Está en la página 1de 5

VIAJE AL CENTRO DE UN CARACOL: EL ENCUENTRO DE MUJERES QUE LUCHAN

ORGANIZADO POR EL EZLN

YUNUEN ESMERALDA DÍAZ VELÁZQUEZ

El 29 de diciembre de 2017 el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia


General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional emitió un comunicado invitando a
mujeres de todo el mundo que se resisten y luchan contra la dominación del sistema
capitalista machista y patriarcal a encontrarnos durante 3 días, en el marco del Día
Internacional de la Mujer. El evento iniciaría con la llegada el 7 de marzo, para comenzar
desde temprano y permanecer juntas los días 8, 9 y 10, programando la salida el 11 de
marzo de 2018. El Encuentro se llevaría a cabo en el Caracol de Morelia, zona de Tzotz Choj,
Chiapas, México, el Caracol más grande de la región zapatista. Los hombres no serían
recibidos.

Recibí el llamado con alegría, organicé mi agenda, marqué mi calendario y llegada la fecha
partí con arte entre mis manos. Aproveché para visitar a una amiga en San Cristobal de las
Casas y me moví de ahí con un grupo que salía del CIDECI, la Universidad de la Tierra.
Imaginaba muchas cosas sobre ese viaje, no le atiné a casi ninguna, afortunadamente,
porque fue una experiencia muy intensa. Siempre envidié a las generaciones anteriores, sus
eventos habían marcado momentos históricos: Woodstock, Avándaro, estos habían
aglutinado un sector importante de la población y expresaban el sentimiento de rebeldía
de una época. No sabía, al hacer mis maletas, que me iba a tocar el primer gran evento del
Siglo XXI de esta naturaleza, una de las reuniones de mujeres más grande a nivel
Latinoamérica. Esta es una pequeña bitácora del viaje.

NOCHE 1: El frío cala los huesos, la noche es una concha, la concha de un caracol, quizás por
eso le llaman Caracoles a las regiones organizativas de las comunidades autónomas
zapatistas creadas en el 2003 para reemplazar a la anterior forma de organización, quizás
les llaman así porque la noche se cierne sobre los sueños como una espiral.

Llegamos esta noche al Caracol de Morelia: “dicen que el caracol representa el entrarse al
corazón, que así le decían los primeros al conocimiento, y dicen que dicen que decían que
el caracol también representa el salir del corazón para andar el mundo, que así llamaron los
primeros a la vida”. Llegamos por la noche después de varias horas de viaje, nos recibieron
las estrellas sobre el monte, el frío y las zapatistas, nos acomodamos unas entre otras sobre
el suelo en hileras, en espirales, en conchas submarinas. Mi cuerpo es un molusco dentro
del sleeping bag. Hacía muchos años que no dormía en el piso, es quizás un recordatorio de
que tengo cuerpo, de que soy vulnerable, de que la tierra no es una propiedad sino una
casa, por eso tengo frío, si supiera dormir sin comodidades podría descansar ahora, me doy
cuenta de que soy una mujer de la ciudad, esa realidad me hace sentirme torpe, fuera de
sitio, pero alrededor mío hay al menos cien mujeres más, a mi derecha duermen un par de
italianas, a la izquierda un grupo de argentinas, hacia mi cabeza una colectiva de mujeres
de Oaxaca y a mis pies un grupo de colombianas preparan la música de mañana, una
batucada, se apresura una a decírmelo. Oigo sus voces y ya no tengo tanto frío, pienso que
por esta noche mi cama es una pangea, ese lugar antiguo donde todo estaba reunido, como
al principio de los tiempos:“Si cada cuerpo es un territorio, si cada lengua una casa, dormiré
cobijada”-pienso, y regreso a mi caracola, al pegar el oído al suelo escucho como canta el
océano y sueño que hablo todos las lenguas del mundo.

DÍA 1: A las 6am las compas de Oventic iniciaron el canto, un escuadrón musical compuesto
por 4 crías inundó la mañana, era su manera de invitarnos a contemplar el amanecer, pienso
que era su forma de decirnos: esta es la tierra, observa, siente el aire, cantar ayuda al sol a
levantarse, cantar ayuda al alma a calentarse. Tomo un café y las escucho.

Han pasado 24 años desde la insurrección. Yo tenía 12 años cuando vi en las noticias las
primeras imágenes del levantamiento del EZLN, mi madre y mi padre estaban asustados,
como muchas personas de clase media creían que “venían por nosotros”, que era la
siguiente “Revolución Mexicana”, de algún modo lo fue, pero de un modo más victorioso
creo, de lo que ellos pensaban, no vinieron por nosotros: vinieron a nosotros. Sólo
reclamaban lo suyo: su voz. Escuchar a las compas cantar me emociona, pienso en cuántos
años tuvieron que pasar para que pudiéramos reunirnos un grupo tan grande de mujeres a
escuchar cantar a las compañeras zapatistas, cuantas generaciones tuvieron que pasar para
que indígenas, mestizas, caucásicas, afrodescendientes, asiáticas, árabes y demás mujeres
de todas latitudes, pudiéramos reunirnos a cantar el amanecer en este pequeño fragmento
libertario donde un grupo de mujeres rebeldes nos convocaron sin saber cuántas
llegaríamos.

Todas vamos bajando a los templetes y en un instante hemos llenado la cancha, algo en
nosotras sabe a qué vinimos, algo en nosotras lo desconoce: cantar no es un propósito, es
una manera de dialogar con el mundo, la habla armoniosa que a veces olvidamos porque el
capitalismo nos enseña a camuflar el alma tras los velos de las aspiraciones económicas,
pero aquí podemos cantar y nadie nos va a decir que cantamos feo o que cantamos mal,
porque no cantamos para ser evaluados en nuestra maestría vocal, sino para compartir,
esta mañana somos una bandada inmensa de pájaras cantoras que agradecen estar vivas.

MEDIO DIA: Hoy es el día de las zapatistas. Nos reciben con un discurso hecho a mano,
quiero decir, escrito por muchas mujeres donde nos dan la bienvenida: “no venimos a ver
quién ha leído más, quien es la más feminista o la más luchadora, venimos a conocernos, a
compartir y a resistir, porque hoy en día a muchas mujeres las están matando sólo pro ser
mujeres”… A medio discurso estamos llorando, pensé que sólo era yo, pero volteo a ver a
las compañeras y muchas de ellas se abrazan entre lágrimas: el zapatismo representa todo
lo que soñamos: colectividad, aprendizaje, lucha, resistencia, rebeldía, creación,
autogobierno, solidaridad, por eso somos tantas las que venimos al llamado. Cuando las
voces del capitalismo patriarcal nos dicen que no es posible cambiar el mundo, una parte
de nosotros se resiste a creerlo, en esa región es en la que habita nuestro imaginario
zapatista, por eso en lugar de las 500 participantes registradas llegamos 10,000 mujeres
siguiendo ese llamado como si hubiera sido una estela de sol.

Las zapatistas de cada región han preparado sus intervenciones deportivas, artísticas y
culturales, hoy nos toca acercarnos a la realidad zapatista. En las obras de teatro nos
cuentan sus problemas: migración, pobreza, trata de mujeres, explotación… El mundo es el
mismo, el capitalismo global nos mantiene a todos en una tremenda vulnerabilidad, nos
explota a todas, nos mata. Actúan con sus pasamontañas puestos, como si se tratara de una
máscara, en ocasiones se lo quitan cuando representan a los hombres o cuando se
presentan como un empresario explotador, es curioso que los personajes con rostro
muestren sus facciones, mientras que el pasamontañas entraña una especie de
colectividad, los occidentales le damos quizás demasiado peso al rostro nuestro, no
imaginamos lo que sería vivir bajo esos pasamontañas, pero lo cierto es que no siempre fue
así, no siempre existieron los espejos, ni la necesidad de mirar en ellos nuestra diferencia.
En el Caracol, por ejemplo, no hay un solo espejo, quizás porque no necesitamos
autovigilarnos, vernos desde afuera. Pienso en las máscaras griegas, el coro de Dionisio
siempre portaba máscaras porque esa máscara era la única capaz de decir lo que los Dioses
querían comunicar. Cada representación tiene su propia trama, pero nos reconocemos
porque cosas como buscar trabajo, ser discriminadas o perder familia se han convertido en
asunto cotidiano. Para dar un giro, sin embargo, cuentan también como se volvieron una
parte central del zapatismo, cómo se integraron al movimiento, primero como vigilantes,
en la cocina y después cómo aprendieron a usar las armas, a organizarse, cómo aprendieron
a aprender y como dicho aprendizaje no acaba porque: “el verdadero trabajo no empieza
sólo con el levantamiento, sino después, cuando de verdad empezamos a construir y
organizarnos”.

Cada hora del día llegan más y más mujeres, atraídas quizás por ese gran sueño de vivir en
un mundo distinto, los grupos se organizan poco a poco, unas cantan, otras bailan, otras
toman el sol, otras juegan algún deporte: el mundo por este día es nuestro y no necesitamos
hacer nada más que habitarlo. Somos muchas, muchísimas, diversas, nos hemos visto en
marchas, en fiestas, en colectivas, algunas nos vemos por primera vez, pero ya nos
habíamos visto tal vez, porque nuestras luchas nos mantienen cercanas.

DIA 2: Este es el Woodstock del Siglo XXI, un Woodstock feminista, anticapitalista, sororario.
Nadie sabe como podemos caber tantas juntas, pero todo cabe en un montecito sabiéndolo
acomodar. Las zapatistas nos alimentan, nos dan techo, nos cobijan con sus canciones, con
su alegría, pero sobre todo, nos comparten sus sueños. Murales de las zapatistas adornan
cada espacio: los templetes, los auditorios, los comedores, todo esta lleno de su arte:
mujeres con pasamontañas golpeando a los dragones del capitalismo, sembrando, leyendo,
construyendo otros mundos. Murales coloridos nos acompañaban a cada paso
recordándonos que el arte sirve para eso: para sembrar sueños y crearnos una identidad
propia, no la de la Rosa de Guadalupe, donde las mujeres son siempre vulnerables y sólo se
pueden salvar con plegarias, sino la de las mujeres fuertes que no esperan a ser salvadas
por nadie, las que luchan, eso sí, siempre acompañadas por otras mujeres.

MEDIO DÍA: Todas las voces han encontrado algún sitio, las artistas, las activistas, las
académicas, las cirqueras, las viajeras, todas han sido bienvenidas. Esta mañana no fueron
los cantos de las zapatistas lo que nos levantó sino el llamado de una caracola, en medio de
las canchas un grupo de mujeres saludaba a la mañana con copales, inciensos y cantos
sagrados, luego comenzaron los talleres: Tai-Chi, defensa personal, biodanza, cosméticos
orgánicos, acupuntura, ginecología punk, música de protesta, teatro de mujeres, sanación
del útero, identidades lesbianas, aborto inducido… Una a una nos presentamos con
nuestros proyectos, a nadie le faltó público porque éramos muchísimas. Yo presenté: Las
voces de Frida, escribí un texto que recité en un pequeño performance para la ocasión:
“Frida podía pintar pero no tenía voz, no existe un registro de audio de sus palabras en la
Fonoteca Nacional de México, siendo la artista más importante y reconocida de mi país, su
voz no fue grabada, la pintura se le permitió porque pertenece a un ámbito íntimo y privado,
la voz en cambio es un ejercicio público, ese espacio es al que nos cuesta acceder todavía,
así que nos toca tomar la palabra, porque nadie nos la va a ceder, somos nosotras las que
debemos aprender a hablar”. Estoy haciendo grabaciones de las voces de mujeres
mexicanas que están marcando la historia de mi país, en el audio se les escucha leer textos
de Frida y presentan su propia experiencia como voceras de otras mujeres. Estuve a punto
de no presentarme, entra tantos temas y tantas personas una se siente a veces como un
grano de arena en medio del mar o pero aún, como un grano de sal, de hecho, hubo muchas
mujeres que estando en el encuentro no asistieron a dar sus charlas, aún nos gana el miedo
a la crítica, la pena, el sentir que lo nuestro es poco, pensé en lo que dijeron las zapatistas:
compartir, y por eso fu a mi charla. Llegaron mujeres de todas las edades, de todas las
latitudes, hablamos y hablamos, porque finalmente no estábamos ahí para evaluar quién
tenía el mejor proyecto, estábamos para escucharnos, para aprender, para crecer juntas y
sobre todo: para tomar la palabra.

También lloramos juntas, algunas madres de los normalistas de Ayotzinapa habían asistido
al encuentro, colectivos de madres de víctimas de feminicidios y madres de desaparecidos
estaban con nosotras y nosotras con ellas, gritamos con ellas, nos abrazamos, contamos del
1 hasta el 43 con nuestra garganta estremecida. La noche llegó con fiesta, batucada y ritmos
que ya no sé describir: era el caracol cantando y respirando por nuestra piel.

DÍA 3. Puro gozo. El baño de agua fría ya no era un suplicio sino la mejor manera de abrir
los sentidos a la naturaleza que nos rodeaba. Hacía un año había deseado irme a vivir a
algún lugar donde solo hubiera mujeres, llevaba ya un registro de mis opciones de huida:
Umoja en África, la comunidad Drupka en Nepal, Noiva de Cordeiro en Brasil… no imaginaba
que eso que yo quería conocer en alguno de esos viajes lo iba a vivir en el monte con las
zapatistas. Nadie mira nuestra forma de vestir, nadie critica como hablábamos, nadie nos
chifla, nadie nos persigue con peroratas, no tenemos que ser políticamente correctas, nadie
intenta decirnos que nos veríamos mejor si nos pintáramos, si alguien nos agradaba
podemos simplemente sentarnos a su lado a conversar, si queremos bailar, cantar, hacer
teatro, aprender medicina, ciencia, hacer arte, hay aquí dónde y con quién, en algún sitio
de este microuniverso zapatista. Si queremos mirar las estrellas, vagar o simplemente
asolearnos desnudas, podemos hacerlo sin estar en peligro. El caracol nos guarda en su
concha y dentro de ella, podemos vernos, hablar y compartir. No hay rutas, no hay horarios
fijos, no hay reglas, cierto que para algunas la situación puede sentirse algo caótica, pero
pienso que ningún otro modo podría haber sido mejor, porque precisamente esa holgura
nos permite cambiar de rumbo de manera inesperada, encontrarnos con algún taller al que
no pensábamos asistir y aprender de las otras en un modo más bien impreciso, guiadas por
el instinto más que por las ideas. Las mujeres rotamos de uno a otro taller, de una a otra
charla, de uno a otro jardín. El monte, siempre delante y detrás nuestro nos protege, igual
que las compañeras zapatistas que para el caso fueron designadas. Llegué sin saberlo a la
tierra prometida, no sé decir quién me la prometió, pero estaba ahí, en un confín del mundo
donde no había hombres, ni reglas, ni horarios fijos, así que sólo se trata de dejarme llevar,
aprender de todo lo que pueda y hacerme de algunas amigas y de algunas memorias,
porque de eso está hecha la vida. Al fin y al cabo, como escribió el poeta nahuatl
Tochihuitzin Coyolchiuqui:
“Sólo vinimos a soñar, no es cierto, no es cierto que vinimos a vivir sobre la tierra. Como
yerba en primavera es nuestro ser.”

Quizás solo venimos a eso al Primer Encuentro de Mujeres que Luchan, venimos a soñar:
porque los sueños son el primer paso de todos los cambios, porque la siguiente revolución
será una revolución feminista o no será.

DÍA 4. Anoche fue la gran clausura. Las palabras de las zapatistas nos dieron la despedida:
“no queremos que se vuelvan zapatistas, queremos que desde sus respectivos lugares y
saberes sigan luchando, que nunca dejen de luchar”.

Tras las palabras volvió la música de las zapatistas de Oventic y comenzó el baile, una
zapatista me tomó del brazo o tal vez yo la tomé a ella o tal vez todas nos tomamos. Una
gran Víbora de la Mar engullía a los cuerpos para volvernos una sola fuerza danzante.
Reímos mucho, bailamos mucho, una zapatista me dijo al oído: “gracias por venir”, entre
lágrimas le contesté: “gracias por invitarnos”. Esa misma noche los hombres comenzaron a
entrar al Caracol, después de 3 días, su presencia era un poco extraña para mí así que volví
a mi caracola. Soñé de nuevo que podía hablar todas las lenguas del mundo.

Subo al camión, me despido del monte, comienzo a organizar en mi mente los pasos que
debo dar para mi siguiente lucha: una reunión, un libro, una exposición. Tomo a mi mejor
amiga de la mano: sonreímos.

También podría gustarte