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RETÓRICA

Grado en Lengua y Literatura españolas (UNED)


Rosa M.ª Aradra

TEMA 2
INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LA RETÓRICA (I).
LA RETÓRICA CLÁSICA

1. La retórica de Aristóteles
Aristóteles (394-322 a.C.), nacido en Estagira (en la frontera con Macedonia), fue el
discípulo más importante de Platón, con quien estudió desde los dieciocho años. A la
muerte de su maestro se trasladó a Macedonia para encargarse de la educación del
futuro Alejandro Magno, y más tarde regresó de nuevo a Atenas, donde permanecerá
hasta su muerte.
Con respecto a su maestro, Aristóteles hizo frente a las críticas que había recibido la
retórica por parte de Platón en el diálogo Gorgias, donde afirmaba que el objeto de la
retórica no era la verdad, sino la opinión, y que su fin se orientaba hacia el agrado del
auditorio mediante el recurso a la emociones. Frente a estas ideas, Aristóteles escribió
un diálogo titulado Grilo o Sobre la Retórica, del que nos han llegado solo fragmentos
sueltos, en el que valora la retórica como una ciencia. Aristóteles sostiene que la opinión
no es una deformación de la realidad que debe evitar el filósofo, como sostenía Platón,
sino que es una manifestación de la realidad. La retórica se ocupará de la opinión y de
los pensamientos dialécticos, mientras que la filosofía lo hará de los pensamientos
apodícticos, que son demostrables en su acierto o falsedad.
Para Aristóteles la retórica es “la facultad de teorizar lo que es adecuado en cada
caso para convencer” (Aristóteles, 1990: 173). O, dicho de otra manera, “su tarea no
consiste en persuadir, sino en reconocer los medios de convicción más pertinentes para
cada caso”. Se caracteriza, por tanto, por su capacidad de aplicar los medios adecuados
para persuadir en las circunstancias concretas.
Su Retórica se compone de tres libros, dedicadas al êthos del emisor-orador, al
páthos del receptor, y al mensaje o discurso propiamente dicho. Así, en la primera parte
describe las técnicas argumentativas del orador; en la segunda, estudia las pasiones y los
efectos del discurso en el oyente, lo que serían los argumentos subjetivos y morales; y
en la tercera analiza los procedimientos discursivos y de la elocución.
Con respecto al primer punto, Aristóteles está convencido de que el conocimiento
humano se basa en numerosas ocasiones más en opiniones que en verdades
demostrables, que serían objeto de la Lógica. De ahí su valoración de la probabilidad y
la proximidad que establece entre Dialéctica y Retórica: la primera se centra en la razón
y en los argumentos, mientras que la Retórica ve los argumentos a la luz de su relación
con el êthos del orador y el páthos de los receptores.
En este sentido, al abordar los distintos medios de persuasión, Aristóteles, habla de
las pruebas técnicas (testimonios, confesiones) y no técnicas (leyes, testigos, torturas,
juramentos). Pero también presta atención especial a los denominados entimemas,
figuras de deducción retórica que atienden a lo probable, verosímil, frecuente o
deseable; y a los ejemplos, figuras de inducción retórica.

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Por otra parte, Aristóteles desarrolla la teoría de los tres géneros retóricos
fundamentales, que ya habían establecido sus predecesores: el género deliberativo,
judicial y epidíctico. Estos son estudiados sistemáticamente a partir de distintos criterios
basados en su contenido, tiempo al que se refieren, lugar en el que tiene lugar, y tipo de
auditorio al que se dirige.
En este minucioso análisis, habla del género deliberativo, aquel que se centra en lo
posible que depende de la voluntad, en el bien y en la felicidad del auditorio, que tiene
como finalidad aconsejar y deliberar en la actuación pública a fin de establecer las
ventajas o desventajas que puedan sobrevenir en un futuro. Su ámbito temático gira en
torno a la guerra y la paz, la legislación, la adquisición de bienes, etc.
El género epidíctico tiene como objetivo agradar a partir de unos valores o modelos
con los que puede identificarse el auditorio. Es el género propio del elogio, el panegírico
y la felicitación. Se busca que el auditorio se identifique con la tesis propuesta y que
actúe o esté inclinado a actuar en una determinada línea. Entre sus tópicos figuran la
virtud, el vicio, la belleza, la fealdad… Es el género más ornamental.
Finalmente, el género judicial, basado en la idea de justicia o injusticia, tiene como
fin la reparación de la injusticia ante hechos cometidos en un tiempo pasado. Por ello
estudia las circunstancias que influyen en los comportamientos y en los hechos, los
móviles, los perjuicios de las acciones, etc.
En el segundo libro de su Retórica, Aristóteles se ocupa de las cualidades que
contribuyen a la credibilidad del orador (prudencia, virtud, benevolencia), así como de
las reacciones de los oyentes (ira, mansedumbre, favor, gratitud, piedad, indignación,
envidia, emulación…).
En el tercer libro describe, con absoluta vigencia, las cualidades que debe tener el
estilo: claridad, propiedad, naturalidad y corrección, así como algunos procedimientos
especialmente relevantes, como la metáfora, el ritmo o la antítesis, y las partes
principales que pueden articular de manera eficaz los discursos: exordio, exposición,
prueba y epílogo.
Además de estas aportaciones en relación con la estructuración del discurso o las
propiedades del estilo oratorio, que ponen en contacto Poética y Retórica, Aristóteles
destacó por su análisis de los tópicos y su valoración de la verosimilitud, tal y como
había desarrollado también en su Poética. Entre sus aportaciones destaca también la
atención a dos perspectivas nuevas en el estudio de la retórica: en primer lugar sometió
la doctrina retórica sobre las llamadas pruebas o demostraciones a un análisis
fundamental y científico al formular una verdadera teoría sobre los caracteres y sobre
los afectos. En segundo término, presentó la Retórica como una disciplina formal,
consistente en formas expresivas y psicológicas y no como una mera rutina de normas o
recetas aplicables.
Así, la retórica de Aristóteles tiene una sólida fundamentación psicológica. Por un
lado se preocupa por el componente ético y moral, por el comportamiento profesional y
privado del orador; y por otro, ofrece una especie de tratado sobre las pasiones a la hora
de analizar los efectos del discurso en el auditorio y las pasiones que han de moverse.
De este modo, incorpora a su Retórica el primitivo componente psicagógico de la
retórica que habíamos visto en algunos de sus predecesores.

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Esta retórica de lo probable o de lo opinables es también una retórica práctica, que


tiene como objetivo influir y persuadir al auditorio en los tribunales o en las actividades
políticas, sin dejar al margen su dimensión moral.

2. Otros autores griegos


Tras la determinante aportación de Aristóteles a la retórica, sucedieron otros autores
griegos que fueron consolidando el gran edificio clásico de la retórica clásica. Entre los
más significativos conviene recordar los siguientes:

Teofrasto (ca. 370 – ca 285 a. C.)


Fue discípulo de Aristóteles. Aunque su obra está perdida, es conocido por las
referencias de otros retóricos, que le señalan especialmente por su énfasis en las virtudes
estilísticas de las pureza, claridad, propiedad y ornamentación, así como por haber
diferenciado los conocidos tres estilos (sencillo, medio y elevado).

Demetrio de Falero (ca. 350 – ca. 280 a. C.)


Discípulo de Teofrasto, Demetrio de Falero es autor de un tratado titulado Sobre el
estilo, en el que ofrece un importante cuadro de la literatura griega clásica. En esta obra
estudia la estructura de la frase, sus partes o periodos, y describe los distintos tipos de
estilo. A los conocidos estilo elevado, medio y bajo, añade como novedad el estilo
enérgico, y aborda con minuciosidad el estudio del ritmo, tropos y figuras, partículas,
hiato, palabras compuestas y onomatopéyicas, etc.

Zenón (ca. 334 – 261 a. C.)


Fundador de la escuela estoica, Zenón de Citio sitúa la Retórica y la Dialéctica en el
campo de la Lógica. En concreto, la Retórica es considerada la parte de la Lógica que
aborda la composición del discurso científico con una técnica rigurosa. Es famosa la
imagen del puño cerrado en relación con la Dialéctica, para aludir a su concisión y
precisión, y la de la mano abierta para simbolizar la expansión elocutiva de la Retórica.

Hermágoras de Temnos (finales s. II a. C.)


Fue uno de los retóricos más importantes entre Aristóteles y Cicerón, continuador de
la tendencia estoica posterior a Aristóteles. Ve la Retórica, por tanto, como parte de la
Lógica.
Su principal aportación se sitúa en el campo de la disposición y en su idea de la
“eficaz economía”. Diferenció entre la “tesis”, que presenta las cuestiones generales, y
la “hipótesis”, que expone controversias sobre casos particulares, siguiendo la distinción
aristotélica entre “lugares comunes” y “lugares propios” o “específicos”.
Hizo también una clasificación de los discursos según el estatus de la causa, muy
utilizada durante mucho tiempo en la práctica judicial, y estableció cuatro situaciones
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básicas para identificar el asunto de la disputa: “conjetura” (¿quién es el autor de la


acción encausada?), “definición” (¿es o no es delito?), “calificación” (¿con qué
intención lo hizo?) y aceptación del procedimiento judicial (¿compete a este juez
atender el caso?).

Apolodoro de Pérgamo (ca. 104 – 2 a- C.)


Concibe la Retórica como una ciencia de reglas exactas, y establece en su Téchne
una división cuatripartita de los discursos (proemio, narración, argumentación y
peroración), en la que solo se permite el páthos al principio y al final de los discursos.

Rhetorica ad Alexandrum
Se trata de una obra anónima del siglo IV a. C. atribuida durante mucho tiempo a
Aristóteles por estar dedicada a Alejandro, pero también a otro contemporáneo suyo,
Anaxímenes de Lámpsaco. Aunque tuvo escasa influencia en su tiempo, en la Edad
Media fue traducida varias veces al latín.
En ella trata con detalle de los habituales tres géneros oratorios, con sus distintos
tipos, de las pruebas, y de numerosos aspectos relacionados con la elocución y la
disposición de los discursos.

3. La retórica griega en la Época Imperial


Durante todo este tiempo la Retórica se había extendido por Grecia y Roma, y su
enseñanza se había consolidado con la creación de numerosas escuelas de rétores y
gramáticos, que ofrecían una sólida formación literaria basada en los modelos clásicos.
La primitiva orientación práctica de la retórica se vio amortiguada por este desarrollo en
la enseñanza.
En el siglo I a. C. todavía hay destacados autores griegos que se trasladaron a Roma
y ejercieron gran influencia en la retórica latina. Entre ellos figuran los siguientes:

Cecilio de Caleacte (s. I a. C.)


Aunque se ha perdido la mayor parte de su obra, sabemos por otros autores que
escribió un Arte retórica, una obra Sobre las figuras, en la que hizo una completa
clasificación de las mismas, y un tratado Sobre lo sublime, que suscitó las críticas de
otra obra anónima posterior sobre el mismo tema.

Teón de Alejandría (s. I d. C.)


Contemporáneo de Quintiliano, Teón es autor de los “progymnasmata” más
antiguos que se conocen. Se trataba de ejercicios escolares de composición retórica en
los que se proponían modelos de autores clásicos para la fábula, relato, chría, lugar
común, encomio, vituperio, comparación, prosopopeya, descripción, tesis y ley.

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Dionisio de Halicarnaso (ca. 60 – ca. 5 a. C.)


Contemporáneo de Horacio, fue autor de numerosas publicaciones. Su trabajo
retórico más conocido es La composición literaria, en el que se ocupa de los
mecanismos de redacción literaria, del orden de las palabras, del ritmo y la organización
de la frase, y de los efectos que estos procedimientos producen. Entre sus aportaciones
más destacadas se ha señalado la originalidad de su visión de los estilos y su ideal ático
como modelo de prosa artística. Estudió el estilo de los grandes oradores y escritores
clásicos.

El Pseudo Longino
Sobre lo sublime es un tratado anónimo que ha gozado de amplia difusión tras su
traducción en 1674 por Boileau-Despréaux. Centrada en la descripción de lo sublime y
en los efectos que produce, fija en cinco sus fuentes principales: la grandeza de ideas, la
intensidad de la emoción, el uso adecuado de imágenes, la elección de palabras elevadas
y la dignidad y emoción en el orden de las palabras. Es una obra de gran repercusión en
la modernidad.

Elio Arístides (ca. 120 – 187 d. C.)


Fue un destacado orador del siglo II d. C. y uno de los principales representantes de
la Segunda Sofística. Aparte de sus grandes dotes oratorias, sus intereses retóricos se
centran en el discurso político, y en el estudio de los diferentes tipos de estilo, según el
contenido, las figuras y la expresión.

Hermógenes de Tarso (ca. 160 - 225 d. C.)


Gran admirador de Demóstenes, Hermógenes fue un precoz y afamado retórico de
su tiempo, del que nos han llegado varios escritos suyos. Entre ellos figuran sus
Progymnásmata, de autoría discutida, que se centran en la fábula, chría, sentencia,
refutación, confirmación, encomio, comparación, etopeya, descripción, tesis y propuesta
de ley.

Aftonio (finales del siglo IV d. C.)


Conocido sobre todo por sus Progymnámata, en la línea de los que escribió Teón y
Hermógenes, dio modelos de fábula, relato, chría, sentencia, refutación, confirmación,
lugar común, encomio, vituperio, comparación, etopeya, descripción, tesis y propuesta
de ley.

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4. La retórica latina
Al hablar de la llegada de la retórica griega a Roma, hemos de tener en cuenta las
relaciones de toda índole: políticas, económicas, culturales, etc., que provocaron un
acercamiento entre ambas civilizaciones, de forma que la retórica griega, ya sistematizada
en la tradición helenística, pasa a la Roma republicana sobre el siglo II a.C. a través de los
oradores y profesores griegos que llevaron este arte a suelo latino. En este contexto, el
predominio del saber griego fue siempre una constante, sobre todo en los momentos
iniciales.
En términos generales, se puede decir que la retórica latina adaptó los presupuestos
griegos a las circunstancias particulares en este nuevo escenario, que la dotó de sentido
práctico y de una orientación social y política, que poco a poco le hizo perder su
original sentido filosófico y orientación interdisciplinar.

La Rhetórica ad Herennium
En este panorama, en concreto en el siglo I a.C., nos encontramos con la Rhetorica ad
Herennium, considerada la retórica latina más antigua. El texto fue atribuido durante la
Edad Media a Cicerón, y a Cornificio en el Renacimiento, si bien la tendencia actual es la
de dejarlo simplemente en el anonimato.
Uno de los elementos que más valora Kennedy de esta obra es su organización, ya que
en esto reside una de sus novedades respecto del resto de manuales, construidos la mayoría
sobre las partes de la oración judicial y las pruebas en los consabidos tres tipos de oratoria.
Después del siglo I a.C. dichos manuales se empiezan a organizar a partir de la
"invención", dando prioridad a las partes de la oración. En la obra que nos ocupa hay un
incremento en el número de las categorías tradicionalmente tratadas, de tres a cinco, ya que
se incorporan como tales la "memoria" y la "actio". La parte dedicada a la memoria será
muy citada después.
Otro de los aspectos destacados es el del incremento de las partes de la oración, de
cuatro a seis, por adición de la "partición" y la "refutación", que se dividen a su vez en
otras partes.
También llama la atención su teoría de los ejemplos en los tratados sobre la elocuencia
al defender la incorporación de los propios, en vez de utilizar ajenos, aun cuando sean de
grandes poetas u oradores:
[...] al enseñar conviene dar ejemplos compuestos expresamente para que puedan
adaptarse a la formulación del arte; y después al pronunciar el discurso, la habilidad del
orador oculta el arte, para que no pueda aflorar y hacerse evidente a todos. (Rhetórica a
Herenio, 1991: 246)

De ahí que se haya hablado de la postura nacionalista de su autor con respecto a las
teorías griegas fundadas en la imitación.
Se trata, pues, de un completo tratado de retórica, que recoge de forma sistemática
los procedimientos clásicos, con abundantes ejemplos de poetas, que alcanzó gran
difusión en la Edad Media y en el Renacimiento.

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Cicerón (106 – 43 a. C.)


Marco Tulio Cicerón aúna como pocos la dimensión práctica de la oratoria y la
teórica. Para él la retórica es un arte que se adapta a la realidad en la que se
desenvuelve, y es inseparable de la Filosofía, en particular de la Lógica y la Dialéctica,
sobre todo a la hora de presentar los argumentos, razonar, definir, clasificar, etc. Esta
visión de la retórica como arte de pensar o forma de sabiduría, de la integración que
defiende entre las dos materias, es una de sus grandes aportaciones.
Fueron muchas las obras que escribió dedicadas a la oratoria a lo largo de su vida; en
ellas conjugó los saberes tradicionales procedentes del ámbito griego con la particular
visión latina. Su amplia producción suele clasificarse en obras retóricas menores y
mayores. Las primeras fueron escritas entre los años 84 y 45. Entre ellas se sitúa De
inventione (86 a. C.), obra de juventud de orientación judicial de gran difusión
medieval, dedicada a la invención como ámbito genérico que integra las demás
operaciones retóricas, y en la que recoge preceptos extraídos de Aristóteles, Hermágoras
y otros autores; De optimo genere oratorum (46 a. C.), una defensa del estilo ático;
Topica (44 a. C.), un resumen de los Tópicos de Aristóteles, con ejemplos jurídicos,
filosóficos y literarios; y las Partitiones oratoriae (45 a. C.), un manual escolar muy
esquemático en forma de preguntas y respuestas entre Cicerón y su hijo.
Sus obras retóricas más importantes fueron escritas en el último tramo de su vida.
Se trata de la trilogía formada por De Oratore, Brutus y Orator.
De Oratore (55 a. C.), escrita en forma de diálogo, es considerada su mejor obra
retórica. Sus tres libros se centran, respectivamente, en el orador, en la invención y
disposición, y en la elocución. Aparte de su estilo, de ella se ha valorado la importancia
que presta a la simpatía como identificación emocional, su atención a la novedad como
valor estético y al ritmo. Por otra parte, Cicerón relaciona estrechamente pensamiento y
dicción, res y verba, por lo que considera imprescindible también la buena preparación
del orador público, que debe contar con unas dotes naturales como necesario punto de
partida, más toda una serie de cualidades relacionadas con cada una de las disciplinas o
profesiones que se sirven de la palabra (filósofos, dialécticos, jurisconsultos, poetas,
actores…).
En Brutus, también escrito en forma de diálogo, ofrece un panorama histórico de la
oratoria anterior, en el que valora a numerosos oradores griegos y latinos.
El Orator está escrito en forma de carta dirigida a Bruto, con la idea de establecer
los rasgos que determinan el orador ideal. Y, aunque hace un breve repaso por las partes
fundamentales de la retórica, la elocución ocupa la mayor parte de la obra, sobre todo en
lo que respecta a la teoría del ritmo y de la prosa. Para Cicerón el orador ideal ha de
dominar todos los estilos y ha de ser capaz de probar, agradar y conmover al auditorio
atendiendo a las circunstancias.
Gran parte de sus contenidos están ya esbozados en escritos anteriores. Dice Ochs:
El tema dominante del libro es la idea general de que existen dos clases de oradores; los
que hablan en términos sencillos por razones útiles e instructivas y aquellos otros que

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emplean la exuberancia, la locuacidad y las cadenas rítmicas para mover a sus oyentes.
Cicerón se inclina por los segundos. (Ochs, 1988: 193)

Aunque se inspire en la teoría de las ideas de Platón en su concepción del orador ideal,
su teoría estilística es propia, ya que relaciona los fines de la oratoria antes expuestos con
los famosos tres estilos: sencillo, medio y sublime (el primero para enseñar, el segundo
para agradar y el tercero para mover). El estilo es, además, el elemento unificador del
discurso oral.
Es muy importante su atención a la prosa rítmica, sobre la que trata de su origen,
causa, naturaleza y apogeo, que considera válida para la exposición, narración y
persuasión, a la vez que destaca el efecto agradable que la medida de las palabras tiene en
la prosa.
En todo este panorama destaca la defensa que hace Cicerón de la oratoria como arte,
en el seno de las polémicas suscitadas por los estoicos entre retórica y filosofía. Frente a
una idea restrictiva de la retórica, Cicerón establece, por el contrario, la necesidad
interdisciplinar o enciclopédica de la retórica, así como la inseparable conexión "res"-
"verba", materia, estilo e intención. El resultado es el de un arte orientado hacia el bien del
estado.
Barthes, por su parte, hablará de la insistencia ciceroniana de la naturalidad, frente a la
cerrazón del sistema, por ejemplo, en Aristóteles; de su romanización o nacionalización de
la retórica; de la relación que establece entre práctica profesional y teoría cultural, así como
de su exaltación del estilo.

5. Decadencia de la retórica
La decadencia de la retórica antigua se viene asociando a varios factores. Los
cambios políticos que supuso el debilitamiento de la democracia tras la caída de la
República y el auge del absolutismo imperial afectaron a los modos públicos de
expresión oratoria. Los discursos, juicios e intervenciones de los abogados se redujeron,
y se afianzó el aprendizaje de preceptos en las escuelas. Es entonces cuando proliferaron
las exhibiciones de declamación.
Las “declamaciones”, ejercicios retóricos escolares de composición y recitación,
fueron muy frecuentes entre la segunda mitad del siglo I y el siglo V d. C., durante la
denominada Segunda Sofística. Estas se orientaban, en los primeros estadios de la
formación retórica, al género político o deliberativo, en el tipo de la “suasoria”; y
después, al género judicial, más complejo, en las denominadas “controversias”.
De todos los libros dedicados a este tipo de ejercicios escolares durante esta época
destacan las declamaciones de Lucio Anneo Séneca, una colección de discursos ficticios
de carácter judicial y deliberativo, del tipo de los mencionados.

Tácito (ca. 54 – ca. 120 d. C.)


Cornelio Tácito figura al hablar de la decadencia de la retórica como el autor al que
se le atribuye el conocido Diálogo de los oradores, donde se abordan las repercusiones
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de la pérdida de libertad y de las condiciones políticas, educativas y sociales en la


oratoria del siglo I d. C.
En esta obra resulta de gran interés la visión globalizadora que ofrece de la retórica,
y de la elocuencia como facultad de expresión en cualquier tipo de discurso, prosaico o
poético. En este sentido, vincula la oratoria a la finalidad práctica, a la utilidad, y el
poético a la belleza y el placer.

Quintiliano (ca. 35 – ca. 96 d. C.)


Cronológicamente coinciden la vida de Quintiliano y la decadencia de la retórica en
Roma. La caída de la República y el triunfo de la dictadura a manos del emperador será
uno de los factores determinantes de esa decadencia, como señaló Tácito en su Diálogo de
los oradores; la libertad de expresión tenía los límites trazados por el poder del jefe del
estado, ya que el Senado había ido perdiendo sus funciones tradicionales. En este
panorama, a la retórica le toca refugiarse en los círculos de la enseñanza y recoger las
teorías que habían constituido su verdadera identidad en épocas anteriores, tratando en la
medida de sus posibilidades de adaptarse a los nuevos tiempos. Esta es la labor que
asumirá Quintiliano.
De origen español, Fabio Quintiliano alcanzó gran renombre en la enseñanza de la
Retórica en la Roma de Vespasiano. La obra más importante que conservamos del célebre
abogado y profesor hispánico es su monumental Institutio Oratoria, escrita
probablemente en sus años de retiro de la enseñanza, entre los años 92 y 95 d.C. Ello
marcará su contenido, desdoblado entre lo teórico y lo educativo. Se trataba de doce libros
que se presentan como una gran y completa síntesis del saber retórico hasta la fecha.
Para Quintiliano la retórica es la gran base sobre la que se asienta la educación. De
ahí que insista en la necesidad de una completa formación del orador en las más
diversas disciplinas, unida a sólidos principios morales. Entendida la retórica como
“bene dicendi scientia”, los tres fines de la retórica (enseñar, deleitar y mover) se
articulan en torno a un principio ético, que se materializa en el concepto de “vir bonus”
como perfecto orador, con el que cierra su obra.
Aunque Quintiliano parte de la imposibilidad de fijar un rígido sistema de reglas sobre
la retórica, debido a la fácil mutabilidad de las circunstancias de tiempo y lugar, de los
casos mismos, etc., su enfoque de la materia brilla por su cuidada organización. Se dirige a
tres aspectos, correspondientes al arte, al artista y a la obra. La escasa atención dedicada al
receptor refleja el cambio que se produce en su concepción de la finalidad de la oratoria
con respecto a los autores antiguos: ya no se trata tanto de "persuadir" a un tercero, cuanto
de conseguir un discurso "bien dicho". Este fin práctico y los medios que requiere es lo que
dará a la retórica su identidad como arte. La reivindicación que hace de la bondad del
artista, del orador en este caso, se aprecia en su identificación entre retórica y virtud. Por su
parte, la obra o la materia en sí de la retórica, no se limita a los géneros persuasivos o
políticos, sino que presenta la amplitud de todo lo que pueda convertirse en tema de
discurso (Meador, 1988: 225).
Fiel a la tradición retórica, considera que los fines del orador son instruir, mover y
deleitar, lo que se logrará con la conjunción de naturaleza, arte y práctica. Quintiliano

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estudia también los tres tipos de oratoria ya señalados por muchos los tratadistas anteriores,
y hace especial hincapié en las causas forenses, de mayor complejidad.
Pero la máxima aportación de Quintiliano, como hemos adelantado, es el requisito de
rectitud moral que pretende en el orador. Al considerar la oratoria como el arte o la virtud
de decir bien lo justo y verdadero, la formación moral del orador ocupa un lugar básico en
su concepción de la misma. Sus intentos de revitalizar los valores ideales grecolatinos en
una época especialmente resentida en ellos, dada la corrupción imperante, suponen un
deseo de lograr un orador sabio y bueno, pero en el sentido romano de "verdadero hombre
de estado". De acuerdo también con la concepción estoica de la oratoria, esta necesaria
orientación hacia la vida pública le lleva a defender virtudes en el orador del tipo de
cortesía, amabilidad, moderación, benevolencia, fortaleza, sinceridad, etc. En todo ello el
estudio de los materiales ofrecidos por la retórica se consideraban imprescindibles.
El trasfondo pedagógico de la toda la obra se aprecia en las ideas educativas que la
impregnan, en especial los primeros libros.
Entre los discípulos de Quintiliano más conocidos figuraron Plinio el Joven,
Juvenal, Suetonio y el mencionado Tácito. Es probable que en la Edad Media se
conocieran algunos fragmentos, pero la obra completa no se utilizó hasta 1416, cuando
fue descubierta en el monasterio de San Galo por el humanista italiano Poggio
Bracciolini. A partir de entonces tuvo una enorme difusión desde el último tercio del
siglo XV hasta principios del siglo XVII, llegando al sobrepasar entonces el centenar de
ediciones.

Otros retóricos latinos


Aunque aquí solo se han mencionado algunos nombres, fueron muchos más los que
destacaron en la retórica latina, tanto en el ámbito de la enseñanza como en el de la
práctica oratoria. Es el caso de los dos Plinios (Plinio el Viejo y Plinio el Joven), el
filósofo Séneca el Joven o el poeta Juvenal.

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Bibliografía recomendada
Fuentes
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Estudios
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Rosa M.ª Aradra

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