Una idea muy generalizada por aquellos tiempos era el
convencimiento aristocr�tico de que no era saludable ni conveniente
socialmente el que los plebeyos leyeran: �La lectura es la llave que abre los tesoros de las Sagradas Escrituras, afirma en 1812 un p�rroco de Oxfordshire, antes de insistir en que la ense�anza de la escritura y la aritm�tica pod�a fomentar de un modo peligroso las ilusiones de forjarse una carrera entre los habitantes pobres del campo� Son bastante conocidas, por lo ampliamente documentadas las luchas de la clase obrera en el mundo por limitar la duraci�n de la jornada de trabajo. En Inglaterra, a comienzos del siglo XIX la jornada de 14 horas era algo normal, pero hacia 1847 el sector textil ya la hab�a reducido a 10 horas diarias. En la d�cada de 1870, los artesanos londinenses sol�an trabajar una media de 54 horas semanales. En Alemania, en cambio, la reducci�n de la jornada a 12 horas s�lo se logr� lentamente a partir de 1870. Algunas experiencias de lectores que se hicieron en lucha contra la adversidad de haber nacido en condiciones miserables, y que nos es posible conocer ahora por haberlas superado y llegar a ser personajes conocidos en la historia, nos ilustran de las ventajas de que gozan muchos de nuestros j�venes estudiantes, verdaderamente privilegiados por lograr acceder a la educaci�n superior, circunstancia que no aprovechan al dejar de lado o frecuentar poco la lectura. �Que