornó a Santa Cruz dirigió sus pasos al Museo de Historia Regional, buscó a
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Paula Peña, directora de ese recinto, a la que ya había acudido en otras ocasiones para
consultarle sobre algunos temas históricos, y llevó para mostrarle algunos de los
documentos antiguos que había recopilado en sus esporádicas investigaciones en los años
Luego llamó a su secretaria para que le trajera el libro de Aranzáes que Antonio le había
revoluciones en Bolivia”, que no era el que Antonio andaba buscando pero que le
aprovechó porque aludía dos veces a nuestro militar y, las dos alusiones, una en Santa Cruz
en la historia que Antonio intentaba contar. El libro que Antonio buscaba era el que se
refería a las familias paceñas y en éste, en cambio, el autor hacía un escrupuloso inventario
de las “revoluciones” que se dieron en el país, entre 1826 y 1903, es decir en setenta y siete
años. Para ser más preciso, entre los gobiernos de Antonio José de Sucre y José Manuel
Pando, entre aquel que pidió humildemente que preservásemos la obra de su creación y el
otro, soberbio, en cuya gestión presidencial perdimos el gigantesco territorio del Acre. El
resultado al que llegaba este curiosísimo historiador es que, durante esos años, se dieron
ciento ochenta y siete eventos que él llama “revoluciones”, pero que también pueden ser
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de Bolivia fue violenta, ésta sería la historia de un militar que sobrevivió a toda la
Luego de visitar a Paula Peña, Antonio regresó a su casa a repasar las cifras de “las
revoluciones” y pensó que en los cincuenta años de vida que él había cumplido hubo cerca
de treinta presidentes en Bolivia; intentó obtener la cifra exacta pero no puede acordarse de
algunas juntas y triunviratos militares que se sucedieron en las dictaduras. Días después, en
la ciudad de La Paz comentó con Carlos Dávila que haría falta otro Nicanor Aranzáez para
detallar la suma correcta, los nombres de los implicados, las fechas, los lugares donde
estallaron y la suerte que corrieron los implicados en los alzamientos, éste le contestó que
en esta época sería muy difícil conseguir un cura como Aranzáez que, libre de las
le dijo.
Después de su conversación con Dávila y antes de retornar a Santa Cruz, Antonio pasó por
el Viceministerio de Justicia para averiguar el motivo por el cual los papeles de don Daniel
presentarle su reclamo, Antonio se dio cuenta que aquel novel profesional no tenía ni la
menor idea de lo que fueron las dictaduras militares y que lo escuchaba como si le estuviera
computadora, esperó unos instantes y le respondió que fue eliminado de la lista porque no
tenía los certificados médicos de las torturas y los días de impedimentos causados por las
sus testigos gozaban de los avales políticos correspondientes. Antonio preguntó cómo podía
subsanar estas falencias y el funcionario le indicó que no había otro modo, lo pensó un
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momento y le aconsejó que fuera al panóptico de San Pedro y consiguiera un certificado de
que había estado allá en calidad de detenido político, tal vez podrían incluirlo. Antonio
postergó su viaje por unos días porque sabía que el trámite era muy importante para el
convenció al Gobernador para que lo dejasen buscar el expediente de don Daniel entre los
archivos. Antonio ya era experto en estos menesteres y supuso que no le iba a costar mucho
tiempo, pero los documentos estaban en tal desorden que en dos días no pudo encontrar
nada.
y le explicó que su búsqueda era inútil porque no iba a encontrar registro de ningún preso
político en las cárceles de Bolivia. “¿Usted cree que dejaban las fichas de los presos
políticos? No, se las llevaban al Ministerio de Gobierno, pero dudo que allá se las quieran
proporcionar. Forman parte de la historia oscura del país, de esa que nadie quiere recordar y
Y así fue, el policía tenía razón, en el Ministerio de Gobierno primero le dijeron que era
información confidencial y luego, viendo su insistencia, le informaron que los archivos que
contenían estos antecedentes fueron sustraídos por el coronel Luis Arce Gómez, Jefe del
fugaz gobierno de Lidia Gueiler, sublevándose contra la primer y única mujer presidenta de
Bolivia y Capitán General de la Fuerzas Armadas. Fue Arce Gómez quien asaltó el
Ministerio de Gobierno y cargó con ellos llevándolos el Estado Mayor. “Si usted tiene
“muñeca” entre los militares puede ser que le den “alguito de información”. Un conocido
suyo que trabajaba en el ministerio le aconsejó que mejor no insistiera, pues si bien éste era
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verdad, porque algunos de ellos habían traicionado a sus compañeros y sin embargo eran
héroes de la democracia.
Antonio regresó a Santa Cruz sin saber qué decirle a su suegro. Retrocedió a 1901 e
imaginó a Gregorio saliendo del Congreso, de regreso a la casa de doña Adelia sin tener
ninguna novedad que contar, buscando en su mente nuevas palabras para decirle lo mismo
que los anteriores días que, todavía, no había ninguna respuesta de parte del Congreso.
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El ayudante ilustrado
insólito, tal vez porque estas cosas no asoman por casualidad; hay siempre un acaso detrás
Biblioteca sentía una urgente necesidad de leerla y, poco a poco, se fue animando a
comprobar si el contenido era cierto ya que no venía acompañada de otros documentos que
prueben lo que afirmaba su autora. Durante meses recopiló documentos sin saber muy bien
Antonio recuerda que después de revisar el cuaderno de Gregorio Aguilar y comprobar que
eso era lo que buscaba, lo tomó entre sus manos y le rogó al guardián del Arca que se lo
prestara por unos días para tomar notas, presupuso que el hombre no iba aceptar, porque sus
palabras y su actitud acerca del cofre fueron las de alguien obsesionado con un deber que le
venía de un destino excepcional que lo asumía como el mayor propósito de su vida. Sin
embargo, sonriendo para disipar los temores de Antonio, Calahumana se lo ofreció para
tenerlo el tiempo que lo considerase necesario, “si usted no fuera el indicado, el manuscrito
Lo que Antonio tenía que hacer demoró mucho más de lo que esperaba. Pasaron los años,
se casó con la mujer que vio subir por las escalinatas del Congreso como si estuviera yendo
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Habían pasado casi veinte años desde que llevó el cuaderno a su casa en la ciudad de La
Paz, y recién en Santa Cruz, en el año 2006, pudo dedicarse a releer la carta y los
veces explorando las grafías con la lupa que le obsequió su hijo viéndolo en esos trajines.
El regalo de su hijo le mostró que, ahora sí, “las condiciones históricas”, como decían los
políticos marxistas, estaban dadas, y que era inútil intentar escapar de la trama que va
decidió ir La Paz para retornarlo a su lugar, junto a los otros escritos que se habían ido
reuniendo, guerra tras guerra, desde hacía dos siglos. Aprovechó uno de los viajes que
realizaba por cuestiones de trabajo a la ciudad del Illimani para probar suerte buscando a
familiares del señor Calahumana; suponía que él ya había muerto pues cuando lo conoció
en el 1988 ya era un anciano. En el sitio donde estaba la vieja casona republicana de dos
pisos encontró un edificio nuevo; el portero no conocía a ninguna persona con ese apellido
divisó una tienda antigua, de las pocas que aún quedan en La Paz, atendidas por ancianas,
donde no hay mucho que comprar, pero que no faltan “caucas” y “marraquetas” que alguna
vez fueron crocantes. Se acercó preguntándoles por don Jorge Calahumana, le respondieron
que hacía muchos años que había fallecido, que los familiares que vinieron a enterrarlo,
frustrado, una de las ancianas le dijo “espere, señor, no se vaya todavía, antes de morir don
Calahumana nos pidió que entregáramos esto a quien preguntara por él. No tiene
destinatario y usted es la única persona que ha preguntado por él durante estos años,
suponemos que debe ser para usted”. Le entregaron un manoseado sobre blanco que cuando
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lo tuvo entre sus manos sintió que su corazón casi da un vuelco. Buscó un café por la Plaza
Murillo y se sentó; pidió un expreso y abrió el sobre. Era un papel antiguo, amarillento,
como los del arcano cofre; sus dedos sintieron que era de los viejos folios y leyó la misiva.
“Querido amigo: Espero que se encuentre bien de salud y que la vida le sea amable.
Cuando usted reciba esta carta será porque ha venido a buscarme intentando devolver el
tuve hijos, por lo tanto no hay quien persista en la misión familiar de cuidarla. Sin embargo,
asumir mis familiares si quieren disfrutar de la herencia; no es mucho lo que dejo, pero es
lo suficiente como para que se apiaden del encargo de cuidar el Arca. Y me veo en la
seguro de que mis herederos vayan a cumplir con este compromiso, la mayoría vive en el
expresamente que se hagan cargo del Arca, que la guarden en sus hogares junto con las
cosas que aman; pero como yo no los crié, no sé si ellos serán capaces de respetar mi última
voluntad o si la botarán por ahí, en una tienda de antigüedades; esos lugares donde la gente
sentimental. A fe de cristiano no sé qué sucederá con el Arca, tampoco he querido que caiga
en otras manos para no correr el riesgo de su destrucción. Pero yo siempre he dicho que las
cosas son para quien las busca, así que estoy seguro de que el Arca encontrará a alguien que
valore su contenido y continúe la tradición. A propósito del contenido del Arca encontré
una cita de Arthur Schnitzer, un escritor vienés que dice: “El diccionario de la guerra lo han
hecho los diplomáticos, los militares y los gobernantes. Deberían corregirlo los que
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regresan de las trincheras, las viudas, los huérfanos, los médicos y los poetas”, Hermosa
frase ¿no?
le respondí como era debido, lo dejé con la duda. Creo que usted ya ha debido adivinarlo y
sabe, por supuesto, que lo conocía. El manuscrito le fue encomendado a mi abuelo por el
recomendó a mi padre a la sazón guardián del Arca. Lo releí muchas veces porque era
diferente a los otros testimonios militares; era la evidencia de una vida antes que un parte
castrense o un diario de guerra. Creo que eso era lo que usted andaba buscando para su
Suerte, mi joven amigo y espero que haya valido la pena concederle el manuscrito. Su
Antonio no pudo evitar la angustia que le produjo un nudo en la garganta hasta nublarle la
vista; hubiese querido hablarle del cuaderno de Gregorio, decirle que había llegado a la
conclusión de que el Arca que él cuidaba era lo más parecido a la de Noé, que así como ésa
salvó a la humanidad del exterminio total, ésta había salvado de la destrucción y el olvido a
aquellas palabras que los seres humanos nunca debemos olvidar, las palabras cariñosas, las
del amor, las del perdón, las de la amistad, las que nos hacen ser mejores cada día. Le
hubiese dicho que Rosario Moreno, una escritora argentina conmovida por el relato del
descripción de la mítica Arca de la Alianza y que años más tarde él había encontrado en el
versículo 16, que Dios recomendaba: “En el Arca pondrás los testimonios que yo te daré”,
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creyó haber encontrado la justificación divina de la misión que los Calahumana se habían
impuesto desde hacía siglos. Así como el arcaico cofre sagrado guardaba la palabra de Dios
en los Diez Mandamientos, el Arca de los Calahumana guardaba aquellas palabras, que
expresando nuestros sentimientos, nos acercan a Dios. Quiso llorar pero se contuvo. Evitó
hacerlo. Esa tarde, antes de retornar a Santa Cruz, llamó a la gente que figuraba en la guía
telefónica con ese apellido y no tuvo resultados, nadie conocía a Jorge Calahumana. Volvió
Antonio recuerda que cuando el Arca fue abierta pensó encontrar un diario de don
Romualdo Villamil. Inteligente e ilustrado como lo suponía, estimaba que pudo haber
cultivado esa costumbre bastante común entre los guerreros. Pregúntenle al Comandante
Ernesto Che Guevara y a todos lo guerrilleros de los años sesenta y setenta que nos dejaron
pretensiones porque se le reveló que ese manuscrito era la verdadera razón de su búsqueda.
militar de la talla de don Romualdo debió tener un ayudante, un soldado o sargento que lo
acompañaba a todo lado y fuera su mandadero, sus ojos, sus oídos y, algunas veces, su voz.
Varias veces presumió acerca de cómo y quién hubiese sido ese soldado y supuso que tenía
que haber sido un guerrero nato, un hombre al que no le importase ni su familia ni su tierra,
que podría ser un descendiente de Tupac Katari, un aymara pequeño, de piel curtida por el
sol y el frío del altiplano paceño; y en otras lo imaginaba como un quechua alto y fornido,
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ayudante quien, en la primera página y con cierta inocencia, se describía a sí mismo
confesando que era “un mestizo, hijo de español y una chola paceña, que había escapado
temprano del hogar y que se había enlistado en el ejército desde pequeño. Mi madre dice
que mi padre era un comerciante español que, con la excusa de ir a traer mercadería del
Viejo Mundo, no regresó nunca más. De niño me hizo sentir orgulloso de mi color blanco,
de mi herencia española y me enseñó a hablar como el cura de la iglesia. “Tu padre hablaba
así de bonito, como el padrecito de la iglesia y tú debes hacerlo también para que todos
sepan que no eres indio”, me decía halándome la oreja cada vez que hablaba como los
llocallas, por eso se me quedó la costumbre. En el ejército empecé como tambor de órdenes
hasta llegar a sargento al servicio del Coronel Romualdo Villamil, un hombre noble que me
tenía como amigo pero que muy pocas veces me lo hizo saber, quizá para no romper la
cadena de mando de los cuarteles. Las cosas que voy a referiros en estas páginas tienen que
amigo que iba a compartir con los lectores. En las primeras páginas del manuscrito
Gregorio reconocía que lo había escrito en los primeros años del siglo veinte (sin
Romualdo Villamil; ella había muerto de consunción y de pena esperando una pensión, un
premio decía ella, que nunca llegó. Antonio se acordó del viejo coronel colombiano, ese
entrañable personaje creado por García Márquez que esperaba el correo soñando con una
pensión que nunca le llega. Si el Coronel no tiene quien le escriba la viuda del Coronel no
Gregorio Aguilar cuenta que antes de conocer al Coronel él no sabía leer ni escribir como la
gran mayoría de los bolivianos de esa época, en la que las ilustres y acomodadas familias
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descendientes de españoles y los curas tenían ese privilegio. Narra que fueron unos gentiles
oficiales quienes lo acogieron en un regimiento cuando escapó del hogar materno buscando
alejarse para no ser una carga para su madre soltera y abandonada. Gregorio admite que
desde niño desarrolló una gran capacidad de observación y una prodigiosa memoria que
asustaba a sus compañeros de juegos. “No olvido nada de lo que veo y escucho. Recuerdo
hasta los más mínimos detalles sin proponérmelo”, dejó constancia en sus memorias. Esta
virtud o defecto, como se mire, hacía que Gregorio Aguilar recuerde fechas, nombres,
hechos, lugares con “pasmosa facilidad” como lo demostraba en sus relatos sobre sus
aventuras al lado de Romualdo Villamil. “Estoy seguro que ninguno de vosotros podéis
recordaros el tamaño, la forma y el lugar exacto de los lunares de cada una de vuestras
amantes, yo sí puedo hacerlo”, confesaba con el falso orgullo de los hombres de vida alegre
que se creen dueños del mundo y de las mujeres. En este párrafo del manuscrito, Antonio
cree haber encontrado a un pariente de Ireneo Funes, “el memorioso”, ese asombroso
personaje de Jorge Luis Borges que no tenía la dicha de los hombres felices: el olvido.
Cuenta que conoció a Romualdo Villamil cuando pasaba de los quince años, allá por el año
de 1848. Gregorio informa que Villamil regresaba de Tacna, Perú, sitio donde Miguel de
Velasco, presidente de Bolivia por cuarta vez, lo había nombrado representante comercial
de Bolivia, aunque le duró poco porque a los escasos meses de haber llegado a cumplir con
su misión Velasco fue derrocado y el nuevo presidente lo designó teniente Coronel efectivo
En sus memorias, Gregorio describe así a Romualdo: “Era un joven bien plantado, de
estatura mediana y amplia frente, de mirada profunda, llevaba un bigote espeso que se unía
a una acicalada chiva cuadrada, muy de moda entre los militares del siglo diecinueve, que
le daba un aire aristocrático. Llegó al cuartel buscando enlistar a los mejores oficiales para
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organizar el Cuerpo de Mando de su unidad: “Soldados: a la sombra de vuestras victorias se
cómo era la época en la que yo creía que todas las batallas eran contiendas entre héroes, me
presenté ante él y le dije: “Granadero Aguilar a vuestras órdenes, os prometo morir por la
Patria y por usted”. Me miró con simpatía y contestó que “un buen soldado ni se brinda ni
se excusa, pero aún es demasiado mozuelo para saberlo. Ya habrá tiempo, venga conmigo
para que lo aprenda. Y yo ansioso por servirlo, le respondí que será lo que mande Vuesa
Merced”.
y admiración. Ya sabíamos que era graduado del arma de Infantería de Línea y la mención a
este hecho equivalía, sin exagerar, al grande valor de aquellos hombres que enfrentaban
antes que nadie al enemigo. Eran los guapos de las batallas. Con ellos no vale eso de “los
últimos serán los primeros”. En la guerra los primeros son los primeros no más, y los de
Infantería de Línea eran los más machos y valientes guerreros. Los oficiales recién
incorporados declaraban sin ambages que con él podían ir a la batalla sin pestañear, y en
aquellos años de batallas sin vísperas esto era algo ejemplar. La primera vez que nos habló
lo hizo de manera tranquila, sin apurar las palabras; su voz nos transmitió confianza y
poder, virtudes que todo buen jefe militar debe poseer. Su discurso emanaba una profunda
fe en la Patria, una fe tan abrumadora que los que creían que Bolivia debía dividirse nunca
inquebrantable moral que nunca lo abandonó, ni siquiera en su lecho de muerte. Desde que
banquetes o compartiendo un plato de chuño. Yo, que no fui a la escuela fui aprendiendo de
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manera caballerosa de ser, ese don de gentes que no se enseña ni en las mejores
universidades. Durante los viajes, especialmente cuando teníamos que huir de los complots
en contra del gobierno que el Coronel representaba como autoridad regional, charlábamos
largamente sobre la formación militar, las epopeyas bélicas de la historia, los grandes
conquistadores y otras cosas que leía en los libros que lo acompañaban en sus alforjas
viajeras. Al principio yo no tenía mucho tema de conversación, así que un día hice un trato
con mi Coronel, él me enseñaba a leer y a escribir y yo sería su hombre más leal, tanto que
podía confiarme su propia vida. Creo que esta proposición lo emocionó porque no era un
Tan embalado estaba Antonio con la historia que cuando viajaba a la ciudad de La Paz no
perdía ocasión de buscar referencias sobre el Coronel Villamil. En una de sus visitas fue a
la Prefectura paceña a buscar datos sobre él, encontró que en el despacho del Prefecto
existe un cuadro pintado por Guillermo Irahola en 2005 que incluía a todos los prefectos
del Departamento desde 1826 al 2001. El cuadro, una obra pictórica sepiada, mostraba a
Romualdo Villamil con las características exactas que Gregorio Aguilar describiera
por José Luis Ballivián, un amigo suyo, Antonio comprobaría que el cuadro también podía
El cuaderno manuscrito entrañaba muchas cosas, vida, aventura, muerte, traición, amistad,
era una fuente de relatos, pero a veces la lectura se le dificultaba a Antonio porque la tinta
de las letras parecía diluirse y ni siquiera con la lupa lograba descifrar las palabras, había
algunas imposibles de leer, ni siquiera adivinar, tuvo que reemplazarlas improvisando con
otras que consideró apropiadas para el sentido y el espíritu del texto. Gregorio refería
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dejando escapar sus propias opiniones sobre lo que contaba “añadiendo de su propio
Sus descripciones son sinceras y escuetas; así cuando se refería a pueblos perdidos en el
altiplano decía que son lugares “donde solamente se escucha el viento frío de la puna
sola vida ya era un milagro y caseríos desperdigados por todo el territorio nacional, cuyos
habitantes parecían no haber visto nunca antes a gente blanca, despertaba la curiosidad de
los comunarios que se acercaban a ellos y los tocaban, “acariciando nuestras ropas y
nuestros cabellos, para ver si no nos estaban soñando, poco faltaba que nos pellizquen para
Pero son las ciudades donde más parecen disfrutar de los agasajos que les otorga la vida
misma: aquellos incipientes centros urbanos que marcaban el ritmo republicano de esos
años feroces cuando la patria nacía y la nación estaba en permanente campaña; las ciudades
donde se movían los militares y los doctorcitos, donde las conspiraciones estaban a la orden
Gregorio habla de Sucre, Cochabamba y La Paz, como los centros urbanos más poblados
del país en esa época de consuetudinarias confabulaciones para apoderarse del poder.
Describe a estas ciudades como lugares donde habitaban hombres cultos que deslumbraban
a las ocasionales audiencias hablándoles con una “claridad maravillosa”. Menciona a gente
como Vicente Pazos Kanki que un día contó que venía huyendo de los Estados Unidos,
porque pesaba contra él una orden de captura por sedicioso, condenado por haber fundado
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incluso una Constitución Política del Estado. La nueva república apenas duró unos días,
entrar a destruir sus ilusiones patrióticas. “Si un boliviano no funda una Nación en pleno
territorio norteamericano, ningún otro ciudadano del mundo lo habría hecho. Creo que un
hombre así hubiera gustado mucho al libertador Simón Bolívar y no creo que otro hubiera
tenido o tenga el valor o la locura suficientes para hacerlo”, apunta Gregorio que habría
Antonio Robles termina de escribir esta parte y cavila frente a la pantalla del computador,
que para los bolivianos la política forma parte de lo cotidiano, es como respirar, imposible
dejar de hacerlo. En este país todos juran no saber nada de política, todos son apartidarios;
alguien que no es de Bolivia, al escucharlos por primera vez hablar de sus gobernantes,
puede creer que la política para los bolivianos es cosa de los políticos, de unos cuantos que
se hacen dueños del poder. Sin embargo no es así, la clase media boliviana está siempre
con avidez y una buena parte de ellos está afiliado a un sindicato, a un colegio de
profesionales o a una organización social aunque sea una junta de vecinos. Los bolivianos,
aunque no lo parezca, están al tanto de todo, no se les escapa nada y a la hora de votar
saben muy bien por quién hacerlo. Después de las elecciones generales todos los
“buscapegas” aparecen con carnés del partido ganador, claro que si el candidato falla nadie
historia, un momento que trastocaba todas las costumbres políticas, sociales y culturales.
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Los que nunca pensaron tomar el poder lo hicieron, los arrebatados abuelos de la izquierda
radical de los años setenta, los dirigentes de los movimientos sociales y los nóveles
mano de un carismático líder sindical de origen aymara, que arrasó con la votación
venciendo en las elecciones generales con más del cincuenta por ciento de los votos.
Parecía que a Bolivia, país con las esperanzas siempre postergadas, le había llegado la hora
de las primaveras. Algo nunca antes visto en estos veinte años de democracia. Antonio
piensa que valdría la pena recordarles a los anti imperialistas la proeza de Pazos Kanki para
que, en una de ésas, se les ocurra levantarle un monumento al primer aymara que se animó
a enfrentar al águila imperial en su propio territorio. Con Carlos Dávila averiguaron que
este singular personaje también era autor de “El Evangelio de Jesucristo” escrito en español
y en aymará. “Les pasamos el dato a los actuales contestatarios de los Santos Evangelios”,
concluye Antonio.
Esa noche, mientras veía las noticias recostado junto a su esposa y comían uvas negras de
Tarija con queso fresco de la Chiquitania, Antonio caviló en lo paradójica que podía ser la
pequeño aymara de mirada astuta, que se debería prohibir la lectura en las escuelas. Que él
aprendió sobre la vida leyendo las arrugas de sus abuelos. Al principio la declaración oficial
le pareció una provocación poética, los indios jodiendo a los blancos; pero después, cuando
el gobierno indígena propuso que para “desmantelar el Estado colonial había que botar a
todos los blancos que lo representan en las instituciones estatales”, le pareció que la historia
estaba volviendo a la época de la Conquista cuando los españoles prohibían que los indios
aprendan a leer, y luego en la República, en la que los patriotas blancos y mestizos les
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impedían que ocupasen algún cargo en la administración pública que no fuera de porteros o
mensajeros. ¡Qué vida! Ahora la discriminación se invertía, ¡Qué vida!, pensó Antonio.
Al día siguiente de esos sucesos, sábado, mientras leía el periódico echado en la hamaca
guaraya que colgaba en la galería de su casa, se acercó Francisco, su hijo, y volvió a insistir
en la necesidad de hablar del “asunto urgente”. “Ya sé”, le dijo Antonio, de mala gana,
como queriendo demostrarle que los padres lo saben todo, querés mostrarme tus nuevos
dibujos manga, esta bien, tráelos, quiero verlos”. “No, esta vez no se trata de eso, es otra
cosa que me tiene preocupado”. “¿Problemas con tu corteja?” “No, no es nada de eso
tampoco, estoy preocupado porque hay unos chicos de la Unión Juvenil que han estado
reclutando jóvenes por toda la ciudad, que ya han ido varias veces al Centro Boliviano
Amboró para enfrentarse al gobierno. Dizque el gobierno de Evo Morales va a acabar con
la religión, va repartir las tierras, nos van quitar las casas y todo, incluso nuestras vidas
No les hagas caso, esas son burreras, nada de eso va a suceder, porque no pueden hacerlo,
para eso tienen que cambiar la actual Constitución Política del Estado, y la única instancia
que puede hacerlo es la Asamblea Constituyente. Así que no te preocupés, en este país
satirizando sobre el último mes de gobierno de Sánchez de Lozada, que creía que nada ni
nadie podía derrocarlo y al final tuvo que salir huyendo correteado, como alma que
llevaban los muertos de la sangrienta represión a la que sometió a los paceños durante el
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Antonio y Silvana han estado muy ocupados con sus respectivos trabajos y no han podido ir
respecto del trámite de su suegro. Se olvidaron de los papeles hasta que el propio interesado
les pidió que fueran porque a él le costaba mucho caminar. Antonio fue y esperó que
decenas de hombres y mujeres que hablaban de la cárcel y de los torturadores, del exilio y
apilados muchos fólderes amarillos le explicó cansado, hablando sin escucharse a sí mismo
de Justicia y que allá revisarían la nómina y los documentos presentados por los postulantes
y les iban a avisar si faltaban algo, “tienen que tener paciencia”, les aconsejó.
por las molestias ocasionadas, le pidió que no se angustie, que todo iba a salir bien, porque
sus compañeros de infortunio le habían contado que ya Naciones Unidas había tomado
cartas en el asunto, supervisando al Estado boliviano para evitar que las víctimas se queden
muchos de los que son diputados y senadores, o autoridades del ejecutivo estuvieron presos
y exilados, se supone que nos van a ayudar. Es lo menos que pueden hacer por nosotros y
por ellos mismos. Hace más de un año que aprobaron la Ley en el Congreso mediante la
porcentaje del monto total. Naciones Unidas ya lo hizo con las víctimas de las dictaduras en
que a un primo suyo que cayó preso en Salta, el Estado argentino le otorgó dinero como
indemnización por víctima de la dictadura y le alcanzó para comprarse una casita y meter lo
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demás en el banco para vivir de los intereses. Yo no quiero tanto, me contento con unos
pesos que me permitan vivir dignamente estos últimos años y listo”, dijo don Daniel y
luego le avisó que estaba al tanto de la novela que estaba escribiendo. “Yo sé lo que es
entregar una carta de un ser querido al que se sabe preso o se cree desaparecido. Cuando me
liberaron del Panóptico de San Pedro, los compañeros de infortunio me entregaron cartas
escritas en lo que tenían a mano, papel higiénico, pedazos de cartulinas o páginas en blanco
arrancadas de los pocos libros a los que tuvimos acceso. Al llegar a Santa Cruz lo primero
que hice fue buscar a sus familiares y entregar una por una las cartas. Uno se siente feliz
después de haber cumplido con tan noble encargo. Siga adelante, Antonio. A propósito, leí
en el periódico que Rebeca Ibsen, hija de José Luis y hermana de Rainer, ¿Se acuerda de
esos dos amigos míos desaparecidos durante la dictadura de Bánzer? logró la orden para
cavar en las fosas comunes, pero todavía no encontraron nada. Tarde o temprano van
encontrar y los restos y sus familiares podrán descansar en paz.”. Sí, lo sé porque el otro día
fue a buscar a Silvana para que la ayude con unos trámites judiciales y le dejó la novela “El
agorero de Sal” que trata sobre los desaparecidos en la Argentina, le dijo que a usted le iba
a interesar su lectura porque vivió en Córdoba y en esa novela hay referencias a esa ciudad
y a otras de la Argentina.
Tal como lo había decidido, Antonio, expuso sus teorías sobre la ciudad de La Paz en la
reunión del “Foro”, presuntuoso nombre que habían elegido en consenso ocho personas que
las húmedas charlas del baño público en la casa de alguno. Cada quince días se turnaban las
casas y los diálogos duraban dos horas, sin ninguna posibilidad de prolongarse. La
característica excluyente hacia las mujeres que habían adoptado los integrantes del “Foro”,
hizo que una amiga de Antonio los rebautizara como el “Club de Toby” haciendo referencia
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al personaje gordito de la historieta “La pequeña Lulú”, que fundó un grupo de niños en el
que estaba prohibido el ingreso de las niñas. La mención también era alusiva a una
Dos de los miembros originales del “Foro”, un potosino dueño de una imprenta y un
cochabambino economista, se habían retirado porque desde que subió Evo Morales, de la
por el “Foro” por temor a las críticas de algunos miembros que se mostraban
ausencia de los “masistas” en el “Foro” se comentó que tampoco iban a reuniones sociales,
ni a sus fraternidades ni a sus respectivas comparsas carnavaleras, peor a los lugares donde
corrían el riesgo de encontrarse con gente que pensase diferente a ellos. En los cafés se
Quedaron seis en el “Foro”, Arturo, un ingeniero forestal que había estudiado en Pinar del
Río, Cuba; José María, un pintoresco holgazán que vivía de sus rentas, Gonzalo, un médico
cirujano plástico que operaba reinas de belleza; Aristóteles, un ex concejal al que ningún
partido político había vuelto a invitar como candidato; Huáscar, un paceño que vendía
hablando por lo general de temas del día y luego todos podían opinar sin restricción alguna.
En esa ocasión Antonio aprovechó el conocimiento que tenía sobre la ciudad de La Paz
para explicarles que ésta era la Sede de Gobierno desde los albores del siglo veinte después
de la mala llamada “Guerra Federal”, un pretexto para que los paceños le quiten esa
cualidad a Sucre, olvidándose de lo federal y haciendo que Bolivia siga más unitaria que
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nunca. La Paz siempre fue condescendiente con los sublevados, con los golpistas para
decirlo sin eufemismos, es una ciudad acostumbrada a que la piropeen con frecuentes
proclamas en las que le declaran amor o reconocimiento con frases como “El paciente
pueblo de La Paz…”, hay que ser caraduras para usar la palabra “paciente” y “golpearla”
nuevamente, bromeó Antonio y siguió diciendo que creía que los paceños, para burlarse del
poder, habían optado por la implacable parodia de los gobernantes de turno, haciendo
escarnio de presidentes y ministros. Burlas tan frecuentes en las charlas cotidianas, que si
“Les cuento un chiste paceño contado en los bares, les dijo el Médico que había llegado
recién de las altas cumbres: ¿Saben por qué nunca se entendieron Gonzalo Sánchez de
líder de los cocaleros–, ¿No?, pues porque ambos hablan mal el español, el primero lo habla
como gringo y el segundo como indio. Sánchez de Lozada habla “gringostellano” y Evo
marzo del 2006, que tenían que ver con los nuevos capos de las oficinas públicas, la
mayoría de origen indígena. No importa que no tengás título, si poseés un linaje indígena
no necesitás más. Los licenciados Pérez del Castillo o el doctor Iturralde y Sánchez
Sorbona Quispe Huaricollo, metió su bisturí el cirujano. Lo que me gusta, propuso Antonio,
es que en la Cancillería acabaron con las dinastías de las tradicionales familias paceñas, que
desde los inicios de la República eran los mezquinos dueños de los cargos diplomáticos.
puros, los patrones de la burocracia son los pongos de ayer y se acabaron las pegas en el
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exterior para los hijitos de papá y mamá. Se terminaron las becas estatales para las familias
de rancio linaje. ¡Un aplauso para la “Revolución indígena”!, propuso Antonio y solamente
dos de los miembros del “Foro” lo secundaron en su moción, a los otros no les gustó mucho
el chiste. Gonzalo, quien también era conocido como el doctor Lalo, se molestó tanto que
afirmó que a él no se la charlaban los comunistas del gobierno, ateos, algún día Dios los va
a castigar.
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Los destinos fugaces
Desde que Evo Morales se declaró el “Primer Presidente Indígena”, en Enero del 2006, su
comienzo de otro que se abrió con la victoria por mayoría absoluta del jefe de los sindicatos
la felicidad para los pueblos indígenas. Los cambios se estrenaron con la triple posesión
considerado un milenario centro ceremonial de la cultura andina; allí, fue ungido con
supuestos ritos aymaras y lució una recién confeccionada bata andina con símbolos de
todas las culturas indígenas del territorio boliviano y un gorro de cuatro puntas
representando los cuatro suyus originales del desaparecido imperio Inca. Ese acto fue para
los aymaras el jacha uru, el gran día del que hablaban los mitos del Pachakuti que
prometían el retorno de los tiempos felices a la cultura andina. El Pachakuti formaba parte
de la concepción cíclica del tiempo que hablaba del fin de una era y del advenimiento de
otra, era considerado por los estudiosos como la dialéctica andina en la que en el mismo
enero, fue la que establecía la etiqueta diplomática para los invitados oficiales y se
Morales, fue trasmitido “en vivo y en directo” por CNN, la cadena informativa televisiva
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más importante del mundo occidental y cristiano. Ningún mandatario del mundo podía
Paz, culminó en una fiesta popular, en donde se dieron cita delegaciones de artistas de los
nueve departamentos del país y, por supuesto invitados como Eduardo Galeano y Hugo
idolatrado Bolívar elaborado con hojas de coca por el artista paceño Gastón Ugalde.
fractura étnica, lo indígena había dejado de ser un escarnio para llegar a ser un orgullo en la
vida cotidiana, un duro golpe para un país donde los políticos y burócratas ocultaban su
los treinta idiomas, dialectos y lenguas originarias de este territorio, daba un plus especial a
administración pública. Así como antes había que ser blanco para acceder a las buenas
pegas, ahora había que ser indio o por lo menos parecerlo, como muchos blancos
Antonio y sus amigos del “Foro” tomaron como tema de reunión la revancha indígena y
rieron hasta que les dolió el estómago, burlándose de los políticos que no querían jubilarse
ser portadores de ancestrales linajes originarios. Antes, como Michael Jackson, todos
querían ser blancos, ahora todos querían ser indios para no ser excluidos del proceso que
vivía el país. Al igual que la canción de protesta, que cantaba Antonio en sus años de
estudiante universitario, en la que pedía a gritos “que la tortilla se vuelva”, parecía que la
tortilla, por fin, se había volcado. La rebelión de las masas parecía haber comenzado. Y, así,
quienes antes poseían apellidos aymaras se los cambiaban por otros de sonidos europeos,
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convirtiendo a los Mamani en Magne, a los Quispe en Quisberth, a los Cholima del Beni en
Schollman, hubo en los juzgados y los registros civiles una creciente demanda por
apropiarse de los apellidos antes injuriados. Los Quisberth volvían a ser Quispe…
En el “Foro”, Huáscar que se jactaba de llevar el nombre de uno de los últimos incas, contó
buscando una astilla indígena, negra o mulata. Lo naif era sacar a pasear a la abuela de
pollera, que hasta hacía poco ocultaban en algún rincón de la casa. Los políticos, ladinos
como siempre, hablaban de “las sirvientas como si fueran sus hermanas, que los ayudaban
en las labores domésticas de la casa, y de las nanas indígenas que eran las verdaderas
madres de sus hijos”, sonrió Huáscar recordando a varios paisanos suyos que andaban en
esos afanes.
El peculiar estilo de vestir sin corbata de Evo Morales había ocasionado que los políticos y
burócratas que antes usaban trajes a medida y compraban carísimas corbatas italianas de
seda, los cambiaron por chompas de alpaca, chamarras de cuero, zapatillas tenis,
Socialismo no solamente arrasó con la votación; también lo hizo con las corbatas de todos
los roperos de los funcionarios públicos y de los “masistas” de la clase media; lo que antes
era un motivo de vanidad se convirtió en una deshonra. “Blanco encorbatado”, pasó a ser la
denigración preferida de los ultrajados del pasado. Muchas tiendas de ropa que vivían de la
vanidosa burocracia estatal, se quedaron con grandes stocks de corbatas, camisas blancas y
común chompa que Evo Morales usó en su gira por diez países, antes de ser asumir la
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andinos cifrados en los colores y la textura, extraños mensajes que antropólogos y
escribiendo eruditos artículos que eran publicados por los mejores diarios y revistas del
mundo entero.
Antonio no puede dejar de pensar que en menos de tres años, de la caída de Gonzalo
Sánchez de Lozada, autor de todos lo males del país para los nuevos gobernantes, se había
acelerado el proceso de transformación de una nación mestiza con acentuado racismo, a una
con recién descubiertas atávicas convicciones indígenas, que desataba inusitadas polémicas
en los círculos intelectuales. Bolivia vivía un momento histórico único que podría definir la
vida del país por los próximos cincuenta años. Estos pensamientos le sugirieron a Antonio
que bien podría establecer ciertos paralelismos o diferencias mientras iba escribiendo la
prácticamente, desde 1839 a 1904, el primer periodo republicano de los grandes caudillos
bolivianos.
Abrió el fólder de plástico donde tenía guardados los documentos, los revisó uno por uno y
los ordenó de nuevo para tenerlos a mano a medida que avance la escritura. Tan
ensimismado estaba que no escuchó a Silvana, su esposa, que desde el comedor, lo llamaba
para cenar. Carolina, su hija menor, comentó en la mesa y en voz alta para que Antonio la
escuchase que desde que comenzó a revisar ese manuscrito antiguo y a leer esos
Silvana al ver que no venía, sentenció que se había ido de viaje al siglo diecinueve a buscar
a un personaje que había peregrinado por todo el territorio boliviano. “El cuerpo de su
padre está entre nosotros, pero su alma y su mente están recorriendo las calles de las
ciudades bolivianas de hace doscientos años”, les advirtió a sus hijos. “Sí, ya me di cuenta”,
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dijo resignado su hijo Francisco, “estoy intentando hablar con él desde hace varias semanas
y no parece tener unos minutos para hacerlo. Tal vez cuando termine de escribir, ya sea
tarde para lo que tengo que contarle”. “Si se “cuelga” muy seguido, vamos a tener que
Silvana volvió a llamarlo recordándole que los horarios de comida eran sagrados y que en
eso no iba a transar. Antonio, displicente, ingresó al comedor y se sentó con su familia.
importantes en su vida, parecía que lo había empezado a escribir cuando se dio cuenta de
que la memoria se le estaba yendo por los huecos que los bichos del tiempo carcomían en
Antonio tuvo la impresión de que, al final de sus días, Gregorio se había perdido en el
laberinto de sus recuerdos y al no saber cómo salir saltaba de una anécdota a otra, buscando
la puerta que lo conduciría al olvido definitivo. Antonio decidió organizar el testimonio por
temas. Una de las cosas que le llamó la atención fue que el cuaderno tenía señales de que
varias hojas habían sido arrancadas. De las partes mas intensas del cuaderno se destacaba la
de los viajes que emprendieron por el territorio boliviano cumpliendo misiones para los
distintos presidentes que se sucedieron durante la segunda mitad del siglo diecinueve. El
permaneciendo a su lado en las buenas y en las malas. “A veces nos enviaban a lugares
lejanos sin dotarnos de alimentos ni dineros, y el buen Coronel tenía que empeñar algo de
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requiriera. Buen nombre que se vio mancillado injustamente por los vaivenes del poder
Según el testimonio, Romualdo Villamil fue autoridad en muchos otros lugares además de
los que mencionaba su esposa en la carta al Congreso. “Viajamos tanto por Bolivia y por
tantos años que un día, de los muchos que solíamos pasar conversando, respondiendo a su
preocupación de por qué yo no me casaba todavía y formaba un hogar, ya que los años
pasaban y corría el riesgo de quedarme solo, le manifesté que no esperase milagros porque
el camino era la casa de los que nunca tuvimos una; que las posadas eran nuestro hogar,
viaje, y aunque el alojamiento fuera totalmente desconocido nos parecía, o así lo queríamos
creer, que los cuartos y las camas, donde antes reposaron otros viajeros, eran los nuestros.
El calor humano de quienes durmieron se iba acumulando y nos cobijaba a los recién
llegados. ¿Sabe mi Coronel? Voy a exponeros el por qué, gente como yo, soldado de esta
patria incierta, viajero empedernido, no se casa nunca; porque para nosotros las callejeras,
las mozas de las bodegas, las mucamas, las aguateras son nuestras mujeres; nos atienden
cariñosamente, nos halagan y se portan tan bien en la cama que cuando llegamos a un
pueblo o a una ciudad lo primero que hacemos es buscarlas para sentirnos bien, para creer
que estamos en casa. Luego me callé para pensar en lo que había dicho, que me había
salido no sé de dónde y le supliqué no le vaya a decir a doña Adelia, porque ella espera que
siente cabeza y algún día me case con “la moza más fermoza de La Mancha”, pero así no
Gregorio aclara también que, al mando del Coronel Villamil, había alcanzado el grado de
sargento; un honor para alguien que no pertenecía a las familias patriotas ni tenía bienes ni
rentas. Después de organizar la plana mayor y las tres compañías que conformarían la
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Columna de Preferencia, fue designado Prefecto interino del Departamento de La Paz, por
Manuel Isidoro Belzu, a la sazón Presidente de Bolivia, en el año de 1849. Gregorio agrega
que el culpable de los sucesivos destinos fue un tío de Romualdo llamado Idelfonso
Villamil que, siendo Prefecto de La Paz, cayó gravemente enfermo y fue quien sugirió el
nombre de su sobrino para que lo reemplace. “Si el viejo e’mierda no se hubiera muerto,
quizá nadie se hubiera dado cuenta que el Coronel era un gran administrador
departamental”, comenta Gregorio, para confirmar que luego de esa misión se sucedieron
las demás designaciones, tan presurosamente que a veces más tardaban en llegar a un lugar
preguntaba con ironía ¿Qué es lo que hay? ¿Adonde nos vamos ahora?”, da cuenta
Gregorio.
Como prueba señala que ejerciendo de Prefecto de La Paz fue designado Prefecto del
Litoral el 11de junio del mismo año de 1849, es decir tres meses después de su nominación
donde también se hizo cargo del mando militar del Departamento. Allí conocí el mar y supe
por qué lo salado era un sabor inolvidable. Ese mismo año en octubre tuvimos que regresar
la Ciudad de La Paz. Media vuelta comandante”, ilustra nuestro comedido cronista, para
luego establecer que “no era solamente una cuestión de confianza personal, o por la buena
administración de los recursos públicos, tenía que ver con la imposición del orden en
“Pero si creímos que íbamos a estar un buen tiempo en la ciudad del Illimani, nuestro
altamente satisfecho del patriotismo y celo con que ha servido Ud. a esa Prefectura y en
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consideración a que sus servicios son más importantes en la Prefectura de este
suficiente despacho”. Gregorio anota que eso decía la carta que les llegó a Cobija y luego
Y luego prosigue: “Eso sucedió en mayo, porque en septiembre del mismo año, 1850, y a
Consejo de Ministros considera necesarios sus servicios en ese distrito. ¿Ya ven lo que les
digo?”, interroga Gregorio al posible lector de sus memorias y luego agrega que el Coronel
Villamil parecía el comodín de un juego del poder cuya baraja estaba en manos de
ambiciosos que juraban ante Dios y si fuera posible ante el Diablo que lo hacían por la
Patria”.
“En la ciudad de La Plata, que antes fue Charcas, Chuquisaca y que en esa época ya había
sido bautizada Sucre, pero que las familias tradicionales de la ciudad que se reclamaban de
descender de nobles españoles se negaban a llamarla con el dulce apellido del Mariscal de
Ayacucho, argumentando que ellos habían nacido “villaplatenses”, lo primero que hicimos
fue buscar a doña Juana Azurduy, que había sido nombrada Coronela por los Ejércitos de la
Argentina pero que era ignorada por los nuestros. La Coronela como le decían sus amigos,
era de los pocos sobrevivientes de los guerrilleros de la independencia que no habían caído
en combate. La visita agradó mucho a doña Adelia que sentía especial admiración por esta
“Recuerdo que años después escuché al Coronel enfrentarse en una agria discusión con un
bigotudo escritor beniano que sostenía que la liberación de nuestro territorio era cuestión de
tiempo. Que tarde o temprano los guerrilleros y jefes de las republiquetas, de los famosos
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batallones de los valles que tenían nombres como “Batallón Aguerrido”, “Batallón
ejército invasor que, aunque luchaba contra los españoles, nos era extraño. El escritor
españoles, se creó un vacío de poder que fue llenado por los otroras realistas que estaban a
la mano. El Coronel Villamil no estaba de acuerdo con esa posición porque creía que sin la
fuerza de las tropas de Bolívar y Sucre eso hubiera sido imposible. “No hablemos mal de
alguien con ideas contrarias al Libertador. El Coronel creía que no hubiera bastado con el
arrojo de gente como Juana Azurduy, Manuel Ascencio, Martín Guemes y otros, que hacían
“Estamos en peligro, mi leal ayudante, como nunca antes lo estuvimos, me advirtió un día
que pasamos por la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier de
mano a los mejores ejércitos de Sudamérica; que hemos dormido en la intemperie corriendo
el riesgo de ser atacados por hombres y fieras salvajes y que hemos sobrevivido a
ese tipo de peligro, es otro mucho más dañino y, ante la contingencia de sus ataques, no
“No hay problema hoy mismo consigo puñales, insistí haciéndome el loco como si no
que nada de eso nos serviría ante un ataque a mansalva de este intangible mal. El peligro
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que nos acecha no usa armas convencionales, ni siquiera facinerosas como las de los
arteramente las calles de esta hermosa como inocente ciudad. Las armas de la política son
las palabras y sus tácticas son la adulación, la calumnia, el perjurio y la traición, que
ocasionan heridas mucho más mortales que cualquier arma conocida. Aquí subsisten
alimañas letradas inimaginables para el común de los mortales. Estamos en la tierra de los
nombre, pero que lo hizo para lisonjear al Libertador Bolívar y, así como ayer fue apegado
al Rey de España y hoy es republicano, no sabemos con quien estará mañana porque los
hombres como él solamente son partidarios de sí mismos. Fíjese Gregorio que ahora nadie
se acuerda de Bolívar y menos de Sucre; el mismo Olañeta, tras que se fue del país el
vencedor de Ayacucho, sedujo a la mujer de su amigo Antonio José de Sucre y la hizo suya.
¡No hay derecho! ¡Cuidado! Hay que permanecer en vigilia. Mientras vivimos en Sucre
que le comenté al Coronel y, como siempre lo hacía, me corrigió que no se decía “realisto”
“Y así lo hicimos intentando no hablar más de lo debido, para que nuestras palabras
solamente digan lo necesario y no nos fuesen a interpretar como les diese la real gana. Fue
el tiempo de las cautelas y los silencios. En las reuniones sociales permanecíamos con la
orejas paradas y punto en boca y cuando nos preguntaban porque no hablábamos mucho,
respondíamos que “las palabras son plata y el silencio oro”. Pero igual nos acusaron de
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tomar providencias contra propagadores de noticias falsas que derramaban rumores
estrenando monturas finas de dos picos; nuestros caballos se encabritaron presintiendo algo.
Detectamos que, en los pelados flancos de las colinas cercanas, habían apostado varios
honderos que al verse descubiertos movieron sus hondas de correa trenzada lanzando
certeramente piedras que derribaron a nuestra escolta poniendo en peligro nuestras vidas.
Yo tuve la suerte de agacharme en el momento que pretendían asegurarme con otra piedra
que logró hacerme volar el sombrero de fieltro que acababa de comprar en la ciudad.
Coronel no quiso saber que, días después, el cabecilla de la celada fue pasado por las armas
y enterrado donde nadie pudiese encontrarlo. A veces hay que deshacerse de la basura. El
decía que había cosas de las que era mejor no enterarse ni averiguar y ésta era una de esas.
¿Por qué lo iba a apenar con estas muertes? Para eso estaba yo, su fiel ayudante”.
Sucre, la ciudad de los cuatro nombres, antiguo territorio de los indios Charcas que
Antonio recién había podido visitar veinte años después que el Director del Archivo Militar
Nacionales de Bolivia”, cuya Directora, Marcela Inch, le abrió las puertas para que
prosiguiera con sus investigaciones, y le comentó que guardaban la memoria histórica del
Federal” esta pasó a la ciudad de La Paz que quedó en los hechos como “Sede de
Gobierno”. “Parece que allá la documentación no cayó en buenas manos y como decía don
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Gunnar Mendoza –célebre exdirector del Archivo–, los primeros treinta años del siglo XX
Aguilar acerca de los destinos y cargos de Romualdo Villamil era evidentemente correcta,
ratificando las designaciones que las autoridades competentes, algunas veces el propio
Presidente o algún ministro de Estado por encargo presidencial, lo honraban con cargos
Mientras escribe el texto, considera necesario tener en cuenta que las contraordenes se
hayan debido a los repentinos cambios de presidentes que hubieron durante nuestra historia.
Tanto que hubo ocasiones en las que no duraron ni un día en Palacio de Gobierno.
dio con una pequeña referencia sobre Romualdo Villamil como Prefecto de Sucre, Cobija y
Santa Cruz.
Antonio estuvo en Sucre varios días, una tarde mientras caminaba entre los cuidados
desplegado una inmensa manta roja, gigantografía las llaman, que anunciaba con letras
blancas: “Aquí nació la libertad”, se detuvo, la anotó en su agenda y pensó que aquí
también nació la patria, pues fueron los límites territoriales de la colonial Audiencia de
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Charcas los que se tomaron en cuenta para definir el territorio nacional, esto bastaba para
destruir los argumentos de quienes pensaban que Bolivia se fundó en “el territorio que
quedó después de que las demás posesiones españolas en el continente americano fueron
liberadas”, como pretende hacer creer un gringo que se las da de historiador, un tal Martín
A su regreso a Santa Cruz y pensando en la ciudad de Sucre, Antonio consideró que, con la
“Capital Política de Bolivia”. Lo que no sabe todavía si será bueno o malo para la gente
linda que son los chuquisaqueños. Luego pensó lo mucho que le hubiera gustado a doña
Adelia saber que la Ciudad Blanca se convirtió en la única urbe del mundo en la que se
podía leer poemas en las esquinas de las calles, carácter lúdico que había motivado a la
poeta Kihili Kunturpillku a escribir una novela sobre Sucre. Y en la ciudad de los cuatro
nombres, Antonio, fanático de los graffiti, leyó uno en una esquina cerca de la Plaza 25 de
Mayo que aludía poéticamente al reciente pasado “bloqueador” del Presidente Evo Morales
y lo anotó para el “Foro”: “Únete al bloqueo, despierta al Evo que hay en ti”.
“Y fue allá, en Sucre, como ya la llaman ahora a fuerza de persistir en ello, que vivimos una
de las mayores conspiraciones, en las que casi pierde la vida el presidente Belzu y nosotros
con él. Fue cuando Agustín Morales, uno de sus feroces enemigos y otros sublevados, le
tendieron una celada cuando realizaba su paseo habitual por el parque “El Prado” y lo
hirieron brutalmente dándolo por muerto, dirigiéndose luego a tomar el cuartel de San
Francisco para hacerse del batallón y avanzar hacia Palacio de Gobierno. Anoticiados un
poco antes del vil atentado, por un estudiante que llegó hasta el refectorio diciéndole al
entonces teniente Coronel Romualdo Villamil: “Tengo un recado para vuestra merced,
escuché a unos estudiantes decir en las aulas universitarias que hoy iban a matar al tirano”.
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Como no nos dijo dónde se iba a realizar el crimen, corrimos hasta el cuartel y nos
parapetamos allá con los soldados leales al Presidente, entre los que estaba el temible Pedro
Villamil, primo de Romualdo. No confiábamos en los oficiales porque sabíamos que, ante
la promesa de ascender de grado eran capaces de entregar a sus padres para que sean
fusilados en el acto. Cuando llegaron el traidor Agustín Morales y sus conjurados, gritando
a viva voz: “Camaradas a salvar a la Patria que el tirano ha muerto” los recibimos a tiros,
contestándoles que era mejor que salven sus traidores pellejos porque estaban frente a
hombres dispuestos a vender caras sus vidas. No fue necesario pues viendo nuestra
resolución suicida se retiraron quedando sin tropa para tomar sus objetivos. Belzu se
recuperó milagrosamente del atentado y la gente pensó que resucitó como Cristo de entre
los muertos. Se recuperó a los días y nos felicitó por tan heroica acción.” Sobre este
devoto de la Virgen del Carmen, Belzu, en agradecimiento por haberle salvado la vida
mandó edificar el templete de la Rotonda, cuya imagen fue traída de Italia y cada 16 de
julio se la festeja sin que los creyentes recuerden quién mandó construir la capillita.
“Al año siguiente volvimos otra vez a Cochabamba. Pero antes de hacerlo el Coronel
Villamil me ordenó comprar 300 ejemplares de la Constitución Política del Estado para
regalarlos a nuestro paso por las provincias. “La gente debe conocer lo que dice la
que explicarles primero el nombre de la Patria, la gente nos miraba sin entender quién era el
“Quien esté leyendo se preguntará por qué tanto traslado y por qué el Coronel Romualdo
Villamil y no otros militares de más alto rango o con mejores relaciones familiares. Bueno,
yo creo –explica Gregorio– que era porque el “Tata” Belzu lo consideraba un hombre justo,
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ecuánime y leal como ninguno, merecedor de toda confianza. Y en esos años la confianza
era tan escasa que no había “confianza ni en su camisa” como lo expresó el general
el acto, para que sirviera de advertencia a futuros traidores. Antonio recuerda que de niño
Colombia del barrio San Pedro de La Paz. Recuerda la camisa agujereada por decenas de
Gregorio insiste en su testimonio en que la desconfianza era tal en esos años que “ni bien
lugar en cuestión porque suponían que su sola presencia podía calmar los ánimos de los
golpistas. Y así era, porque ni bien llegábamos, los conjurados salían desbandados como
condición de distinguidas familias paceñas y todos los días como si hubiera sido fiesta
comíamos banquetes Los fines de semana yo me iba a las quintas en las afueras del pueblo
a beber chicha, considerada por los ricos como “bebida del diablo”, porque de borracho
nadie se acordaba lo que hacía. Las inevitables resacas eran combatidas con suculentos
picantes que abrían otra vez las ganas de seguir consumiendo el brebaje demoníaco. La
verdad es que, en Cochabamba, yo humedecía el gañote con la misma avidez con la que
perseguía a las mozas quechuas del valle, ¡hermosamente hermosas! Cochabamba fue un
destino especial para ambos; nos gustaba la gente y el paisaje, amén de la comida y de la
refiriéndose a su ciudad como “La Reina de los Valles”, afirmando sin ninguna modestia
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que durante la Guerra de la Independencia perdieron a más de la mitad de su población, por
“Conocedor de las simpatías de los Villamil por Cochabamba, fue que el ciudadano General
“Prefecto en propiedad del Departamento de Cochabamba” lo cual era mucho honor para
una autoridad, porque siempre los designaban de manera interina para poder botarlos sin
tener problemas con el Congreso, que era la instancia que debía designarlos oficialmente”.
Como ya lo hemos comprobado, después de relatar ciertos hechos, Gregorio Aguilar tenía
la costumbre de agregar algo de su cosecha. Lo cual hacía más amena la lectura del
cuaderno. Es probable que, en muchos casos, sus comentarios hubieren estado impregnados
de las opiniones del Coronel Villamil, a quien éste admiraba y tenía como a un “hombre de
muchos libros, que gustaba de leer a los enciclopedistas franceses, aunque a veces no
parecía conforme con las propuestas de algunos de ellos. Un día, volviendo de una campaña
en la que habíamos derrotado a los sublevados, tomó una de las obras y me leyó algo que lo
reproduzco de memoria, no creo que me haya olvidado de ninguna coma, porque me gustó
venenos, asesinatos, unos cuántos hombres, un número infinito de canallas hábiles y sin
de ateismo, porque aquí todos son católicos, lo de versos, porque aquí no hay muchos
poetas y lo de veneno pues no somos tan exquisitos para usar armas tan delicadas y
femeninas –aquí somos todavía salvajes que matan a degüello y a balazos–, esa sería la
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La tierra de los salvajes
Los destinos cumplidos en las diferentes ciudades son gratamente narrados por Gregorio.
Cuenta que uno de los lugares donde más tiempo estuvo Romualdo Villamil como
autoridad prefectural fue Cochabamba y que de allí fue enviado a Santa Cruz, “donde
decían había salvajes desnudos deambulando por los montes y los cristianos corríamos el
riesgo de ser heridos por flechas que medían más de dos metros, según daban fe quienes
conocían la región”
cargo de Prefecto del Departamento de Santa Cruz y debo deciros que llegamos a la capital
cruceña en mayo de 1854. Sabíamos que nuestra estadía no sería nada fácil; los cruceños
confesaros algo que aprendí en los destinos que cumplí a lo largo de mi vida, fue que nada
enoja más a los hombres que le miren a sus mujeres. Al principio, cuando llegábamos a un
pueblo o capital, los hombres nos miraban con desconfianza y recelo, veían a nuevos gallos
en el gallinero y seguramente pensaban que éramos una amenaza para ellos. Menos mal que
en el caso del Coronel, su nombre tenía una buena reputación que lo precedía y el peligro se
alejaba, definitivamente, cuando les presentaba a su esposa Adelia, encantadora como ella
sola, entonces el trato hosco cambiaba volviéndose cordial. No pasaba lo mismo conmigo
por ser soltero y potencialmente un rival; hasta que lograba entablar amistades y luego las
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“En Santa Cruz, el asunto de las mujeres era algo delicado; ningún extraño podía mirarlas
mucho porque era motivo de conflictos con los afuereños, y los jóvenes, infaliblemente,
mostraban su hombría. Lo hacían por demás evidente pues tienen el merecido orgullo de
poseer las mujeres más bellas del país y tanto ellas como ellos lo saben. Doña Adelia, aguda
en sus observaciones diría más tarde que su belleza es tan llamativa que logra que todo el
mundo sepa y hable de ellas, dando lugar a que la sociedad cruceña sea una de las pocas
Chichi Antelo, de la Cuca Justiniano, dicen y así todos saben de qué hombre están
hablando. En otra ocasión dijo que las mujeres cruceñas tenían ganada la mitad de la batalla
por la vida: “Formosa facies mutua commendatio est”, añadió para rabia mía, en ese idioma
de los curas “celebramisas” del cual no entendía nada, y el Coronel tuvo que traducir
diciéndome que lo que había dicho era algo así como que la belleza era su mejor
recomendación. No lo hace para enojarlo a usted, sino para no olvidar que ella es una
señorita bien educada y, por tanto, debe hablar en difícil de vez en cuando”.
Una cita del cuaderno que a Antonio le parece curiosa reclama su atención: “El Coronel,
que también era un experto en inteligencia militar, pronto se dio cuenta de que, en la
circulaba un manifiesto de un autor alemán que arengaba a los pobres a unirse contra los
ricos y tomar el poder para instalar la dictadura de los desposeídos. Después de enterarse de
estos rumores alarmantes y de constatar que los propagadores de los mismos no pasaban de
de ayuda del extranjero para incentivar sus ambiciones”. Este párrafo del manuscrito le
llamó la atención porque podía tratarse del germen del movimiento igualitario que, en el
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siglo diecinueve, encabezó Andrés Ibáñez y que le costó el fusilamiento por alzamiento
armado.
“No estuvimos mucho tiempo en esta capital donde yo no quería moverme de mi hamaca y
del lado de una “cunumicita” que, cuando pasaba por mi lado con su vestido suelto, sin los
me hizo olvidar por algunos meses a todas las mujeres que tuve en el altiplano y los valles,
“La vida en Santa Cruz era apacible. En el pueblo todo el mundo se conocía y las familias
blancas eran celosas de sus amistades que cultivaban con comedida atención. Todas las
ciudades, por más pequeñas que sean, tienen familias que se las dan de aristocráticas
inventándose pasados nobles o riquezas que nunca existieron, por lo menos hasta que
nuestros viajes aprendimos a tratar con esta gente, no era difícil diferenciarlos porque la
en las actitudes. Para los vecinos la presencia del Coronel Villamil significaba la
posibilidad de conocer noticias de las ciudades donde se “decidía el futuro del país, porque
los collas padecen la endémica enfermedad de la política”, comentaban los cruceños con
ironía; y la verdad era que esas regiones se enteraban de lo que estaba sucediendo entre los
políticos de las tierras altas cuando ya todo se había consumado. Solía ocurrir que mientras
los centros de poder se habían sucedido los cambios. En las interminables conversaciones
que entablaba el Coronel con los patricios cruceños, pude comprobar que éstos no
compartían los buenos y siempre amistosos conceptos que el Coronel Villamil tenía sobre
algunos de los señores de la guerra y los señores de la política de las tierras altas.
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Diferencias que los obligaban a emprender acaloradas discusiones sobre las virtudes y
defectos de estos personajes. Fue en una de esas ocasiones que me animé a contradecirlo
por primera vez, recriminándolo por sus opiniones, actitud mía que no pareció
sorprenderlo. Parece que por fin está aflorando el verdadero Gregorio, dijo palmeándome el
hombro y desde ese día empezamos a ser amigos, ya no solamente jefe y soldado, la
amistad no es sumisión ni adulo, me explicó el día en que le pedí disculpas por hacerle
notar sus errores. Lo cierto es que acabábamos de salir de una tertulia que los cruceños
cristianos, sin importar que luego los hiciera hablar herejías. El tema giraba en torno a la
solvencia moral y política de José Ballivián, Agustín Morales y Casimiro Olañeta entre
otros, y el Coronel hubo de defender la honorabilidad de todos ellos con la firmeza propia
de un militar que es interrogado por el enemigo, en este caso como si creyese lo que
defendía. Los cruceños, muy francos a la hora de opinar, afirmaban que la independencia de
Bolivia solamente había servido para que una tropa de cholos altoperuanos de la milicia se
hiciera de su estandarte para matarse libremente entre ellos, sin un rey a quien dar cuenta de
sus actos. Son independientes para hacer sus fechorías, no quieren reyes porque saben que
ellos mismos pueden reinar en este territorio desintegrado, se la pasan queriendo construir
un país a la medida de sus ambiciones personales, explicaron los cruceños. El Coronel salió
les echó en cara que había también un cruceño entre “los arribistas y ambiciosos cholos
recordó. Yo, tratando de calmarlo, le dije que no había porqué enojarse tanto, que a lo mejor
tenían algo de razón. De que sino todos algunos de esos señores que usted ha defendido no
ha de ser tan íntegro como usted los pinta, porque como dice doña Adelia son unos "estultos
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empretinados”. No se olvide que ellos miran el poder desde lejos, y desde la distancia se
pueden ver cosas que estando en el lugar pasan desapercibidas. Me miró, una sonrisa
irónica paseó por sus labios y dijo que los cruceños tenían razón, pero que no era bueno que
lo sepan”.
“En la capital cruceña fue que doña Adelia descubrió las infusiones que supuestamente
servían para curar todos los males del cuerpo. Una empleada de origen chiquitano le enseñó
los secretos de las yerbas y con el Coronel nos convertimos en sus pacientes; había tantas
única infusión que me gustaba era la de paja cedrón, muy oportuna para curar el malestar al
día siguiente de una ingesta de alcohol de caña. Era linda la vida en Santa Cruz, pasábamos
los días echados en hamacas que colgaban de los horcones interiores de la vivienda
“Sin embargo, el Coronel echaba de menos los periódicos de las ciudades cordilleranas para
estar bien informado y no meter la pata en las conversaciones, añoraba las noticias sobre las
Opinión” de Sucre, en el que escribían intelectuales amigos suyos. Y justamente por esa
razón pensamos que allí, lejos de los centros de poder, estábamos a salvo de las
instigaciones cuartelarias y de los conatos subversivos, pero nos equivocamos. Una mañana
leales a Belzu, por gente proclive al que luego sería el dictador José María Linares. Nos
apresaron y nos engrillaron dejándonos bajo el inclemente sol de la llanura, que suele
patio de la Prefectura, uno de los civiles, maniatado de pies y manos, se lamentó de nuestra
fatalidad comentado que habíamos caído, nada menos, que en las manos del más conspicuo
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conspirador del que se tenía referencia en esos años y, la verdad, es que tenía toda la razón,
porque desde la fundación de la República don José María Linares no dejó de complotar
para hacerse del poder hasta que años más tarde lo consiguió. “Perdonad el disparate que os
voy a deciros pero, ahorita, con los sesos cocinados, no se me ocurre otra y la verdad es
que estamos cagados y con el agua lejos”, concluyó el hombre seguro de que no íbamos a
ver el cielo naranja del atardecer cruceño. Menos mal que los insurrectos no estaban
preparados para soportar la rebelión y pronto, después de unas horas de cautiverio, sin saber
qué coño hacer con nosotros, nos liberaron y escaparon con rumbo desconocido. Días
después nos enteramos, por boca de viajeros, que algunos de ellos murieron cerca de
Vallegrande en un enfrentamiento con tropas fieles al presidente Belzu, una vanguardia que
tenía la encomienda de darles fin. Decían que los cazaron como animales entre los cerros,
“De allí fue destinado al Beni para reemplazar al Prefecto que había sido asesinado por
seguidores de Linares. Los cuentos sobre los bárbaros que merodeaban desnudos en las
afueras de los pueblos robándose a las mujeres blancas para violarlas, las alevosas fieras;
las enormes serpientes que se tragaban caballos con jinetes y aperos, los malsanos bichos y
mosquitos del tamaño de avispas portadores de fiebres mortales, asustaron a doña Adelia
que se dio a sentir y prefirió regresar a La Paz y esperar allá alguna contraorden del
gobierno que ella, por experiencia, estaba segura llegaría más temprano que tarde. “Quiera
Dios que no os pase nada”, nos dijo persignándose devotamente y nos bendijo como si con
esa señal de la cruz hecha en el aire nos pudiera librar de los males que presagiaba nuestro
próximo destino”.
Gregorio continúa esta parte con el relato del embalaje de las pertenencias de los esposos
Villamil–Rada, pero esta vez no para llevarlas al Beni, sino para devolverlas con su dueña a
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la ciudad de La Paz. “La gente decente es exclusiva, les gusta viajar con sus vajillas, sus
roperos, sus baúles y hasta cargan pianos de cola, que es toda una aventura trasladarlos en
lomo de mulas por los caminos pedregosos y polvorientos. En el caso del Coronel además
de la ropa, muebles y vajillas, llevaban un cajón de madera con libros que la señora nos iba
leyendo en los descansos del camino. Doña Adelia tenía una voz que nos arrullaba, que
mecedora y una india anciana que era la nana de la señora y que todas las noches, antes de
meñique por saber que era lo que le contaba, ya que, de vez en cuando, en media
intercambió una palabra. Era impenetrable, como son los aymaras. Se quedaba horas y
por las montañas; era ese mutismo el que me intimidaba. Una vez habló conmigo, pero
solamente me intrigó más, fue pasando por el lago Titicaca, recuerdo que me dijo: “todas
las estrellas del cielo caben en sus aguas”, y volvió a callarse. Se murió en uno de los viajes
por el altiplano, amaneció congelada entre sus mantas de alpaca; se volvió una chullpa y
tuvimos que enterrarla a la vera del camino a Copacabana, en una apacheta situada en la
cumbre de una cuesta, en la que también ofrendamos a la PachaMama para que nuestro
viaje sea a buen librar. Me da vergüenza admitirlo, pero con su muerte me sentí aliviado
porque que ya no tendría que verla junto a nosotros. Su presencia me infundía un temor
comparado al que sentía ante los soldados aymaras que nos entregaban los ayllus del
altiplano como cuota para cumplir con la Patria. Los indios llegaban huraños y negligentes,
si algo en su interior los empujara a la lucha. No hablaban mucho pero peleaban como
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valientes. Después volvían a permanecer callados, observándonos en silencio, mirándonos
como si estuviesen aguardando algo, alguna señal para hablar y decirnos todo lo que
guardaban en su interior. En su mirada anidaba un rencor antiguo, que nos era permitido
“Yo, que no era ningún cobarde como lo hubiesen podido afirmar varios de nuestros
enemigos que estaban bien muertitos, compartía sus reparos porque sabía que esa era la
región que los gobernantes elegían para castigar a quienes se sublevaban contra sus
gobiernos. Era la tierra salvaje del destierro. Los políticos temblaban cuando se hablaba de
desterrarlos allá buscando que se mueran. Nadie envía a sus enemigos a un vergel, pensaba
yo. Mi temor se incrementó después que uno de los patricios cruceños nos copió los versos
si estaba escrito era porque era verdad, pero mejor se los transcribo porque todavía lo
recuerdo:
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un sur cruel y enemigo.
“Cuando escuché por primera vez las estrofas del poema me produjeron escalofríos. Yo no
sé si el poema era genuino, o era apócrifo ingeniado por algún vate cruceño o villaplatense,
pero en esa época, resumía todos nuestros temores acerca de un territorio que muy pocos
cuya ambición por el oro los llevó a ser tragados por la selva, como si la espesura del monte
fuera un monstruo que devora a quienes osan penetrar en sus parajes. Para el Coronel los
para allá lo más rápido posible. Allá está el reino del Gran Paitití, el lugar que vinieron a
emocionado de ir a conocer los ríos amazónicos porque de ese legendario territorio había
leído en la obra del naturalista francés Alcide D’Orbigny, que pidió le dieran de obsequio
cuando egresó del Colegio Militar, oportunidad que recibió su sable reglamentario de
manos del Mariscal Andrés de Santa Cruz. El libro tenía un nombre en francés: Voyage
Coronel contar magistralmente los relatos de los viajes consumados por el naturalista
europeo por territorio nacional. Al Coronel le costaba leerlo y lo hacía con la ayuda de su
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esposa que sí sabía francés y que le iba traduciendo una a una las palabras. Era una
“Además de lo relatado por D’Orbigny, él ya había oído de esa tierra quimérica, porque fue
quien organizó al cuerpo de caballería que montó los caballos que trajeron llaneros de
Moxos, para reforzar el ejército de Ballivián que obtuvo la victoria en Ingavi y en cuyo
honor, Ballivián que décadas después fue designado Mariscal, creó el Departamento del
Beni tomando el nombre de un río que en alguno de los idiomas nativos de la región
significaba “viento”.
“Pero como sabía que órdenes son órdenes, me encomendé al bendito Santiago Apóstol, el
santo de los desesperados, que ya me había sacado de muchos apuros, guardé en mi alforja
mi frasco con ulupicas conservadas en aceite de oliva y nos fuimos para el Beni. Como
buen paceño, come ají, no iba a ningún lado sin mis ulupicas, esas pequeñas perlas picantes
jugosos locotos cochabambinos ni los diminutos y coloridos aribibis benianos tienen esta
virtud. Para realizar esta travesía y por sugerencia de los experimentados viajeros de la
zona, solamente llevamos un par de morrales con algo de ropa, un “tapeque” razonable
como dicen los peones “cambas”, que no es otra cosa que ración seca consistente en bolas
que en el camino podíamos cazar animales y pescar. Tardamos más de un mes en llegar a
Párrafos más adelante Gregorio informa que por donde pasaban no había ni una bandera, ni
profesores, peor médicos, pero sí muchos curas para tan poca población, y confiesa que
recién venía a darse cuenta que el Estado eran ellos, Gregorio y el Coronel. “El Estado
éramos nosotros, pero apenas nos teníamos a nosotros mismos y teníamos que hacer
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milagros organizando algunas plazas. En el caso del oriente había que hacerlo todo de la
nada, crear un cuerpo de guardia de línea, enseñarles a cantar “La Canción Patriótica” que
hacía pocos años se había estrenado y había poblaciones que nunca habían escuchado
hablar de su existencia; y, al entonarlo pensaban que era una canción demasiado aburrida
para bailarla. En esos lugares uno comprendía el sentido cabal de uno de los versos del
Himno Nacional: “Esta tierra inocente y hermosa, que ha debido a Bolívar su nombre”. En
los pueblos había que establecer los impuestos nacionales y hacerles ver su importancia
para el erario nacional. “Sin impuesto no hay Estado”, argumentaba, el Coronel Villamil. Si
en las poblaciones alejadas de las ciudades de occidente todo esto era nuevo, peor en las del
Nacional. Algunos pensaban que seguíamos en guerra y otros que los patriotas habrían
fracasado. Como igual no vienen nunca por aquí, nos da igual, decían los más indiferentes”,
registra Gregorio.
“Alejados como estábamos del gobierno, pensamos que si las intentonas subversivas
lograron llegar a Santa Cruz, no podrían nunca arribar al Beni. Era duro llegar hasta allá y
salir no era tarea fácil, había que preparar los viajes con antelación, esperando que pasen las
lluvias para poder cabalgar en las inundadizas llanuras, y que bajen las aguas de los
caudalosos ríos para poder cruzarlos aún con el peligro de ser tragados por algún remolino
inesperado. Sin embargo, no tuvimos en cuenta que al ser la tierra de los desterrados por el
Gobierno, lo era también de conspiradores. Meses después de nuestro arribo sufrimos las
garantiéndoles la libertad, creyendo que nos iban a respetar porque prometieron que no iban
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“Hombre de palabra y de nobles y cristianos sentimientos, mi jefe asumió que ellos también
lo eran. Pero nos volvimos a equivocar porque sus palabras eran de perjurio, tan practicado
en esos años por todos los políticos que un día aparecían de partidarios de uno y al día
lo acogió como un refugiado. Pero al poco tiempo, y alzado con otros bajo el patrocinio de
desde Trinidad las bases para que el futuro dictador Linares llegue a la Presidencia de
Bolivia. Jamás se le ocurrió al Coronel que allí, perdidos entre la selva y los ríos, hubieran
osado organizar revoluciones. Así que, en represalia les hicimos dar unas cuantas arrobas
de palo, que era el castigo en el territorio de los indios moxos, que casi les matan el cuerpo
pero no ocasionaron la desaparición de las ideas de tumbar a Belzu porque, meses después,
amigo nuestro”
En el Beni, Gregorio se contagió del entusiasmo de su jefe por esa región y describió ese
territorio como un “paraíso” en el que brotan los más pecaminosos frutos y los más
increíbles animales y peces, aunque reconoce que fue allí que viendo una sicurí de diez
metros había sentido un temor tan grande que lo hizo “salir de su semblante”. En otro
vuelan sobre curichis y poseen la extraordinaria característica de llevar pintada sobre sus
níveas alas letras de color azul intenso. Un gitano que hacía pascana por Trinidad de paso a
Colombia, de nombre Melquíades, nos confesó que si uno las sigue puede leer su destino
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aconsejó que era mejor no jugar con el futuro, que debíamos dejar que acontezca sin
inmiscuirnos en su designios”.
En la ciudad de Sucre, años más tarde, Antonio conoció a “Negra” Molina, una bella
Tarija, le dijo que cuando ella era chica las veía a menudo pero que no las había vuelto a
ver, que era como que si el avance de la ciudad las hubiera espantado.
Gregorio informa también que Romualdo se enamoró de los ríos benianos. “Los ríos son las
carreteras de esta región, hay que hacer del Mamoré y sus afluentes verdaderas rutas de
necesitar abrir caminos”. Un vecino de Trinidad, que tenía su estancia en la banda del río
Mamoré, sintiéndose en la obligación de acotar dijo algo poético: “El Mamoré es una
ilusión, lo que vemos es un espejismo, el verdadero río baja del cielo con las lluvias
torrenciales y humedece la tierra para que la vida exista”. Así, de bien, como lo hacía el
hacendado hablaba el Coronel. Era un magnífico narrador, uno podía escucharlo durante
horas como lo hacía la tropa cuando contaba sus aventuras en los campos de batalla y
ninguno se cansaba”. Los insistentes reclamos del Coronel alertando sobre la necesidad de
usar los ríos dieron resultado, y en junio de 1855 el gobierno de Jorge Córdoba lo nombró
Comandante de la Guardia Nacional de Línea de las Fronteras del este de Bolivia “aquellas
que colindan con el Imperio del Brasil; a fin de que con su conocido patriotismo y
distinguido celo, contribuya al engrandecimiento del país, facilitando con sus esfuerzos la
próxima navegación a realizarse en nuestros ríos. Con este objeto declaró a su favor el goce
de las dos terceras partes del sueldo que corresponde a su clase de Coronel de infantería,
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Después de leer el poema transcrito en el cuaderno, Antonio quedó ofendido porque Moxos
era su tierra de nacimiento, “es mi patria de las aguas, y tengo con ella un afecto que va
más allá de lo cívico, le contó a Silvana que luego sería su esposa. Le aclaró que su
devoción era igualmente literaria y, por eso mismo, cuando leyó el poema en el cuaderno de
Gregorio, llamó por teléfono a su padre, un escritor y poeta beniano afincado en Trinidad y
luego de contarle de la carta, del “Arca de la Alianza” y el hallazgo del manuscrito, pasó a
Al terminar la lectura del poema escuchó, azorado, una sonora carcajada que le llegó desde
el reino del Enín, desde el Dorado, desde el río Mamoré, río madre, desde las selvas, las
pampas y los ríos amazónicos y cuando su progenitor dejó de reír y se calmó, le pidió que
se la leyera de nuevo. “Acabas de encontrar el remedio para evitar que los collas se vengan
al Beni –le dijo–, hablaré con mi amigo Pablo Velasco, para que difunda ese poema por
todos los medios de comunicación del occidente, los collas se asustarán tanto que dejarán
Beni únicamente para nosotros, para que sea nuestro paraíso privado”, le dijo su padre
bromeando.
90
El signo de los tiempos
Han pasado varios meses desde enero del 2006, cuando Antonio empezó a escribir la
novela sobre la vida de Romualdo Villamil. Una mañana de mayo recibió una llamada
telefónica de La Paz, era Carlos Dávila avisándole que había logrado rastrear el “Arca de la
Antonio y por la posibilidad de encontrar el tesoro de las palabras olvidadas. Le contó que
un abogado, colega suyo, que trabajó en Palacio de Gobierno durante el gobierno de Jorge
Quiroga, le comentó que una familia paceña, que prefirió quedar en el anonimato, había
donado al Palacio Quemado un arcón antiguo con documentos históricos que fueron
guardados en el Archivo del edificio palaciego. Antonio viajó con urgencia a La Paz y
presidencial. Mientras el auto de alquiler bajaba por la autopista, Carlos Dávila le contó su
idea de convencer a las autoridades nacionales de hacer un museo en base al material que
resguardaba el Arca. “Sería un insólito museo de la guerra, sin un arma, sin un uniforme,
sin ningún utensilio bélico, solamente las palabras de los muertos. Único en el mundo. Las
cartas, los diarios, las hojas sueltas, exhibidas en paneles, testimoniando todo el sentimiento
humano que aflora frente a la posibilidad inmediata de morir”. En una primera impresión,
Antonio pensó que la idea no era buena, le pareció que estarían traicionando a los
guardianes del Arca, pero llegando a la Plaza Murillo, Carlos le hizo notar que era la única
forma de brindarles una oportunidad a los descendientes de los destinatarios para que,
antepasados. “No se olvide compañero que ellos escribieron esas cartas deseando que
fueran leídas”.
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Llegaron al lugar, pidieron hablar con el director del Archivo, éste los recibió de mala gana
y luego de escucharlos les informó que él se hizo cargo de dicha oficina, “invitado por el
República y Capitán General de las Fuerzas Armadas de la Nación, que estaban por primera
vez al servicio del pueblo y de los grandes intereses de la Nación”, lo dijo poniendo énfasis
en cada una de las palabras especialmente en las designaciones oficiales. “Antes este
como el descrito por ustedes. Aprovecho para decirles que tuve que destituir y echar a la
calle a antiguos funcionarios que estaban al servicio de las oligarquías criollas y del
imperialismo gringo, así que no hay quien pudiera darles otras referencias acerca de la
existencia del baúl”. Antonio insistió alegando que la familia apellidaba Calahumana, que
era de un linaje aymara del que procedía Andrés de Santa Cruz y Calahumana, Mariscal de
Zepita, pensó que su argumento era apropiado a los tiempos actuales de gobernantes
aymaras, pero se equivocó, pues el Director, enfundado en una chompa ordinaria de alpaca
y con rasgos mestizos le refutó diciéndole que “los Calahumana, al igual que los
colaboracionistas, traidores que, por no perder sus privilegios transaron con los españoles
primero y con los criollos republicanos después, vendiendo a sus hermanos de sangre para
esclavos en las minas de la colonia y para carne de cañón en los ejércitos republicanos,
respectivamente. Nada que tenga que ver con indios traidores nos interesa, es probable que
hayamos quemado las cartas que usted menciona porque se trataría de documentos escritos
por blancos ya que en esa época a nuestros hermanos no les era permitido leer y escribir.
No olvide que el compañero Evo Morales siempre nos recuerda que les cortaban las manos
para que no puedan escribir y les sacaban lo ojos para que no puedan leer. Así que esas
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porquerías sentimentales útiles únicamente a los historiadores blancos, para que sigan
este recinto que ha sido recuperado por el pueblo oprimido y por el nuevo ejército indio
q’ananchiri, la verdadera luz que nos ilumina en el pachakuti, creemos que nuestra historia
“Esito sería todo”, agregó Carlos Dávila al salir frustrados de la oficina del Palacio
recepción, se les acercó un viejito y les hizo señas que los esperaba afuera de Palacio. Se
encontraron con él en la acera empinada de la calle Ayacucho y les contó, en voz baja,
temiendo que alguien lo escuche, que el baúl con las cartas lo hizo desaparecer el anterior
Director del Archivo porque decía que desde que llegaron a Palacio fue como si todos los
fantasmas del país se hubieran dado cita en ese lugar. El viejo indígena les informó que
trabajaba desde hacía años en el Palacio Quemado, les confesó que todos estaban alarmados
Melgarejo ¿no ve?, que por las noches siguen peleándose, en el Salón de los Espejos;
primero se escucha el chocar de los metales de sus sables y si uno se asoma por la puerta se
los puede ver combatiendo como dos salvajes. A ellos se sumó, hace dos años apenitas, el
fantasma del doctor Víctor Paz Estensoro, uno sabe de antemano cuándo va a aparecer
porque se siente el olor a tabaco chocolatado de la pipa que fumaba y luego, se lo ve,
elegantemente vestido, paseando por el Palacio como si fuera su casa ¿No ve?” “Y, claro
que lo es –le aclaró Carlos Dávila–, recuerde que fue presidente durante cuatro períodos
vicepresidente. Yo creo que pasó más tiempo en el Palacio de Gobierno que en su propia
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casa. Paz Estensoro es el verdadero dueño de este viejo edificio”, concluyó Dávila
señalando el Palacio.
tomado en el aeropuerto de Viru Viru, notó complacido que las hojas secas del otoño habían
convertido las jardineras de las grandes avenidas en alfombras doradas que crujían al paso
En el trayecto pensó que exceptuando la trasandina ciudad de Cobija, antigua capital del
recorrido casi todas las ciudades capitales en las que estuvo Romualdo Villamil como
Prefecto. Caminando por las calles y avenidas, con los borradores en su mochila, es posible
que se haya tropezado con descendientes de aquellos que hace cerca de siglo y medio
pudo haber conversado con Romualdo y Adelia y haberle dado la mano a Gregorio.
Las ciudades han cambiado, algunas han pasado de agrestes pueblitos con algunos miles de
Al llegar a su casa retomó el testimonio de Gregorio, en el que nos hace conocer que sus
abiertas simpatías con Belzu, el caudillo de origen árabe, se debían en parte a la admiración
que compartía con el Coronel Villamil acerca de un hombre que llegó a ser idolatrado por el
devoción a la que se refiere Gregorio era tal que todavía hoy es posible encontrar a familias
de origen aymara que la siguen profesando, encendiendo veladoras para suplicarles que
“Me gustaba el general Belzu, porque era un paria fugado de su casa como yo, él también
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alimentó con el rancho diario, aprendió de Dios escuchando al capellán y formó su carácter
bélico queriendo emular los relatos que los oficiales contaban de sus hazañas en combate.
Esto era algo que elogiaba el Coronel Villamil, pues creía que Belzu era de los hombres que
se hacían a sí mismos y por esa razón, decía él, vale por muchos de nosotros de los que
tenemos apellidos y venimos de buenas familias, que lo tuvimos todo y no somos nada,
apenas unos pobres soldados de la Patria. Muchos de mis camaradas están en el ejército
porque sus padres los obligaron como si fuera un reformatorio para muchachos rebeldes, no
tienen ningún apego por la Patria”. Gregorio escribe “Patria” con mayúscula, destaca
Antonio.
“El Coronel, igualmente, afirmaba que Belzu era un caudillo popular que había aprendido
sus ideas políticas en Francia, adonde fue enviado en misión diplomática, y siempre que
podían discutían acerca del socialismo, las utopías, la democracia y esas vainas que todavía
y a mis años no entiendo muy bien que digamos. Belzu no era socialista como muchos
creían –afirmaba–, era anarquista, sus ideas se acercaban más a la abolición de las
revolución ideológica del continente, ahora dicen que se trataba del primer proyecto
populista nunca antes visto en América Latina. Eso lo hacía diferente a los demás, por lo
menos Belzu esgrimía una razón para luchar por el poder. Y yo estaba de acuerdo con él en
que daba a los artesanos, esa gente necesitaba que el Estado los apoyase, así como la
incipiente industria nacional también necesitaba de alguien para protegerla de los productos
que llegaban del exterior; decretó que las niñas tengan acceso a la educación, esas eran
medidas buenas y lo bueno debía ser apoyado, porque Bolivia necesitaba consolidarse
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como país, necesitaba que el Estado tenga presencia nacional, que se manifieste hasta en el
último rincón del territorio patrio. El Estado tenía que llegar allá donde nadie llegaba y era
menester que nosotros seamos ese Estado, por eso es que no me corrí de las misiones que
me encomendaban, porque creía que estábamos haciendo patria. ¿Era así o no era así? Era
así mi Coronel”.
“Admiraba a Belzu porque creo que, en esa época, en la que el signo de los tiempos era la
lucha por el poder sin razón ideológica alguna, simplemente por llegar a posesionarse en el
Palacio de Gobierno, lo suyo era algo noble, afirmaba el Coronel Villamil. Sin embargo
manifestaba en ellos de diversas formas, En el caso del caudillo popular este talante se
revelaba en su correspondencia oficial que incluía en el borde superior derecho una leyenda
que homenajeaba el Primer Grito Libertario, que se dio en Sucre, el 25 de mayo de 1809, al
que le agregaba los años de su gobierno que se inició en 1848. Se leía “Palacio del
la Libertad”.
Antonio escribe una apostilla: Belzu al igual que muchos mandatarios bolivianos del siglo
diecinueve, del veinte y seguramente del actual creían que con ellos empezaba la “Historia
“Un día, cuando la ceguera amenazaba con borrarle todos los colores, mientras se tomaba
un matecito de tilo para calmar los nervios que no lo dejaban ni dormir, mostrándome
algunos de sus diplomas, nombramientos y designaciones me hizo notar que los presidentes
de Bolivia, desconfiados y maliciosos, viajaban con el poder a cuestas. Mire Gregorio, lea
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este pergamino ha sido firmado en Cochabamba y dice “Casa de Gobierno”, este otro está
firmado en Sucre. Preste atención a este otro y mostró uno en el que lo designaban Prefecto
en Cochabamba; fíjese que la parte impresa dice “Palacio de Gobierno Supremo y la parte
de la ciudad está en blanco para ser llenada de acuerdo al lugar donde se encuentre, lo
mismo que las fechas, pero lo de las fechas es comprensible. ¿Por qué dejan un espacio
para la ciudad? Porque así podían firmarlo en cualquier lado; mire este otro, está firmado en
Sica Sica en 1866, nada menos y nada más que por el más viajero y aventurero de todos, el
la noche. “El Palacio andaba en lomo de las mulas viajeras. Tal vez por eso algunos
escritores se referían a la política como “el potro del poder” que había que saber amansar”,
esclareció una vez el Coronel; y recordó que Melgarejo afirmaba que el Palacio estaba
donde a él le daba la gana, “si estoy tomando chicha, el Palacio es la chichería y si estoy
con mi “Juanacha” el Palacio está entre sus piernas en medio de la cama”, repetía el
Coronel imitando el tono prepotente de Melgarejo que con unas copas demás alzaba la voz;
y yo le creía, porque el Coronel no mentía ni cuando contaba chistes. Diferente hubiera sido
nuestro país si en vez de viajar con el poder a cuestas lo hubieran hecho con la Patria a
“Cuando estuvimos en Sucre, y aún hoy en día –afirma Gregorio, refiriéndose a principios
del 1900, en que Antonio estima fue escrito el cuaderno –, los chuquisaqueños creyeron y
creen que su ciudad es la Sede de Gobierno y, cada vez que pueden, lamentan que los
oficial veremos que la Sede de Gobierno era móvil, se trasladaba con los presidentes
porque para ellos “el Palacio del Supremo Gobierno podía estar en el campamento que
levantaban para enfrentar a sus enemigos o mientras planificaban una estrategia para
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destruir los planes de los conjurados. Yo no sé por qué los chuquisaqueños se enojaron
después de la Guerra Federal, cuando los paceños les quitaron la Sede de Gobierno con el
olvidaron”. Antonio, apunta que a los chuquisaqueños de nada les sirvió tanto trabajo y
tanta angustia para hacer aprobar, en 1898, la Ley de Radicatoria, que establecía a la
antigua Charcas como sede obligatoria del Poder Ejecutivo, cuando en el siglo diecinueve,
en los hechos, no lo fue nunca. Para lo único que sirvió esa Ley fue para pretexto de la
Guerra Federal, para que nos enfrentemos entre bolivianos engañados por falsas promesas,
como siempre”.
de nuestros gobernantes también se reflejaba en los oficios, que poseían leyendas como la
hacían hincapié en que el general de origen árabe era “Jefe Supremo del Ejército
Libertador”.
Anotando luego: Rastreando minuciosamente los nombres de los ministros que firmaban
las tantas designaciones del Coronel Villamil, sería posible graficar un mapa de aquellos
políticos que se acomodaban con uno y otro gobierno. En varios de estos oficios se destaca
carteras ministeriales. En Sucre Antonio recogió una cita del historiador Gunnar Mendoza,
quién lo describe como un “criollo que recibió una esmerada educación académica en la
publicación del Centro Bibliográfico Documental Histórico, dirigido por Analí Fuentes, se
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topó con un artículo del historiador Charles Arnade, que no era tan generoso como
con la edición incunable de “Historia Natural” de Plinio, publicado en España 1624 por el
Impresor del Rey. Maravilla que estuvo comentando con sus amigos durante días.
“La traición era la moneda corriente en esos años; y era común ver a los ministros más
allegados a un régimen volcarle la cara al amigo, al que le habían jurado lealtad eterna.
Darse vuelta para que otros lo asesinen, porque sabían que no había revolución si el
presidente no era asesinado. A propósito de este tema, el Coronel Villamil dijo una vez,
cuando ya viejo y ciego, pero sabio, que Napoleón Bonaparte no conocía Bolivia cuando
dijo que nunca un pueblo había tenido tantos reyes asesinados como Francia, lo cual
demostraba que no era un país fácil de gobernar. Nosotros les ganamos mi estimado
Gregorio, use su prodigiosa memoria y saque usted las cuentas de cuántos presidentes
fueron asesinados en los últimos cincuenta años de este siglo y verá que no hay en el
mundo otra nación que nos iguale. Me gustaban esos desafíos, porque siempre estuve
orgulloso de mi memoria. Estábamos allá por el año 1875 cuando me hizo esa pregunta, lo
recuerdo porque hacía como un mes que una intentona subversiva dirigida por Casimiro
Corral se había levantado contra Tomás Frías, presidente por segunda vez; y al no poder
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Gregorio lamenta que “el Palacio inaugurado por Manuel Isidoro Belzu, en una inolvidable
velada, con artistas y poetas declamando versos y que, además, contó con la presencia de
como se estila en una fiesta popular, haya sido quemado por la iracundia de la masa
desaforada. Y es que el paceño no tiene límites cuando se enoja. Ahora bien, si tomamos en
cuenta esta fecha y retrocedemos cincuenta años, empezaremos justamente en 1825, el año
asesinados en cincuenta años. Siete de diecisiete presidentes que tuvimos entre 1825 y
1875, eso sin considerar al actual, que en cualquier momento le pegan un tiro en la calle.
charle, me dijo el Coronel y yo emprendí la lista empezando por Antonio José de Sucre, un
tal Pedro Blanco que no duró ni cinco días porque antes de que concluyera el quinto día fue
asesinado. Luego siguieron Eusebio Guilarte, nuestro amigo Jorge Córdoba, yerno del
también amigo y camarada Manuel Isidoro Belzu, cobardemente asesinado por Mariano
Melgarejo, quien a su vez fue ultimado por un familiar cercano al igual que Agustín
Morales a quién le dio muerte su sobrino carnal. Y está la otra lista, de los que salvaron la
vida porque sus esposas y familiares fueron a rogarles a los nuevos mandamases para que
les perdonasen la vida y los desterrasen, deshonrados pero vivos. Aunque muchos de ellos
“No, es mejor que no siga, Gregorio, creo que es suficiente por hoy, me dijo, y noté que el
“Si el mandatario depuesto sobrevivía era seguro que volvería a encargarse de los traidores.
Sin embargo, había más de un político protegido por el diablo, porque después de traicionar
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una vez lo volvía a hacer, pero era perdonado como si nada, como si fuera imprescindible
“La respuesta es muy sencilla, me respondió el Coronel, y es porque los letrados son muy
escasos y la mayoría de los poderosos si bien poseen dotes de comandantes, apenas sabían
leer y escribir. Los doctores saben que son necesarios ya para escribir discursos, para llevar
las cuentas del tesoro nacional, o para redactar los informes que van al Congreso o
simplemente para hacerles decir frases inteligentes. La pregunta correcta es ¿quién usaba a
quién?”
“Eran tiempos sanguinarios, la lucha por el poder no respetaba ni honras ni vidas humanas.
Había tantas batallas entre nosotros con igual número de vencedores y derrotados, que los
oficiales, envalentonados con sus pequeñas victorias que la mayoría de las veces eran
escaramuzas, creían que habían ganado épicas guerras y se soñaban capaces de dirigir el
país. Bastaba un toque de rebato, una cholada congregada en una plaza, un regimiento, un
buen orador para inflamar la revuelta, y que alguien levante un acta proclamando a un
fulano para que éste se crea Presidente. Anhelaban ver sus egregias figuras moldeadas por
el inmortal bronce, vestidos con su mejores galas, montando arrojados caballos; pero la
verdad es que a mi edad y en los primeros años del siglo veinte, puedo afirmar sin ironía,
y alguno que otro posee una lápida de eterno mármol encargado por la familia adinerada”.
“El triunfo creaba en los hombres la ilusión de la eternidad, haciéndolos olvidar que son
sublevaban contra ellos, porque eso era lo que sabían hacer, era lo que otros les habían
hecho y este era su desquite. Su revancha. Las lealtades y las amistades efímeras, como los
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presidentes eran “provisorios”; no había cómo descuidarse pues se corría el riesgo de ser
asesinado por algún amigo o familiar que, por esas cosas de la política, había tomado otro
partido. Ni siquiera las esposas o las amantes se salvaban de las broncas y corrían el riesgo
de ser secuestradas para luego negociar su liberación. Amén de ser emboscado camino a
casa por militares leales al recién estrenado rival. Las instigaciones eran el rancho diario en
los cuarteles y en los cenáculos universitarios. Los jóvenes oficiales deseosos de ganar
estrellas, de un día para otro, se prestaban a los juegos de la perfidia. El Coronel Villamil
afirmaba que en la lucha por el poder no existía la casualidad, que hasta el aparente azar era
un signo para ser leído en la “desmesura del ejercicio del poder”. Y una de esas señales eran
las fiestas populares, porque aprovechaban que la gente estaba durmiendo la borrachera
para golpear”.
“Las campañas bélicas eran tan largas que, a veces, nos la pasábamos de insurrección en
insurrección. Debo reconocer que nosotros no éramos nada, comparados a ciertos militares
que disfrutaban de la guerra, parecía que habían nacido con una espada y una pistola en
cada mano. Uno de ellos era un pariente del Coronel que se llamaba Pedro Villamil, un
guerrero nato que buscaba la ocasión para combatir. Me acuerdo que junto a Pedro Villamil
fuimos muchas veces a la carga con bayonetas o sables o simplemente a puño pelado. Unas
Era como los gatos, tenía más de siete vidas, lo herían y más tardaban en curarlo que en
verlo recuperado para el próximo combate. Fue un legendario comandante del Batallón de
“La traición y el engaño servían como pretextos ideales para conformar improvisados
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fusilamiento, por flagelación y por horca eran parte de la rutina castrense. Era común
matarlos a ojo abierto para que las víctimas sepan quienes eran sus asesinos y en los
caminos uno se tropezaba con cabezas plantadas en bastones, lanzas y en simples palos de
la muchedumbre. La calumnia era parte del desayuno. Antes que salieran los periódicos, ya
circulaban pasquines anónimos, distribuidos por gentes que aprovechaban la oscuridad para
descargar su infamia; eran dejados en las puertas de las iglesias, en las oficinas públicas y
en las casas de los propios damnificados por los rumores. Los insultos y las malas noticias
eran las que más rápidamente corrían de boca en boca, ganando en adjetivos y en dañineras
a su paso. Era común encontrarse con sueltos impresos tipográficamente que publicaban
sátiras. Me acuerdo una pequeña décima dedicada a un militar amigo nuestro que decía:
“Es tan grande tu impericia / ya tanta tu cobardía, / que las dos a porfía / desopinas la
“Los odios personales traspasaban los límites de la guerra y entraban al terreno personal
con mucha frecuencia ¡Se decía cada cosa de los militares! “Maldición eterna al infame”,
era un nada comparado con otros insultos. Pero los militares no eran los peores, los peores
eran los doctorcitos, “sopatintas” les decían, que se ufanaban de instigarlos a los
alzamientos; los “capituleros”, que dirigían las maquinaciones antes y después de las
elecciones. Yo no creo que se los pueda separar a unos y a otros, eran como el tiesto para
una mecha, pero que los militares no se hagan los inocentes porque a veces eran los
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“Los cruceños afirmaban que los doctores altoperuanos disponían de un mecanismo natural
en sus cerebros que los hacía olvidar con pasmosa facilidad de sus amores, odios y
promesas cuando de asuntos políticos se trataba. Habría que destaparles la tapa de los sesos
para ubicar dónde tienen almacenado ese subterfugio tan conveniente a la hora de ocupar
puestos públicos para extirparlo, porque no vaya a ser que sea contagioso y pronto todos los
bolivianos estemos infectados. Pero si los políticos tenían el olvido, yo poseía la memoria,
le dije un día al Coronel, y éste me respondió que tendría que escribir esas memorias,
porque lo que no estaba escrito era como si se lo llevara el viento. No lo creo, recuerdo que
le respondí, para eso están lo historiadores, ellos sabrán hacerlo mejor que yo. Lo dudo, me
“Un botón, dijo un sastre”, bromea Antonio para reproducir lo que sigue en el manuscrito:
“En el pueblo de La Paz se rumoraba que Jorge Córdoba era, en realidad, hijo de José
Ballivián, de quien se hablaba muchas cosas y no muy buenas, especialmente con las
mujeres. Las viejas malas decían que era tan “caliente” que no perdonó ni a sus familiares.
Belzu odiaba a Ballivián, porque también había seducido con malas artes a su esposa, la
dama argentina Juana Manuela Gorriti. Décadas después he escuchado, a gente que nunca
la conoció, jurando que doña Juana Manuela era una mujer de extraordinaria belleza y de
una coquetería proverbial, cosa que no era cierta. La argentina no era fea pero tampoco era
una beldad; la “Juanacha” de Melgarejo la superaba en atributos físicos, por lo menos para
mi gusto; lo que si tenía la extranjera era un aire reservado e intelectual, como si supiera
cosas que nadie más sabía que la hacía irresistible para los hombres en general y para los
militares en particular que soñaban en conquistar a una dama como ella. Los que conocen el
Océano Pacífico sabrán que es áspero y frío pero que una vez se lo conoce nadie quiere
alejarse de sus costas. Creo que el desafío de conquistar algo inexpugnable era lo que los
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alentaba al riesgo, al peligro, porque todos quienes la galanteaban sabían de la ira de su
marido. Pero como buenos guerreros sabían que el placer con riesgo satisface más”.
“Quiero aclarar, salvando la memoria del Coronel Romualdo Villamil y de su amada esposa
Adelia, que estas burreras que voy a contar las he escuchado en la calle y también en los
grandes salones adonde los acompañaba. Las palabras eran diferentes, elegantes en los
salones y vulgares en las tabernas, pero los chismes eran los mismos. No sólo se rumoraba
de las infidelidades de la argentina con Ballivián, sino que se afirmaba que la propia esposa
de éste, cansada de las perradas de su marido, se la hizo con un militar y escritor argentino
que andaba exiliado por nuestra patria. La insidia de la mala gente decía que, en la hermosa
hacienda Cebollullo, el argentino, a quién José Ballivián había honrado con el cargo de
primer Director del Colegio Militar, conquistó a punta de versos y sonetos a la esposa de su
protector. ¡Qué pena!, dijo a los años mi Coronel Villamil, afirmando que los dos fueron
grandes presidentes y supieron rodearse de gente capaz, Ballivián con lo más granado del
“Volviendo a Jorge Córdoba, se decía que nunca fue reconocido como hijo por Ballivián y
que le guardaba un rencor enfermizo porque se sentía despreciado y humillado; Belzu quiso
aprovechar esta debilidad y lo casó con su hija Edelmira, canalizando el odio hacia
Ballivián como si fuera una cuestión ideológica contra los de su clase. Entre las grandes
familias paceñas comparaban el odio de Belzu contra su esposa Manuela, con los celos que
preguntarle al Coronel qué era lo que querían decir, lo cual me significó una larga
explicación acerca de un dramaturgo inglés, autor de muchas obras que fuimos leyendo en
los caminos. En esos años de capa y espada también se decía que Plácido Yánez, prefecto
de La Paz durante la presidencia de José María Achá, era también hijo bastardo de Ballivián
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y, por tanto, presunto hermano de Jorge Córdoba a quien asesinó cobardemente. Se
sospechaba que nuestro Caín criollo organizó las crueles matanzas del Loreto, para vengar
la memoria ultrajada de José Ballivián de las afrentas del vástago resentido. En esa fatal
ocasión además de Córdoba fueron asesinados mientras dormían más de medio centenar de
ilustres personalidades militares y civiles detenidos por el gobierno en el Loreto. Fue una
acción tan ruin que fue repudiada por toda la prensa nacional e internacional. Recuerdo que
“soldado soez” y afirmaba que gente como Yañez, son la “hez de la tierra”, concluía
Gregorio en uno de los párrafos más patéticos del manuscrito. (Pobre Gregorio, piensa
Antonio, no imaginó ni en sus peores pesadillas lo que nos deparaba el futuro en materia de
escándalos mediáticos, nunca sospechó que pudiesen haberse globalizado y viajar por el
éter como imágenes satelitales o impulsos electrónicos. ¡Tenemos las imágenes! El futuro
“De lo que sí os puedo dar fe, como hombre y como militar de honor, fue del asesinato de
sometido al tarateño Melgarejo. Todo era algazara entre los belcistas, especialmente entre
las gentes humildes. Todavía humeaba la sangre vertida en las calles paceñas y, entre en el
barullo, vimos entrar a Mariano Melgarejo, pensamos que venía a rendirse y a suplicar lo
dejen salir al exilio. La misma presunción la tuvo el general Belzu, fue a su encuentro con
los brazos abiertos. En ese instante, el sargento Nicanor Vega, ayudante del tirano
distraerlo y matarlo. Mientras nuestro líder caía al piso, se armó tal confusión en Palacio,
que nosotros, veteranos de guerras, no supimos qué hacer y temerosos de nuestra suerte nos
dimos a la fuga. Después de matarlo, Melgarejo salió a los balcones del Palacio y la
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multitud traidora y casquivana como mujer de la calle, estalló en vítores. ¡Ay Melgarejo!
También se había criado en los cuarteles y había aprendido las mañas y copiado las
megalomanías de los que temprano se disputaron la silla presidencial. Se daba tales aires de
grandeza que llegó a exigir que cuando se dirigiesen a su persona, lo hicieran con el
apelativo de “Gran Capitán del Siglo”. Hoy se cuentan muchas cosas de este hombre que, al
principio, admiraba a Belzu por su valentía, pero que luego, por la codicia del poder, se
Solamente diré que para engrandecer su fama de hombre valiente y culto sus fervorosos
rebuscadas frases que opacarían a nuestros más ilustres poetas. Yo creo que la mayoría de
esas citas son falsas y que las verdaderas contenían palabras vulgares, propias de la jerga
cuartelaria. Lo mismo sucedió con José Ballivián en la batalla de Ingavi; los historiadores
afirman que arengó a nuestras tropas con un poema que decía: “Los enemigos que veis al
frente pronto desaparecerán como las nubes cuando las bate el viento”. Mentira, a la hora
de ir al combate necesitamos que nos exalten los ánimos con términos que despierten a la
bestia que duerme en nuestro interior. Mucho más creíble fue lo que dijo el peruano
Gamarra, quién aseguró a sus tropas que después de “almorzar al ejército boliviano,
cenaremos en La Paz”.
Ballivián, aunque el Coronel Villamil asegura que fue él mismo Ballivián quien, pasada la
batalla, la dijo en una de las tertulias, contando victorioso cómo fue que hicimos huir al
invasor. “No olvidemos, Gregorio que el vencedor de Ingavi era también escritor y en esa
ocasión nos leyó algo que había escrito y hablaba que de que el general Gamarra había
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encontrado su sepulcro en el suelo boliviano que profanó y que sobre su tumba se erigiría
Antonio asocia estas palabras con la charla del “Foro”, en la que se debatía si los bolivianos
eran un pueblo político, antes que culto. Debate que fue ganado por los que afirmaban que
primero eran políticos, y se ponía como ejemplo que, en otros países, las frases nacionales
más célebres eran de sus escritores, de sus artistas y en el nuestro lo eran de los políticos.
mil batallas, pero hay pocas oraciones inteligentes consignadas para algún escritor de
antaño. Tal vez porque preferían atribuírsela a los poderosos, recuerda Antonio que dijo el
José María a quién acreditaba como un hombre leído, porque tenía todo el tiempo del
En la ciudad de La Paz, contó Huáscar que se alababa de haberse venido a Santa Cruz
porque estaba enamorado de esta tierra, se llegó al extremo de crear una comisión especial
del Instituto Murillano para que se dedicara a estudiar la vida del célebre prócer paceño
coautor de la famosísima Proclama de la Junta Tuitiva, para que defina con meridiana
exactitud cuales fueron las palabras que salieron de boca de Pedro Domingo Murillo, antes
de ser colgado por los españoles. La versión popular se refería a una metáfora de la libertad,
“cual tea que dejaba encendida”, como luz que ya no se apagaría nunca en la lucha por la
Creo que, hasta el día de hoy, siguen trabajando para establecer las palabras precisas,
comentó Antonio, citando una conversación que sostuvo en un café de Santa Cruz con Juan
Murillo, un paceño descendiente del prócer, fotógrafo de sitios históricos, que entre sus
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miles de imágenes poseía las de Zongo, un pueblito cerca de La Paz, donde había sido
apresado el prócer paceño antepasado suyo, para luego ser inmolado por lo españoles.
Y no hay porque extrañarse, pensó Antonio. Y recordó esa vez en el “Foro”, que mencionó
que varios de sus amigos escritores y, él mismo, a veces, escribieron para presidentes de la
República, garrapateándoles discursos que luego la historia recogería como propios de los
mandatarios. Entre ellos era común referirse al caso de un conocido poeta que le escribía
los discursos al General René Barrientos Ortuño, un narrador cochabambino a Jaime Paz
Cuando se publicaban los discursos de Fulano de Tal, Presidente de Bolivia, entre ellos
sabían de quiénes eran en realidad las largas peroratas que, dependiendo del humor del
autor, podrían ser piezas únicas de oratoria o copia de otras disertaciones que, en su
ensimismamiento, los gobernantes no querían darse cuenta y preferían pensar que ellos
Antonio les aclaró que él único Presidente que nunca había dejado que le escriban sus
discursos era Carlos Mesa. Contó que un politólogo paceño amigo suyo le había
comentado, durante un desayuno trabajo, que intentar escribir algo para Mesa era como
Luego Antonio se acordó, riendo impúdicamente mientras les contaba a los del “Foro”, que
otro escritor los bautizó como los “Esopo de la literatura nacional, porque hacían hablar a
los animales inventándose seductoras fábulas sobre un país imaginario”; había colegas del
oficio de la escritura que les sacaban el cuero en ausencia pero que, en el fondo de sus
almas, se morían de envidia porque habrían dado los dos dedos con los que escribían, para
109
redactar una frase de los discursos, para luego poder presumir de su autoría. Antonio les
contó que conocía a los resentidos, que bastaba con mirarles a los ojos para ver la envidia
creciendo en silencio en el fondo de sus pupilas. Por supuesto que ninguno lo reconocería
en público, menos ahora que estos presidentes, blancos indecentes, q’aras malditos, están
PachaMama.
Recordó también a don Ramiro Carrazana, poeta yungueño, entrañable amigo suyo de la
redactar una intervención o una defensa para alguno de los representantes nacionales,
repetía con sarcasmo que “su ligera pluma había ganado unos pesos –y luego agregaba –,
¿Sabe una cosa Antonio? gente como yo está condenada al purgatorio, a penar por siempre,
buscando el perdón divino por habernos convertido en prostitutas de la palabra, las plumas
más cotizadas de la Plaza Murillo”. La última vez que lo vio le comentó que un libro de
sonetos escrito por encargo había ganado un premio internacional. “Lástima que el libro
lleve otro nombre, me hubiera gustado que la gente me recuerde por estos sonetos pero, en
Y hablando de eso ¿cuáles de tus amigos están escribiendo para Evo?, le preguntó el
ingeniero forestal.
No sé si los asesores eventuales de hoy me siguen considerando como amigo porque hay
una tendencia de no confraternizar con quienes no piensan como ellos. Lo que sé es que
existe una guerra sorda entre el entorno cercano al que se descuida inmediatamente lo
defenestran con Evo y lo apartan sin lugar a reclamos. Aquellos que trabajaron con Evo,
desde la época de dirigente cocalero en el Chapare, fueron desplazados y ahora son nuevas
personas las que lo asesoran. Entre ellos hay un refugiado peruano que ya asesoró a otros
110
políticos; un explorador argentino experto en marketing político que trabajó en las
campañas de Jaime Paz y de Hugo Bánzer; un periodista cochabambino que le escribió una
temprana biografía, y un equipo de intelectuales aymaras que antes de redactar una oración
se encomiendan a sus dioses cósmicos para que el discurso salga bien. Entre estos se
muerte”, en la que los aymaras serían los portadores de la primera y los demás de la
segunda. Todos ellos son miembros de un selecto grupo conocido como “El Círculo de
Ajá, intervino el cirujano plástico: entre ellos habrá que buscar al autor del lema: “Un
proyecto, un pueblo, un líder” que no es otra cosa que la traducción literal de “Ein reich, ein
volk, ein fürher”, la exitosa propaganda de los nazis; y también de la leyenda “Evo soy yo”,
que parece copiada del final de la película Espartaco protagonizada por Kirk Douglas, en la
que después de la batalla final donde casi exterminan a los esclavos insurrectos, los
No lo sé, respondió Antonio, pero en honor a la verdad, me han contado que el hombre lee
los discursos que le escriben, escucha a sus consejeros y asesores pero después dice lo que
quiere. En el Café Berlín y en otros cafés de La Paz, se afirma que a Evo le encanta que sus
reemplazado las opiniones y consejos del “Círculo” por el servilismo de los dirigentes
campesinos e indígenas. Fíjense que Evo, sin falta, viaja todos los fines de semana a las
comunidades, buscando que lo adulen y lo mimen, que lo aguaguachen como dicen los
paceños.
111
Debe creerse la reencarnación de René Barrientos, dijo Arturo, con la diferencia que éste
¡Así que asesores extranjeros!, se sorprendió el Médico en la cita quincenal del “Foro” que,
esta vez, se realizaba en la casa de José María. Preferían reunirse en las casas de cada uno
sabía quien podía sentarse en la mesa y ya habían tenido problemas con algunos
parroquianos intolerantes que no respetaban las opiniones de los otros. Desde el ascenso al
poder de Evo Morales elegían a quién invitaban a las capillas del “Foro”, para evitar
odiosas confrontaciones indignas de caballeros. Así que asesores extranjeros ¿no?, nuestro
país es tan generoso que cualquiera que viene de afuera lo recibimos con los brazos
abiertos. Ya desearía yo que a algún boliviano escritor triunfe en el exterior, fíjense que hay
eminentes profesionales bolivianos que trabajan en bares, o escritores bolivianos que viven
durante muchos años en Europa y los Estados Unidos, y si han logrado una reseñita, en un
pinche periódico, se dan por satisfechos porque saben que no pueden aspirar a más. En
cambio aquí los extranjeros, dirigen periódicos, gerentan empresas, vienen a operar gratis
como los cubanos sin que nadie les pregunte por sus títulos profesionales y encima asesoran
Antes que me olvide –intervino en la charla otro paceño, escritor de cuentos eróticos, que
por esos días andaba por Santa Cruz y que había sido invitado al “Foro”– y hablando de
asesores extranjeros, fíjense que los que más defienden a este gobierno son justamente los
forasteros que viven en Bolivia, tal vez porque nos miran como los indiecitos que quieren
hacer la revolución. Nos miran con la indulgencia superior de los blancos buenos. Pero “en
112
escritores que escriben para gobernantes, creo que Evo Morales se lleva la flor. Noten que
en menos de cuatro meses de gestión ya se han publicado varios libros sobre su vida, su
amores y sus hijos. Se ha escrito sobre su ideología y recopilado sus discursos de los
primeros noventa días; se han hecho documentales, ahora mismo se está rodando una
película y lo han comparado con Tupac Katari. Dicen que es el Simón Bolívar indio, que es
Zárate Willca, que es el supuesto socialista presidente David Toro, que es el Che Guevara
por supuesto y hasta que es Jesucristo. “Es Cristo que vino a redimirnos de los q’aras y a
cura le contestó que había que exorcizarlo para sacarle el demonio de Hugo Chávez que le
había poseído el alma. Los analistas y politólogos de adentro y de afuera del país ya no
ideología que supuestamente mezcla ambas corrientes teóricas y que según el propio
Álvaro García Linera “es un movimiento cuya acción está centrada en lo que haga y deje de
hacer el caudillo”. Es decir que Evo sería una especie de deidad propiciatoria de la
revolución, cuya meta es “construir una nueva civilización sobre las ruinas del capitalismo
que ya agoniza”. Ideología que todavía no sé qué significa, pero me suena a idolatría o
mesianismo que pretende sacralizar a este gobierno, y sabemos que es muy peligroso que el
seductoramente el Paceño.
No significa nada. Lo que pasa es que los abuelitos de la izquierda que se la pasaban
tomando café y hablando mal de los gobiernos, ahora no saben cómo justificar que éste sea
113
Estos tipos están manejando categorías sociales que no existen para tapar su ignorancia
No se lo vayan a decir a nadie, pero creo que los paceños estamos creando un monstruo,
Pol Pot será un niño malo y travieso a su lado, retomó la palabra Huáscar. Este presidente
les ha ganado a todos los anteriores, ni siquiera Carlos Mesa y su destacada oratoria de
pupilo de los jesuitas lo iguala; y eso ya es mucho decir. La intelectualidad paceña ha sido
la que fueron sometidos los indígenas y ahora pretende lavar su conciencia de clase
guardando silencio o colaborando con la temprana creación del mito “evista”. Los
ancestrales, complejas y telúricas, como si los aymaras o quechuas hubieran tenido escuelas
del pensamiento o escritura, pretenden que creamos que en el mundo andino existen
propuestas filosóficas que desconocemos. ¿Por qué no las hacen conocer? ¿Por qué ser tan
egoístas? ¿Por qué privar al mundo de una nueva visión? Me parece que hemos pasado de
los dogmas marxistas que imponían intelectuales al servicio de la revolución a los dogmas
indígena, intelectuales que se han apropiado de todo el referente histórico indígena. Como
social de los aymaras titulada La máscara de piedra, están inventando una falsa tradición y
una identidad ficticia y lo hacen con la arrogancia de quienes creen que los demás somos
unos pelotudos. Pero, por supuesto, que a Montes ellos no lo leen porque lo consideran un
114
Menos mal que sos paceño, le aclaró Aristóteles, porque si eso que acabas de decir lo
Pero tampoco crean que todos los intelectuales andinos están al servicio del MAS; el otro
día leí un artículo de Fernando Untoja, aymara neto, quien plantea que: “Actualmente,
todos los “masistas” hablan de comunitario pero nadie sabe lo que es; sostienen que el
poder es desde las comunidades, cuando en los hechos, es la decisión del déspota” que para
No sean tan jodidos, intervino Antonio, yo creo que ustedes no perdonan que un indio haya
ganado con más del cincuenta por ciento y que esté haciendo lo que no pudo hacer la
revolución y lo único que hicieron los que llegaron al poder fue la revolución en sus
bolsillos, porque de yescas pasaron a platudos. Y ustedes saben muy bien de quienes estoy
hablando. Evo es consecuencia de todos los gobiernos corruptos de estos veinticuatro años
burguesía en el gobierno. Deberíamos estar felices de que un indio, por fin, nos gobierne.
porque ser tan prejuiciosos. El hecho de que no hayan tenido escritura no quiere decir que
no hayan podido trasmitir sus saberes por vía de la tradición oral. Creo que estamos
juzgándolo prematuramente, hay que dejar que las cosas sucedan; dejemos que gobiernen,
que cometan sus propios errores, que nuestros antepasados ya cometieron los suyos.
nadie. Los que conocemos a Álvaro desde sus tiempos de guerrillero del Ejército Tupak
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Elizabeth Burgos, una amiga venezolana historiadora de los movimientos guerrilleros de
América Latina, está siguiendo los lineamientos de Pierre Bourdieu, el sociólogo del
En la casa de José María, Antonio se fijó en la joven que servía las tacitas de café, era de
rasgos indígenas chiquitanos, una mozuela de buen tamaño, muslos y brazos fuertes, de
escasa cintura, en la cual solamente él parecía reparar cada vez que entraba cargada de
bandejas. Para los demás, permanecía invisible como su antepasada que enseñó a doña
Adelia el secreto de las yerbas; invisible para los mestizos adinerados que aún, en el
gobierno indígena de Evo Morales, se resistían a aceptar que las cosas habían cambiado y
que Bolivia ya nunca más sería la misma, mejor o peor pero no igual, reflexionó en
silencio.
Antonio ha decidido incluir parte de los diálogos con sus amigos del “Foro” en la novela,
pretendiendo establecer algunas supuestas analogías con las supuestas conversaciones que
sostenía Romualdo con sus amigos en el siglo diecinueve. La política siempre será la
serviría para darle polifonía a la obra y para que se convirtiese en una especie de crónica de
En cierta ocasión, cuando Antonio le contó de su decisión a una poetisa cruceña, ¿Ya ves?,
le dijo, vos también te estás convirtiendo en otro de los panegiristas de Evo, cuando
deberíamos ignorarlo. La clase media debía ponerlo al hielo, no hablar de él, matarlo con la
indiferencia.
Querida amiga, no voy a intentar justificarme, pero la verdad es que creo que estamos
viviendo una época intensa; los acontecimientos de estos días son potentes y perturbadores
116
Antonio vuelve a las palabras antiguas de Gregorio, copia lo que el ayudante de campo o de
órdenes escribió refiriéndose a Belzú y a Melgarejo, afirmando que ambos sabían cómo
exaltar al populacho a diferencia de los copetudos, pues ellos provenían de allí, “eran sus
iguales, conocían sus mañas y sus debilidades”. Y Evo también lo sabe, pensó Antonio,
eran mestizos y que fueron usados por las familias poderosas, para no decir por la
Los asesores de Evo, expertos en imagen, saben que su adscripción étnica es fundamental
para la construcción del mito del estadista indígena y no descuidan ningún detalle. Para
agigantar el mito y situarlo en la línea de los héroes nacionales han generado la sospecha
entre la población de que hay gente que quiere matarlo –“la oligarquía y el imperialismo
que son renovados cada cierto tiempo. Los que ya prestaron servicio vuelven a sus
manuscrito, hablando del asesinato de Belzu–, lo que debí haber hecho era vender cara mi
desparpajados por todas las calles. En cambio hice lo de los cobardes, huí pretextando que
un grupo de ataque en el acto nos dirigimos a Palacio pero ya era tarde; los melgarejistas ya
se habían hecho fuertes en la Plaza. Lo que no pudimos hacer nosotros, por esas cosas
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encontraba expatriado en Lima, dándole muerte como a un perro. Ya ves, me dijo el
Coronel cuando nos enteramos de su asesinato por la prensa, no hay porqué angustiarse ni
mancharse las manos por quienes no lo merecen. Nuestros enemigos irán pasando frente a
cuadras de la plaza en una humilde morada de adobe con techo de paja” (donde ahora es la
Gregorio extiende su relato con un sentido homenaje al amigo de su jefe, a quien también
admiraba por propio convencimiento. Cuenta que los aymaras, sabedores de que “Manuel
Isidoro Belzu había vencido a la muerte ya en una oportunidad, cuando Agustín Morales,
que se hacía llamar “valiente entre los valientes”, por su desmedido coraje en combate, le
disparó a quemarropa en la cara y luego varios caballos le pasaron por encima, dejándolo
hecho un guiñapo humano y creyéndolo muerto lo dejaron tirado en la calle. Horas más
cadáver abandonado que merecía cristiana sepultura se lo llevaron a enterrarlo. Dicen que,
cuando lo estaban velando, recobró la vida y, ante el azoro de todos los dolientes, les pidió
que lo llevaran a un médico. Esto también es algo de lo que puedo testificar, pues yo estuve
en Sucre cuando sucedieron los hechos. La verdad, es que el “árabe”, como le decían su
adversarios, volvió de la muerte, tal como lo hizo otras veces en las más de cuarenta
sublevaciones y motines que se dieron en contra de su gobierno, que tuvimos que sofocar
reciamente, para decirlo con delicadeza. Yo no sé cómo hacía, pero varias veces lo dimos
por muerto y tuvimos que tragarnos las lágrimas, porque el hombre resucitaba y nos
118
“Los indios pensaron que el milagro podría repetirse, porque creían que Belzu era inmortal
y escoltaron su cuerpo durante tres días, realizando ofrendas a los santos católicos y a los
dioses de la tierra, mezclaban los ritos católicos de la oración y el rosario con ritos paganos
ancestrales. Rezos con q’oas, rosarios con “mesas andinas”. Nadie, ningún blanco podía
entrar y al que lo pillaban curioseando corría el riesgo de ser lapidado en una apacheta
cercana. Sin embargo el “Tata”, así le decían porque lo consideraban su padre y él les decía
“mis hijos amados”, no volvió nunca a la vida, por lo menos no físicamente, pero la
creencia popular asegura que los cuida y los protege desde el más allá y por eso le rezan,
como a un santo varón. Al tercer día, una inmensa multitud acompañó sus restos hasta el
mucho esa muerte. Después del Coronel fue uno de los hombres a quienes más admiré.
misiones secretas. En una de ellas tuvimos que cabalgar de noche para llegar en la
madrugada a los campos de Ingavi, donde el general José Ballivián había hecho construir
una pirámide en honor de Agustín Gamarra, su enemigo caído allí mismo en combate.
Ballivián era un guerrero que respetaba el valor de sus adversarios, quiso honrar la
memoria del peruano Gamarra y advertir a futuros agresores construyendo sobre su tumba
por piedra, robar los restos de Gamarra y devolverlos al Perú. A la distancia de los hechos
puedo afirmar que, lo que hicimos, fue una vil acción encomendada por un hombre
desquiciado por los celos. Belzu nunca fue el mismo después de la supuesta traición de su
amada, Juana Manuela con Ballivián; los celos lo enloquecieron. Pero por esos avatares del
destino, años después, cuando Ballivián y Belzu no podían reclamar nada nos enteramos,
por un soldado leal al vencedor de Ingavi, que los restos que entregamos a las autoridades
119
peruanas no eran precisamente los de Agustín Gamarra, sino los de un soldadito boliviano
desconocido. En realidad José Ballivián quiso burlarse del enemigo que pretendía
lo sabían los más cercanos colaboradores que habían jurado guardar silencio”.
Antonio Robles finalizó de leer estos tan crudos como dramáticos sucesos e
inmediatamente se recogió en los temores de don Jorge Calahumana que le había advertido
podían destruir honras y naciones. Antonio imagina la sorpresa que se llevarían los
peruanos si descubrieran que los despojos que veneran, como si fueran los de uno de sus
cordillerano. Por eso es mejor que ellos sigan creyendo sus mentiras, así como los
“tujuré” –maíz cocido con lejía–, le derramó leche fría y pensó que el cuaderno confirmaba
que Gregorio era un hombre leal de profundas convicciones; por eso no le sorprendió que
hasta el fin de sus días no creyera lo que se afirmaba de Belzu cuando volvió de Europa.
“La canalla acusa a mi General Belzu de haber viajado al Viejo Continente en busca de un
Rey para restaurar la monarquía en nuestro país. Miseria de miserias, Belzu fue un caudillo
popular que amaba a los indios. Nadie como él se ocupó de ellos, en una época en la que
Incluso devolvió las propiedades a la Iglesia, que le habían sido arrebatadas por gobiernos
anteriores. Los enemigos juraban que lo hizo porque creía que, de esa manera, se
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iba a caer en desgracia como otros caudillos populares, “porque las masas van de un lado a
otro y, como todos los credos fanáticos, están destinados al fracaso”, decían los ilustrados.
Mientras yo viva seguiré leal a la memoria del Coronel Villamil y a la del general Belzu”,
Antonio recordó que contándole a don Ramiro Carrazana el mágico y prolongado velatorio
Paraguay, cuyo restos fueron velados también tres días y tres noches esperando que vuelva
a la vida. La guardia paraguaya del Palacio de Gobierno de Asunción incluso le daba partes
diarios como lo hacían rutinariamente. Esa vez don Ramiro recomendó a Antonio que
leyera a Fausto Reynaga, intelectual indígena, autor del libro La Revolución India, para
quien Manuel Isidoro Belzu era el “Mahoma boliviano”; el “Apóstol de los indios”, que
con su gran oratoria y gestos histriónicos, tenía la capacidad de movilizar a las masas indias
tanto del campo como de las ciudades. Una concesión impensable en un intelectual
indigenista radical que pensaba que todos los q’aras o mestizos no eran dignos de ningún
peyorativa, cuya obra debería tener mayor repercusión en la actual gestación del
anotó Antonio.
Recordó luego que la majestuosa conjunción de sentimientos populares que se dio en los
velatorios de Manuel Isidoro Belzu y Gaspar Rodríguez, que reveló el impresionante furor
vuelto a ver a finales del siglo veinte durante el velorio y entierro del “compadre” Carlos
Palenque, líder populista que falleció de un paro cardiaco en la década de los noventa, cuya
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pensar que ahora, frente a lo indígena, lo “cholo” viene a ser un insulto, pensó. Luego
rememoró que fueron los seguidores de Palenque quienes primero hablaron del jacha uru y
del pachakuti; pero de eso nadie quiere acordarse, sencillamente porque los actuales
Comentando estas analogías con Carlos Cordero, otro historiador aficionado, que escribía
la historia secreta de las estatuas y los monumentos urbanos de Bolivia, éste le hizo notar
que ni Belzu ni Palenque tenían sus estatuas, quizá porque como no pertenecían a familias
monumentos para recordarlos, pues una recóndita consanguinidad de la masa con ellos
Antonio piensa en otra paradoja del supuesto anarquista criollo que fue Belzu: la creación
de la actual bandera oficial de Bolivia, que rige por la Ley de 5 de noviembre de 1851, fue
dictada por él porque seguramente creía también en el poder de los símbolos, como el
Presidente Carlos D. Mesa Gisbert, que ordenó nuevas reformas al Escudo Nacional. Por
culpa de gente como ellos –insiste Antonio –, los pobres escolares tienen que soportar a
profesores que los atormentan con preguntas acerca de cuántas banderas hubo en Bolivia y
qué mandatario las cambió o quien modificó por última vez el escudo. Si ya es difícil con
las banderas que tenemos, imagínense si a los niños y niñas les preguntaran ¿cuántos
Y, para no olvidarse, Antonio consignó que los manuales de historia informan que Belzu
República, que convenientemente las ganó su yerno Jorge Córdoba. Vaya destino el de
Manuel Isidoro Belzu, pensó Antonio, un hombre que transformó el país permitiendo que
los indígenas sean tomados en cuenta por el Estado, que celebraba su cumpleaños rodeado
122
de niñas y niños humildes, para quienes hizo construir nuevas escuelas porque creía que un
pueblo educado y culto sería más difícil de sojuzgar, acabó dando su nombre a una
diminuta como desconocida plazoleta de La Paz que, durante los años ochenta, era la
referencia para que los borrachos trasnochadores ubiquen el ahora desaparecido callejón
Caracoles que daba al bar Averno, una cantina de mala muerte donde servían unos
quemapechos ordinarios y baratos que destrozaban las tripas de los poetas e intelectuales
que lo visitaban. Pero, bueno, esta no es una novela sobre Manuel Isidoro Belzu, aclara
Otra anotación de Antonio, en las fichas que va escribiendo sugiere que así como en el siglo
diecinueve todo fue nominado por los patriotas, bautizado, oleado y sacramentado por la
Iglesia Católica, con nombres de los insignes criollos y mestizos con castizos apellidos
desea buena suerte o se encomienda a Dios para que las cosas salgan bien, ahora se
por las fiestas patrias y los aniversarios cívicos departamentales, sino a aptapis, donde en
una mesa plena de productos andinos se come con la mano. Las entradas folclóricas, que
mezclaban armónicamente la devoción cristiana con los cultos nativos”, hoy se han vuelto
“manifestaciones de nuestra identidad cultural que pugnan por revalorizar nuestro pasado
refundación de la estatal Radio Illimani que ahora se llama “Radio Patria Nueva”.
123
La revolución “evista” está arrasando también, con los nombres de personalidades
europeas, las escuelas nuevas, las plazas públicas, los coliseos municipales, las carreteras,
las recién fundadas comunidades campesinas y los recién nacidos llevan y llevarán nombres
nombres será entregado a los oficiales de registro civil y será de uso obligatorio para
bautizar a los niños y niñas, como antes lo fuera la guía de santos católicos. La “Revolución
Cultural” preveía una transformación radical desde la educación misma; la enseñanza en las
escuelas, además de ser bilingüe, en castellano y el idioma nativo del lugar, se impartiría
con un nuevo abecedario coherente con los tiempos de cambio que vivía el país.
Abecedario que fue redactado en base a los usos y costumbres de los pueblos originarios.
Al igual que en el siglo diecinueve, circulaban pasquines por todas las ciudades en los que
“A, Ayma, apellido materno de Evo Morales; Primer Presidente Indígena del mundo entero.
Primera letra del abecedario y del Ama Sua, Ama llulla, Ama Quella y Ama LLunku.
Aymara, cultura andina milenaria que sobrevivió a la conquista española. Andes, cordón
B, blanco invasor, extranjero avasallador. Bartolina Sisa, esposa del grande y heroico líder
C, Cuba, país socialista amigo gobernado por nuestro hermano el comandante Fidel Castro.
124
CH, Che Guevara, comandante guerrillero cuyo ejemplo deben seguir todos los niños.
E, Evo Morales, Primer Presidente Indígena del mundo entero. El Alto, ciudad, capital de la
Nación Aymara, su verdadero nombre es Alaj Pacha que quiere decir Ciudad de Allá Arriba.
F, Fidel Castro, nombre del hermano revolucionario que dirige la República Socialista de
Cuba.
G, gamonal, oligarca del oriente. Persona que acapara tierras originarias. Guaraní, habitante
del Chaco.
I, Indio, gentilicio impuesto por los perversos conquistadores y usado de manera denigrante
K, Kollasuyo, patria de nuestros antepasados. Katari, Tupac, líder indígena que derrotó a
los blancos y cercó La Paz obligando a los españoles a comer ratas. Tomó su nombre de los
M, Morales Evo, Primer Presidente Indígena del mundo entero. Mama Oqllo y Manco
N, nativo que pertenece al lugar donde ha nacido. Los pueblos nativos son los dueños de la
tierra donde han nacido. Naciones originarias como la Aymara, la Quechua y la Guaraní.
avestruz de América.
125
O, originario, pueblos y culturas de América. Oligarquía, empresarios blancos cruceños que
P, PachaMama, diosa madre del universo. Pueblo; conjunto de personas humildes. Patria,
hogar de los pueblos originarios. Paraíso, tierra sin mal y sin pecado ubicado en el valle de
cereal originario de los Andes mucho más nutritivo que el trigo. Q’ara, blanco ladrón.
T, Tupac Amaru y Tupac Katari, líderes indígenas cobardemente asesinados por los
españoles. Tiwanaku, cuna del imperio andino. Tomás Katari, de la familia Katari de
Chayanta.
U, Uru Uru, el más antiguo pueblo del continente y del mundo entero, cuyo nombre
significa “Pueblo de las aguas”. Urucú, especie del oriente boliviano que sirve para cocinar.
V, vicuña, hermoso animal originario de los Andes cuya lana sirve para confeccionar finas
mantas.
X, Xochitl, día vigésimo del mes azteca que solamente tenía veinte días. Calendario
destruido por los invasores españoles. Nombre maya que significa Flor.
Y, Yatiri, sacerdote de la religión cósmica aymara. Yungas, hermosas tierras cálidas de los
Andes. Segunda letra del apellido materno de Evo Morales Ayma, Presidente de la
República y Capitán General de las Fuerzas Armadas y Presidente Honorario de todos los
126
Z, Zapata Emiliano, líder mexicano revolucionario de origen indígena. Zángano, burócrata
blanco ocioso”.
gobierno había previsto decretar que, en las oficinas públicas, durante los refrigerios,
llama.
Una circular ordenaba a los empleados públicos atender en sus lenguas maternas a “los
hermanos indígenas” y dar prioridad a las demandas del pueblo trabajador. Y, por supuesto,
que los canales de televisión entendieron velozmente cómo venía la mano y se adelantaron
tarareó Antonio mientras escribía; y esa noche, en la cena, bromeó con su familia sobre las
tono de los pasquines, bromeó recordando que antes a los indígenas con algunas copitas de
demás, se les decía que eran unos “indios borrachos” y a los blancos en las mismas
condiciones se les absolvía como “que estaban alegres”; en cambio ahora, y siguiendo la
reinvención indígena, una imagen de indígenas bebiendo sugiere que están celebrando a la
PachaMama, y una imagen de blancos haciendo lo mismo es que son unos borrachos que
cambiarle el nombre a todos los paseos, plazas, avenidas y calles que lleven nombres
plaza de armas Pedro Domingo Murillo, por el de Tupac Katari, veremos si la propuesta
127
prospera, apuntó Antonio y luego se acordó de las musas de la Plaza ¿Serían reemplazadas
por ñustas?
Y, ¿qué pasará con aquellos lugares, plazas, avenidas, rutas, que se llaman “Che Guevara?
Días más tarde uno de sus amigos le comentó que un jubilado, de esos que pasan sus
últimos días alimentando a las palomas que merodean bajo el monumento del mártir paceño
de la independencia, entrevistado por la prensa, habría dicho que esas “son macanas, esta se
llama Plaza Murillo ¿no ve? Y si lo aceptamos cualquiera después va a venir y le va querer
Chuquiyawu o Chuquiago Marka?” ¿Qué pasará con la Plaza de Armas de Tarija que lleva
dejarán que le cambien el nombre? En Santa Cruz la cosa se va a poner peor –comentó el
letra del himno departamental, especialmente esa estrofa que dice: “La España grandiosa/
con hado benigno/ aquí plantó el signo/ de la redención. Y surgió a su sombra/ un pueblo
eminente…”, porque los indigenistas consideran que es el único himno de América que le
rinde tributo a la conquista y que, por tanto, es una vergüenza para la memoria de los
128
“Esa envidiable independencia”
Una noche, en su casa, Antonio recibió la visita de uno de los miembros del “Foro”, que fue
a buscarlo para pedirle un favor. Se trataba de José María, que le pidió unos minutos para
que no sabía qué hacer. El notario le contó que por la tarde se le presentó en su oficina un
viejo pidiéndole que le tome una declaración jurada; así lo hizo y, cuando terminó la leyó y
le hizo prometer ante una pequeña Biblia que él mismo sacó de su bolsillo, que cuando él
documento el viejo sacó un revolver y se pegó un tiro allí mismo. El primo quedó traumado
comunicación que invadieron su notaría para informar estridentemente del suicidio, quería
deshacerse de los papeles pero al mismo tiempo no quería fallarle al difunto. Así que lo
buscó a él y se los dejó rogándole que lo ayude a hacer pública la declaración del suicida,
“dásela a alguno de tus amigos que tiene contacto con la prensa, por favor no me rechacés.
Y José María no halló cosa mejor que llevársela a Antonio porque sabía que tenía
conocidos entre la prensa y quería dejársela para que intente hacerla pública. Antonio la
leyó y se enteró de que la declaración jurada, era de un Oficial de Registro Civil durante la
dictadura de Hugo Bánzer, que confesaba de motu propio, que en esos años lo obligaban a
dar parte informativo, a los organismos de represión del Estado, de todos los niños que
fueran inscritos con determinados nombres de acuerdo a una lista que los agentes del
Ernesto, Camilo, Benjo, Tania, Loyola, Tupac, Inti… El Oficial testimoniaba a quien
129
pudiera interesarle que los agentes volvían cada semana a su oficina para recoger un
informe detalle los nombres y los domicilios de los potenciales subversivos. Afirmaba
también que a él le constaba que algunos de sus clientes desaparecieron sin dejar rastro
alguno y que cansado de cargar con la culpa había escrito esta confesión que debía ser
conocida luego de su muerte para evitar que los ex agentes vayan a tomar represalias contra
Luego que se retiró José María, Antonio guardó la carta en su velador para decidir más
adelante que iba a hacer con ella. Siguió trabajando en el borrador, recordando que en la
época de los ochenta vivía en el barrio de San Pedro, en la calle Almirante Grau, que tuvo
varios nombres, primero se llamó calle de La Plata y luego Litoral, hasta terminar
había sugerido que “se lo debe reponer de inmediato porque no es posible que lo originario
siga relegado por lo colonial, por la perversa conquista que destruyó hasta nuestra manera
Antonio recuerda que en San Pedro vivía también un extraordinario personaje, poseedor de
una de las más grandes y completas bibliotecas y hemerotecas nacionales que guardaba
material que venía desde la época colonial: De don Arturo Costa de la Torre, que era una
que recurrió a él porque, si bien en la hemeroteca del Congreso existían periódicos desde
130
del Palacio Legislativo. En cambio en la ordenada hemeroteca de Costa encontró una
La carta dirigida al editor del periódico La Reforma y que transcribe Antonio corrigiendo el
1873, dice: “Interesado como estoy en la conservación del crédito mercantil que tengo
en la política, me permito rogar a usted se sirva publicar las dos cartas que le adjunto,
susceptibilidades e infundadas desconfianzas, pues que verán claramente, los que suponen
que aún pertenezco a la política militante, que son firmes e inquebrantables mis propósitos
de buscar en el trabajo personal, esa envidiable independencia del hombre que tiene sobre
sí, los largos y continuados años de una “decepción” completa y de los sacrificios
tranquilidad doméstica, a que únicamente aspiro ya, en los últimos años de mi vida”
Antonio anota que a sus sesenta y dos años Romualdo aspiraba a la “envidiable
nacional, pero comprendía que ya era tarde para arrepentirse de haber estado en el infierno.
En la misma hoja matutina se publicaban otras dos cartas: la primera dirigida a Don Tomás
Frías, que fuera Presidente de la República, en la que pedía se aclare su rehabilitación como
131
Muy respetado señor:
Incluido en la baja de más de setenta Jefes y Oficiales que han sido separados del servicio
administración de usted, acepté este honor, más que todo, por corresponder a aquella
Mi deseo, al separarse usted del Gobierno de la República, era licenciarme del servicio
“disfavorable”.
Hoy, al dirigirme a U., le ruego se sirva decirme, si yo o de otro modo algunos enemigos
comprometido en un pequeño giro comercial con intereses ajenos, antes que nada, quiero
buscar la garantía de mi trabajo y de mi crédito, que hoy me importan más que los títulos y
los antecedentes de la carrera pública que no me han traído otra cosa que atrasos y
sinsabores.
132
Sin más que aguardando el honor de su contestación, ofrezco a U. mis sentimientos de
S.S.S.
Romualdo Villamil.
Y la segunda carta era la respuesta de Tomás Frías, Presidente de Bolivia hasta mayo de ese
que fue U. rehabilitado militarmente, por el Gobierno que rigió hasta el mes de mayo
último. En su mérito debo decir, que sin ninguna insinuación personal ni privada, el
de autoridad, que había propuesto realizar. Con esas rehabilitaciones quiso el Gobierno,
honrar a los que no habían prevaricado, arrebatando con las armas la autoridad en 1864,
Lo cual espero satisfaga a los fines de su citada carta; quedando como quedo de U. su
Tomás Frías.
La respuesta del doctor Tomás Frías, pronta y oportuna, dejaba percibir que consideraba al
Coronel Villamil un amigo. Gregorio también comenta sobre la rehabilitación como militar
ánimo de su jefe una profunda depresión. Cita una correspondencia oficial en la que el
133
Coronel Villamil: “Pide la ratificación de la orden general que señala y el gozo de la
pensión alimenticia que en ella se le asigne. Señor Presidente: Romualdo Villamil ante los
respetos y rectitud de usted, por el digno conducto del señor Ministro de la Guerra con el
acatamiento debido digo: que por la orden general del 15 de diciembre de 1872, se dignó
usted rehabilitarme con el goce de la cuarta parte de mi haber en esta Plaza. Mas en junio
del 1873, inopinadamente sin que sobre mí pesara un delito, sin público juzgamiento ni
fallo y sin una orden general motivada, se me dió de baja, privándome de mi clase y de la
módica asignación alimenticia debida, según ley, a compensar mis honrados servicios
prestado por más de treinta años a la Nación y nada más que a la Nación. Hoy el carácter
Y luego el mismo Gregorio reproducía parte de la respuesta oficial firmada por Tomás
Frías como presidente de la República por segunda vez e Hilarión Daza, como su ministro,
quien bajo el signo de los tiempos lo traicionaría años después despojándolo de los
La Paz”.
Sin embargo, el azar le volvería a jugar otra mala pasada al Coronel, porque sobrevino la
134
Gregorio– lo volvieron a inhabilitar, hasta que años después de remitir incontables misivas
reclamando justicia, le llegó una notificación oficial del “Estado Mayor del Grande e
le comunica entre otras cosas que “El Capitán General de la República siempre
Patria, tiene a bien conceder en la fecha la rehabilitación del señor Coronel Romualdo
Villamil, destinándolo a esa plaza con el medio haber de su clase…” Hasta ahí la copia y
luego, como buen soldado, Gregorio volvía a la carga aclarando que “el generoso y
humanitario no era otro que Mariano Melgarejo, del cual se decían muchas cosas pero que
siempre respetó a los valientes y por eso, pese a que mi jefe era partidario de Belzu,
fueron escritos a su retorno del Perú, donde estuvo exiliado por orden de José María
Linares, otro de los enemigos heredados por su amistad con Belzu. Gregorio afirma que
“entre sus adversarios se contaban los amigos y partidarios de José Ballivián, que nunca
perdonaron a los Villamiles que hayan sublevado a las masas y hasta a los indios para que
A propósito de estos detalles Gregorio aclara: “No pude acompañarlo en ese viaje porque
regresó a las pocas semanas de que el Dictador Linares, rotundo título con el que éste se
proclamó desde la presidencia, que no le duró mucho porque fue depuesto por sus propios
ministros que le habían jurado amor eterno, quienes cansados de sus actitudes despóticas lo
dictador también dejó otra lacra a Bolivia: los partidos políticos, porque fue el primero en
135
fundar y liderar uno. “Dios consiente pero no para siempre, mi muy estimado Gregorio”,
Antonio piensa que con José María Linares, por lo menos, tuvimos un autócrata sincero,
cínicamente a respetar la Constitución Política del Estado que acababan de violar con sus
recordando que esa semana los periódicos publicaron solicitadas de hijos que denunciaban
a sus padres, de padres que denunciaban a sus hijos, de hermanos que se acusaban entre
Y, hablando de prestigios personales, Antonio recordó que en una de las reuniones del
“Foro”, Gonzalo hizo un paralelismo entre algunos ministros de este gobierno y lo sucedido
en Colombia durante los años ochenta; allá los narcotraficantes vivieron felices hasta que
empezaron a meterse en política. El pueblo, que los conocía, no aguantó verlos hablar de
corrupción y honestidad y les sacaron sus trapitos al sol, poniendo bajo sospecha los
orígenes de sus cuantiosas fortunas, acusándolos de todos los delitos y actos deshonestos
posibles. En Bolivia pasó lo mismo con algunos ministros de Evo Morales, se habló incluso
de investigación de fortunas pero, al igual que otros años, la amenaza tampoco se cumplió.
Las cadenas televisivas hicieron su agosto especulando sobre el origen de la fortuna del
único ministro blanco del gabinete. Eso le pasa por alejarse de Dios y venderse a un
indecentemente por llevar a los familiares a sus estudios y preguntarles qué les harían a los
136
asesinos si los tuvieran frente a frente. Días después, en Santa Cruz, los medios de
comportamiento de la miss Bolivia” quien por la presión y los ruegos de la población para
que hiciera un buen papel, juró ante la virgencita de Cotoca que iba a mejorar y se iba a
“Miss Universo”.
También esa semana, sus amigos de La Paz le informaron que habían visitado todos los
anticuarios de la ciudad, los legales y los informales, y que Jorge Núñez del Arco, el más
había pasado el dato que las últimas semanas del gobierno de “Tuto” Quiroga aparecieron
unos jóvenes vendiendo cartas antiguas, pero que ningún coleccionista las compró porque
no eran de personajes conocidos en el país. Muchas de las cartas eran anónimas y no tenían
otro valor que no sea el de su contenido sentimental, pero eso a nadie le interesa, les dijo el
coleccionista. Antonio les pidió que no se dieran por vencidos y siguieran en la búsqueda
del arca perdida. “Los cristianos vienen buscando la sagrada hace miles de años y nosotros
Semanas después, Carlos Dávila lo llamó para leerle una noticia publicada en un periódico
paceño que daba cuenta de la misteriosa aparición de cartas antiguas en la puerta del
Archivo Histórico Militar, el director de dicho centro de documentación creía que se trataba
presentaran sus dueños las iba a guardar en calidad de depositario accidental. Seguro que se
las robaron del Palacio Quemado y los ladrones al no saber qué hacer con ellas las dejaron
allí, le comentó Dávila. Lo que pasa es que los finados, autores de las cartas, les han debido
jalar de las patas durante las noches y los pobres rateros se desesperaron por deshacerse de
137
su macabro robo, sonrió Antonio. Menos mal que las devolvieron al Archivo Militar,
imagínate si las cartas y documentos del Arca hubieran caído en manos de un comando
guerrillero, de esos nada originales comandos folclóricos como “Los Talibanes de El Alto”,
dejar las cosas como están, como aconsejaba don Jorge Calahumana, cerró la conversación
famoso baúl que, a fuerza de contarles las historias de las cartas olvidadas, había cobrado
Así como el Arca sagrada eludía a los curiosos, el Arca de los Calahumana seguía en el
138
Un señorío venido a menos
también había tomado el ciberespacio. Los seguidores de Evo Morales abrían páginas web
comunidades electrónicas. Cada instante los correos privados eran bombardeados con
mensajes de uno y otro bando; la lucha era sin cuartel y, tal como lo había advertido
Romualdo Villamil en Sucre, las palabras podían ser más mortales que las heridas de bala.
points. Para decirlo en el lenguaje de los años setenta, la guerrilla había hecho del éter su
nuevo Teoponte.
Claudio Ferrufino, escritor cochabambino radicado en los Estados Unidos, alarmado por
esta ola afirma que en Bolivia “hay que manejarse con cuidado dentro del arduo y
malicioso mundillo de los literatos del Alto Perú”, entre los que lee combativos manifiestos
139
Antonio recibía comunicaciones de oficialistas y de opositores. En el mes de Agosto había
reflexiones de Hare Krishna con conceptos de Carlos Marx, advirtiendo a quien quisiera
leerlo, “que nos encontrábamos en la delgada línea roja que nos podía llevar a absurdos
otros a tal extremo, que Sebastián Molina y Puki Gutiérrez, jóvenes poetas cruceños
Urbano”, para que la polémica alcance mayor difusión y se amplifique entre la juventud.
Si en los años setenta las armas arreglaban los desacuerdos ideológicos, un tiempo en el que
“no había tiempo para las palabras” como lo definió Omar Ruiz Paz, un exguerrillero de
Teoponte y en la década de los ochenta las discusiones se las realizaban en las aulas
realidad el sueño de los guerrilleros de llegar con sus proclamas a la mayor cantidad de
personas. A veces, las discusiones adquirían dimensiones tan disparatadas que era difícil
creer que se trataba de intelectuales de reconocido prestigio; como aquella vez que los
defensores del gobierno acusaron a los otros de “escribir con el falo en la mano” y de “no
querer reconocer el proyecto civilizatorio que se construía en Bolivia como una alternativa
al cruel modelo occidental y capitalista”. Los aludidos replicaron que “cuando se trataba de
opiniones no era cuestión de piel sino de libertades”. Antonio revisaba su correo cada día y,
artículos recibidos.
Cierra su email y continúa trabajando en la novela. Vuelve al cuaderno para que Gregorio
Aguilar siga contando de la amistad con Manuel Isidoro Belzu y el aprecio de este al
140
Coronel Villamil, que se manifestaba distinguiéndolo con cargos de entera confianza y en
invitaciones a su mesa cada vez que la ocasión lo permitía. Tal estimación personal hizo
Romualdo. Empezando por Jorge Córdoba que, pese a ser yerno de Belzu, en mayo de ese
año lo nombró Gobernador de la Provincia Pacajes, quizá para que los rebeldes señoríos
aymaras de la zona hagan trastabillar al sereno militar que era Villamil. Estos territorios
también conocidos como reinos collas, eran célebres porque ni siquiera los Incas lograron
dominarlos y la Colonia tuvo que pactar con ellos para convivir en paz, corría la bola que
los lugareños eran salvajemente violentos; que varios de los pueblos habían empedrado sus
calles con los relucientes y níveos cráneos de los conquistadores españoles que fueron
que no hizo la corona española lo hicieron los criollos y mestizos republicanos quitándoles
sus tierras cuantas veces quisieron, comentó el Coronel en uno de sus destinos, casi al final
de su carrera militar, observando cómo esos indios ricos mandaban a sus peones a engrosar
las filas de un ejército que a nombre de la Patria no hacía nada por ellos y neciamente los
Gregorio también nos informa que ningún otro gobernante lo volvió a designar en
prefecturas y que, más bien, preferían tenerlo en las provincias. Así fue durante algunos
años Jefe Político de la Provincia de Yungas, una región que producía coca para los centros
mineros, para exportar a la Argentina y para el escaso consumo en las ciudades, pero que no
poseía ninguna importancia social o política. Entre tantas intrigas que siempre terminaban
Coronel Villamil haya sobrevivido. “Quizá los rezos y suplicas de doña Adelia hayan
141
surtido efecto y el Coronel gozara de la protección divina, o tal vez simplemente se
explicaba por el aprecio que le profesaban los oficiales que nunca se animaron a asesinarlo,
ni siquiera cuando el Prefecto Yañez ejecutó, en 1861, la peor masacre política de la que se
notables en una emboscada en el Loreto. Pobre apellido, encima que era postizo, ahora
Por momentos la narración de Gregorio alcanza instantes épicos como cuando relata que
“en esos años Bolivia era polvo y sangre, el polvo que levantaban los cascos de nuestras
cabalgaduras, aplacado con la sangre de los caídos. Recuerdo que, después de un combate
contra insurrectos en las pampas cercanas a Oruro, el Coronel Villamil dijo que si
Siguiendo la lectura de Gregorio éste insiste “que muchas veces tuvimos que vivir a salto
de mata, huyendo por los tejados, durmiendo en el campo, ocultándonos con familiares o
pidiendo la protección de las iglesias y conventos. Las asonadas militares fueron tantas que
ya perdí la cuenta, solamente para que aquel que lea este testimonio tenga una idea, le
cuento que en el brevísimo gobierno de Eusebio Guilarte, que no duró ni diez días, hubo
cinco conatos o revoluciones, como gustaban llamarlas los adversarios, convencidos que si
triunfaban una nueva era empezaba para nuestro país. Cuantas “Nuevas Eras” habré visto.
al rato se apagaban, dejando eso sí un reguero de sangre que nunca terminaba de secarse en
las calles, familias deshechas, huérfanos, exiliados y prisioneros. ¿Cuántas veces nosotros
mismos estuvimos a punto de morir y fuimos salvados por la Providencia? Y cuántas veces
tuvimos que ingresar clandestinamente para comandar escuadras que se enfrentaban a otros
142
camaradas sin saber muy bien por qué. A veces teníamos que desarmar a regimientos
enteros que ni bien nos íbamos eran nuevamente armados por otros sublevados. ¡Ah! si no
sabré yo que los cuarteles eran los escenarios de crímenes de la peor especie. ¡No quiero
acordarme, no quiero!”
“Fue en esos años que el Coronel fue descubriendo que, cuando caía en desgracia era
porque llegaba al poder algún enemigo suyo, muchos de los que se decían sus amigos en
conocido. Él nunca tuvo otra ambición que la de ser un servidor público, nunca usó las
prefecturas como palanca para catapultarse al Palacio como lo hicieron la mayoría de los
que ocuparon ese cargo. Es suficiente con una revisión superficial en la hoja de vida de los
mandatarios de esos años para comprobar que todos pasaron por las prefecturas y los
ministerios. Desde esos lugares privilegiados y al amparo del mando de tropas pudieron
complotar en libertad y ejecutar las felonías frecuentes en los años cuando la Patria nacía.
Al Coronel nunca lo desveló el poder; él parecía estar más allá de las miserias que la
ambición impone a sus devotos. “Yo no sé cómo será en otros países, pero en el nuestro, el
poder huele a muerte”, me dijo una vez que asesinaron a unos amigos suyos por un ajuste
jubilación, le recordé que alguna vez él me había dicho que el poder olía a muerte; en este
“Uno de los últimos cargos que ocupó, que fue un regreso al honor como decía el propio
Coronel, fue el que tuvo durante el segundo gobierno de Tomás Frías que le pidió que
aceptase ser Vocal de la Corte Marcial a fin de evitar que los militares ejecuten juicios
143
Cuando se le otorgó esta designación el Coronel ha debido ser un anciano de más de setenta
años y Antonio se imagina cuán “desatendida estaba la fortuna del Coronel Villamil por
dedicar todo su trabajo y empeño a la causa pública”, como lamenta doña Adelia en su carta
al Congreso. Tanto fue así, que Gregorio va dando cuenta de la manera como fueron
vendiendo sus propiedades para poder sufragar los gastos de los traslados y cumplir las
designaciones a los diferentes lugares del país. La desazón que les produjo deshacerse de
las haciendas de Sorata, el paraíso terrenal, herencia familiar, y de las casas del centro de la
ciudad de La Paz, donde vivía la gente decente como ellos para irse a barrios donde las
casas eran más baratas porque eran vecindades de indios adinerados o mestizos bastardos.
Antonio recordó una cita del escritor argentino Juan Bautista Alberdi incluida en el libro
Nacionalismo y coloniaje de Carlos Montenegro, que decía algo así como si uno no ha dado
a la patria una fortuna como lo hicieron Simón Bolívar, Antonio José de Sucre y otros
Reflexionando sobre los viajes que detalla Gregorio, a Antonio no le fue difícil suponer
cuál era la situación caminera durante el siglo diecinueve, si aún hoy es desastrosa, los
testimonio acerca de la manera aparatosa como viajaban los Villamil Rada, costumbre
patrimoniales. Es probable que Romualdo, inspirado por los espíritus que se posesionan de
los hombres libres, haya creído que estaba invirtiendo en algo sublime: la Patria; que algún
144
Cuando cierra este capítulo Antonio recuerda a Arturo, parroquiano del “Foro”, que vivió
en Cuba, cuando las cosas no eran lo que parecían, afirmaba que, “como dicen los cubanos
ese cuento es más largo. Y, hablando de cubanos, aquí todavía no hemos caído en cuenta
que los servicios de inteligencia de Cuba y de Venezuela ya están trabajando; cuando nos
demos cuenta, vamos a estar tan vigilados como en la Isla. Primero habrá soplones,
chivatos les dicen en Cuba, luego los “Comités de Defensa de la Revolución” se instalarán
en cada cuadra, calumniarán a los opositores sin darles ningún chance a la defensa. Dicen –
¿quién dice?, ya estás como los reporteros, se inmiscuyó otro–, un amigo policía cuyo
nombre no puedo delatar, por razones obvias, dice que ya están interviniendo los teléfonos
de los políticos y de gente influyente en la opinión pública; que hay movilidades que
recorren las calles de las ciudades con escaners que captan conversaciones detectando
palabras claves contra el gobierno. Todos los correos electrónicos están interceptados y ya
no se puede coger tranquilo en los moteles, porque las habitaciones poseen cámaras ocultas
para filmar a políticos y a empresarios. El mismo policía dice que los primeros en cagar
fueron algunos periodistas, los tienen de los huevos con fotografías y filmaciones obscenas.
Él asegura que entre los cubanos y los venezolanos vienen compitiendo para ver quiénes
logran más informes por día. Esta endemoniada maquinaria de intimidación habrá dado
resultado cuando a cada boliviano se le haya colado un policía en su interior, un agente que
lo atemorizará y reprimirá cada vez que intente decir algo contra el régimen y entonces será
muy tarde para levantar la voz, porque todas nuestras actitudes y reflejos serán productos
del miedo. Pregúntele a un cubano y verán como tiembla, mira a un lado y al otro y se calla.
inversión para el futuro. Acordate de los ex amigos del café, antes eran de otros partidos,
del MNR, del MIR, de UCS, de NFR, de FSB, del PDC, de ADN y también los había de
145
toda la gama roja de la izquierda, ahora son furibundos “masistas” de último momento, que
tienen miedo que los vean con nosotros, porque mantenemos una posición crítica respecto
al MAS. Pobrecitos, ellos ya fueron posesionados por el peor de los miedos, el miedo al
desempleo.
A propósito, quiero citar a José Mirtenbaum, que en uno de sus últimos mensajes
electrónicos, se pregunta quién será capaz de dormir tranquilo en esta Bolivia orwelliana,
donde “El Gran Hermano” nos está observando, vigilando cada paso. Acordate también que
entre los propios ministros de Evo hay varios de los admiradores de Gonzalo Sánchez de
Lozada, que incluso aportaron con dinero para sus campañas, ahora no quieren ni
denunciar en las oficinas a sus ex compañeros, por cada uno que acusan en los ministerios
les garantizan un mes de trabajo, esto ya se parece a una purga. Los más fanáticos “evistas”
son los que no trabajaron nunca, y como les dieron una “peguita”, se llenan la boca
A los “masistas” cruceños les pasó lo mismo que a los guerrilleros de las republiquetas,
Independencia, los demás fueron patriotas de último momento. Tal cual les pasó a los del
MAS con las “pegas”. Creo que dramatizas, compadre, le dijo Antonio al Forestal, pero tus
Antonio terminó este capítulo y se fue a conversar con un par de amigos en el café
Redentor, donde el Comité Pro–Santa Cruz en meses anteriores había realizado dos
cabildos colmando las inmediaciones con cientos de miles de personas que exigían la
146
autonomía regional. Recuerda que comentado con Ricardo, un analista político paceño,
sobre estos cabildos, llegaron a la conclusión que si los mismos se hubiesen realizado en La
Paz, se hubiese tomado el poder; en cambio en Santa Cruz terminaron en fiesta, bailando
taquiraris y carnavalitos.
Tomó un taxi y le hurgó la boca al chofer preguntándole qué pensaba sobre la Asamblea
Constituyente, pero antes le hizo recuerdo de las pasadas elecciones del dos de julio para
cuatro puntos pero igual obtuvo mayoría de representantes. El “sí” del referéndum por las
autonomías departamentales ganó en Pando, Beni, Tarija y Santa Cruz y el “no” en Potosí,
situación política no era favorable para Santa Cruz porque creía que Evo Morales odiaba a
los acontecimientos del siglo diecinueve con lo que estaba sucediendo ahora. En esa época
–dijo más para sí mismo que para el taxista– se inventaban Asambleas Constituyentes para
legitimar a militares que se habían hecho del poder con golpes de Estado, o para pasar de
cambio ahora era la primera vez que se elegía democráticamente a los representantes de la
Sí, es cierto, le respondió el taxista. Pero, igual, los collas son más y no nos van a dar la
autonomía porque no les da la gana, yo creo que lo mejor es que nos separemos o ¿Qué
cree usted?
147
Creo que hay que agotar todos los recursos para mantenernos unidos y la Asamblea es el
espacio adecuado para lograr la autonomía. Es el lugar ideal para resolver nuestros sueños y
pesadillas, porque no olvidemos que los sueños de unos son las pesadillas de otros. Luego
se quedó callado recordando que su trabajo con las organizaciones populares fortaleciendo
los valores ciudadanos que brinda la democracia, lo había llevado a escuchar posiciones de
lo más diversas sobre el modelo autonómico; había quienes creían que dividiría al país y
otros que era la última oportunidad de consolidarnos como nación. Las posiciones se
que el artículo primero de la Constitución Política del Estado debía empezar reconociendo
que somos una “República plurinacional” y se refería a tres grandes naciones, la aymara, la
quechua y la guaraní, todas las demás serían subnaciones incluyendo los blancos que serían
aymaras. Los unos por una nación de indios, y los otros por una nación de blancos. Nadie
se ocupaba de los mestizos, de los cholos, de los clasemedieros que somos la mayoría,
pensó.
Otro tema que se discutía durante esos días, próximos a la inauguración de la Asamblea
Constituyente en Sucre, ciudad que reclamaba el derecho de ser la sede de ese gran
materia de religión debiera seguir o no como parte de la curricula escolar. El gobierno y los
“masistas” le habían declarado la guerra al clero y a las iglesias cristianas que se oponían a
contra laicos, sacerdotes y pastores. Los unos se acordaban de los 500 años de opresión
148
inculpando a los “jerarcas católicos” como cómplices de las oligarquías, argumentando que
la religión católica era “el núcleo del proceso de colonización que destruyó el alma, el
ajayu, de los pueblos indígenas negando la cosmovisión andina” y que por lo tanto era el
izquierdistas parecían haberse olvidado del apoyo que recibieron de las iglesias durante las
sus feligreses en defensa de “la presencia de Dios en los colegios”, pero Antonio creía que
no tendrían mucho éxito porque, si bien eran mayoría entre la población, podía pasar lo
mismo que pasó con el Referéndum por las autonomías, ganó en cuatro departamentos,
serían ellos quienes decidirían por el futuro de la autonomía en las deliberaciones por una
criticaban que Evo Morales haya elegido a la presidenta y lo haya anunciado públicamente,
escrita y que para los constituyentes del MAS era cuestión de levantar la mano para ir
aprobando artículo por artículo. No habrá discusión porque ellos tienen la mayoría absoluta
149
Antonio recordó que le había llamado la atención el tema elegido por el historiador Carlos
Mesa para su discurso de ingreso a la Academia Boliviana de la Historia, que versaba sobre
los grandes señoríos indígenas, aymaras y quechuas que mantuvieron sus privilegios
durante la colonia pero que los perdieron durante la República. Antonio piensa que el error
indígenas de los beneficios públicos. No haber sembrado la idea de la libertad en todos los
pueblos y comunidades del país, para que, luego, germinara el tan necesario sentimiento de
patria, ausente en la mayoría de los bolivianos. Los patriotas creyeron que el poder era
solamente para los criollos y unos cuántos mestizos, por eso es que ciento ochenta y un
años después, aparecen los sentimientos de revancha que destilan algunos de los dirigentes
indígenas encaramados en el poder. Son la pus de las heridas no cicatrizadas, por eso no
envenenar a los hijos de sus patrones. Pobres los ricos paceños, nunca más podrán comer
sin la sospecha de estar siendo envenenados o por lo menos de haber recibido un furioso
humeante café expreso, tratando de hacer memoria si no había ofendido alguna vez a la
empleada que les servía, porque si así fuera seguro que la taza traía algo más que café.
150
Las fantasías de Gregorio
Antonio pensó que era de esperar que Gregorio, amante de la vida y guerrero de los
caminos, inserte en su manuscrito sus aventuras amorosas; sin embargo, dudó en incluirlas
en su propio texto. Antes de hacerlo optó por leérselo a dos damas, a su esposa Silvana y a
Kihili, la poeta colombiana amiga suya; mientras lo hacía, pudo percatarse que lo
escuchaban con simpatía, y fue suficiente; lo copió inmediatamente para evitar desanimarse
luego.
“Tal vez estas sonceras mías no deberían estar escritas en este cuaderno. Sin embargo, no
puedo dejar de hacerlo porque cada vez que tomo la pluma, para seguir narrando como
fueron esos años cuando vivíamos a lomo de caballo conquistando Bolivia para los
bolivianos, una mano suave y pequeña se posa suavemente sobre la mía y guía mi escritura.
Quizá sean las propias mujeres las que no quieren que las olvide; quieren que las ame en el
recuerdo como lo hice en la vida real. Yo sé que no soy un caballero, nunca lo fui ni lo seré.
Mi jefe, el Coronel Romualdo Villamil, era un señor a carta cabal y me aconsejaba que no
era de caballeros hablar de las damas. Consejo que él practicaba a pie juntillas ya que nunca
lo escuché hablar ni siquiera de los amoríos anteriores a su esposa ni de sus escapadas para
encontrarse con damitas que habían sido previamente seducidas en reuniones sociales,
donde él, muy circunspecto, parecía que les estaba hablando de la guerra y de la muerte en
los campos de batalla, pero en realidad estaba halagando sus cabellos, sus ojos, sus
sonrisas, sus vestidos y sus joyas. No hablaba mucho pero actuaba rápido lo mismo que en
Pero para que mi jefe y su digna esposa no se revuelquen en sus tumbas voy a contar los
pecados sin decir el nombre de las pecadoras. Haremos de cuenta que usted, que me lee, es
151
el confesor y yo soy el pecador impenitente que espera lo absuelvan. Así todos quedamos
en paz, como debe ser”. Amén, bendijo el padre José María, amigo de Antonio cuando le
“Si esperan las memorias de un don Juan están equivocados, no tuve la sutileza de un
seductor; lo mío era más vulgar, pero daba resultado. Tampoco fui el clásico soldado
fanfarrón que a su paso va tomando mujeres como si las estuviera cazando para olvidarlas
al día siguiente. Me da la impresión que ellas saben que los hombres somos previsibles
porque somos mentirosos. Desde niñas, están preparadas para enfrentarnos. Para mí, cada
mujer debe ser tratada con sinceridad, hay que decirles la verdad. Si se dejan engatusar es
porque así lo han decidido y no porque nuestras malas tretas las hayan conquistado. Los
hombres no conquistamos nada; ellas son las conquistadoras, pero para hacernos sentir
machos, nos hacen creer lo contrario. En el caso de los soldados, era mejor confesarles que
“cortejamiento” como dicen los cruceños. Ese desafío les gusta, las motiva. En esos
tiempos nuestro país estaba en permanentes hostilidades internas y externas, las mujeres
sabían que podíamos morir al día siguiente, despertando sentimientos compasivos; otras
simplemente querían estar con un hombre al que nunca más volverían a ver y, algunas –y
esas fueron las que amé–, miraban más allá de nuestra condición de mortales y veían al
niño que necesita amor. No vayan a creer que soy poeta, las palabras bonitas las he venido
necesito las voy escogiendo una por una; así es que puedo usar algunas de ellas para decir,
por ejemplo, que si nosotros somos el mundo, las mujeres son el cielo, no sé cómo
152
“Creo que las mestizas son las mujeres más bellas de Bolivia. No sé si inspiraran sonetos a
los delicados poetas, pero estoy seguro que pueden desvelarnos noches enteras. Las blancas
son todas iguales, las habrá más grandes o más chicas, gordas o flacas, tetonas o nalgudas,
pero no pueden disimular que se sienten superiores, y ese convencimiento nos obliga a
tener que seducirlas todo el tiempo, lo cual le complica la existencia al más organizado de
los hombres. Tal vez, con los de su clase se comporten de otra manera, pero con nosotros,
el fondo nos damos cuenta de que lo hacen para satisfacerse mezquinamente, por eso las
“Las mestizas en cambio son otra cosa. Mientras las blancas solamente traen la sangre de
Europa, las mestizas llevan además la sangre de sus propios lugares de origen, por eso son
diferentes entre ellas, su piel tiene el color de la tierra, sus ojos el de sus frutos, sus cabellos
la suavidad de las plumas salvajes de las aves del monte y, sus manos la fortaleza de sus
felinos. Cuando hacía el amor con una de ellas, lo hacíamos de igual a igual, ni ella ni yo
teníamos nada que perder; nos teníamos a nosotros mismos para ganarnos”.
“En el altiplano, las paceñas se distinguen porque hablan despacio y en voz baja, y en la
cama susurran; sus gemidos son discretos como su caminar en la calle. Son menudas, de
senos grandes y jugosos, fieras para defender a sus hombres del resto del mundo. No hay
mejores bailarinas que las nacidas en la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, el contoneo
sutil parece que lo llevaran en el alma. Las paceñas, como buenas artistas de la danza,
saben que se debe bailar únicamente si se tiene las ganas de hacerlo. El calor que
almacenan sus cuerpos, para protegerse del frío, se concentra en la hoguera que llevan entre
las piernas. Las vallunas son más grandes, de amplias caderas que se salen de sus polleras,
son seguras de si mismas, no se preocupan si sus hombres se van, porque saben que
153
volverán a buscarse entre sus muslos. Y si de cocinar se trata, no hay otra mujer en el
mundo capaz de condimentar con tanta sazón los platos que le vengan en gana, no tardan en
descubrir nuestros gustos e inventarse comidas para cada ocasión. Cierta vez pasamos por
embarazada, no pude menos que indagar, me acerqué a una chola que llevaba orgullosa su
enorme panza y le comenté que me hallaba sorprendido por el estado de ellas, en mi ciudad
esto solamente sucede después de los festejos de carnaval, le expliqué, y ella, riéndose
coquetamente me respondió que, en su pueblo, las mujeres eran tan lindas que los hombres
las festejaban todos los días. “Soldadito, aquí todos los días son de fiesta para nosotras” me
tentado de desertar del servicio militar, de dejar a mi amable jefe y regresar a los brazos de
las mujeres que sabía me esperaban en los valles. Pero al tiempo un nuevo abrazo me hacía
olvidar de la anterior”.
sexualidad está a flor de piel; tanto, que sus cuerpos están levemente cubiertos por vestidos
de telas delgadas apropiadas para el calor. Las benianas, que descienden de diversos
pueblos indígenas, llevan la selva en sus cuerpos; son ríos que cruzan nuestras vidas
dejando hondas huellas en nuestras almas. La humedad de los encuentros es una sensación
difícil de olvidar, aún hoy se mojan mis labios recordando a una “moperita” trinitaria. Las
orientales, cruceñas y benianas, tienen senos pequeños pero sus nalgas se asemejan a dos
lunas llenas que se separan generosas para que podamos ver el abismo oscuro donde se
pierde el infinito. Las benianas tienen las piernas largas y finas; caminan dando la
impresión que estuvieran calzando finas zapatillas altas y, sin embargo, andan descalzas
comunicándose con la tierra, con el pasto, con el barro, recibiendo las vibraciones de la
154
madre naturaleza. Cuando regresan del arroyo, en el atardecer, huelen a “pampita mojada”
y ese aroma es mejor que un afrodisíaco. Con las benianas, me acordé de un dicho
escuchado por ahí: “que bien huele la mujer que a nada huele”. Tal vez la costumbre de
caminar con un cántaro sobre sus cabezas les da esa altanería que no se ve en ningún salón
de baile de las grandes ciudades bolivianas. Las orientales parecen haber descubierto que el
movimiento del cuerpo acentúa la belleza y se contonean por las calles como si estuvieran
caminando hacia el lecho nupcial. La sensualidad de las mujeres de las tierras cálidas es
Dije que las mujeres más bellas de Bolivia son las mestizas, me retracto. Todas las mujeres
son bellas y peligrosas, con el compás de sus piernas nos pueden encerrar en un círculo
infinito”.”
Hay una mujer en la que Gregorio se detiene, parece que su pluma vacila, escribe en el
recordó su promesa de no correr la cortina de los nombres. Antonio piensa que estos
silencios son los que más revelan en estos casos. ¿Cuál sería el nombre de la mujer? ¿Ana?
Luego, Gregorio, vuelve a la carga como buen soldado de los “Colorados de Bolivia” y
habla de una dama que conoció en “Cobija, un pueblito ubicado en una bahía abierta, en un
amable recodo donde el mar entra a la tierra”, la describe como “una joven llena de mar, su
piel era salada y sus ojos parecían de agua marina. Su piel tenía la mezcla de muchas
sangres; sus palabras eran la herencia de muchas culturas y su cuerpo, desnudo, parecía
agradecido con la fresca brisa del Pacífico y encima de todo, sabía cocinar, lo cual no
hubiera sido necesario para que yo la amara como la amé. Igual que yo era una abandonada
de la mano de Dios y eso también nos acercaba más. Ella misma no sabía quiénes eran sus
155
padres, pues había sido criada como arrimada en la casa de una familia que llegó desde La
Paz y la recogió de unos indios camanchacas que la repudiaban porque su madre fue
verdadera no quería saber de ella, la veían como el fruto de la deshonra familiar. Nos
hermanaba el dolor de no poseer una familia, de saber que solamente nos teníamos a
nosotros mismos y lo que nos unió amistosamente pronto se fue convirtiendo en pasión; un
atardecer en que yo intentaba seducirla en la fonda del puerto, se río de mis bellacadas que
el alma desnuda, me dijo: “ven esta noche; las puertas del paraíso se abrirán solamente para
ti”.
“Con ella me pasó lo que les sucede a todos los que prueban la comida con sal, nunca más
podrán comer algo sin su sabor. Después de ella todo me parecía caima, como dicen los
collas refiriéndose a algo desabrido. Cuando retornamos al altiplano mi cuerpo viajó solo
venirse de Cobija. Desde entonces vivo con el mar al frente, mirando su oleaje y sintiendo
su brisa salada. Creo que fue la única vez que el Coronel estuvo a punto de decirme que me
licenciaba para que pudiese regresar a las playas del Pacífico, para abordar el barco que me
la mujer que pudiera retenerme. ¡Mentiras!, todas las mujeres que amé después de ella
fueron para buscar otro sabor que pudiera saciarme como ella lo hacía. El recuerdo de la
mujer del mar me sume en una profunda melancolía que solo puedo curar rociándola
olvidar mientras lo bebo y así puedo disfrutar en la borrachera, como si siempre hubiese
156
“En el mar aprendí el verdadero significado de concha como sinónimo de sexo femenino,
feo, pecaminoso, como si fuera degradante para las mujeres, cuando es algo sublime. En las
playas hay tal variedad y tan bonitas, suaves y rosadas internamente, un poco ásperas en la
superficie pero todas hermosas. Años después en Santa Cruz, aprendí otra hermosa palabra
que los “cambas” usan para denominar a la vagina: Pan. Tan necesario como el alimento
diario. Mi Coronel siempre decía que la Patria estaba donde uno se sentía bien, si eso es
”Un día que llegué amanecido y me jactaba de mis aventuras de la noche anterior con el
estafeta del Coronel, un joven soldado, que me miraba maravillado convencido que yo era
lo que él quería ser cuando creciera, se acercó doña Adelia y me reprochó que le esté
mintiendo y enseñando vicios de alcohol y mujeres a un inocente. “Vaya a bañarse con agua
bendita porque huele a pecado” me atacó haciéndome un gesto de conmiseración. Esa fue
la ocasión ideal que tuve para desquitarme por todas las veces que ella había hablado latín
dejándome intrigado, aprendí una frase escuchada de un poeta borrachín que quería decir
algo así como que a las mujeres había que darles vino para que no se enfríen y se la repetí:
“Sine cerere et libero friget Venus”, le dijo sonriendo maliciosamente y ella se ruborizó
ante tal afrenta, pero se repuso velozmente y me lanzó una espeluznante admonición:
“Facilis descensos averni”, “sé que no se olvidará de lo que le he dicho porque, como buen
mentiroso, tiene buena memoria, me dijo y yo adiviné que era algo así como que me iría al
infierno”.
Siguiendo el consejo del Coronel Romualdo, Antonio decide no hacer ningún comentario al
respecto. Mary Ortiz, una amiga de Antonio que era una tenaz militante feminista, después
de leer este capítulo le reprochó que haya recurrido al artificio de consultar con dos mujeres
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si valía la pena incluirlo en la novela. Desconfiaba que ellas hayan visto “con simpatía” la
descripción que recorre la geografía de los estigmas femeninos: “las blancas son todas
iguales…”, “las cruceñas… son atropelladoras”, en fin. Le recriminaba que, con esa
inclusión, volvía a caer en la misma trampa de otras novelas, como la Gula del picaflor en
las que mujer es igual a puerto de conquista, cuerpo para goce y disfrute de los hombres…
zarandeándolo insistiendo en que tampoco es cierto eso que “las mujeres sabemos que los
hombres son mentirosos y que si nos creemos sus mentiras es porque nos conviene, que nos
entrenaron desde pequeñas para seguirles el juego. Esas son mentiras, las mujeres no somos
tan pelotudas”. Antonio se defendió diciendo que le parecía poco honesto de su parte
privarles a los lectores de las fantasías eróticas de un hombre de tan abierto talante, que
había redactado su manuscrito esperando que alguien lo leyera. Le hizo saber a Mary, que
la novela en la que trabajaba se escribía días tras día y que, sus comentarios iban a formar
Sin embargo, y ya que estamos hablando de lindas damitas y para confirmar la belleza de la
mujer cruceña, Antonio cree conveniente informar a los lectores que la representante
boliviana ante el concurso Miss Universo, celebrado en la ciudad de Los Ángeles, quedó
entre las diez mujeres más bellas del mundo. Dato importante porque fue motivo de
orgullo para los cruceños que festejaron su retorno con banda. Algo curioso y paradójico
fue que el Vicepresidente de la República haya visitado a Desiré Durán, para desearle
suerte, en las fastuosas instalaciones del hotel donde se realizaba el concurso. Paradójico
juzgó Antonio, porque Álvaro García fue un excombatiente del Ejército Guerrillero Tupac
Katari. Guerrillero antiimperialista que seguramente nunca soñó estar en esos banales
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menesteres de la farándula internacional, que muestran la decadencia de la burguesía,
degradando a la mujer a un simple objeto hedonista, pero por lo visto se quitó de las malas
pulgas y se fue para allá. Lo bueno es que después de la visita oficial del Vicepresidente, ya
nadie podrá seguir criticando a los cruceños por la supuesta superficialidad y apego a estas
vanidades. Una analista paceña escribió en un periódico que “un acto tan frívolo, como el
Francisco, el hijo de Antonio, la noche de la elección comentó que Evo Morales tenía tan
buena estrella que, a lo mejor, la boliviana salía reina y así los cruceños se dejaban de
religión cósmica a la que estaban adscritos muchos de los ministros de Evo Morales,
compartieron una wilancha, sacrificando llamas para que le vaya bien a la “cambita”, en
Santa Cruz se celebraron misas pidiendo a Dios que iluminara a los miembros del jurado
En el “Foro” el Médico contó que Álvaro García se jactaba entre sus íntimos de poseer
pinta de modelo adulto de ropa masculina pero nunca usaría corbata, fue obligado por el
presidente Evo Morales a usarla durante el acto de posesión en el Palacio Legislativo. “Está
bien que yo no use corbata porque soy indio, pero tú tienes que usarla porque eres q’ara y
los blancos la usan, jefecito” y al blanco intelectual que decía haber leído miles de libros,
que se había constituido por derecho propio en el más reconocido intelectual proindigenista
sin serlo étnicamente, no le quedó más remedio que mandar a buscar una que tenía por ahí
159
En Santa Cruz, por esos días, se enfrentaron dos bandos por la Central Obrera
dio gusto apaleando a gente del lado de Evo Morales. Como respuesta a esta acción, en la
con marchar a la capital cruceña a “defender a sus hermanos campesinos de origen quechua
desventuras organizando otro grupo denominado “Unión Juvenil del MAS”, que también
“blancos racistas y abusivos”. Estos hechos hicieron, por fin, recordar a Antonio que no
había prestado la suficiente atención a su hijo Francisco y, esa noche lo buscó para
preguntarle que había decidido respecto al reclutamiento; se sintió aliviado cuando éste le
explicó que no se había dejado convencer con los argumentos de los miembros de la Unión,
porque le parecieron infundados y racistas tanto como los de los otros grupos. “Los de la
Unión quieren que defendamos las tierras de algunos gamonales, pero nuestra familia no
tiene ni media hectárea y sé que hay gente que posee miles y miles tan sólo para venderlas.
¡Que se las quiten! Creo que es lo justo; y respecto a lo otro, el discurso de los “Talibanes
indígenas” es también racista, solamente ellos son los puros y buenos. Ambos son una
preocupa es que ante tanta bronca entre collas y cambas estemos creciendo con la
percepción de que somos diferentes y no creo que eso sea bueno. Pero no todo es malo, esta
situación ha hecho que los jóvenes reaccionemos y discutamos entre nosotros, y ya un par
convocan a los jóvenes a no dejarse embaucar por “la mal oliente” –así entre comillas–
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práctica política tanto del gobierno como de la oposición que busca enfrentarnos en una
161
Comandante de inválidos
En los primeros días de agosto murió don Daniel mientras dormía. Lo encontraron en su
cama tomando con la mano derecha una fotografía de su esposa, ya fallecida años antes,
que no lo iban a incluir en la lista aprobada para el resarcimiento de daños por la violencia
política de las dictaduras. La muerte de su padre había sumido a Silvana en una profunda
depresión. Antonio intentando levantarle el ánimo le dijo que quienes fueron admitidos en
la privilegiada lista seguirían esperando creyendo que algún día la patria cumpliría con
ellos, que la nación sabría recompensarlos por todos esos años de exilio, por los años de
cárcel, por las torturas, por el escarnio, por la discriminación, en fin, que el Estado los
recompensaría por haber creído que un mundo mejor era posible, cuando ni siquiera era
posible juntar los fondos para pagarles, terminó Antonio su discurso. Consiguió hacerla
reaccionar en su contra, Silvana lo recriminó por escribir sobre un militar al que supone
“Usted debería escribir sobre mi padre. Mi padre fue un hombre digno, nunca militó en
ningún partido político porque no creía en ellos y por eso mismo tampoco les pidió empleo.
Usted dice que está contando la vida de un hombre que peleó muchas batallas, mi padre las
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peleó también pero lo hizo desde su bufete de abogado, desde donde enfrentaba a los ricos
y poderosos de este pueblo que no respetaban a la gente humilde. Esto que le ha pasado a
mi padre, de esperar una jubilación que nunca llega, les sucede a miles de bolivianos que
mueren pobres y abandonados sin que reciban un sueldito mínimo por todo lo que hicieron
por esta patria ingrata. Porque hasta el más humilde de los hombres y mujeres ha hecho
algo con solamente vivir en este territorio y no hay quien haga algo por ellos. Apenas esa
recordó que una noche, a finales de 1988 el Director del Archivo Histórico Militar lo llamó
por teléfono a su casa para decirle que habían omitido los cajones que guardaban la
información relacionada con los heridos en combate o en acciones militares y que allí
Antonio recuerda que, al día siguiente de la llamada, llegó a su oficina, estuvo unos
minutos y luego salió rumbo al Archivo y el Mayor ya lo esperaba con una taza de café y
“Documentos del Coronel Romualdo Villamil con los que ha solicitado su invalidez. Está
en fojas 11 marcadas con lápiz y es la numeración que regirá”. La segunda hoja era un
papel valorado con el escudo oficial de la República de Bolivia que tenía un sol radiante
hasta la mitad del óvalo y un inmenso cerro rico, otro de los tantos escudos que fueron
dimensión, no sabían que simplemente les estaban dando mayor tarea a los futuros
escolares.
163
El expediente contenía una carta oficial dirigida al “Señor Capitán General y Presidente
desempeñando la Sub Prefectura, fui asaltado por unos hombres armados que de súbito me
hicieron una descarga de rifles cuyos proyectiles rozaron mis ojos a través de las
cerraduras de una ventana. Desde entonces, y cada día, en una rápida progresión, estoy
con facilidad a mi trabajo material, ni al que me pudiera llamar la necesidad del servicio
En esta virtud a vuesa merced ruego, señor Presidente, se digne en justificado carácter,
declararme inválido conforme lo determina el artículo 18, capítulo 5 del Código Militar;
Romualdo Villamil”
Mire usted, diez años después del atentado sufrido por el Coronel Villamil y haciendo gala
solicitaba una merecida pensión, le comentó Antonio al Mayor; eso no es nada, le contestó
sonriente, con la picardía de los que saben algo que nadie sospecha siquiera. A continuación
nombres ilegibles. En el afirmaban que el Coronel Villamil “desde algunos años sufre
164
visión del ojo derecho” y advertían que el daño era tan severo que corría el riesgo de
Después de releer lo que copió de los originales del repositorio militar, esperaba que
Gregorio hubiera realizado, a su estilo, algunos aportes para aclarar estos entuertos. Y
atentado que sufrió Don Romualdo, los señores Juan de la Cruz Pizarroso, Francisco
Oquendo y José Baigorrí. Los tres vecinos de Corocoro juraban ante la Biblia “que un
grupo de hombres armados dispararon contra la humanidad del señor Romualdo Villamil
a través de una ventana y que, inclusive, tuvieron que extraerle varias astillas de madera
Mientras copia estos testimonios, Antonio piensa que algo extraordinario para ese entonces
y para esta época también fue que los policías, que nunca encuentran a los culpables, lo
hicieran veinte días después del atentado señalado; el 25 de octubre de 1864, el Ministro de
atrapado a los culpables. “La acción legal en este punto está perfectamente satisfecha con
sabrá siempre con satisfacción que los delincuentes han sido castigados condignamente.
Así para la custodia de estos sindicados como para la eficaz garantía del orden público,
Antonio observa otra cosa interesante en esta comunicación de lo que hoy vendría a ser un
Ministro de Gobierno, Interior y Justicia: es que también le hace saber que el Cónsul de
España, reclamaba por Domingo Nava, un súbdito español, que se encontraba entre los
165
acusados por la tentativa de asesinado, se lo tenga “engrillado” bajo el pretexto de la
inseguridad del cuartel de Corocoro. En ese entonces, la autoridad le pedía a la víctima que
ordenase “inmediatamente se le quiten tales grillos, pues que la Constitución prohíbe todo
en tono irónico, algo que no parece redactado en la época, porque las palabras no eran de
uso frecuente en esos días y ahora podrían ser usadas para calificar a pandilleros, afirmando
que “los turbulentos y díscolos de esa localidad deben tener la convicción de que el orden
se halla perfectamente asegurado”. Ya quisiéramos ahora tener una autoridad así de clara y
Bolivianos al fin y al cabo, ya desde entonces retrasados en todos nuestros trámites sin
importar si la persona se está muriendo, se resignó Antonio. Seis meses después don
su delicado estado de salud le urgía una pronta respuesta. Esta es la carta a la que se refiere
Antonio cuando afirmó en un capítulo anterior, que fue el propio Coronel quien desmentía
aquello que la esposa alegaba ser la “única heredera”, informándole al Presidente “que en
los seis meses que transcurrieron desde su primera solicitud de invalidez su inhabilitación
había sido completa y apelaba que lo hacía en resguardo de toda responsabilidad como
padre de familia”.
Antonio vuelve al tema porque cree que también es probable que de haber existido un
descendiente pudo haber muerto o desaparecido de sus vidas; haberse marchado al exterior
para nunca volver escapando de este país que lo único que le ofrecía era la muerte, aunque
no deja de ser pura especulación, pues desde los ochenta a la fecha no ha podido comprobar
si hubo un sucesor o sucesores. Antonio decide cerrar este episodio y dejarlo tal como está,
166
porque ni siquiera Gregorio comenta sobre el tema, tal vez cumpliendo la instrucción del
Coronel que aconsejaba que “hay cosas que es mejor dejarlas como están”.
Y, aquí venía lo impensable, pero que no nos sorprende tratándose de nuestro país. La
respuesta del Consejo de Estado, con sede en la ciudad de Sucre, con fecha 11 de febrero de
1876, casi un año después. La comunicación estaba firmada por el patricio Serapio Reyes
según el Consejo “deberían darle derecho a que se le declare inválido si las disposiciones
del Código Militar en que apoya su solicitud no estuvieran suspensas por los Supremos
decreto, fundado en las escasez del erario, los militares que no están en servicio activo, no
Por estos antecedentes, el Consejo de Estado consecuente con sus anteriores dictámenes
en solicitudes de este género, opina que no es aceptable por ahora la demanda del señor
Villamil”
Antonio le pidió al Director del Archivo los documentos para tomarles fotocopias y, este,
ministro de Estado; no creo que asome por aquí otro loco como usted buscando
información sobre él, así que me hago de la vista gorda y usted se los lleva prometiendo
devolverlos algún día. De esa manera yo no cometo ninguna falta al reglamento y usted
ningún delito”. Antonio volvió a su oficina llevando en sus manos lo que creía era parte de
167
la verdadera historia de Bolivia, de aquel libro colectivo que se escribe entre las familias y
Pasada la jornada se fue a su casa, comió algo y buscó el cuaderno de Gregorio, pasó
velozmente las hojas del manuscrito buscando algo relacionado con la invalidez y lo
encontró casi al final del mismo. En su testimonio el fiel ayudante cuenta que estuvo con su
jefe el día del atentado y que fue él quien, a punta de pistola, hizo huir a los atacantes,
“cobardes al servicio de algún político que quería vengar alguna afrenta pasada, ya que el
Coronel en esos años, ni nunca, se había metido a la política. Él cumplía órdenes. Puede ser
que, en el cumplimiento del deber, haya no solamente herido los sentimientos de algún
interesaba llegar a Palacio como la mayoría de sus camaradas, que habían hecho de la
Campero atendiendo a los largos y buenos servicios que tenía prestados a la patria el señor
inválido y lo designaba “Primer Jefe del Cuerpo de Inválidos del Departamento con medio
haber de su clase”, esto habría pasado, según Gregorio, el 7 de julio de 1881, es decir más
de seis años después que lo solicitara. “La designación era un honor porque los mutilados e
incapacitados por las guerras eran tantos y de todas las clases sociales que formaban un
batallón; así lo entendió mi Coronel y aceptó con hidalguía esa nueva misión que le
imponía la Patria. Para él no había servicios menores, todos eran importantes si la Nación
lo requería”
Antonio se abstrajo, pensando que ahí acababa esta parte de la historia de Romualdo; pero
no era así tratándose de un hombre digno, el golpe vino en la siguiente página en la que
168
Gregorio copia una carta que el propio Coronel Villamil dirigía en fecha 23 de diciembre de
1881 al Ministro de Guerra, es decir a los seis meses ulteriores a su designación. En ella le
decía textualmente: “De poco tiempo a esta parte sufro de ataques nerviosos que me
postran cuando es más preciso ocuparme de los deberes de mi puesto. Esta circunstancia
el quietismo y el alejamiento de los trabajos de una oficina, cuyo desabrigo y los malos
aires que la dominan pueden traerme una enfermedad penosa o una muerte violenta, sobre
terminarse. Por tan justos motivos personales, cuanto por los que afectan al servicio,
ruego a usted Señor General Ministro, se digne recabar del señor Presidente de la
menos, abrigar la convicción de que le soy sinceramente agradecido por tan señalada
Romualdo Villamil”
arrebatado por la dignidad, está también embriagado con la hermosa caligrafía y el cuidado
con que fue escrita, algo que ya solamente veremos en los museos, y la comparó con
aquella escrita al Congreso, el autor de ambas tendría que ser el propio Gregorio, fiel a los
169
esposos Villamil–Rada hasta la muerte. El Coronel Villamil no solamente le enseñó a
escribir, le enseñó el arte de hacerlo bien, letra por letra, con rasgos delicados como si
fueran filigranas. No es pues difícil imaginar que ciego como estaba, haya recurrido a su
amigo para confiarle la escritura de algo tan importante. Con esta certeza Antonio consideró
posible que el propio Gregorio haya terminado las frases, haya mejorado las oraciones, toda
vez que su jefe, cansado y en la oscuridad, no encontraba las palabras precisas para
Gregorio resucitando desde sus recuerdos agrega que el 5 de enero de 1882 le habrían
respondido aceptando su “separación del Cuerpo de Inválidos por el tiempo que dure su
así y viéndose inútil para cumplir con su trabajo prefirió renunciar. Ése era el Coronel
Prefecto en toda Bolivia, caminante de todos los caminos, navegante de todos los ríos,
hombre de una sola mujer, compañero y camarada”. Luego complementó que, después de
eso, intentó algunos negocios pero ya su crédito no era el mismo, los prestamistas no
dudaban de su honestidad, pero lo veían como un viejo y no querían correr riesgos. Por la
precisión de las fechas y los detalles de las cartas, Antonio cree que es posible que
Gregorio continúa: “Pasaron los años. Nuestra amistad se fortaleció con largas
conversaciones en las que su infatigable celo por la Patria seguía intacto. Todas las
170
Antofagasta por los chilenos que sobrevino en la Guerra del Pacífico pareció no
sorprenderle. La guerra se había iniciado dizque por un impuesto de diez centavos sobre el
guano de los pájaros, decían las noticias. Nada de eso me dijo el Coronel, las guerras son
siempre por territorio. Gregorio, ¿Usted que es un hombre inteligente cree que la Guerra de
Troya fue por rescatar a Helena? No. Fue porque Agamenón quería esa ciudad fortaleza
para seguir ampliando su vasto imperio. Los chilenos quieren nuestra costa porque ellos no
tienen mucho territorio y la lógica nos enseña que todo espacio vacío es susceptible de ser
llenado”. Lástima que la Guerra nos agarró con Hilarión Daza, un borrachín que gustaba
celebrar durante semanas su cumpleaños, pensé yo, pero después me di cuenta que usaron
esta tontería para echarle la culpa de la derrota, cuando se sabía que la oligarquía minera no
dejó que las tropas acantonadas en las minas Huanchaca combatieran contra los chilenos.
Para bromas estuvo bien aquello que Bolivia prefirió bailar antes que combatir, pero la
realidad la saben los mineros ricos que prefirieron que el ejército cuide sus propiedades y
“Venga Gregorio, conversemos y de rato en rato cuénteme alguna noticia. Tenemos que
estar atentos, a lo mejor el ejército nos llama a los veteranos; calló ensimismado, sabiendo
que a él, viejo y ciego, ya nadie lo iría a buscar y tampoco podría salir de la casa porque sus
graves dolencias se lo impedirían. Había perdido la vista y, para enterarse del avance de la
guerra, dependía de doña Adelia y de mi persona. El haber sido Prefecto el Litoral le había
suyos con mucho cariño. La Guerra del Pacífico vino a deprimirlo más aún después del
terrible terremoto que un año antes había desolado las ciudades de Cobija y Tocopilla.
171
Decidimos no contarle la verdad para no adelantarle la muerte. Sabíamos que una noticia
trágica y devastadora para el país como la pérdida de nuestra salida al mar, podía ser fatal
para su débil humanidad. Así que cuando llegaban los periódicos con los partes de guerra y
nos íbamos anoticiando de las poblaciones que perdíamos se las leíamos al revés; no
éramos nosotros los que perdíamos batallas, eran los chilenos; nuestras bajas eran las suyas
y nuestras derrotas también. No queríamos que sepa la verdad; en nuestro cariño, creímos
que no valía la pena amargarlo con tanto drama, la derrota se venía inevitable, no tenía
remedio, nuestras Fuerzas Armadas y sus comandantes no eran los mismos de antes. La
moral, como gustaban decir los oficiales, estaba relajada por la infame lucha por el poder.
Sin embargo, nuestro ejército aliado al peruano también nos dio algunas satisfacciones
como la victoria en la batalla de Tarapacá, donde con sólo tres mil hombres logramos
vida. Nos veíamos en afanes, cuando venía alguien a visitarlo deseoso de comentar las
Pero como las desgracias alejan a las personas, no eran muchos los que venían por la casa;
y los que lo hacían, pronto fueron aleccionados por nosotros para que nos siguieran el
juego. Los amigos que aún nos quedaban se convirtieron en cómplices de nuestras
“mentiras blancas”, como se justificaba doña Adelia. Alguna vez se nos descuidó alguien y
tuvimos que decirle que el hombre estaba loco, que Bolivia no perdía guerras; que las
ganaba todas, que nuestro ejército estaba tan entero como cuando él comandaba las tropas.
“Cada semana se publicaba el “Boletín de Guerra” que daba parte de los sucesos bélicos, en
uno de esos boletines de abril de 1879 se leía que don Eduardo Avaroa, amigo del Coronel,
había sido fusilado después de haber luchado como un héroe y de disparar su último
172
cartucho les tiró su rifle por la cara. También se contaban historias de soldados
desconocidos que prefirieron hacerse matar antes que rendirse. Cómo no tener unos años
menos, repetía todas las mañanas, ya hubiéramos estado en la campaña, dirigiendo la carga
de la Infantería de Primera Línea contra los chilenos. Ahora tenemos mejores armas que
antes, cuando usábamos esas armas obsoletas que parecían arcabuces de la colonia o
cuando nuestros indios tenían que ir a la guerra con macanas como lo hicieron cuando
llegaron los conquistadores; ahora tenemos modernos fusiles, rifles y cañones de verdad.
uniformes con relucientes cascos de acero que lucen altos penachos y montan briosos
bayoneta. La tropa está disciplinada, como un verdadero ejército. Sin embargo, no hay que
subestimarlos, los chilenos son buenos guerreros. Gregorio, los rotos son valientes, tienen
un ejército poderoso y una armada mucho mejor que la nuestra. Si mal no recuerdo, apenas
tenemos una goleta. Cierto, mi comandante, seguía la charla, pero tenemos a nuestros
hermanos peruanos que están haciendo honor al pacto de ayuda mutua contra las agresiones
de países vecinos, y ellos poseen una armada experimentada. “Ya ve, Gregorio, yo le dije
que toda alianza es buena”; y seguíamos conversando nostálgicos, toda la mañana, mientras
él se servía sus mates de yerbas medicinales preparados por doña Adelia que, desde nuestra
estadía en Santa Cruz, se había vuelto una experta en curar pequeñas dolencias con estos
brebajes. Pasaron las semanas y, un día, descubrimos que los engañados éramos nosotros,
quise levantarle la moral, contándole otra de piratas, me dijo: “Hoy no Gregorio, hoy no
estoy para historias. Usted y yo sabemos que no podemos ganar esta guerra, no con este
ejército "caudillero" que ya perdió toda disciplina, que no posee comandantes veteranos
173
porque la mayoría o estamos inválidos o están enterrados en el cementerio general,
asesinados por sus propios camaradas en tantos alzamientos que hubo desde la fundación
en el campo de batalla solo garantiza muertos en el combate. Los viejos zorros poseemos el
equilibrio necesario para definir buenas estrategias. Ahora no sé de nadie que pueda
definirlas”. Bastaron esas palabras para que me diera cuenta que siempre supo la verdad. A
partir de ese día no volvimos a hablar del asunto de la guerra. Ambos volvimos a sentir ese
silencio ominoso después de las batallas, ese silencio producido por el horror de la guerra,
como tácito acuerdo, y todo lo relacionado con el mar fue eliminado de nuestras
conversaciones. Después, cuando supimos de la derrota, sentí que lo que habíamos perdido
nos dolía más por la humillación sufrida, que por la pérdida de la mar oceánica misma; ya
nadie se acordaba de las frías e inhóspitas aguas del Pacífico; nadie lloraba porque ya no
podría bañarse en sus aguas ni por la imagen romántica de corretear en las playas que ahora
cantan los poetas. Nos dolía la derrota, nos dolía saber que nuestro ejército estaba derrotado
desde antes de empezar la guerra. Decir que la guerra podía esperar hasta después de
interesaban las costas; para ellos estaban muy lejos, el gobierno estaba en La Paz y era lo
único que importaba. Ellos no se preocupaban por territorios tan lejanos, pensaban que
ellos se cuidaban solos. Si hasta parece que ahora nos preocupa el litoral que cuando lo
tuvimos nunca nos preocupó. Pocos años después nos volvimos a olvidar de lo perdido y
“Agregaré algo más, porque él, previsor como era, e intuyendo que lo haría, me pidió que si
algún día escribía sobre nosotros incluyera lo que me iba a decir cuando sintiera que la vida
174
se le escapaba. El aciago día llegó inevitable y, cuando la melancolía se apoderaba de su
espíritu, me llamó a su lecho de muerte, “ahora que ya me tocó el turno de rendir cuentas y
parafraseando al poeta Quevedo que tantas lindezas ha escrito, como esa de “el ayer se fue
y el mañana no llegará nunca”, quiero decirle algunas cosas. Yo creo saber por qué usted no
se casó y no creo que haya sido porque no encontró a una mujer que lo ame como usted
afirma, fue porque usted es como el país, un mestizo incorregible. La gente como usted no
libertad. Los mestizos son incorregiblemente libres porque no tienen nada que perder; tanto,
que miran el poder con temor porque temen que su incontenible fuerza pueda acabar con su
amada independencia personal. Siempre admiré eso de usted, porque es lo mismo que
admiro del pueblo. Eso fue lo que también admiré en Andrés de Santa Cruz durante sus
primeros años de gobernante, él pudo haber sido el prototipo del mestizo nacional, porque
aymara, ni bien español ni bien indio, pero luego en Europa renegó de su herencia de
sangres y no hay nada peor que un renegado”, me dijo y sentí que el Coronel había
recobrado esa lucidez y oratoria que lo hicieron famoso entre la oficialidad. Esa prestancia
en el lenguaje que me hizo quererlo desde que llegó al cuartel, buscando gente para
elegidos, lo mejor entre lo mejor, recuerdo que nos dijo esa vez”.
“Ya estuvo bueno de vivir; ya he visto demasiadas muertes, demasiadas vidas segadas en su
esplendor y el siglo todavía no acaba en su letanía, estoy seguro de que no llegaré a los
ochenta y quiero decirle algo más antes de partir a la batalla eterna. He vivido muchas
175
importarme quién moría a mi lado. La guerra nos convierte en sombras, y me avergüenza
admitir que cuesta volver a ser humanos. ¿Se acuerda que una vez, en medio de una
matanza y asqueado de tanta guerra, le dije que deseaba morir de una vez?, bueno creo que
ya me llegó la hora. Me acuerdo, le contesté y luego recuerdo que, en esa ocasión, le repetí
una frase que circulaba de boca en boca entre los soldados, atribuida a un guerrillero de la
“He vivido lo suficiente como para darme cuenta de que los políticos han convertido a
Bolivia en un pueblo pequeño, en el que unas cuantas familias se disputan el poder. La vida
un tratado de Historia. Pobre esta noble patria de bravos hombres y mujeres. Ya he visto
demasiado y nada parece cambiar. ¿Se acuerda del Salmo segundo que yo repetía antes de
entrar a la batalla? Me acuerdo, le respondí y se lo recité: “¿Por qué se amotinan las gentes
y los pueblos maquinan cosas vanas?”. Ese mismo, me dijo, nuestros políticos siguen
“Quiero que sepa mi muy estimado amigo, que no me arrepiento de la forma en que viví,
pues, fue la que elegí y tuve la suerte de tener una mujer que me acompañó en mi
peregrinaje. Yo fui un hombre afortunado porque la tuve a ella, que fue lo único que quise
tener en la vida. Sé que, por ella, usted hubiese querido que acaso yo actúe diferente,
porque ella se merecía lo mejor y no la vida errante que yo le brindé en plena juventud. Yo
sé, mi amigo, que sus mejores años los pasó en el camino, celebrando la vida al borde de un
sendero. Pero ya no quiero amargarme más; ella lo aceptó porque sabía que mi sueño era
servir a mi Patria, así que cuando le declaré mi amor preguntándole si quería ser parte de mi
sueño, ella me respondió que yo era parte del suyo. Hace algunas noches, mientras
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recordábamos nuestros viajes, le pregunté si se arrepentía de la vida que habíamos llevado,
de vernos en las últimas fatigas después de tener fortunas, si me odiaba por haberla
arrancado como una flor de su jardín, ella sonrió y me respondió en el idioma que a usted
tanto le molestaba porque no lo entendía, “Omnia vincit amor”, que quiere decir “todo lo
vence el amor”, y luego besó su dedo anular y lo posó sobre mi boca. Y aquí estamos
todavía juntos y amándonos por necesidad o por costumbre, que, a nuestra edad, da lo
mismo. Dejemos el asunto familiar y permítame recordar una frase de Bartolomé Arzans
Orsúa y Vela, un cronista potosino cuyos manuscritos leímos en Sucre. Se la cito porque
resume mejor lo que yo hubiera querido decir. Aquí va, el potosino afirmaba que “el riesgo
de ser bueno entre los malos es que uno siempre queda a descubierto y el mérito mayor de
los malos es ser el peor de ellos”. Y no me arrepiento de haber preferido el honor antes que
la buena vida. Hemos conocido a tantos disputándose ese lugar que estoy seguro que usted
no me hubiera permitido participar de ese juego infame, en el fondo usted nunca quiso que
yo sea igual a ellos. A mis años creo saber cuál es el peor defecto de los bolivianos, creo
que es la angurria por el poder, para los bolivianos el poder es algo por lo que podemos
matar y morir. Y nos pasamos la vida preocupados por quién nos gobierna antes de por
cómo nos gobiernan. Para nosotros el poder se personifica y por eso nos importa más la
persona que lo que esta hace ¿Me equivoco? No, mi Coronel, como siempre no se
equivoca, le dije y él sonrió. Y después de eso le dije que era más que suficiente haber
batallas”.
“Sí, esos lejanos años en los que los días nacían preñados de amenazas pero en los que
pronunciamientos”, para decirlo como los “cagatintas”, continuó el Coronel. Esos años en
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los que la guerra lo era todo para nosotros, agregó y nos reímos juntos. Siguió riéndose y se
acordó de la vez que lo retaron a duelo, estoy seguro que usted no ha olvidado la carta del
pelafustán ese, me increpó y yo le respondí que eso era algo difícil de olvidar porque fue lo
más solemne y ridículo que yo haya leído para desafiar a alguien a batirse a muerte. Decía:
“Si sois valiente aceptad el desafío de mediros nuestras espadas, y si no, coronado de
plumas de cuervo, declaraos en derrota” y lo mejor fue que el retador no apareció nunca en
el lugar elegido. Nos volvimos a reír, él riéndose apenas porque se sentía agobiado por las
estaba fuerte y no débil como estoy ahora casi cuarto siglo después del fallecimiento del
Coronel. Bueno, para terminar me dijo: “Gregorio, usted vale por todos los amigos que
pensé tener y compensa los amigos que nunca tuve”, y así fue para mí también. Ahora que
estoy solo, sin Romualdo y Adelia, ya no es necesario decirles don y doña, intentando
ordenar mis recuerdos para escribirlos, rememoro lo vivido y pienso que nos faltó vida más
allá de los cuarteles. Vivimos lo que nos tocó del siglo diecinueve, pensando que la Patria
era un cuartel y que las presidencias eran simples cambios de guardia, como si formaran
parte de la ordinaria rutina castrense. No mirábamos más allá de nuestros sucios uniformes,
cubiertos por una pátina con el polvo de los combates; nunca nos preocupamos por saber de
que vivía la gente, si eran felices en la Patria en que les tocó vivir, si guardaban algo para
comer cuando tenían que abastecer a las tropas durante las guerras externas e internas. Ni
siquiera nos preocupaba si sabían quien gobernaba al país, o con qué motivo o razón los
llevábamos a la muerte. Ahora que lo pienso me doy cuenta que nunca por nunca supieron
siquiera de los cambios en los escudos y los colores de las banderas que los gobernantes
Ninguna vez supimos cómo se llamaba la música que bailaban en sus celebridades, cuáles
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eran sus aspiraciones, sus sueños, sus esperanzas. En ningún tiempo nos preocupamos por
sus lenguas, por los nombres nativos de sus lugares queridos; sabíamos como se llamaban
ocurrió preguntarles si sabían lo que significaba ser boliviano... Pero así como había
cabrones que solamente se preocupaban por robar lo poco que tenía el Estado, también
hubo gente valiosa como el Coronel Villamil que intentaba organizar el Estado por donde
anduviera pero no tenían con que hacerlo, no había dinero ni para pagar una enfermera,
menos a alguien que enseñe a leer y a escribir. Bolivia poseía población y un gran territorio
pero nos fallaron los gobiernos. El mismo Coronel reconoció, cierta vez, que lo enviaban a
administrar territorios de los que desconocía su cultura y sus costumbres, que no era
solamente buena voluntad lo que hacía falta sino una mayor presencia estatal. A los años y
de repente no más vengo a caer en cuenta que en Bolivia hay la república de nosotros los
“Ahora mismo, en pleno inicio del siglo veinte, un siglo que se nos presenta con nuevas
esperanzas, nunca saben si el Tesoro General de la Nación va a tener fondos para pagar
nuestras miserables rentas vitalicias, porque la poca plata se la sigue gastando comprando
pertrechos para las guerras. Antes, cuando era soldado efectivo, pensaba que los bolivianos
eran magos pues sobrevivían sin saber cómo. Pero no era algo sobrenatural, era
simplemente que más allá, de los cuarteles estaba la vida, bullendo en cada hogar, en cada
chacra, con gente sacrificándose cada día para que nosotros podamos jugar a la guerra. La
Patria ocurría fuera de los cuarteles y nosotros pasábamos de largo, como gitanos buscando
un destino, que no obstante las penurias, nunca nos dimos cuenta que estaba en nosotros
mismos. Quizá porque creíamos que la Patria eran los símbolos, las horas cívicas, los
discursos de los políticos, o que el uniforme militar era la Patria, cuando la Patria, como
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decía Gonzalo Ruiz un amigo tarijeño, está más allá de esas trivialidades, la Patria es
que nunca la han visto pregúnteles sin alguna vez han visto caminando a un sentimiento.
Durante esos años la presencia del Estado en el territorio nacional fuimos nosotros, los
militares; y solamente sabíamos de guerra, ¿en qué tiempo íbamos a aprender otras cosas si
la guerra estaba en el parte diario? Y no eran solamente las acciones bélicas en los campos
de batallas o las escaramuzas urbanas contra los complots cotidianos, también era la guerra
política más sórdida y más infame que cualquiera, que terminó derrotándonos a todos. Por
ahora estoy cansado, dormiré un poco y mañana, Dios quiera que siga escribiendo todavía.
Al día siguiente encontré a doña Adelia leyendo mi cuaderno y sus manos sostenían varias
hojas arrancadas, sintió mi mirada inquisitoria y me respondió que había arrancado aquellas
páginas en las que yo describía las batallas de manera sangrienta. Mucha sangre derramada
para que usted la siga exprimiendo en el papel, me dijo y rompió las páginas”.
En esta parte del manuscrito, Antonio piensa que otra de las causas por las que todavía no
llegamos a ser Nación; es que en el siglo diecinueve el Estado apenas buscaba ser territorio
pero con tantas guerras nunca pudo o no le interesó buscar a la Nación entre la gente.
“Lograrlo es la gran tarea de la Asamblea Constituyente para que podamos reconstruir las
escribió Antonio rememorando aquello que Gregorio cuenta de lo que sufrieron y vieron en
el siglo diecinueve, concluyendo que “el tiempo que vivimos fue una ilusión, ahora
crepúsculo”.
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De indios y vaqueros
Desde la Independencia había cosas que eran inmutables en Bolivia y nuestra añeja historia
de conflictos era una de ellas. En pleno siglo veintiuno los cruceños leales a su inveterada
los altiplánicos, y a estos tampoco parecía interesarles el pensamiento de ellos. “Si los
cruceños quieren irse de Bolivia que se vayan de una vez y nos dejen nuestro país”, se
escuchaba decir a algunos collas iracundos. “No insistan porque nos vamos a ir”,
Los ánimos separatistas eran exacerbados cada día por distintos motivos, los medios de
se daban tregua ni para tomar aliento. La razón era cotidianamente sustituida por
hiperbólicas propagandas sobre las mentiras y las imposturas de los adversarios. Sin
embargo nadie se atrevía a organizar un gran debate sobre si Bolivia era una nación, un país
o apenas éramos un simulacro de ambos. El fantasma del odio parecía arrastrar su rabia
“fractura étnica” ocasionada por la victoria electoral indígena que amenazaba con enfrentar
a indios contra mestizos. Los indígenas de tierras altas se empecinaban en hablar del
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“trauma de la conquista” y los mestizos respondían con “la integración social”. “Inclusión”,
parecía la palabra “sésamo” que habría las cuentas corrientes de los organizaciones no
encuentros sobre el tema. En todas las latitudes se discutía la “cuestión social” como el
concluían “que el verdadero problema de Bolivia era resolver como vivir juntos, respetando
las diferencias”, chocolate por la noticia dijo un heladero que escuchó la celebérrima frase.
Los más lúcidos intelectuales blancos y mestizos publicaban sendos ensayos reclamando
intelectuales aymaras reclamaban la hegemonía social reivindicando que había llegado “la
era de la luz para los pueblos del Ande” y pretendían articular el mito aymara como la base
de la identidad nacional.
“que era el tiempo de incluir a los hermanos indígenas en todos los procesos nacionales,
vida cotidiana”.
Cierta vez un pensador aymara les preguntó: “¿Quién incluye a quién? Ya está bueno que
quieran a incluirnos a la mayoría. ¿No les parece que es a la inversa, que somos los
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Durante el mes de diciembre de 2006 la oposición desató una ola de huelgas de hambre
constitución por dos tercios y la bancada del MAS usando su aplastante mayoría ratificó, en
los dos tercios y al referéndum vinculante sobre las autonomías departamentales. En La Paz
una muchedumbre del MAS asaltó un piquete de huelga de hambre obligando a huir a los
Los enfrentamientos en el departamento de Santa Cruz presagiaron una guerra étnica como
la de Ruanda, una guerra entre collas y cambas. Pese a todos los pronósticos alarmistas las
fiestas de fin de año agotaron los últimos estertores del alboroto causado por las huelgas y
A las doce de la noche del 31 de diciembre el Presidente Evo Morales realizó una sesión de
gabinete y en un par de horas aprobaron cinco decretos, para irse luego a celebrar un año de
victorias contra la oposición. El 1 de enero de 2007 la población miró impávida que tanto
blasón de los movimientos sociales flameaba radiante junto a la bandera boliviana. Los
intelectuales y los marketeros del MAS que se deleitaban con los símbolos daban una
Cuando los pastores y los reyes magos volvieron a ser guardados para el próximo año se
sucedieron las primeras acciones violentas, y fueron contra el Prefecto de Cochabamba que,
Cruz. Siguiendo la tradición de la multitud enardecida los sindicatos cocaleros del trópico
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cochabambino tomaron la plaza principal de Cochabamba y quemaron el Palacio
Prefectural, un antiguo edificio colonial que era una reliquia de la ciudad. Antonio ironizó
delante de su hijo que no se deberían quemar los palacios sino la “Silla Presidencial” que
cochabambinos. Dos muertos fueron el saldo trágico, uno por cada bando. Los fanáticos del
MAS deploraron la muerte del campesino y los fanáticos de la oposición la muerte del
joven. El fuego se avivaba en el escenario político boliviano. La dama negra, como decía
En el mundo virtual no cesaban las hostilidades y tampoco faltaban los intelectuales que
explicaban que la persistencia de la crisis del Estado agudizaba las luchas políticas,
demostrando una alarmante incapacidad o falta de voluntad del gobierno para solucionar
los conflictos. Sectores de la oposición creían ver un evidente interés de los grupos más
radicales del MAS, que propugnaban que la única vía para la revolución era la armada y
justificaban las provocaciones como parte de un necesario ritual de expiación que debían
purgar los blancos para ser dignos de los nuevos tiempos. En la Red ya no se dialogaba, los
escribió que la persistencia de los conflictos demostraba que en Bolivia nada había
En la ciudad de La Paz, a fines de enero, como todos los años, el Presidente de la República
y el Alcalde inauguraron la Fiesta de Alasita, dando inicio al tiempo de las cosas pequeñas.
184
En la reunión del “Foro” celebrada en la casa de Aristóteles, éste provocó a los demás
preguntándoles: ¿De dónde salió Evo Morales indigenista? ¿Acaso no era sindicalista hasta
el año pasado?
Pero si es indio, mírenle la cara y esa nariz aguileña y los pómulos salientes, no hay por
Habrá nacido en una familia indígena, pero él ha sido criado como un cholo altoperuano en
las prácticas políticas sindicales conocidas. Y para colmo de colmos Evo Morales no habla
postizo como García Linera, y ambos no están actuando dentro de los principios de la
cultura andina que propone el equilibrio entre la gente, la famosa complementariedad de los
opuestos, que no es otra cosa que el respeto al otro. Yo creo que están siendo empujados por
Eso va a ser misión imposible porque, como decimos en el oriente, “camba viejo no
Cierta vez leí sobre un sabio aymara, un amauta de nombre Policarpio Flores, que afirmaba
que todos somos iguales, porque todos somos hijos de la PachaMama, parece que esos
¿Y cual es el problema que sea o no sea indio? Cuestionó Aristóteles, si aquí los indios
siempre han participado de todo, incluso de la corrupción aunque sea recibiendo migajas, o
¿van a negar que los empleados públicos de origen indígena, ya sean porteros, cobradores
de impuestos, policías, aduaneros, no recibieron alguna vez coimas? Aquí roban millones y
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roban centavos, roban los ricos y roban los pobres. Silencio sepulcral en el “Foro” aromado
El silencio fue roto por Gonzalo que como buen cirujano plástico atacó desde lo pequeño,
desde aquello que nadie da importancia, para hacer notar que así como los blancos son unos
mañudos en mayor escala, los indios lo son en menor. A ver, ¿quién de ustedes no se ha
sentido engañado cuando está viajando por tierra y le venden una botella con agua mineral
falsa? o ¿cuando compran pañuelos desechables y la bolsita ya está abierta? O ¿creen por
ventura que es casualidad que las oficinas de Migración e Identificación son sucias y
cochinas? No. Son así para que uno desee salir de ellas lo más rápidamente posible y
busque a los policías para dejarse extorsionar con gusto. Eso está pensado desde los
Lo único que va a suceder en este país es que con la llegada de un indígena a la presidencia
se van a igualar en todo con nosotros y eso quiere decir también en lo malo, continuó
Arturo.
Lo bueno es que se va a acabar el mito de que los blancos son corruptos por antonomasia y
que los indios no lo son; nada de eso, aquí se acabó esa historia y todos seremos iguales.
Nada de buen salvaje y conquistador perverso, no hay lo uno sin lo otro. Si no hubiesen
querido dejarse conquistar con los españoles los hubieran resistido, en cambio no
reconocen que el triunfo de los españoles sobre los incas, que eran quechuas, se debió
desquitarse de sus ancestrales enemigos. Los aymaras hablan del pachakuti, diciendo que se
acabaron los quinientos años de opresión y se olvidan, convenientemente, de los siglos que
estuvieron sometidos por los quechuas, se hacen los locos por peerse a gusto, determinó
Aristóteles.
186
Eso de que Evo es el pachakuti y otras supercherías místicas supuestamente andinas
también son invenciones de algunos vivillos aymaras, porque yo tengo información que
muchos de los brujos que vinieron a la posesión en Tiahuanacu se dieron cuenta que Evo
Morales no era el elegido por la madre naturaleza. Hay gente que afirma que a un chamán
un impostor. Un primo que está metido en esas cosas esotéricas me contó que los yatiris
bolivianos les imploraron a su pares del continente que no revelen esa información porque
creían que el paso de Evo Morales por la Presidencia de Bolivia serviría para preparar el
camino del verdadero elegido que limpiaría la maldad racista que se impuso en América,
Algo de eso he escuchado, dicen que Evo no puede ser el elegido porque muestra señales
hombre-mujer, del que habla la mística andina. Y algo curioso, Ludovico Bertonio, un
munícipe, es que habrá nuevos ricos en los próximos años y, claro, ya no serán los mismos
de siempre. A los indios les llegó su hora y van a sacar ventaja de lo indígena en todo, van a
hacer prevalecer su condición antropológica antes que su capacidad, porque los bolivianos,
indios y no indios, somos uno ventajistas. Sacamos ventaja de todo para nuestro provecho.
Nos engañamos a nosotros mismos en muchísimas cosas, los collas engañan diciendo que
la altura no afecta a los seres humanos, como si fuera lo mismo jugar a nivel del mar que a
tres mil quinientos metros. En Santa Cruz, los cambas, sabemos que a los jugadores de la
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nacimientos, para que en los campeonatos internacionales jóvenes pasen por adolescentes y
tampoco nadie dice nada. Todos somos cómplices de la mentira. Nada de esto va cambiar.
Con Evo o sin Evo, los bolivianos seguiremos pensando que somos los más listos del
María.
No, qué vas robar, si ya tus padres lo hicieron por vos y te dejaron una buena fortuna para
No te permito que te metas con mis padres, replicó enojado el que vivía de sus alquileres, y
la cosa estuvo a punto de estallar a golpes hasta que intervino Antonio y les comentó que, el
gran problema era que estaban subestimando a Evo, tal como lo habían hecho sus
bisabuelos con los antepasados de Morales. Nada de eso. Hay que hablarle de igual a igual
y dejarnos de poses de niñas despechadas. El sólo hecho de que un político que se declara
indígena haya llegado a la presidencia del país es un gran avance, eso no lo podemos negar.
Y que haya mayoría indígena en su gabinete es símbolo del cambio, si hasta parece que los
Lo bueno de este gobierno y del MAS es que después de ellos seremos corruptos todos o
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Mirá los actos de corrupción que están saliendo a la luz, siguió el doctor Lalo solazándose
con las desgracias de los corruptos pillados. Estos tipos, cada día que pasa, se parecen más
Otra cosa, prosiguió Arturo: este gobierno se llenó la boca prometiendo empleo y hasta sus
propios dirigentes se están yendo a España a buscarlo, porque aquí no hay, mana q’anchu
para decirlo en quechua. En menos de dos meses de gobierno, Vidal Quenta, jefe
departamental del MAS y Evaristo Huallpa, secretario ejecutivo del poderoso sindicato de
colonizadores de San Julián, santuario electoral del MAS en Santa Cruz, se fueron a
¡Si son igualingos a los anteriores!, metió su cuchara Aristóteles, al igual que los partidos
Para echar más leña al fuego agreguemos que tampoco van a cambiar las familias que
desde la colonia mantienen el poder, concluyó Arturo sonriendo al recordar que en esos días
un paceño analista político se había referido a este tema detallando apellidos conocidos
como los Arce y los Ortiz, que en el gobierno indígena de Evo Morales se repetían sin
descaro alguno. Sus hermanos eran neoliberales y ellos son indigenistas, mañana cuando se
¿Ya ves?, remató obstinado José María, ¿cuál es la diferencia? ¡Ninguna! Cuando nos
demos cuenta de que el color de piel y los apellidos no nos hacen diferentes, que hay
buenos y malos en ambos bandos, quizá podamos construir una sociedad mejor.
¿Cual sociedad mejor?, volvió a intervenir Aristóteles, si don Evo es más megalómano que
Jaime Paz Zamora. Nuestro Excelentísimo Señor Presidente a seis meses de gestión firmó
189
un decreto supremo declarando a Orinoca, su pueblo de nacimiento, en Oruro, como
Nacional”, debiendo crearse además un museo interactivo que muestre toda su vida, desde
Me imagino que se van a inventar los pañales de Evo, que obviamente van a ser de tocuyo
de la tierra; el aguayo con que la madre cargaba a Evo, la primera mamadera de Evo, las
abarquitas del niño que sería rey, se imaginan… ¿“Histórico”? ¿A ver? Cuando apenas tiene
unos pocos meses en el poder ¿por qué no espera sus cinco años? Seguramente que todo
llevará su nombre, ni lo duden. Están siguiendo el modelo de los países socialistas del culto
a la personalidad, pronto veremos estatuas con “evos” robustos y murales con “álvaros”
con el tremendo físico de “Conan, el bárbaro”. Y, por último, yo no quiero seguir siendo
testigo indolente del avasallamiento andino que quiere construir un país aymara. Cada día
Esas son burreras, es imposible por el momento porque Evo Morales tiene todas las de
ganar, las condiciones internas y las externas. En lo interno posee la lealtad de las Fuerzas
Armadas y en lo externo posee una opinión pública favorable que lo sigue viendo como el
indiecito que quiere gobernar para su maltratado pueblo y que unos cuántos perversos
oligarcas del oriente no lo dejan. Olvídense de esas teorías separatistas, recomendó Arturo.
Cuidado que a Aristóteles le suceda lo mismo que al periodista Guido Guardia, que decía
defender a Santa Cruz del avasallamiento colla y desde que lo invitaron a ser candidato a
senador por el MAS no volvió a hablar más del tema. Cuidado, que la “necesidad tiene cara
de hereje” y a Aristóteles hace varios años que ningún partido lo invita a nada, ironizó
Huáscar.
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Sintiendo el peligro, el médico cristiano cambió el rumbo de la discusión y señaló que Evo
Morales declaró varias veces que siente “que aquí comienza la nueva historia de Bolivia”
¡vaya pretensión!, se olvida de los logros de la Revolución Nacional del 52, de la Reforma
Agraria, del Voto Universal que hizo ciudadanos a los indígenas y de la Nacionalización de
las minas”.
No, no se olvida, lo que hace es taparlos con sus propios decretos, por eso elige las mismas
fechas para realizar sus reformas y nacionalizaciones. Busca que en el futuro solamente se
acuerden de él, es parte de la creación del mito del líder, del gran estadista. Ellos saben del
poder simbólico las fechas, de los hechos y quieren usar ese valor para sus propios actos.
Qué diferente a Mandela quién no solo respetó las fechas y los hechos históricos
importantes para los blancos, sino que no permitió que le cambien de nombre a sus calles, a
sus plazas y ni siquiera que se tumben las estatuas del creador del apartheid, porque atinó a
reconocer que era parte la historia de su país. Habría que recordarles una cita de Mandela
que dice que para ser libres hay dejar de ser prisionero del pasado. Eso es ser incluyente,
sentenció Huáscar.
Bolivia, empoderando a los indígenas en los municipios. Fue esa Ley la que allanó el
camino para que ahora Evo Morales sea Presidente. ¿Quién se acuerda de esa Ley? Y los
patrimonios históricos no son nada comparado con lo que hicieron los “chupamedias” de
posesiones del Presidente de la República. En la primera de ellas está Evo con esa bata
inventada por los antropólogos del Instituto Nacional de Antropología para cuidar sus
“pegas”; en la segunda luce la medalla del q’ara Simón Bolívar y en la tercera lleva una
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chamarrita de cuero, al mejor estilo de los cholitos galanes de la avenida Buenos Aires de
La Paz. Y para justificarse argumentaron que era “un homenaje al Primer Presidente indio
de América”. Hasta en el exterior han ridiculizado esta acción .Ya es el colmo del
Se olvidaron de Benito Juárez, el indígena presidente de México, terció José María que, en
cierta ocasión había sido maltratado por amigos suyos que según él habían llegado al
gobierno por pura casualidad y les recriminó que se habían olvidado de la emblemática
primer sueldo; y le respondieron que por lo menos ellos trabajaban y no eran unos ociosos
Los criticones de ayer son los “chupas” de hoy, siguió destilando su inquina personal.
Yo creo que la culpa de estos desaciertos la tienen los asesores, llunkus como se dice en
quechua a los adulones, son ellos los que le hacen meter la pata con estas sonceras. Pobre
Evo, no se da cuenta que los aduladores son sus peores enemigos, se compadeció Gonzalo.
este momento, yo debo decir que para descargo de los “tirasacos” paceños, esta vez el adulo
vino de parte de cruceños a quienes ya les gustó vivir del Estado, como siempre ocurre y
ustedes lo deben reconocer hidalgamente. Lo que pasó es que nunca antes trabajaron
políticamente, no tenían un pasado de lucha que los avale y querían ocultar su falta de
legitimidad política a través de la adulación. Y por eso mismo acaban de salir malparados
del gobierno, quedando mal con Dios y con el Diablo. Y, el tiro de gracia: Díganme el
nombre de un cruceño que siendo ministro haya peleado por Santa Cruz. Ninguno ¿verdad?
Sencillamente porque el poder embrutece moralmente a los hombres, concluyó Huáscar que
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No se me dispare con la cincha a las verijas, arremetió Aristóteles, que siempre estaba
presto a defender a los cruceños; lo de las estampillas es un hecho anecdótico, una simple
bufonada que no hay que darle importancia. Lo que yo veo pernicioso es ese sentimiento de
culpa y miedo que acompleja a la clase intelectual paceña ¿se acuerdan?, parece que
lamentan, desde su alma, haber permitido que el racismo domine las relaciones sociales en
La Paz porque se creen responsables tanto del racismo de la colonia, como del racismo de
la República. Creo que en el fondo temen que aparezca otro Tupac Katari y cerque su
Que se jodan los collas, los cambas no tenemos nada qué hacer con ellos, la culpa es
racismo que ahora viene de los aymaras, porque nadie puede negar que los excluidos de
ayer son los excluyentes de hoy, renegó José María, y Huáscar se quedó callado.
Antonio intentó desviar el tema contando que por lo menos gracias a Evo, los bolivianos
salimos en National Geographic, y mencionó un reportaje sobre Orinoca, “la cuna de Evo
¿Y como no vamos a salir? Si esa es una revista que solamente publica sobre indios, faltaba
más, contraatacó Aristóteles que ya no tenía partido político porque el suyo había
Evo es el nuevo galán de las cholitas. Todos los indios se visten como él, se peinan igual,
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sonríen de la misma manera, y se han vuelto tan soberbios como su líder, que ya no se
¿Y qué creías?, nuestros abuelos le decían “hijo”, con tono paternalistas, cuestionó Antonio.
¿Pero yo qué culpa tengo de lo que hicieron o dejaron de hacer mis abuelos? Yo no tengo
porque pedirles permiso para vivir en mi propio país. Vayan a quejarse a Gardel, provocó el
ex político municipal. Las fortunas de los cholos de los mercados de la Max Paredes de La
Paz, de La Cancha de Cochabamba y de Los Pozos de Santa Cruz ahora serán noticia de los
suplementos sociales de los periódicos. Sus bautizos, sus matrimonios y sus “prestes”, que
duran tres días de chupa y farra, serán los nuevos acontecimientos sociales. Hoy, para ser
¿Saben la última?, preguntó Arturo. Dicen que las camas solares están repletas de
blanquitos que se queman hasta los huevos para verse negritos, buscando camuflarse para
Quispe, indígena como ellos, que cuando Evo fue posesionado previno que “el peor
enemigo del indio es el mismo indio”. ¿Se fijaron que en el desfile del 6 de agosto pasado,
Sí, lo ví, y me recordaron los desfiles de la época del Pacto Militar Campesino que se
inventó el general René Barrientos Ortuño para apoyarse en esta fuerza social, respondió
Arturo, y José María que andaba leyendo lo que encontraba recordó que el escritor Rúber
Carvalho, en una de sus famosas cartas dirigidas a Evo Morales, había afirmado que ese
desfile con tanto indio disfrazado, exhibiendo supuestos trajes típicos, “fue apenas una
pobre reproducción marcial de la entrada del Gran Poder”, y yo creo que con tanta
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payasada que están haciendo su “Revolución Cultural”, esta se parece más a una
Sospecho –receló el Médico severo en sus comentarios– que los asesores no se dan cuenta
de lo que están haciendo, y creen que pueden dominar a los uniformados cuando la historia
nos demuestra lo contrario. Mientras los militares están de capa caída no pasa nada, pero
cuando se les da alas no tardan en patearnos el trasero. Los uniformados nunca trabajan
para otros que no sean ellos mismos. Acuérdense de eso señores míos.
Bueno, compañeritos, como diría mi paisano “El Papirri” apelando a la metafísica popular
de los paceños, yo creo que en Bolivia “Bien no más mal estamos”, sonrió Huáscar. Todos
rieron de la ocurrencia y Aristóteles lo señaló con el dedo: “Colla tenías que ser”. “Hasta en
No es así…y fue entonces que Antonio les reprochó por qué no criticaban con la misma
derecha no había nada que criticarle porque simplemente no existía, no se hace oposición
declamando malos versos y riéndole a las pésimas rimas que declama el líder de
PODEMOS. Del Comité Cívico cruceño, ni hablar; porque a veces no puede con su
herencia fascista y embarra lo que estaba haciendo bien, a mí no me interesa lo que hagan o
digan porque son como los perros que ladran y nunca muerden, terminó su intervención.
Pero para qué se preocupan si hay o no oposición, si los mismos “masistas” son sus propios
opositores. No se olviden que son una “juntucha” o una “merienda de negros” en la que hay
de todo y para todos, recuerden lo que dijo Henry de Bracton –¿quién? Preguntó Gonzalo–
Bracton, un juez inglés del siglo diecisiete, que afirmaba que “no hay Rey allí donde manda
la voluntad y no la ley” y aquí, en Bolivia, manda la voluntad de una masa sin rumbo
definido, que terminará llevando al cadalso al hombre que se cree predestinado por los
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dioses andinos para gobernarnos por treinta años, emulando a Hugo Chávez, dictaminó
Aristóteles que a veces hacía honor a su nombre y se mandaba unas ilustradas citas.
¿Saben una cosa?, preguntó aviesamente Arturo, pese a todos nosotros que renegamos
contra Evo Morales y sus comunistas atrasados, creo que es mejor que Tuto. ¿Imagínense
un gobierno con el gemelo del payaso “Quico” de presidente y con Evo y el MAS en la
oposición? Insostenible. Por eso nadie quiere que Evo se caiga, estamos mejor con él que
sin él. Hay que resignarse para los próximos diez años por lo menos. ¿No es cierto?
Yo creo que, a falta de una oposición organizada, tenemos unos cuántos columnistas
escribiendo los fines de semana, no creo que con ellos lleguemos muy lejos, porque su
oposición no convoca ni moviliza a nadie, solamente los leen unos cuántos como nosotros,
que comentamos sus críticas mientras nos tomamos un cafecito y nada más. ¡Ah! Y a varios
de ellos ya ni siquiera les publican porque el gobierno controla muchos periódicos con el
avisaje, si joden no les dan la publicidad del Estado y listo y sabemos que la prensa vive de
las licitaciones y convocatorias públicas que se publican a diario. Por eso es que, ahora, la
resistencia contra este gobierno ha optado por la Red. A través de cadenas informativas se
invadidos por estas cadenas sin que nada podamos hacer, lamentó resignado Huáscar.
sabía que el MAS tenía todo listo y que incluso poseían la nueva Constitución redactada de
Quieren hacernos creer que lo de “plurinacional” es una idea original, pero los que hemos
leído marxismo sabemos que es un mala copia del modelo soviético del “Estado
196
Plurinacional”, con la diferencia de que allá el más chico de los estados poseía al menos
diez millones de habitantes y aquí hay etnias que están al borde de la extinción, objetó
Aristóteles.
Así es, dicen que si Evo no logra que la apruebe el pleno de la Asamblea pedirá que se
política, uno por mayoría y otro por minoría, y ¿adivinen quien ganará?, cuestionó
Gonzalo.
No, eso es demasiado, intervino José María, no creo que sean tan cínicos, ellos saben que el
éxito de la nueva constitución depende del consenso. Digamos que sea así, que ganen ellos
con una constitución política indígena, un poema a los originarios, un canto a las
Cuba y de Venezuela, nada de eso nos garantizará que el país vaya a cambiar si no
Lo que pasa es que vos sos un boludo, como no haces nada todo el día no sabés lo que es la
política, la política para tu buen gobierno no es otra cosa que la delación de aquello que
políticos ni lo adivinan, le dijo Aristóteles, que creía que en política se las sabía todas.
Y vos te crees saber mucho, le replicó Huáscar, cuando fuiste concejal ni abrías la boca, a
Mirá “colla e’mierda”, agradecé que estamos en una casa de familia que si no te hacía
conciliador alzó la voz, algo que nunca había hecho en las anteriores reuniones del “Foro” y
197
les pidió, casi a gritos que lo escuchen. No creo que valga la pena agarrarnos a golpes por
las huevadas que hablamos Y es que estamos asistiendo a un tiempo impúdico en el que
estamos tan influenciados por la televisión, que nuestros comentarios no van más allá del
políticos y nos vamos a enfrentar sin llegar al fondo de los temas. Antes éramos un grupo
centímetro de profundidad, pero ahora parece que nos pasó lo que a Álvaro García Linera
República y se convirtió en otro más de los políticos folclóricos, con la diferencia que es
tan tieso que se asemeja a esos mediocres humoristas engominados de los bares de Buenos
Aires. Antes de que sea Vicepresidente, Álvaro García, insistía en que había que discutir
otrora académico e ilustrado lenguaje se ha reducido al insulto. Vamos mal si nos alejamos
Cierto, a mi no me gusta mucho el tal Alvarito, pero debo reconocer que hemos perdido un
Está mañana conversaba con mi amiga Mary Ortiz, la sicóloga que nos ha bautizado como
“El club de Toby” por machistas, ella cree que destilamos mucho sarcasmo, mucho cinismo
en nuestras reuniones, estoy seguro que si los hubiese escuchado afirmar que todos en este
país, indios, criollos, cholos, blancoides, somos ladrones y corruptos y, que ahora, por fin,
nos vamos a igualar en el mierdero, porque creemos que somos un pueblo de mierda, se
hubiera reído de nuestra ingenuidad, de nuestra manera maniqueísta de mirar las cosas. Una
vez ella me dijo y ahora yo se los trasmito a ustedes porque creo que vale la pena, que si
bien es cierto que hay ladrones, pícaros y cínicos en todos los estamentos sociales y en
198
todos los grupos raciales o etnias, para decirlo como se acostumbra ahora, si bien es cierto
que aquí no hay “puros” moralmente hablando, no significa que no haya gente buena.
Porque aceptar que solamente somos un fracaso de país, es darles gusto a quienes nos
desprecian y consideran que somos una aberración de la historia, un país de mierda que
nunca debió de existir. Tal como lo escribió un gringo afirmando que somos “un país
como acaba de escribir un periodista en El universal de México, que se nos viene la guerra
porque no somos ni siquiera “algo parecido a una nación”. Si bien es cierto que, como
todos los países latinoamericanos, somos un país que nació a la vida independiente porque
los criollos así lo quisieron, no vamos a negar que lo que hicieron fue reproducir sus
Pero también es cierto que hubo indígenas que lucharon por la independencia, y aquí
lamento desilusionar a aquellos indigenistas que aseguran que ninguno de sus antepasados
participó liderando la lucha por la liberación. Hubo varios que participaron y no como
liberación nacional. Uno de esos fue el indígena moxeño Pedro Ignacio Muiba que en 1810,
el dominio español. También está Kumbay, un Capitán Grande guaraní que luchó junto a
Juana Azurduy de Padilla y que fue honrado con el grado de General de los Ejércitos
les paso el siguiente dato: don Juan Bautista Condorkanqui, hermano menor de José Gabriel
Condorkanqui, alias Tupac Amaru, después de haber estado preso en España y de ser
liberado, regresó al Perú y le envío una carta a Simón Bolívar reconociéndolo como
199
Libertador. ¿Qué tal? Claro que los indigenistas de ahora no dicen ni dirán nada al respecto,
prefieren ignorarlo. Y estoy seguro que hubo otros alzamientos indígenas apoyando la
independencia. Así que ni los blancos ni los indios de hoy tienen razón de decir que no
las tropas patriotas eran los indios. El tema secreto de nuestra historia como nación es que
el fantasma de ese sueño llamado la patria grande nos habita desde la muerte de Simón
Bolívar y no nos deja vivir tal cual somos. Ni en occidente y ni aquí en el oriente leemos
injusticias pero también sublimes sacrificios, nos contentamos con lo que nos enseñaron en
el colegio y eso no está bien ni siquiera para la hora cívica. Lo que hay que hacer es
compañeros? ya me cansé de ser Antonio el conciliador, que evita que las cosas pasen a
verdad es que ya me cansaron, creo que he sido demasiado condescendiente con ustedes,
este gobierno como lo hacen los comentaristas y presentadores de noticias de los canales de
televisión, pero también estoy cabreado de escuchar a los del gobierno hablar con ese
lenguaje estalinista de los años setenta, acusando al que no está de acuerdo con ellos de
200
Creo que lo mismo que nos sucede en el “Foro” está sucediendo en el país y por supuesto
que en la Asamblea Constituyente que es su reflejo y no hay por qué alarmarse cuando las
cholas se enojan porque no las dejan hablar en su idioma originario y amenazan con
chicotes, o cuando los propios indios abuchean a su presidente, indio como ellos, es parte
de un desahogo colectivo. Pero tampoco debemos dejar que el resentimiento étnico nos
confisque las ilusiones y nos robe el alma. Ahora que los quinientos años nos están
entre partidos políticos, sino en las calles, como dice el sociólogo Ricardo Paz. Los
cabildos y los bloqueos tendrán que hacer lo suyo. ¿Se acuerdan del graffiti escrito en una
de las paredes de Sucre? Tendremos que despertar al Evo que hay nosotros y salir a
bloquear, a manifestarnos en las calles para hacernos escuchar. Y está bien que todos lo
hagamos, creo que el quilombo es inherente al carácter complejo de Bolivia, porque de este
despelote, de esta aparente sin razón, de esta confusión, tiene que parirse algo. Necesitamos
produzca. No hay que hacerse mucho rollo, es cierto que los bolivianos somos
¿Cómo creen que hemos sobrevivido 180 años a tantos golpes y guerras? Puede que suceda
algo terrible, pero nos levantaremos y volveremos a empezar. Hace unos días, a propósito
parece a ninguno. Evo Morales siguiendo la tradición política más enraizada de América
Latina es populista como ambos lo fueron, es un hombre pragmático que, como Belzu,
conoce de teorías y dogmas socialistas. Tiene el insólito coraje y la desfachatez del tarateño
Melgarejo, pero es un hombre de este siglo y la historia no pasa en vano. Creo que también
201
se parecen en el hecho que a Belzu y a Melgarejo también les gustaban los halagos del
pueblo y los solemnes y marciales honores militares. Evo sabe que tiene el poder producto
de elecciones y no de una revolución armada, porque de haber sido así nadie ni nada nos
hubiera salvado del degüello, ni siquiera hubieran perdonado a los blanquitos que se hacen
pasar por indios. Creo que él sabe que puede cambiar la historia, pero también es cierto que
ya le dio borrachera de poder y que es un indio engreído que pudo ser nuestro Nelson
Mandela pero no lo es, simplemente es Evo Morales. Pero no olvidemos que es nuestra
hechura, nosotros lo hemos criado desde niño, lo hemos formado en las calles, en los
discriminación y odio, de veinte años de democracia corrupta. Veinte años en los que
políticos hicieron de la política el mejor de los negocios. Ahora bien, no se puede negar que
crear una estrategia de desarrollo basada en los hidrocarburos, fueron medidas favorables
discurso de la violencia hay que seguir mostrando tolerancia, esa es la única manera de
darle sentido a la nación que queremos construir. En algún momento tiene que acabarse el
discurso folclórico de lo indígena, ese momento se vislumbró cuando Evo Morales dijo, en
uno de sus discursos, aquello de que “sentía que aquí comenzaba la nueva historia de
Bolivia, una historia donde haya igualdad, donde no haya discriminación”. Pero eso
solamente va a suceder cuando los mestizos nos demos cuenta que somos el paradigma
colectivo de la nación. Y para eso todos los “clasemedieros” que ahora están en el gobierno,
202
y trabajen a lado de los indígenas, sin dejarse sojuzgar por ellos, como hasta ahora lo han
venido haciendo, en un vano intento de convencerlos de que pese a ser blancos son más
radicales que los propios indios. Cuando dejen de avergonzarse por tener la piel y el cabello
más claros y comprendan que podemos impulsar la reconciliación nacional a partir del
reconocimiento de los errores de nuestros antepasados y de los nuestros las cosas van a
mejorar. Sabemos que ninguna revolución contemporánea se hace sin la presencia activa de
la clase media, y creo que nuestro papel en este proceso de cambio es el de ser el fiel de la
balanza, el equilibrio para construir una sociedad que respete la pluralidad cultural, étnica y
religiosa. Ahora es cuando debemos recordar que Bolivia es como un saco de aparapita, que
estamos hechos de remiendos pero somos un todo. Que somos un “Estado abigarrado en el
sentido nacional”.
Me imagino que con eso de “abigarrado” te refieres al término acuñado por René Zabaleta
Si, pero la cita es de Lenin y la leí en el breve ensayo “Sobre la autodeterminación de los
pueblos”, publicado en 1914, mucho antes que Zabaleta hable de la realidad boliviana
definiéndola como “abigarrada”. Pero, bueno no interesa quién acuñó el término sino lo
que define y lo indígena como parte substancial de este “abigarramiento” tiene que ser
por qué ser una categoría ideológica sino parte de nuestra cosmovisión cotidiana. A
propósito de eso que dijo nuestro amigo Aristóteles, de que nos creemos el centro del
universo, les voy a leer algo y quiero que me respondan quien lo escribió: “Somos una
nación cansada sobre la que ha llovido demasiado dolor. Un todo siempre en lucha con sus
partes. Un cuerpo en perpetua discordia con sus propios miembros; un río que no encuentra
sus afluentes. El resultado es una tensión insoportable, que algún día nos hará saltar por los
203
aires. Entonces, todos seremos más débiles y peores, una presa fácil para cualquiera”. Uno
dijo que por la profundidad del análisis tendría que ser de René Zabaleta Mercado, otro
dudó entre Sergio Almaraz Paz y Marcelo Quiroga Santa Cruz. Antonio se sonrió y les dijo
que sentía decepcionarlos, pero que era una frase del personaje central de El Rey del
Maestrazgo una novela histórica de Fernando Martínez Laínez, autor español, que la cita se
refería a España durante la Guerra Carlista que se dio entre 1836 y 1855. ¿Ya ven? Los
bolivianos creemos que somos los únicos a los que nos sucede lo peor, terminó Antonio.
Después que habló Antonio los miembros del “Foro”, incluido el dueño de casa, recordaron
que tenían compromisos pendientes y salieron de prisa a la calle, sin fijarse siquiera en los
204
Tiempo de despertar
Mientras camina de retorno a su casa intentando olvidar la reunión del “Foro” Antonio
evoca el capitulo final de la novela y una memorable conversación que sostuvo con su hijo.
Recuerda que el año 2006 las cosas se fueron dando de manera extraña en Santa Cruz de la
Sierra, pues a diferencia de otros años el invierno pasado no fue lo que se esperaba.
Llegaron pocos de los vientos fríos del sur que, partiendo de la lejana Antártica, recorren el
angustiando a los cruceños amantes del calor tropical de su región. En los meses de junio y
julio se asomaron por la ciudad unos débiles “sures” de “La Santísima Trinidad” y de “La
Virgen del Carmen” que apenas refrescaron el ambiente por escasos días. Sin embargo,
agosto llegó con sus acostumbrados vientos huracanados despeinando a toda la ciudad, el
deshoje alcanzó su apogeo cuando los patios, las calles y las avenidas amanecieron
tapizados de hojas, flores y frutos, y los árboles quedaron pelados como si el otoño hubiera
acaecido nuevamente.
su familia iban a orar, les advirtió un domingo que era un año muy extraño, “el invierno no
se ha cumplido naturalmente, es un mal presagio, algo va a pasar este año, créame don
La primavera política que vivía el país se ensombreció cuando “la delgada línea roja” de la
que hablaban los analistas políticos fue cruzada por la muerte convirtiéndola en un “cintillo
negro de luto”. Primero fueron los cocaleros muertos en el Chapare; y luego, el estaño
205
decenas de heridos. Contrariamente a los discursos revolucionarios la masacre de Huanuni
no fue ocasionada por militares fascistas ni por gobernantes neoliberales, fue por la
negligencia e incapacidad del gobierno de resolver el conflicto entre los mineros. Las
tonalidades rojizas de la tierra del cerro se volvieron rojo sangre durante dos violentos días
de octubre. Parecía que la sangre llamaba a la sangre alertando con la tragedia lo que nos
Durante la conversación que rememora con su hijo, Antonio que le había afirmado,
socarronamente, que en Bolivia no pasaría nada, tuvo que tragarse sus palabras y admitir
que el gobierno de Evo Morales cada día se parecía más a aquellos políticos que había
criticado. Antonio se acordó que en esos días, la hija del Che Guevara visitaba Bolivia, pero
a nadie le importó. El signo de la tragedia era mayor que los símbolos de la Revolución y
también se llevaba por delante supuestas conspiraciones inventadas por el gobierno, para
distraer la atención de la tragedia de Huanuni. Conspiraciones en las que nadie creía porque
la única oposición del gobierno eran sus propios errores. Sin embargo, los críticos de ayer
Casi dos siglos después de que la lucha por el poder se viniera decidiendo en las calles, en
que la última década del siglo veinte había dejado atrás la violencia convirtiendo los
combates callejeros en pesadas batallas ideológicas que parecían haberse iniciado con la
recuperación de la democracia, pero no fue así. El tercer milenio aportó los numerosos
206
“El Coronel soñaba con el día en que las disputas políticas se resolvieran en el arte de la
oratoria, como en Atenas”, glosa Gregorio en su cuaderno a propósito de que las diferencias
Las decenas de muertos, durante la segunda gestión de Gonzalo Sánchez de Lozada y los
lamentables acontecimientos, del más repugnante nivel político que un pueblo pueda
soportar, que se sucedieron entre febrero de 2003 y enero de 2006 retrotrajeron al país a la
Lamentable situación que tampoco sirvió para que los bolivianos nos sentemos a discutir
civilizadamente, escribe Antonio afirmando que la lucha en las calles sigue siendo
sangrienta, tal vez con menos muertos que en el siglo diecinueve y con la diferencia de que
los comandantes de los regimientos ya no comandan a sus tropas en las calles, y cambiaron
caballos y sables por micrófonos, dirigiendo a sus leales desde los medios de
comunicación, donde los adversarios eran llevados haciéndoles creer que eran gladiadores
Conmovido por la muerte de los mineros en Huanuni, Antonio recordó una frase de Sergio
Almaraz Paz que afirmaba que “ni la más grande de las ideologías justifica el asesinato del
más miserable de los hombres” “Si estalla una guerra civil –le dijo a su hijo–, será tan
violenta y despiadada que nadie tendrá tiempo de despedirse de sus seres queridos y mucho
menos de escribir una carta o un diario. En Bolivia las cosas se resuelven en pocos días, así
fue la revolución del 52 y así será una eventual guerra entre bolivianos”, concluyó
apesadumbrado.
207
Mientras las paredes de las ciudades bolivianas amanecían con nuevos graffitis a favor y en
contra de Evo Morales, como si fueran los pasquines que en el siglo diecinueve ofendían y
deshonraban a los poderosos, la obra escrita por Antonio Robles llegaba a su final. Como
en toda contienda había buenos y malos grafiteros en ambas facciones expresando sus
criterios sobre las autonomías regionales y la Asamblea Constituyente, hubo uno que
de La Paz. Estaba pintado en una calle del centro de la capital cruceña y decía: “Autonomía
LORA, nada menos que el Partido Obrero Revolucionario línea Cuarta Internacional,
comandado por Guillermo Lora, un legendario líder de cerca de cien años de edad que
poeta del Congreso Nacional, don Ramiro Carrazana que parafraseando al escritor
argentino ciego que contaba sobre héroes y traidores describiendo míticas batallas como si
las hubiera visto, quien bromeaba afirmando que, si se trataba de militar en algún partido
Esa era la situación política cuando se encontraba corrigiendo el último borrador sentado en
que sus hijos participen de su vida, y siempre que podía les contaba de su trabajo y de los
cuentos que escribía. Entusiasmado y agradecido por el interés de su hijo, algo no muy
frecuente en un joven de diecisiete años, le contó que hacía como veinte años, cuando era
carta que había sobrevivido casi un siglo desde que la presentó en el Congreso Nacional en
208
1901. Estaba ahí quizá esperando a Antonio. Esperando que el tiempo haga justicia. La
señora justificaba su solicitud afirmando que su marido era poco menos que un hombre
excepcional que había dado todo por la patria. Le confesó que la carta lo había conmovido,
pero joven como era se dejó llevar por los años que ya no vuelven y se olvidó de ella, hasta
que en enero de este año del señor de 2006, la había vuelto a encontrar junto con los
documentos que pudo rescatar. Le contó que, a partir de ese hallazgo, se desencadenaron
una serie de extraños acontecimientos que nadie hubiera podido anticipar, entre los que se
destaca el manuscrito de Gregorio Aguilar. Le relató cómo fue que investigó sobre la vida
de este peregrino de la Patria, confirmando todos sus destinos y armando año tras año su
vida de militar y de servidor público. Le comentó que en un par de los muchos libros de
historia boliviana apenas lo mencionaban, pero que no le extrañaba, porque estos seres
pasaban inadvertidos. Otros escritores eligen grandes personajes de la historia para escribir
sus novelas, yo elegí un anónimo porque creo que la grandeza de los héroes nacionales no
sería tal sin el aporte de los ignorados, le dijo justificando la elección de su personaje.
Le confesó que escondido entre las palabras de su manuscrito Gregorio vigila que le sea fiel
a sus memorias”, y siguió describiéndole los múltiples viajes que Romualdo Villamil había
adeudado, que no fue poco ya que en esas épocas, para movilizarse, se debió necesitar
grandes sumas de dinero, pero que Romualdo Villamil lo hacía porque creía en la Patria y
porque poseía un extraordinario código ético y político acerca del servicio público que no le
permitió tomar para sí mismo una pequeña sayaña donde criar gallinas y sembrar papas. La
209
Antonio se esmeró en resumirle los capítulos, describiendo a héroes y villanos que en el
siglo diecinueve se confundían intentando ingresar por cualquier medio a la memoria del
mundo. Le contó de las guerras sostenidas por Bolivia y le explicó que cuando se vive en
guerra las fronteras morales desaparecen. La guerra va imponiendo sus códigos y las
formas de sobrevivir o de llegar al poder no suelen ser muy cristianas o caballerescas. Los
quiebre social ejercían sobre él una fascinación repulsiva a ratos pero irresistible siempre.
Le reveló que, a través, de la vida de Adelia, Romualdo y Gregorio, y dada la pertinacia con
la que cumplieron sus misiones se podía atisbar el tan esquivo “ser nacional”, el espíritu
que nos anima a ser útiles, el tesoro que buscan las oenegés y, la mayoría de los
intelectuales de las ciencias sociales. ¿Cómo fue que en un siglo tan violento pudo
Quizá por los rezos de su esposa o porque, como dice un amigo, en política mejor estar “ni
tan bajo que te pisen, ni tan alto que te disparen”, respondió Antonio.
“Padre, es difícil de creer que un tipo así haya existido, parece nomás un personaje de tus
novelas. Pero existió, el cuaderno y los documentos son la prueba del hombre–país que
todos buscan. Su ejemplo debe servirnos para mostrar que pese a todo lo que está
sucediendo podemos ser un país. Ahora que tanto se habla de separatismo, de naciones
collas, chapacas y cambas, y que estamos a punto ya, no solamente de agarrarnos a puñetes
entre los jóvenes, sino de matarnos entre todos, nos vendría bien saber que hubo gente
como ese Coronel. Valdría la pena repensar nuestro espacio geográfico a partir de las
perdidas territoriales ocasionadas por las guerras, Bolivia ha perdido más de la mitad de su
territorio y aún somos una inmensidad, quizá lo que nos queda sea el verdadero tesoro de
210
Antonio le respondió, de manera irresponsable pero franca, revelándole que lo dudaba: Ese
“Tiene que ser éste”, le replicó Francisco, “porque no tenemos otro y ¿sabes pa’? ¿Qué es
política parecen ser el centro de todo; creo que ustedes, los del “Foro” y los bolivianos en
general, pasamos mucho tiempo intentando entender el país cuando de lo que se trata es de
quererlo sin muchas complicaciones, así como hacemos los jóvenes con nuestras cortejas.
Las amamos sin preguntarnos quienes son sus padres, qué hacen o a qué clase social
A Antonio le pareció un buen discurso el que acababa de improvisar su hijo, que ya tenía
fama de orador en su grupo de amigos; creyó que su primogénito varón era un digno
abuelo fue un abogado independiente que se la jugó contra las dictaduras, y por el lado
paterno fue un afamado historiador que fundó periódicos por todo el territorio amazónico y
siempre peleó contra las tiranías. Lo que se hereda no se hurta, pensó Antonio y, para sus
adentros sonrió feliz sabiendo que ambos abuelos hubieran estado satisfechos de
escucharlo. Pero él, Antonio Robles, de medio siglo de edad, había sido testigo de cómo
ahora era una generación frustrada y amargada que tenía en la Asamblea Constituyente la
Antonio se reconoció miembro de esa generación ganada por el cinismo, que ya no creía
que las cosas fueran a cambiar simplemente porque los indígenas hubieran tomado el poder.
Su hijo en cambio creía que hacía falta una revolución interior, pero no sabía cómo la iba a
encarar su generación. “A veces creo que somos muy soñadores y no nos damos cuenta que
211
para realizar nuestros sueños debemos estar despiertos, por eso es que no estoy seguro de
que tengamos la voluntad necesaria para llevar adelante esa revolución profunda que
reclama el país. Yo veo entre mis amigos que lo único que nos anima es un sentimiento por
la tierra donde nacimos, por nuestra ciudad, por nuestras calles, por nuestras plazas. Eso es
Eso que acabas de decir es la verdadera patria, se ama al país desde lo que se tiene y
queriéndolo así como es nos podemos salvar del desastre. Tenemos que amarlo, no porque
sea el mejor, sino porque es lo único que tenemos. Por eso es que quiero creer que en la
porque se crea que el nombre Bolivia no significa nada para los indígenas ni para los
revolucionarios rezagados y quizá también para muchos de nosotros; pero así como es una
ilusión, es una mentira que nos une, que nos brinda un sentimiento de comunidad, de
común pertenencia a algo, aunque ese algo no sepamos aún definirlo muy bien. Creo que
nos falta mucho camino por recorrer, y este gobierno es apenas el epílogo de muchos años
de desaciertos. Es el final, y todo final encierra un principio. Este gobierno tiene que darse
cuenta que es parte del problema de la crisis estatal que vivimos, ellos no son la solución
pero pueden ayudar a buscarla porque son mayoría. Espero que después de nosotros, con la
generación de ustedes, venga la redención. Ojalá así sea. Y ahora hablemos de nuestra
patria pequeña, que somos nosotros, la familia; contáme de vos y de tus cortejas, creo que
Esta bien, pero antes que te cuente de mi corteja una cosita más acerca de tu novela. ¿Ya
Si, a los amigos que creyeron en la historia de la carta de la viuda y a ustedes, mi familia,
respondió Antonio.
212
“Así lo supuse, pero sería interesante que también se la dediques a Bolivia, que diga “a mi
Después de charlar un buen rato sobre la incipiente vida amorosa de Francisco, éste salió a
verse con sus amigos y su padre se quedó en casa trabajando el cierre de la novela.
Antonio sabe que a Bolivia le espera un largo año en el que la atención estará concentrada
Estado, pero atendiendo a don Jorge Calahumana, piensa que no hay que preocuparse, lo
que será va a ser, no hay vuelta. Así que decide dejar a un lado las circunstancias políticas y
prefiere dedicarse a terminar la obra hablando de doña Adelia. Cree que como ella fue la
autora de la carta que inició esta novela, sería justo cerrarla con ella. Recuerda que en una
de las páginas del manuscrito de Gregorio, éste hacía un retrato hablado de la mujer de su
amigo. La va describiendo como una altiva y digna anciana, con los cabellos largos y
blancos, el rostro todavía hermoso pero apagado, como si su ángel la hubiera abandonado.
La siente hondamente afligida por el mañana, pero con un orgullo que jamás le hubiese
si el otrora bello cuerpo se le hubiese escondido entre las ropas negras, pequeña pero fuerte,
Congreso Nacional a averiguar sobre el trámite de la pensión. “Una mujer obstinada –la
define Gregorio en las últimas páginas del cuaderno –. Como tardaban en darle respuesta,
escribió una carta al Papa León XIII en la que apelaba a la Encíclica Rerum Novarum, para
pedirle que le haga recuerdo a Dios que, de vez en cuando, le pegue una ayudita en las
que había ayunado por ella y que, para el Creador, no había cosas insignificantes, que todas
eran importantes. “Cuando llegó la respuesta del Vaticano con sello y todo, me dijo, ahora
213
va a ver Gregorio, ya tenemos la ayuda del de arriba y lo que es justo es agradable a los
ojos del Señor. No tuvo en cuenta que aquí abajo también se pasea el cornudo que con su
cola va impidiendo lo bueno que los hombres intentan hacer y terminan haciéndolo todo
mal. Algo que yo, hombre de poca fe y muchos años de experiencia, estaba seguro iba a
pasar y se lo dije una tarde en que las nubes tapaban la visión del Illimani dejando a nuestra
imaginación las nieves de la montaña. ¿Sabe señora mía? ni siquiera el Cerro Rico de
Potosí posee vetas tan inagotables como la ingratitud de los hombres, le dije esa tarde
mientras merendábamos comentando que había pasado otro día sin noticias del Congreso.
Recuerdo que Su Merced permaneció pensativa por un largo rato, luego, recuperando la
Estado, me citó un verso de Pedro Calderón de la Barca, su poeta español preferido, “todos
los imperios son soñados”, puede ser que nosotros hayamos estado soñando un país, creo
“El día que enterré la malograda humanidad de doña Adelia, unos indios harapientos
enterraban también al otrora temido y temible Pablo Zárate Wilca, un líder aymara que
combatió al lado de los federales y después del triunfo de éstos sobre los unitaristas, los
asesinaron en un cuartel, aplicándole la infame ley de fuga. José Manuel Pando, quizá sin
darse cabal cuenta de lo que hacía, nombró a un aymara Comandante General del Ejército
de Indios, pensando que haciéndolo su compadre era suficiente para controlarlo. Pero
cuando lo vio con tanto poder y supo que en el altiplano se hablaba de una guerra de
“Presidente del Kollasuyo” y que había ordenado que todos hablen las lenguas de los indios
y vistan como ellos, se asustó y no tuvo más remedio que mandarlo matar para espantar sus
214
pesadillas. Creo que fue la primera vez que los indios pelearon por algo suyo, pues ellos
entraron a la guerra civil intentando recuperar las tierras que les habían quitado los
anteriores gobiernos y creyeron que aliándose con el bando de los federales las iban a
recobrar. Alguna vez le advertí a Don Romualdo que cuando los indios tomen el poder, la
revancha contra los blancos iba ser sangrienta, y él me respondió que eso y la cara de Dios
no lo íbamos a ver nunca. “Los de mi clase jamás lo van permitir, este país se ha creado con
esa condición y solamente una revolución de verdad podría cambiar las cosas y todavía
estamos lejos de ver ese cambio”. Los de la clase social del Coronel Romualdo nunca
miraron a los indios de frente, porque creían que no eran como ellos y por eso no
percibieron el odio que yo vi encenderse en sus ojos tras cada palada de tierra que echaban
sobre la tumba de su líder. Era como si pretendieran enterrar su bronca para desenterrarla en
otra ocasión. Recuerdo que los miré pensando que el cementerio nos hermanaba y me
devolvieron la mirada con indiferencia, como diciéndome que mi dolor no era el suyo, que
las muertes nuestras no eran las suyas. Esa tarde de diciembre del año 1903 también
sepultaban los restos de soldados bolivianos muertos en la Guerra del Acre, seguramente
eran los despojos de aquellos que habían tenido la suerte de que sus familiares hayan
podido recuperarlos y traerlos desde las lejanas selvas amazónicas. Otra guerra que
perdimos, pero que, ya el Coronel Villamil no tuvo que lamentar. ¿Cuántas guerras más
perderemos?”.
Antonio terminó de releer la última página del manuscrito y rememoró la cita de Calderón
de la Barca, aquella de “todos los imperios son soñados” y se le vino a la mente una frase
de Octavio Paz que era algo así como "se olvida con frecuencia que, como todas las
creaciones humanas, los imperios y los estados están hechos de palabras: Son hechos
verbales" y pensó que, desde la asunción de Evo Morales y en lo que iba del año 2006,
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Bolivia era más que nunca, un país hecho de palabras. Los discursos sobre el nuevo país
iban y venían, a favor y en contra, “pero seguimos sin hablar de la patria”, se lamentó
Antonio. Luego cerró el cuaderno, ya no había nada que leer, lo había leído y releído
muchas veces en los ocho meses que había pasado trabajando la novela; ya no quedaba
nada más que el manuscrito pudiera decirle literalmente. Había que cerrarlo y dejar que el
silencio hable.
Antonio se sintió tranquilo, piensa que el cuaderno se asemeja a los “diarios de viaje” que
escribían los exploradores de los siglos dieciocho y diecinueve, con la diferencia de que ese
diario nos llevaba por la vida de un hombre, y los caminos, los ríos, las ciudades y los
pueblos por los que pasaban eran simples pascanas que le permitían a Gregorio contar
cómo se vivió en esos días, en los que la fiesta marcaba la víspera de alguna sublevación.
Queda lo que Antonio pueda pensar sumergiéndose en el interior del cuaderno, para desde
allí rememorar las palabras de Gregorio, escoger las adecuadas y darles la justa dimensión a
sus citas y a sus recuerdos. Recordar, por ejemplo, cuando habla de los últimos años de
Adelia y la imagina caminando por las calles de La Paz, creyendo que el siglo veinte
dejaría atrás las amarguras del anterior y haría realidad sus esperanzas. La imagina
arrebujada en su rebozo, mirando al paso las panaderías que ofrecen sus panes calientes, las
chocolaterías y heladerías, las tiendas que venden hojas de coca, las de licores, los
madrugada invernal sin un leño para la estufa, cayendo en cuenta, como si cayeran a un
abismo, que solamente se tenían a ellos mismos. Si bien Romualdo Villamil combatió con
suceso contra sus enemigos, sobrevivió a todas las batallas en las que participó, salió ileso
de muchas intentonas golpistas y celadas contra los presidentes a los que sirvió, salvó la
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vida milagrosamente en varios atentados en los que las cargas de fusilería iban dirigida a su
corazón, no pudo escapar a las traiciones de la política, ni a las eficaces heridas que le
como dardos ponzoñosos de los que nunca pudo recuperarse. ¿De dónde sacó tanta vida
para viajar tanto y por tanto lugares de una patria que ya no existe tal como él la recorrió?
Antonio se queda con esta pregunta, para intentar responderla leyendo entre líneas la vida
Volvió a imaginar a Doña Adelia con su mantón negro cubriéndole la cabeza y parte del
rostro, caminando apurada como si no tuviera tiempo para nada, con ese paso ligero que
querida mía”, sin tiempo para ellos mismos, amándose en las posadas o a la vera de los
caminos. La imagina en el año del Señor de 1900, viendo nacer el siglo veinte y ella con su
agonía de buscar al presbítero Florencio Dávila, a la sazón cura interino de la parroquia del
Sagrario, de su barrio, donde el cura Anselmo Santalla mandó dar sepultura a Romualdo un
defunción que precisa con suma urgencia para entregarlo junto con la carta que deberá
viuda de militar, apenas una pensión alimenticia que durante once largos años le negaron
las autoridades castrenses, sin otro argumento que el “vuélvase mañana, mañana sin falta la
va atender mi general”.
Entre los últimos párrafos del cuaderno, Gregorio cuenta que doña Adelia nunca olvidó el
día que murió Romualdo y que siempre recordaba el momento que llegó el cura Santalla y
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le dio junto con los santos óleos, el auxilio espiritual para que muriese en paz. “Qué ironía
pensó doña Adelia, para que muriese en paz un hombre que siempre estuvo en guerra”,
Antonio abandona la imagen de doña Adelia y vuelve a pensar en Gregorio Aguilar, a quién
supone triste en sus últimos años, sabiendo que ha sobrevivido a sus amigos. Se lo figura en
el fin de mes para cobrar su magra pensión de jubilado militar. Lo ve, sentado en el patio,
buscando los rayos de sol para calentarse, intentando recordar a las mujeres que pasaron
por su vida y cuando lo lograba sonreía como si se estuviera acordando de alguna picardía.
Lo concibe percibiendo que su prodigiosa memoria, en la que miraba la vida como si fuese
un espejo, se había hecho trizas y solamente le estuviera permitido mirar los pedazos, los
recuerdos más obstinados que trataba de unir a veces sin éxito, confundiendo nombres,
cuerpos, fechas y lugares. Seguramente que cuando era joven Gregorio los recuerdos eran
fieras enjauladas buscando desesperadamente escapar, en cambio ahora esas fieras están tan
cansadas que buscan como volver a entrar a la jaula. Los recuerdos retornan a veces
huraños, como los de las mujeres que amó y lo amaron, presintiendo que llegaría el día en
que miraría sus huesudas manos y ese sería su único recuerdo. En uno de esos pedazos, de
y entonces piensa que la soledad absoluta de estos últimos años, después de la muerte de
doña Adelia, no ha sido tan miserable como aparece reflejada en las pocas pertenencias que
le quedan: un camastro, una mesa con dos sillas, algunos libros y su manuscrito.
“Cuánto ha que quería escribir mis memorias, recuerdo que un día le pregunté al Coronel
como se hace para escribir y él me sonrió y me contestó citando a un autor inglés que tenía
que empezar por el principio y continuar hasta llegar al final. Pero fue el día, allá por el año
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decidí a hacerlo. Me acuerdo que el viejo guerrero buscó al Coronel Villamil para que
abusando de su amistad con el Presidente Belzu intercediese para que le otorgue un premio
varios días en su poder y yo pude leer algo de su contenido, era el diario de José Santos
Vargas, que contaba los sucesos bélicos ocurridos en las provincias Sica Sica y Ayopaya,
entre 1814 y 1825. El Coronel se lo hizo llegar al Presidente Belzu y luego no supimos más
del cometido. Tal vez si doña Juana Manuela Gorriti hubiera intercedido por la obra de
Santos Vargas se hubiera publicado, pero su relación con Belzu no era buena. Santos Vargas
ya era un viejo, pero cuando hablaba de su diario volvía a ser el joven y valiente tamborero
de las campañas por nuestra libertad y, por momentos, dejaba ver una enfermiza obsesión
por ver publicado su testimonio. Vaya Dios a saber en las manos de qué ministro inculto
fueron dar las palabras del viejo guerrero, que no era otro que el autor de la inmortal frase:
“Moriremos si somos zonzos”, que circulaba entre la soldadesca y que servía para
levantarnos la moral y marchar entusiastas a la batalla. Leyendo las cosas que contaba
sobre el valor de los patriotas que lucharon tantos años para “abonar el árbol de la libertad”,
aclarando que en su “Diario” solamente contaba “la verdad sin los ornamentos literarios de
los escritores”, fue que me entraron las ganas de escribir. Al Coronel le pareció que el
“Diario” poseía una tremenda originalidad que trasuntaba la guerra dentro de cada palabra,
de cada frase del manuscrito. Animado por el ejemplo de Santos Vargas me prometí que
algún día escribiría la vida de mis amigos, pero nunca tenía tiempo para las palabras, hasta
que muchos años después me encontré con todo el tiempo del mundo para preservar mis
recuerdos. Cuando empecé a escribir creí que los recuerdos estaban donde siempre
estuvieron, aguardando para complacerme, siempre a la mano. Sin embargo las imágenes se
me escapan con mayor frecuencia y tengo que buscarlas en la vigilia del desvelo. Cada día
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que pasa me es más difícil encontrarlas y cuando me llegue el último de los recuerdos
convertido en el único que ha sobrevivido sabré que ha llegado la hora de morir. Qué pena
que los recuerdos ingratos sean los últimos en irse. Ahora que se fue doña Adelia su lugar
ha sido tomado por la dama oscura que se pasea por los cuartos susurrándome cosas
ininteligibles al oído”.
Desposeído de bienes materiales y viviendo al día como siempre lo hizo, porque con el
mañana nunca se sabía, su soledad no era tan mala porque la veía enriquecida con el
recuerdo luminoso de sus amigos. “Estoy solo pero no vacío, porque estoy lleno de sus
recuerdos”, reconoce Gregorio y añade que la ausencia de sus amigos le había hecho perder
todo interés en la observación del firmamento, como lo hacía antes cada vez que Romualdo
tampoco leía las estrellas. Gregorio se acuerda en el manuscrito que eso era algo que doña
Adelia disfrutaba mucho, y que cuando acampaban le pedía que mirase las estrellas para
leer los mensajes que traían a la tierra, tal como se lo habían enseñado unos amautas
Antonio pensó en lo maravilloso que hubiera sido que Gregorio, ese hombre que vivió sus
últimos años amamantado por los recuerdos, hubiese dejado escrito el método que seguían
los amautas para leer las luces de las estrellas, pero solamente escribió que el secreto estaba
Al empezar a escribir este texto había pretendido darle el lugar que Gregorio Aguilar,
noble”, pero a medida que fue avanzando en la escritura las cosas fueron tomando otro
rumbo, y al llegar al final descubrió, con desconcierto, que el personaje central de esta obra
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era el propio Gregorio. Antonio se sintió frustrado, como si estuviera traicionando la
memoria del Coronel Romualdo Villamil y volvió a releer los originales, revisó los
borradores que había escrito desde que decidió cumplir con el extraño mandato del pasado
obra había sido escrita de esa manera. No había escapatoria y tampoco sentía la necesidad
de volverla a escribir del modo como se lo había impuesto al empezarla, tal vez porque los
capítulos le habían revelado que la carta de doña Adelia que le obligó a escudriñar en los
combate, formaba parte de una acción premeditada y gestada en algún lugar del tiempo
Esta novela quiso ser la historia del Coronel Romualdo Villamil, pero mientras Antonio iba
que sus palabras, las de este párrafo que usted lee en este preciso instante, sean las del
Así fue cómo esta historia se fue transformando en la del hombre que acompañó a
Romualdo y Adelia durante décadas; el hombre que les salvó la vida y escribió un
testimonio para que no olvidemos que estos seres son posibles, que la República ha sido
posible porque existieron otros como Romualdo, que no son los inventos de ciertos
historiadores panegiristas de sus mecenas. Antonio ahora puede afirmar que en las
anotaciones finales de Gregorio que, delatan un orgullo evidente cuando reproduce las
últimas palabras del Coronel Romualdo Villamil sobre la amistad son, en realidad, para el
mismo Gregorio. Son para este soldado de la República que pudo haber muerto solitario,
pero que murió acompañado con el recuerdo de la vida que pasó junto a Romualdo y
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Antonio terminó de escribir, ya estaba todo dicho. Cerró el manuscrito y percibió que la
ausencia secular de Gregorio acabó por fin, lo imaginó cabalgando un brioso corcel, de esos
que traían desde las pampas moxeñas; lo vio en sus pensamientos cabalgando hacia el mar,
Antonio sintió que ha concluido su escrito. Estuvo aliviado, como si se hubiese quitado un
peso de encima, volvió a colocar los papeles antiguos, la carta de la viuda, los pergaminos,
documentos, se dirigió al baúl que tenía en la sala de su casa, un antiguo arcón que servía a
los abuelos de su mujer para proteger la ropa de la humedad del clima cruceño, lo abrió y
depositó los antiguos manuscritos en el interior junto a la carta que don Jorge Calahumana
le dejó. A un costado del interior del baúl estaba el expediente de su suegro “Víctima de las
registro civil testimoniando la represión desatada por la dictadura de Bánzer contra aquellos
Antonio recordó que luego de concluir la novela salió a tomar el aire nocturno, se acostó en
su hamaca y pensó en el mañana, como de costumbre será otro día se dijo a sí mismo.
Recordó que los jarajorechis de su patio florecieron como cada año lo hacen en el
cumpleaños de su hijo y recordó que por esos días se hizo, a sí mismo, la promesa de
reiniciar la búsqueda del Arca de la Alianza de los Calahumana en todos los anticuarios de
que la gente alista lo necesario para que las almas queridas lleguen a la tierra y compartan
con ellos comidas y bebidas, para partir al día siguiente nuevamente al más allá y retornar
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al año próximo. Para agasajar a los que volvían de la muerte, a los que volvían a vivir en
los recuerdos de aquellos que los amaron, los habitantes de las tierras altas y los valles se
Recordó que el año pasado su esposa encargó a un albañil la limpieza del mausoleo
familiar, y lo visitó con toda la familia para acompañar por unas horas a su difunto padre.
El recuerdo del Día de los muertos le trajo la dicha de estar vivo y se le vino a la mente
unos versos del poeta heleno Odiseas Elytis: “Yo no conozco la terrible/ noche unánime de
Quería llegar a su casa y decirle a su familia lo hermoso que sería que todos pudiésemos
morir dignamente, pero sabía que las sorpresas de la parca eran infinitas y prefirió
guardarse sus comentarios. Mientras caminaba reafirmó su propósito de salir a recorrer las
funerarias para preguntar si entre los fallecidos se encuentra alguno de los últimos soldados
beneméritos que sobrevivieron a la Guerra del Chaco y al siglo veinte pero no al olvido y al
sospechas que pudiesen entorpecer su misión; averiguaría si el veterano dejó entre sus
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CONTRATAPA
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