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La pequeña niña, que poco a poco crecía, determinaba más el gusto notorio por una caricatura: My

Little Pony – La Magia de la Amistad, y otras. Su padre, quien era nada más y nada menos que
Alejandro Jiménez, el capo del cártel “La Capucha Guadalupana”, se comía las uñas de la
desesperación de cómo darle amor a su hija. Entre ellos ya se querían mucho y ella conoce, aunque
no del todo claro, en lo que su padre anda metido. Quería darle alguna distracción mientras crece,
como algún juguete, un pasatiempo apasionante o alguna serie de libros, si es que logra interesarla
en la lectura y quizás la escritura; Era lo mejor, pues Alejandro quiere que cuando crezca Ana Paula,
trabaje fuera del país sin ningún lazo alguno con el narcotráfico. Su esposa estaba en París, no iba a
ser fácil darle algún tipo de distracción sana a largo tiempo y su cumpleaños estaba a la vuelta de la
esquina. Tampoco es como si él mismo pudiera salir a la calle a buscar una pelotita en un relajante
atardecer. Toda acción como mexicano es tardado para él simplemente porque es un capo y
narcotraficante bastante conocido por el país que está centrado principalmente en Hermosillo, Sonora;
Eso significaba que el cerco se le estaba achicando por los numerosos militares, federales y patrullas
combatiendo el narcotráfico, sin mencionar a mafias rivales que no buscan abrir relaciones comerciales
con otros cárteles. Sus dudas pronto pudieron ser resueltas, pues cree saber qué podría regalarle, le
llegó la respuesta clave gracias a las intereses de la niña que de hecho, aclamaba como su caricatura
favorita. Sin embargo, las decisiones que tomaría Alejandro después de escuchar a su querida hija
serían un poco jaladas de los cabellos. Para él nada era imposible si se tiene el dinero y la gente
correcta. Estaba dispuesto a todo, y la decisión personal no se lo iba a quitar nadie:

-¡Papá! ¿Quieres ver la tele? – Preguntó Ana Paula.

-Perdón mi amor, pero no puedo ahora – Respondió Alejandro.

-¿Estás hablando con la gente mala otra vez? Te dejo cambiar de canal si quieres – Dijo Ana Paula
inocentemente.

-Nono, está bien así. Puedes ver las caricaturas que quieras, pero no te acerques mucho a la tele,
¿eh? Es muy difícil salir de casa para darte unos anteojos – Exclamó Alejandro.

-¡Es My Little Pony! ¡La caricatura que viste conmigo ayer! – Dijo Ana Paula.

-Ah, qué bien mi amor. ¡Deja muy buenas enseñanzas! – Responde Alejandro, recordando que su hija
lleva viendo la caricatura desde hace 2 años.

-Papi, ¿hasta cuándo podré jugar con otros niños? ¿Tener amigas como las ponis? Resolver
problemas de amistad y tener todas las amigas posibles. ¡Me gustaría tener a una mejor amiga como
Sunset Shimmer!
Alejandro levantó una ceja, a la vez que se sentía culpable por tener a su hija encerrada no literalmente
por culpa del narcotráfico. Sintió de corazonada, que debía saber más de esa Sunset Shimmer.

-No lo sé mi amor, pero te prometo que algún día podremos tener toda la libertad que queremos, ¿sí?
– Respondió Alejandro.

-¡Que sea ya! – Dijo Ana Paula.

-¿Qué te parece si me hablas de la Sunset Shimmer? ¡Aún tengo tiempo! – Aprovechó Alejandro.

-Es una chica linda que estudia en la escuela Canterlot. Su cabello parece tocino por los colores y por
su corte de cabello. Fue la bravucona de toda la escuela, pero vino Twilight y arregló las cosas. Se
volvió buena y tierna – Describió Ana Paula.

-¡Caramba, eso es bueno! – Respondió Alejandro.

-¡Es mi favorita! ¡Más que Pinkie Pie! ¡Es mi mejor amiga! – Exclamó Ana Paula con mucha alegría.

Entonces Alejandro se le vino la simple idea de comprarle alguna muñeca o sets completos de Sunset
Shimmer, disfraces, piñatas y cualquier otra cosa que le podría encantar, el cual muy pronto discutiría
con sus lacayos de turno. Ya estaba por soltar lágrimas de la felicidad por imaginar nuevamente cómo
sería el futuro de Ana Paula: Feliz, pacífico y viviendo con los lujos heredados del narcotráfico para
garantizar su calidad de vida. Una vida que tristemente tendrá que vivirla sin su papá o mamá.

Se despidió de su hija, quien está ahora al cuidado de un niñero, otro de los tantos que trabajan para
Alejandro pero de los pocos a quien puede confiar sin que lo traicionen. Salió de casa en el clásico
lugar remoto donde se podría esconder un capo y con su camioneta alta de una marca de precios de
infarto, se fue a una reunión con hombres de negocios para discutir asuntos internos de las mulas que
ultimadamente estaban siendo asesinados arbitrariamente. Era uno de esos pocos días en que
manejaba con tranquilidad, normalmente conduce con nervios de que alguien lo siguiera, a pesar de
tener un rifle cargado y listo para usar en el asiento del copiloto. El lugar que había adquirido Alejandro
hace muchos años para hacer discusiones se hallaba en la zona urbana de la ciudad, precisamente
debajo de un puente que te lleva fuera de la ciudad, que generalmente la gente no presta atención. Al
llegar al lugar escondido resguardado por lacayos disfrazados de guardias prohibiendo el paso a
cualquiera, Alejandro fue recibido con respeto y total grato. Le abrieron paso hacia un sótano lúgubre
que parecía que llegaba hasta los 30 metros debajo de un invernadero en renta, que obviamente era
un señuelo. Al final del sótano había como un pequeño casino cómodo, perfumado y refrigerado como
para que pesques un resfriado en minutos. Cómodamente los señores tomaron asiento con cervezas
en mano

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