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EL JUICIO ORAL

A. DEFINICIÓN.

Para Ricardo Levene, el juicio oral constituye un sistema de enjuiciamiento


que, por su rapidez, economía y publicidad, ofrece una verdadera garantía de
administración de justicia en el sistema republicano de gobierno.

No cabe la menor duda, para los que hemos trabajado en los tribunales de
la República, desde estudiantes hasta profesionales, como jueces y magistrados,
que luego de analizar la situación procesal y de administración de justicia,
llegamos a la conclusión de que urge un sistema más ágil y rápido, que evite
mayores gastos económicos a las partes y sus abogados, y que permita educar a
la población -divulgando los principios y normas procesales- mediante la
publicidad.

Por otro lado, los tribunales de justicia, para acoger la corriente moderna del
derecho en sus diversas ramas, deben actualizarse y tecnificarse. La oratoria, la
oralidad, en consecuencia, no son más que vehículos lógicos para apoyar esa
modernización.

Juan E. Coquibus, añade, que en materia penal, el calificativo de oral se


reserva especialmente para el juicio, donde acusación, defensa, prueba, etc., se
cumplen en audiencias públicas que se actúan de viva voz. Poniendo al juez en
contacto directo con la vida, le hace percibir la verdad de las cosas directamente y
no por intermediarios, que frecuentemente -extravían su criterio. La prueba se
recibe sin escribir nada o muy poco en presencia del juez, de tal modo que éste
puede apreciar todas las circunstancias que rodean a la misma; mientras que en el
procedimiento escrito, empleados subalternos van consignando en páginas frías lo
que deponen las partes, los testigos o los peritos.
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En nuestro medio hemos notado ya una reacción positiva en algunos


miembros del foro nacional, a efecto de que el proceso en la vía penal, y
esperamos que también en la civil, sea oral.

En tal virtud, compartimos el criterio de César Ricardo Barrientos Pellecer,


cuando afirma que Alberto Herrarte, uno de los juristas que más ha luchado por
el establecimiento del juicio oral en Guatemala, se refiere al respecto, así: Es
cierto* que el proceso oral corresponde más a la forma democrática de
gobierno, porque asegura efectivamente un debate público y asegura la
igualdad de las partes. Pero también es cierto que se usó en sociedades más
primitivas antes de que surgiera la escritura, de donde resulta poco lógica la
afirmación de que conviene a sociedades muy adelantadas y no a sociedades
como la nuestra, tan atrasada y heterogénea. Más pareciera que esa condición
hace necesario el proceso oral, ya que de tal manera se asegura que las
exposiciones que las partes o los testigos hacen en forma sencilla en el
proceso, no sufran una verdadera distorsión al pasar a la escritura. Agrega que
el sistema oral es el idóneo para la defensa de los pobres y humildes.

Calamandrei señala que los principios modernos del proceso penal oral se
fundan principalmente sobre la colaboración directa entre el juez y los
abogados, en la confianza y naturalidad de sus relaciones y en el diálogo
simplificador consistente en pedir y dar explicaciones con el fin de esclarecer la
verdad. Los jueces pueden y deben tomar parte activa en el debate para
hacerle preguntas y objeciones a las partes y a los testigos y peritos e
interrogarlos sobre las cuestiones esenciales que motivan el proceso.

En consecuencia, estamos totalmente de acuerdo con el derecho com-


parado, que indica que para magistrados, fiscales y abogados acostumbrados
a la práctica escrita, la oralidad es un cambio de trecientos sesenta grados, de
difícil gestión (y digestión) espiritual. Habría que comenzar por acostumbrar el
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pensamiento a que la oralidad es la forma más adecuada que existe para que
el juez tenga inmediación, conozca de cerca la personalidad del hombre que ha
de sentenciar, la víctima, los testigos, las pruebas, y que ese tipo de juicio hace
a una función judicativa rápida, efectiva.

El tema de la inmediación procesal en nuestro entorno, ha sido muy


tergiversado, pues un pequeño sector estima que sí se cumple con el simple
hecho de que, en algunas situaciones, se verifican audiencias penales o de
familia, que le permiten al juzgador presenciarlas según el grado de interés de las
mismas. Pero, por lógica-jurídica, otro sector considera que lo anteriormente
señalado es totalmente imposible de cumplir, ya que el juez tendría que estar
-efectivamente- presidiendo cada una de las audiencias que lo requieran, cosa
que en la realidad nunca se ha cumplido en nuestros sistemas procesales.

En consecuencia, los abogados deben también comprender que la oralidad


entronca con su propio magisterio y la vocación de llevar al tribunal la conciencia
viva, la convicción entera, puesta al servicio de una causa. La oralidad es el arma
polémica de los que no sienten temor, de aquellos a quienes duele el derecho.

Entonces, podemos observar que, la oralidad en el fondo entraña un sentido


ético de la profesión, algo inherente al magisterio de luchar por la justicia. El
abogado debe estar consciente de su causa. Además, esta exhortativa de Elias
Neumann, cae como anillo al dedo para muchos profesionales del derecho de
nuestro país, pues a nadie escapa que en las causas penales, especialmente, no
se cumplen los principios procesales y tampoco el precepto moral de poseer esa
conciencia viva puesta al servicio de Injusticia.

Por último, la práctica de la oratoria para nuestros futuros profesionales y


los que en la actualidad vienen dedicándose a las causas que necesitan mucho de
la persuasión y comunicación oral, ha de reiterarse constantemente, a efecto de
acostumbrarnos a escuchar a los demás y a nosotros mismos. Fuera de que
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también se educará al público para que asista a las audiencias, lo que a la postre
significará una participación democrática.

B. PREPARACION DEL JUICIO ORAL

El abogado, en nuestro medio, debe conocer a fondo las técnicas de la


oratoria forense, así como las leyes que estén vigentes. Es más, la práctica de la
oralidad es una necesidad que no puede subestimarse como quedara apuntado en
las páginas anteriores de este texto.

En relación al proceso penal, citaremos las etapas importantes que el orador


forense ha de tomar en consideración para desempeñar su trabajo en los
tribunales. Por tanto, el tema es obligado en el país, es necesario darlo a conocer
y practicarlo lo más técnicamente posible en los estudios de las ciencias jurídicas
y sociales.

El principio de oralidad, especialmente en la fase del debate, en que los


jueces deberán dictar sentencia exclusivamente sobre lo planteado en su
presencia y en diligencias de prueba concentrada. Sólo en casos especiales es
posible la lectura de un documento, desde luego, y las diligencias de prueba
anticipada escritas, deberán ser necesariamente leídas. Siendo público el debate,
es posible conocer y evaluar lo que ha determinado al juez dictar sentencia.

Poco a poco los resultados positivos del juicio oral han llevado a la
conclusión de que es el mejor; se acomoda tanto para los países desarrollados,
como para los que están en vías de desarrollo. Al implantarse el juicio oral en
Guatemala, no se está, en consecuencia, adoptando algo ajeno a las necesidades
y características del país; por el contrario, corresponde a la demanda nacional de
pronta, efectiva, expedita y honesta administración de justicia y de restructuración
y cumplimiento del derecho.
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En consecuencia, para hablar hay que saber lo que se va a decir -señala


una fórmula lapidaria de la oratoria-, y mejor aún para hablar, hay que saber lo que
no se dirá. Hay que tener ideas generales, es decir, poder establecer las
relaciones de las cosas entre ellas mismas. El orador debe ser un hombre
instruido; o más genuino, el orador, pudiendo ser inducido a hablar de todas las
cosas, deberá saberlo todo. Afirmación formulada por muchos autores.

Efectivamente, no se puede negar que en la cátedra y otras actividades


científicas, hemos compartido la idea de otros autores en relación a la preparación
intelectual del futuro abogado.

Ahora, precisamente, es la propia doctrina de la oratoria forense la que


ratifica lo que hemos venido recomendando en la cátedra y diversos trabajos de
investigación de foros, congresos y seminarios jurídicos, y es que: la cultura
general da al orador un vocabulario variado; es la base de la experiencia
intelectual y al mismo tiempo el testimonio. El orador debe haber leído mucho,
estudiado mucho, meditado mucho. Es evidente que un hombre que ha pasado el
primer tercio de su vida estudiando los fenómenos colectivos históricos, que ha
tenido el contacto de los grandes espíritus de todos los tiempos, es más apto para
hablar en público que un espíritu y un corazón simple y recto, no teniendo como
fuente más que la intuición, la sensibilidad o la fe. Ella no es esencial, pues la
elocuencia puede ser, en ciertos momentos, un arte de espontaneidad, pero es
cada día más la base del discurso.

Nosotros siempre hemos sostenido que el abogado y quien se prepare para


serlo en las aulas universitarias, ha de leer y formarse convenientemente; en
suma, el profesional del derecho tiene que ser un hombre culto en todo el sentido
de la palabra.

La cultura general, por otro lado, le asegurará al orador un doble beneficio:


de una parte, cualquiera cosa que él diga la dirá mejor y más congruentemente; y
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por otra, cuanto más extensa y alta sea su cultura, más le será posible alcanzar
conmover a auditorios elevados. Con el don natural de la palabra se puede
impresionar a espíritus simples; no ejercerá ninguna acción sobre los espíritus
cultos más que siendo uno de ellos, que dando a las palabras el sentido, el lugar,
la graduación y el contenido que les dan las gentes cultivadas.

El orador forense, por consiguiente, debe prepararse a efecto de que su


actuación sea eficiente en la fase del juicio oral; así conviene que durante la
investigación del caso que le haya sido asignado, prepare el discurso que habrá
de utilizar para obtener un mejor resultado.

Independientemente de su estructura, todo discurso debe prepararse y


practicarse para una entrega correcta y merecedora de aplauso. Entonces,
para esa preparación y práctica de los discursos, él orador la debe orientar en
tres etapas de la siguiente manera:

1. Recopilación, en la que se escoja el tema con anticipación. Pensar antes


de seleccionar. Leer cuidadosamente, consultar a una autoridad o preguntar
a sus amigos.

2. Arreglo, que comprende revisar todas las notas, datos, etc., y escoger lo
mejor. Asimismo, ordenar, quitando lo superfluo y medir el tiempo.

3. Asimilación, entraña estudiar cuidadosamente sin memorizar. El mejor


método es memorizar exclusivamente las ideas, repetir el discurso en
formas diversas y con intervalos de descanso.

Por considerar que la oratoria forense, judicial o de la barra, es una de las


más difíciles, Antonio Miguel Saad, resume las siguientes recomendaciones
-que en muchos de sus casos bien pueden dedicarse a los abogados
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guatemaltecos-, así:

a. Recuerde siempre La siguiente regla de oro, aplicada a todas las


oratorias, de todos los tipos: Es indispensable sentir lo que se está diciendo:
es la única manera de comunicar ese sentimiento a los demás.

b. Recuerde también que la simpatía es la cuerda secreta por medio de


la cual se despiertan las emociones; y no puede haber simpatía cuando se
finge, por bien que se haga y por bueno que pueda ser el orador. Esta actitud;
aunque no es aceptable en la oratoria de cualquier tipo, en la forense es donde
más daño hace.

c. El orador que habla a un jurado, o tribunal, agregamos, necesita poner


todo su corazón en lo que dice: nada de mediocridades, debe entregar todo lo
que lleva dentro, pues sólo así podrá apoderarse de la atención y del interés
de sus oyentes.

d. Para apelar al sentimiento del jurado (o tribunal), factor importantísimo


de esta oratoria, jamás olvidar que no hay límite para hacer vibrar las cuerdas
de la emoción. Si se sabe hacer sin palabrería hueca ni falsa, será factible que
todas las cuerdas vibren al unísono y produzcan el momento buscado y
deseado por el orador.

e. Busque que el jurado (o juez) diga: ¡Que sincero es este individuo!, y no,
¡Qué bien habla este hombre!

En el aspecto procesal, la primera fase del juicio oral es, concretamente, la


preparación del juicio. En el juicio oral deben coincidir -tanto en tiempo
(simultaneidad), como en el espacio (continuidad)- una serie de personas y cosas,
que son las que le darán contenido y vida. Por ejemplo: es absolutamente
imprescindible que todos los sujetos procesales y el juez estén presentes en el
mismo momento, dado que, por respeto al principio de inmediación, ninguno de
ellos puede delegar sus funciones. Por otra parte, la única prueba válida será la
que se produzca en el juicio, es decir, la que se incluya según los distintos
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mecanismos de incorporación previstos.

Esto hace que jueces, fiscales, defensores, testigos, peritos, documentos,


cosas, etc., además del propio acusado, deban coincidir temporal y espacialmente
en un ambiente, que es la sala de audiencias.

Indudablemente que acudir a una sala de audiencias, tal y como se plantea


para el juicio oral, tiene grandes beneficios, pero lo que más conviene percibir es,
el esfuerzo científico, el estudio y conocimiento de cada caso que ha de ventilarse
en dichas salas, pues como ya ha quedado apuntado, el abogado -orador forense-
ha de darlo todo y es en ése lugar en donde, en verdad, demostrará su
preparación académica, su formación cultural y su amor a la justicia.

C. EL DEBATE.

El debate constituye la etapa mediante la que las partes, juez y público,


coincidirán en audiencias para dilucidar una acusación o juicio.

Pero, el objeto de este trabajo no consiste solo en detallar lo que significa el


proceso penal; ello es tema para otros estudios y para cursos específicos, sino en
describir según la doctrina jurídica comparada y nacional, La conducta que debe
adoptar el abogado en los juicios donde prive la oralidad y por ende deba acudir a
la oratoria forense.

Para Alberto Binder, el debate es un punto de encuentro. En la dinámica del


proceso penal -dice- hallamos un juego entre la diferenciación -producto de la
asignación de distintas funciones a cada uno de los sujetos procesales- y el
encuentro personal de todos esos sujetos en el debate o vista principal. Este juego
-no siempre respetado por los sistemas procesales concretos- es "el que asegura,
en gran medida, que la verdad o la construcción de la solución del caso, surgirán
como producto de un diálogo, de un verdadero proceso dialéctico.
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Binder, agrega, que la Primera actividad propia del debate consiste en la


contestación de la presencia de todas aquellas personas cuya asistencia es
obligatoria. No debemos olvidar que existe un principio básico: la inmediación.
Este principio exige la presencia personal de los sujetos procesales y, por
supuesto, del tribunal. Por tal razón, una vez que el tribunal se ha constituido en la
sala de audiencias le corresponderá al presidente o al secretario de dicho tribunal
-según los sistemas- constatar la presencia del imputado, del Ministerio Público,
de los defensores, del querellante y de las partes civiles -si se hubiere ejercido la
acción civil dentro del proceso penal.

La ausencia de alguno de los sujetos procesales o del tribunal, produce


efectos diferentes, según el caso, Por ejemplo, si falta alguno de los jueces, si no
se encuentran el Ministerio Público, el defensor o el imputado, el debate carecerá
de valor y es necesario suspender la convocatoria hasta que ellos se hallen
presentes. Si, en cambio, son el querellante o el actor civil los que no están
presentes, se entenderán como abandonadas sus pretensiones.

La presencia del imputado es fundamental, porque él tiene un sustancial


derecho de defensa. Por tal razón, es común que se establezca que el imputado
debe concurrir al debate libre en su persona -aunque, para evitar su fuga o
asegurar la realización del debate es posible dictar alguna medida de coerción o
custodia siempre, claro está, que estas medidas no restrinjan su derecho de
defensa-.

Este encuentro entre los sujetos procesales es público, de modo de


asegurar el control popular sobre la manera de administrar justicia.

De lo últimamente expuesto, se colige que el abogado debe estar preparado


para intervenir en el debate del juicio oral, sea el sistema que sea. Entonces, la
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preocupación cesará cuando el estimado lector comprenda nuestra lucha de


varios años al insistir que el profesional del derecho, aparte de dominar el arte de
hablar en público, reúna, también, las cualidades del profesional ideal a que
hemos hecho referencia en anteriores capítulos y que en síntesis son: ser probo,
con sentido humano, veraz, prudente, tenaz, culto, idealista, diligente, lleno del
sentido de su dignidad y su decoro e investigador. Cualidades que en su mayoría,
en suma, José Campillo Sainz está acorde en citar en su obra ya relacionada en
estas páginas, y que hemos reiterado por su especial importancia.

En relación al proceso civil, basta con estudiar su doctrina para arribar a la


conclusión de la modernidad del juicio público, y esto se puede perfectamente
observar en lo referente a la práctica de la oralidad en el juicio civil (por ejemplo,
los alimentos).

Por otro lado, el propio Mauro Cappelletti, nos indica que la idea de la
publicización del proceso civil, está vinculada, hasta cierto punto, a la de la
oralidad. Si el proceso, puntualiza, o al menos la parte culminante del mismo, ha
de desarrollarse a presencia del juez, en suma, si el juez debe ser una persona del
proceso y no solamente una persona (o un colegio de personas) que juzga al final
del proceso, entonces es también necesario que al juez le correspondan ciertos
poderes de dirección y de control del proceso mismo, o por lo menos del debate
público, del trial.

Cualquier jurista europeo que asista a un trial en las cortes inglesas,


quedará impresionado por el extraordinario respeto y deferencia hacia la corte de
los abogados, de las partes y de los testigos. El juez inglés, aun sin entrar en 5a
arena, aun permaneciendo por encima de la arena, controla y dirige con gran
autoridad y con poderes excepcionalmente vastos, y a menudo ampliamente
discrecionales, el desarrollo formal del debate. Hemos visto, continúa Cappelletti,
que el sistema de la escritura nació por la imparcialidad y equidad del juez; pues
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bien, enfatiza el autor citado, el sistema de la oralidad pretende, en cambio, para


poder funcionar adecuada y suficientemente, un juez que tenga los poderes y
sepa usar imparcial y hábilmente los poderes, de dirección y control del proceso y
en particular del debate, lo cual no tendría sentido común si no fuese ordenado,
rápido, concentrado.

Al efecto, cabe considerar, que en tanto los debates en nuestro medio no


sean públicos, los sistemas procesales no podrán despertar del largo letargo en
que se encuentran y continuarán los procedimientos secretos y burocráticos, en
lugar de una eficaz publicización que la oralidad pretende resaltar en cada juicio
de que se trate, sea civil, penal, laboral o comercial.

D. DISCURSO FINAL.

La doctrina de la oratoria forense es clara en indicamos que si bien la


preparación del discurso no es del todo el arte oratorio, es el fundamento. No es
verdad -escribe Femand Coreos- que se debe hablar con locuacidad; no es
conveniente hablar sin preparación. ¿Pero hay un procedimiento de preparación?
No, no hay a este respecto regla absoluta; la experiencia y el buen sentido están
de acuerdo para constatarlo. Jodo orador preparará su discurso, pero cada uno lo
preparará con sus medios e inclinaciones propias.

Sin embargo, una cosa de la que ningún orador puede hacer abstracción,
es la de saber lo que él va a decir, si no cómo lo dirá. Dicho de otro modo, el
hombre puede hablar, pero él no es orador. Incluso, para los temperamentos
excepcionales, es conveniente saber un poco anticipadamente lo que se quieté
decir; de lo contrario, por excepcionales que sean cuando abordan la tribuna
insuficientemente preparada, el trabajo inmediato de adaptación o de intuición que
les es necesario realizar, es de una intensidad de fatiga infinitamente superior a la
de la preparación anticipada.
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Como puede verse, la forma en que dirá los conceptos el orador, requiere
un intenso trabajo de formación cultural, esfuerzo personal y criterio amplio.

A lo anterior agregamos, que el sostén y la base de la preparación del


discurso, es naturalmente la memoria, que juega en la práctica del arte oratorio
un papel capital. . . Pensamiento que también lo comparte el autor Antonio
Miguel Saad, según lo estudiamos en el-Capítulo IlI de este libro y que en una
de sus partes trata de las cualidades del orador.

Precisamente, es Antonio Miguel Saad quien nos recomienda la


relevancia del discurso final, pues son las últimas palabras del orador, frases
que posiblemente sean las que queden grabadas con mayor intensidad en la
mente del auditorio y con las que se recuerde permanentemente su actuación.
Por tanto, el final de todo discurso debe presentarse en forma vigorosa,
persuasiva, convincente y entusiasta; es decir, que además de las palabras
finales, el orador debe dejar sentir en su actitud, la vivencia de la realidad
hacia el tema que expone. Sin estas características, el final puede desmerecer
un magnífico discurso, aunque las palabras de cierre sean las adecuadas; en
cambio, un buen cierre, con idónea actitud oratoria, salva un discurso me-
diocre.

Para alcanzar el objetivo de un buen final -indica Saad-, que es el


corolario de una serie lógica de conceptos, con los que se logra entusiasmar al
auditorio, patentizando su adhesión, aceptación y acción, dependiendo del tipo
de discurso, el orador debe seleccionar alguno de los conceptos siguientes:

1. Exhortando al auditorio.
2. Produciendo un clímax.
3. Mencionando una cita.
4. Terminar con las mismas palabras de iniciación.
5. Resumiendo, cuando se trata de un discurso que tipo informativo.
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6. Con una pregunta, cuando se trata de discursos de tipo filosófico,


científico o religioso.

En consecuencia, conviene analizar las formas anteriormente citadas,


desde el punto de vista de Antonio Miguel Saad. Ya que su experiencia en el
arte de hablar, debe ser aprovechada por todos los lectores, profesionales o no
profesionales.

Así, señala que exhortar es plantear una advertencia con que se intenta
persuadir y lograr que el auditorio actué de acuerdo con lo planteado en el tema.
Toda exhortación oratoria debe hacerse con fuerza, con vigor, entusiasmo y
saturada de sinceridad. El orador con este final debe dejar sentir que el público es-
parte importante para realizar, alcanzar o logradas finalidades encerradas o
planteadas en el discurso. En cambio, el mecanismo para terminar produciendo un
clímax es clásico y consiste en hacer una graduación de ideas en forma
ascendente, para llegar a un punto culminante que provoca una respuesta
inmediata y espontánea del auditorio, quien entusiasta entrega el aplauso. Se
recomienda imprimir en la voz, que va en ascenso, toda la emotividad de que sea
capaz el orador.

Lo anteriormente señalado, opino yo, es de suma importancia,


especialmente para los estudiosos del derecho, abogados litigantes y futuros
profesionales de las ciencias jurídicas, pues debe dársele énfasis a la culminación
de una intervención oral; es más, cuántas veces hemos apreciado en salas de
vistas, tribunales y auditoriums, a oradores que no imprimen emotividad a sus
piezas oratorias. Ello hace perder el interés de los oyentes y un discurso de tal
envergadura se pierde en el espacio ante la ausencia de entusiasmo.

Por su parte, la forma mencionar una cita, puede estar fundada en un


pensamiento célebre, parte de un poema, un pasaje bíblico, etc. Es una forma
muy agradable de terminar un discurso; pero, claro está, acorde y como un cierre
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que involucre o sea síntesis del mensaje. Toda cita de cierre, al igual que en el
recurso de iniciación, le da al discurso un aspecto de categoría y de erudición.

Terminar con las mismas palabras de iniciación, implica inteligencia y


severo trabajo del orador, por lo cual el público aplaude de buen grado. Este
recurso, que no debe aparecer como un pegoste, sino como el final lógico y
derivado de la estructura misma del discurso, da al mensaje aspecto de redondez
o perfección; porque partiendo de un punto, el orador vuelve a caer en él, después
de sus argumentaciones y consideraciones.

Cuando el discurso es de tipo informativo, más o menos largo, se


recomienda que, para precisar los argumentos de la exposición, se termine
resumiendo las ideas más importantes; así, el auditorio se lleva en la mente, en
forma fresca, la síntesis del propio discurso.

Por último, y no por ello menos importante, para los discursos de tipo
científico, filosófico o religioso, el final que se recomienda es el de la pregunta que
se deja flotar en el ambiente, es decir, un interrogante de carácter general que
refuerce la idea central del mensaje.

Efectivamente, resulta conveniente que el auditorio piense sobre lo que se


le está indicando, sea el mensaje que sea, que se ubique dentro de los
lineamientos científicos, religiosos o filosóficos, porque el público no debe sólo
escuchar, sino tomar parte del discurso que se le ofrece, ora que se investigue lo
que se le ha transmitido, ora que lea diversas obras para ilustrarse.

E. ASPECTOS ÉTICOS DEL DEBATE FORENSE.

Mentir en el debate forense es poco útil, porque como bien apunta Angel
Ossorio, frente a nosotros está nuestro adversario para restablecer la verdad y
desenmascararnos. Pero si se trata de actuaciones en que no haya parte contraria
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o no esté personada o se distraiga y caiga en la red de nuestro engaño, ¡que


tremenda responsabilidad de conciencia! Yo no sé -dice Angel Ossorio- cómo un
letrado puede vivir tranquilo cuando está confesándose a sí mismo: Esto que voy
diciendo es falso. Me pagan por mentir. Estoy arrebatando a otro lo que le
pertenece merced de una artimaña embustera. ¿Qué concepto puede tener tal
hombre de sí mismo? ¿No se contemplará como un ser despreciable y vil?

Angel Ossorio nos cita el ejemplo de los abogados que saben que un
hombre ha matado a otro y pueden aceptar o rechazar su defensa, y si la aceptan
podrán excusar su acto alegando eximentes o aminorar la responsabilidad
buscando atenuantes. Lo único que no podremos hacer es negar el hecho, para
que, por tal camino, pueda recaer la responsabilidad sobre otra persona, aunque
nosotros no la acusemos directamente. Sólo con haber triunfado en la ocultación y
logrado la impunidad del crimen mediante una mentira, ya hay bastante para no
vivir tranquilo. Si además, dejamos que sobre un inocente refluya la
responsabilidad o, cuando menos, la simple sospecha, la leve duda, la mínima
insinuación, ¿cómo se podrá volver a conciliar el sueño? Pocos crímenes habrá
mayores que ése. Esto es tan claro que no necesita argumentación. Únicamente
los miserables pueden desconocerlo…

En tal virtud, el abogado tiene la obligación de actuar con ética en todas las
diligencias procesales que se le encomienden, sin prepotencias e irregularidades,
sin trucos, engaños o chicanas que en nada le beneficiarán; - todo lo contrario,
sólo dejarán ante el juzgador dudas y malas impresiones su actuación.

Mauro Cappelletti, al referirse a la publicización o moralización del proceso


civil en algunos países de la Europa Occidental, habla de la introducción de un
deber de lealtad y de probidad de las partes y de sus defensores en el proceso, y
en particular a la introducción de un deber verdad: esto es, el deber de la parte (y
de su defensor), de no alegar hechos que sepa que son falsos, y de no negar
hechos (alegados por el adversario) que sepa son verdaderos.
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Por otro lado, la mayoría de autores al referirse a los aspectos éticos y a la


actuación del profesional del derecho, son claros en indicarnos que la deslealtad
es tan deleznable como cualquiera de los crímenes que comete el delincuente
común.

La lealtad, la probidad, el deber de verdad para conocido en el proceso


clásico romano y todavía en el medioevo sobrevivían ciertos institutos (como el
jusjurandurn calumniae), que estaban dirigidos a impedir a la parte comportarse de
mala fe respecto del adversario. En el proceso italiano-canónico v común, aquellos
institutos terminaron, sin embargo, por perder en gran parte el antiguo vigor.

La doctrina procesalística europea del siglo pasado, y todavía la de nuestro


siglo, ha discutido ampliamente el problema de la oportunidad de introducir en las
nuevas leyes procesales un deber de verdad. Procesalistas de gran fama y valor
como, en Alemania, Adolf Wach y Richard Schmidt, o como Piero Calamandrei y
Enrico Redenti en la doctrina italiana de este siglo, han combatido el deber de
verdad, considerándolo un instituto inquisitorio y contrario a la libre disposición de
las partes, un instrumento ele tortura moral contra la parte en el proceso civil.

Pero, hoy en día, la doctrina europea tiende, predominantemente, a


considerar esta concepción como un reflejo procesal de la ideología
individualistica, de laissez faire; y tiende, cosiguientemente, a afirmar la
oportunidad y la moralidad de un deber de verdad de las partes en el proceso civil
y su conciliabilidad con el principio dispositivo.

En efecto, la búsqueda de la verdad por conducto del abogado, debe ser


parte primordial de su formación moral; ello nos lo confirma José Campillo Sainz,
cuando afirma que el abogado debe buscar la verdad y proceder con veracidad.
Nos está -dice- prohibido alegar hechos falsos; hacer citas inexactas; preparar
testigos mentirosos; falsificar documentos y, en general, realizar cualquier acto
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contrario a la verdad de los hechos o a la exactitud del derecho.

La verdad y la justicia son valores íntimamente ligados. En muchos litigios


encontrar la verdad es saber dónde está la justicia. De hecho, el procedimiento
consiste en un método o camino para demostrar la verdad. El hecho es
normalmente más elocuente y definitivo que cualquier argumento de derecho.

Precisamente, agregamos: es de suma importancia comprender que el


abogado culto, el orador forense, ha de usar en los debates una alta elocuencia
moral que le permita, a su vez, hablar con la verdad y con los medios legales
permitidos por el código de ética profesional.

Para terminar, debemos recordar que las alegrías del orador en los
tribunales, es hacer pronunciar al juez el derecho -y si hay que suplirlo- la equidad;
es en la vida pública servir del mejor modo los intereses de la colectividad de los
que se es inmediatamente solidario. Es también, todavía, lo hemos dicho, -¿por
qué no señalarlo aún?-, ciertas horas de grande, ancha y fecunda emoción que la
tribuna puede dar.

En conclusión, la doctrina jurídica, el derecho comparado, tanto público


como privado, nos confirma la urgente necesidad de la oratoria forense para el
abogado, ya que tal disciplina le obliga a estudiar y a prepararse más
profundamente, cual si se tratara de un jurista. Amén de lo escrito, igualmente, es
el estudio de la oralidad y su introducción en nuestros sistemas procesales, toda
vez que, como ya ha quedado apuntado en este trabajo, la oralidad no es
propiedad exclusiva del derecho anglosajón, sino que también del latino. Además,
la única forma de poder comprobar la evolución oral y escrita de sus
representantes, el grado de ilustración que poseen, y su ética.
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EL ABOGADO EN EL JUICIO ORAL.

La exigencia de un juicio público, importa la utilización de la oralidad como


principal herramienta para la realización del debate.

En consecuencia, el abogado que se presta a cumplir con su cometido,


debe enfrentar el desafío que supone “usar la palabra”. Ello implica poner el
cuerpo, de ello se trata: de la presencia física en un interactuar con otras
personas, delante de terceros que podrán observar lo que acontece formarse
juicios de valor al respecto. Así como escribir es un acto íntimo, de muchas
posibilidades de reflexión, de un goce individual, de un desafío exclusivamente
personal, hablar en público implica todo lo contrario.

Hay abogados que naturalmente hablan bien, son dotados por naturaleza,
no solo para expresarse correctamente, sino en forma atractiva. Son aquellos que
seguramente atesoran en su historia personal, muchas horas de buena lectura, a
lo que se agrega condiciones histriónicas personales que colaboran con su buen
decir.

Se trata de volcar experiencias y sumar técnicas, que a lo mejor se utilizan


sin realmente saber de su existencia. De cualquier forma, se advierte que en esto
dela eficaz comunicación no hay recetas para que cumplidas, se logre la
transformación en un excelente orador. Todo lo contrario a lo que proponen las
viejas escuelas de oratoria. Se trata de reconocer que la mejor comunicación es la
que resulta de la forma natural de expresión verbal y gestual: a partir de esa
sencilla formula que se sintetiza en hablar “normalmente” tratando de ser claros y
conseguir transmitir la verosimilitud de nuestros razonamientos de manera
sencilla, a presentarse lo menos artificial posible, se deben observar algunas
reglas que harán más fácil la tarea de hablar en público. Ello supone enfrentar un
escenario donde el auditorio se compone de jueces, funcionarios, fiscales,
abogados, y todas las personas que escucharán.
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Si se trata del defensor o del querellante, será escuchado por su cliente,


que precisamente paga por ese trabajo y tiene derecho a recibir un servicio eficaz.
Sin embargo, la exigencia también corresponde al Fiscal, de quien se espera que
cumpla adecuadamente su tarea, ya que como funcionario público representa a
toda la sociedad.

Las reglas de la moderna oratoria pretenden convertirse en una herramienta


para que todos los conocimientos jurídicos pestos al servicio de la línea de
defensa que se ensaya más la información fáctica que se obtendrá con la prueba
a producirse en la audiencia, sean comunicados en la mejor manera posible.

Saber exponer una correcta teoría del caso, manejar adecuadamente


técnicas de interrogación a testigos, peritos, imputados y víctimas, poder elaborar
un alegato que al mismo tiempo pueda convertirse en proyecto de sentencia,
reclaman seria y responsablemente la utilización de mínimas reglas de elemental
oratoria. No basta con tener razón, sino con saber expresarla, de ello se trata.

Podemos ver a la oratoria como una técnica donde se impone el empleo de


reglas para conseguir una eficiente comunicación, que por supuesto no se agota
en el buen hablar, el bien decir, sino que apunta a “con-vencer”.

En el contradictorio discursivo que supone todo juicio, esto de tener que


vencer a la otra parte o incluso a los supuestos prejuicios que puedan existir en los
jueces, respecto de la versión que se brinda para beneficio del cliente, reclama el
auxilio de técnicas apropiadas. Se trata de vencer con la utilización del discurso,
en este caso, oral, es decir hablado.

La palabra hablada, compone parte de un discurso, pero esto no se limita a


su utilización, lo gestual también lo integra. La propia vestimenta del orador
importa un discurso, en tanto transmite una imagen.
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El juicio oral presenta una oportunidad única para el abogado, ya que se


enfrentará a una situación para la que no hay antecedentes. El marco jurídico
realmente no cambia, perlo que sí cambia es la forma de representarlo y es ahí
donde el sistema procesal oral puede exhibir las deficiencias en materia de
comunicación verbal y no verbal de los profesionales del derecho, y esto plantea
una serie de oportunidades valiosas para el abogado.

Con la llegada de los juicios orales el abogado puede ser capaz de:

 Conocer las claves para el convencimiento de los jueces y utilizar los


elementos básicos y avanzados de los que consta la comunicación
no verbal de persona a persona y frente a grupos.

 Aprender cómo presentar el alegato con la misma estructura del


discurso persuasivo y eliminar progresivamente el miedo a exponer
frente a grupos.

 Conocer las técnicas verbales y no verbales en los interrogatorios y


utilizar el lenguaje vago y el lenguaje de precisión para las distintas
etapas del juicio.

 Crear una excelente primera impresión al entrar en la sala y conocer


cuáles son las señales no verbales de la mentira y la contradicción.

 Aprender estrategias de alto impacto para presentar sus alegatos de


forma clara y concisa y conocer las distintas formas de captar la
atención y comandar liderazgo en una sala de juicios.

El poder destacarse de otros abogados, permitirá al abogado que se


preocupe por aprender y capacitarse en la oratoria, el ganar más juicios y por
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ende, obtener más clientes.

Estamos en una época de cambio muy fuerte en el área del derecho en


Guatemala, y es también una época de grandes oportunidades para quien decida
tomar el reto y capacitarse en la oratoria para juicios orales.

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