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Contemplemos a María que sufre, que llora, que se lamenta por la muerte de su Hijo. Hemos
rezado el rosario de los 7 dolores recordando de manera especial el sufrimiento de nuestra
Madre Santísima. Con esto podemos decir que el Sí de María aunque trajo muchas alegrías
para su existencia, tuvo que soportar muchas incomprensiones, dolores que todo ser humano
experimenta: la angustia, el desconsuelo, la desesperanza, la falta de fe, el rechazo, la tristeza.
El dolor hace más concreta nuestra expresión de humanidad. Sentimos dolor y por ello no
dejamos de ser lo que somos, antes bien se afianza lo que somos delante de Dios. Por eso no
hay que huir del dolor como quien corre de un espanto. Antes bien hay que asumir el dolor
como una oportunidad para reconocer nuestra necesidad, nuestro abandono, nuestro arraigo
total en el Señor. María lo comprendió y dio sentido a su dolor desde la donación. Por eso
debemos asumir la experiencia del dolor como una forma en la cual el Señor nos habla y nos
pide que convirtamos nuestro corazón a él.
Reflexionemos sobre la condición del ser humano que arrojado a su existencia experimenta
su nada ante el que es TODO: