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No cantaremos en tierra de extraños toma su tíítulo de un salmo de la Biblia que se

narra al principio de la novela seguí n la cual los exiliados del Reino de Judaí , entre
los cuales estaban los muí sicos del Templo que eran os uí nicos que habíían
sobrevivido a la matanza de ese lugar. Llevaban sus arpas por todo equipaje, pero
cuando uno de los soldados babilonios les pidioí tocar, ellos se negaron diciendo
que no cantaríían a dios en tierra de extranñ os.

“Los espanñ oles no somos maí s que seres vulnerables, este anñ o y el siguiente. No seí
quienes lo tiene peor, quienes se han quedado o quienes nos fuimos”, dice uno de
los personajes.

Dice Manuel, que le da igual que le peguen un tiro en nombre del rey o de la
repuí blica: “Uno puede pelear por lo que cree justo y al mismo tiempo saber que
estaí siendo manipulado por esa misma idea, como una marioneta manejada por
una mano que tiene buenas intenciones”.

El libro es una críítica al presente tambieí n: “si u díía lo logramos, una democracia
en Espanñ a, una democracia en toda esta Europa destruida, nadie se atreveríía a
construir un teatro con tantos muertos”.

“Eso companñ ero, es cruzar Espanñ a en 1945.No llega a se una pesadilla constante;
pero síí lo que uno se encuentra al final de haber tenido una especialmente
horrible. Un paí ramo con accidentes”, dice el soldado Montenegro.

Manuel le responde a ÁÁ ngeles, cuando ella le pide que se quede: “eí sta es tierra de
extranñ os. Ya no es nuestro paíís”.

“Todos nosotros eí ramos maí scaras. Los hombres dem i generacioí n hemos gastado
la vida haciendo una guerra que hemos creíído justa y necesaria. Hemos buscado
una esencia comuí n que hemos llamado libertad y hemos matado por ella. Pero
tambieí n hemos perdido, en esa batalla, la posibilidad de ser libres, de conocernos
nosotros mismos tal y como somos: sin identidades ni banderas”.

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