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RECONOCIMIENTO

DicPC

El término reconocimiento deriva del latín re-cognoscere, y expresa el


conocimiento en profundidad de algo o de alguien. En lenguaje platónico
significaría sacar a la luz el verdadero conocimiento de algo. No es un
conocimiento conceptual ni sólo un conocimiento entendido como visión, sino
como movimiento para ver las cosas de modo radical. El reconocimiento nos
aproxima al misterio de la realidad y nos aleja de su delimitación como mero
problema positivamente objetualizable. Nos hallamos ante una suerte de
conocimiento preconceptual y prediscursivo, próximo al conocimiento amoroso,
que se acerca a cualquiera otra realidad, incluida la propia, no en cuanto lo que
esa realidad ha sido y está siendo, sino que asimismo nos proyecta a lo que ella
puede ser.

I. BASES ANTROPOLÓGICAS DEL RECONOCIMIENTO.

El reconocimiento es una capacidad humana que nace de su estructura psico-


física. El hombre es un animal de realidades, que se caracteriza por ser
independiente del medio y ejercer un control específico sobre él. En virtud de esta
capacitación, el hombre se caracteriza por enfrentarse a las realidades como tales,
y no como meros estímulos, como es el caso del resto de los vivientes. El hombre
es una sustantividad que, libre de los instintos, se enfrenta a las cosas, a los otros
y a sí mismo, como realidades ante las que debe responder haciendo su vida,
desarrollando su personalidad. El hombre no nace predeterminado; su estructura
psicoorgánica es inconclusa, y ello quiere decir que es el hombre con su vida
quien, instalándose en la realidad, se halla en un campo de posibles mane-ras de
enfrentarse a lo real. Este he-cho establece el carácter abierto de la realidad
humana (Zubiri); abierto en una triple dirección: abierto a su propia realidad
humana en cuanto tal, abierto a los otros y abierto a Dios como realidad fundante.

II. EL RECONOCIMIENTO DEL OTRO.

Si el reconocimiento, como dimensión antropológica, se enraíza en el carácter


abierto de la realidad humana, el reconocimiento del otro se especifica en la
dimensión del encuentro interhumano como /encuentro afectante. Desde un punto
de vis-ta histórico, hay que tener en cuenta las deformaciones que se han
producido con este tipo de reconocimiento. En la Edad Media, el comportamiento
humano estaba centrado en el reconocimiento de los cánones de conducta que
modelaban al hombre de honor, de modo que el des-honor constituía, de hecho,
un no-reconocimiento social. Posteriormente, el hombre moderno pasa de la
cosmovisión centrada en el honor, a la que atiende de modo sustancial por los
valores económicos y utilitaristas, de tal suerte que este tipo de hombre busca en
el reconocimiento de su haber y de su tener buena parte del baremo de su propia
felicidad y la de los suyos. En ambos casos, lo que se explicita es un
reconocimiento marcado por la receptividad y la pasividad: los otros constituyen la
oportunidad para ratificar el status social logrado.

III. NOTAS DISTINTIVAS DEL RECONOCIMIENTO.

a) Respeto. El reconocimiento comienza en el /respeto al otro, como presencia de


un ámbito que abarca posibilidades de mutuo crecimiento y edificación. El otro es
una realidad que nosotros no ponemos, sino con la que topamos, lo cual no quiere
decir que el encuentro sea la yuxtaposición de dos fuerzas contrapuestas. Hegel
pensaba que la única relación interpersonal posible es la que se encuentra
marcada por el reconocimiento, entendido como lucha por apropiarse el uno del
otro, como condición de posibilidad de adquirir la propia libertad. Resultado de
esta lucha será la instauración de la relación entre amo y esclavo, que promueve
tanto la voluntad de poder como la enajenación despersonalizadora. Por el
contrario, al comprender a la persona como una realidad que permanece
constitutivamente abierta a otras formas de realidad, contemplamos al otro como
una llamada personal que requiere una respuesta concreadora. El respeto, por
tanto, exige una doble renuncia: a la voluntad de poder y dominio sobre los
demás, en primer lugar, y, en segundo término, a la voluntad de servidumbre
sumisa, dependiente de los otros. Cuando estas dos últimas circunstancias
ocurren, el otro se convertirá en un él o un se (G. Marcel), ambos impersonales,
que no pueden desembocar en un verdadero tú, personalmente pronunciado y
reconocido como tal. El reconocimiento como respeto requiere situar el verdadero
encuentro interpersonal en el /entre que lo constituye (Buber). Desde el entre, yo y
tú se construyen mutuamente implicándose el uno en el otro, erigiéndose así
el entre como fuente dinámica de sentido y acontecimiento relacional por
excelencia.

b) Respuesta. Reconocer al otro es responderle. En la medida que respondo


personalmente, el otro va abandonando la forma impersonal él/ se para
configurarse como un tú personal. Lo primero que pide el otro, como apelación, es
mi respuesta. Y respondiendo a la presencia del otro yo, respondo ante él de que
ciertamente yo estoy presente con mi respuesta y esta es auténtica; respondo de
él, pues mi respuesta condicionará en parte la posterior conducta del otro; y
respondo de mí, puesto que mi respuesta contribuye al diseño de mi configuración
moral como persona. Así, la respuesta es un acto que contribuye a esbozar la
figura de la realidad del otro, la de mi realidad personal y la de nuestra relación de
encuentro.
c) Confesión. La confesión es la forma de respuesta que mejor expresa el
reconocimiento del otro. J. Lacroix entiende que confesarse al otro es comunicarse
por entero, y tiene como objetivo establecer una verdadera comunidad de
encuentro. Por esta razón, la confesión es entrega, en cuanto que manifiesta lo
mejor del hombre, expresando cuanto hay en él de querido y de sufrido, su
grandeza y su flaqueza. Reconocer al otro no consiste en luchar el uno con el otro
para poseerse, sino confesarse la radical indigencia y menesterosidad que hallan
en el fondo de sus personas. La lucha, de esta forma, queda transformada en
perdón, reconciliación y reconocimiento mutuo. Por la confesión abandono la lucha
por someter al otro como esclavo, convirtiéndome voluntariamente en servidor del
otro, no como vencido, sino como covencedor, ofreciéndome y entregándome. Tal
como yo reconozca al otro, así el otro me reconocerá a mí; de esta manera,
confesar es reconocer o, más aún, reconocerse mutuamente; mediante la
confesión de la entrega estaremos reconocidos y verdaderamente convertidos en
ser el uno para el otro.

d) Creencia. La confesión es posible desde la afirmación de la /creencia radical en


el otro. El reconocimiento del otro no puede quedarse en la elemental constatación
física de que el otro está ahí. Pronunciar «creo en ti» es traspasar el campo de lo
meramente constatable para fundar un ámbito de encuentro radicalmente
diferente. Por la mutua creencia del uno en el otro nos sabemos coreligados en
una relación interpersonal profunda y sincera. Creer en el otro es darle crédito; así,
el reconocimiento se manifiesta como total confianza. Sólo cuando la expresión
«creo en ti» es recíproca, es decir, tanto de mí hacia él como de él hacia mí, sólo
entonces hay verdadera creencia mutua y verdadera relación de encuentro entre
el otro y yo.

e) Amor. Las anteriores características son distintas modulaciones de un único


acto de amor. Reconocer al otro es, en definitiva, amarlo incondicionalmente,
descubriéndolo como un otro distinto de mí, y descubriéndonos mutuamente en un
más allá, que funda a la vez la distinción y la conexión: un más allá que se
fundamenta en la concreencia, y que se expresa en la vocación personal. El amor
se manifiesta en la mutua transparencia, ya que en el amor se hace transparente
elentre que funda el acontecimiento del encuentro. La mutua transparencia se
expresa en el mutuo reconocimiento, que nos acerca a la persona del otro según
su verdadera vocación. El reconocimiento como amor al otro, opera en este en
forma de recreación. J. Guitton afirma que cuando lo conocido es otro hombre,
laconaissance es conaissance, el conocimiento es conacimiento; y, en efecto, el
reconocimiento del otro se funda en la posibilidad de nacer a un verdadero
encuentro, de nacer yo a la posibilidad de un tú que me constituye enteramente
como persona; de nacer el otro a la posibilidad de un tú que igualmente le edifica
personalmente, y de nacer ambos a la posibilidad de un nosotros constituyente de
dos personas.

IV. EL RECONOCIMIENTO COMO ACTITUD RELIGIOSA.

Por ser realidad constitutivamente abierta, el hombre es capaz de abrirse


igualmente a la realidad misteriosa que encuentra en sí mismo, en los demás y en
su mundo y que le sobrepasa. Este abrirse lleva implícito el reconocimiento de una
zona de la realidad que resulta enigmática y que no llegamos avislumbrar del todo.
Sin entrar en el desarrollo del proceso personal, que lleva al hombre a reconocer
en su propia realidad personal el problema teologal de Dios (X. Zubiri), entendido
como el problema de la fundamentalidad de la propia realidad y de toda otra
realidad, la persona tiene acceso a la posibilidad de vivir la experiencia religiosa
del encuentro con Dios, en términos de relación interpersonal. Esta experiencia
religiosa provoca, en primer lugar, una actitud de reconocimiento de esa realidad
que se nos presenta como misterio, que conlleva: a) Comprender que no es el
hombre quien busca en primer lugar a Dios espontáneamente, sino que es Dios
quien se impone desde su carácter de ultimidad, posibilitación e impelencia; la
acción de Dios se sitúa al margen de nuestra voluntad; b) Renunciar a todo intento
de dominio o de posesión; ante la realidad de Dios, el hombre no puede situarse
como ante el resto de las realidades mundanas, tratando de objetivarlas;
c) Situarseexistencialmente como una realidad relativamente absoluta ante quien
es la única realidad absolutamente absoluta; d) Operar un radical
descentramiento; el hombre debe salir de sí, ya que el centro de la nueva relación
no es él sino Aquel que tomó la iniciativa del encuentro; e) Admitir a Dios como
Sumo Bien último y definitivo, que responde a las cuestiones últimas de la vida,
desplazando a los bienes penúltimos y a las respuestas provisionales.

En conclusión, el reconocimiento de los otros y del Totalmente /Otro en la


existencia personal, va envuelto necesariamente en un clima de gratuidad y de
agradecimiento. Los otros me han sido dados para llamarme por mi nombre, para
que yo sea. Yo soy si soy contigo. Es el otro quien me dignifica. El reconocimiento
adquiere el sentido de movimiento en el que uno reconoce ser llamado. Del mismo
modo que un Estado no existe realmente como tal hasta que no es reconocido por
parte de otros Estados, así el hombre no existe más que en la medida en que es
reconocido y confesado por otro. Reconocer al otro es reconocer su /dignidad de
persona fin en sí misma. No podemos olvidar que tres cuartas partes de la
humanidad no son reconocidas como personas desde el momento en que su
dignidad de tales se encuentra maltratada, herida o violada de múltiples formas.

BIBL.: LAÍN ENTRALGO P., Teoría y realidad del otro, Alianza, Madrid 1983;
BUBER M., Yo y Tú, Caparrós, Madrid 1993; DÍAz C., Cuando la razón se hace
palabra,Madre Tierra, Móstoles 1992; LACROIX J., El sentido del
diálogo, Fontanella, Barcelona 1968; ID, Crisis de la democracia, crisis de la
civilización, Popular, Madrid 1966; ID, Fuerza y debilidades de la
familia, Fontanella, Barcelona 1967; MARCEL G., Ser y tener, Caparrós, Madrid
1995; MARTÍN VELASCO J., El encuentro con Dios, Caparrós, Madrid 1994.

L. A. Aranguren Gonzalo

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