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Primer informe de lectura

Una breve historia de la imagen, Michel Melot

Por: Santiago Pabón Olarte

En el texto Una breve historia de la imagen, Melot hace un recorrido por la imagen,
intentando acercarse a ella desde varios ángulos y encontrando relaciones bastante
atractivas entre los diferentes campos de la psicología, la religión o la política en los
que la imagen tiene presencia como representación de lo real (capítulo I.), y los
medios de producción artística de la imagen como lo han sido la fotografía, el video,
el teatro o el comic.

El primer capítulo (Del sueño a la pantalla), expone con bastante claridad lo que
parece ser una idea determinante en el pensamiento del autor, y es la que tiene que
ver con la línea divisoria que separa lo que es modelo, aquello ideal o genuino y la
imagen que busca representarlo. Tal dualismo, según Melot, puede convertirse en
una relación de desemejanza en la cual la imagen guarda una larga distancia con
su modelo, como sucede en la caricatura.

El autor, al hablar de desemejanza, pretende indicar el abismo que muchas veces


separa a la representación de aquello que representa, sin embargo, más adelante,
al poner en duda la “adherencia a lo real” que tantos presuponen como
característica consustancial a la fotografía, Melot muestra cómo, en sus propias
palabras: “Hay que admitir que detrás de cada objetivo, incluidas mis gafas, hay una
expectativa y una escogencia”; y es en la escogencia y la expectativa con las que
cada sujeto aborda lo real en donde se forma una grieta que parece acercar a toda
manifestación humana, desde el lenguaje hasta la música; una imagen, es decir,
una copia que muchas veces logra generar en nosotros la creencia de que es el
objeto en sí mismo. Es decir, la desemejanza puede no solo surgir desde la
representación exagerada de una caricatura o la creación de efectos especiales en
el cine, sino también de una fórmula matemática o un axioma filosófico, en los que,
pese a su pretensión de objetividad, encontramos lo que podría llamarse Las gafas
de la humanidad, de esa especie separada de todo de lo que intenta apropiarse a
través de palabras o imágenes.

En el mismo capítulo sobre la fotografía, Melot hace un recorrido bastante


interesante no solo por el desarrollo de la fotografía desde que Aristóteles descubrió
el reflejo invertido de una imagen al entrar la luz por un agujero en uno de los lados
de una caja oscura, pasando por las fotoglitipias y el daguerrotipo hasta la cámara
compacta de Kodak; sino también las implicaciones sociales y artísticas que este
invento trajo con su democratización.

Más adelante, en Del teatro de sombras al magnetoscopio, el autor continúa, como


en Fotografía ¿adherencia a lo real?, resaltando el progreso técnico del movimiento
de la imagen. Sin embargo, el fundamento de este progreso, está para Melot, en el
“deseo de hacer mover la imagen que habita en nuestro espíritu”. Este afán de
movimiento dio por resultado la imagen animada como la conocemos, una imagen
que está ligada al sonido y que le da una nueva naturaleza con respecto a su
“progenitora”, la imagen fija. Una naturaleza que ahora la acerca más al tiempo que
al espacio por enmarcarla dentro de un relato que evoluciona y que difícilmente
escapa de la linealidad propia de una narración. Así es como los murales egipcios
o el Viacrucis, tienen el germen del comic como aquella serie de imágenes
organizadas en una lógica discursiva que las hacen merecer una interpretación.
En conclusión, este texto nos ofrece una gran posibilidad para introducirnos en el
concepto de imagen desde la amplitud de un pensamiento que se extiende desde
un abordaje filológico hasta uno histórico, filosófico y artístico de un concepto que,
atado al sentido de la vista, parece acercarnos a la comprensión sobre cómo, en
históricamente –y hoy mucho más gracias a la comunicación audiovisual-
parecemos haber entrado en un estado de hiperespecialización sensitiva en el que
hemos privilegiado el sentido de la vista y el de la escucha por encima de los demás,
haciendo mucho más incompleta nuestra experiencia de lo real. Idea que, además,
nos propone la pregunta sobre hasta qué punto las imágenes han dejado de ser
meras manifestaciones externas del modelo que las inspira para convertirse en
determinantes de nuestra subjetividad.

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