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CIÉNAGA DE TRINOS

Heme aquí, en medio de los atavismos no manifestados en generaciones intermedias.

cual si estuviese vedado para ellas, la copa ya vacía de los ditirambos estivales, otrora,

rebosante de los roncos bramidos de las olas que se quiebran en francas llamas blancas;

delante del agua salaz de ojos humanos, cuyas ilaciones deducen el estrepitoso mutismo

de panegíricas y endebles cicatrices de la tarde que versan elocuentemente así:

“Mirada inquieta de plata intenso,

pez dorado del azul profundo, ven a mí.

te escucho siempre cuando estoy en derredor

de una nube gris y de una inmensa brisa alegre.

Evito así la tranquilidad

para no derivar en la amargura

de la espuma de un mar verde,

y procurar, que tu nombre estampado

en roca perdure, aunque el Sol se muestre en duda.

Me encuentro volando en el cielo y me pregunto;

dime mundo, si aquí tal vez encontraré a ese pez?

Retorno entonces con prudente rapidez

desde el cielo, cruzando por la tierra a lo profundo

de los infiernos- ¿dónde estás?- contestadme,

es menester abrid vuestros ojos”.


Por todos lados escucho la morriña de la inspiración abofeteada,

pues su estridente murmullo sube hasta mí: irresoluble agonía de alvéolos.

Totalmente trágico - la osada vanidad pretende devorar a la inteligencia; ¡no! –

justa es la hora de cortar las menudas flores en semejante vega feraz,

irrigada por dulces cuerdas de incomparable finura;

cual si fuesen decantadas cariñosamente desde la ilusión azul del pentagrama

y cuyo canto, despotrique sobre la marfilada dentadura de esmerados martinetes..,

“…allí, donde termina el camino.

cuando se retraiga el palpitar de tus manos,

cuenta cuantos pasos habría hasta la honda

cripta de tu ser.

Tal vez quieras guiarme con la roja luminaria de tu corazón.

Por eso es que mientras pueda recordar,

el silencioso temblar de un paso al andar

cegaré el varillaje de bayonetas que me

acosa siempre ansioso de acertar…

Aunque de todas formas, la catarata

se venza al furor de la caída y mis huellas

se inmolen bajo la feroz cabalgata de una estampida,

ningún silencio me abriga.

Después de tarde llegué pobre y abandonado.

Con un pie en sombra de mendígo y por encima de la carne que sucumbe

Velaré por tu arrullo y mirada que destella, aunque lapidado me derrumbe”.

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