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NEUROTEOLOGÍA]

SANTAS NEURONAS!
Por María Julia Carozzi
¿Qué pasa en el cerebro cuando trata de hacer contacto con la mente de Dios? Estudios recientes develan los
enigmáticos cambios que se producen en los circuitos neuronales toda vez que los religiosos tratan de acceder a
estados espirituales trascendentes. Esta apasionante búsqueda, que relaciona la química cerebral con la
experiencia mística, recién empieza: la ciencia ha comenzado a explorar la sutil frontera que acerca lo humano con
lo divino.

“Los pájaros, el polvo y el mismo ruido eran parte de mí... Yo estaba en todas las cosas o, más bien, todas las
cosas estaban en mí, las inanimadas y las animadas, la montaña, el gusano y toda cosa viviente. Todo el día
permanecí en esta dichosa condición.”
Jiddu Krishnamurti
Súbitamente, Mariana sintió que su mente se silenciaba por completo. No había distinción entre ella y quienes la
rodeaban. Despojada de límites, se descubrió abarcando el amplio cuarto donde meditaba, la calle, la ciudad y el
universo entero. Sintió que todas las cosas estaban en ella y ella, en todas las cosas. Permaneció en ese estado
por un lapso que no puede precisar, porque también había perdido la noción del tiempo. Poco a poco, regresó a la
cotidiana experiencia de vivir dentro de los límites de su piel. Antes de alcanzar ese estado, Mariana había
participado de una maratónica serie de retiros de meditación, interrumpiendo la práctica sólo para dormir unas
pocas horas y alimentarse frugalmente. Desde entonces, está convencida de que cada partícula del mundo, ella
incluída, contiene la totalidad del cosmos. No es la única. Muchas religiones orientales proporcionan técnicas
precisas para alcanzar experiencias de unidad absoluta con el universo. En Occidente, el circuito de la New Age
las difundió en seminarios de meditación, de modo que hoy muchos habitantes urbanos de clase media las utilizan
para acceder, o intentar acceder, a estados de unidad cósmica.

¿Como explicar estas experiencias? Hasta hace poco, su interpretación parecía atascada en una discusión entre
dos bandos irreconciliables. Por un lado, los místicos y sus simpatizantes, quienes afirmaban que se trataba de
episodios de iluminación, de experiencias religiosas de contacto directo y sin intermediarios con Dios o con el
Cosmos. Por el otro, los agnósticos militantes, quienes aseguraban que estados como el de Mariana eran el
producto de la sugestión: de tanto escuchar lo que debían sentir de boca de sus maestros, los meditadores
terminaban por creer que, efectivamente, ellos también lo sentían. Hoy, las investigaciones del cerebro
comenzaron a poner la discusión en otro plano. Si, como la mayoría de los científicos afirma, la conciencia
humana es el resultado de grandes grupos de neuronas que interactúan entre sí, es lógico suponer que las
experiencias místicas también lo son. Con esta convicción, algunos neurobiólogos se han lanzado a determinar
cuáles son los circuitos cerebrales responsables de las experiencias religiosas.

REZO POR VOS


En el pasado reciente, la posibilidad de establecer las áreas del cerebro involucradas en la percepción y la
conducta humana se basaba, sobre todo, en los datos proporcionados por personas enfermas o lesionadas. Si
muchos pacientes tenían problemas para realizar una actividad y, al mismo tiempo, presentaban un problema en
una misma región del cerebro, podía concluirse que era esa la región responsable de la tarea. En 1997, por
ejemplo, un equipo de científicos de la Universidad de California en San Diego, dirigido por Vilayanur
Ramachandran, estudió a un grupo de pacientes que sufría un tipo especial y poco frecuente de epilepsia que
afectaba sus lóbulos temporales. Ellos relataban que durante los ataques veían a Dios, experimentaban una total
unidad con el universo o se sentían súbitamente iluminados. En su vida cotidiana, fuera de los episodios
epilépticos, mostraban una preocupación especialmente intensa por cuestiones religiosas.
El estudio de los neurobiólogos de San Diego consistió en comparar la reacción de los pacientes epilépticos al
escuchar palabras relacionadas con el sexo, la política y la religión con la de dos grupos de control. Estos
grupos estaban conformados, respectivamente, por personas no religiosas y “razonablemente” religiosas. Los
científicos midieron la reacción emocional de los tres grupos por el grado de conductividad eléctrica de la piel, un
procedimiento aceptado para este fin en los estudios de laboratorio. Así, descubrieron que los pacientes
epilépticos que tenían afectado el lóbulo temporal reaccionaban mucho más intensamente que los grupos
de control ante palabras como “Dios” o “espíritu”. Sus conclusiones -que dieron varias veces la vuelta al
mundo- sugerían que podrían existir circuitos neuronales en el lóbulo temporal que integrarían la
maquinaria del cerebro involucrada en las experiencias místicas. Los pacientes epilépticos experimentarían
una actividad anormalmente elevada de estos circuitos. Los científicos apodaron a este circuito “el módulo de
Dios”. En una entrevista publicada en Los Angeles Times, Ramachandran declaraba : “Lo excitante es que uno
puede incluso comenzar a contemplar la realización de experimentos científicos sobre las bases neuronales de la
religión y la creencia en Dios”.

Los experimentos no se hicieron esperar. El avance más reciente en la ubicación de los circuitos neuronales
implicados en las experiencias místicas está siendo llevado a cabo por dos investigadores de la Universidad de
Pennsylavania: Andrew Newberg, especialista en medicina nuclear, y Eugene d’Aquili, psiquiatra y antropólogo. Su
estudio actual sobre la relación entre la meditación, las experiencias místicas y los circuitos neuronales se apoya
en el desarrollo de modernas técnicas de diagnóstico en medicina nuclear como el SPECT. Estas técnicas, que
permiten observar las distintas áreas del cerebro humano en funcionamiento, se aplican actualmente a personas
sanas para establecer qué regiones de sus cerebros se activan cuando perciben objetos, realizan distintas tareas o
resuelven problemas específicos.
Particularmente dos tareas resultaban clave para la investigación del equipo de Pennsylvania: la concentración de
la atención y la ubicación espacial. En la mayoría de las técnicas, los meditadores primero concentran su atención:
suelen encerrarse en claustros silenciosos o en lugares apartados, permanecer sentados en posiciones que les
permiten estar quietos por largos períodos y cerrar los ojos, absorbiéndose en el fluir de sus pensamientos, en una
imagen religiosa, o en un sonido monótono como el famoso OM.

EL DIOS INTERNO
¿Qué área del cerebro es responsable por la concentración de la atención ? Las investigaciones apuntan a la
corteza prefrontal. Las lesiones en esta región, tristemente comunes entre jugadores de rugby y fútbol americano,
parecen desembocar en dificultades para concentrar la atención. También los niños hiperactivos y los pacientes
esquizofrénicos, que experimentan desórdenes de concentración, muestran cortezas prefrontales anormales.
Pero si la concentración de la atención parece central en el comienzo de la meditación, quienes practican lo
suficiente afirman acceder después de un tiempo a experiencias de unión con el universo. Pierden la conciencia de
sus límites espaciales y se sienten, como Mariana, “en todas partes al mismo tiempo”. En su libro La Mente
Holotrópica el psicólogo transpersonal e ideólogo del movimiento New Age, Stanislav Grof, describe un estado de
este tipo: “...fue océano, animales, plantas, nubes, en ocasiones una cosa, en otras una distinta y en otras todas la
unísono.” De manera que, en la meditación, la concentración inicial parece desembocar, con la práctica, en la
pérdida del sentido de la ubicación del sujeto en el espacio. Las investigaciones en neurobiología indican que es el
lóbulo parietal posterior superior el responsable de sintetizar los datos proporcionados por los distintos sentidos -
las señales captadas por la vista, el tacto, el oído, el movimiento corporal, etc.- creando el sentido de la ubicación
espacial. En otras palabras, un circuito ubicado en este lóbulo parece elaborar una especie de mapa mental
centrado en una flecha que indica “en este momento, usted se encuentra aquí”.
Basándose en esta información, Newberg y d’Aquili hicieron una lógica deducción: si los meditadores
experimentan altos niveles de concentración primero, para perder luego el sentido de sus límites y su
ubicación espacial, sus cerebros deben mostrar los cambios correspondientes: un aumento en la actividad
de la corteza prefrontal -que sería responsable del aumento en la concentración- y una reducción en la
actividad del lóbulo parietal posterior superior- comprometido en la pérdida del sentido de los límites y la
propia ubicación espacial. El estudio que se hallan actualmente realizando, consiste en tomar imágenes SPECT
del cerebro de expertos en meditación budista tibetana cuando descansan, para luego compararlas con las
obtenidas cuando alcanzan el pico de sus estados místicos. Hasta ahora aplicaron el procedimiento sobre siete
meditadores y parecen haber encontrado exactamente lo que esperaban: en todos los casos, las imágenes
revelaron que las áreas frontales, incluída la corteza prefrontal, aumentaban su actividad, en tanto el lóbulo parietal
posterior superior, la reducía. Los resultados parecen indicar que, efectivamente, los estados de concentración y
unión con el universo que los meditadores relatan tienen su origen en la activación -o la reducción de la
activación- de circuitos neuronales específicos.

EPILEPSIA Y EXTASIS
Sin embargo, y como habrá advertido el lector concentrado, los resultados del equipo de Pennsylvania no
coinciden con los del de San Diego. Las investigaciones del último, dirigido por Ramachandran, hacían esperar
que el lóbulo temporal se activara durante las experiencias místicas, y esto no es precisamente lo que encontraron
Newberg y d’Aquili. La resolución de estas contradicciones obliga a profundizar las investigaciones. La explicación
más obvia es que las experiencias religiosas de los epilépticos no tienen el mismo origen que las de los budistas
tibetanos. Algunos investigadores, en efecto, sostienen que, incluso entre personas sanas, lo que se suele
englobar como “experiencias religiosas” son un montón de estados diferentes que sólo guardan entre sí
un cierto aire de familia: todos son extraordinarios y se distinguen de la realidad cotidiana. Sin embargo,
hay otras interpretaciones posibles para la discrepancia entre los resultados de ambos equipos. Estas
explicaciones permitirían sostener que las diversas experiencias religiosas no son sino variantes en distintos
tonos de una misma melodía neuronal básica.
Los circuitos activados en el cerebro de Mariana cuando se sintió unida al cosmos, ¿serán los mismos que se
activaban en Santa Teresa cuando sentía que Dios elevaba su alma? Y estas experiencias ¿serán
neurológicamente distintas de las del bailarín profesional que, en el escenario, siente por un momento que no es él
sino una fuerza que lo supera la que lo mueve? Sólo más investigaciones podrán responder estos interrogantes.
Algunos estudiosos parecen estar ya encaminándose en este sentido: en 1998, la Universidad de Vermont,
cuarenta académicos de todo el mundo iniciaron una serie de encuentros donde comenzaron a discutir los puntos
de contacto entre la neurociencia y el estudio transcultural de las religiones.
El cerebro parece proporcionar nuevas claves para explicar experiencias como la de Mariana. En un reciente
reportaje de Science and Spirit Resources, Newberg afirmaba: “Incluso el hecho de cómo pensamos y
sentimos en relación con la religión está íntimamente ligado al funcionamiento del cerebro. Por lo tanto,
cuanto más entendamos el cerebro, más entenderemos cómo y por qué los seres humanos tenemos
religión”.

Primera publicación: Revista Descubrir, Año 8 N° 86, Buenos Aires, Argentina, Setiembre de 1998. Fuente original
en la web: http://www.dios.com.ar. © María Julia Carozzi (1998).

FOTO: RAÚL MOLEÓN

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