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¿Qué es el capitalismo?

Una introducción a la crítica de la economía política

Textos de
Rolando Astarita

Prólogo, compilación y edición:


Javier A. Riggio y Mariano A. Repossi

...
1

Edición autogestionada

Ciudad Autónoma de Buenos Aires


República Argentina

Otoño 2013

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Índice

Prólogo

Con El Capital bajo el brazo, por Javier A. Riggio y Mariano A.


Repossi.......................................................................................4

Primera parte:
Introducción a la crítica de la economía política

¿Qué es el capitalismo?............................................................10
La cuestión de la ética en Marx...............................................33

Segunda parte
Política y sindicalismo
...
2 Cuestiones sobre análisis políticos de la izquierda sindical...44
Métodos de discusión en ámbitos de izquierda.....................65
Izquierda, indignados y acción política..................................70
División obrera, no miremos para otro lado..........................77
Crítica al Programa de transición.............................................83
Apéndice: Sobre las fuerzas productivas y su desarrollo......161
Reflexiones sobre el peronismo de izquierda.......................181

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Tercera parte
Ley del valor-trabajo para todos y todas

A) El mundo

Crisis y mercado mundial.....................................................194


Deudas y bancarrota del capitalismo....................................201

B) Latinoamérica

Crecimiento, catastrofismo y marxismo en América Latina..206

C) Argentina

«Profundizar el modelo» después de Kirchner....................217


Fuga de capitales, dólar y modelo K.....................................228
Economía argentina, coyuntura y largo plazo.....................236
Asistencia social K, marxismo y Poulantzas.........................261 . . .
Ajuste y represión K.............................................................266 3

Epílogo
«Atrévete a pensar»

El «atrévete a pensar» de Marx y el socialismo.....................274

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PRÓLOGO
CON EL CAPITAL BAJO EL BRAZO…
La emancipación de los trabajadores será obra
únicamente de los trabajadores.
Estatuto de la Asociación Internacional
de los Trabajadores (AIT), 1864.

1. Para qué

En condiciones capitalistas, los seres humanos nos dividimos en dos


clases sociales: los dueños de los medios de producción (dueños de
tierras, fábricas, transportes, máquinas, el dinero, los bancos…) y los
que estamos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo en el
mercado (o sea, los que si no trabajamos por un salario nos morimos
de hambre). Estas condiciones no son naturales ni divinas, sino
históricas: se trata de una relación social mediante la cual unos seres
humanos viven del trabajo de otros seres humanos. Los explotadores
integran la clase burguesa, los explotados integramos la clase
. . . trabajadora.
4 Entre los modos de defensa que los explotados hemos instituido
en los últimos 150 años se hallan los sindicatos. Garantizar la venta
de fuerza de trabajo para los seres humanos es lo mínimo necesario
para que podamos vivir. Al menos, mientras exista el capitalismo.
Pero no alcanza.
Luchar por el salario, por el derecho a huelga, por el pago de
horas extra, por mejoras en las condiciones laborales, por cobertura
social, por una jubilación, etc., resulta imprescindible para vivir. Pero
no es suficiente para vivir humanamente. Mientras existan seres
humanos que vivan de la explotación de otros seres humanos, la
sociedad no será verdaderamente humana. Dicho por la negativa, hay
que luchar sindicalmente (reducir la explotación todo lo que podamos)
y hay que combatir la lógica del capital (que impone la ganancia como
objetivo fundamental para la vida). Esperamos que este libro sea un
aporte a favor de esa lucha y de este combate. Y, dicho por la positiva,
hay que construir, aquí y ahora, tanto como se pueda, lazos sociales de
sentido emancipatorio. Porque el capitalismo está en todos lados: en
el trabajo, en la familia, en el barrio, en la escuela, en la universidad,
en el hospital… En fin, no se trata de «esperar» a que derrotemos el
capitalismo para, recién entonces, entregarnos a la tarea de comenzar

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a construir esas otras relaciones sociales. Se trata de que, asumiendo
los obvios límites que nos impone el modo de vida capitalista,
empecemos a tensarlos en sentido emancipatorio, sin miedo alguno a
equivocarnos y sin esperanza alguna de tener éxito.

2. Quiénes

Los textos que seleccionamos para armar este libro fueron escritos
por Rolando Astarita. La mayoría de ellos está a disposición tanto en
su blog http://rolandoastarita.wordpress.com como en su página web
www.rolandoastarita.com. Otros fueron publicados en los años
noventa en la revista Debate Marxista. Debemos decir que, más allá de
la relación personal que tenemos con Astarita, nos importa poco y
nada la autoría de los textos que estamos prologando y nos importa
poco y nada que seamos nosotros dos quienes estemos editando este
libro. La crítica a la relación social capitalista es una creación de la clase trabajadora.
Esto es lo fundamental para nosotros. Que ciertos nombres (Rosa
Luxemburg, Karl Marx, Vladimir Lenin, Ema Goldman,León Trotsky,
Anton Pannekoek, Alexandra Kollontai y otros miles) colaboren con
la lucha por la emancipación no debería hacernos perder de vista que . . .
lo más importante es la emancipación de la humanidad, no los 5
nombres de autor (mucho menos los nombres de editor).
Aclarado eso podemos explicitar que decidimos editar un libro
con textos de Astarita por dos motivos. En primer lugar, porque
consideramos que presentan, en general, la exposición actualizada de
la obra marxiana más clara, didáctica, crítica y rigurosa que
conocemos. Esto no significa que acordemos con todo lo que dicen los
textos que compilamos; simplemente nos interesa que cada quien
piense por sí mismo y consideramos que estos textos ayudan a pensar.
En segundo lugar, porque su autor, si bien trabaja hace años como
profesor universitario, es, en primera instancia, un militante
autodidacta. Subrayamos estos aspectos de la vida de Astarita porque
afirmamos la absoluta importancia de la autoformación para la
militancia política anticapitalista. Si la emancipación de los
trabajadores sólo será realizable como autoemancipación colectiva,
entonces la educación emancipadora sólo será realizable como
autoeducación colectiva. De manera que no hacemos este libro por Astarita
o por Marx, sino que lo hacemos, en tanto somos trabajadores y
militantes, por nuestra emancipación y la de todos nuestros
compañeros del mundo.

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3. Por qué...

…un libro? Porque consideramos que es fundamental la tarea de conocer


al enemigo contra el cual peleamos. Dijimos que la división en clases
es esencial a la sociedad capitalista. Además, notamos otro tipo de
división que favorece la reproducción del sistema en el que somos
explotados. Nos referimos, puntualmente, a la división entre el trabajo
intelectual y el trabajo manual. Si bien esta división nunca se da de
manera pura (no hay intelecto sin manos, ni hay manos sin intelecto),
todo grupo social (pequeño o grande) en el que una minoría toma las
decisiones y una mayoría las ejecuta se basa en la división manual/
intelectual del trabajo, porque se supone que algunos «saben pensar»
y otros únicamente «saben hacer». Esta división entre los que «usan
la cabeza» y los que «usan las manos» es una relación social y, en
tanto tal, se encuentra en todas las instituciones burguesas, en los
lugares de trabajo y, mal que nos pese, en las organizaciones de
trabajadores. Por eso queremos hacer hincapié en cómo aparece esta
división en el problema de la formación teórica y política de los
trabajadores.
... Simplificando un poco, hay dos aspectos de un mismo problema:
6 el contenido de la formación (qué se estudia) y el modo en que realiza la
formación (cómo se estudia). También podríamos decir que el primer
aspecto es de orden ideológico y el segundo es de orden organizativo.

Primer aspecto: el contenido


(O el problema ideológico)

El objeto de estudio de la economía política es la producción, la


distribución y el consumo de la riqueza social. En la inmensa mayoría
de las producciones teóricas que circulan y se consumen (en libros, en
artículos de revistas, en los medios de comunicación masiva, etc.)
predominan el punto de vista liberal y el punto de vista populista. Los
liberales centran sus explicaciones en el consumo de la riqueza social,
por eso postulan –teórica y políticamente– que hay que «liberar al
Mercado» para que la economía se desarrolle sin turbulencias: si ocurre
alguna crisis se debe, según el liberalismo, a la intromisión de un
agente externo, que suele ser el Estado. Por ello un Estado
intervencionista impide, según los liberales, un desarrollo «libre» del
consumo. Los populistas, por su parte, centran sus explicaciones en la
distribución de la riqueza social, por eso sostienen que sólo un «Estado

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fuerte» puede garantizar la armonía de la sociedad: si ocurre alguna
crisis se debe, según el populismo, a la angurria irresponsable de los
agentes del Mercado. Por ello un Mercado librado a su suerte impide,
según el populismo, una distribución equitativa de la riqueza.
A un lado, las odas al Mercado. Al otro, las odas al Estado.
Liberales y populistas parecen adversarios, pero no lo son. Porque
tanto unos como otros gambetean el problema de la producción de la
riqueza social. Dicho en pocas palabras, liberales y populistas ocultan
la explotación capitalista y la lucha de clases. La inmensa mayoría
del «saber» económico al que tenemos acceso pertenece a uno de estos
dos puntos de vista que son, esencialmente, un mismo punto de vista
burgués. Es por eso que, desde la perspectiva de la clase trabajadora,
afirmamos la importancia de estudiar la teoría marxiana como
producto teórico propio de la clase trabajadora, como crítica de la
economía política para comprender la lógica de la explotación
capitalista y la dinámica de la lucha de clases, para conocer el cómo de
la producción de la riqueza social, el por qué de su distribución y
consumo y el cuál de su carácter histórico.

Segundo aspecto: el modo ...


(O el problema organizativo) 7
Pero recién llegamos a mitad de camino cuando afirmamos la
necesidad de formarnos con aquellas contribuciones teóricas que
expliquen la realidad cotidiana y nos permitan luchar sin ilusión.
Pues, como hemos dicho, no hay contenido sin forma, ni forma sin
contenido. Por lo que es ineludible el problema de cómo nos formamos,
de qué manera.
En aquellas organizaciones que aceptan la importancia de la
formación, ésta suele ir de la mano de la decisión de separar a ciertas
personas (las más capaces, las más aptas, los «cuadros») para que se
especialicen en determinados problemas, que se embeban de ciertas
tradiciones teóricas. Luego, en el mejor de los casos, este conocimiento
acumulado será distribuido para la gran mayoría de los integrantes
(«de base») de la organización en forma de «charlas-relámpago»,
cursos, revistas y, por supuesto, el periódico. Remarcamos que esta
práctica en la que una minoría estudia y una mayoría vende periódicos
corresponde a una decisión política.
Frente a esta tradicional forma de asumir la tarea de formación,
en la que se asume acríticamente la escisión entre los que piensan y

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los que hacen, afirmamos el carácter indelegable de la propia
formación, es decir, apostamos a la autoformación. Y el generar las
condiciones para estos procesos es tarea de la propia organización.
La práctica de la autoformación implica procesos de largo
aliento, requiere constancia y paciencia. El inmediatismo de la lucha
política, muchas veces, obstaculiza las condiciones para su ejercicio.
Pero mientras concibamos y reconozcamos su importancia para la
lucha contra el capital, mientras la inquietud por el propio conocer
exista, esas condiciones, tarde o temprano, se irán generando. El
verdadero problema es no considerarlo, justamente, un problema.

4. Cómo

Hacemos este libro como trabajadores y como militantes. Junto a


compañeras y compañeros de militancia, financiamos su impresión
con dinero «de nuestros bolsillos», es decir, con la venta de nuestra
fuerza de trabajo en el mercado. El precio de venta de este libro equivale
al costo unitario de impresión, porque no nos interesa lucrar con este
material sino que nos interesa que circule entre compañeras y
. . . compañeros. De hecho, ya advertimos que los textos compilados se
8 encuentran a disposición de cualquiera que tenga acceso a internet, en
el blog y en la página de Rolando Astarita. Si recreamos estos textos
en forma de libro es porque nos interesa favorecer condiciones de
acceso a estos materiales de autoformación, no como manera de
difundir a un autor, sino como manera de propiciar que cada trabajador
y trabajadora generemos nuestras propias opiniones y evaluemos
por nuestros propios medios las razones, los problemas, los conceptos
de la crítica de la economía política. Es decir, de la crítica contra el
sistema que nos explota cotidianamente. Porque, si bien este libro es
una introducción a la crítica de la relación social capitalista, también
nos da elementos para pensar y hacer política en sentido
emancipatorio.
Dijimos al comienzo que hay que luchar sindicalmente y que
hay que combatir al capital. Digamos que también es necesario
construir una alternativa comunista al modo de vida burgués. Pero
eso hay que hacerlo y no se resolverá solamente con un libro.

Javier A. Riggio y Mariano A. Repossi,


otoño de 2012.

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Primera parte

Introducción a la crítica
de la economía política ...
9

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¿QUÉ ES EL CAPITALISMO?

1. Introducción

Hace muchos años un defensor del sistema capitalista, un señor


llamado Mandeville, escribió un libro que en su momento fue famoso,
La fábula de las abejas. Ahí sostenía que «para contentar al pueblo
aun en su mísera situación, es necesario que la gran mayoría siga siendo
tan ignorante como pobre». Mandeville pensaba que el conocimiento
por parte del pueblo era peligroso porque «amplía y multiplica
nuestros deseos, y cuanto menos desea un hombre tanto más fácilmente
. . . pueden satisfacerse sus necesidades». Y mucha gente sigue pensando
1

10 así; de hecho, incluso, hace poco en el diario La Nación, de amplia


circulación entre la clase pudiente, apareció un largo artículo, lleno de
elogios a Mandeville y su La fábula de las abejas.
Pues bien, el objetivo de este pequeño escrito es hacer
exactamente lo opuesto de lo que quería Mandeville. O sea, vamos a
explicar, de la manera más sencilla posible, qué es el sistema capitalista,
por qué es un sistema que produce concentración de la riqueza, por un
lado, y al mismo tiempo genera miseria, desocupación, y trabajos mal
pagos y agotadores. Queremos ayudar a ubicar en una perspectiva
amplia las luchas sociales que el pueblo emprende diariamente. O sea,
que los trabajadores, los desocupados, conozcan por qué el actual
sistema económico podría cambiarse, y la sociedad podría organizarse
de manera que millones de personas no tengan que estar en una
situación mísera. Que se conozca por qué tenemos el derecho de conocer
para «ampliar y multiplicar nuestros deseos», y para que algún día
tengamos un mundo libre de miserias y privaciones.
Empecemos explicando las clases sociales.

1
Esto lo tomamos de un libro que escribió Carlos Marx, El Capital, donde cita a
Mandeville.

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2. Las dos grandes clases sociales

El sistema capitalista se caracteriza, en primer lugar, por el hecho de


que las fábricas, los campos, los bancos, los comercios, es decir, los
medios para producir, comerciar y para el intercambio, son propiedad
privada de un grupo social, los capitalistas. Frente a ellos se encuentra
una inmensa mayoría de personas que no son propietarias de ningún
medio para producir, y deben trabajar para los capitalistas por un
salario. Son los obreros.
Ser obrero o capitalista no es algo que podamos elegir a voluntad,
porque está determinado por la forma en que está organizada la
sociedad. Para comprender este importante punto, supongamos dos
niños, uno hijo de obreros, el otro de empresarios. El primero, cuando
llegue a adulto, a lo sumo tendrá como herencia la casa de sus padres;
con eso no podrá para mantenerse, y deberá hacer lo mismo que
hicieron sus padres: contratarse como empleado u obrero. Es decir,
pertenece a la clase obrera desde su nacimiento, a la clase que no es
propietaria de los medios para producir. Es una situación que no elige,
porque la conformación de la sociedad lo destina a ese lugar. El segundo,
en cambio, cuando llegue a adulto va a heredar la empresa de sus . . .
padres, y estará destinado «socialmente» a ser empresario. Como 11
vemos, cada uno de estos niños pertenecerá a grupos sociales distintos.
¿Qué los distingue? El hecho de que uno de esos grupos es propietario
de los medios de producción, el otro no lo es. Los que no son propietarios
están obligados a trabajar bajo el mando de los que son propietarios.
A los grupos de personas que se distinguen por la propiedad o
no propiedad de los medios de producción, se los llama CLASES SOCIALES.
La clase capitalista es la clase o grupo de gente propietaria de los medios
de producción. La clase obrera es el grupo que no es propietario de los
medios de producción y debe trabajar por un salario, bajo el mando de
los capitalistas. Un obrero puede ganar más o menos dinero, pero
mientras no sea propietario de las herramientas y máquinas con las
que trabaja, y esté obligado a emplearse por un salario bajo las órdenes
del empresario, seguirá perteneciendo a la clase obrera.
En esta sociedad existen dos grandes clases sociales, los
propietarios de los medios de producción, que emplean obreros; y los
no propietarios de los medios de producción, que trabajan como
asalariados para los primeros.
Entre estas dos grandes clases sociales existe otra clase, que
llamaremos la pequeña burguesía. Este grupo ocupa una posición

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intermedia entre la clase obrera y la clase capitalista, porque por lo
general tienen una propiedad (por ejemplo, un taxi, un pequeño
comercio, son profesionales independientes), pero no emplean obreros,
y viven de su trabajo.
También existen otros sectores, que son más difíciles de clasificar;
por ejemplo, los ladrones, los mendigos. Pero lo importante es que nos
concentremos por ahora en las dos grandes clases, la capitalista y la
obrera, para analizar qué relación existe entre ambas. Esta relación
nos mostrará el secreto del funcionamiento de este sistema capitalista.
Antes de terminar este punto, queremos refutar una idea que
tratan de inculcar, y que viene a decir que es «natural» que los seres
humanos pertenezcan a clases diferentes. Según este argumento,
pareciera que la naturaleza ha dispuesto que algunos vengan a este
mundo siendo propietarios de los medios para producir y comerciar,
y otros no. En el mismo sentido, se nos quiere hacer creer que hace
muchos años, hubo un grupo de gente que ahorraba y trabajaba mucho,
y otro que haraganeaba todo el día. Entonces, el primer grupo se hizo
propietario, y a partir de allí sus hijos y todos sus descendientes ya no
tuvieron que trabajar. Mientras que los del segundo grupo, los
. . . holgazanes, se vieron obligados a trabajar como empleados, y todos
sus descendientes también, y ya no pudieron salir de esa situación.
12
Como se puede intuir, todos estos son cuentos para disimular el
hecho de que esta sociedad está dividida en clases, que esta situación
ha sido provocada por la evolución de la historia humana, y por lo
tanto es modificable. Veamos ahora qué sucede cuando un obrero
trabaja para el patrón.

3. La explotación I: ¿qué es el valor?

Vamos a comenzar por una pregunta que está en la base de toda la


economía: de dónde viene el precio de las cosas que compramos o
vendemos. Aquí vamos a dar una explicación muy sencilla, que nos
servirá para lo que sigue.
Cuando hablamos de precio, nos referimos al valor económico
que tiene una mercancía. Por ejemplo, si un reloj tiene un precio muy
alto, decimos que tiene mucho valor; de un producto de mala calidad,
decimos que vale muy poco. Entonces, ¿Qué es lo que da valor a las
cosas? ¿Por qué algunas tienen mucho valor (son caras) y otras no?
En el siglo pasado, varios economistas llegaron a la conclusión

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de que lo que otorga valor a las mercancías (por lo menos, de todas las
que se hacen con vistas a la venta) es el trabajo humano empleado
para producirlas.
Por ejemplo, si un mueble tiene una madera muy pulida, si tiene
muchas manos de barniz, es decir, si tiene muchas horas de trabajo
invertidas en su fabricación, tendrá más valor que otra mesa mal
terminada, mal pulida. Supongamos que en la primera se han empleado
20 horas de trabajo, y en la segunda 10 horas. La primera tendrá el
doble de valor que la segunda y eso se manifestará en el precio: podemos
suponer que la primera costará el doble de dinero que la segunda. Por
ejemplo, si la primera vale 100 pesos y la segunda 50 pesos,2 esa
diferencia expresará que en la primera se empleó aproximadamente el
doble de tiempo de trabajo para producirla.
La fuente de valor es el trabajo humano que se invierte en
producir, en modificar materias tomadas de la naturaleza, para crear
los bienes de uso que empleamos en nuestras vidas.
Entonces el valor es una cualidad, una propiedad, de los bienes
que compramos o vendemos, que tiene algo así como dos «caras»: por
un lado, es el tiempo de trabajo que se emplea para producir ese bien;
ésta sería la cara oculta, la que no vemos a primera vista, cuando . . .
estamos en el mercado. Por otro lado, ese tiempo de trabajo se nos 13
muestra en el precio, en el dinero que pagamos cuando lo compramos
o que recibimos cuando lo vendemos; esta es la cara visible del valor,
que hace que no nos demos cuenta de que, al comprar o vender cosas,
estamos comprando o vendiendo tiempos de trabajo.
Por eso, cuando decimos que un bien (una mesa, una camisa,
etc.) vale tanto dinero, estamos diciendo en el fondo que se empleó una
cierta cantidad de trabajo para producirla. A pesar de que esto no
aparece a la vista, los empresarios siempre están calculando los
tiempos de trabajo empleados. Por ejemplo, los empresarios del acero
calculan que en Argentina, para producir una tonelada de acero, hoy
hacen falta 11 horas de trabajo, en Brasil 8 y en México 12. Estas
diferencias pueden estar dadas por las diferentes técnicas, o por otros
motivos.
Por supuesto, un trabajo más complejo, más difícil, agrega más
valor. Daremos un ejemplo. Supongamos que un campesino leñador

2
Esto siempre es aproximado, porque la primera mercancía puede tener un precio
de 101, 102, 99, etc., y lo mismo sucede con la segunda: puede costar 48, 51, 49,
53, etc. Es decir, los precios oscilan alrededor de un promedio.

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va a un bosque y corta un árbol, y lo transporta hasta el pueblo, donde
vende la madera, y que toda esa operación le lleva 10 horas de trabajo;
supongamos que en cada hora de trabajo los hacheros generan 5 pesos
de valor. Por lo tanto, este campesino podrá vender la madera en 50
pesos (10 horas de trabajo x 5 pesos = 50 pesos). Pero quien compra
ahora la madera es un artesano, tallador experto, que saca de ella un
bonito adorno. Supongamos que este artesano emplea otras 10 horas
de trabajo, pero esta vez, como su trabajo es más complejo, más difícil,
en cada hora de trabajo agrega 15 pesos de valor, en lugar de los 5 que
generaba el leñador. Por lo tanto, habrá sumado a la madera un valor
de 150 pesos (10 horas de trabajo x 15 pesos = 150 pesos). El adorno, de
conjunto, valdrá 200 pesos = 50 pesos (valor creado por el leñador) +
150 pesos (valor creado por el tallador). Estos 200 pesos representarán
10 horas de trabajo «simple», del leñador, y 10 horas de trabajo
complejo, del artesano tallador. También podríamos reducir todo a
horas de trabajo simple, por ejemplo, decir que los 200 pesos que vale
el adorno representan 40 horas de un trabajo tan simple como el que
realizó el leñador.

...
14
4. La explotación II: ¿qué es el plusvalor?

Conociendo qué es el valor, podemos saber cómo surge la ganancia del


empresario. Veamos qué sucede cuando el obrero trabaja en una fábrica
por un salario.
Supongamos que en una empresa el obrero utiliza un telar, e
hila algodón. El algodón que emplea diariamente para hacer el hilado
tiene un valor de 100 pesos. Supongamos también que el obrero hace
un trabajo simple, durante 10 horas, y crea un nuevo valor, de 50
pesos. Por otra parte, por el desgaste del telar, los gastos de luz, agua,
y otros, hay que agregar otros 10 pesos de valor. La cuenta es:

100 pesos que vale el algodón que emplea


+ 50 pesos que agrega el obrero con su trabajo diario de 10 horas
+ 10 pesos de gastos del telar, y otros gastos
Total: 160 pesos que vale el hilado.

¿Dónde está la ganancia del dueño de la empresa? ¿De dónde puede


salir? Esta era la gran pregunta que se hacían los economistas en el
siglo pasado, y no acertaban a responder. La respuesta que dio Carlos

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Marx es la siguiente: el obrero agregó con su trabajo 50 pesos de valor
al hilado. Pero el dueño de la empresa no le devuelve ese valor que
produjo, porque sólo le paga de acuerdo a lo que necesita para
mantenerse él y su familia, que será menos que los 50 pesos de valor
que ha creado. Por ejemplo, si el obrero necesita –en promedio– 25
pesos por día para comer, vestirse, pagar el alquiler, mantener a sus
hijos (aunque sea a nivel mínimo), el dueño de la empresa procurará
pagarle sólo esos 25 pesos, que representan 5 horas de trabajo. De esta
manera, el obrero habrá empleado 5 horas en producir un valor igual
a su salario, de 25 pesos. Y otras 5 horas habrá trabajado gratis,
produciendo un PLUSVALOR o PLUSVALÍA de 25 pesos, que se los apropia el
capitalista.
En algunos casos los obreros, con sus luchas, consiguen
aumentos, por ejemplo, llevar la paga a 27 pesos; en otros casos, el
dueño de la empresa logrará bajar el salario, por ejemplo a 23 pesos.
Pero siempre existirá ese plusvalor en favor del capital. Hagamos ahora
las cuentas totales:

El dueño de la empresa invirtió: 100 pesos en comprar algodón; invirtió


antes en las instalaciones y las máquinas, y esto se lo va cobrando . . .
poco a poco, cargando 10 pesos por día en sus costos3; además, pagó 25 15
pesos al obrero: Por lo tanto el costo del hilado para él es de 125 pesos.
Pero como el obrero creó un nuevo valor «extra» por 25 pesos, podrá
vender el hilado en 150 pesos. Le quedan 25 pesos de ganancia. Ahora,
en cuentas:

100 pesos de algodón


+ 10 pesos de desgastes de la máquina
+ 25 pesos de salario del obrero
+ 25 pesos de plusvalía
Total: 160 pesos

Observemos entonces que el capitalista le paga al obrero no de


acuerdo al valor que produjo, sino de acuerdo al valor de los alimentos,
de la ropa, de la vivienda, que necesita para vivir. Por eso Marx dice
que el dueño de la empresa le paga al obrero el valor de su fuerza de
trabajo. El valor de la fuerza de trabajo es el valor de la canasta de

3
Calcula que al cabo de determinado tiempo habrá recuperado esa inversión para
comprar de nuevo máquinas y la fábrica.

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bienes que consume el obrero para vivir y reproducirse.
De esta manera el dueño de la empresa dispone de una forma de
generar ganancias sin tener que trabajar; o a lo sumo, trabaja en la
vigilancia de los trabajadores, en cuidar que éstos produzcan lo debido.
Pero cuando es poderoso, contrata a los capataces y supervisores para
esa tarea. A esto le llamamos explotación, porque el obrero produce
más valor que el que recibe a cambio.
¿Por qué el capitalista pudo hacer esto? Recordemos lo básico:
porque es el dueño de los medios de producción, es decir, de los medios
para crear lo que necesitan los seres humanos para vivir. Sin
herramientas, sin materias primas, sin dinero para mantenerse
mientras produce, el obrero no puede vivir. Por eso está obligado a
vender su fuerza de trabajo al empresario, y a producir plusvalía para
éste. Recordemos lo que decíamos al comienzo: desde su cuna los
obreros están destinados a ir a trabajar por un salario, porque no
disponen de los medios para producir. Y si carecemos de herramientas
y de las materias primas, si tampoco tenemos un pedazo de naturaleza
para proveernos, es imposible alimentarnos, vestirnos, tener vivienda.
Estar carente de propiedad es como estar encadenado al capital; el
obrero es libre sólo en apariencia.
...
16
5. ¿Qué es capital?

Ahora estamos en condiciones de definir qué es capital: es el dinero, los


medios de producción, y las mercancías, que son propiedad de los
empresarios y se utilizan en la extracción de plusvalía. Veamos esto
con detenimiento.
Cuando el empresario decide invertir su dinero, ese dinero es la
forma que toma su capital. Con ese dinero compra el algodón, el telar,
el edificio de la fábrica; por lo tanto, en esta segunda etapa, su capital
está compuesto por algodón, telar, edificio de la fábrica; o sea, el capital
del empresario cambia de forma: antes era dinero, ahora se transformó
en medios de producción.
Pero además, nuestro empresario contrata obreros, y por lo tanto
una parte de su dinero se transforma en el trabajo humano que genera
la plusvalía. Así, otra parte de su capital que tenía la forma dinero,
ahora, mientras trabaja el obrero, se ha transformado en trabajo, que
está creando valor.
Posteriormente, aparece el hilado terminado, que se destinará a

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la venta. Por consiguiente, ahora el capital tomó la forma de hilado,
existe como hilado; nuevamente el capital cambió de forma. Por último,
cuando el empresario vende el hilado, habrá obtenido dinero, es decir,
su capital ha vuelto a la forma de dinero.
Si lo analizamos desde el punto de vista del valor, podemos ver
que, por ejemplo, había un valor igual a 1.000 pesos, que estaba en
billetes; luego ese valor se transformó en medios de producción
(algodón, telar, etc.), y en trabajo de los obreros; al salir del proceso de
producción, los 1.000 pesos de valor se habían transfor-mado en hilado,
y además se había engendrado una plusvalía, supongamos de otros 50
pesos. Por lo tanto, el valor originario, de 1000 pesos, se ha
incrementado; decimos que el valor se ha valorizado, gracias al trabajo
del obrero.
En vista de esto, podemos decir que el capital es valor en
movimiento y transformación: primero aparece bajo la forma de
dinero, luego de medios de producción y trabajo, luego de mercancía,
y por último de nuevo como dinero. Capital es entonces valor que
genera más valor sustentado por la explotación de los obreros. El telar
es capital porque está dentro de este movimiento; lo mismo podemos
decir del algodón, de la fábrica, o del dinero. ...
Observemos que si el capitalista comprara el algodón y el telar, 17
y contra-tara al obrero para que le hiciera un hilado para su uso
personal, el dinero gastado, el algodón, el telar o el trabajo no serían
capital. En este caso, el capitalista probablemente estaría mejor vestido,
pero no habría incrementado el valor del dinero que poseía; por el
contrario, lo habría gastado. Sólo hay capital cuando se invierte con
vistas a obtener una ganancia.

6. La acumulación de capital

Una vez puesto en funcionamiento un capital, es decir, una vez que un


capitalista inició el proceso de comprar medios de producción y fuerza
de trabajo, para producir plusvalor, puede seguir acrecentando su
capital.
Supongamos que un capitalista tiene 10.000 pesos iniciales,
invertidos en máquinas y materia prima, con los cuales explota a un
obrero. Supongamos que este obrero gana 200 pesos mensuales, y
produce otros 200 pesos de plusvalía por mes. Supongamos también
que el capitalista tiene ahorrado dinero, de manera que puede vivir

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como vive el obrero, durante varios meses. Si hace trabajar al obrero
durante varios meses, y ahorra la plusvalía, al cabo de 50 meses habrá
reunido un fondo de 10.000 pesos (200 de plusvalía por mes x 50 meses).
Con este dinero ahora podrá comprar otra maquinaria y contratar un
segundo obrero, al que le pagará también 200 pesos y del cual sacará
otros 200 pesos de plusvalor. Con dos obreros bajo su mando, nuestro
capitalista podrá utilizar 200 pesos de plusvalía para consumir y
ahorrar otros 200 pesos de plusvalía por mes. O sea, ya no necesita
vivir de su fondo de reserva; ahora vive de la plusvalía.
Así, al cabo de otros 50 meses tendrá otros 10.000 pesos, con los
que podrá contratar a un tercer obrero. Si todo sigue igual, ahora
obtendrá otros 200 pesos de plusvalía. Ahora podrá consumir un poco
más, por ejemplo, vivir con 250 pesos, y le quedarán 350 para ahorrar.
Ahora podrá contratar a un cuarto obrero en poco más de 28 meses. Si
lo hace, y continúan las ventas de sus productos, y los salarios siguen
al mismo nivel, su plusvalía pasará a 800 pesos por mes. Y después de
varios ciclos tendrá necesidad de ampliar su establecimiento, para
contratar más obreros, que le darán más plusvalía. Por supuesto, ya
no tendrá ninguna necesidad de vivir estrechamente. Y dispondrá de
. . . un capital de varias decenas de miles de dólares.
Este ejemplo es imaginario, pero en líneas generales se reproduce
18
en la vida real. Muchos capitalistas en sus orígenes vivieron
pobremente. De allí que muchos empresa-rios nos digan que ellos, o
sus padres, o sus abuelos «empezaron desde cero». Pero esto no es
cierto, porque tuvieron la posibilidad de tener un pequeño capital
inicial, y además tuvieron la suerte de que nada interrumpiera la
acumulación. Si se dieron esas condiciones, a partir de la explotación
del obrero el capitalista pudo acumular la plusvalía, acrecentando
más y más su capital. Esto se llama la ACUMULACIÓN DE CAPITAL.
Por otra parte, los obreros, condenados a vivir con 200 pesos
mensuales –el valor de su fuerza de trabajo– no pueden acumular.
Después de varios años habrán perdido su salud trabajando, y estarán
tan pobres como cuando empezaron. En el otro polo, el capitalista
habrá acumulado riqueza. El hijo del obrero estará condenado, con
toda probabilidad, a repetir la historia de su padre. El hijo del
capitalista estará destinado a otra historia, porque iniciará su carrera
sobre la base de la riqueza acumulada.
Volvemos en cierto sentido al principio, pero ahora viendo cómo
este movimiento del capital reproduce en un polo a los obreros y en el
otro a los capitalistas, es decir, reproduce las clases sociales. Y no sólo

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las reproduce, sino que las reproduce de forma ampliada, porque el
capitalista cada vez contrata más obreros, al tiempo que concentra
más capital.
Si los capitalistas se enriquecen cada vez más, si con ello
aumentan las fuerzas de la producción y la riqueza, y si los trabajadores
siguen ganando lo mismo, entonces, en propor-ción, los trabajadores
son cada vez más pobres. Incluso los obreros pueden aumentar el
consumo de bienes, pero no por ello dejan de ser pobres, porque la
pobreza o la riqueza están en relación con la situación de la sociedad y
el desarrollo de la producción. Por ejemplo, en el siglo XIX prácticamen-te
ningún trabajador tenía reloj; el reloj era para los ricos y nadie se
consideraba extremada-mente pobre si no tenía reloj. En las fábricas
hacían sonar unas sirenas para despertar a los obreros a las mañanas
y anunciar la hora de entrada al trabajo. Sin embargo hoy, en Argentina
un obrero que no tenga dinero para comprar un reloj (aunque sea uno
«descartable») es considerado extremadamente pobre. Con relación a
la riqueza producida por las modernas fuerzas productivas, podemos
decir que los obreros y las masas oprimidas son hoy tan o más pobres
que lo eran hace cien años.
...
19
7. La lucha entre el capital y el trabajo y el ejército de
desocupados

Pero a medida que ha ido creciendo el número de obreros agrupados


bajo el mando de los capitales, se fueron organizando para luchar por
una parte de esa riqueza. Los sindicatos, los partidos obreros y otras
formas de organización surgieron al calor de este movimiento de los
trabajadores. Los obreros pelearon por aumentos del salario, para que
se les pagara mejor el valor de lo único que pueden vender, su fuerza de
trabajo. Esta es una manifestación de la lucha de clases en la sociedad
capitalista, es decir, de la lucha en defensa de los intereses de clase,
unos por aumentar la explotación, otros por ir en el sentido contrario.
Todas las mejoras de los trabajadores se consiguieron gracias a esa
presión, a las huelgas, manifestaciones, incluso revoluciones contra el
sistema explotador. Las mejoras de vida de la clase obrera no fueron el
resultado de la bondad de los empresarios, sino conquistas que se
arrancaron con pelea, es decir, con la lucha de la clase obrera. Los
políticos de la burguesía, así como la iglesia y otros ideólogos, tratan

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de frenar y desviar la lucha de clases, predicando la conciliación entre
obreros y patronos. Los actuales dirigentes de los sindicatos, que han
pasado al lado de la patronal, hacen lo mismo. Los revolucionarios, en
cambio, mostramos la raíz de la explotación para fortalecer la
conciencia de clase obrera, para demostrar que la lucha entre el capital
y el trabajo es inevitable y necesaria, y el único camino para acabar
con la explotación.
A pesar de las gigantescas luchas obreras dentro del sistema
capitalista, los empresarios lograron, a lo largo de la historia, mantener
a raya los salarios; los trabajadores muchas veces obligaron a ceder,
pero nunca pudieron hacer desaparecer la plusvalía con la lucha
sindical. Tomemos el ejemplo anterior, en donde al obrero le pagaban
25 pesos diarios por su fuerza de trabajo, y producía 25 de plusvalía.
Dijimos que las luchas obreras podían arrancar aumentos de salario y
disminuir la plusvalía. Por ejemplo llevar el salario a 27 pesos y la
plusvalía a 23 pesos. Tal vez a 30 de salario y 20 de plusvalía; incluso si
la lucha obrera fuera muy fuerte, y los capitalistas estuvieran muy
necesitados de trabajo, los salarios podrían llegar a 35 pesos por día y
la plusvalía bajar a 15. ¿Puede seguirse así hasta acabar con la plusvalía
. . . y la explotación?
La experiencia nos muestra que no, que esta lucha económica
20
tiene un límite. Llegado un punto los capitalistas aceleran las
innovaciones, introducen maquinarias que reemplazan la mano de
obra y despiden obreros. Marx cuenta un caso de una zona de Inglaterra
en que faltaban cosechadores, y los trabajadores conseguían más y
más aumentos salariales. Pero llegó un momento en que a los
empresarios les convino comprar máquinas cosechadoras, en lugar de
contratar obreros. Al poco tiempo había enormes masas de
desocupados, que peleaban por un puesto de trabajo, y los salarios se
desplomaban. Hoy en todos lados los capitalistas reemplazan a los
obreros por máquinas; en las fábricas automotrices, por ejemplo, en
muchas líneas de montaje los robots hacen el trabajo de varios obreros.
Así se generan más y más desocupados, es decir, se crea un EJÉRCITO
DE DESOCUPADOS, que es la principal arma que tiene el capital para derrotar
las luchas sindicales. Por eso Marx decía que la maquinaria se ha
transformado en un arma poderosa contra la clase obrera. La
maquinaria debería ser un instrumento para liberar al ser humano de
las penalidades del trabajo manual, pero bajo el dominio del capital se
convierte en un instrumento para esclavizar más al obrero; porque
crea desocupados, pero también porque los que conservan el empleo

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son sometidos a mayores ritmos de producción, a peores salarios.
Pero existe otra vía por la cual se crea desocupación. Cuando los
capitalistas ven que las ganancias están disminuyendo, comienzan a
interrumpir sus inversiones. Por ejemplo, el empresario que vende el
hilado, en lugar de contratar de nuevo a los obreros, guarda el dinero
a la espera de que mejoren las condiciones para sus negocios. Cuando
muchos capitalistas hacen lo mismo, hablamos de una crisis, y por
todos lados aparecen obreros sin trabajo. En estos períodos se crean
enormes masas de desocupados.
En el mundo capitalista desde hace por lo menos 20 años que ha
estado creciendo la masa de desocupados, porque se frenaron las
inversiones y porque se introducen maquinarias que desplazan a los
obreros. Cuando se habla de la cantidad de robos que existen
actualmente, de que no hay seguridad en las calles, de que las cárceles
están llenas, se pasa por alto la raíz del fenómeno: la explotación
capitalista y las leyes de la acumulación. Estos desocupados y
marginados por el sistema presionan hacia abajo los salarios; y los
capitalistas chantajean a los que tienen trabajo con la amenaza de
mandarlos a la miseria si no se someten a sus exigencias.
El capitalismo crea constantemente una masa de marginados, . . .
de pobres absolutos, que son utilizados como arma de dominación 21
contra la clase obrera.
Tomar conciencia de los límites de las luchas por las
reivindicaciones económicas es fundamental para que la clase obrera
no siga atada a los políticos de la burguesía y para empezar a forjar su
independencia de clase, esto es, sus propias organizaciones, con un
programa y una estrategia que apunten contra la explotación del
capital.

8. Hablan defensores del sistema capitalista

Hace años, cuando el sistema capitalista estaba surgiendo, los


defensores del sistema capitalista eran bastante conscientes de lo que
estaba sucediendo.
Para verlo, volvamos un momento al señor Mandeville, quien
escribía:4 «La única cosa que puede hacer diligente al hombre que
trabaja es un salario moderado: si fuera demasiado pequeño lo

4
Todas las citas las tomamos de El Capital, de Marx.

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desanimaría o, según su temperamento, lo empujaría a la
desesperación; si fuera demasiado grande se volvería insolente y
perezoso». Observemos en esto tan importante: hay que mantener a la
gente de manera que esté siempre «a raya»; si los salarios son altos, los
obreros son «insolentes», o sea pueden desafiar al patrón. Mandeville
continúa: «en una nación libre, donde no se permite tener esclavos, la
riqueza más segura consiste en una multitud de pobres laboriosos»
Efectivamente, «pobres laboriosos», esto es, gente que trabaja y es pobre.
Vean más abajo cómo éste es un rasgo típico del sistema capitalista
actual.
Otro autor defensor del sistema capitalista, llamado Morton
Eden, escribía: «Las personas de posición independiente deben su
fortuna casi exclusivamente al trabajo de otros, no a su capacidad
personal, que en absoluto es mejor que la de los demás. Es (...) el poder
de disponer del trabajo lo que distingue a los ricos de los pobres».
Morton Eden también decía que lo que convenía a los pobres no era
una situación «abyecta o servil», sino «una relación de dependencia
aliviada y liberal». Esto para que estén más entusiasmados por trabajar.
Pero que nunca ganen lo suficiente como para liberarse del capitalismo.
Otro teórico, llamado Storch, escribía: «El progreso de la riqueza
...
social engendra esa clase útil de la sociedad que ejerce las ocupaciones
22
más fastidiosas, viles y repugnantes, que echa sobre sus hombros todo
lo que la vida tiene de desagradable y de esclavizante, proporcionando
así a las otras clases el tiempo libre, la serenidad de espíritu y la
dignidad convencional del carácter.»
Una clase hace las tareas más «fastidiosas», para que la otra
clase tenga tiempo libre para disfrutar sus countries, Punta del Este,
recreaciones de todo tipo y puedan, además, cultivar sus exquisitos
espíritus.
Un reverendo, llamado Towsend, agregaba: «el hambre no sólo
constituye una presión pacífica, silenciosa e incesante, sino que además
(...) provoca los esfuerzos más intensos» Este señor «la tenía muy
clara», como se dice hoy: la amenaza del hambre es una «presión
silenciosa» que hace trabajar intensamente. ¿Qué trabajador no se
siente reflejado en estas palabras?
Pero además, estas viejas ideas, ¿se siguen defendiendo hoy? La
respuesta es que sí, que se siguen defendiendo. Por ejemplo, a los
alumnos de Ciencias Económicas se les enseña, en los cursos que dictan
los docentes que adhieren a la doctrina «oficial», que:

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a) Debe existir un nivel de desempleo, que ellos llaman «natural»,
para que la economía funcione de mil maravillas.

b) Que por lo tanto el gobierno no debe intentar bajar esa tasa


natural; lo único que puede hacer es deteriorar más las
condiciones de trabajo y bajar salarios.

c) Que el que está desocupado es porque quiere, porque no acepta


trabajar por el salario que se le ofrece. Hace algunos años, en
2001, un alto funcionario del Ministerio de Economía dijo que la
desocupación en Argentina era voluntaria. Lo dijo cuando
millones de seres humanos estaban desesperados buscando un
trabajo.

Estas teorías justifican entonces la desocupación y los bajos salarios,


porque de lo que se trata es de mantener sobre los obreros esa «presión
pacífica, silenciosa e incesante» para que hagan los «esfuerzos más
intensos», de manera que siga aumentando la acumulación de riqueza
y el goce de la clase propietaria de los medios de producción.
...
23
9. El racismo, la discriminación, la xenofobia, ayudan al
capital

El capitalismo no sólo ha dominado a través de la desocupación y la


amenaza del hambre. O de la represión abierta de los trabajadores
cuando éstos quisieron cuestionar seriamente el sistema (aunque este
aspecto del problema no lo vamos a tocar en este curso).
El sistema capitalista también ha dominado con las divisiones
que se producen entre los trabajadores a partir de la discriminación.
De múltiples maneras en la sociedad se inculca la idea de que, por
ejemplo, los negros son inferiores. Expresiones como «negro villero»
son comunes, y meten la idea de que una persona de piel oscura puede
ser sometida a las peores condiciones de trabajo porque «es un ser
inferior».
De la misma manera las mujeres son discriminadas
sistemáticamente. Por ejemplo, está comprobado que en promedio, y
por igual trabajo, una mujer gana un 30% menos de salario que el
hombre.
Otro ejemplo es lo que sucede con nuestros hermanos

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paraguayos, bolivianos, peruanos. Constantemente en los medios se
los presenta como «sucios», «ladrones», incluso como «no ciudadanos».
Hace un tiempo el diario Crónica tituló una noticia: «Mueren tres
ciudadanos y dos bolivianos en un accidente de tránsito». De esta
manera también a ellos se los presiona para que acepten las peores
condiciones de trabajo.
Todo luchador social debería combatir por todos los medios
estas formas de discriminación, que dividen al pueblo. Toda división
del pueblo trabajador sólo favorece el dominio del capital. Y no habrá
liberación de los trabajadores de la explotación del capital en tanto no
superemos estas lacras.

10. La competencia y la concentración de la riqueza

Si bien los capitalistas están unidos cuando se trata de mantener la


explotación, entre ellos existe la más feroz competencia. Cada
empresario trata de vender más que sus competidores, sacarle clientes.
Para eso, cada uno busca aumentar la explotación de sus obreros y
. . . tecnificarse. Si un capitalista descubre una técnica mejor para producir,
24 procura que la competencia no la conozca, con la esperanza de bajar
los precios y arruinar a los otros. Los capitalistas que no logran seguir
el ritmo de la renovación tecnológica, se arruinan y son absorbidos
por la competencia o van a la quiebra.
Por eso Marx decía que la competencia es como un látigo, que
obliga a cada empresario a ir hasta el fondo en la explotación de sus
obreros. Esta es una ley de hierro en la sociedad actual. Por esta razón
la explotación no tiene que ver con la buena o mala voluntad de algunos
empresarios individuales. Puede haber dueños de empresas que
consideren inhumanas las condiciones en que viven los trabajadores,
pero seguirán manteniendo los salarios bajos y exigiendo más y más
ritmo de trabajo, argumentando que «si no lo hacemos la competencia
nos va a arruinar». Por eso no hay que esperar que los capitalistas
«comprendan» las necesidades de los trabajadores y modifiquen
voluntariamente sus comportamientos.
Hoy este impulso del sistema capitalista se ve multiplicado por
la competencia internacional. Los capitalistas de todos los países están
lanzados a una carrera desesperada por bajar los costos, por aumentar
la explotación, para sobrevivir en el Mercosur y en otros mercados
mundializados. Los empresarios hacen un chantaje a los trabajadores

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porque dicen: «si no aceptan todas las condiciones de trabajo que
impongo, voy a invertir en otro país».
Esta lucha entre los capitalistas por aumentar la explotación
para sobrevivir es la razón principal por la cual en el capitalismo
existe un impulso permanente a aumentar la explotación.
En la lucha entre los capitales, inevitablemente muchos caen, y
son «comidos» por los más fuertes. Como dice el dicho popular, el pez
gordo se come al pez chico. Todos los días se fusionan capitales, hay
empresarios que compran fábricas en quiebra, hay comercios y bancos
que caen en problemas y no pueden sobrevivir. Millones de
cuentapropistas, de pequeños campesinos, aun de pequeños
empresarios, se funden, y van a la pobreza absoluta o a trabajar de
obreros. Un ejemplo es lo que sucedió con la entrada de los
hipermercados. Miles y miles de almaceneros, panaderos, carniceros,
se arruinaron y ellos, o sus hijos, tuvieron que emplearse como
asalariados, muchas veces en los mismos supermercados que los
hundieron.
Así los capitales cada vez más se concentran en pocas manos.
Hoy, las 200 corporaciones más grandes del planeta tienen ventas
equivalentes al 28% de la actividad económica del mundo. En cada . . .
país podemos ver cómo un puñado de 300 o 400 empresas tiene un 25
peso descomunal en la economía; algunas compañías transnacionales
tienen ventas anuales por sumas que superan largamente los
presupuestos de la mayoría de los países. En manos de algunas decenas
de miles de grandes capitalistas se concentra el poder de dar trabajo o
no a cientos de millones de desposeídos.

11. ¿Qué es el capitalismo hoy?

Lo que explicamos teóricamente tiene su reflejo en la realidad del


mundo. El sistema capitalista impulsa a aumentar la explotación.
Tengamos entonces una visión global.
En todos los países se procura que cada producto «contenga el
máximo posible de trabajo impago» y para eso todo capitalista busca
acelerar los ritmos de trabajo y reducir el valor de la fuerza de trabajo.
Se desarrolla así un hambre incesante por el plusvalor, por el tiempo
de trabajo excedente. ¿Por qué puede el capital imponer esto?
Una razón es la amenaza de mudar plantas o de no invertir si la
fuerza laboral no se allana a las exigencias del capital. Los empresarios

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muchas veces dicen: si los sindicatos de este país no aceptan tal o cual
condición laboral, o tal o cual salario, nos vamos a otro país. O sea, es
el chantaje de la llamada huelga de inversiones. «Si no se allanan a lo
que pido, no invierto». También está la presión de las importaciones.
Es que hay empresarios que dicen: «si no se aceptan estos salarios y
condiciones de trabajo, cierro la empresa porque me conviene importar
más barato desde otro país».
En segundo lugar, como hemos dicho, por la presión que ejercen
el ejército de desocupados. Según la Organización Internacional del
Trabajo, en 2004 había unos 188 millones de desocupados en el mundo.
En Argentina la desocupación, a pesar de que bajó en los últimos años,
sigue siendo muy alta.
A esto se suman las corrientes migratorias de mano de obra,
especialmente hacia los países adelantados. Y la incorporación a la
fuerza laboral de mujeres, niños, inmigrantes y minorías que en su
mayoría tiene bajos índices de sindicalización.
De esta manera reaparecen formas de explotación que nos
retrotraen a las escenas de Inglaterra de los siglos XVIII y XIX en los
orígenes del capitalismo industrial. Por ejemplo, en las fábricas de
. . . computadoras de China se imponen condiciones que pueden calificarse
directamente de «carcelarias»; en muchas empresas los trabajadores
26
o trabajadoras no pueden hablar, no pueden levantarse para ir a tomar
agua o al baño; existen regímenes de castigo durísimos por faltas leves
o distracciones, con jornadas de trabajo que pueden prolongarse hasta
16 horas. En muchas fábricas las trabajadoras duermen en las
empresas, en condiciones extremadamente precarias. El desgaste físico
y nervioso es tan grande que a veces son «viejas» con apenas 30 años;
además hay problemas auditivos y visuales, debido a las largas horas
que pasan probando monitores y equipos. Sobre los salarios,
escuchemos este testimonio de C., trabajadora en una empresa china
de productos electrónicos: «He estado en la fábrica desde hace dos
años y medio y lo más que he ganado ha sido un poco más de 60 dólares
(por mes). Eso fue lo que obtuve después de haber trabajado más de
100 horas extra. ¿Cómo puede ser eso suficiente para nosotros? Uno
tiene que comprar por lo menos las provisiones diarias y si me compro
algo de ropa se me termina el sueldo. Es incluso peor en la temporada
baja, cuando no tenemos horas extra. Cuando nos obligan a tomar un
día porque no hay pedidos y no tenemos trabajo que hacer, nos lo
deducen del sueldo».
En muchos sectores y países se repiten estas situaciones. El

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siguiente es un testimonio de K., un trabajador del vestido de
Bangladesh: «No he tenido descanso en dos meses y trabajo desde las
8 de la mañana hasta las 9 o 10 de la noche; algunas veces incluso toda
la noche. Por eso estoy enfermo. Tengo fiebres y no tengo energía. No
pagan las horas extras, dicen que he trabajado 30 o 40 horas en un mes
cuando en realidad he hecho 150. No hay registro, de manera que
pueden decir lo que quieren».
Y el siguiente es el testimonio de Helena, ex trabajadora
nicaragüense de una maquila: «Los malos tratos eran permanentes.
Cualquiera puede cometer un error: si te equivocabas, te golpeaban en
las manos, en la cabeza, te trataban de burra, de animal. Si parabas un
segundo para tomar un vaso de agua, aullaban. El salario de base era
de 22 dólares por semana. Yo llegaba a las 7 de la mañana y salía, en
general, a las 9 de la noche; hacía cuatro horas extras, pero me pagaban
dos.»
Seguramente cada uno de ustedes puede encontrar testimonios
semejantes en Argentina. Indaguemos cómo se trabaja en talleres, en
comercios, en empresas del transporte. Ausencia de derechos sindicales,
falta de respeto a cualquier norma de seguridad o higiene,
desconocimiento de francos y licencias por enfermedad, salarios que . . .
muchas veces no alcanzan siquiera para mantenerse con el mínimo de 27
subsistencia.
Por otra parte se calcula (datos de 2000) que en el mundo trabajan
unos 186 millones de niños y niñas de entre cinco y 14 años; de ellos,
5,7 millones realizan trabajos forzados; 1,8 millones están en la
prostitución y 0,3 millones en conflictos armados.
Pero si se toman los que trabajan en forma intermitente, la cifra
se eleva a entre 365 y 409 millones, y si se agrega el trabajo no
contabilizado de las niñas –en su mayoría hogareño– la cifra oscila
entre 425 y 477 millones. Los niños y niñas realizan trabajos tan
diversos como agricultura, confección, fabricación de ladrillos,
actividades mineras, armado de cigarros, cosido de pelotas de béisbol
o pulido de piedras preciosas, entre otros. Casi por regla general están
sometidos a condiciones infrahumanas, son prácticamente esclavos
privados de su niñez y, por supuesto, de todo acceso a la educación; en
los países subdesarrollados uno de cada siete niños o niñas en edad
escolar no concurre a la escuela. Dicen dos economistas del Banco
Mundial: «En los noventa, luego de la Convención de los Derechos del
Niño (1989) y una confluencia de factores desde la globalización a la
recolección sistemática de estadísticas por la Organización

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Internacional del Trabajo, el Banco Mundial y diversos países, el mundo
se hizo consciente de que desde una perspectiva global la situación del
trabajo infantil no era mucho mejor de lo que había sido durante la
Revolución Industrial.»
Aclaremos que durante al Revolución Industrial, ocurrida en
Inglaterra a fines del siglo XVII, se registraban abusos terribles de
explotación del trabajo infantil. Desde entonces se nos ha dicho que
aquellas épocas habían quedado definitivamente en el pasado, que en
el capitalismo moderno ya no sucedían. Pero vemos que no es así, que
siguen sucediendo y a una escala mayor, porque ahora se trata del
capitalismo en todo el mundo.
Incluso en países desarrollados como Gran Bretaña, Francia o
Estados Unidos muchos menores en edad escolar están trabajando. En
Gran Bretaña algunos estudios consideran que en los últimos 35 años
entre un tercio y dos tercios de los niños en edad escolar estuvieron en
trabajos remunerados; si se toma en cuenta a quienes alguna vez
trabajaron (en lugar de a quienes están trabajando en el momento de
la encuesta) la cifra se eleva a entre el 63 y 77%.
En la Unión Europea de conjunto en los noventa
aproximadamente un 7% de los niños de entre 13 y 17 años trabajaba.
...
En lo que respecta a las mujeres, en promedio reciben un salario
28
equivalente a las dos terceras partes de lo que reciben los hombres,
muchas veces carecen de protección frente a malos tratos y abusos; y
sufren más agudamente la precarización laboral que los hombres,
además de estar obligadas a realizar trabajos por los que no reciben en
absoluto remuneración alguna.
En los países desarrollados también se registra la tendencia al
aumento de la explotación de la clase obrera en su conjunto. Por ejemplo
en Gran Bretaña en los últimos años se facilitó y abarató el despido de
trabajadores, se estableció que los chicos de 13 o 14 años pueden ser
empleados hasta 17 horas semanales, se extendió el contrato
temporario, se redujeron las licencias, se suprimió el salario mínimo,
se extendieron los «períodos de prueba» (hasta 24 meses), se suprimió
el límite a la jornada de trabajo (incluso para los jóvenes de 16 a 18
años) y se dio plena libertad para trabajar los domingos. En algunos
sectores los salarios apenas permiten reproducir el valor de la fuerza
de trabajo. Un obrero típico de la industria de la confección de
Birmingham, con 17 años de antigüedad, a mediados de la década de
1990 debía destinar dos terceras partes de su salario a pagar el
alojamiento y las facturas de electricidad. En la industria del vestido

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son «normales» jornadas de 12 horas por día de lunes a viernes y 8
horas los sábados, y es común encontrar empresas que no pagan las
horas extras ni los días de ausencia por enfermedad. Como resultado
de la caída general de los ingresos de los trabajadores y de la
desocupación de largo plazo, a mediados de la década se constataba
que el número de gente sin hogar se había duplicado, que el 26% de los
niños dependía de la ayuda social para vivir, que 13,7 millones de
personas vivían en la pobreza, que había 1,1 millones menos de empleos
a tiempo completo que en 1990, que 300 mil personas ganaban menos
de 1,5 libras por hora y aproximadamente 1,2 millones menos de 2,5
libras por hora.
En lo que respecta a Estados Unidos, a mediados de la década de
1990, sobre los 38 millones de estadounidenses que vivían por debajo
de la línea de la pobreza, 22 millones tenían un empleo o estaban ligados
a una familia en la cual uno de sus miembros trabajaba; esto dio origen
a la expresión «hacerse pobre trabajando». Además, y obligados a
compensar los bajos salarios, casi 8 millones de personas tenían doble
empleo. Por otro lado la duración media anual del trabajo aumentó el
equivalente de un mes desde la década de 1970; en algunas empresas
del automóvil había asalariados que trabajaban hasta 84 horas por . . .
semana. 29
En lo que hace a los procesos de trabajo, a partir 1988 se extendió
toyotismo. Con esta forma de organización de organización laboral la
dirección de la empresa fomenta la competencia entre los trabajadores
y debilita la solidaridad sindical; introduce la multiplicidad de tareas;
reduce las calificaciones y aumenta la «inter-cambiabilidad» de los
puestos; disminuye la importancia de la antigüedad o incluso la
abandona o modifica; descarga en los obreros una mayor
responsabilidad por el cumplimiento de las tareas, sin compensación
salarial y sin darles mayor autoridad; y fomenta el sindicalismo de
empresa en detrimento de la unión a nivel de rama. El resultado es el
trabajo súper intensivo: «Mientras en las plantas manufactureras
tradicionales el proceso de trabajo ocupa al obrero con experiencia
aproximadamente 45 segundos por minuto, en las plantas de
producción flexible la cifra es de 57 segundos. Los trabajadores de
producción en las líneas de ensamblaje de Toyota en Japón hacen 20
movimientos cada 18 segundos, o un total de 20.600 movimientos por
día» (tomado de un estudio sobre el toyotismo).
El ataque a las condiciones laborales abarca también a países
con fuerte tradición sindical y de izquierda. En algunos lugares la

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ofensiva del capital comenzó por los trabajadores inmigrantes,
aprovechando la inseguridad jurídica a la que están sometidos.
En Francia, por ejemplo, el trabajo en negro y la contratación a
tiempo parcial de inmigrantes están extendidos en la construcción
(pública o privada), limpieza, hotelería, gastronomía, confección de
ropa y agricultura, entre otras actividades. Los salarios de estos
trabajadores son inferiores hasta un 50% a la media y carecen de
organización.
En Alemania el capital y el gobierno están empeñados, desde
hace años, en una campaña por reducir salarios sociales y prolongar
la jornada laboral. Además, se atacan los salarios sociales, los sistemas
de jubilación y salud. Italia, Alemania y Suecia son representativas de
la tendencia. Y en todos lados se tiende al disciplinamiento de la fuerza
laboral mediante el desempleo y a la precarización laboral.
Como resultado de estos procesos en la mayoría de los países
aumentó la desigualdad. Según la OIT, que realizó un estudio (publicado
en 2004) de 73 países, en 12 desarrollados, 15 atrasados y 21 países con
«economías en transición», aumentó la desigualdad entre el decenio
de 1960 y el decenio de 1990; estos 48 países comprenden el 59% de la
. . . población total de los países bajo estudio. En tres países desarrollados,
12 atrasados y uno con «economía en transición», que de conjunto
30
representan el 35% de la población bajo estudio, la distribución se
mantuvo estable. Por último, sólo en dos países desarrollados y siete
atrasados (y ninguna economía en transición) mejoró el ingreso.

12. Desarrollo cada vez más desigual y carencias y


padecimientos sociales

Una de las teorías que se han planteado muchas veces es que a medida
que el capitalismo se desarrolla, y se hace más mundial, los ingresos
entre los países tienden a igualarse. Pero la realidad es otra. Según las
Naciones Unidas (Informes sobre el desarrollo humano) si la diferencia entre
el ingreso de los países más ricos y los más pobres era de alrededor de
tres a uno en 1820, había pasado a 35 a 1 en 1950, a 44 a 1 en 1973 y a 72
a 1 en 1992; y a comienzos del nuevo siglo llegaba a 77 a 1.
Por otra parte, se puede ver la desigualdad de riqueza e ingresos
que se genera en este sistema. Los datos, también de las Naciones
Unidas y otros organismos internacionales, nos dicen que el 20% de
los seres humanos que vive en los países más ricos participa del 86%

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del consumo privado total; utiliza el 58% de la energía mundial y el
84% del papel; tiene el 87% de los vehículos; representa el 91% de los
usuarios de Internet y tiene el 74% de las líneas telefónicas totales.
En el otro polo, el 20% de la población que vive en los países más
pobres participa con sólo el 1% del consumo total; utiliza el 4% de la
energía, el 1,1% del papel, tiene menos del 1% de los vehículos y el 1,5%
de las líneas telefónicas.
En Argentina también se ha producido una gran polarización
social. Así, en 2006, el 10% más rico de la población tiene ingresos 31
veces más altos que el 10% más pobre. Esto significa que en el 10% más
rico cada persona gana, en promedio, $2012, mientras que en el 10%
más pobre cada persona gana sólo $64. En el 10% más pobre que sigue
a este estrato, cada persona gana sólo $143. Esta situación se ha
mantenido desde los años noventa, más o menos estable.
Más en general, agreguemos que de los 4.400 millones de
habitantes que están en los países llamados «en desarrollo», casi tres
quintas partes no tienen las infraestructuras sanitarias básicas, casi
un tercio no tiene acceso al agua potable, una quinta parte no tiene
acceso a servicios modernos de salud; un tercio de los niños menores
de cinco años sufren malnutrición, 30 mil mueren por día por causas . . .
prevenibles y uno de cada siete niños en edad de escuela primaria no 31
asiste a la escuela.
A comienzos del nuevo siglo había 840 millones de personas en
todo el mundo desnutridas, lo que representaba el 14% de la población
mundial. Recordemos que en 1980 vivían en condiciones severas de
desnutrición 435 millones de personas, que representaban el 9,6% del
total mundial.
De los 840 millones de personas que hoy están desnutridas, 10
millones se encuentran en los paí-ses adelantados, 34 millones en los
ex países socialistas en transición al capitalismo y 798 millones en los
países atrasados.
En República del Congo, Somalia, Burundi y Afganistán, más
del 70% de la población está desnutrida. Según la Organización
Mundial de la Salud, las posibilidades de vida de un recién nacido en
un país avanzado son 12 veces mayores que las de un recién nacido en
un país atrasado; si éste nace en África subsahariana es 23 veces mayor.
En Argentina, un país «granero del mundo», que puede alimentar
a 300 millones de personas, hay hambre crónica, millones que no
alcanzan al mínimo calórico diario vital.
La Agencia Católica para el Desarrollo señala una cifra que en sí

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misma constituye todo un símbolo de la desigualdad: la vaca promedio
europea recibe un subsidio de 2,2 dólares por día, más que el ingreso
diario que recibe la mitad de la población mundial.

13. Conclusión

Hemos visto por qué y cómo el sistema capitalista tiende a generar en


un polo una riqueza creciente, y cada vez más concentrada, y en el otro
polo masas de gente que está obligada a hacer trabajos monótonos,
repetitivos, o con salarios bajos y condiciones laborales precarias,
sometidos a presión constante. Y también por qué se regeneran,
periódicamente, grandes ejércitos de desocupados.
Todo esto nos obliga a ubicar las luchas reivindicativas, por
mejoras laborales, por seguros de desempleo, por salud y educación,
en una perspectiva correcta. Esto es, peleamos por mejorar en todo lo
posible dentro del sistema; necesitamos defender reformas que hagan
más llevadera la vida bajo el sistema capitalista. Pero al mismo tiempo
hay que tomar conciencia de que estas mejoras tienen un límite. Como
. . . decía una gran socialista europea de principios del siglo XX, llamada
32 Rosa Luxemburgo, en tanto no se acabe este sistema de explotación los
sindicatos y los trabajadores estarán obligados a recomenzar siempre
sus luchas, porque el hambre por el plusvalor del capital es insaciable.
Lo cual plantea la necesidad de tomar conciencia de que existe un
problema de fondo, que es social, y a él tenemos que apuntar.

Publicado en la página web, febrero 2008.

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LA CUESTIÓN DE LA ÉTICA EN MARX

Presento aquí una versión algo resumida de un texto que escribí en


febrero de 2009, acerca de la ética en Marx. El mismo tiene relación
con debates acerca del rol que juegan demandas democrático-
burguesas en un programa socialista.
Este escrito se inspira en el artículo de Stefano Petrucciani
«Marx and Morality. El debate anglosajón sobre Marx, la ética y la
justicia», publicado en Doxa Nº 15, en 1996. Allí Petrucciani pasa
revista a las respuestas que se han dado a la cuestión de si existe una
ética en Marx y cuáles serían los presupuestos normativos que guían
la crítica marxiana del capitalismo. Presenta las dos interpretaciones . . .
más importantes, la de quienes niegan que en Marx haya una 33
perspectiva ética y la de quienes afirman, incluido el propio
Petrucciani, que sí es posible encontrar, aunque con matices, un
contenido ético en la crítica de Marx al capitalismo. Compartiendo en
lo esencial esta última idea, nuestro propósito aquí es proponer una
respuesta que difiere en algunos matices de la dada por Petrucciani a
la pregunta de si existe un contenido moral en la crítica marxiana del
capitalismo. Comenzamos sintetizando las posturas sobre la ética en
Marx, tal como las presenta Petrucciani.

Las dos posiciones en disputa

Los autores que, como Allen Wood y Richard Miller, niegan que en el
marxismo haya una perspectiva ética sostienen que Marx planteó de
forma explícita, y repetidas veces, que los comunistas no apelan a
ningún principio de justicia o de igualdad, ni a las leyes de la moral,
en su crítica al capitalismo. Afirman que Marx negaba que se pudiera
definir como «injusto» el cambio entre el capital y el trabajo, y
consideraba que era inútil criticar al capitalismo en base a una

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pretendida justicia distributiva. Wood y Miller plantean que esto se
debe a que, según las tesis fundamentales del materialismo histórico,
las ideologías morales expresan los intereses de las clases dominantes.
Otros autores añaden que toda teoría ética debe ser generalizable y
tener un carácter universal, o sea, debe proponer normas válidas para
toda sociedad y todo contexto, que puedan ser aceptadas por toda
persona que reflexione imparcialmente sobre ellas. Pero la teoría de
clase, continúa el argumento, no puede satisfacer estas condiciones,
ya que la lucha de clases es incompatible con el respeto igual a cada
uno y el materialismo histórico es incompatible con la idea de normas
morales válidas con independencia de los contextos dados. Además,
si bien la crítica de Marx hace referencia a bienes deseables que no se
pueden realizar en la sociedad capitalista, esto no quiere decir que
apele a valores morales o presuponga su validez. Se trataría de bienes
de tipo no moral, que no encierran evaluación ética alguna. Por último,
si bien a veces Marx demuestra la estima en que tiene el sacrificio de
los intereses personales en beneficio de los intereses de la clase
trabajadora, esto tampoco tendría significación moral. Quien se
identifica con una clase social actúa en consecuencia, haciendo
. . . abstracción de consideraciones de tipo moral.
Si bien Petrucciani reconoce que estos argumentos son
34
valederos, y que Marx rechazó una crítica moral del capitalismo,
recuerda sin embargo que también Marx era filósofo y que en su
juventud había hecho suyo el imperativo categórico de subvertir todas
las relaciones en las que el hombre es degradado y avasallado, y
sostiene que en esencia nunca habría abandonado del todo esta
perspectiva.
Planteada así la cuestión, sigue Petrucciani, se abrirían dos
alternativas. La primera, planteada por Geras, sostiene que habría
una contradicción entre el Marx explícito y el Marx implícito. Esto es,
si bien el Marx maduro explícitamente rechazaba el recurso a
principios éticos en su crítica del capitalismo, esto no negaría que en
la misma subyaciera, implícita, una concepción ética. Por ejemplo, en
la afirmación de Marx sobre que en el cambio entre el capital y el
trabajo se encierra una relación de explotación, hay implícita una
valoración ética del capitalismo. Aunque Marx no afirme que la
explotación es injusta, la idea de injusticia está «contenida
analíticamente en el concepto de explotación». Hay aquí un
componente normativo. Petrucciani parece acercarse a esta
interpretación.

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La segunda interpretación, de Steven Lukes, dice que si bien
Marx rechaza la ética fundada en valores tradicionales, lo hace no
porque fuera inmoralista, sino porque defendía otra ética, una ética
de la libertad y de la emancipación. Desde esta perspectiva, por
supuesto, también condenaría la explotación. En cualquiera de los
casos entonces habría entonces en Marx una valoración ética del
capitalismo, y una remisión a valores normativos de carácter
universal: «la libertad de todos, la auto-realización de los individuos,
el rechazo de la explotación y los privilegios» (Petrucciani, 1996, p.
35). Aunque la interpretación que sostiene que en Marx no había
ningún principio ético tendría su parte de verdad en el hecho de que
Marx no predicaba la lucha por la liberación de la clase obrera como
un deber ser moral, sino como derivada de la situación social objetiva
y en interés de la mayoría de la sociedad. De manera que, según Geras
–y Petrucciani comparte el argumento– Marx rechazaba la ética,
aunque su crítica presuponía una ética. Se trata de una posición
contradictoria, en cierta medida.
Por último destacamos que Petrucciani considera que la idea
normativa central presente en Marx es la libertad y la autorealización
humana. En este respecto Marx habría seguido el método que más . . .
tarde teorizó la Escuela de Frankfurt en su primer período, que consiste 35
en adoptar el valor de la libertad del pensamiento liberal
revolucionario burgués para mostrar cómo es traicionado y pisoteado
en la sociedad capitalista. De manera que la verdadera libertad sólo
puede realizarse en una sociedad en la que el individuo pueda
desplegar todas sus capacidades; lo que implica suprimir la propiedad
privada del capital, subvertir la sociedad actual.

Ética y concepción materialista

Empecemos con la tesis, de Wood y Miller, de que Marx habría carecido


de moral o principios éticos en su crítica al capitalismo. Esta idea está,
en principio, en contra de la concepción materialista de la historia
elaborada por el propio Marx. Es que para el materialismo histórico
las ideologías, y por lo tanto las concepciones morales, constituyen
realidades históricas y sociales de las que no podemos abstraernos en
tanto somos seres sociales. Si bien las nociones morales han cambiado
a lo largo de la historia, de alguna manera todos tenemos una idea de
qué está bien y qué está mal. Como señala Engels en el Anti-Dühring, la
moral pertenece a la historia humana y ha evolucionado con ella; los

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principios morales inevitablemente están presentes en los individuos.
Y Marx admite que la moral permea las relaciones económicas, y esto
sucede porque, insistimos en ello, se trata de un hecho social objetivo.
Por ejemplo, cuando trata sobre la determinación del valor de la fuerza
de trabajo, considera que existe un componente histórico-moral.
A su vez, decir que la moral es un producto social significa, en
primer lugar, que la moral no deriva de alguna ley de la naturaleza.
Un partidario de Hobbes, por ejemplo, podría decir que el primer
principio moral es evitar la muerte, y que el mismo deriva de la
tendencia natural de los seres humanos a entrar en conflicto y luchar.
Pero esto implica suponer que el ser humano es originariamente
asocial. En la concepción de Marx, en cambio, el ser humano es social.
El estado primitivo formado por Robinsones aislados no existe. Esta
crítica también se puede extender a los utilitaristas, estos es, a aquellos
que piensan que el principio moral es conseguir el máximo de felicidad
personal para cada uno, y que el bien consiste en defender de manera
egoísta los propios intereses.
Lo anterior se relaciona, por otra parte, con la crítica a que la
moral pueda analizarse desde el punto de vista individual. Tanto en
. . . Hegel, como en la concepción materialista de la historia, encontramos
la idea de que la respuesta a la pregunta de qué está bien, o mal, no se
36
resuelve en el ámbito del individuo aislado. El Yo aislado no puede
responder de manera coherente a la cuestión de qué es una obligación
moral, qué no lo es, ya que si el individuo aislado pudiera decidir qué
está bien y qué está mal, lo haría inevitablemente de manera
contingente. Sería una forma de subjetivismo extremo. Y en este caso,
¿cómo podríamos entender a las acciones de los otros, y cómo los
otros podrían entender nuestras acciones? No habría manera objetiva
de decidir qué está bien o qué está mal, a no ser que se buscara algún
principio trascendente universal, que anidara en el Yo, pero fuera
común a todos los Yo. Esta última fue la solución que ensayó Kant.
Kant apeló a un principio trascendente que pudiera satisfacer las
exigencias de racionalidad y universalidad. (…) A partir de esta
concepción, Kant pensaba que las leyes de la moral eran eternas y
ahistóricas. Observemos que se trata de una moral externa a la
sociedad; o sea, no es inmanente a ella.
Pues bien, las críticas de Marx a la moral, citadas por Wood,
Miller y otros, se refieren a este tipo de moral «natural», ahistórica,
trascendente, estructurada en máximas como las que propone Kant.
Resumiendo lo planteado hasta aquí, digamos que desde el

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punto de vista del materialismo histórico la moral no puede surgir de
la subjetividad aislada, ni provenir de algún principio trascendente,
o natural, ubicado más allá del mundo social y su historia. En
consecuencia las leyes morales predominantes pueden y deben ser
explicadas histórica y socialmente; debe existir una razón por la cual
tales o cuales pautas morales se han impuesto. No pueden ser
producto de la arbitrariedad, de la contingencia. Pero por esta razón
también la crítica y la superación de esa moral no pueden realizarse
por simples decretos. No se puede «abolir» la moral, negándola en la
crítica del capitalismo. Ni se puede imponer otra moral desde una
posición pretendidamente externa a la sociedad.

Relativismo y crítica en la sociedad clasista

Si las leyes morales son un producto social, en las sociedades divididas


en clases la moral también estará atravesada por la cuestión de clases.
Se trata de una tesis fundamental del materialismo histórico. En un
sentido más amplio, las ideas dominantes corresponden a las ideas de
la clase dominante. La clase (o las clases) explotada y oprimida no
tiene manera de hacer prevalecer sus ideas. La explicación última del . . .
porqué de esto se encuentra en el poder económico y político de la 37
clase dominante, en la naturaleza del Estado y de los aparatos
ideológicos; y posiblemente también en la cuestión del fetichismo, en
la sociedad capitalista. Como decía Engels, la moral de la clase
dominante siempre justificó el dominio y los intereses de esa clase
dominante.
Pero si la moral individual se moldea de acuerdo a los valores
culturales y éticos predominantes en la sociedad, ¿cómo es posible
trascender esa moral y esa sociedad? ¿No caemos en el relativismo
moral? Si toda moral es propia de su tiempo, pareciera que no hay
crítica moral posible a determinada sociedad. Si aceptamos esta
visión, caemos en el conservadurismo. ¿Cómo criticar la relación
capital-trabajo desde algún principio moral, si esa relación es aceptada
por la moral dominante? Además, si los criterios morales de Marx, o
de cualquier otro individuo, están formados por su entorno social, y
si esos criterios morales avalan ese contexto social, ¿cómo puede surgir
una crítica moral de la sociedad? ¿Se ubicaría por fuera de la sociedad
de su tiempo?
Una respuesta puede ser que de todas maneras algunos
individuos tienen la capacidad de criticar a la sociedad en que viven

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desde una moral futura y alternativa, aunque sea vislumbrada o
débilmente elaborada. Ésta parece ser la posición de Lukes. Marx
habría criticado a la sociedad capitalista desde el punto de vista de
otra moral, superadora de la actual. Por lo tanto habría que plantear
la posibilidad de establecer una moral (y una ética) por encima y por
fuera de los condicionamientos sociales en los que estamos inmersos.
Los socialistas utópicos criticaban a la sociedad capitalista desde el
punto de vista de una moral universal. ¿No sería un camino?
El problema es que de nuevo caeríamos en lo contingente y
arbitrario. Es que cualquier idea es posible en el terreno de la
ensoñación; cualquier moral futura y superadora sería posible, porque
no estaría anclada en lo real. Y precisamente lo que buscó el
materialismo es hacer una crítica del capitalismo que partiera de lo
real, de las contradicciones realmente existentes en la sociedad de
clases. Éste es uno de los objetivos centrales de El Capital, si no es el
central. Subrayamos que superar lo contingente y arbitrario, esto es,
lo meramente subjetivo, tiene una importancia política difícil de
exagerar. A lo largo del siglo XX hubo muchos proyectos socialistas
que pretendían establecer sociedades modelos, haciendo abstracción
. . . de las condiciones reales que hubieran posibilitado su desarrollo.
Alguna dirección política, algún Comité Central esclarecido, pretendía
38
establecer no sólo las nuevas relaciones sociales, sino también dictaba
las pautas culturales, ideológicas y morales a implantarse «desde
arriba», haciendo abstracción de las condiciones reales existentes. El
experimento de los Khmers rojos en Camboya fue un caso extremo de
hasta dónde se puede llegar por esa vía. Una variante de la anterior
solución al problema de la moral sería que, tratándose de la sociedad
de clases, se podría criticar la moral dominante desde el punto de
vista de la moral de la clase oprimida. En algunos pasajes del Anti-
Dühring Engels parece apuntar en esta dirección, ya que afirma que la
moral reinante es la moral de la burguesía, y la moral opuesta es la
del proletariado. Aunque Engels no pone esto en consonancia con la
idea, que también sostuvo, de que las ideas dominantes son las de la
clase dominante. Tal vez estuviera pensando en una moral proletaria
encarnada en alguna pequeña vanguardia esclarecida. Lo cual también
deja planteada la pregunta de cómo se forma esa moral proletaria –
aun si se trata de una vanguardia «esclarecida»– si las ideas
dominantes en materia de moral son las ideas de la clase dominante.
¿Cómo puede hacer el proletariado (o sus ideólogos) para superar los
límites de la moral burguesa en la que todos nos hemos educado?

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Parece que estamos condenados a no salir de la jaula ideológica y
moral en que nos encerró la clase dominante, a no ser que formemos
otra moral, completamente nueva, desde una posición externa a la
sociedad.
Otra salida sería decir «no tenemos ninguna moral, y no
hacemos ninguna crítica desde el punto de vista de la moral». Pero ya
hemos discutido por qué no es posible no tener ideas morales. Aunque
sea de forma implícita, todos poseemos algún criterio de qué está bien,
y qué está mal.
Tenemos entonces que por un lado las ideas morales están
condicionadas por la sociedad en que vivimos. Lo cual nos puede llevar
al relativismo moral. Por otra parte adoptamos una posición crítica
frente a la sociedad capitalista, sabiendo que no podemos renunciar a
tener ideas morales; y siendo conscientes, además, de que esas ideas
morales deben tener asidero en lo real existente.

La crítica inmanente

Pensamos que la salida a las cuestiones planteadas pasa por la crítica


inmanente, propia del método dialéctico de Hegel. Una crítica . . .
inmanente es una crítica que no se hace desde algún principio o 39
postura que esté por fuera de lo que estamos criticando; en otras
palabras, no es una crítica externa. Aplicado este criterio a la sociedad
capitalista, la crítica inmanente surge de la misma sociedad
capitalista, incluidas la ideología y la moral que operan en ella. ¿Pero
cómo es posible entonces superar el relativismo y el conservadurismo?
Es posible porque existen contradicciones en la sociedad capitalista
que permiten avanzar al pensamiento crítico, y a la crítica práctica.
Apliquemos esto a la cuestión de la explotación.
En primer lugar, es un hecho que en la sociedad capitalista el
intercambio de equivalentes no es inmoral; está de acuerdo con sus
principios éticos fundamentales. Marx demuestra que cuando el capital
compra la fuerza de trabajo en el mercado se produce un intercambio
de equivalentes. «Moralmente», en principio, no parece haber
problemas. Sin embargo, cuando penetramos en la esfera de la
producción, comprobamos que el intercambio de equivalentes se ha
transformado en un intercambio de no equivalentes, de más trabajo
por menos trabajo. Marx lo señala cuando explica la plusvalía, y lo
enfatiza en el capítulo 22 del tomo 1 de El Capital. Aparece entonces la
explotación. Pero la categoría de la explotación, como señala

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Petrucciani, contiene una carga de crítica moral. ¿Desde qué moral?
Petrucciani no lo aclara, pero es evidente que tiene esa carga crítica
desde el punto de vista de la propia moral burguesa, ya que ésta afirma
que ningún ser humano debe ser explotado. Cualquier sociólogo o
economista burgués admite que el campesino feudal que está obligado
a trabajar gratuitamente, por ejemplo, tres días a la semana en la
tierra del señor, es explotado. La sustancia del problema –la extracción
de excedente– no cambia cuando ese mismo campesino recibe un
salario por trabajar seis días a la semana en la tierra, de los cuales
tres días de trabajo se plasman en plusvalía. Sin embargo la forma del
intercambio de equivalentes oculta ese contenido de explotación, y el
sociólogo o el economista burgués no ven ningún problema moral en
el trabajo asalariado. Más en general, todos los esfuerzos de la economía
burguesa están puestos en disimular la realidad de la explotación
capitalista, y en encontrar algún tipo de justificación de la ganancia.
La crítica de Marx, en cambio, pone en evidencia que el trabajo
asalariado es explotado por el capitalista. Este hecho está en
contradicción con la ley moral que el propio capitalismo ha
proclamado. La demostración científica de la generación de la plusvalía
. . . por el trabajo, y su apropiación por el capital, implica entonces en sí
misma una crítica también moral al modo de producción capitalista.
40
Pero es una crítica inmanente, derivada de la propia lógica del sistema,
y de los principios que ha proclamado; en particular, de que «lo moral»
es que haya intercambio de equivalentes. Ese principio moral se apoya
en la forma –que reina en el mercado– pero está en contradicción con
el contenido.
Lo mismo podemos decir de otros principios morales que
proclama el capitalismo. Por ejemplo, la igualdad de oportunidades
(¿qué igualdad de oportunidades hay entre los hijos de los capitalistas
y los hijos de los trabajadores o de los desocupados?); la libertad (el
obrero sólo tiene la libertad de morirse de hambre si no acepta ser
explotado); el pleno desarrollo de las capacidades humanas (¿qué
desarrollo de capacidad humana tiene el individuo que está atado de
por vida a una cadena de montaje, realizando trabajos repetitivos?
¿Qué desarrollo tiene una persona que queda desocupada a los 40
años y no es aceptada «por vieja» en ninguna empresa?); etc. Igualdad
de oportunidades, libertad, desarrollo pleno de las capacidades
humanas, no son principios traídos desde otro mundo, sino surgidos
del seno del mundo ideológico generado por la burguesía. Algo similar
puede decirse de la democracia. Los ideólogos del capitalismo en

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ascenso (Locke, Rousseau, entre otros) admitían que no podía haber
democracia «real» si no había una cierta igualdad de la riqueza y de
los ingresos. De hecho, la democracia en la que pensaban era una
democracia de pequeños productores. Pero si el sistema capitalista
genera una creciente polarización social; si cada vez más la riqueza se
concentra en algunas manos, ¿qué posibilidades existen de que haya
una democracia como la que proclama el liberalismo burgués? La
respuesta es: ninguna. Actualmente las grandes corporaciones, los
intereses económicos concentrados, deciden en los hechos las políticas
económicas de los Estados, simplemente por el peso económico que
tienen. La democracia por eso es formal, vacía de contenido. Y esto se
puede afirmar no desde algún principio abstracto, elaborado por fuera
de la sociedad, sino desde los principios proclamados por la sociedad
burguesa.
Lo importante entonces es que Marx puede hacer una crítica
moral, no desde el punto de vista de una moral ahistórica, o natural,
sino desde el punto de vista de los propios principios morales y éticos
que proclamó el liberalismo progresista burgués. Un argumento de
este tipo nos parece encontrar en Engels cuando trata de la consigna
de igualdad que enarbola el proletariado. La misma tiene una doble . . .
significación, ya que por un lado es una reacción contra las grandes 41
desigualdades sociales de la sociedad de clases; y por otra parte «es
una reacción contra la exigencia burguesa de igualdad». Engels apunta
que en este caso el proletariado infiere de la exigencia burguesa de
igualdad «ulteriores consecuencias más o menos rectamente y sirve
como medio de agitación para mover a los trabajadores con las propias
afirmaciones de los capitalista». Lo interesante es que el principio
ético no está sacado de otro mundo, sino del propio mundo burgués y
sus contradicciones. Particularmente de la contradicción entre la
igualdad formalmente proclamada como principio, y el contenido real,
la sociedad dividida en clase sociales.

Conclusión

La respuesta a la cuestión de la ética en Marx está en consonancia con


la idea que han destacado los autores de Frankfurt, acerca de que
Marx critica al capitalismo porque éste no puede llevar a la práctica
los principios de la igualdad, fraternidad, libertad, abolición de la
explotación, pleno desarrollo de las capacidades de los seres humanos;
principios que la burguesía proclamó en su batalla contra el Antiguo

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Régimen, y que de alguna manera sigue formalmente estableciendo
como objetivos a cumplir. La crítica marxista demuestra que el sistema
capitalista nunca podrá acabar con la explotación; de manera que los
principios morales del propio capitalismo son irrealizables dentro
del capitalismo.
Este abordaje crítico se puede extender al caso de los conflictos
entre deberes morales. Tomemos el caso del principio moral «no
robarás». Muchas veces los marxistas han denunciado al capitalismo
por «robar» a los trabajadores cuando, por ejemplo, hay
superexplotación y no se paga el valor de la fuerza de trabajo. Aquí,
claramente, se viola el principio ético proclamado por el propio capital.
Pero también está el ejemplo de la madre que roba para alimentar a
su hijo hambriento. En este caso la misma justicia burguesa contempla
–normalmente– atenuantes, y la moral burguesa –también
normalmente– se abstiene de realizar un juicio condenatorio contra
la madre. Sin embargo ante este caso la moral abstracta se queda
atascada en el conflicto de deberes morales proclamados, «no robarás»
y «lucharás por alimentar a tu hijo». La perspectiva dialéctica, en
cambio, se hace otra pregunta, más fundamental: ¿qué tipo de sociedad
. . . es ésta que lleva a que una madre deba robar para que su hijo no tenga
hambre? La crítica marxista apuntará entonces a las relaciones de
42
propiedad que dan lugar a la pobreza y a los conflictos morales que
derivan de ella. Aquí, de nuevo, la idea no es sentenciar cómo debería
ordenarse el mundo a partir de los dictados de una moral por encima
de la sociedad, sino partir de la realidad existente y sus contradicciones
para derivar la salida superadora.
Todo esto tendría consecuencias para la forma en que los
socialistas encaran la crítica del capitalismo, y la propaganda de sus
ideas. No se trata sólo de demostrar que el modo de producción
capitalista recrea periódicamente crisis, con sus terribles secuelas de
desocupación y miseria para cientos de millones de seres humanos. O
que el afán de ganancia pone en peligro el medio ambiente y la
existencia misma de la vida humana sobre el planeta. Se trata también
de mostrar cómo, partiendo de la misma ideología moral reinante,
existe un abismo entre lo que se proclama y la realidad. La crítica
inmanente es la crítica más subversivamente radical que puede
lanzarse al sistema capitalista. Y no prescinde de criterios morales.

Publicado en el blog, 29 de marzo de 2011.

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Segunda parte

Política y
sindicalismo ...
43

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CUESTIONES SOBRE ANÁLISIS POLÍTICOS
DE LA IZQUIERDA SINDICAL

Cuando discutimos acerca de la situación política y la táctica en el


movimiento sindical, aparecen diferencias sistemáticas en los análisis,
entre quienes defendemos una línea de «lucha sindical, resistencia y
acumulación de fuerzas» (en adelante, LSRAF) y quienes plantean
una estrategia de «ofensiva permanente y huelga general
revolucionaria» (OPHGR). Hablamos de diferencias sistemáticas
. . . porque derivan de conjuntos orgánicos e integrados de pensamiento;
44 o sea, son métodos globales y distintos de abordar la realidad. Para
clarificar esta cuestión, en este escrito presentamos algunos de los
problemas que subyacen a esas diferencias, y los acompañamos con
ejemplos tomados de la experiencia de la lucha de clases.

Análisis de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo

Una de las principales diferencias entre la OPHGR y la LSRAF tiene


que ver con «el marco fundamental» en el cual cada una de las
orientaciones ubica sus análisis; y con la manera en que llegan a
definirlo.
Ese marco fundamental, o punto de partida, se refiere a cuál es
la relación de fuerzas entre las dos clases sociales centrales de la sociedad
capitalista, la clase capitalista y la clase trabajadora. Y también a la
posición de los sectores medios, la pequeña burguesía.
En este respecto la diferencia entre la OPHGR y la LSRAF no
puede ser mayor: los defensores de la OPHGR sostienen que la clase
obrera hoy está a la ofensiva, y que la situación es revolucionaria, o al
menos pre-revolucionaria. Quienes defendemos la orientación LSRAF,
en cambio, planteamos que la clase obrera está globalmente en una

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fase de resistencia, y que la situación política claramente no es
revolucionaria.
La diferencia en este punto no es de matices; se trata de
caracterizaciones esenciales. Se plantea entonces cómo es posible que
se mantengan puntos de vista tan distintos sobre una misma realidad
social.
La respuesta tiene que ver con diferencias en los métodos de
análisis. Quienes sostenemos que la situación no es revolucionaria
planteamos que la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo se
manifiesta a nivel de las relaciones de producción, esto es, en los lugares
de trabajo, en vinculación con ellos; o en relación al Estado, como sistema.
Y tiene expresiones que son objetivas y pueden comprobarse. Por
ejemplo, se expresa en el número de conflictos y la cantidad de
trabajadores involucrados en ellos; en la organización sindical; en la
proporción de trabajadores agrupados en organizaciones gremiales
o políticas democráticas e independientes de las patronales y las
burocracias; e índices similares. Sostenemos que en esta cuestión no
hay que confundir nuestros deseos con la realidad. Por ejemplo si sólo
está en lucha el 0,01% de la clase trabajadora, éste es un dato objetivo,
que no puede ser disimulado hablando del «espíritu de lucha» del . . .
99,99% restante, o cosas por el estilo. Si queremos analizar el grado de 45
solidaridad que despierta la lucha de una vanguardia, también habrá
que buscar datos objetivos en los que se refleje esa solidaridad.
De la misma manera, es importante ubicar las cuestiones en su
perspectiva histórica. Por ejemplo, los datos sobre la evolución del
número de huelgas y conflictos, o de afiliados a las organizaciones
sindicales de las últimas décadas, en Europa y Estados Unidos, nos
brindan una idea de cuál es la tendencia; algo similar ocurre con los
datos en Argentina, y otros países de América Latina. A su vez, la
relación con respecto al Estado se manifiesta esencialmente en la
actitud política y programática que toman los trabajadores de
conjunto frente al Estado de conjunto (no frente al gobierno de turno;
dada la importancia del punto, lo tratamos luego con más detalle).
Lo importante, en nuestra opinión, es entonces establecer, de la
forma más científica posible, en qué situación se encuentra la clase
trabajadora con respecto al capital. Esta evaluación, por otra parte,
nos proporciona la brújula para no desorientarnos frente a los
conflictos, tensiones y crisis que puedan suceder en «la superficie» del
sistema de dominación burguesa. Por eso se trata de una referencia

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permanente, o marco fundamental, dentro del cual ubicamos el resto
de los fenómenos políticos.
Los defensores de la OPHGR, en cambio, plantean la cuestión
desde un punto de vista muy distinto.
En primer lugar, porque si bien hacen referencia a la relación
entre la clase dominante y los trabajadores, no presentan análisis
basados en datos. Por ejemplo, es habitual que hablen de las luchas
«gigantescas» de los trabajadores, de sus movilizaciones «masivas»,
etcétera, sin dar cantidades ni precisar qué peso y qué significado
tienen esas «movilizaciones» en relación a la historia, al conjunto de la
clase obrera y también en relación a la situación de conjunto de la
burguesía. Suplen esa ausencia de datos, y de su ponderación, con
frases altisonantes y adjetivos. Por eso es común que a falta de luchas
reales, efectivas, hagan permanente alusión a la «disposición para
salir a la lucha» que anidaría en las masas trabajadoras. Y los conflictos,
pocos o muchos, siempre son «la punta del iceberg» por donde asoma
ese impulso a la lucha generalizada. Damos un ejemplo típico: hasta
hace poco tiempo algunos defensores de la OPHGR explicaban que las
experiencias de las fábricas recuperadas constituían la expresión de
. . . un impulso general de la clase trabajadora hacia la imposición del
control obrero y la expropiación del capital. Pero al plantear las cosas
46
en estos términos estos militantes no tenían en cuenta, en primer
lugar, la naturaleza de las experiencias de fábricas recuperadas (por
ejemplo, que afectaba a empresas abandonadas por sus dueños). En
segundo lugar, desconocían su peso relativo (el fenómeno afectaba a
una ínfima minoría de la clase obrera). Y en tercer término, no ponían
atención en qué solidaridad efectiva y qué repercusión tenía la
consigna del control obrero en el resto de la clase trabajadora (por
ejemplo, ¿cuántos gremios, asambleas obreras, etcétera, se
pronunciaban por establecer el control obrero?). A eso nos referimos
entonces con la necesidad de realizar análisis objetivos.
Pero en segundo lugar, los defensores de la OPHGR diluyen la
centralidad del conflicto entre el capital y el trabajo en la generalidad
de los conflictos «gobierno versus pueblo»; «Estado versus masas
populares», y similares. Por ejemplo, un reclamo de los vecinos de
algún barrio por semáforos entra «en la bolsa» de la conflictividad
social en general. Esto contribuye a que se pierda de vista la
centralidad del conflicto entre el capital y el trabajo. En lugar de la
clase obrera explotada por el capital, los sujetos del análisis pasan a
ser «los de abajo», o la «sociedad civil», etcétera.

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Como resultado la relación de fuerzas global entre las clases
fundamentales –clase capitalista y clase obrera– queda mal definida,
casi en la nebulosa. Por esta razón es frecuente que los defensores de la
OPHGR sinteticen su análisis de la situación política con una frase
que reza: «los de abajo ya no quieren vivir como antes». Que es otra
manera de decir, «están prontos a estallar en un levantamiento»; lo
cual se toma como sinónimo de «estamos a la ofensiva».

Aclaraciones complementarias al punto anterior

Lo anterior está en el centro de la mayoría de los problemas que se


discuten actualmente en el seno de la izquierda sindical. Dada su
importancia, aclaramos algunas cuestiones que pueden dar lugar a
confusión.
En primer lugar, hemos planteado que la relación de fuerzas
entre el capital y el trabajo se manifiesta principalmente en los lugares
de trabajo, o en vinculación con ellos. En los lugares de trabajo porque
constituyen la base de la sociedad, y es allí donde principalmente se
puede desarrollar la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo.
Incluso elementos cotidianos son indicativos de esa relación. Por . . .
ejemplo, qué capacidad tiene el capital de imponer ritmos de 47
producción al trabajo; hasta qué punto se frena la prepotencia de los
capataces; en qué medida los trabajadores hacen valer sus derechos
elementales (incluso el derecho de ir al baño, tomarse un respiro, no
ser despedidos), etcétera.
Por otra parte, cuando decimos que la relación de fuerzas
también se manifiesta «en vinculación» con los lugares de trabajo,
queremos significar la importancia de que la clase trabajadora se
manifieste como clase en la sociedad, y ante diversos acontecimientos.
Por caso, no es lo mismo que muchos obreros participen como
ciudadanos en una marcha del 24 de marzo (aniversario del golpe
militar de 1976), a que lo hagan «como clase», organizados con sus
compañeros de empresa, de gremio, etcétera. Esta cuestión es relevante
para los análisis, porque muchas veces los defensores de la OPHGR
piensan que si hay muchos trabajadores participando como
ciudadanos en algún conflicto social, ello significa que la clase obrera
está a la ofensiva. Para explicarlo con otro ejemplo: del hecho que
muchos trabajadores participen de una marcha en su barrio pidiendo
un semáforo, no se desprende que esos mismos trabajadores puedan

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imponer una cierta relación de fuerzas al capital (o al Ministerio de
Trabajo, o a la burocracia sindical) en sus lugares de trabajo.
Presentemos todavía otro ejemplo, las asambleas populares de
2002. En algunas de ellas participó cierto número de trabajadores.
Además del aspecto cuantitativo (¿cuántos participaban?) lo
importante era que esos trabajadores no concurrían a las asambleas,
en su inmensa mayoría, en cuanto representantes de sus compañeros
de trabajo. No lo hacían tampoco como resultado de un avance del
trabajo sobre el capital en los centros de la producción (a pesar de que
los defensores de la OPHGR hablaban de «situación revolucionaria»).
No había asambleas populares conformadas por delegaciones de
fábricas, que expresaran la organización como clase de los
trabajadores. Por eso los trabajadores que participaban en las
asambleas, en sus lugares de trabajo continuaban con la rutina que
existía antes de la caída de De la Rúa.
Por último, estas diferencias tienen que ver, en última instancia,
con diferentes posturas teóricas. Quienes defendemos la LSRAF
sostenemos que el conflicto central es entre el capital y el trabajo, que
es la relación de explotación clave. De aquí que el único conflicto político
. . . revolucionario se plantee en términos de la clase obrera contra el
Estado capitalista (ampliamos luego, en el punto «Enfrentamiento
48
contra ‘fusibles’ y contra el Estado»). Nuestro análisis se ordena a
partir de este hecho esencial.
El punto de vista de la OPHGR, en cambio, es que el conflicto
entre el capital y el trabajo se combina y complementa con una
multiplicidad de conflictos («Gobierno-pueblo»; «monopolios-
pueblo»; «capital financiero-patria»; etcétera) que, a la postre, resultan
tanto o más importantes que el conflicto entre el capital y el trabajo. En
el fondo se debe a que no consideran que la explotación del trabajo por
el capital sea la cuestión central de la sociedad moderna. Esto porque
existirían muchas otras «explotaciones», por lo menos al mismo nivel:
la explotación de la «patria» por el imperialismo; del «pueblo» por los
monopolios; del «sector productivo» por los «banqueros y
financieros», y similares. A partir de aquí el antagonismo entre el
capital y el trabajo queda diluido en ese mar de muchos conflictos.
Invariablemente el pueblo, en general, pasa a ser el referente. Por eso
también cualquier tipo de conflicto social viene a alimentar la idea de la
«ofensiva permanente». Esto se complementa con la idea de que el
conflicto entre el gobierno (o cualquier «fusible» del Estado) y el pueblo
es en sí mismo revolucionario.

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Esta cuestión teórica tiene consecuencias a la hora de evaluar
las condiciones para desatar conflictos sindicales. Por ejemplo, puede
haber «alboroto» en la sociedad «en general» –porque se estén
desarrollando varios conflictos sociales; por ejemplo, por la seguridad
o contra la corrupción del gobierno– y sin embargo en los lugares de
trabajo la situación puede ser de chatura, o represiva para los
trabajadores. Esto es, la ofensiva del capital sobre el trabajo puede no
verse afectada por ese estado de conflictividad social general. Como
tampoco la estabilidad del andamiaje jurídico y represivo del Estado
y su defensa de la propiedad privada del capital.

Crisis «en las alturas» permanente

La mal definida «ofensiva de los de abajo» se combina y potencia con


otra idea cara a los partidarios de la OPHGR: que existe una crisis
permanente y crónica «en las alturas», en la clase dominante. En otros
términos, que los «los de arriba» ya no pueden dominar. En
consecuencia, en la visión de la OPHGR los análisis de las tensiones,
conflictos y crisis de la superficie del mundo político, pasan a ocupar el
lugar central. Por ejemplo, si tal ministro está enemistado con tal otro . . .
ministro; si el gobierno se desgasta; si tal aparato de la Justicia se 49
enfrentó al poder Ejecutivo o Legislativo; etcétera. Todo sirve para
«demostrar» que la clase dominante está, permanentemente, inmersa
en la crisis; que sus instituciones «se descomponen», y no pueden
asentar su dominio.
Subrayamos que esto es posible porque previamente, y como
hemos demostrado en el punto anterior, no se han establecido
correctamente las coordenadas esenciales –la correlación de fuerzas
entre el capital y el trabajo– de la situación política. Al perder la
brújula, las crisis políticas pasan a ocupar un rol por fuera de toda
proporción. La renuncia de un ministro o de un gobierno se asimila, en
este pensamiento, a la crisis del sistema de dominación burguesa. La
idea es que a medida que se desgastan ministros y gobiernos, la crisis
del Estado y del sistema es cada vez más profunda, y más difícil de
superar. Lo cual impulsa la «ofensiva de los de abajo».
Por el contrario, quienes defendemos la estrategia de la LSRAF
evaluamos el grado de solidez de la dominación burguesa a partir de
la correlación fundamental de las fuerzas sociales. Esto significa que
las crisis políticas, las tensiones y contradicciones en el seno de la
clase dominante tienen una naturaleza completamente distinta si

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ocurren en medio de una situación de balance entre el capital y el
trabajo, a que si se producen al calor de una ofensiva revolucionaria;
o en un período de intenso retroceso de la lucha de clases. Por ejemplo,
han llegado a ocurrir enfrentamientos armados entre fracciones de la
clase dominante, sin que eso afectara la solidez del régimen de
dominación. Así, a comienzos de los años 1960 en Argentina dos
fracciones del ejército se enfrentaron abiertamente, sin que hubiera la
más mínima intervención de la clase trabajadora en la crisis.
Los que defendemos la línea de la LSRAF pensamos que es un
serio error confundir una crisis política con imposibilidad de dominio
de la burguesía; o con un quiebre en su sistema de dominio. Para que
se entienda nuestra tesis, volvamos al levantamiento contra De la
Rúa. Los partidarios de la OPHGR consideraron entonces que se había
producido una «crisis revolucionaria»; que había ocurrido un
«levantamiento de las masas»; y que la clase obrera «se había puesto
en marcha con una movilización histórica». A esto sumaban la idea
de que el sistema de dominación burguesa estaba «quebrado», que el
régimen se descomponía; en fin, que «los de arriba» ya no podían
seguir gobernando. Por eso concluyeron que se abría una etapa de
. . . organización del doble poder revolucionario, e impulsaron en las
asambleas populares programas y estrategias revolucionarias
50
acordes a esa caracterización.
A diferencia de estos planteos, dijimos entonces que la
correlación de fuerzas entre el capital y el trabajo no se había
modificado; que la clase obrera no había pasado a la ofensiva; que esto
permitiría al capital salir de la crisis económica a costa de mayor
explotación de los trabajadores; que la etapa seguía siendo, en lo
esencial, defensiva para la clase trabajadora; y que las asambleas
barriales, que habían surgido en Capital Federal, principalmente,
debían tener un carácter reivindicativo elemental.
Para realizar ese análisis, las preguntas que procuramos
responder fueron: ¿en qué medida la clase trabajadora, como clase, se
movilizó por echar a De la Rúa? ¿En qué lugares se organizó de manera
independiente, al calor de este proceso, y echó a la burocracia? ¿En
cuántos gremios o fábricas se lanzaron huelgas o movimientos
reivindicativos después de la caída de De la Rúa, para recuperar
derechos, salarios y condiciones laborales? ¿En cuántos gremios o
empresas los trabajadores votaron programas o planes de lucha
revolucionarios?

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Bastaba formular estas preguntas con un mínimo de seriedad
para bajar «en picada» los análisis enfebrecidos que circulaban por
entonces en la izquierda «ultra-revolucionaria». Desde la perspectiva
que brindaba un análisis objetivo de la correlación de fuerzas
fundamental podía entenderse entonces cómo la burguesía arreglaba
la transición al nuevo gobierno; y por qué en ningún momento estuvo
en cuestión su dominio. También podía preverse que en tanto se
insistiera en transformar a las asambleas barriales en «organismos
de doble poder», con programas y tareas «súper revolucionarias»,
ese proceso iba a abortar. Las condiciones «daban» para que fueran
organismos reivindicativos, y espacios de discusión democrática y
concientización. Pero era un error querer llevar de las narices a los
vecinos a hacer una revolución, para la cual no estaban dispuestos.
Si ese abordaje fue esencial para no «perderse» en 2001, también es
clave para no seguir perdidos en 2008. Por encima del «ruido» de la
política cotidiana –el cotilleo de los analistas de los grandes medios–
hay que evaluar objetivamente las grandes líneas de fuerza.

Considerar los intereses estratégicos en la clase dominante


...
Así como es necesario evaluar objetivamente las relaciones de fuerza 51
entre las grandes clases sociales, también es imprescindible analizar
los intereses estratégicos en la clase dominante; y qué lugar juegan, en
ese marco, las fricciones y disputas.
Por ejemplo, a pesar de las críticas por cuestiones como
corrupción; de las discusiones por la distribución de las cargas
impositivas; o por la llamada inseguridad jurídica, las grandes
corrientes burguesas hoy en Argentina coinciden en lo esencial en lo
que atañe al curso económico-social. Es significativo que las propuestas
de las tres fuerzas más votadas en las últimas elecciones –reunieron
más del 80% de los votos– apenas se distinguieron en lo económico.
Este tipo de análisis permite establecer los límites de los
enfrentamientos cotidianos, y comprender que las «crisis de las alturas»
no son tan «terminales» o «extremas» como pretenden siempre los
defensores de la OPHGR.
Presentamos otro ejemplo. Desde el fin de la Segunda Guerra
mundial hasta 2008 en Italia hubo nada menos que 59 gobiernos.
Impresionados por esta situación, en las décadas de 1970 y 1980 varios
grupos de izquierda hablaban de una «situación pre-revolucionaria»
en Italia; planteaban que había una «crisis permanente en las alturas»

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que impedía a la clase dominante ejercer su dominio; decían que esto
colocaba al país al borde de la parálisis e impulsaba al levantamiento
de las masas trabajadoras. Pero estos grupos no advertían que por
detrás del escenario de caídas de gobiernos, crisis ministeriales y
elecciones recurrentes, el dominio burgués continuaba imperturbable.
Incluso en la década de los ochenta Italia alcanzó a ser la quinta
potencia del mundo, superando a Inglaterra. Además, en esa década y
en la siguiente el capital logró avanzar sobre las condiciones de salario
y trabajo de la clase obrera (desindexando los salarios, restringiendo
el derecho de huelga, etcétera). En todo esto la clase dominante tenía
coincidencias estratégicas, por encima de sus «crisis en las alturas».
Damos otro caso, esta vez referido a la relación entre Argentina y
Estados Unidos. A raíz del caso del escándalo por la valija de Antonini
Wilson, y la investigación abierta en Miami, las tensiones entre el
gobierno argentino y Washington recientemente se pusieron al rojo
vivo. Incluso el Parlamento argentino se dio un cierto aire
«antiimperialista». Tomando algunas tapas de diarios, podía pensarse
que la fractura era prácticamente irreparable; los partidarios
izquierdistas del gobierno estaban exultantes por el empuje
. . . antiimperialista de los Kirchner. Pero un análisis medianamente serio
de la cuestión debía advertir que este ruido de superficie tenía sus
52
límites, porque por debajo seguían vigentes intereses económicos y
estratégicos comunes entre los gobiernos y las clases capitalistas de
Argentina y Estados Unidos. No es de extrañar entonces que,
discretamente, se encauzara el conflicto.
Por supuesto, con frecuencia cometemos errores de apreciación.
A veces no advertimos tal o cual elemento del conflicto; o nos
equivocamos en el peso que pueda tener tal otro factor, etcétera. El
método que proponemos no es una receta que garantice el análisis
correcto. Pero sí es un camino que nos acerca mucho más a una correcta
evaluación de la realidad, que lo que propone la OPHGR. Además, el
estar atentos a los datos objetivos, permite tener mayor flexibilidad
para corregir errores. También es una forma de evitar la repetición
dogmática de análisis.

Ubicación de la pequeña burguesía

Hasta ahora pusimos el énfasis en la relación entre el capital y el


trabajo. Sin embargo el análisis no es completo si no incluye la actitud
política de las amplias capas de la pequeña burguesía, o las llamadas

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«clases medias». Este sector ejerce una influencia considerable en el
balance de fuerzas. Por eso, si la clase trabajadora no gana aliados en
la pequeña burguesía, o si no neutraliza a sectores importantes de
esta clase, tendrá demasiadas dificultades para imponerse al capital.
Además, en las condiciones «normales» del capitalismo, las clases
medias ejercen una fuerza estabilizadora de fondo en el sistema.
Asimismo, tienen una indudable influencia ideológica y política. Los
«estados de opinión» de estos sectores actúan como correas de
transmisión de la ideología de la clase dominante.
A pesar de su importancia, con frecuencia este aspecto de la
cuestión es pasado por alto por los defensores de la OPHGR. Peor aún,
en muchos otros casos sólo tienen en cuenta las actitudes de las capas
medias que consideran «positivas». Por ejemplo, durante el auge de
los cortes de rutas y puentes por los movimientos piqueteros,
defensores de la OPHGR destacaban la bronca de las clases medias
contra los políticos, la corrupción, etcétera. Pero no tomaban en
consideración cómo paulatinamente también iba creciendo el rechazo
a los cortes; y cómo la marea de la «opinión pública» se volvía en
contra de los piqueteros. Por esta razón muchos despreciaron la
necesidad de establecer puentes de alianza táctica con los sectores . . .
medios. 53

Las tensiones y divisiones en la burguesía

Del énfasis que ponemos en la evaluación de los «trazos gruesos» de la


situación no debería deducirse que hay que despreciar el estudio de
las divisiones y contradicciones en el seno de la clase dominante (o
entre ésta y sectores de las clases medias). Por el contrario, una vez
que se ha establecido cuál es la correlación de fuerzas esencial, el
análisis de esas contradicciones y tensiones pasa a ser muy importante
para decidir políticas de alianzas o unidades de acción concretas. Lo
explicamos con un ejemplo. Quienes defendemos la táctica de la LSRAF
proponemos, en la coyuntura actual, una política cuidadosa, que ya
hemos explicado en otros textos. Esta política incluye la posibilidad,
y necesidad, de realizar alianzas y unidades de acción. Y aquí juegan
entonces su rol las divisiones y tensiones «en las alturas», que pueden,
y deben, ser utilizadas por la clase trabajadora y la izquierda sindical.
Por ejemplo, la fuerza de Carrió puede coincidir en lo esencial con el
programa económico y social en curso. Pero esto no significa que avale
todo lo que hace el gobierno. En consecuencia los trabajadores pueden

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encontrar apoyo circunstancial por parte de esa fuerza política a la
hora de enfrentar, por ejemplo, un ataque represivo. Ejemplos de este
tipo pueden multiplicarse.
Este análisis procede en sentido inverso al que aplican muchos
defensores de la OPHGR. Estos sectores actúan como si todas las
fracciones burguesas, pequeño-burguesas, burocráticas y obrero-
reformistas constituyeran una especie de «frente
contrarrevolucionario» homogéneo, al que la clase trabajadora,
dirigida por la izquierda revolucionaria, debería enfrentar en bloque
en todas sus luchas. Presentamos un ejemplo: bajo el gobierno de
Menem, un dirigente sindical de izquierda, Panario, estaba preso y
enfrentaba un juicio. Frente a esto, algunos planteamos la necesidad
de establecer la más amplia unidad de acción, que debía incluir a
todos los que estuvieran de acuerdo en un único punto: «Libertad a
Panario». Entendíamos que no todas las corrientes burguesas o
burocráticas avalaban el proceso que se llevaba contra Panario. La
postura opuesta sostenía que esta táctica de unidad de acción era
equivocada porque todos los partidos de la burguesía y la clase media
–y sus fracciones– conformaban una masa reaccionaria, «soldada» al
. . . programa represivo. Por esa razón se negaron a pedir la solidaridad
de la Juventud Radical y fuerzas similares.
54
Si bien este caso fue extremo, el método y la perspectiva que lo
sustentaban siguen vigentes en muchas luchas. Actualmente, si en una
huelga dirigida por la «izquierda ultra-revolucionaria» alguien
propone, por ejemplo, conseguir el apoyo de la Iglesia, la dirigencia de
la CGT o el partido Radical, lo más probable es que encuentre un
rechazo cerrado (y hasta puede ser acusado de «traidor» o
«claudicante»). El argumento siempre es el mismo: todos son enemigos,
todos forman parte de un frente contrarrevolucionario… a excepción
de la izquierda «ultra-revolucionaria». Remarcamos, además, la
incoherencia entre este planteo y la tesis de la «crisis de las alturas»,
que nunca deja de defenderse.

Análisis objetivo de la situación económica

El análisis objetivo de la situación económica es otro pilar de cualquier


análisis político serio, y esencial para la estrategia sindical de
izquierda. No es lo mismo, por ejemplo, luchar en un período de
depresión económica, que en uno de recuperación. Un análisis correcto
de la situación económica es importantísimo para calibrar el grado

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de enfrentamientos entre fracciones de la clase dominante; o para
evaluar las posibilidades de arrancar concesiones a las patronales.
Pero esto es lo que falla con llamativa frecuencia entre los partidarios
de la OPHGR.
En este respecto, uno de los errores más frecuentes es
minusvalorar las fases de acumulación y crecimiento del capitalismo.
Entre los argumentos preferidos de los defensores de la OPHGR está el
que dice que todo crecimiento del capitalismo es «especulativo» y
«ficticio»; y que está «sostenido por el endeudamiento». Con esto
quieren transmitir la idea de que el régimen burgués tiene «pies de
barro», y que bastaría un empujón para que todo se derrumbe. Otro
argumento –una variante del anterior– sostiene que «en el fondo» la
crisis sigue latente; y que nunca se ha superado porque es «crónica».
Cuando finalmente la crisis estalla, se proclama triunfalmente
«teníamos razón». De esta manera las crisis, depresiones,
recuperaciones, auges económicos, pasan a ser lo mismo «en el fondo».
Nadie distingue nada en esta noche en la que «todos los gatos son
pardos». Pero el que no distingue, no analiza ni comprende. Sólo repite
mecánicamente sus verdades eternas y abstractas.
...
No toda crisis genera ascenso revolucionario 55

Por otra parte, quienes postulamos la estrategia de la LSRAF


sostenemos que es equivocado pensar que las crisis económicas, o las
penurias de las masas, generan inevitablemente el alza del movimiento
popular y el giro a la izquierda de los trabajadores. Esta es una idea
muy difundida entre los defensores de la OPHGR. Pero la experiencia
histórica demuestra que esto no es así. Por ejemplo, la depresión
económica de 2001 y 2002 en Argentina fue respondida con bajísimos
índices (relativos a los promedios históricos) de huelgas y luchas
gremiales. De la misma manera, grandes depresiones en el centro
capitalista, como fue la crisis de 1929 en Estados Unidos, no generaron
ningún cuestionamiento importante al sistema.
Asimismo, no toda penuria genera una conciencia de izquierda o
socialista. Por ejemplo, cuando comenzaba la restauración del
capitalismo en la URSS y el Este de Europa, muchos izquierdistas se
consolaban diciendo «apenas los trabajadores experimenten en carne
propia los males del sistema, se volcarán al socialismo». Pasaron casi
dos décadas desde este pronóstico, las penalidades en esos países
fueron gigantescas, pero no se produjo ningún giro de las masas a la

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izquierda. Algo similar puede decirse de lo que sucedió en Argentina;
en las elecciones de 2003 no hubo ningún giro a la izquierda, a pesar
de la miseria que había provocado la crisis.
Por supuesto, tampoco las crisis políticas por sí mismas generan
corrimientos a la izquierda. Luego de muchas crisis políticas en
Argentina, la izquierda sigue teniendo la misma cantidad de votos
que hace un cuarto de siglo. Más aún, hubo crisis políticas, o
económicas, que generaron salidas a la derecha. Por ejemplo, el triunfo
de la reacción neoliberal de los 1990s tuvo mucho que ver con la crisis
de la hiperinflación, y la crisis política que la acompañó –saqueos,
caída de Alfonsín. Ante la quiebra de la moneda –el mercado no podía
funcionar– la sociedad de conjunto terminó pidiendo «orden». Un
«orden» que le proporcionó la Convertibilidad y el programa del
menemismo.
Estas cuestiones no pueden ser registradas en los análisis de la
OPHGR. En esta visión no se advierte la capacidad del régimen
democrático-capitalista para quemar «fusibles» y absorber conflictos
por medio del desgaste, las promesas, las medias concesiones, y la
regeneración de ilusiones en los políticos. Factores que se combinan,
. . . por supuesto, con la represión; pero debe entenderse que la represión
nunca actúa sola. Es imposible darse una táctica sindical correcta sin
56
tomar en cuenta todos estos factores.

No toda movilización genera conciencia revolucionaria

También es un error frecuente, que repiten casi invariablemente los


defensores de la OPHGR, pensar que toda lucha genera más o menos
automáticamente una conciencia «socialista» o revolucionaria. Se cree
que si los trabajadores pelean por aumentos salariales de manera
consecuente, por ejemplo, en algún punto, llevados por su
movilización, se darán cuenta de que el problema de fondo es el
sistema capitalista. Su propia experiencia, dicen muchos defensores
de la OPHGR, los llevará a esta conclusión. Lo importante, entonces,
es que la gente luche, porque eso los llevará a conclusiones cada vez
más radicales. Pero la realidad desmiente esta tesis. Puede haber
muchas luchas por aumentos salariales, por ejemplo, y no por ello los
trabajadores sacarán necesariamente la conclusión de que el capital
explota al trabajo. Muchos trabajadores que en 2001 y 2002 se
movilizaron para recuperar empresas abandonadas por sus patrones,
y ponerlas en marcha, hoy confían en Kirchner y el partido Justicialista.

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No basta con luchar para que se genere una conciencia contraria al
capitalismo, o se elabore un programa socialista. Las luchas generan
condiciones para que esto suceda; pero a todas luces se ve que no es
suficiente con las condiciones.
Presentamos otro ejemplo, esta vez referido a los sectores
medios. Cuando se produjo la crisis bancaria de 2001-2002, algunos
pensaron que las clases medias y los ahorristas harían una
«experiencia definitiva» con el sistema capitalista, y se inclinarían a
la izquierda. La crisis política era de proporciones, el sistema bancario
estaba en crisis, los ahorristas se movilizaban y pedían algo que el
sistema no les podía dar. ¿Cómo no iban a terminar cuestionando al
capitalismo? Pero la realidad fue que los ahorristas adoptaron como
líder a un actor-político burgués; y levantaron un programa de
«seguridad y defensa de la propiedad privada». En definitiva, el
movimiento se canalizó y se diluyó en las redes del sistema.
Por supuesto, estos problemas nos introducen en el terreno de
si es necesaria una organización política para difundir las ideas del
socialismo; un tema que excede los límites que nos hemos impuesto en
este escrito. Sin embargo es importante tener presente que una de las
consecuencias de pensar que la lucha, por sí misma, genera conciencia . . .
socialista, es creer que lo importante es luchar, aunque no se consigan 57
resultados en términos de reivindicaciones concretas para los
trabajadores. Esta cuestión subyace en las tácticas de partidarios de
la OPHGR. Es que piensan que la lucha, en sí misma, es virtuosa. Por
eso acusan de traidor al que no quiere luchar. Por eso también no se
preocupan por abrir en algún punto de un conflicto una negociación.
Cuando más se lucha –es su razonamiento– habrá mayor impulso
para la generación de una conciencia socialista. Una consecuencia de
esta forma de razonar es que puede generar desconfianza en los
trabajadores, porque estos a veces sienten que se los está impulsando
a conflictos sin salida. Lo cual en ocasiones ha dado pie a que la
burocracia sindical, o sectores del peronismo, recuperen terrenos que
habían perdido (¿acaso no ha sucedido algo así en algunas empresas
recuperadas?).

Enfrentamiento contra «fusibles» y contra el Estado

De lo que hemos afirmado hasta aquí se desprende que, según la


concepción que estamos defendiendo, es necesario distinguir entre lo
que son enfrentamientos contra los «fusibles» del régimen político, y

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lo que es un cuestionamiento al Estado, como sistema. Por «fusibles»
entendemos todas las instancias –gobiernos, parlamentarios, jueces–
que son reemplazables sin que se altere en lo sustancial el dominio del
Estado, y su rol de custodio de la propiedad privada del capital, y de
sus intereses. Sólo cuando la clase trabajadora cuestiona al Estado
como sistema estamos en presencia de un movimiento con programa
revolucionario.
Esta perspectiva no es compartida por los defensores de la
OPHGR. Es que en esta visión, todo enfrentamiento contra el gobierno
(a cualquier nivel, nacional o provincial) o contra cualquier otra
instancia del Estado es, en sí mismo, revolucionario. Tal vez la expresión
más alta de esta concepción la vimos cuando se dijo que la consigna de
2001-2002 «que se vayan todos» era revolucionaria. Pero la consigna
sólo exigía un cambio del personal dirigente del Estado. Esto porque
la mayoría de los que agitaban esa consigna pensaban que el problema
central de Argentina era la corrupción de los malos gobernantes. No
cuestionaban el sistema. Sin embargo los defensores de la OPHGR
consideraron que el que «se vayan todos» llevaba a la crisis al sistema
capitalista, y abría el camino de la revolución. Lo cual, por supuesto,
. . . no sucedió. El Estado capitalista se readecuó a las circunstancias; se
hicieron algunas concesiones formales y mínimas; y en la realidad «se
58
quedaron casi todos».
En estas diferencias entre los partidarios de la OPHGR y la
estrategia de la LSRAF que defendemos, subyacen diferentes
concepciones sobre el Estado y su rol. En nuestra concepción el Estado
capitalista no puede ser transformado en su naturaleza cambiando
personajes; o haciendo renunciar muchos gobiernos, nacionales o
provinciales.
Una consecuencia de no entender esta naturaleza del Estado
capitalista es que constantemente se incita a la clase trabajadora a
salir a la lucha por cambiar los «fusibles» estatales. Pero cuando los
partidarios de la OPHGR tienen éxito en este objetivo, el Estado cambia
los correspondientes fusibles; entonces las ilusiones populares se
realimentan («ahora las cosas van a cambiar»), y al poco tiempo todo
sigue más o menos igual que antes. Con la diferencia que se suman
decepciones a las luchas obreras y populares.
Esta concepción de la OPHGR con respecto a los gobiernos y el
Estado, a su vez, está en la base de su incitación permanente a que los
sectores avanzados de la clase obrera se lancen a la lucha contra el
gobierno de turno. Esto se considera vital, porque se piensa que en la

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medida en que se derriben gobiernos, se acercará la hora de la
revolución (habría una especie de cercamiento del Estado y de la
burguesía, que cada vez se quedarían con menos opciones). Ya hemos
explicado que múltiples experiencias, en Argentina y en otros países,
desmienten esta visión exitista y febril. Pero además, otra consecuencia
peligrosa que se desprende de esto es que se orienta a muchos sectores
de trabajadores a emprenderla contra el gobierno a cualquier costo.
Por eso muchas veces se intenta que un simple conflicto por aumento
de salario, o alguna otra reivindicación elemental en una empresa o
sector, derive en una lucha contra el gobierno. Desde la OPHGR siempre
se exige a los dirigentes sindicales de izquierda que impulsen los
conflictos en este sentido. Pero esta estrategia es inútil, desde el
momento que no acerca un ápice el momento de la revolución (y más
bien sucede todo lo contrario). Y es altamente peligrosa, porque acelera
inútilmente la dinámica de enfrentamientos.

La burguesía puede dominar sin que haya apoyo activo

Otra idea que ha hecho mucho daño es pensar que la burguesía


necesita, para ejercer su dominio, del apoyo activo y la adhesión de . . .
los trabajadores y las masas populares a algún proyecto estratégico 59
de país. Cuando esta adhesión no existe, algunos partidarios de la
OPHGR hablan de «crisis de hegemonía», o también de «crisis
orgánica».
Pero la realidad es que la clase dominante domina la mayor
parte de las veces sin que las masas trabajadoras adhieran o se
entusiasmen con algún proyecto o programa burgués. Lo más frecuente
es que haya alguna expectativa en las elecciones. Y que pasado un
tiempo de asumido el nuevo gobierno, las cosas vuelvan a su «curso»:
apatía, descreimiento, esperanzas vagas. Por eso una abstención
masiva en las elecciones no necesariamente debe asociarse a una «crisis
en el sistema de dominación». En muchos países capitalistas, donde el
voto no es obligatorio, hay bajísimos niveles de participación política,
y esto no significa ninguna amenaza seria para el sistema capitalista.
Ni tampoco tiene por qué ser índice de radicalización a la izquierda.
Todo esto es importante porque también hemos visto análisis «súper-
optimistas» de aquellos que evaluando las elecciones en Argentina,
hacen cuentas del tipo «30% de gente que no fue a votar + 5% entre
votos en blanco y anulados + 5% de izquierda = 40% que están en
contra del sistema».

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De nuevo, se trata de expresiones de deseos. Nada autoriza a
mantener estos análisis con alguna seriedad.

Tener en cuenta la conciencia real de la clase trabajadora

De lo que venimos planteando se desprende la importancia de tener


en cuenta la conciencia real y actual de la clase trabajadora; no la
conciencia que nos gustaría que hubiera; ni la conciencia que, según
algún análisis, la clase obrera «debería tener» a partir de sus «intereses
objetivos», antagónicos a los del capital.
Pero ¿cómo se puede medir esta conciencia? ¿En qué se manifiesta? De
nuevo, en esto hay que tomar los elementos objetivos de que disponemos.
Por ejemplo, las elecciones son un índice. Se puede argumentar, por
supuesto, que la propaganda burguesa es muy fuerte; que la gente
está «alienada»; que los medios ningunean a la izquierda; que los
votantes no conocen las propuestas y a los candidatos revolucionarios,
etcétera. Todo esto tiene su cuota de verdad. Sin embargo, cuando de
conjunto los partidos de la izquierda no alcanzan el cinco por ciento
de los votos, hay que admitir que eso es revelador de un estado de
. . . conciencia.
60 Otro dato objetivo que debería entrar en el análisis son las
votaciones en los sindicatos; es cierto que hay fraudes, presiones,
matones. Pero por encima de todo esto, una y otra vez los burócratas
consiguen el consentimiento de los trabajadores. Por ejemplo, si en el
gremio de camioneros la izquierda tuviera posibilidades de formar
una lista propia, ¿alguien duda de que por ahora (año 2008) ganara
Moyano? Consideraciones similares pueden hacerse sobre muchos
otros gremios. Si De Gennaro triunfa en ATE ¿es debido a que hay
fraude, o a que la gente lo vota?
Por supuesto, también es un índice del nivel de concientización
de los trabajadores la concurrencia a actos partidarios; la
participación en organizaciones de izquierda; el nivel de activismo
sindical combativo; la circulación y lectura de prensa y literatura.
Los que defendemos la línea de la LSRAF tenemos en cuenta estos
elementos para diagnosticar que, por ahora, los trabajadores no están
dispuestos a sumarse a una lucha revolucionaria por acabar el sistema
capitalista.
Los partidarios de la OPHGR, en cambio, tienden a
minusvalorar estos datos objetivos. Apenas terminan las elecciones,
por ejemplo, es común que el «pronóstico-consuelo» sea: «en cuanto

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hagan la experiencia con el nuevo gobierno, los trabajadores se van a
rebelar…» y vuelve la misma cantinela. En otros casos los análisis se
aferran a hechos anecdóticos, que son magnificados y sacados por
fuera de toda proporción. Presento un caso que sucedió hace ya años,
que es entre divertido y patético. Ocurrió hacia el final del gobierno
de Alfonsín, cuando había cortes de luz. Un día una señora, indignada
porque un supermercado tenía encendidas muchas luces, la
emprendió a martillazos contra la vidriera. Fue detenida y los medios
se hicieron eco del asunto. Un analista político de izquierda explicó
entonces que esa buena señora era la emergente de una situación
revolucionaria en la conciencia de las masas trabajadoras.
Citamos este caso no para ensañarnos con aquel analista, sino
para mostrar un punto muy alto (casi ridículo) de un método de
análisis que es frecuente. El error de aquel teórico fue atribuir al
conjunto de la clase obrera un nivel de conciencia determinado, a
partir de un hecho anecdótico y circunstancial.

Los análisis deben hacerse para entender el presente y sus


tendencias
...
Señalamos por último que, en opinión de quienes defendemos la 61
política de la LSRAF, los análisis deben intentar comprender el
presente; y que no tiene sentido –ni es necesario– dedicarse a adivinar
el curso futuro de la evolución de la economía capitalista o de la lucha
de clases. Los partidarios de la OPHGR, por el contrario, ponen mucho
empeño en predecir lo que «inevitablemente» va a suceder. Consideran
que esto es esencial porque piensan que los revolucionarios deben
agitar hoy las consignas que serán adecuadas cuando ocurran las
crisis futuras. A esto se le llama «estar preparados». Por ejemplo, aun
en el caso que se admita que hoy no hay una crisis política, se considera
que es necesario agitar consignas que preparen a las masas
trabajadoras para intervenir en la crisis futura que, se sostiene,
sucederá indefectiblemente. La idea es que, llegada esa crisis, los
trabajadores reconocerán a quienes han pronosticado las cosas
correctamente, y dijeron en el pasado lo que había que hacer en el
futuro. Obsérvese que esto requiere que se cumplan tres supuestos: a)
que sea posible predecir el futuro; b) que la agitación de consignas «a
futuro» sirva para hacer política en el presente; c) y que llegado el

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futuro las masas reconozcan a quienes adelantaron lo que iba a
suceder, y cómo debía encararse.
Ilustremos esta lógica con un ejemplo. Hacia el tercer trimestre
de 2002 hubo signos claros de que la economía argentina se estaba
recuperando, y que la situación política se normalizaba. Además, la
clase trabajadora no había ofrecido resistencia a la baja de salarios
que había generado la devaluación del peso, y la desocupación
continuaba haciendo estragos. En esa coyuntura planteamos que era
necesaria una táctica defensiva y cuidadosa, como línea general
(siempre puede haber excepciones) que apuntara a recomponer las
fuerzas del trabajo, en una perspectiva de resistencia. Los partidarios
de la OPHGR, por el contrario, no prestaron atención a los datos de la
recuperación y la normalización política, y caracterizaron la situación
como de un mero «reflujo» en la ofensiva revolucionaria. Esto porque
sostenían que «inevitablemente» se produciría a corto plazo una
nueva crisis política, que una nueva caída de la economía estaba a la
vuelta de la esquina, y que esto generaría, también «inevitablemente»,
un nuevo «Argentinazo». De manera que había que darse política
para esos acontecimientos, que habían pronosticado a futuro. Su
. . . política no se adaptaba a la situación real existente en 2002, sino a lo
que ellos creían que sucedería en un futuro, más o menos cercano. Por eso
62
llamaban a «preparar el nuevo Argentinazo». En nuestra opinión, el
resultado de todo esto fue que no hubo política adaptada a lo que se
necesitaba en la coyuntura de aquel momento. Incluso cuando se abrió
la posibilidad de empezar a reconquistar terreno en salarios y
condiciones de trabajo, la consigna de «preparar el próximo
argentinazo» era equivocada. Y como esta metodología no se corrigió,
la formulación de la política por parte de la OPHGR sigue, hasta el día
de hoy, adoleciendo de este grave problema. A cada paso escuchamos
como argumento en defensa de consignas «utra-revolucionarias» la
idea de que «hay que prepararse para el futuro estallido de la crisis».
Quienes defendemos la estrategia de la LSRAF discrepamos con esta
visión.
En primer lugar, porque no es posible predecir el futuro. Lo que
puede hacer el análisis social es entender cuáles son las tendencias que
están operando hoy, y en base a eso hacer algunas proyecciones. Pero
es imposible predecir cuál va a ser el curso futuro de los
acontecimientos. Esto se debe a que la sociedad no funciona como un
sistema mecánico. En la definición de cada coyuntura intervienen
muchísimas variables; y además, el curso futuro de los acontecimientos

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depende de la reacción y de la interacción entre las clases sociales y
sus fracciones, organizaciones políticas y dirigentes, que no están
prefijadas. Por ejemplo, en base a las tendencias actuantes en el sistema
capitalista, el análisis puede decir que en el futuro ocurrirán nuevas
crisis económicas. Pero no puede predecir en qué fecha se va a producir
la próxima crisis, ni cuánto va a bajar el producto y la inversión, o
cuánto va a aumentar la desocupación. Menos todavía se puede
predecir cómo reaccionará la clase trabajadora ante esa futura crisis,
o qué contradicciones aparecerán en el seno de la clase dominante,
etcétera.
Lo mismo sucede con los acontecimientos políticos. En
determinado momento se pueden analizar ciertos conflictos y prever
algunos cursos de evolución, pero siempre en base a lo que está
sucediendo hoy. Jamás debería perderse de vista que estamos
estudiando la sociedad, donde actúan seres humanos que aprenden
de las experiencias pasadas, y son capaces de modificar sus
comportamientos. Damos un ejemplo sobre esta cuestión, también
tomado de la historia de las luchas políticas en Argentina.
Como es sabido, durante muchos años la clase capitalista estuvo
profundamente dividida en torno a qué actitud tomar con Perón. Y . . .
después de 1955 se impuso la línea de no permitirle el regreso a 63
Argentina. En vista de esta situación, un partido de izquierda predijo
que Perón nunca podría ser asimilado por la clase dominante, y que
en consecuencia la lucha por su regreso al país llevaría,
inevitablemente, a la lucha por el socialismo. Esto es, la clase
trabajadora, movilizada por la vuelta de Perón, desembocaría en el
cuestionamiento del Estado y la insurrección.
En este análisis existía entonces un pronóstico rígido de lo que
sucedería en Argentina a futuro. Se asimilaba la política al mecanismo
de una máquina: una vez puesto a funcionar el enfrentamiento entre
peronistas y antiperonistas, el mismo se reproduciría de manera
prefijada, como si estuviera escrito en un libro del futuro. A partir de
aquí ese partido no pudo interpretar lo que estaba sucediendo en
Argentina entre 1971 y 1972. La dictadura militar negociaba con Perón
un «Gran Acuerdo Nacional», y Perón volvió al país con todos los
honores.
Naturalmente, afirmar que no se puede prever el futuro no
equivale a decir que no se pueden prever las tendencias del sistema
capitalista. Por ejemplo, se puede afirmar que en un plazo mediano
seguirá operando el impulso a la concentración de los capitales, y a la

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extensión internacional de la economía capitalista, a pesar de algunos
vaivenes. Pero esto es posible preverlo porque se trata de tendencias
que están actuando hoy. Estas tendencias se manifiestan y pueden
estudiarse; aunque a veces sea difícil detectarlas.
Pero además, es inútil hacer política hoy, agitando consignas
para el futuro. En este respecto los partidarios de la OPHGR tienen
una concepción equivocada, porque piensan que si hoy agitan una
consigna que dé respuesta por anticipado a la crisis que predicen,
llegada la crisis los trabajadores recordarán quién había previsto las
cosas; y adherirán a esos partidos políticos u organizaciones sindicales
que supieron «ver» a futuro. Pero las cosas no suceden así. Los
trabajadores prestan atención a quienes dan respuestas a los problemas
que enfrentan hoy. Y llegado el momento, si cambia la situación, será
necesario hacer un nuevo análisis y determinar la estrategia y la
táctica correspondientes.

Conclusión

A lo largo de este escrito –que se complementa con otros que tratan


. . . cuestiones de táctica sindical de izquierda– hemos presentado algunos
64 de los problemas que subyacen en las diferencias entre la estrategia
de la OPHGR y la LSRAF. Estamos en presencia de dos lógicas opuestas
de abordar la realidad. Por supuesto, siempre hay detalles o aspectos
en los cuales un defensor de la OPHGR puede no verse reconocido.
Pero el trazo grueso del razonamiento es ése, indudablemente. Emerge
una y otra vez en cada coyuntura.
En la base de estas diferencias hay una cuestión a la que ya
hemos hecho referencia en varios pasajes: la necesidad de realizar
análisis sustentados en datos empíricos y reales. No hay ciencia si esto
no se tiene en cuenta o se desprecia. Hay que evitar marearse con
ensoñaciones, con relatos exaltados. No se trata de poner un «inflador»
para dar falsos ánimos a la militancia («estamos cerca de la revolución,
por lo tanto sigamos militando a fondo», etcétera), sino de
proporcionar un cuadro realista de la situación. Olvidarse de estas
cuestiones elementales ya ha costado demasiado en términos de vidas
militantes, desmoralización de compañeros y procesos que se apuran
y «abortan» por impaciencias revolucionarias.

Publicado en la página web, febrero de 2008.

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MÉTODOS DE DISCUSIÓN
EN ÁMBITOS DE IZQUIERDA

Reproduzco, con apenas alguna modificación, un texto que escribí en


diciembre de 2006. El mismo es motivado por las formas de polemizar
que aparecieron en algunos «Comentarios».
Una de las cosas que más daño ha causado a los movimientos
de izquierda, en particular a los que se reclaman marxistas, han sido
las formas y métodos mediante los cuales se «zanjan» los debates . . .
políticos e ideológicos. Es un hecho común que ante diferencias se 65
lanzan invectivas injuriosas y calumnias del más diverso tipo. Para
no generalizar en abstracto, presento ejemplos tomados de mi
experiencia personal. Por caso, cuando critiqué la apología de Hebe
Bonafini a los ataques a las Torres Gemelas, y su apoyo a Bin Laden,
fui acusado por la propia Bonafini de ser un «agente del gobierno
Radical para destruir a la Universidad de las Madres». Esta acusación
fue apoyada por grupos de izquierda, e incluso por distinguidos
intelectuales, como el señor Néstor Kohan. Otro ejemplo: por haber
opinado que la URSS desde décadas antes de su caída ya había dejado
de ser un Estado proletario, fui acusado por un escritor del Partido
Obrero de ser un «cruzado» contra el socialismo. Esto es, que habría
jurado luchar fanáticamente contra el socialismo. Otro ejemplo: la
postura contraria a la consigna de «seis horas de trabajo para bajar
la desocupación» me valió el calificativo de «enemigo de la clase
obrera» por parte de algún grupo. Otro ejemplo: la posición favorable
a la libertad de opinión y discusión en los partidos de izquierda -y en
los países que se llaman socialistas- ha llevado a muchos a denunciarme
por «provocador», «agente infiltrado» y »personaje con objetivos
oscuros, dispuesto a destruir a la izquierda».

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En fin, éstos son algunos ejemplos tomados de mi experiencia
como militante de izquierda. Pero podría citar decenas de casos de
compañeros y compañeras que han sido acusados de cosas todavía
más terribles. Tres son los argumentos más comunes con que se
defienden estos procedimientos.
En primer lugar, se afirma que esta manera de discutir es
«proletaria», porque supuestamente los trabajadores «no se andan
con remilgos y diplomacias burguesas», hablan las cosas claramente
y así denuncian a los enemigos encubiertos del movimiento socialista.
Recordemos que de esta forma los partidarios de Stalin
justificaban el trato brutal que su jefe imponía, a comienzos de los
años veinte, a sus camaradas de partido (el tema es relatado por
Trotsky en «El testamento político de Lenin»). Y desde entonces se ha
convertido en un clisé discursivo típico de las organizaciones de
izquierda. Pareciera que la brutalidad debiera ser parte de la «cultura»
socialista, un sinsentido que no resiste el menor análisis. Es que el
socialismo no puede hacer de la bestialidad su sello distintivo. La
famosa divisa humanista, adoptada hace décadas por el socialismo,
de que nada de lo humano me es ajeno, es incompatible con ese trato
. . . pretendidamente «proletario».
El segundo argumento sostiene que «todo se justifica en tanto
66
haya que salvar al partido, la revolución o la clase obrera». Mentir,
calumniar, agredir, es válido en aras de la suprema causa de la
revolución, o del partido. Se establece así una separación tajante entre
medios y fines, como si los medios no fueran parte de los fines, y como
si los fines no tuvieran correspondencia con los medios. Uno de los
resultados que se obtiene, es «producir» militantes que no escuchan
razones, ni les interesan los argumentos, sino aplastar a todo aquel
que discrepe con la «verdad revolucionaria», tanto de afuera, como
dentro de la organización. Siguiendo esta dinámica, en organizaciones
de izquierda se llegó a los extremos de montar operaciones de
espionaje, difamación, e incluso intimidación (no me lo contaron, lo
viví), para destruir oposiciones. El criterio de que «los fines lo
justifican» quita toda inhibición y límite. Así también hemos visto
cómo grupos de izquierda, que comparten un mismo proyecto, se
enfrentaron (tampoco me lo contaron, lo he visto en facultades), con
palos y cadenas, porque discrepaban sobre tal o cual punto. ¿Puede
alguien imaginarse qué sucedería el día en que tuvieran poder en
sindicatos, por ejemplo? ¿Habría guerras civiles en la izquierda? La
pregunta no es retórica, es una invitación a pensar seriamente en la

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mecánica inherente a esta forma de hacer política. Después de todo en
el siglo XX hemos asistido a guerras entre naciones que se calificaban
a sí mismas de «socialistas» y hacían ostentación de
«internacionalismo proletario». ¿No se saca nada de estas experiencias,
terribles, por cierto?
En tercer término, e íntimamente ligado a lo anterior, se afirma
que los modos de discutir son cuestiones formales, que no afectan al
contenido. Se sostiene que si alguien nos trata de enemigos de la clase
obrera porque opinamos tal cosa, ese calificativo no tiene importancia,
porque lo relevante es el «contenido» de lo que se nos está diciendo.
Pero este argumento no resiste el menor análisis desde el punto de
vista de la dialéctica, ya que -como tantas veces lo ha explicado Hegel-
no existe esa separación metafísica entre contenido y forma. Esto
porque no existe un contenido que no se exprese a través de
determinadas formas; e, inversamente, las formas hacen al contenido.
Dicho de otra manera, las formas brutales en el trato expresan
contenidos, esto es, concepciones sobre las relaciones entre los seres
humanos; y más precisamente para el caso que nos preocupa, sobre
cuáles deberían ser las relaciones entre compañeros de militancia.
Aquél que tiene un trato brutal, quien apela a la difamación, quien no . . .
duda en descalificar toda oposición o crítica por «fascista», «pagada 67
por el enemigo» o por «ser parte de una provocación», está expresando
una concepción de sociedad, una visión ideológica sobre el futuro por
el que lucha, que poco tiene que ver con un programa socialista. Por
eso, en última instancia, estas formas están plenas de contenido. Para
decirlo de otra manera, y de nuevo a través de un ejemplo personal,
pero generalizable: cuando era joven y cuestioné la existencia del Muro
de Berlín, y la falta de libertades democráticas en la URSS, mi padre -
que era stalinista convencido- me explicó que aquéllos eran problemas
«de superficie», porque lo importante era el «contenido social» de
esos regímenes. De esa manera justificaba también los campos de
concentración, los fusilamientos, el amordazamiento de todo
pensamiento crítico e independiente; siempre el argumento apelaba a
que se trataba de meras «formas». Sólo con los años me di cuenta de
que esas formas afectaban el «contenido de vida» de millones de
personas, que estuvieron en la raíz del desmoronamiento de esos
regímenes, y que por lo tanto jamás podían considerarse inesenciales.
Son formas que hacen a la esencia. Un campo de concentración (y en el
«socialismo real» hubo incluso campos de concentración para los
homosexuales) es contenido, porque es forma esencial. Como lo es

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también una campaña de calumnias, o una intimidación a los críticos
en un sindicato o un partido.
Todo esto hace un daño inmenso a la lucha por el socialismo.
Por un lado, porque ahoga el pensamiento crítico en el seno de las
organizaciones. También porque inhibe a muchos, que no militan en
organizaciones, a opinar, ya que existe el temor de ser atacado
públicamente por los energúmenos de turno. Es que no es sencillo
convivir con agravios, con acusaciones infamantes, y cosas por el
estilo. No es fácil personalmente, ni tampoco es fácil de sobrellevar
para el núcleo familiar y los amigos que nos rodean. Por eso muchos
optan, cada vez más, por el silencio, por reservar sus opiniones para
círculos íntimos. Pero de esta manera es muy difícil que el marxismo
pueda vivir como una teoría viva. En concreto, estos métodos son
funcionales a aquellos que consideran al marxismo un dogma, al cual
la realidad, y los seres humanos, deberían subordinársele. Y a los
aparatos y direcciones, guardianes naturales e imprescindibles del
imprescindible dogma.
Además, y por lo que ya explicamos, estos métodos en sí
mismos constituyen una propaganda en contra del socialismo, porque
. . . dan la idea de que el futuro por el que se lucha no es una sociedad
superadora del capitalismo, sino una asentada en el despotismo
68
burocrático, en la arbitrariedad de los «jefes». En una palabra, una
reproducción del «despotismo asiático» al estilo de los Khmers rojos
de Camboya, o de lo que hoy es Corea del Norte. Sin embargo, nada
más alejado de este proyecto que la idea de Marx. Para Marx, el
comunismo, en tanto superación de la propiedad privada, debía llevar
a una «… real apropiación de la esencia humana por y para el hombre»;
por consiguiente implicaba el «… total retorno del hombre a sí mismo,
como hombre social, es decir, humano, retorno total, consciente y
llevado a cabo dentro de toda la riqueza del desarrollo anterior»
(Manuscritos económico filosóficos de 1844). Por eso Marx concluía
que «debe evitarse, sobre todo, el volver a plasmar la ‘sociedad’ como
abstracción, frente al individuo». Pero las burocracias plasman al
«aparato» como abstracción frente al militante; y con ello prefiguran
la plasmación de la sociedad como abstracción frente al individuo.
¿Qué tienen que ver entonces estos métodos con el socialismo? Nada,
absolutamente nada.
Por último, quiero plantear una cuestión que está implícita en
lo que he explicado, pero que adquiere un fuerte peso cuando la
pensamos singularizada en los seres humanos, de carne y hueso, que

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han padecido estos métodos. Me refiero a la destrucción moral de los
«heterodoxos», de los que no se resignan a ser repetidores de fórmulas
bajadas por el sabelotodo comité central, dirigido por el sabelotodo
compañero-dirigente-secretario-general. Afirmo que lo que se busca
es quebrar espiritualmente al oponente de manera que no vuelva a
levantar la voz. Por eso estos métodos, aplicados a través de los años,
terminan dando resultados asombrosos. Hace años un viejo militante
inglés, un intelectual, viendo en retrospectiva lo que había consentido
(no queriendo ver lo que veía, con el argumento siempre a mano de
«todo sea por la clase obrera y el partido») se preguntaba con
amargura cómo había tolerado extremos como la agresión física a
militantes que se oponían a la dirección del partido al que pertenecía.
La respuesta está en haber aceptado la lógica implicada en «las formas
no importan», «los marxistas discutimos así», y el «todo vale» a la
hora de «defender al partido». Una vez iniciada esa senda, es muy
difícil desandarla. Tal vez uno de los puntos de partida -aunque no el
único- para iniciar una reconstrucción del movimiento socialista pase
por revisar, muy críticamente, estos métodos.

...
Publicado en el blog, 15 de marzo de 2011. 69

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IZQUIERDA, INDIGNADOS Y ACCIÓN POLÍTICA

La irrupción del movimiento de los indignados en España y otros


países plantea una cuestión importante para las organizaciones de
izquierda. Es que éstas elaboran sus programas, tácticas y campañas
políticas en la idea de que expresan las aspiraciones de los
trabajadores y de los oprimidos, y con la esperanza de que cuando las
contradicciones del sistema capitalista estallen y las masas se
movilicen, éstas tomarán en cuenta a la izquierda. La aspiración de
. . . «máxima» es que llegado el momento crítico, los trabajadores asuman
como propias las consignas de los partidos revolucionarios y confíen
70
en sus tácticas y estrategias. Sin embargo sucede que cuando surgen
movimientos masivos, como el de los indignados en España o antes
los cacerolazos en Argentina, los mismos transcurren por canales
independientes de las organizaciones. Lo ocurrido en Argentina es
ilustrativo. En 2001 los partidos de la izquierda radical eran conocidos,
tenían una larga tradición (en algunos casos más de medio siglo) de
actividad, y agrupaban algunos miles de militantes. Pero la gente
movilizada no tuvo ningún acercamiento espontáneo hacia las
organizaciones de izquierda. Destaco que según el análisis de muchos
grupos de izquierda, o marxistas, en 2001 se produjo una «ruptura
revolucionaria» (todavía en diciembre de 2002 el dirigente de un
partido trotskista me aseguraba, en una discusión pública, que la
situación en Argentina era similar a la de Rusia en 1917). Era de esperar
entonces que las consignas de la izquieda «prendieran» en ese terreno
fértil. Pero esto no ocurrió. Los militantes de izquierda intervinieron
en las asambleas barriales -que agruparon a un pequeño sector de la
población de la Capital Federal- y lograron que votaran sus
programas, pero esas resoluciones no trascendieron de los pequeños
círculos. Además, en varias asambleas los vecinos dejaban de asistir

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cuando advertían que eran «copadas» por los militantes. Lo más
importante es que la población trabajadora no adoptó esas consignas,
en una coyuntura crítica y de enorme desprestigio de la dirigencia
política burguesa (aunque personalmente estoy convencido de que se
estaba lejos de una revolución). El único dirigente de izquierda que
capitalizó algo del descontento fue Luis Zamora, pero a partir de un
discurso centrado en la «autonomía» y la «autodeterminación». Y
con el tiempo su grupo también se debilitó y disgregó. Ahora en
España, y en capitales europeas en las que se manifiestan los
indignados, se repite algo de esto. El movimiento estalla, pero la
izquierda organizada tiene poco que ver en el asunto. Cabe entonces
preguntarse por qué la actividad de agitación de años da tan pocos
frutos. Aclaro que en lo que sigue tengo presente a las organizaciones
que continúan siendo críticas del sistema capitalista, y procuran
superarlo. Esto es, no entran en esta consideración casos como el
Partido Comunista argentino, que defiende al gobierno capitalista.

Relación partido – movimiento a través de consignas

La cuestión que planteo entronca con una problemática que se ha . . .


debatido largamente en el movimiento socialista, que es el vínculo 71
que se busca establecer entre las organizaciones marxistas y las masas
trabajadoras y oprimidas. Es que el marxismo no es solo una teoría,
ya que por su propia naturaleza está destinado a interpelar a la clase
obrera con su crítica de la explotación y su llamado a acabar con la
sociedad de clases. Por este motivo la forma en que se concibe la
relación entre el partido y el movimiento es determinante de las
tácticas, de las demandas que se agitan, y también de las formas
organizativas que se disponen en función de esa actividad política.
Inevitablemente, en esta temática está implicada la conexión que el
partido establece con la sociedad en que está inmerso y actúa.
El tema es que muchas organizaciones y partidos de izquierda
aplican una política que ha sido establecida, en lo esencial, por León
Trotsky (véase sus discusiones sobre la forma de utilizar el Programa
de Transición, a fines de los años 30), que se ordena en torno de la agitación de
consignas. El fundador de la Cuarta Internacional pensaba que si un
pequeño grupo se concentraba en agitar una o dos consignas claves,
podía terminar movilizando a millones, y asumir la dirección del
movimiento de masas, hacia la revolución. Para eso el partido debía
detectar los problemas que padecían los trabajadores, y elaborar las

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demandas correspondientes, que serían presentadas bajo la forma de
soluciones sencillas (aunque fueran en realidad inaplicables bajo el
sistema capitalista), de manera que cualquiera las entendiera y pudiera
asumirlas como lógicas y necesarias. De hecho, ésta es la línea que han
seguido hasta hoy muchas organizaciones. Por ejemplo, frente a la
desocupación se puede agitar la consigna «reducción de las horas de
trabajo con igual salario, hasta dar trabajo a todos»; o «plan de obras
públicas bajo control obrero». El secreto, se piensa, está en agitar «como
un solo puño», algunas demandas de este tipo. Esto se hace aun cuando
el partido es consciente de que para lograr esas soluciones hay que
acabar con el capitalismo; pero esto último no se explicita, porque lo
importante es que la gente las asuma. Así se busca impactar con la
demanda y movilizar. Por eso las consignas son «bajadas» como
directivas («hay que luchar por tal cosa, hay que organizarse ya de
tal manera», etc.) al movimiento de masas. De todo esto deriva una
concepción «campañística» de la actividad política, donde la relación
del partido con el movimiento de masas está mediada, en lo
fundamental, por esas consignas y su agitación. El «arte de la
agitación» (para utilizar la expresión de Lenin) consiste en encontrar
. . . los eslóganes apropiados, que la militancia llevará al pueblo
trabajador.
72
Pues bien, el problema con esta práctica es que los trabajadores
no asumen las consignas que les envían los partidos de izquierda, aun
cuando parezcan sencillas y lógicas, y aun cuando se insista en su
carácter «urgente e impostergable». Y para colmo, cuando estallan
las movilizaciones, éstas van por otro camino del previsto.

Otra forma de conectar al marxismo

Mucha gente piensa que no existe otra forma en que los marxistas
puedan vincularse al movimiento de masas, pero lo curioso es que el
marxismo llegó a ser una doctrina de masas -millones de trabajadores
en el mundo asumieron su programa en las primeras décadas del
siglo XX- sin aplicar la política que acabamos de describir. Marx y
Engels estuvieron aislados durante años -en algunas cartas se refieren
a «nuestro partido» y se trataba solo de ellos- y jamás se les ocurrió
que podían superar esa situación agitando insistentemente algunas
consignas. Menos todavía se les ocurrió hacerlo bajo la forma de agitar
«soluciones sencillas» (pero inaplicables en el capitalismo), por las
que debiera movilizarse la gente. Tampoco lo hizo la Primera

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Internacional, ni lo hacían las organizaciones socialistas de la Segunda
Internacional. En otras palabras, el marxismo no se presentaba bajo
la forma de «recetas-consignas», a ser introducidas en la población
explotada mediante campañas de agitación, sino intentaba establecer
una relación que podríamos llamar «interna» al movimiento. Esto
porque lo fundamental, en esta visión, es «participar del movimiento
y ejercer la crítica de lo existente». En una carta a Ruge, de septiembre
de 1843, Marx explicaba: «No comparecemos, pues, ante el mundo en
actitud doctrinaria, con un nuevo principio: ¡He aquí la verdad,
postraos de hinojos ante ella! … No le diremos: desiste de tus luchas,
son cosa necia; nosotros nos encargaremos de gritarle la verdadera
consigna de lucha. Nos limitaremos a mostrarle por qué lucha, en
verdad, y la conciencia es algo que tendrá necesariamente que
asimilarse, aunque no quiera». Aunque no estoy seguro de que la
conciencia «necesariamente» tendrá que asimilarse, rescato que el
enfoque es muy distinto del que prevalece actualmente entre las
organizaciones de la izquierda radical. La idea en Marx es que la crítica
libere, promueva la acción e impulse a la gente a pensar y decidir por
su cuenta. No se trata de bajar «recetas». En la Introducción a la Crítica
de la filosofía del derecho de Hegel, escribía: «La crítica no arranca de las . . .
cadenas las flores ilusorias para que el hombre soporte las sombrías y 73
desnudas cadenas, sino para que se desembarece de ellas y broten
flores vivas. La crítica de la religión desengaña al hombre para moverlo
a pensar, actuar y moldear su realidad como hombre desengañado
que ha entrado en razón, para que sepa girar en torno a sí mismo
como a su verdadero sol». Por supuesto, se puede ser minoritario en el
movimiento, pero lo importante es que el marxismo no se ubica en la
posición de «bajar línea» e instruir acerca de lo que hay que hacer. Es
un abordaje muy distinto del que anima a los que elaboran soluciones,
y piensan que el mundo, deslumbrado, va a girar hacia ellos. Este
último es el camino que conduce a la secta.
Algo de aquel espíritu que animaba a Marx se recoge luego en la
concepción de Lenin del partido, incluso en los períodos en que fue
más centralista en materia de organización. En 1903, bajo la represión
del zarismo, sostuvo que las diferencias entre los socialistas debían
hacerse públicas, para que los obreros no pertenecientes al partido
conocieran y opinaran. «Ya es hora de romper resueltamente con la
tradición del sectarismo en círculos y de lanzar -en un partido que se
apoya en las masas- la consigna de ¡más luz!». También rechazaba la
idea de que los marxistas debían indicar al movimiento de masas las

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demandas y las formas de lucha apropiadas. En el folleto ¿Qué hacer?,
de aquella época, afirmaba que los mismos obreros y campesinos
«sabrán organizar hoy un tumulto, mañana una manifestación…» y
que las masas desplegarían iniciativas que superarían en mucho todas
las predicciones de los intelectuales. Agregaba que las medidas de
lucha y organización surgirían del movimiento de masas. Muchos
años después, en «La enfermedad infantil del izquierdismo, el
comunismo», señalaba que los comunistas no podían saber «cuál será
el motivo principal que despertará, inflamará y lanzará a la lucha a
las grandes masas, aún adormecidas». Y la Internacional Comunista
calificaba de «sueños visionarios» la pretensión de conducir al
movimiento de masas con una o dos consignas. Con esto no estoy
diciendo que todo lo planteado por Lenin en el ¿Qué hacer?, o por la
Tercera Internacional, en materia de organización fuera correcto.
Simplemente estoy apuntando que hubo otra manera de encarar la
relación de las organizaciones marxistas con el movimiento de masas.
Anoto también que esta postura era adoptada por organizaciones
que gozaban de una influencia entre la población mucho mayor que la
que tiene hoy cualquier grupo marxista.
...
74
Otro rol para la lucha de ideas

Del enfoque alternativo que estoy presentando se deduce que la lucha


de ideas juega un rol clave. Lucha de ideas quiere decir que la actividad
principal de los marxistas no pasa por repetir eslóganes, sino que el
esfuerzo debe estar puesto en el argumentar y demostrar. Esto
significa revalorizar el rol subversivo de la teoría, y del arma de la
crítica. En carta a Kugelmann (11 de julio de 1868) Marx escribía,
refiriéndose al trabajo científico: «Cuando se comprende la conexión
de las cosas, toda creencia teórica en la necesidad permanente de las
condiciones existentes se derrumba antes de su colapso práctico.»
Por esta razón también la agitación, en la tradición del marxismo,
consistía en explicar una o dos ideas, de manera accesible, a círculos
muy amplios de personas. Por eso se decía que era un «arte», y exigía
preparación y estudio. En términos más generales, esta lucha de ideas
se traducía en prácticas que se han perdido. Por ejemplo, en el viejo
socialismo se seguía un consejo del gran dirigente alemán Wilhem
Liebknecht, quien decía que la tarea del militante se resumía en
«estudiar, propagandizar y organizar». Lenin repetía este consejo, y
de joven lo escuché de boca de un viejo militante obrero, socialista e

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internacionalista, (al que debo no poco de mi formación política inicial).
Con este criterio los militantes participaban en las actividades
sindicales y en las luchas reivindicativas, y acompañaban estas
actividades con la explicación de las cuestiones fundamentales (del
«porqué» se lucha). De ahí la importancia que se daba en esta tradición
a los cursos de preparación para trabajadores, a las bibliotecas y las
casas de cultura socialistas, así como a los debates teóricos, y a los
argumentos y razones. En este marco prevalecía el criterio de trabajar
pacientemente a largo plazo. Las tácticas políticas no se decidían sobre
la base de lograr algún «golpe de efecto» para obtener votos, o ganar
algunos militantes. Algunos puristas dirán que en muchos casos esto
dio lugar a un marxismo «vulgarizado» (y efectivamente, hubo algo
de esto en el marxismo de fines de siglo XIX y principios del siglo XX),
pero también hay que reconocer que se generó una cultura y conciencia
crítica de la ideología dominante, que fue de masas, y constituyó el
trasfondo sobre el que se erigió el mayor intento de cambiar la historia
por parte de una clase explotada. Subrayo, todo esto hubiera sido
inconcebible si la relación entre el marxismo y el movimiento de masas
se hubiera tratado de establecer a partir de la agitación de eslóganes.
...
Diferentes formas de organizaciones 75

Como no podía ser de otra manera, las distintas concepciones que


estoy presentando determinan distintas formas de organización. Si
se pone el acento en la necesidad de «agitar como un solo hombre una
o dos consignas», las discusiones teóricas, los disensos, la reelaboración
y retroalimentación a partir del contacto vivo con la sociedad, son
consideradas no solo innecesarias, sino estorbos. En esta concepción
domina la necesidad de «salir» al movimiento de manera homogénea,
con las consignas. Por eso este tipo de organización termina siendo
inmune a la crítica del exterior, especialmente de los activistas y de
los elementos más avanzados de la clase trabajadora o la juventud.
Dado además que sus mensajes son externos a la gente, y caen en saco
roto, en tanto se persiste en esa dinámica, el proceso se retroalimenta,
y la organización adquiere características de secta. Ese carácter de
secta no está dado exclusivamente por el número de militantes o la
amplitud de la audiencia a la que le llega el mensaje. Hubo partidos de
izquierda que pudieron llenar un estadio de fútbol (por ejemplo en
Argentina en los 80), pero se mantuvieron inmunes a los desarrollos
de la lucha de clases, sostuvieron contra viento y marea análisis que

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no tenían asidero en la realidad, y siguieron estableciendo hasta su
crisis una relación «monólogo- agitativista» con la población. En
definitiva, fueron sectas grandes. En los casos extremos los
comportamientos de sectas incluyeron el culto a dirigentes; la
elaboración de códigos internos solo entendibles para los iniciados, y
formas de debate basadas en los principios de autoridad, sustentados
en prácticas brutales. Por el contrario, si una organización es
consciente de la importancia de la elaboración teórica, del argumento
razonado, de la necesidad de demostrar sus puntos de vista, valorará
entonces el aporte del disenso y la crítica interna, el diálogo con los
trabajadores y los jóvenes que están por fuera del partido, los métodos
democráticos de resolución de diferencias, y la unidad basada en el
convencimiento profundo, y no en las coincidencias tácticas
coyunturales, o en las «razones de partido».
Es muy posible que el aislamiento de las organizaciones
marxistas con respecto al movimiento de masas no se solucionen solo
corrigiendo el «agitativismo». Indudablemente hay otros factores -
por ejemplo, los efectos del fracaso de los llamados «socialismos
reales» seguramente se harán sentir por mucho tiempo; o el desarrollo
. . . del capitalismo en las últimas décadas- pero puede ayudar a
comprender algunas de las dificultades que enfrentamos los marxistas
76
hoy. En cualquier caso, estoy convencido de que es necesario reflexionar
muy seriamente acerca de por qué, cuando aparecen movimientos
masivos, las organizaciones de izquierda están tan al margen.

Publicado en el blog, 8 de junio de 2011.

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DIVISIÓN OBRERA, NO MIREMOS PARA OTRO LADO

A raíz de la lucha de los tercerizados del ferrocarril Roca para ser


incorporados a la empresa, y del asesinato del militante Mariano
Ferreyra, mucho se ha hablado de las patotas y el rol de la burocracia
sindical; también de la complicidad de las patronales y el Estado con
la mafia sindical. Con abundantes datos, se ha echado luz sobre los
beneficios que obtienen burócratas y empresarios (muchos de ellos
también «dirigentes sindicales») al mantener trabajadores con . . .
contratos precarios. También se puso en evidencia que estos negocios 77
tienen la venia de altas instancias del gobierno y el Estado.
Existe sin embargo un hecho del que se ha hablado poco en la
izquierda. Me refiero a la actitud frente a los tercerizados de muchos
trabajadores de planta del ferrocarril. Esto que afirmo me lo han
comunicado ferroviarios: muchos trabajadores no apoyaron la lucha
de los tercerizados, y de alguna manera avalaron a la burocracia. Por
lo menos, mantuvieron esa actitud hasta que ocurrió el asesinato del
militante Mariano. Además, según me informan, en sectores del
ferrocarril continúa habiendo un clima de hostilidad contra los
compañeros, ex tercerizados, que han entrado a la planta permanente.
Sabemos cómo se puede generar un entorno desfavorable para con un
grupo de trabajadores. Por ejemplo, obligarlos a hacer «rancho aparte»
para tomar un refrigerio; negarles solidaridad en tareas cotidianas;
establecer un cerco de «silencio» a su alrededor, y muchas otras formas,
sutiles o abiertas, de «envenenarles la vida». La razón de esta
hostilidad es la defensa, de tipo corporativo, del «derecho a que mis
hijos tengan prioridad para ocupar un puesto de trabajo vacante». Es
que en ferrocarriles, como en algunos otros lugares, se acostumbra
que los familiares de los obreros empleados tengan prioridad, a

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igualdad de otras condiciones, frente a postulantes «sin conexiones».
De ahí que haya resentimiento con los «nuevos», que entraron al
ferrocarril después de una dura pelea para acabar con su condición
de tercerizados. Estamos por lo tanto ante un caso de división y
discriminación, que no debería ser ocultado. Necesitamos reconocer
el problema, y preguntarnos si no hay algo que cambiar en discursos
y prácticas que, durante años, se consideraron «progresistas».

Consideraciones generales

Uno de los pocos libros de marxistas dedicados a analizar las causas


de la división en el seno de la clase obrera, es el de David Gordon,
Richard Edwards y Michael Reich, Trabajo segmentado, trabajadores
divididos (Madrid, Ministerio de Trabajo, 1986). Aunque está dedicado
a la situación de EEUU, sirve de inspiración para abordar el problema
en Argentina. Gordon, Edwards y Reich distinguen cuatro
explicaciones principales de la división de la clase obrera.
La primera afirma que la división tiene que ver con las llamadas
«tendencias posindustriales», que habrían borrado las diferencias
. . . entre capitalistas y trabajadores. Se sostiene que en la sociedad «del
78 conocimiento» solo importan las cualificaciones laborales; que los
directores de empresas reemplazan a los propietarios; y que ahora la
gente no se ve a sí misma como capitalista o trabajador, sino como
individuos pertenecientes a grupos definidos por sus ocupaciones y
consumo. Gordon, Edwards y Reich consideran que esta explicación
tiene el mérito de reconocer que existen diferencias; pero deja de lado
el que los trabajadores tienen más en común -en tanto asalariados y
explotados- que lo que puede dividirlos el «estatus» o el consumo.
Una segunda explicación, que se basa en la obra de Harry
Braverman (Trabajo y capital monopolista), afirma que las tendencias
del capitalismo apuntan a una homogeneización creciente de la clase
obrera. Los trabajos son simplificados y descalificados por el avance
del capital, que busca dominar al obrero. Las divisiones, por lo tanto,
tenderían a borrarse, y la clase obrera se estaría volviendo cada vez
más homogénea. Gordon, et al., reivindican lo esencial del planteo de
Braverman, que pone el acento en las tendencias del proceso de trabajo.
Pero también señalan que existen recualificaciones, que han sido
significativas históricamente, y por lo tanto el proceso no tiene la
linealidad que plantea Braverman. Yo mismo he adoptado esta postura
en Valor, mercado mundial y globalización, al sostener que en el

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capitalismo contemporáneo existen tanto el impulso a la
homogeneización y descalificación, como la contratendencia de la
recalificación de los trabajos; aunque con predominancia, en el largo
plazo, del primer impulso.
Una tercera línea de explicación se centra en la «historia social».
Aplicada la idea a EEUU, sostiene que hubo un patrón de inmigraciones
sucesivas que produjo jerarquías y antagonismos entre grupos étnicos
y religiosos, en lugar de actitudes solidarias. También pone el acento
en la herencia racista, que dejó la esclavitud, y en los efectos de la
movilidad social, que habría inhibido la solidaridad y la conciencia
de intereses comunes entre los trabajadores norteamericanos. A pesar
de que esta perspectiva apunta elementos reales -y trata de articularlos
con las luchas obreras- no logra explicar por qué, sostienen Gordon et
al., la clase obrera estadounidense fue incapaz de superar las divisiones
étnicas, raciales o religiosas.
Por último, Gordon et al., apuntan la corriente de los
economistas institucionalistas. Estos sostienen que los sindicatos y
los patronos crearon un sistema cooperativo de negociación colectiva,
que llevó a una división entre sectores sindicados y no sindicados.
Gordon et al., sostienen que si bien los institucionalistas destacan . . .
correctamente la incidencia de los aspectos cooperativos de la relación 79
sindicatos-patronal anterior a la Segunda Guerra, no sitúan el
problema en una teoría adecuada del desarrollo capitalista, y tampoco
analizan qué determina calificaciones, tradiciones y normas en los
centros de trabajo. En definitiva, Gordon et al., plantean que es
necesario estudiar la segmentación y fragmentación de la clase obrera
de EEUU partiendo de la interacción entre las tendencias largas de la
acumulación (los autores defienden la tesis de las ondas largas); las
estructuras sociales de la acumulación; y la organización del trabajo
y los mercados laborales.

División del trabajo y acumulación en Argentina

Algunas de las cuestiones señaladas por Gordon et al., merecen ser


exploradas por el pensamiento crítico de nuestro país, para avanzar
en una explicación de la persistencia, y tal vez profundización en los
últimos años, de las divisiones. Aunque estoy lejos de tener las
respuestas -y mi objetivo con esta nota solo es llamar la atención
sobre el problema- quisiera adelantar algunas cuestiones, a manera
de hipótesis.

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En primer lugar, habría que vincular la actual división de la
clase obrera argentina a la forma de acumulación que se ha ido
imponiendo en este país en las últimas décadas. A primera vista,
parecen existir tres sectores definidos: los asalariados que están en el
sector privado, con trabajo formal y altamente sindicalizados; los
estatales; y los trabajadores que están en el amplio espectro del trabajo
precarizado e informal (contratos a tiempo parcial; trabajo no
registrado; por fuera de convenios; sin seguridad social; etc., en
diferentes grados y combinaciones), y no están sindicalizados (o lo
están en grado mínimo). El primer grupo es el que ha obtenido mayores
aumentos de salarios y beneficios a partir de 2003. El segundo sector,
los estatales, han obtenido menores subas salariales, pero están más
protegidos de los despidos. El tercer grupo, que representa alrededor
del 35% de la fuerza laboral empleada, tiene salarios reales por debajo
(según fuentes privadas) de los niveles de 2000, y es altamente
explotado.
La primera hipótesis que adelanto es que esta situación ha sido
funcional al modo de crecimiento, e inserción en la economía mundial,
del capitalismo argentino en los últimos años. Como he señalado en
. . . otros trabajos, la clave de la «competitividad» de la economía argentina
han sido bajos salarios y un alto nivel de explotación de la fuerza
80
laboral. Ya en los 90 el recurso al trabajo informal fue una manera en
que el capital compensaba la revaluación relativa del peso, y
recuperaba competitividad. Muchos pequeños y medianos capitales
nacionales se mantenían a flote por esta vía. Además, a través de la
tercerización y subcontratación, se abarataban costos para las grandes
empresas, e incluso el Estado comenzó a beneficiarse con estas formas
de sobre explotación del trabajo. Luego, en los 2000, el paso a una
acumulación sustentada en la moneda depreciada, lejos de revertir la
fragmentación, la consolidó. La devaluación significó una enorme
transferencia de valor hacia la clase dominante, que posibilitó la
recuperación de la rentabilidad del capital. Pero a medida que la
moneda argentina se fue revaluando -hoy el tipo de cambio real no
está lejos del nivel de 2000- y a medida que aumentaron los salarios
en el sector privado en blanco, la sobre explotación de los trabajadores
que conforman el tercer grupo se convirtió en una necesidad
imperiosa del «modelo productivo». Muchos capitales «nacionales»
mantienen su competitividad en base a esto. El trabajo precarizado y
en negro es una fuente de sobre beneficios para amplias franjas de la
clase dominante (hay que acabar con el mito de que los únicos que

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explotan son «los grandes grupos monopólicos»). Y continúa siendo
una vía para el abaratamiento de costos para grandes empresas, y el
Estado. Pensemos en el caso de una gran empresa que contrata a una
empresa de limpieza, que a su vez explota a trabajadores precarizados.
Este tipo de casos se cuenta por miles, y aparece en todas las
actividades: industria, comercio, transporte, agro, etc.
Esta fuente de división de la clase obrera, vinculada a la forma
de acumulación, puede potenciarse por los prejuicios racistas,
nacionalistas y otros. Por ejemplo, en el contexto de la miseria existente
en países vecinos, o en zonas del interior del país, la gente acude a las
grandes ciudades a intentar suerte. Los inmigrantes recién arribados
a Buenos Aires, u otras ciudades, son objeto de los peores abusos, y
estigmatizados como «paraguas» o «bolitas». La identidad de clase,
por encima de fronteras o procedencias, queda relegada. Por supuesto,
todo esto es funcional al modo de acumulación vigente en Argentina.
Naturalmente, estos factores podrían articularse, en el análisis de
más largo plazo, con los estudios sobre la homogeneización y
fragmentación que ocurren a raíz de los cambios en los procesos de
trabajo, a los que hacían referencia Gordon et al.
...
Institución y tradiciones «progres y de izquierda» 81

A lo planteado en el punto anterior agrego las formas o


comportamientos institucionalizados (cuarta explicación de Gordon
et al.). Pero aquí lo paradójico es que algunos de estos comportamientos
institucionalizados se han identificado con banderas que muchos
consideran «de izquierda y proletarias». Es que desde la izquierda, y
sectores que se reivindican como progresistas, se alentaron
«reivindicaciones» que profundizaron las divisiones. La más clara es
la que está en el centro de la hostilidad de los ferroviarios «de toda la
vida», contra los ex tercerizados: el privilegio de que los familiares de
los «antiguos» tengan asegurado el puesto de trabajo. Se trata de una
vieja tradición, que no es solo patrimonio de los ferroviarios. Recuerdo
que ya hace años tuve una fuerte discusión con compañeros que
defendían estos privilegios como «conquistas de la clase obrera». No
son conquistas, sino un caballo de Troya en el movimiento obrero, que
es funcional a las patronales, y a los sindicatos burocratizados. Esta
«conquista» fractura la necesaria solidaridad entre los que están en
blanco, y los precarizados; y alimenta el dominio de los aparatos
burocráticos sobre los trabajadores (dado que median en las

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contrataciones). Es hora de llamar a las cosas por su nombre. El famoso
«proletario del mundo uníos», del Manifiesto, no tiene nada que ver
con estas «reivindicaciones».

Situación política y fragmentación de los trabajadores

Hace algunos días, en un reportaje que me hizo una revista de izquierda,


sostuve que uno de los problemas más graves que enfrenta la clase
trabajadora de conjunto, en Argentina, es la segmentación y
fragmentación. En tanto la clase obrera no se reconozca como una,
por encima de cualquier otra diferencia, seguirá prevaleciendo en su
seno la ideología burguesa, o pequeño burguesa. Es imposible
identificarse con la lucha contra el capital y su Estado, si el blanco del
resentimiento, o la hostilidad, es el compañero que acaba de entrar al
puesto de trabajo. Un paso decisivo para la recomposición política
del trabajo, es la lucha contra la segmentación, contra el trabajo en
negro, contra la precarización. Es el camino para debilitar al capital,
atacarlo por donde le duele; y también al Estado que lo ampara. Es la
manera en concreto de comenzar a contrarrestar la alta tasa de
. . . explotación en que se sustenta el «modelo K». Asimismo, es el camino
82 para empezar a erosionar en profundidad el poder de la burocracia
sindical, esa casta que se enriquece participando de la plusvalía que
producen los asalariados. No es casual que los defensores del
«capitalismo nacional» no digan, ni hagan, nada de fondo para acabar
con esto.
No puedo proponer alguna solución «rápida y efectiva» al
problema. Sí sé cuáles no pueden ser soluciones: seguir mirando para
el otro lado; seguir justificando a los que defienden privilegios
corporativos; y seguir confundiendo esos privilegios con «conquistas
de la clase obrera».

Publicado en el blog, 12 de marzo de 2011.

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CRÍTICA DEL PROGRAMA DE TRANSICIÓN*

Introducción

Los años ochenta fueron tiempos de gran optimismo en el movimiento


trotskista. Ya a principios de la década Perry Anderson había
diagnosticado que la larga y rica tradición subterránea de este
movimiento le otorgaba ventajas «obvias» para ser una alternativa
superadora del esclerosamiento burocrático en la izquierda1. La
militancia trotskista compartía entonces esos esperanzados
pronósticos, que se sintetizaron en una frase: «se aproxima la hora
del trotskismo». Así, a mediados de la década, la Liga Internacional . . .
de los Trabajadores decía que «miles de luchadores» se acercaban a la 83
conclusión de que sólo el programa legado por Trotski ofrecía salida a
sus penalidades2; el Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional
anunciaba «un largo período de convulsiones […] de crisis
prerrevolucionarias» y «explosiones revolucionarias» que permitirían
construir la Internacional (XII Congreso, de 1985); y diversos grupos
se preparaban para combates que preveían no menos decisivos.
La confianza y las esperanzas aumentaron cuando se produjo
la caída del Muro de Berlín. Durante décadas el trotskismo había
explicado que su falta de influencia y su marginalidad se debían,
principalmente, al aparato stalinista, porque éste actuaba como un

*
Este trabajo es el producto de múltiples debates con muchos compañeros. Pero en
particular quiero agradecer a Eduardo Glavich, quien dedicó largas horas al estudio
y discusión de los borradores, y a cuya intervención se debe la corrección de no
pocos errores.
1
Consideraciones sobre el marxismo occidental, Madrid, Siglo XXI, 1979.
2
«Manifiesto de la Liga Internacional de los Trabajadores», en Correo Internacional,
Nro 10, 1985.

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obstáculo para la llegada del mensaje socialista y revolucionario a los
trabajadores. Por eso, quebradas las estructuras burocráticas
comunistas, y en retroceso los socialdemócratas, «ahora sí» se
liberarían las energías transformadoras de la clase obrera y los soviets
volverían por sus fueros para derrotar al capitalismo en todo el
planeta. «Ahora sí» las masas3 comenzarían a recibir el mensaje de
los continuadores de Lenin sin mediaciones distorsionadoras. El
escenario estaba dispuesto para que la Cuarta Internacional (en
adelante CI)4 ocupara el lugar que le correspondía por derecho propio.
El programa del socialismo en un solo país se había mostrado
finalmente como una utopía reaccionaria y la política de alianza con
las burguesías «progresistas» y de apaciguamiento del imperialismo
habían fracasado. Pero además, el trotskismo poseía un método y una
táctica, sintetizadas en el Programa de Transición (en adelante PT), que
abrirían el camino hacia los trabajadores5. «Ha llegado nuestra hora,
la hora del trotskismo», repetían los militantes.
Desde entonces han pasado más de diez años [ahora, en 2013,
más de veinte años] y los tiempos marcan una hora muy distinta a la
soñada. Paradójicamente, y contra todo lo esperado, la desaparición
. . . (o casi desaparición) del stalinismo, determinó también el comienzo
de la crisis más profunda del trotskismo. Las organizaciones de la CI
84
se han reducido en casi todo el mundo y las escisiones parecen no
tener fin. Muchos compañeros han abandonado la actividad política,
decepcionados y desmoralizados, mientras los grupos continúan a la
manera de los organismos que sobreviven deslizándose hacia esa
«muerte del espíritu» que sucede cuando se cae «en el hábito donde no
se encuentra ninguna vida», que se manifiesta «en la forma de la
nulidad política», en la vida puramente vegetativa.

3
Con el término «masas», que utilizamos a lo largo de nuestra exposición, englobamos
todas las clases oprimidas que podrían beneficiarse con una transformación
socialista. Por eso, además de la clase obrera, incluiría a sectores pauperizados, los
llamados «cuentapropistas» y similares.
4
Hablamos de la Cuarta Internacional en un sentido genérico. Es decir, no hacemos
referencia a alguna fracción trotskista en particular, sino al conjunto de los grupos
que trataron de continuar la organización fundada por Trotski.
5
El PT fue escrito por Trotski en el verano de 1938, y fue adoptado como programa
de la CI en su Congreso de Fundación, realizado el 3 de setiembre de ese mismo
año, en la localidad francesa de Périgny, cercana a París. En un escrito de agosto de
1938 Trotski caracterizaría al PT como «la conquista más importante» del
movimiento.

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Lo que distinguió al trotskismo –el afán por la «crítica de todo
lo existente» y su indomable empeño internacionalista– se ha
degradado hasta devenir dogma estéril, estereotipo incapaz de
generar plataformas para la acción transformadora. Hoy las fórmulas
consagradas permiten «decir y hacer política», pero ésta ya carece de
savia vital. Entonces, a la actividad le pasa lo de aquellos relojes que
«tienen cuerda y siguen marchando por sí mismos» pero ya no
registran el paso de las horas «reales»6.
La «hora del trotskismo» se ha transformado entonces en la
hora de revisar problemas, corregir errores graves y evaluar bajo
nueva luz categorías, concepciones y programas. Militantes que han
dejado las organizaciones y algunos (pocos) grupos han tomado
conciencia de esta necesidad. En este respecto, las recientes críticas a
la caracterización de la URSS como Estado obrero y a los métodos
burocráticos de los partidos representaron avances valorables7. Sin
embargo no hay que detenerse ni conformarse. La crisis de la CI no se
explica sólo por esos errores y problemas; éstos se conectan con
análisis y enfoques más amplios. Concientes de esto, hemos encarado
esta crítica al PT, con la intención de contribuir a un debate que a esta
altura consideramos tan necesario como impostergable8. ...
Seguramente muchos compañeros que no provienen de la 85
tradición trotskista se extrañarán de que consideremos de interés para
la izquierda un texto escrito hace más de 60 años [hoy más de 70]. Al
respecto, justifiquemos nuestro esfuerzo diciendo que este programa
tiene una centralidad para el trotskismo como nunca antes la tuvieron
otras plataformas de las organizaciones obreras. Por cierto, todo
trotskista admitirá que muchas afirmaciones de 1938 han perdido

6
Ver «Introducción» a Las Lecciones sobre filosofía de la historia de Hegel.
7
Nuestra posición sobre la URSS la hemos desarrollado en «Relaciones de producción
y Estado en la URSS» y -en colaboración con Daniel Gluschankof– en «Trotski y su
análisis de la URSS», ambos trabajos publicados en Debate marxista N° 9. En
Argentina el Movimiento Al Socialismo (MAS) cuestionó la caracterización de la
URSS como Estado obrero a partir del libro de Aldo Romero, Después del
Estalinismo, Buenos Aires, Antídoto, 1995. El nuevo clima de discusión se constata
en los debates entre algunos grupos y militantes, en los que se ha dejado de lado la
argumentación en base a la diatriba y el insulto.
8
En un artículo reciente (hoy lejano), «¿Refundar y/o reconstruir la IV
Internacional?», en Nuevo Curso N°2, 1999, Nora Ciapponi y Roberto Ramirez,
dirigentes del MAS, también plantean abrir la discusión sobre la validez del Programa
de la CI.

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vigencia; por caso, a nadie se le ocurriría agitar hoy contra la
«camarilla bonapartista del Caín-Stalin», como reza el PT. Pero por
encima de esas cuestiones, en la CI se conserva el «núcleo duro» –
sintetizado en el PT– de premisas teóricas, de análisis y política, que
es reivindicado no sólo por los grupo que llaman a reconstruir la
Internacional con «la letra» del programa fundacional, sino también
por muchos que lo han actualizado y admiten que deben redactarse
otros programas9. Es que partiendo de la idea de que el capitalismo
habría agotado sus posibilidades de desarrollo, el PT desarrolla un
enfoque sistemático a partir del cual se ordenan los análisis económicos
y políticos y se elaboran las campañas de agitación. Por eso a las
organizaciones trotskistas no se les aplica aquella observación de
Engels, de que la actividad de los partidos puede ser analizada con
relativa independencia de sus programas10.
Por otra parte, y dado que toda crítica encierra también una
propuesta superadora, con este trabajo proponemos de hecho una
orientación, en análisis y política, distinta a la aplicada por la CI.
Trataremos de demostrar la necesidad de retomar enfoques
sustantivos del marxismo, que fueron patrimonio del movimiento
. . . comunista hasta su stalinización, y cuyas características esperamos
se clarifiquen con el progreso de la investigación y la práctica política.
86
En este punto queremos hacer explícito también el lugar desde el que
criticamos. Fundamentalmente decir que rechazamos el dogmatismo
antidogmático, para el cual criticar es «tirar lo viejo a la basura» y
exaltar «lo nuevo» por el solo hecho de que el agua ha corrido bajo los
puentes. Trataremos de «superar conservando» porque reivindicamos
los objetivos que defendió el trotskismo en la hora más negra de la
hegemonía stalinista: la lucha contra el conciliacionismo, el
nacionalismo y el oportunismo en todas sus formas. Y «conservar-
superando» la experiencia política y de lucha de la CI; porque
comprendiendo los errores es posible entender los rasgos

9
Por ejemplo, en 1998 se unificaron grupos en Francia tomando como referencia y
«cemento de unidad» al PT (ver Francia. Las luchas y el reagrupamiento de los
revolucionarios, Buenos Aires, Antídoto, 1998). Una de las corrientes que participó
en este proceso proviene de la LIT, fundada por Nahuel Moreno en 1982. En 1980
Moreno había «actualizado» el PT, pero manteniendo lo esencial de sus análisis y
método político (ver Moreno, Actualización del Programa de Transición, Bogotá,
1980).
10
En carta (18-28 de marzo de 1875) a Bebel, Engels decía que «importan menos
los programas oficiales de los partidos que sus actos».

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revolucionarios del marxismo que estuvieron literalmente «tapados»
bajo una montaña de enfoques nacionalistas, burocráticos y estatistas.
Somos concientes de las reacciones que suscitará nuestro
intento entre los militantes trotskistas. Si siempre es difícil
problematizar las matrices del pensamiento de un grupo político o
social, en este caso la dificultad se multiplica11. En primer lugar, porque
durante décadas las organizaciones de la CI se han visto obligadas a
adoptar una actitud extremadamente defensiva frente al stalinismo,
resultando de ello una pérdida de distanciamiento crítico con respecto
a Trotski. Pero en segundo término, por la arraigada creencia en el
movimiento de que reconocer que el capitalismo se desarrolla, o que
es imprescindible volver a la división entre programa máximo y
mínimo, equivale a renunciar al socialismo o postular la estrategia de
la revolución por etapas. Como trataremos de demostrar, estas ideas
son desmentidas por la experiencia revolucionaria; y además, desde
el punto de vista teórico, tampoco se puede encontrar alguna
vinculación necesaria entre las posiciones revolucionarias y las tesis
del «estancamiento crónico» del capitalismo, o entre la lucha contra
el reformismo y la agitación de las consignas transicionales en todo
tiempo y lugar12. Lamentablemente, la mayoría de las organizaciones . . .
de la CI siguen negándose obstinadamente a encarar un balance serio 87
de las viejas posiciones13.
Por último, digamos que hasta donde alcanza nuestro
conocimiento no hay muchos antecedentes en los que podríamos
apoyar nuestra crítica. En la obra de los clásicos tenemos un

11
En este punto vale la pena precisar mi posicionamiento en la cuestión: durante
casi dos décadas –hasta comienzos de los noventa– milité tratando de seguir el
método y la orientación recomendada por Trotski en el PT, y en este respecto
huelga decir que esta investigación representa una autocrítica, obtenida a costa de
no pocas rupturas intelectuales.
12
Tampoco habría una relación directa entre el programa de la revolución permanente
–esto es, la lucha por superar las estrategias etapistas y reformistas– y la teoría de
la revolución permanente para los países atrasados, tal como la formuló Trotski.
Ver al respecto nuestro trabajo, en colaboración con Octavio Colombo,
«Revalorizando la dependencia a la luz de la crítica a la tesis del estancamiento
crónico», en Debate marxista, Nº 11.
13
Ciapponi y Ramírez –en «¿Refundar y/o…», citado– han estudiado los materiales
de la mayoría de las corrientes que llaman a reconstruir o refundar la CI y constatan
que entre ellas existe «una profunda unidad para oponerse a cualquier balance
crítico respecto a cuestiones de teoría, pronósticos, programa y carácter de los
partidos e Internacional que los trotskistas construimos heroicamente durante más
de 60 años».

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importante escrito de Engels que fue decisivo para el arranque de
nuestras reflexiones, pero por fuera de él, sólo podemos referenciar
unos pocos pasajes de Marx y Engels sobre la metodología transicional,
y otros, muy contados, de Lenin. La oposición de estos autores a la
política del PT se infiere más de sus orientaciones concretas que de
estudios focalizados en las consignas transicionales y su uso. En lo
que hace a los escritos posteriores a 1938, es curioso constatar que los
enemigos del trotskismo sencillamente desecharon el PT sin examinar
su lógica política14. Y por el lado de la CI, la mayoría de los autores se
limitó a comentarios apologéticos o a competir sobre qué
interpretación se ajustaba mejor a «lo que verdaderamente dijo
Trotski». Por eso, sabemos que avanzamos por un terreno poco
explorado, en el que sólo pretendemos abrir un sendero que,
manteniendo el sentido revolucionario e internacionalista del combate
de Trotski y de la CI, supere sus deficiencias de análisis y de política.
Así, aunque nuestras críticas adoptan la forma de lo categórico, no
tenemos la intención de «cerrar» la discusión. Este estudio
seguramente tiene muchos problemas y falencias que hoy no
alcanzamos a percibir, que exigirán la intervención crítica de muchos
. . . otros compañeros, del aporte de sus investigaciones y de sus
experiencias en el movimiento revolucionario.
88
1. Agotamiento histórico del capitalismo y subjetivismo

El PT se inicia con la exposición de las llamadas «premisas de la


revolución proletaria». Una cuestión constitutiva del marxismo, ya
que la ruptura de Marx y Engels con el socialismo utópico se basó en
sostener que el capitalismo genera las premisas para la revolución y
prefigura hasta cierto punto la nueva sociedad. A decir de Marx, el
análisis de las relaciones de producción lleva a puntos en los cuales,
«foreshadowing» [prefigurando] el movimiento naciente del futuro,
se insinúa la superación de la forma presente de las relaciones de
producción»; así «las condiciones actuales de la producción se
presentan como aboliéndose a sí mismas, y… como los supuestos
históricos para un nuevo ordenamiento de la sociedad»15. La creación

14
La polémica stalinista contra el trotskismo se redujo a la reproducción de pasajes
aislados de la obra de Lenin, con ataques sacados de contexto, y a la ritual acusación
de «agentes objetivos del imperialismo».
15
Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política, México, Siglo
XXI, 1989, t.I, p. 422.

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del mercado mundial; la producción del plusvalor relativo –o sea,
fundada en el incremento y desarrollo de los medios de trabajo-; la
subordinación de la ciencia y de todas las propiedades físicas y
espirituales a las necesidades de ese desarrollo; la superación de las
barreras nacionales; y el crecimiento de la clase obrera internacional
constituyen esas premisas de la revolución, que van aparejadas con el
despliegue del capital y de sus contradicciones:

En agudas contradicciones, crisis, convulsiones, se expresa


la creciente inadecuación del desarrollo productivo de la
sociedad a sus relaciones de producción hasta hoy
vigentes. 16

Se puede afirmar que al momento de redactarse el PT las premisas a


las que se refería Marx estaban presentes. La clase obrera era
predominante en Estados Unidos y en el norte de Europa, y en muchos
países atrasados se delineaba como una fuerza capaz de liderar al
campesinado en la lucha revolucionaria. El mercado mundial estaba
desarrollado, y las contradicciones del capital estallaban con fuerza
creciente. La Primera Guerra Mundial, el triunfo posterior de la
revolución rusa, los desequilibrios internacionales y la inestabilidad . . .
política de los veinte, la Gran Depresión que sobrevino en los treinta, 89
habían asestado un golpe mortal a la noción del progreso sin pausas
del capitalismo y de sus sistemas constitucionales y democráticos; en
1938 la humanidad se deslizaba hacia una nueva carnicería. Este
cuadro hubiera bastado entonces para fundamentar la necesidad y la
actualidad de la revolución proletaria. Pero Trotski introduce una
modificación vital en la consideración de las premisas de la revolución
que acabamos de mencionar al plantear que es condición para el
triunfo de la revolución que el capitalismo no pueda desarrollar, en
términos históricos, sus fuerzas productivas. Ya en el Tercer Congreso
de la Internacional Comunista había sostenido que:

16
Ibídem t.II p.282. En la perspectiva de Marx, el desarrollo del capital, de sus
contradicciones y sus crisis, se da en un movimiento «en espiral». No habría una
crisis última; si la clase obrera no encuentra una salida revolucionaria a la crisis, el
capital relanzará tarde o temprano la acumulación, para precipitarse luego en
crisis aún más abarcativas. Discutimos sobre el concepto de fuerzas productivas
en Marx en el trabajo «Sobre fuerzas productivas y su desarrollo», publicado en
Debate Marxista, N° 8 y reproducido en esta edición [y en este libro]

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Si hubiera sido posible continuar desarrollando las fuerzas
productoras en los marcos de la sociedad burguesa, la
revolución no hubiera podido hacerse. Mas, siendo imposible
el progreso ulterior de las fuerzas de producción en el límite
de la sociedad burguesa, se realizó la condición fundamental
de la revolución.17

Y también:

La historia nos suministra una premisa fundamental sobre


el éxito de esta revolución [la revolución socialista], en el
sentido de que nuestra sociedad no puede desenvolver sus
fuerzas productivas apoyándose en una base burguesa.18

Esta tesis la sustentó en el famoso pasaje de Marx que dice que para
que un régimen desaparezca deben haberse agotado sus posibilidades
de expansión.19 En los años treinta Trotski la elevará a nivel de
principio fundante de su movimiento. Por eso, cuando el PT sostiene
que «las fuerzas productivas han cesado de crecer» no sólo en cuanto
diagnóstico de coyuntura –continuaba el derrumbe económico
iniciado con el crack de Wall Street de 1929- sino con el significado de
. . . caracterización de una época. El texto abre diciendo:
90
La premisa económica de la revolución proletaria ha llegado
hace mucho tiempo al punto más alto que le sea dado alcanzar
bajo el capitalismo. (…) Las crisis de coyuntura, en las
condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista,
aportan a las masas privaciones y sufrimientos cada vez
mayores (…) La burguesía misma no ve salida. (…) La
putrefacción del capitalismo continuará también bajo gorro
frigio en Francia como bajo el signo de la svástica en
Alemania. Sólo el derrumbe de la burguesía puede constituir
una salida.20 (énfasis agregados)

17
«Una escuela de estrategia revolucionaria», Tercer Congreso de la Internacional
Comunista, en Bolchevismo y Stalinsmo, Buenos Aires, Yunque, 1973, p.61.
18
Ibídem, p.63.
19
En el «Prólogo» a la Contribución a la Crítica de la economía política. Discutimos
esta afirmación de Marx en el trabajo sobre fuerzas productivas citado en la n. 16.
20
Citamos de acuerdo al texto publicado en la revista Panorama Internacional,
N°17, Bogotá, 1981, pp.61 a 80. Hemos cotejado con la edición inglesa del Workers
Revolutionary Party, New York Publications, Londres, 1980. En algunos pasajes –
que señalamos- hemos rectificado levemente el texto español de acuerdo a la edición
inglesa.

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El «hace mucho tiempo» se remonta a la Primera Guerra,
cuando, según Trotski, se habría interrumpido definitivamente la
expansión del capitalismo. Pero un sistema que no se expande inicia
su decadencia, si no triunfaba la revolución socialista mundial en un
plazo relativamente breve, sobrevendría la barbarie. En 1939 Trotski
escribía:

Si la presente guerra no provoca la revolución, sino la


declinación del proletariado, entonces permanece otra
alternativa: la mayor decadencia del capitalismo
monopolista, su mayor fusión con el Estado y el reemplazo
de la democracia en donde quiera que haya permanecido
por un régimen totalitario. Esta incapacidad del proletariado
para tomar en sus manos el liderazgo de la sociedad podría
llevar bajo esas condiciones al crecimiento de una nueva
clase explotadora a partir de la burocracia fascista
bonapartista. Esto sería, de acuerdo a todos los indicios, un
régimen de decadencia, que marcaría el eclipse de la
civilización.21

En las discusiones sobre el programa también expone esta perspectiva: . . .


91
… esta sociedad ha agotado totalmente sus posibilidades
internas y debe ser reemplazada por una nueva sociedad o
la vieja sociedad irá a la barbarie, tal como sucedió con la
civilización de Grecia y Roma, porque ellas habían agotado
sus posibilidades y ninguna clase las pudo reemplazar.22

Es importante señalar que la «barbarie» a la que se refiere Trotski no


es de la misma naturaleza que la «barbarie» a la que muchas veces
aludieron Marx, Engels o Lenin en sus denuncias del capitalismo. Estos
se referían a la barbarie capitalista, esto es, a la barbarie que acompaña
el desarrollo de la producción basada en la explotación del trabajo
asalariado. Trotski, por el contrario, alude a un régimen distinto y
regresivo con respecto al capitalismo, en el que se desvanecería la
posibilidad misma del socialismo, dada la decadencia de la clase obrera
y el retroceso, en términos absolutos y a largo plazo, de la producción.
De cumplirse este escenario, una futura sociedad comunista estaría
21
In Defense of Marxism, Londres, New Park, 1971, p.10.
22
Trotski, «More Discussion on the Transitional Program» en Writings 1938-39,
Nueva York, Pathfinder, p.51.

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condenada a repartir miseria y a recrear la podredumbre de la
burocracia. Trotski no sólo entrevió esa futura sociedad como
burocrática, totalitaria y esclavista23, sino también diagnosticó que
ya se estaban debilitando las posibilidades materiales y sociales para
la revolución y la construcción del socialismo; en el PT afirma que
«las condiciones objetivas de la revolución proletaria (…) han
comenzado a descomponerse, y que sin revolución social «en un
próximo período histórico» sobrevendría el nuevo régimen bárbaro24.
Esta perspectiva abría, entonces, un cauce de análisis y de política
muy distinto al desarrollado por el marxismo tradicional. Es que, de
efectivizarse el escenario de la barbarie, la política revolucionaria
sólo se podría sustentar en la comparación entre lo que el mundo
devenía –la barbarie- y lo que «debía ser» –el comunismo-. Con lo que
entraríamos en el terreno de los imperativos morales, porque ya no
habría manera de encontrar en el presente la palanca social para
revolucionarlo ni la «prefiguración» del futuro. Aunque Trotski no
explora las consecuencias teóricas de su tesis, esta cuestión incidirá
en la coherencia interna de su estrategia y, por supuesto, en el PT.
Por otra parte, si bien en algunos pasajes de su obra Trotski
contempló una eventual recomposición del capitalismo25, sólo lo hizo
...
92 23
En In Defense…, op.cit., p.11.
24
Esta tesis general también la aplicaba Trotski a casos particulares. Por ejemplo,
en 1940, discutiendo acerca de la derrota del proletariado español, sostiene que
«no existe ninguna razón para contar con la expectativa de condiciones más
favorables», ya que «el capitalismo ha dejado de progresar, el proletariado ya no
aumenta numéricamente, sino que al contrario, lo que aumenta es el ejército de
parados…». Ver «Clase, partido y dirección: ¿por qué ha sido vencido el proletariado
español (cuestiones de teoría marxista)», en España, última advertencia, Barcelona,
Fontamara, 1979, p.138.
25
Mandel los cita para demostrar que Trotski nunca defendió una tesis del
estancamiento definitivo del capitalismo. Véase Mandel, El capitalismo tardío,
México, Era, 1979, pp.123 y ss.
26
Trotski estaba convencido de que si el capitalismo no hubiera agotado sus
posibilidades de desarrollo, la toma del poder en Rusia habría sido un error, y el
destino de la URSS estaría sellado. En 1925 plantea que si el capitalismo
experimentara un nuevo y poderoso crecimiento, significaría que «hemos cometido
un error en la evaluación fundamental de la historia» (ver Towards Socialismo or
Capitalism, Londres, 1976. P.60). Señalemos también que Lenin dirigió la toma del
poder sin adherir jamás a la idea de que el capitalismo ya estaba imposibilitado de
seguir desarrollando las fuerzas productivas en Rusia; su tesis del «eslabón más
débil de la cadena imperialista» como lugar de emergencia de la situación
revolucionaria, apuntaba en el sentido de agudización de las contradicciones,
provocada por la guerra y el desarrollo de las tendencias capitalistas, y no por un
aletargamiento crónico de la acumulación.

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para destacar que en ese caso la URSS caería irremediablemente.26
Nunca analizó seriamente las posibilidades concretas de recuperación
del capitalismo. Quizás a esto contribuyó el razonamiento
circularmente vicioso con el que «probaba» el estancamiento y la
necesidad de la revolución: el capitalismo estaba agotado porque la
revolución rusa había triunfado, y la revolución rusa había triunfado
porque el capitalismo estaba agotado. En la medida en que el «Estado
obrero burocratizado» subsistiera, no había nada más que demostrar.
Accesoriamente los éxitos –aparentes o reales– de la economía
soviética y la Gran Depresión reforzaban su tesis.
De todas maneras, causa extrañeza la poca fundamentación
que proporcionó para sostener que, a partir de 1914, el capitalismo
debería estancarse. Hasta donde alcanza nuestro conocimiento, en el
único lugar donde aduce algunas razones para justificar esa necesidad
es en su «Introducción» al Pensamiento vivo de Marx, de 1939, cuando
sostiene que, siendo la competencia «el resorte principal del progreso
capitalista», su anulación por la acción de los monopolios implica el
«comienzo de la desintegración de la sociedad» 27. Pocas páginas
después, sin embargo, admite que el monopolio no había suprimido
la competencia; con lo cual su explicación parece derrumbarse. Pero . . .
Trotski no examina la contradicción que ha introducido en su 93
razonamiento, y finalmente hace prevalecer la noción de que la ley del
valor ya no gobierna el capitalismo: «la ley del valor se niega a prestar
más servicios», de manera que «el progreso humano se ha detenido en
un callejón sin salida»28. En todo el trabajo no hace referencia a la
tendencia a la caída de la tasa de ganancia, que es no sólo la ley más
importante para explicar la crisis, sino que también la que da la clave
de por qué no hay un estancamiento final y puramente económico del
capitalismo29.

27
El pensamiento vivo de Marx, México, Losada, 1984, pp. 15-16.
28
Ibídem, p.32.
29
En esto Trotski sigue las «generales de la ley» del marxismo de principio de siglo
[XX], que no elaboró una teoría de la crisis tomando como eje esta importante ley,
descubierta por Marx. Habría que esperar a que Henry Grossman la rescatara en su
obra La ley de la acumulación y del derrumbe capitalista, de 1929. Es sintomático
que Trotski no prestara atención a este trabajo que, a pesar de formulaciones
mecanicistas, ubicaba la discusión en un plano muy superior a lo elaborado hasta
entonces por los seguidores de Marx sobre las crisis. Esta falencia de Trotski se
relaciona también con problemas «de arrastre» del marxismo de la Segunda
Internacional, que heredó en buena medida el trotskismo.

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Pero la tesis de la anulación de la ley del valor tenía serias
consecuencias para el análisis, ya que en ese caso la dinámica del
capitalismo dejaba de estar por fuera del gobierno de los seres humanos
(tal como se desprende de la teoría de Marx sobre el fetichismo) para
pasar a estar en manos de un grupo de grandes empresas30. Con lo
cual se cae, casi indefectiblemente, en las explicaciones «conspirativas»
sobre las crisis o las calamidades que acarrea el capital a las masas. Es
lo que sucede con el PT, cuando en un pasaje escueto, pero altamente
significativo, afirma que:

[Los bancos] Organizan milagros de técnica […] organizan


también la vida cara, las crisis y la desocupación.31

Una tesis no sólo subjetivista y absurda –¿cómo se puede sostener


que la crisis del treinta fue «organizada»?–, sino también
contradictoria con la visión de la «crisis sin salida», porque si los
bancos organizan la inflación y las crisis, no se entiende por qué el
capitalismo estaría condenado a vivir en crisis permanente.
Desarrollados en esta lógica, muchos otros argumentos económicos
se mueven en el mismo plano de subjetivismo. Por ejemplo, la carestía
. . . de las mercancías o la desocupación ya no serían las consecuencias de
94 las tendencias objetivas del sistema, sino de las maniobras urdidas
por algunos empresarios; tendencias que se podrían contrarrestar
mediante una adecuada correlación de fuerzas. El PT afirma:

Los campesinos, los artesanos y los comerciantes, […] en


su condición de consumidores, deben tomar una
participación activa, junto a los obreros, en la política de los
precios…

Y sobre la desocupación, que su desaparición

…es una cuestión de relación de fuerzas que sólo puede ser


resuelta por la lucha…

30
Al plantear la anulación de la ley del valor por el monopolio Trotski se inscribía
en una línea de ideas que había iniciado trabajos como los de Hilferding, sobre la
preeminencia del monopolio y del capital financiero, y que gozaban entonces de
gran aceptación en la izquierda, no sólo marxista, sino también progresista en
general.
31
En la versión inglesa, en lugar de «organizar la vida cara» se lee: «organizar los
precios altos».

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Pero, en la medida en que la producción se asienta en la propiedad
privada, no se puede eludir la sanción del mercado sobre el trabajo
invertido en la producción de las mercancías y, por eso, no es posible
«gobernar» los precios con juntas de consumidores o productores,
como pretende el PT.32 También la desocupación es eliminable –máxime
en una coyuntura de crisis grave como la de los treinta– mediante
una mera «correlación de fuerzas sociales». Si lo fuera, sería factible
imponer, en los marcos de la propiedad privada capitalista, una
solución progresista y duradera a los sufrimientos que provoca el
sistema. Una postura que rechaza, con razón, el mismo PT.
De esta forma, a la par que establece, de manera casi fatalista, la
tesis del estancamiento, el texto fundacional de la CI deja abierta la
puerta a interpretaciones subjetivistas de la crisis y del capitalismo.
En el plano político, esta dicotomía se expresará en que, por un lado,
afirmará que el sistema ya no puede conceder la más elemental
demanda democrática o económica a las masas y, por otra parte, dará
a entender que se le pueden imponer reformas profundas con una
correlación de fuerzas favorable a las masas populares.
...
2. Lucha de clases e ideología 95
La tesis recién analizada sobre el estancamiento definitivo del
capitalismo conecta con otras varias ideas teórico-políticas, que de
conjunto hacen una trampa compacta de pensamiento. Dado que sólo
por necesidades expositivas vamos a examinarlas y criticarlas por
separado, deberá tenerse presente en lo que sigue que cada una de
ellas está en íntima relación con las otras, y todas con la idea de
estancamiento. Comenzamos con la noción de que toda lucha por
demandas mínimas debe llevar a la lucha por el poder. Dice el PT:

…cualquier reivindicación seria del proletariado y hasta


cualquier reivindicación progresiva de la pequeña
burguesía, conducen inevitablemente más allá de los límites
de la propiedad capitalista y del Estado burgués.

32
Incluso después de la revolución, y a pesar de disponer de todas las palancas de
poder, el control de los precios es un tema complejo, en el que es necesario avanzar
muy lentamente; como por otra parte lo entendieron los bolcheviques después de la
desastrosa experiencia del «comunismo de guerra».

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Por supuesto, concordamos en que, durante las crisis, la burguesía
busca aumentar la explotación y que esto genera miseria, represión, y
guerras contra los pueblos o entre las burguesías. Pero de allí hay un
paso muy grande a sostener que la clase dominante ha perdido toda
capacidad de maniobra. Con razón, a comienzos de los años veinte –
o sea, en otro período de intensa crisis– Lenin alertaba sobre que la
burguesía podía «adormecer» a algunos explotados «con la ayuda de
pequeñas concesiones» a la par que reprimía la revolución33; y en una
coyuntura como la Primer Guerra había destacado los efectos de las
«considerables limosnas a los obreros obedientes bajo la forma de
reformas sociales» del ministro inglés Lloyd George y su influencia
entre las masas34.
El propio Trotski había polemizado con los stalinistas, en los
veinte, cuando éstos negaban todo efecto a las políticas reformistas.
Sin embargo, hacia el final de su vida afirma, con carácter de tesis
general, que el capitalismo no daría concesiones. Una tesis que era
difícil de encajar con desarrollos particulares importantes, entre ellos,
las reformas de Roosvelt en Estados Unidos35. Es significativo al
respecto que en una artículo de 1937, polémico contras los
. . . ultraizquierdistas, Trotski reconozca que la imposibilidad de mejoras
no era absoluta («sólo debe comprenderse en un sentido histórico»).
96
Sin embargo, a renglón seguido sostiene que si la burguesía (francesa)
otorgaba algo con una mano, lo quitaba con la otra, obligando a los

33
Lenin, «Informe sobre la situación internacional y las tareas fundamentales de la
Internacional Comunista», al II Congreso de la IC. Sus afirmaciones de entonces
sobre la «agonía mortal» del capitalismo se vinculaban a la perspectiva del triunfo
de la revolución socialista, a la acción consciente y revolucionaria de las masas.
Remitimos al respecto a los trabajos de Giuseppe Vacca, Aldo Natoli y Sergio
Bologna, reunidos en La crisis del capitalismo en los años ’20, México, Cuadernos
de Pasado y Presente, 1978.
34
«El imperialismo y la división del socialismo» citado por Giuseppe Vacca en
«Lenin y Occidente», en La crisis del capitalismo…, op.cit., p.45.
35
Aunque la recuperación de Estados Unidos a partir de 1933, y especialmente
después de la recesión de 1938, tuvo causas «objetivas» (en ausencia de respuestas
revolucionarias de la clase obrera), las medidas tomadas por Roosvelt tuvieron
una incidencia no despreciable. En 1933 se estableció el sostén de los precios
agrícolas, se fijaron precios mínimos para la producción industrial, se estableció el
salario mínimo. Luego, en 1934, la devaluación del dólar ayudó al despegue. En
1935 se toman más medidas de relanzamiento de la economía (lo que se conoce
como «segundo New Deal»). Además de no prestar la necesaria atención a estos
hechos, Trotski en general no tomará en cuenta las implicaciones de los métodos
fordistas de producción y los aumentos salariales que los acompañaban.

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trabajadores a reiniciar la lucha36. En el PT sostendrá esta idea caso
con las mismas palabras, pero con carácter general; la burguesía, dice,
«retoma con la mano derecha el doble de lo que pudiera dar con la
izquierda». Pero ante la realidad de las reformas de Estados Unidos,
en un escrito posterior argumentará que las concesiones, lejos de
apaciguar las luchas, las radicalizarían.
Estas tensiones son reveladoras de un problema de método que
está presente en prácticamente toda la obra de Trotski y sobre el que
volveremos a lo largo de nuestro trabajo porque es clave para la
superación de muchos errores teóricos y políticos de la CI.
Apoyándonos en la dialéctica hegeliana del concepto, diremos que se
trata del desgarramiento entre las leyes «universales» (que Trotski a
veces llama «leyes histórico-sociales»), por un lado, y los desarrollos
particulares y singulares. Así hay un «salto» entre su tesis general
sobre la imposibilidad de la burguesía de otorgar concesiones, y las
concesiones en concreto que realizaba la burguesía de Estados Unidos,
o de otros países. El mismo desgarramiento lo veremos entre su tesis
de la quiebra de las democracias (también consideradas por Trotski
«ley histórico-social») y la fortaleza de democracias particulares. Y
por supuesto, se continuará en las afirmaciones de la CI sobre la . . .
continua «decadencia de las fuerzas productivas», tesis «general 97
histórica» en la que no será posible encajar los desarrollos «reales y
concretos» de las economías de la posguerra.
En todos los casos, esas pretendidas leyes generales se
transforman en «universales abstractos»; «abstractos» porque a ellos
se llega negando los particulares, obviando los desarrollos concretos,
específicos, los singulares. Cada desarrollo económico particular, cada
política de concesiones, cada demostración de fortaleza de la
democracia burguesa, no se pone en consonancia con las proclamadas
«leyes generales». Por eso se pierde de vista aquello en que insistía
Hegel (y que sería vital en el método de Marx), que el universal sólo
existe y se realiza a través de los particulares y singulares, y
recíprocamente, que éstos existen por y a través de los universales (de
las tendencias generales). Cuando se establece esta conexión dialéctica,
se llega al «universal concreto», esto es, aquél que comprende en sí
toda la riqueza de los particulares y singulares. Al no elevarse a este

36
Ver artículo «Los ultraizquierdistas en general y los incurables en particular.
Algunas consideraciones teóricas», de 1937, reproducido en España, última
advertencia, op.cit.

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plano, el PT se quedará en postulados que terminan siendo
invulnerables a los desarrollos reales, porque los militantes siempre
tendrán a mano el recurso de afirmar su validez «oculta y sustancial»,
por fuera y por encima de cualquier hecho que los contradiga.37
Las abstracciones anteriores se refuerzan por la tendencia de
Trotski a olvidar que la burguesía también domina y maniobra con la
fuerza de las ideologías. A pesar de su importancia, cuestiones tales
como la influencia ideológica de la burguesía, la introyección de sus
esquemas de dominación en la consciencia de los explotados, los
discursos dominantes y su articulación con el fetichismo de las
relaciones del mercado, están prácticamente ausentes como
problemáticas a enfrentar por los revolucionarios. Las ilusiones
democráticas casi no reciben tratamiento en el PT; apenas son
mencionadas en relación a los países atrasados, donde además serían
superadas dada la «incapacidad» de las burguesías para cumplir con
las tareas democrático-burguesas. Con relación a los países
adelantados democráticos el texto casi no dice palabra. En las pocas
ocasiones en que menciona la cuestión, da a entender que los
trabajadores norteamericanos están a punto de superar la democracia
. . . burguesa; así, cuando se refiere a la consigna de referéndum frente a
la guerra, sostiene «esta reivindicación refleja la desconfianza de los
98
obreros y campesinos por el gobierno y el parlamento de la burguesía».
En las discusiones sobre cómo aplicar el PT en Estados Unidos, Trotski
no propone ninguna política específica en relación a la democracia.
Cuando analiza una eventual generalización de la consigna de partido
obrero, sólo prevé que la burguesía respondería con las bandas
fascistas; no se le ocurre que podría «socialdemocratizar» política e
ideológicamente al futuro partido de los trabajadores. 38 Trotski
pareciera representarse la conciencia obrera encerrada en una
«campana de vacío ideológico», apta para recibir consignas a la manera
en que lo hacía la mente «tabla rasa» postulada por el empirismo más
crudo. Además, es sintomático que apenas preste atención a los efectos
sobre las conciencias de las experiencias de la URSS y del nazismo,
que potenciaban el discurso apologético de la democracia capitalista.
Algunos lectores pueden argumentar que estamos tomando ejemplos
aislados y que es abusivo generalizarlos. Sin embargo, se trata de

37
En todo esto nos guiamos por la doctrina del concepto de Hegel; ver Ciencia de
la lógica, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1968, pp. 531-549.
38
Ver «Discussion…», op.cit., p.44.

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ideas de larga data en Trotski que nunca fueron cuestionadas por la
CI. Por ejemplo, en 1908 (en un texto muy citado en la literatura
trotskista) el futuro fundador de la CI había sostenido que «el
proletariado [ruso] no ha heredado nada de la sociedad burguesa
desde el punto de vista de la cultura política»39. Minusvaloraba así la
influencia del partido Demócrata Constitucional, no sólo sobre las
masas en general, sino también sobre el movimiento socialista (después
de todo el menchevismo fue una expresión de ella). En otro artículo de
la misma época planteaba que las «multitudes, precisamente porque
son ‘oscuras’, porque les falta instrucción, no saben nada de
posibilismos» y que «las masas no se interesan más que por los
extremos» 40 . Veinte años después sostenía que los obreros
norteamericanos eran «empíricos» (¿y sus convicciones ideológicas
arraigadas?), que había que ayudarlos a superar su «atraso» con
respecto a las condiciones sociales, y que si no aceptaban las consignas
de los revolucionarios, se verían obligados a aceptar el programa del
fascismo.41 En lugar de las «masas oscuras» de 1908 encontramos las
«masas empíricas» o «inmaduras» y en lugar del «sólo les interesan
los extremos», el «sólo las puede influir el fascismo o el marxismo»;
cambian las formulaciones, pero las premisas analíticas siguen . . .
vigentes. En su razonamiento –que se mueva dentro de la alternativa 99
dual y «de hierro» de «A o B»- desaparecen la democracia
norteamericana y las ilusiones que generaban los planes y promesas
de Roosevelt.
Estos enfoques se suman a la idea de que la movilización de
masas tiende a superar todos los obstáculos políticos e ideológicos.
También aquí estamos ante consignas del pensamiento de Trotski,
que han sido legadas al movimiento trotskista. Ya en su obra juvenil
de polémica contra Lenin, Nuestras tareas políticas, había exaltado
las tácticas movilizadoras, único medio a través del cual, sostenía, los
obreros avanzarían. En un texto posterior, sostiene que la misión de
los revolucionarios «es precisar, depurar y generalizar» lo que está
implícito en la lucha cotidiana de las masas. 42 La cuestión sería
«empalmar», con sus consignas y tácticas, para fecundar un

39
«El proletariado y la revolución rusa», en 1905, Resultados y perspectivas, París,
Ruedo Ibérico, 1971, t.2, p.122, énfasis agregado.
40
«Nuestras diferencias», en 1905…, op.cit., t.2, p.129.
41
«Discussion…», op.cit., p.44.
42
En «Nuestras diferencias», en 1905…, op.cit., t.2, p.129.

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movimiento que objetivamente apuntaría en la dirección
revolucionaria. La idea de «fecundar» el movimiento en marchas se
repite a lo largo de la obra de Trotski, incluido el PT. En este plano
absolutiza un elemento necesario, que es lo espontáneo e «instintivo»
del movimiento (que Lenin destaca repetidas veces en sus escritos),
pero no suficiente para la toma de conciencia socialista.
Aún sus análisis más ricos y dinámicos padecen por la falta del
tratamiento de la ideología de masas, y por eso también están
impregnados de un marcado sesgo a visualizar un desarrollo lineal y
casi sin obstáculos de la lucha. Por caso, su discusión sobre el
movimiento francés de ocupación de fábricas de 1936, bajo el gobierno
del Frente Popular es característico. Trotski sostiene que la ola de
huelgas «ha empujado a los obreros más inteligentes y valientes al
frente», que «a ellos pertenece la iniciativa»; que la clase «ha comenzado
con su automovilización» y los éxitos obtenidos no podrían dejar de
elevar la «auto confianza de las masas a un grado extraordinario»;
que además ya se habían creado los cuadros locales y regionales,
formándose el embrión de una «dirección revolucionaria»; que a pesar
de que la vieja cáscara organizativa no había sido desechada, «bajo
. . . ella ya se ve la nueva piel». Por eso vendría una inevitable «segunda
ola de luchas», menos pacífica y profunda, en la cual las masas,
100
sintiendo el acoso del enemigo y «la confusión e indecisión de la
dirección oficial» del movimiento, «sentirán la apremiante necesidad
de un programa, de una organización, de un plan y de un staff»43.
Cuando leemos entusiasmados esta descripción, las dificultades reales
del avance de la conciencia y de la lucha parecen disiparse, barridas
por el todopoderoso movimiento. La influencia ideológica burguesa,
los peligros de su incidencia y del extravío del movimiento, de su
empantamiento, se han evaporado. Las direcciones sólo demostrarían
«confusión e indecisión» y las masas la necesidad de cambiarlas. Algo
parecido puede advertirse en su especulación sobre cómo
evolucionaría una lucha desde el control de la producción de a planes
obreros nacionales en Alemania, en 1932 (ver infra).
Lo anterior explica que en los años treinta sostuviera que el
pequeño grupo de revolucionarios debía dirigirse a los trabajadores
para movilizar con «propuestas prácticas y consignas prácticas»,
porque «la única manera de convencer a las amplias masas de la

43
Whiter France?, Nueva York, New Park, 1974, pp. 134-5.

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corrección de nuestras ideas es en la acción»44. Estos enfoques se
plasman en el PT; allí sostiene que los obstáculos para el avance de la
conciencia son la «confusión y descorazonamiento de la vieja
dirección» y la «falta de experiencia» de las capas jóvenes del
proletariado y su vanguardia. Ausente la cuestión de las ideologías
burguesas, siempre aflora la idea de que todo obstáculo se superará
con la movilización, de que la cuestión es lanzar consignas para que
«prendan como fuego en pradera seca». De aquí que haya una
sobrevaloración de las virtudes de la agitación movilizadora y una
minusvaloración del rol de la propaganda y del trabajo sobre la
vanguardia. La vieja combinación de la lucha política e ideológica,
que habían recomendado Engels y Lenin, entre otros, desaparece de
su campo visual.
Es cierto que cuando discute sobre la clase obrera europea
Trotski presta atención a la ideología stalinista, y en alguna medida a
la socialdemócrata (lo que lo lleva a escribir muchas de sus mejores
obras). Pero también aquí pasa por alto la incidencia de la ideología
democrática burguesa en general. Y además, minusvalora la influencia
de la ideología socialdemócrata e incluso la del stalinismo, a pesar de
denunciar correctamente su incidencia en las derrotas de los veinte y . . .
los treinta. Por ejemplo, en un pasaje del PT afirma que «los Frentes 101
Populares… desde el punto de vista histórico… son una ficción», y
que «cualquiera sea la diversidad de métodos de los social traidores»
–léase Blum, Stalin- no lograrán quebrar la voluntad revolucionaria
del proletariado». Y en otra parte llega a decir que:

Los obreros avanzados de todo el mundo ya saben que la


derrota de Hitler y Mussolini se logrará bajos las banderas
de la Cuarta Internacional (énfasis agregado45).

Pero entonces habría desaparecido la influencia ideológica del


stalinismo, la democracia burguesa o la socialdemocracia entre los
obreros de vanguardia; lo cual era manifiestamente falso.
La minusvaloración del peso de las corrientes democráticas
burguesas también lo lleva a formular una previsión infantilmente
optimista sobre cómo se desarrollaría un ascenso revolucionario en

44
«Tasks of the ICL» en Writings of Leon Trotski (supplement 1934-40), Londres,
1979, pp.510-11.
45
Esta frase no figura en la edición castellana que hemos utilizado. Pero sí en la
inglesa, que se hizo según las revisiones finales de Trotski.

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Alemania. Sostiene –en el PT– que antes de que se convocara una
Asamblea Constituyente, Alemania se poblaría de soviets, y que los
líderes reformistas no tendrían posibilidad de dirigir el ascenso
antifascista. Ninguna de estas previsiones fue examinada por la CI en
lo que hace a sus implicancias y raíces teóricas.

3. Sobre las luchas y la crisis de la democracia

A las ideas antes expuestas se suma la noción de que existiría una


relación lineal entre el sufrimiento de las masas y los combates. Si
bien en escritos específicos –como las críticas a la política del
stalinismo en China- Trotski había señalado que no toda crisis
generaba una ofensiva revolucionaria, en el programa afirma que:

… la agudización de la crisis social aumentará no solamente


el sufrimiento de las masas sino también su impaciencia, su
firmeza y su espíritu de ofensiva.46

De ahí que pensara que, a pesar de las derrotas de los veinte y de los
treinta, las masas se recuperaban rápidamente en casi todo el mundo.
. . . En pasajes notables por su exaltación, en el PT sostiene que «la lucha
102 de clases no tolera interrupciones»; que «… la crisis actual puede
exacerbar extremadamente la marcha de la lucha de clases y precipitar
el desenlace»; y que «… en la época actual la lucha de clases
infaliblemente tiende a transformarse en guerra civil» (énfasis
agregado). Refiriéndose a los comités de fábrica, afirma que una ola de
ocupaciones de empresas «se ha desencadenado en algunos países», y
agrega:

Nuevas olas de ese género son inevitables en un porvenir


próximo» (énfasis agregado).

Esto explica su caracterización exitista del nivel de la ofensiva de las


masas. En el primer capítulo sostiene que:

En todos los países el proletariado está sobrecogido por una


profunda inquietud. Grandes masas de millones de hombres
46
A continuación de este pasaje pronostica que a medida que aumenten los
sufrimientos, millones de necesitados comenzarán a presionar al reformismo, los
desocupados se pondrán en movimiento y los campesinos arruinados buscarán
una nueva dirección.

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vienen incesantemente al movimiento revolucionario.
[énfasis agregado]

Pero además pensaba que no sólo los padecimientos y las crisis


empujarían al combate, sino también las concesiones. Así, en 1939,
afirma que las reformas del New Deal, lejos de apaciguar la situación,
radicalizarían a las masas.47
El planteo nos parece globalmente insostenible. No sólo porque
en el caso particular de Estados Unidos las concesiones del gobierno,
combinadas con la fortaleza de la ideología democrática, tenían efectos
estabilizadores sobre la combatividad sindical de los trabajadores,
sino también, y más importante, porque no siempre las crisis y los
sufrimientos inducen a las masas al combate de clases. Más bien
muchas veces sucede lo contrario, cunde la desesperanza, la
descomposición social, el temor a la desocupación, la disgregación.
Por otro lado, no es cierto que en 1938 «millones de hombres»
afluyeran «incesantemente» al campo revolucionario. La revolución
española estaba en retroceso, el Frente Popular francés había
conducido a la desmoralización, los obreros italianos, alemanes y de
buena parte del centro de Europa sufrían el fascismo y el nazismo; y
en la URSS avanzaba la ofensiva contra los revolucionarios de Octubre. . . .
Trotski era consciente de la gravedad del cuadro. En el PT hay repetidas 103
menciones a la desmoralización de la vanguardia y a «las trágicas
derrotas que el proletariado mundial viene sufriendo desde hace una
larga serie de años»; también afirma que entre los obreros de
vanguardia «hay no pocos fatigados y decepcionados» y que la CI
surgía «de las más grandes derrotas que el proletariado registra en su
historia». Pero el esquema de «más sufrimiento, más luchas», en
ausencia de capacidad de la burguesía para dar salidas, lo empujaba
a la conclusión de que esas heridas cicatrizarían rápidamente, que el
nuevo ascenso ya estaba en marcha y que la guerra lo catalizaría
hacia un levantamiento revolucionario.
Seguramente también contribuían a su optimismo los
antecedentes históricos. La guerra franco-prusiana de 1870 había

47
«…puede predecirse con toda seguridad que el New Deal y la política de «Buena
Vecindad», que no solucionaron nada ni dejaron conforme a nadie, sólo elevaron
las necesidades y el espíritu combativo del proletariado norteamericano y de los
pueblos latinoamericanos». En «La ignorancia no es una herramienta revolucionaria»
del 30 de enero de 1939, reproducido en Sobre la liberación nacional, Bogotá,
Pluma, 1976, p.98.

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terminado en la Comuna de París; la ruso-japonesa en la revolución
de 1905 y la Primera Guerra Mundial en el Octubre ruso e intentos
insurreccionalistas en otros países. Sin embargo, por encima de esto,
parece ser decisivo para su razonamiento la visión de una clase obrera
azuzada por la crisis a lanzarse a la ofensiva, en el marco de la completa
incapacidad de la clase dominante para maniobrar o conceder la más
mínima reivindicación. Tal vez sea en la descripción de la situación
alemana donde este rasgo resalte con mayor nitidez. A pesar de
reconocer que la oposición en Alemania –en 1938- era «pequeña», que
el proletariado había «perdido la fe en todo lo que estaba habituado a
creer», el PT termina afirmando que «el descontento de las masas es
mayor que nunca», que «jóvenes generaciones se levantan», que «la
preparación molecular de la revolución está en marcha», y que
«centenares y miles de abnegados obreros continúan, a pesar de todo,
llevando a cabo un trabajo molecular revolucionario»48. En definitiva,
hubo derrota, pero ésta parece superarse tan rápidamente, que el
proceso revolucionario aparenta no tener casi interrupciones.
Todas estas ideas se combinan y desembocan en la tesis, ya
mencionada, de que las democracias están «históricamente
. . . liquidadas». El PT sostiene que las democracias de los países
adelantados sólo sobreviven «a cuenta de la acumulación anterior»;
104
que el «New Deal» del gobierno de Roosevelt «sólo representa una
forma particular de confusión», y que la «putrefacción» de todas las
democracias continuará profundizándose, irremediablemente. Con
lo cual la democracia burguesa no tendría ninguna posibilidad de
afirmarse ni siquiera en el país capitalista más poderoso del planeta.
Con carácter más general, en las discusiones sobre el programa explica:

la burguesía no tiene otra solución que el fascismo, y la


profundización de la crisis va a forzar a la burguesía a abolir
los remanentes de la democracia y a reemplazarlos por el
fascismo49 [énfasis agregado].

El método abstracto de análisis se evidencia también en estos


pronósticos, porque Trotski extrapolaba linealmente una tendencia
de la realidad mundial de la pre guerra, sin analizar otras mediaciones

48
Hemos modificado ligeramente la traducción castellana, de acuerdo a la inglesa.
En la edición castellana, en lugar de «cientos y miles» se lee «cientos de miles».
49
«Discussion…», op.cit., p.43.

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que obraban en sentido contrario. Trotski «ve» que un sector de la
burguesía mundial responde al ascenso revolucionario desatado en
1917 con el fascismo y el nazismo, esto es, con la guerra civil contra la
clase obrera. Es lo que sucede en Italia, Alemania, en buena parte del
centro de Europa, en Japón (aunque en un grado menor) y lo que
intentan sectores de la burguesía en Francia, Inglaterra y otros países.
Pero ésta no era la única política frente a la revolución, porque
también estaban presentes la negociación, la democracia burguesa,
las semi concesiones –combinada con la represión-, que ponían en
práctica los gobiernos de Estados Unidos y de otros países adelantados.
Lejos del hundimiento inminente del que hablaba Trotski en el PT, la
democracia norteamericana se había mostrado ya en los treinta como
una formidable contención a la difusión de las ideas del comunismo y
luego se revelaría como una palanca movilizadora de masas hacia la
guerra. Por otro lado, el gaullismo, el reformismo burgués inglés (con
sus promesas de la «Nueva Jerusalén»), la Segunda Internacional y
muchas otras corrientes políticas, incluidas las stalinistas europeas,
se nutrirían, hacia el final de la guerra, de aquella democracia burguesa
que el movimiento trotskista había dado por acabada.
Además, este enfoque llevaría a Trotski a plantear perspectivas . . .
que, para decirlo de manera suave, encerraban el peligro de planteos 105
oportunistas. Convencido de que una victoria de las «democracias
decadentes» sobre Alemania e Italia no podría liquidar el fascismo
«ni siquiera por un período limitado», llegó a sostener que:

si hubiera algún fundamento para creer que una nueva


victoria [de la Entente] pudiera obrar resultados tan
milagrosos, esto es, contra las leyes socio-históricas,
entonces es necesario no sólo «desear» esta victoria sino
también hacer todo lo posible para que se produzca. En este
caso los social-patriotas anglo franceses estarían en lo
correcto. 50

Es significativo que Trotski cometiera estos errores siendo que en los


años veinte había polemizado con los stalinistas porque éstos no veían
la importancia que podían adquirir los gobiernos reformistas y las
vías democrático pacifistas en Europa51. También Lenin había insistido,

50
«A Step towards Social-Patriotism», en Writtings 1938-39, p.24.
51
Ver su crítica al Quinto Congreso de la Internacional Comunista, en Stalin, el
gran organizador de derrotas, Buenos Aires, Yunque, 1974, pp.166 y ss.

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en plena crisis revolucionaria, que la burguesía no tenía sólo un método
–la represión– para frenar la revolución, sino dos, porque contaba el
«engaño organizado» (ver infra). Y en 1919 (coyuntura de crisis
mundial extrema) explicaba que aún los países atrasados
desarrollaban tendencias hacia las democracias burguesas.52
Hacia el final de su vida Trotski parece olvidarse de estos
criterios cuidadosos –que hacen a la consideración de todas las
determinaciones que concurren a la conformación de una coyuntura
política– para sostener, con el carácter de «ley socio-histórica», la
tesis de la quiebra definitiva de la democracia. A esto lo llevaba el
conjunto de ideas que había desplegado sobre las crisis y la lucha de
clases, y su absolutización vacía. Pero con ello se deslizaba, nueva y
pendularmente, al resbaladizo terreno del fatalismo.

4. Fatalismo y subjetivismo extremos

Michael Löwy ha sostenido que con su pronóstico alternativo –


»socialismo o barbarie»– Trotski había dejado atrás las posturas
fatalistas sobre la «marcha de la humanidad hacia el socialismo» de
. . . la Segunda Internacional. Löwy explica que Trotski –como Rosa
106 Luxemburgo– tuvo aquella posición en su juventud, pero que la habría
superado a partir de la Primera Guerra, cuando planteó la cuestión
en términos de «guerra permanente o revolución proletaria». Con
esto, sigue Löwy, Trotski hacía intervenir un factor subjetivo, «su
autonomía parcial, su especificidad, su lógica interna y eficacia
propia»53, y daba una muestra de comprensión dialéctica, crítica del
fatalismo mecanicista que luego reinaría en el movimiento comunista
burocratizado. La interpretación de Löwy es compartida por casi
toda la militancia trotskista.
Sin embargo, la cuestión no nos parece tan sencilla ni lineal
como pretenden Löwy y los militantes trotskistas. Por empezar, la
misma forma de plantear la alternativa «socialismo o barbarie» no
demuestra una comprensión dialéctica, porque formulada como «ley
de hierro» –o bien A o bien B, no hay posibilidad de capitalismo– y sin
fundamento teórico, se revela como una forma del mecanicismo

52
Ver su «Discurso de apertura del VIII Congreso del PC (b)R», de marzo de 1919.
Allí afirma que la inmensa mayoría de los países atrasados estaban en tránsito «de
la Edad Media a la democracia burguesa».
53
Michael Löwy, Dialéctica y revolución, México, Siglo XXI, 1975, p.112.

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objetivista. Observemos también que esto le dejaba a Trotski sólo dos
opciones desde el punto de vista programático: o un programa mínimo,
defensivo, para una sociedad burocrática de esclavos; o un programa
para una ofensiva inminente y revolucionaria de las masas.
Pero, además, y contra lo que dice Löwy, es un hecho que Trotski
sostuvo hasta el final de su vida el enfoque fatalista. No tanto porque
haya mantenido –de manera paralela a su planteo alternativo– la
tesis que critica Löwy, de la inevitabilidad del socialismo, sino
también, y principalmente, porque en el PT apela a la existencia de
leyes generales de la historia y de un movimiento mecánico e
ineluctable de ésta hacia el destino comunista. Dice el texto:

las leyes de la historia son más poderosas que los aparatos


burocráticos. […] Cada vez en mayor escala, sus esfuerzos
desesperados [de los social-traidores] por detener la rueda
de la historia demostrarán a las masas que las crisis de la
dirección del proletariado […] sólo puede ser resuelta por la
Cuarta Internacional» [énfasis agregado].

No se trata de un descuido –Trotski trabajó meses en su redacción, el


PT fue estudiado y repetido durante décadas en la CI–, sino de la . . .
conclusión de un «sistema» cuyos pasos teórico-políticos hemos 107
seguido hasta aquí y que podríamos ordenar según la siguiente
secuencia: estancamiento de las fuerzas productivas — por lo que la
democracia y la fuerza de la ideología burguesas están agotadas —
por lo que toda reivindicación elemental plantea la cuestión del
socialismo — por lo que habrá un impulso inevitable hacia la lucha,
derivado de la crisis — y las masas movilizadas tienden a superar
todos los obstáculos — con lo que «las ruedas de la historia» se
imponen y el socialismo es inevitable.
Por eso en la CI nunca se criticaron estas nociones. Dadas las
limitaciones de nuestro trabajo, aquí sólo vamos a presentar algunas
objeciones a esta concepción que debe superarse.
En primer término, señalemos que la misma cuestión de la
«inevitabilidad» del socialismo remite a formulaciones problemáticas
del propio Marx, que luego asumirán Lenin, Trotski y otros marxistas.
Todas ellas aluden a la idea de que, en un plazo más o menos mediato,
las masas «deberían» tomar conciencia de la necesidad de resolver, de
forma revolucionaria, las contradicciones de la sociedad capitalista.

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Algunos pasajes de El Capital apuntan en esa dirección54; luego Lenin
plantearía que la «inevitabilidad del socialismo» debería incorporarse
al programa del bolchevismo55; y Trotski, en la «Introducción» al
Pensamiento vivo de Marx, dedicó un punto a fundamentar por qué el
socialismo no sólo es «posible», sino también «inevitable»56. Pensamos
que se tratan de formulaciones desacertadas, por lo que encierran de
mecanicismo. En todo caso lo correcto sería hablar de una «necesidad
creciente» de la salida socialista, y de una posibilidad material y social
también creciente.
Sin embargo, aunque el planteo sobre la inevitabilidad del
socialismo debe criticarse por mecanicista, no incurre en una visión
teleológica de la historia, como sí sucede con las nociones de las «leyes»
generales de la historia, o la «rueda» que empujaría a la humanidad
hacia una meta preestablecida desde el fondo de los tiempos. Al
respecto, no es casual que Marx apenas se haya referido a supuestas
«leyes de la historia». A lo sumo habló de una tendencia al desarrollo
de las fuerzas productivas a través de una sucesión de formaciones
sociales57, rechazando la idea de leyes «supra históricas»58. En diversos
pasajes de su obra aludió a algunas constantes de la producción y la
. . . tendencia de los seres humanos a librarse de las constricciones
emanadas de sus necesidades naturales, pero era consciente de que
108
esos «universales» sólo actúan a través de leyes específicas a los modos
de producción. Así, por ejemplo, en el capitalismo encontramos las
leyes del valor, de la circulación, de la reproducción ampliada, y otras,
ninguna de las cuales opera de manera fatalista. Lenin también criticó

54
En el «Postfacio» a la segunda edición Marx habla de un nuevo orden social hacia
el cual el existente «tiene inevitablemente que derivar», tengan o no conciencia de
ello los hombres.
55
Ver las discusiones en el octavo Congreso del partido Comunista ruso.
56
Op. Cit., p.42. Trotski cita a Marx cuando éste habla –en El Capital- de la
agudización de la contradicción entre la centralización de la propiedad del capital
y la socialización del trabajo, y de su incompatibilidad de las relaciones capitalistas.
A partir de allí insiste en su tesis sobre la imposibilidad absoluta de un ulterior
desarrollo de las fuerzas productivas.
57
Ver Vadée, Marx, penseur du possible, París, Meridiens Klincksieck, 1992, p.235.
58
En carta a Mijailovski, director de «Otiéchstviennie Zapiski», Marx insistirá en la
necesidad de estudiar «cada una de las formas de evolución», y criticará el pretender
suplir ese estudio «mediante la llave maestra universal de una teoría histórico-
filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica» (Carta de
fines de 1877, en Correspondencia de Marx y Engels, Buenos Aires, Cartago, 1973,
p.291)

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por «objetivista» la noción de «tendencias históricas insuperables»59.
La idea de un finalismo de «la historia», de un «destino ineluctable»,
no es de Marx, sino de Kautsky, quien partiendo de una concepción
darwinista y positivista afirmaba que el mundo tenía una finalidad
inmanente, hacia la cual se encaminaba de modo necesario.60
Por todo esto decimos que la metáfora del PT de la «rueda de la
historia», en marcha hacia su fin socialista, da una idea falsa e induce
a una concepción donde la acción del ser humano se diluye (es
«objetivista», diría Lenin). De las tendencias del capital deriva una
necesidad creciente del socialismo –y una posibilidad material de
cumplirlo–, pero nada más. Nunca debe entenderse esa necesidad
como una constricción externa, operando ciegamente. Aunque Trotski,
influido por Labriola, había tomado distancia desde joven con el
marxismo kautskista de la Segunda Internacional61, esa superación
no se apoyó en las tesis de El Capital sobre las contradicciones del
desarrollo del capital y su relación con las potencialidades
revolucionarias. Por lo cual la vuelta al objetivismo extremo era
inevitable, ya que a partir de las premisas con que razonaba en los
años treinta –degradación progresiva de la clase obrera– sólo le
quedaba el recurso de la «rueda» de la historia para fundamentar . . .
teóricamente el futuro de la revolución socialista. Parafraseando a 109
Marx (nota 58), podemos decir que, a falta de estudio particularizado
de las contradicciones del capital, Trotski apela a una «teoría histórico-
filosófica general», de carácter supra histórico. Esta crítica
complementa entonces lo que hemos mencionado antes sobre los
«universales abstractos», las «leyes histórico-sociales», que en la obra
de Trotski parecieran actuar por fuera y por encima de los desarrollos
singulares.
Pero además el fatalismo prepara el terreno para que se instale,
paradójicamente, el subjetivismo extremo. Es que si millones de seres
humanos se están volcando a la revolución, si la crisis económica es
absolutamente sin salida, si la conciencia burguesa de las masas
desaparece como obstáculo, es lógico concluir que el impedimento

59
Ver «El contenido económico del populismo», en O.C., Buenos Aires, Cartago,
1969, t.1, p.418.
60
Véase Ética y concepción materialista de la historia, Córdoba, Cuadernos de
Pasado y Presente, 1975.
61
Ver Brossat, El pensamiento político del joven Trotski, México, Siglo XXI, 1976,
p.114.

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para el avance del socialismo se reduce al «puñado de traidores» de la
dirección del proletariado (correlato en el plano político de la economía
manejada por un «puñado de poderosos»). Por eso el pasaje del PT
sobre las «masas de millones» volcándose a la revolución, ya citado,
concluye con esta afirmación:

Grandes masas de millones de hombres vienen


incesantemente al movimiento revolucionario pero siempre
tropiezan en este camino con el aparato burocrático-
conservador de su propia dirección [énfasis agregado].

De allí que la clave del destino humano se sintetice en la primera frase


del programa:

La crisis actual de la civilización humana es la crisis de la


dirección del proletariado.

Un esquema interpretativo que sólo se sostiene al precio de haber


reducido la cuestión de la conciencia y su relación con las acciones de
las clases. Es que si bien en determinadas coyunturas las direcciones
. . . oportunistas enfrentaron a las bases que las desbordaban , no es
62

cierto que las masas estén volcándose siempre a la revolución y


110
chocando con los traidores. Por el contrario –y hay que reconocerlo de
una buena vez en el trotskismo–, millones de obreros y de oprimidos
estuvieron convencidos de que el programa de construir el socialismo
en la URSS y la estrategia de la revolución por etapas en los países
capitalistas eran convenientes; otros muchos millones confiaron en la
democracia burguesa y en la socialdemocracia; y otros depositaron
su fe en los nacionalismos burgueses de los países atrasados. Si no se
reconocen estas vinculaciones orgánicas –»necesarias», en el sentido
de unidad sistemática- sólo queda concebir a las direcciones como
meros «accidentes». Pero entonces habría que concluir que estamos
en el terreno de lo meramente azaroso, de lo subjetivo y fortuito, de lo
que Hegel llamaba la «necesidad exterior». En este respecto el PT
establece una relación simplista de causa/efecto, ya que la dirección

62
Un caso ejemplar fue el aplastamiento del proletariado por el stalinismo en 1937;
es muy posible que Trotski estuviera muy influido por esta experiencia. De todas
maneras, también aquí se trató de una fracción del proletariado, porque cientos de
miles de obreros y campesinos estaban convencidos de las virtudes del Frente
Popular. Además, los obreros anarquistas estaban imbuidos de una ideología que
les prescribía «tomar el poder».

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proletaria sería la causa del freno y la derrota de la revolución, estando
dadas «todas» las condiciones «objetivas».
En este punto apresurémonos a decir que nuestro propósito no
es negar la intervención de elementos fortuitos en la conformación de
los movimientos de masas, y de sus direcciones en particular. Ya Marx
había señalado el rol que juegan las direcciones «que al principio están
a la cabeza del movimiento» como uno de los tantos «accidentes» que
intervienen en el curso del desarrollo, y que retardan o aceleran los
procesos63. Lo contingente, lo azaroso, es un componente vital de la
historia64 y del movimiento de la clase obrera. Pero así como el ser
humano sabe imponer su necesidad interior al mundo exterior que lo
rodea, transformándolo con su acción, también la clase obrera deberá
aprender a determinarse, a dominar los elementos fortuitos,
estableciendo –entre otras condiciones para su triunfo- direcciones
que sean expresión y vehículo de su liberación. Una clase obrera
completamente sometida a los avatares de una dirección, es una clase
todavía alienada; dicho en el lenguaje de Marx, todavía es «en sí», o no
plenamente «para sí»; aún debe conquistar su independencia,
desarrollarse en el sentido pleno. Esto implica, parafraseando a
D’Hondt , desplegarse como un «anti-azar» activo, absorbiendo las . . .
causas exteriores –la corrupción de los dirigentes, las debilidades 111
subjetivas de direcciones y cuadros- que detienen o derrotan al
movimiento. Creer que es posible una revolución inminente, estando
la clase obrera enajenada en manos de una dirección oportunista,
revela una vez más las inconsecuencias teóricas del análisis del PT.
Es necesario entonces restablecer un enfoque dialéctico de las
relaciones entre bases y direcciones. Estas últimas actúan sobre la
clase obrera y la influencian. Tienen su propia dinámica, pero ésta es
relativa65; en buena medida, están determinadas por las bases y son,

63
La reflexión estaba ocasionada por la derrota de la Comuna de París, aunque a
Marx tampoco se le ocurrió la idea de que el factor decisivo del desenlace hubiera
sido la dirección de la Comuna, sino el «accidente decisivo y desfavorable» de la
presencia de los prusianos en las puertas de París. Ver Carta a Kugelman, del 17 de
abril de 1871, en Correspondencia, op. cit., p.256.
64
Ver D’Hont, Hegel, philosophe de l’historie vivante, París, Presses Universitaires,
1966.
65
En el trabajo ya citado, «Clase, partido y dirección…», Trotski critica a quienes
consideran a las direcciones un simple reflejo de las bases. Pero tomar distancia de
la idea del «reflejo mecánico» es una cosa, y otra muy distinta es terminar borrando
las vinculaciones orgánicas y necesarias entre bases y direcciones.

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hasta cierto punto, su efecto.66 El enfoque no dialéctico del PT es muy
marcado en este punto. Primero, porque no pone en conexión orgánica
la situación de las bases con sus direcciones, que parecen surgir de la
nada. Y en segundo lugar, porque desprecia la capacidad de aprendizaje
de las masas, que repetirán el proceso con los burócratas que las
traicionan en sus afanes revolucionarios, sin reconocer nunca a los
comunistas que les indican el camino correcto.
De esta manera, el planteamiento de que la historia depende de
un grupo de revolucionarios se mantiene paralelo al de la «fatalidad»
del destino socialista: «la rueda de la historia». Este desgarramiento
extremo entre ambos polos ha sido observado, bajo un enfoque apenas
distinto al que presentamos aquí, por Bensaïd. Éste señala que en el PT
existe un descuartizamiento entre, por una parte, la confianza
reiterada en las leyes objetivas y las profecías catastrofistas y, por
otra parte, la debilidad patética del factor subjetivo. También dice
que esta disyunción se encuentra muchas veces en Mandel y concluye
en que este enfoque está lleno de dificultades teóricas insuperables:

Si las condiciones objetivas son tan favorables, ¿cómo


explicar que ellas no hayan abierto paso, aunque fuera
... parcialmente, a las condiciones para la solución de la crisis
112 subjetiva de dirección? La explicación deriva
inevitablemente hacia una representación policial de la
historia, atormentada por la figura recurrente de la traición,
donde las ocasiones más propicias son saboteadas por las
direcciones traidoras…Y si la oposición es portadora de una
solución revolucionaria a la crisis de la dirección, ¿cómo
explicar que no se haya obtenido más éxito, si no es por un
deterioro sin esperanza de las famosas condiciones
objetivas? Así planteado, el círculo de lo objetivo y de lo
subjetivo es desesperadamente vicioso.67

Sí, el círculo es «desesperadamente vicioso», y la primera


condición para su superación era criticar de raíz las tesis del
estancamiento crónico y definitivo del capitalismo, de la falta de
maniobra de la burguesía, para restablecer luego la importancia de la

66
Con razón Hegel condenaba la aplicación de las relaciones causa/efecto a la vida
orgánica, y más aún a la vida espiritual. Ver D’Hont, op. cit., p.295.
67
Daniel Bensaïd, La discordance des Temps, París, 1995, p.180, nota.

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ideología en los procesos sociales y con ella las vinculaciones
dialécticas entre los diferentes niveles del accionar histórico.

5. La lógica política del Programa de Transición

Todo conduce, entonces, a un escenario en el que parecería bastar


la intervención de los revolucionarios para que el movimiento desate
sus potencialidades y crezca con la fuerza de las avalanchas naturales
e incontenibles. Por esta razón hay que subrayar, una vez más, el
marcado carácter agitativo que encierra la orientación recomendada
por Trotski. En crítica a los sectarios, el PT sostiene que «los
acontecimientos políticos no son para ellos la ocasión de lanzarse a la
acción, sino de hacer comentarios»; así, pareciera que todo
acontecimiento político deja sólo dos opciones: comentarios de
cenáculos o agitación para la acción. El rol de la propaganda y de la
lucha ideológica y política se esfuma en esta nueva y rígida dicotomía;
así, el PT está concebido para el trabajo directo hacia las masas, en el
marco de que el agrupamiento propagandístico de cuadros entre la
vanguardia estaría realizado, en lo fundamental. Con este trasfondo,
Trotski plantea la superación de la división entre el programa mínimo . . .
y máximo. Precisemos brevemente la diferencia entre ambos. 113

Siguiendo una definición de Lenin, podemos decir que las


reivindicaciones mínimas son aquellas que, en principio, no cuestionan
la propiedad privada capitalista ni su Estado68; por ejemplo, son
demandas mínimas el aumento de salarios, la libertad de los presos
políticos, el derecho a voto, e infinidad de otras exigencias de las masas
explotadas y oprimidas.69 En cambio, el objetivo de la toma del poder,
las medidas de socialización y las proyecciones de transformación
social profunda dan forma a los programas máximos. Las consignas
transicionales entran en el esquema del programa máximo. Fueron
formuladas en manifiestos o tesis estratégicas (las veremos en el
Manifiesto Comunista y en las «Tesis de Abril») para impulsar la
movilización hacia la abolición de la propiedad privada, una vez que

68
«El programa mínimo es un programa que, por sus principios, es compatible con
el capitalismo y no rebasa su marco» (Lenin, «Observaciones para el artículo
acerca del maximalismo», diciembre de 1916, ed. Progreso, t.30, p.391.
69
En el caso de la socialdemocracia rusa el programa mínimo era el de la revolución
democrático burguesa.

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se hubiera tomado el poder. Fueron pensadas para preparar la
transición al socialismo; aunque no son socialistas, son incompatibles
con la sociedad capitalista. Entre las más conocidas están el reparto
de las horas de trabajo hasta acabar con la desocupación, sin
disminución salarial; la obligación de trabajar; la anulación de la
propiedad privada de la tierra70; la anulación del derecho de herencia;
la abolición del secreto comercial y el control obrero de empresas; la
nacionalización de la banca y grandes monopolios y su puesta bajo
control obrero.
Trotski pensaba que aquella división de programas era propia
de la socialdemocracia anterior a la Primera Guerra71, y que debía ser
dejada de lado en la época imperialista, porque ya ninguna reforma
era lograble y las masas estaban prontas a iniciar una ofensiva
revolucionaria. Ahora las consignas mínimas exigían su combinación
inmediata con las transicionales:

En la medida en que las viejas reivindicaciones parciales,


mínimas, de las masas entran en conflicto con las tendencias
destructivas y degradantes del capitalismo decadente –y
eso ocurre a cada paso- la Cuarta Internacional auspicia un
... sistema de reivindicaciones transitorias, cuyo sentido es el
114 dirigirse cada vez más abierta y resueltamente contra las
bases del régimen burgués. El viejo «programa mínimo» es
superado por el «programa transicional», cuyo objetivo
consiste en la movilización sistemática de las masas para la
revolución proletaria72 (énfasis agregado).

70
Marx consideró a esta medida transicional; en Lenin el planteo fue más complejo.
71
Dice en el PT: «La socialdemocracia clásica, que desplegó su acción en la época
del capitalismo progresivo, dividía su programa en dos partes independientes una
de otra: el programa mínimo, que se limitaba a algunas reformas dentro de la
sociedad burguesa, y en el programa máximo, que prometía para un porvenir
indeterminado el reemplazo del capitalismo por el socialismo. Entre el programa
máximo y el programa mínimo no existía puente alguno. La socialdemocracia no
tenía necesidad de ese puente porque sólo hablaba del socialismo en los días de
fiesta». Acerca de esta caracterización de Trotski de la Segunda Internacional, ver
Apéndice 2.
72
Hemos introducido algunas ligeras variantes con respecto a la versión castellana,
siguiendo la edición inglesa.

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Enlazado con lo anterior, sostiene que el PT es un programa
para la acción hacia la toma del poder, para la ofensiva73; no está
concebido para situaciones defensivas. Incluso nos inclinamos a
pensar que Trotski no aconsejaba la agitación transicional en Italia y
Alemania. En el PT explica que en esos países las consignas de
transición se entrelazarían con las democráticas «en cuanto el
movimiento tome algún carácter de masa»74. Para el resto de los países
la táctica es decididamente de ofensiva.
Para lanzar la ofensiva el PT busca entonces generar «la
movilización sistemática de las masas para la revolución proletaria»;
«toda la cuestión es cómo movilizar a las masas para la lucha», explica
Trotski.75 Y a ese efecto los revolucionarios deben concentrar la atención
en una o dos consignas:

… si repetimos las mismas consignas, adaptándolas a la


situación, entonces la repetición que es la madre de la
enseñanza, actuará de la misma forma en política… Es
necesario repetir con insistencia, repetir todos los días y en
todo lugar. Este es el objetivo del borrador del programa,
dar una impresión homogénea.76
...
También: 115
Cuando el programa esté definitivamente establecido es
importante conocer las consignas muy bien y maniobrar
con ellas hábilmente, de manera que en cada parte del país
todos usen las mismas consignas al mismo tiempo, 3.000
pueden dar la impresión de 15.000 ó 30.000.77

Ligado a lo anterior, las consignas transicionales –salvo la


nacionalización de los medios de producción- están concebidas para

73
A sus partidarios Trotski les explica: «… nosotros no hablamos sobre la revolución
social, sobre la toma del poder por la insurrección, la transformación de la sociedad
capitalista en dictadura, de la dictadura de la sociedad socialista. Lleva al lector
sólo hasta el umbral. Es un programa de acción desde hoy hasta el comienzo de la
revolución socialista». En «More discussion…», op. cit., p.52.
74
A pesar de que el texto expresa exagerado optimismo, también sostiene que el
impulso revolucionario provendría seguramente de algún triunfo del proletariado
en otro país.
75
«Discussion…», op.cit., p.44.
76
«More discussion…», op. cit., p. 52.
77
Ibídem.

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agitarse sin especificar qué relación guardar con la toma del poder.
Si bien el texto reconoce que no pueden lograrse plenamente bajo el
capitalismo78, en la agitación esta condición no se hace explícita. Lo
importante es que aparezcan como propuestas «prácticas», para que
sean tomadas por los trabajadores, visualizadas como soluciones casi
de «sentido común», aunque los revolucionarios sepan que son
impracticables en el capitalismo. Por eso, cuando habla del reparto de
las horas de trabajo y la escala móvil de salarios, el PT explica que
ante las objeciones sobre la «imposibilidad» de lograr esta demanda
los militantes deberían responder que todo dependía «de la correlación
de fuerzas». Por esta razón también las consignas transicionales están
concebidas como «demandas» o «reivindicaciones», que se dirigen al
Estado o al capital. La toma del poder debería ser una conclusión de
la movilización en pos de obligar a la burguesía a adoptar las medidas
transicionales.
Por otra parte, al concentrarse en una o dos consignas sin
especificar qué relación guardan con el poder, la metodología política
se conforma según la idea de una ascenso progresivo. Se trata de la
táctica «escalera», que alienta la perspectiva de un avance de las
. . . movilizaciones «por escalones». Así, por ejemplo, las consignas del
control obrero, apertura de libros comerciales, y planes económicos
116
obreros se conjugan para formar un modelo arquetípico de esta política
procesual: el control obrero y la abolición del secreto comercial
instrumentados por comités de fábrica, permitirían conocer las
ganancias y gastos de las empresas aisladas; de allí, se podría
determinar la composición de la renta nacional; luego, desnudar las
combinaciones de pasillo y las estafas de los bancos; después, se podría
convocar a los «especialistas honestos y afectos al pueblo» como
consejeros; luego, los obreros elaborarían un plan general de obras
públicas «trazado para un período de varios años», y abrirían las
empresas cerradas. En este caso, el control «será sustituido por una
administración directa por parte de los obreros». Por último, los
comités podrían reunirse para elegir comités por ramas enteras de la
industria y de esa forma «el control obrero pasará a ser escuela de la
economía planificada» (el esquema expuesto lo tomamos del PT). Con
esto se podría mostrar, en pequeña escala, pero de manera convincente,
cómo funcionaría una futura sociedad socialista, a través de consignas

78
Dice: «Ninguna de las reivindicaciones transitorias puede ser completamente
realizada con el mantenimiento del régimen burgués».

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movilizadoras, prácticas «concretas» (como gustan decir los
militantes de la CI).
En las discusiones sobre el programa Trotski dejó un ejemplo
clásico de cómo concebía esta política transicional. Se trata de su
propuesta de agitar por la escala móvil de salarios y horas de trabajo
en Estados Unidos:

Creo que podemos concentrar la atención de los


trabajadores en este punto. Naturalmente éste es sólo un
punto. (…) Pero las otras consignas pueden agregarse en la
medida en que se desarrolle la situación. (…) Pienso que en
el comienzo esta consigna [escala móvil de salarios y horas
de trabajo] será adoptada por las masas. ¿Qué es esta
consigna? En realidad es el sistema de trabajo de la sociedad
socialista. (…) Lo presentamos como una solución a esta crisis
(…) Es el programa del socialismo, pero presentado de una
manera simple y popular.79 (énfasis agregado)

Esta explicación se ha incorporado al acervo político de la CI y resume


la mecánica de la agitación transicional que planteaba Trotski.
...
6. Consignas «lógicamente imposibles» 117
Uno de los errores más comunes en la política revolucionaria es
elaborar tácticas y consignas abstractas, esto es, desligadas de las
circunstancias históricas y sociales que las contextualizan. Podemos
decir que buena parte de las diferencias entre Lenin y sus compañeros
estuvieron atravesadas por esta cuestión. La fuerza de la política de
Lenin residía en su capacidad para llegar a lo concreto, a la unidad de
las múltiples determinaciones que conforman la táctica, pero sin
«olvidar» la teoría revolucionaria. Para eso deben conservarse, por
un lado, los «principios generales» –por ejemplo, la actitud ante el
Estado o la explotación capitalista- como momentos necesarios de la
elaboración, pero las tácticas y consignas siempre necesitan, en la
visión leninista, ser adecuadas y precisadas según las coyunturas
políticas, el estado de conciencia de las masas y otros factores.
Esta forma de concebir la política como «un concreto», está
ausente en el PT. La clave de esta ausencia es la idea de que los marxistas
no deben considerar decisiva la cuestión de las posibilidades de

79
«Discussion…», op. cit., p.44.

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efectivización de las consignas a la hora de decidir sus campañas de
agitación y de exigencias. En un texto de los años veinte Trotski explicó
esta importante premisa metodológica:

… cuando se trata de una reivindicación, sea cual sea (…) el


simple criterio de la posibilidad de su realización no es
decisivo para nosotros…No son las conjeturas empíricas sobre
la posibilidad o imposibilidad de realizar algunas
reivindicaciones transitorias las que pueden resolver la
cuestión. (…) en determinadas condiciones es totalmente
progresivo y justo exigir el control obrero sobre los trusts
aun cuando sea dudoso que se pueda llegar a ello en el
marco del Estado burgués. El hecho de que esta
reivindicación no sea satisfecha mientras domine la
burguesía, debe impulsar a los obreros al derrocamiento
revolucionario de la burguesía. De esta forma la
imposibilidad política de llevar a cabo una consigna puede
ser más fructífera que la posibilidad relativa de realizarla.80
(énfasis agregados).

Según este texto (que es básico en la formación trotskista), los


... marxistas no deben entrar en consideraciones sobre «qué se exige, a
118 quién y cuándo» a la hora de convocar a las masas a movilizarse.
Bastaría que las consignas tengan un carácter en general progresivo,
porque con ello el movimiento avanzaría de todas formas. En los 30,
Trotski reafirma esta idea, sosteniendo que las consignas transitorias
tenían una gran importancia «con independencia de saber en qué
medida serían realizadas y si lo serían o no en forma general»81.
Sin embargo, el tema de las posibilidades de efectivización de
las consignas no es materia que se pueda dejar de lado con la facilidad
con que lo hace Trotski. Ella está en el centro mismo de la crítica
marxista a las ilusiones, al fetichismo de las relaciones cosificadas y a
los programas utópicos e idealistas. Al desconocer precisamente la
cuestión de las posibilidades –que no se reducen a las «empíricas» que
menciona Trotski- la política trotskista se volverá abstracta y hasta
incoherente. Un enfoque dialéctico nos ayuda al planteamiento de
nuestra crítica.

80
Trotski, L., Stalin, el gran organizador de derrotas, op. cit., p.361.
81
Ver La lucha contra el fascismo, Barcelona, Fontamara, 1980, p.174.

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Como explicaba Hegel, cuando se separa una situación o
realidad de las relaciones en que está inmersa, podemos asignarle,
con nuestro pensamiento, cualquier posibilidad.82 Y así las cosas más
absurdas y contrarias al sentido pueden ser vistas como «posibles» o,
inversamente, como imposibles. En política, sigue Hegel, este tipo de
especulaciones abstractas es tan común como dañino. Para evitarlo,
«lo posible» debe derivarse «del contenido, esto es, de la totalidad de
los momentos de la realidad, que se muestra en su desarrollo como
necesidad»83. O sea, hay que estudiar el contenido –en nuestro caso,
de los procesos sociales- sus relaciones internas, su evolución y
contradicciones, y con ello determinar qué es posible, y qué no lo es. Y
cuando se procede así aparecen las diversas formas del posible.84 Un
primer grado de estas formas está constituido por las «posibilidades
formales», o «abstractas», o que Marx también llamaba «teóricas» o
«generales». Son las posibilidades que se fundan en las categorías y
las leyes generales a las que arriba el conocimiento científico. Este tipo
de posibilidades debe ser distinguido de las «concretas» o «reales»,
que son las que, además de ser factibles lógicamente, demandan el
desarrollo de una de las condiciones específicas. Ilustremos estas
nociones con ejemplos vinculados a la discusión de consignas y las . . .
tácticas políticas. 119
Si decíamos que el capital implica una relación de explotación
sobre la clase obrera, estamos estableciendo una relación orgánica
entre dos fenómenos –capital y explotación-, relación que se deriva
del concepto mismo de capital, en el sentido de que éste implica, con
necesidad absoluta, la explotación. De aquí inferimos una conclusión,
a saber, que es ilógico exigir que el capital deje de ser explotador. Así,
por ejemplo, Marx criticaba la consigna bakuninista de «la igualación
de las clases» por ser «lógicamente imposible»85, es decir, por ser
contraria a la naturaleza de la sociedad capitalista y a su estructura

82
Ver Enciclopedia de las Ciencias filosóficas, 143 Zuzats. Dada la muy mala
traducción castellana disponible, utilizamos la edición alemana, en Hegel, Werke
8, Frankfurt am Main, 1970.
83
Ibídem, p.284.
84
Ver Hegel, Ciencia de la Lógica, op. cit., pp.480 y ss.; también Vadée, op. cit.,
pp.27 y ss.
85
En carta a Engels, del 5 de marzo de 1869, explica que «el objetivo de la Asociación
Internacional de los Trabajadores no es ‘la igualación de las clases’, lógicamente
imposible, sino la «supresión de las clases» históricamente necesaria».
Correspondencia…, op. cit., p.217.

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de clases. En cambio, si decimos que hoy no están dadas las
posibilidades de una huelga general revolucionaria en este país,
estamos afirmando una imposibilidad de otra naturaleza que la del
ejemplo anterior. En este caso no se trata de una imposibilidad lógica
(la posibilidad teórica de la huelga general está implícita en la misma
relación social asalariada), sino de una imposibilidad concreta,
históricamente determinada por la ausencia de condiciones políticas
favorables a la huelga.
Nuestra crítica al método transicional del PT consiste en que en
gran medida se erige sobre una imposibilidad lógica (o teórica) similar
a la del primer ejemplo, ya que convoca a las masas a exigir al Estado
capitalista (o al capitalismo) que aplique medidas de transición… al
socialismo. Por eso no se trata sólo de que el PT contiene consignas
«empíricamente» desajustadas (esto es, referidas a posibilidades
concretas inexistentes), como veremos luego. Por encima de este
problema, el PT encierra una incoherencia derivada del carácter «anti
natura» (contrario a las categorías y al concepto mismo de capital y
Estado) de las consignas transicionales planteadas como demandas
al Estado. Por ejemplo, llama a los obreros a movilizarse para exigir –
. . . al capital o al Estado- el reparto de horas de trabajo, con salarios
móviles, hasta acabar con la desocupación. Es claro que de lograrse
120
esta medida se anularía la ley económica del salario, y con ello la
explotación capitalista. Con lo cual concluimos que el PT llama a
demandar al Estado capitalista que acabe con la explotación capitalista;
pero es tan absurdo pedir a este Estado que acabe con la relación de
explotación asalariada como lo es hacerlo con el capital.86
Esta crítica nos permite retomar una cuestión que dejamos
planteada al comienzo de nuestro trabajo, y es la referida al
desconocimiento del fundamento histórico-materialista de la agitación
revolucionaria, que conecta en Trotski con su visión de la

86
Una explicación posible de esta inclinación a exigir al Estado burgués medidas de
transición al socialismo es que muchas veces los gobiernos se ven obligados a
tomar medidas que anulan parcialmente la ley del valor, como sucede cuando
estatizan empresas. Pero estas nacionalizaciones no constituyen ningún tránsito al
socialismo; son medidas que toma la clase dominante en determinadas coyunturas
para fortalecer de conjunto el dominio del capital. El pensar que estas medidas nos
acercaban al socialismo contribuyó a alimentar el «estatismo socialista», que el
mismo Trotski, siguiendo una tradición que viene de Engels, había rechazado. La
crítica de Trotski al estatismo burgués puede verse en La revolución traicionada,
cuando explica la diferencia entre la formación económica social soviética y el
capitalismo de Estado de los países capitalistas. También en el PT, cuando se

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descomposición de las premisas sociales de la revolución. En su planteo
transicional resurge la falta de problematización de las
contradicciones fundamentales del modo de producción capitalista;
contradicciones a partir de las cuales deberían plantearse las
consignas. En este sentido la formulación de «planes obreros» sin
consideración a las circunstancias concretas en que pueden
instrumentarse, se vincula con la misma cuestión e incluso apunta en
un sentido «socialista utópico» (presentación de programas acabados
de reformas sociales, sin sustento político real).
A muchos lectores tal vez les llame la atención que estemos
planteando la cuestión desde el punto de vista de las conexiones lógicas
más primarias que deberían existir entre consignas y relaciones
sociales. Sin embargo este enfoque no es novedoso. Sólo largos años de
tácticas que obviaron la consideración de los «criterios de posibilidad
e imposibilidad» borraron esta idea del movimiento comunista. Ya
hemos citado a Marx cuando rechazaba consignas bakuninistas por
su carácter «lógicamente imposible»; por las mismas razones
rechazaría muchas demandas y planes de reformadores
proudhonianos o socialistas utópicos.
Por otro lado, una relectura medianamente atenta de Lenin nos . . .
muestra que también el líder bolchevique rechazaba demandas y 121
tácticas, no por su inadecuación empírica, sino por su carácter
absurdo, ilógico general. En este sentido sus textos de abril a octubre
de 1917 son ricos en enseñanzas, porque aparentemente entonces
estaban dadas las condiciones para «imponer» toda clase de medidas
y consignas. Pero Lenin no acepta cualquier demanda, porque no aplica
un criterio de «progresividad» en abstracto para decidir la agitación.
Por ejemplo, cuando muchos socialistas exigían al Gobierno
Provisional ruso que firmara la paz «democrática y justa», responde
que la exigencia era «absurda» (sic), dado que la paz democrática era
contradictoria con la naturaleza del Estado imperialista ruso. 87

niega a agitar la consigna de nacionalización de empresas desligada de la consigna


del poder. Por otra parte, ya Marx había advertido que la sociedad anónima es una
negación parcial de la propiedad privada dentro del capitalismo, y que por eso
apunta a un nuevo régimen social. Pero a ningún marxista se le ocurriría «exigir» al
capital que transforme toda propiedad privada en sociedad por acciones, para
«avanzar al socialismo». ¿Por qué hay que hacerlo entonces en relación al Estado?
87
La tercera de las «Tesis de Abril», de 1917, dice: «desenmascarar a este gobierno,
que es un gobierno de capitalistas, en vez de «exigir» que deje de ser imperialista,
cosa inadmisible y que no hace más que despertar ilusiones».

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«Absurdo», esto es, contrario a la lógica. De la misma manera, cuando
algunos mencheviques, como Avilov, proponía que el Estado actuara
«contra la rapacidad capitalista», que «asumiera el control de los
negocios» apoyado en «la intervención de la democracia
revolucionaria» (los soviets), Lenin explica que era «ridículo» (sic) apelar
«al Estado de los capitalistas contra la rapacidad de los capitalistas.88
Lo anterior explica también por qué, cuando Engels discutió el
carácter de las consignas transicionales, en su crítica a Heinzen, se
refirió a éstas como «medidas», no como «demandas» a ser formuladas
al Estado burgués 89. Dado que Heinzen planteaba las consignas
transicionales en condiciones de dominio normal de la burguesía, éstas
aparecían como «quimeras de mejoramiento del mundo, fruto de una
especulación arbitraria», sin entroncar «con el desarrollo histórico».
Engels decía que equivalía a pretender modificar el derecho de
propiedad y de herencia «a gusto y antojo» 90 . Si las medidas
transicionales se relacionan «con una situación pacífica, burguesa»,
«están destinadas a sucumbir» y entonces no se pueden contestar
«las correctas objeciones de los economistas burgueses». En cambio
esas objeciones
... … pierden toda su fuerza tan pronto se consideran las
122 reformas sociales, apuntadas como ‘pures mesures de salut
public’, como medidas revolucionarias y transitorias…

y no «como medidas fijas y últimas». Pero para eso es esencial


comprender que estas medidas

… son posibles porque está tras ellas todo el proletariado


puesto de pie, apoyándolas con las armas en la mano (énfasis
agregado).

Los argumentos de Engels conservan vigencia. Los militantes


de la CI, siguiendo la táctica del PT, incurren una y otra vez en

88
Ver «El punto de vista pequeño burgués sobre la cuestión del desastre económico»,
de mayo de 1917, en OC, Cartago, Buenos Aires, 1958, t.24, p.558.
89
Ver «Los comunistas y Karl Heinzen», en Escritos de Juventud, México, FCE,
1981.
90
Ibídem, pp.645-6. Nunca se insistirá bastante en que una de las constantes del
trabajo de Marx es demostrar el carácter objetivo de las relaciones sociales de
producción y cambio, y la imposibilidad para los seres humanos, bajo el capitalismo,
de modificarlas –sustancialmente- a voluntad.

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contradicciones para fundamentar programas «obreros» y consignas
que se presentan como factibles en el cuadro del dominio burgués, que
se inscriben en la lógica del «socialismo en pequeño», formuladas a la
manera de «soluciones sencillas y aplicables». De esta manera se ven
empujados a razonar como «estadistas», lo cual mella el filo de la
crítica; los obliga a discutir en el terreno ideológico de la burguesía,
allí donde no se pueden contestar las «correctas objeciones» de los
ideólogos («los economistas») burgueses. Si no se subordinan al
triunfo de la revolución proletaria, estos planes aparecen como
quimeras de «reformadores sociales» que buscan cambiar a voluntad
las relaciones económicas. En una palabra, devienen absurdos lógicos,
insostenibles.
Por estas razones Marx y Engels presentaron las medidas
transicionales –en El Manifiesto Comunista- subordinadas a la
«elevación del proletariado a la clase dominante» 91 , no como
exigencias, como medidas representativas del «socialismo en
pequeño», a ser impuestas al capital. Posteriormente, en la «Circular
de marzo de 1850», formulan una táctica transicional de exigencias,
pero no dirigida a un gobierno del capital, sino a un eventual gobierno
de la pequeña burguesía jacobina, surgido de una revolución y con el . . .
contrapeso de las masas armadas y organizadas de manera 123
independiente. Podrían discutirse las posibilidades que encerraba
esta táctica, pero de todas maneras estaba muy lejos de la política de
exigencias al Estado capitalista, que luego instrumentaría la CI. No es
casual que en la obra de Marx y Engels no encontremos ninguna
formulación de esta última táctica. Y la Tercera Internacional –que
actuó en las circunstancias más revolucionarias que conoció la historia
del capitalismo- tampoco adoptó un programa transicional «urbi et
orbi», como haría luego la CI.
Algunos lectores, habituados a moverse en política con la lógica
del PT, podrían argumentar sin embargo que la táctica de Trotski es
más astuta que la de Marx, por ejemplo, porque a éste nunca se le
ocurrió agitar a favor de la lucha por efectivizar las consignas absurdas

91
Además, el Manifiesto explica que cada una de esas medidas sólo adquiere
sentido en relación con todo el resto, porque en sí misma cada una es insuficiente
e insostenible»:
… desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero
que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y serán indispensables
como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción (Marx y
Engels, El Manifiesto Comunista, en O.E., Madrid, Akal, 1975, t.1, p.42).

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de Proudhon o Bakunin, a fin de que los partidarios de éstos hicieran
la experiencia y sacaran conclusiones comunistas. Trotski,
aparentemente, habría encontrado un método fácil y práctico para
hacer avanzar la conciencia de las masas. Pensamos que no es así, que
sólo la extrema minusvaloración de los fenómenos de conciencia, de
la incidencia de las ideologías burguesas, sustentadas en la ilusión
del avance lineal del movimiento, puede llevar a postular una
orientación tan simplista para superar las falsas ilusiones. Por lo
demás, toda la experiencia histórica demuestra lo poco productivo
que es agitar la exigencia de la aplicación de consignas irreales,
utópicas, para que los trabajadores saquen las conclusiones
convenientes. La formulación de consignas lógicamente imposibles
por parte de Trotski revela una simplificación excesiva de las siempre
presentes (y siempre minusvaloradas en el PT) estructuras ideológicas
en las masas.
Antes de terminar este punto aprovechemos para refutar un
argumento que brindó Trotski en apoyo de su política, en ocasión de
un debate sobre cómo enfrentar el llamado plan De Man, quien era
líder del Partido Obrero belga, y en los años treinta había elaborado
. . . un «plan de trabajo» para cuando su partido accediera al poder.
92

Trotski criticó el carácter utópico del programa, pero dijo que los
124
marxistas debían luchar para que el Partido Obrero tomara el poder
y lo pusiera en práctica. Aplicaba en esto la noción de «no considerar
las posibilidades de efectivización de la consigna de agitación», porque
pensaba que los trabajadores se darían cuenta de que el proyecto era
irrealizable y romperían con su líder:

Entonces cuando les decimos a las masas que para aplicar


este imperfecto plan es necesario pelear hasta las últimas
consecuencias estamos lejos de ocultarles el engaño, les
ayudamos a descubrirlo a través de su propia experiencia
(…) La tarea revolucionaria consiste en exigir que el POB
tome el poder para hacer efectivo su plan.93

92
El plan pretendía sustentarse en una alianza entre los obreros y las «nuevas clases
medias», para enfrentar «a la potencia monopolista del capitalismo financiero sin
tocar las demás formas de propiedad privada». De Man, «Pour un plan d’action»,
Bruselas, 1934, citado por Marramao en La crisis del capitalismo en los años ’20,
op. cit., p.292.
93
«La discusión de Bélgica y el plan De Man», en Escritos, Bogotá, Pluma, 1979,
t.6, vol.2. p.326-7.

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Trotski apeló entonces al ejemplo de los bolcheviques, quienes
adoptaron, en 1917, el programa agrario de los socialrevolucionarios
para que las masas hicieran su experiencia y lo superaran. Aquel
programa estaba plagado de consignas utópicas, pero los
bolcheviques, a la vez que las criticaban, impulsaron a los campesinos
a luchar por su imposición:

[Los bolcheviques] terminaron incluyendo el plan en su


programa de acción. Les decían a los campesinos: los
errores de vuestro programa los corregiremos juntos, a la
luz de la experiencia común cuando hayamos tomado el
poder. Sin embargo, vuestros dirigentes, Kerenski, Chernov
y los otros, no quieren la lucha. Allí está su mentira. ¡Tratad
de arrastrarlos a la lucha, y si se obstinan, echadlos!.94

Pero la referencia a la experiencia rusa es desafortunada, y por partida


doble. En primer lugar, porque el plan De Man era irrealizable y
utópico en los marcos del capitalismo, mientras que el programa
socialrevolucionario ruso de distribución de tierras era perfectamente
realizable, aunque no llevara al comunismo (como lo demostraría . . .
luego el surgimiento de las tendencias pro kulaks en el agro soviético). 125
Pero en segundo término, porque los bolcheviques quisieron hacer la
experiencia junto a los campesinos desde el poder. Por eso se
comprometieron con el programa agrario socialdemócrata en vísperas
de la insurrección, a condición de que las masas apoyaran al nuevo
gobierno, y sin dejar de decirles que consideraban al plan irrealizable
en un sentido comunista. De esta forma los campesinos podrían sacar
conclusiones de su experiencia, lo cual es muy diferente que exigir a
un burgués reformista que aplique un programa utópico dentro del
sistema capitalista. En este caso los trabajadores no tienen ninguna
posibilidad práctica de controlar o verificar la marcha del programa.
Y abstraerse de esta diferencia es, como decía Lenin, ante propuestas
parecidas a la de De Man, «olvidarse de lo principal».

7. Trotski y la «inversión» de la política transicional

Trotski no sólo deja de lado la consideración de las posibilidades lógicas


de las consignas que pregona, sino que también el análisis cuidadoso

94
Ibídem, p.328.

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de las condiciones empíricas, histórico sociales, que hacen conveniente
en determinado momento la agitación de una consigna teóricamente
coherente. Su recomendación de no pararse en «consideraciones
empíricas» sobre las posibilidades está vinculada a este aspecto del
problema. En este sentido es interesante que Hegel, quien no por
casualidad había criticado el carácter no ontológico de la categoría de
posibilidad de Kant, decía que para que exista la posibilidad real no es
suficiente con definir la simple no contradicción lógica, sino que es
necesario sumergirse en sus condiciones concretas:

… cuando empezamos a averiguar las determinaciones,


circunstancias y condiciones de una cosa, para reconocer
mediante éstas su posibilidad, no nos detenemos ya en la
posibilidad formal, sino que consideramos su posibilidad real.
(…) La posibilidad real de una cosa es, por consiguiente, la
existente multiplicidad de circunstancias que se refieren a
ella.95

Tener presente esta premisa metodológica será también la clave del


pensamiento dialéctico y concreto de Lenin. Y éste es un punto
. . . fatalmente débil en Trotski, que luego heredó la CI, a pesar de sus
126 protestas de pensar «concretamente». En Trotski hay un permanente
sesgo hacia la abstracción idealista, a desconocer las raíces materiales
que pueden limitar la fuerza de la consigna. Tomemos como ejemplo –
que es paradigmático de la táctica del PT- su explicación sobre la
necesidad de agitar en favor del control obrero en Alemania, en 1932,
en el artículo «¿Y ahora?»96. Trotski parte del reconocimiento de que la
agitación de esta consigna en épocas no revolucionarias le confiere
«un carácter puramente reformista», ya que el control se remite «en
bruto, al mismo período que la creación de los soviets»97. Pero en seguida

95
Ciencia de la Lógica, op. cit., p.484.
96
En La lucha contra el fascismo, op. cit., p.484.
97
Ibídem, pp.171 y 174. También afirma: «el control sólo se concibe en el caso de
una superioridad indiscutible de las fuerzas políticas del proletariado sobre las del
capital» (p.173). Este planteo no era novedoso en el movimiento socialista de
principios de siglo; ya que en sus polémicas con el reformismo, Rosa Luxemburgo
había criticado la propuesta de control obrero en períodos de dominio burgués
normal. Ver ¿Reforma o Revolución?, Madrid, 1931, pp.59 y ss. La revolución
alemana se daba cuenta de que en situaciones no revolucionarias el control obrero
no podría eludir las exigencias de la competencia capitalista, y empujaría a las
organizaciones sindicales, o bien hacia políticas reaccionarias, o hacia la colaboración
de clases.

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explica que puede ser agitado aunque no exista una ofensiva de las
masas:

En la actualidad sería incorrecto rechazar esta consigna, en


una situación de crisis política creciente, únicamente porque
todavía no hay una ofensiva de masas. Para la ofensiva
misma se necesitan consignas que precisen las perspectivas
del momento. La penetración de las consignas en las masas
debe ser precedida invariablemente por un período de
propaganda.98

Aquí Trotski invierte los supuestos tradicionales del control; éste deja
de demandar premisas específicas –una situación revolucionaria pre
insurreccional- porque ahora esas premisas pasan a ser resultados
esperados. Por cierto, la relación entre presupuestos y efectos no debe
entenderse de manera mecánica. Dadas las premisas «clásicas» –
armamento y poder obrero-, la agitación por la implementación del
control obrero de la producción agudizará seguramente la tensión
revolucionaria. Pero el orden de los factores no se puede invertir a
voluntad, porque se trata de una asimetría dialéctica entre las
condiciones sociales y la actividad subjetiva que remite, en última . . .
instancia, al reconocimiento de las limitaciones objetivas de la 127
agitación y propaganda de los grupos para generar situaciones
propicias para el control obrero.
El razonamiento de Trotski se basa en la creencia de que es
inevitable un ascenso revolucionario en el futuro, que generaría las
circunstancias propicias para el control; pero en el momento de
formular su política se trata de una probabilidad abstracta, no
presente. «Si» la agitación por el control de los trabajadores provocara
el surgimiento del poder obrero, su «inversión» habría sido inocua.
Pero en política los tiempos cuentan, porque si las masas no se
organizan de manera revolucionaria, la agitación por el control obrero
girará en el aire, carente de basamento.
En otras coyunturas claves de su vida política se advierte el
mismo sesgo metodológico. Por ejemplo, cuando la discusión sobre la
paz de Brest, su fórmula –»ni paz ni guerra»- era buena «en principio»,

98
Ibídem, p.171. En este pasaje el término «propaganda» está empleado en el
sentido de «agitación propagandística», esto es, no en el sentido en que generalmente
se entiende la propaganda como muchas ideas a unos pocos. Por eso habla de
propaganda dirigida hacia las masas.

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si las masas se levantaban en Alemania y si la crisis del ejército
germano se agravaba. Pero los «si» no alcanzan para hacer política, y
por eso su orientación se tornaba abstracta; se basaba sólo en una
posibilidad lógica, no real. En aquella instancia se demostraría la
superioridad de Lenin, quien no fundaba su política en los «intentos»
de determinar si la revolución alemana comenzaría en un plazo más
o menos breve, sino en hechos que se estaban produciendo; dado que
no se puede predecir el futuro, basar la táctica en prognosis es poco
menos que jugar al azar, explica Lenin. A veces las consignas pueden
ser «brillantes», pero por eso mismo enceguecen y no dejan ver las
condiciones bajo las cuales se pueden aplicar y desarrollar.99 Con el
mismo enfoque Lenin criticará las consignas sobre «control» que no
se basaban en posibilidades concretas. Cuando en 1917 los líderes del
bloque pequeñoburgués pregonaban el control de los soviets sobre el
gobierno, explica:

El control sin el poder en las manos no es más que una frase


vacía. ¿Cómo voy a controlar yo a Inglaterra? Para ello
tendría que apoderarme de su flota.100

. . . Luego de admitir que la masa de obreros podía creer, ingenua e


128 inconscientemente en el control, continúa:

¿Qué es el control? Si yo escribo un papel o una resolución


cualquiera, ellos escribirán una contrarresolución. Para
controlar hay que tener el poder (…) si encubro esta condición
fundamental del control, no digo la verdad y hago el juego a
los capitalistas e imperialistas (…) Sin poder, el control no
es más que una frase pequeñoburguesa que frena la marcha
del desarrollo de la revolución rusa.101 (énfasis agregado).

8. La «escalera» transicional

La táctica de la «escalera» transicional –que tanto entusiasma a la


militancia de la CI–, también hace abstracción de las condiciones reales

99
Ver al respecto los escritos de Lenin «Para la historia de una paz infortunada» y
«Para las tesis de una paz por separado», de enero de 1918, en OC, Cartago,
Buenos Aires, 1958, t.26.
100
Ver «Informe sobre el momento actual», Séptima Conferencia del POSDR (b),
mayo de 1917, en OC., t.24, op. cit., p.225.
101
Ibídem.

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de su aplicación. Sus antecedentes se encuentran en la llamada «táctica
proceso» que defendían algunos socialistas rusos en la época de la
lucha anti-zarista. Estos partían de alguna consigna que parecía
factible y «palpable» a los ojos de las masas, con la idea de ir elevando
los objetivos a medida que el movimiento cumpliera determinados
pasos. Por ejemplo, agitaban por una Asamblea Constituyente,
exigiendo al zar que la convocase. En caso de que esto se lograra,
plantearían el siguiente escalón: que la Asamblea se proclamara
soberana. Si esto tenía éxito, venían nuevos «pasos-demandas»,
derivados de nuevos conflictos, hasta acabar con el régimen zarista.
Otro ejemplo fue el llamado a constituir un partido obrero «amplio»,
primer paso de construcción de un partido socialista. Si se formaba el
partido obrero, venía luego otro paso.
Lenin criticó estas orientaciones por su naturaleza abstracta,
irreal y oportunista. Sobre la demanda de Asamblea Constituyente al
zarismo, decía que los partidarios de la «táctica-proceso» olvidaban
las condiciones en que el régimen podría convocarla, y por eso dejaban
abiertas las puertas para la componenda entre los liberales y la
reacción.102 En cuanto al partido obrero «amplio», lo rechazó entre
otras razones porque hacía abstracción de las diferencias que existían . . .
en el movimiento obrero ruso y porque no hay independencia de clase 129
al margen de un programa definido en torno al Estado y la
explotación.103
A pesar de que Trotski rechazó la política conciliadora de los
mencheviques con el zarismo, su política tiene marcadas similitudes
con aquella vieja «táctica proceso» rusa, y en muchos sentidos la
profundiza, aunque vertebrada ahora en torno a las demandas
transicionales. Un ejemplo acabado es el planteo del control obrero
que figura en el PT. En esa «escalera» se esfuman las inevitables
reacciones del capital, el sabotaje y el «lock out» patronal, y todas las
circunstancias sociales y políticas que determinarían el carácter
episódico y precario de cualquier control a cargo de comités de
empresa. En esa «escalera», que parte del control de una empresa y

102
Ver, por ejemplo, «Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución
democrática», de 1905.
103
Ver «La crisis del menchevismo», de diciembre de 1906, en OC, Cartago, 1970,
t.11; «Los combatientes intelectuales contra el dominio de la intelectualidad», de
marzo de 1907; y el «Prefacio a la traducción rusa de Correspondencia de J.F. Becker,
J. Dietzgen, F. Engels, C. Marx y otros», de abril de 1907, ibídem, t.12.

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termina en los planes nacionales, se aprecia hasta qué punto Trotski
no evaluó las condiciones reales –la posibilidad concreta– para
efectivizar ese proceso. En la Rusia de 1917, con los soviets y el peso
revolucionario del partido bolchevique, el control obrero sólo tuvo
un alcance parcial y fragmentario; incluso fue boicoteado por los
empresarios, obligando al gobierno soviético a adelantar la
expropiación de las empresas. ¿Dónde se podrá aplicar entonces un
control como lo imagina el PT? ¿Un control convertido en «escuela de
masas» de la planificación, durante años, y avanzando en la escalera?
Por otra parte, al hacer abstracción de las circunstancias que
enmarcan las consignas, los defensores de la táctica «en escalera»
caen en la ilusión de que es posible establecer las consignas «precisas»,
a través de las cuales transiten las luchas en ascenso y la conciencia
de las masas. Como se trata de «arrancar» la movilización, buscan
elegir «la» consigna que permita poner el pie en el primer escalón de
la «escalera». Por eso Trotski recomendaba «concentrarse en una o
dos demandas», una idea que ya en los años veinte había criticado la
Tercera Internacional. Ésta explicaba que la clase obrera sufre tantas
calamidades y los caminos de las luchas, sus ritmos y formas, son
. . . tantos y dependen de tantos factores, que es imposible elegir «ésta» o
«aquélla» como «la» consigna movilizadora.104 Por eso también Lenin
130
decía que los comunistas no podían saber «cuál será el motivo
principal que despertará, inflamará y lanzará a la lucha a las grandes
masas, aún adormecidas»105, y que las medidas de lucha y organización
surgirían –en especial cuando el partido marxista es débil– del
movimiento de masas. Los mismos obreros y campesinos «sabrán
organizar hoy un tumulto, mañana una manifestación…» 106; las
masas desplegarían iniciativas que superarían en mucho todas las
predicciones de los intelectuales.107 Por eso la Internacional Comunista

104
Ver «Tesis sobre táctica», del Tercer Congreso de la Internacional, en Los cuatro
primeros Congresos de la Internacional Comunista, Buenos Aires, Pluma,
1973, t.2.
105
«La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo», en OE, Cartago,
1970, p. 85; es interesante que esta advertencia está dirigida a partidos Comunistas
que gozaban –a principios de los años veinte– de una influencia incomparablemente
mayor a la que pudo haber tenido la inmensa mayoría de los grupos de la CI en
cualquier momento de su historia.
106
¿Qué hacer?, Buenos Aires, Cartago, OC, t. 5, 1970, p. 468.
107
Ibídem, p. 469.

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calificaba de «sueños de visionarios» a la pretensión de conducir al
movimiento con una o dos consignas.
Pero, además, al concentrarse en una o dos consignas
transicionales, los revolucionarios se ven empujados a presentarlas
como «soluciones a las crisis», dado que no se formulan articuladas a
un programa general de medidas revolucionarias; y esto es inevitable
cuando se quiere movilizar en una situación no revolucionaria.
Pongamos un ejemplo: si la situación no es insurreccional no se puede
generar una movilización por el control obrero diciendo que éste debe
acompañarse del armamento de las masas, de la formación de comités
revolucionarios y medidas similares. Por lo tanto, hay que agitar la
consigna de manera aislada. Pero entonces no se puede seguir el consejo
de Engels, de que las medidas transicionales no deben presentarse
como fines en sí mismos. Ni tampoco se puede explicar a las masas
que la demanda «movilizadora» es irrealizable bajo el capitalismo.
Esta es la razón por la cual muchas veces Trotski y la CI «juegan a las
escondidas» con la cuestión de la factibilidad de las demandas
transicionales bajo el capitalismo. Por eso también, a la par que dicen
que ni la más mínima conquista se puede lograr bajo el capitalismo, se
proponen agitar entre las masas objetivos de lucha descomunales; y . . .
para colmo diciendo que nadie debe «perderse en conjeturas» sobre 131
posibilidades e imposibilidades, y que «todo depende de la correlación
de fuerzas». De esta manera el discurso político se impregna de una
ambigüedad y vaguedad insalvables.
Tampoco es correcta la idea de que, «de todas maneras», la
agitación a favor de la aplicación inmediata de consignas desubicadas
en cuanto a las circunstancias (aunque sean lógicamente coherentes)
favorece el desarrollo de la conciencia socialista de las masas. Si así
fuera, no habría que pensar mucho la especificidad y adecuación de
cada consigna, porque todo aportaría al desarrollo del socialismo. Sin
embargo, la cuestión es más complicada, porque una consigna
desacertada debido a un contexto político y social inadecuado, puede
ser instrumentada por la burguesía, cumplida «a medida» y
desvirtuada. Por eso, Rosa Luxemburgo no consideraba «neutra» la
demanda del control obrero en cualquier coyuntura y criticó a los
reformistas por plantearla en una situación no revolucionaria.
Antes de terminar este punto, quisiéramos hacer una aclaración
sobre el sentido de la agitación. En el movimiento trotskista muchas
veces se la entendió como la acción de vocear (o más bien vociferar)
una frase; «no pagar la deuda externa», «castigo a los genocidas», son

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demandas que se pregonan insistentemente, en la idea de que se está
desarrollando «agitación revolucionaria». Pero… ¿por qué Lenin
habría hablado entonces de «arte de la agitación»? ¿Qué tiene de
«artístico» gritar monótonamente una frase? La cuestión nos permite
detectar, una vez más, una diferencia entre las tradiciones
bolcheviques y lo que la CI creyó interpretar en ellas. Según Lenin, la
agitación es el arte de explicar una o dos ideas a las masas, a partir de
sus experiencias y vivencias, para que saquen alguna conclusión
política. Por ejemplo, demostrar que con gobiernos imperialistas no
podría haber una paz justa y democrática; explicar esta idea, de
manera sencilla y accesible, a decenas de miles de obreros y campesinos
fue una proeza de agitación llevada a cabo por centenares de
«tribunos» bolcheviques. Algo muy distinto que vocear con monocorde
insistencia una o dos frases, como se ha acostumbrado a hacer en
muchas organizaciones de la CI.

9. Programa mínimo, Programa de Transición y tácticas


defensivas

. . . En este punto vamos a discutir la utilización del PT en períodos no


132 revolucionarios. Nos proponemos demostrar la necesidad de volver
a la división entre el programa máximo y mínimo; un tema «tabú»
para la CI.
Comencemos diciendo que de la crítica al reformismo no debería
concluirse que los revolucionarios desprecian la lucha por reformas.108

108
Al respecto, son educativos los textos de Lenin de la Primera Guerra, es decir,
época de bancarrota capitalista y crisis: «En modo alguno estamos contra la lucha
por reformas. […] Nosotros somos partidarios de un programa de reformas que
también debe ser dirigido contra los oportunistas. Los oportunistas no harían sino
alegrarse en el caso de que les dejásemos por entero la lucha por las reformas.» En
«El programa militar de la revolución proletaria», setiembre de 1916, Moscú,
Progreso, t. 30, 1985, pp. 146-7. Un año antes, al comentar un volante de un grupo
socialista norteamericano, que criticaba a la Segunda Internacional porque ésta
supuestamente concedía demasiada atención a las reivindicaciones inmediatas,
afirma: «Nos esforzamos por ayudar a la clase obrera a conseguir un mejoramiento
efectivo de su situación, por mínimo que sea (en el terreno económico y político) y
agregamos siempre que ninguna reforma puede ser durable, verdadera y seria si
no es apoyada por los métodos revolucionarios de la lucha de masas.» En «Al
Secretario de la Liga para la Propaganda Socialista», escrito entre octubre y
noviembre de 1915, ed. cit., t. 27, p. 75. En otros trabajos planteará que las reformas
más duraderas y profundas en el capitalismo son subproducto, por lo general, de
grandes ofensivas revolucionarias.

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Cuando no es posible convocar a la lucha revolucionaria, los
comunistas luchamos por las demandas mínimas, al tiempo que
explicamos que aun las reformas más abarcadoras no acabarán los
males esenciales del capitalismo –la desocupación, la explotación, el
impulso del capital a desvalorizar el trabajo, la recreación permanente
de los marginados–, y que a largo plazo las reformas profundas serán
«subproductos de ofensivas revolucionarias», como decía Lenin.
Ahora bien, al proceder así estamos postulando una articulación de
la lucha reivindicativa con el combate ideológico y político, no con la
convocatoria a movilizarse por las consignas transicionales, como
hace el PT. Lo cual plantea la necesidad de revalorar la lucha por las
demandas mínimas, en condiciones de dominio estable de la burguesía,
y de articularlas, por medio de un programa específico, con el combate
por el socialismo. En la CI, por el contrario, se actuó, y se sigue
actuando, sobre la base del único programa –vinculación orgánica
entre consignas mínimas y transicionales– en condiciones claramente
adversas para las ofensivas revolucionarias.
Ya al momento de redactarse el PT era claro que en la mayoría
de los países la situación era no revolucionaria, y en muchos casos
incluso abiertamente contrarrevolucionaria. Ya entonces era un error . . .
formular un programa general que estaba pensado para la ofensiva 133
revolucionaria únicamente. Pero un error aún más grave fue haber
mantenido la agitación transicional cuando, en las décadas que van
desde el fin de la guerra hasta principios de los setenta, el capitalismo
se mantuvo llamativamente estable y la clase obrera obtuvo mejoras
reales en los países avanzados y también en muchos atrasados. ¿Cómo
se podía aplicar entonces un programa cuya premisa era que el
capitalismo no podía conceder ninguna mejora y que decía que toda
reivindicación mínima debía ligarse a las transicionales? Que se hayan
seguido agitando las consignas transicionales, para movilizar con
ellas, en esa coyuntura, sólo se puede explicar por el extremo
dogmatismo y la educación en hacer política sin consideración de las
circunstancias presentes. Este solo hecho refuta, por otra parte, el
carácter de «validez universal» que el trotskismo ha otorgado al PT a
partir de 1938.
Aunque sea menos notorio, el PT tampoco fue útil en el período
en que estamos inmersos desde hace un cuarto de siglo,
aproximadamente, de crisis recurrentes y crecimiento lento, pero en
que la clase obrera está en posiciones defensivas. Si la clase obrera
está confundida, si la vanguardia está desorganizada, si la

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desocupación erosiona las potencialidades de la lucha, si la burguesía
ha logrado anotarse importantes tantos a su favor, ¿cómo es posible
vertebrar una respuesta agitando consignas que convocan a imponer
medidas de transición al socialismo?, ¿cómo se puede decir que es útil
un programa que está pensado sólo para la ofensiva revolucionaria?
Una coyuntura de retroceso del movimiento no se supera llamando a
enlazar cada reivindicación mínima con exigencias transicionales,
como hace la CI. En estas condiciones –que son las existentes en la
mayoría de los países capitalistas, por lo menos desde comienzos de
los ochenta– es «palpable» el abismo que existe, por caso, entre la
lucha por la defensa del salario y la pelea por el «control obrero de la
producción».
Un ejemplo nos permitirá ilustrar nuestra crítica. Nahuel
Moreno ha explicado, en el curso de una polémica con el dirigente
trotskista francés Pierre Lambert, cómo funciona el empalme entre
reivindicaciones mínimas y transicionales tomando el caso de la lucha
contra un capataz odiado por los trabadores:

[…] combinamos la consigna «reformista» con otras cada


vez más audaces para que la movilización no se detenga:
... de la expulsión del capataz hasta la expulsión de todos los
134 capataces, luego del dueño de la fábrica, la expropiación de
ésta, la imposición del control obrero. En síntesis, el
trotskismo jamás plantea sus consignas de forma aislada,
ni anárquica. Cada consigna es parte de un sistema.109

Pero entre la expulsión de un capataz y la expulsión de todos los


capataces media un abismo, porque acabar con todos los capataces
implica terminar con la estructura de mando del capital sobre la fuerza
de trabajo. Esto lo intuye todo obrero, por experiencia. Decir que los
revolucionarios deben ligar toda demanda mínima a alguna
transicional, en una situación no revolucionaria y defensiva, es
condenarlos a propuestas sectarias, que en lugar de acercarlos a las
masas, los aíslan. Además, la difusión de ese planteo –»ahora que
luchamos contra este capataz, acabemos con todos los capataces»–,
confunde acerca de los objetivos y ritmos de la lucha. Alguien podría
decir que el ejemplo anterior es extremo, y que los propios partidarios
de Moreno nunca aplicaron su consejo a las luchas reivindicativas

109
Moreno, N., «La traición de la OCI (U)», en Panorama Internacional, núm. 19,
1982, p. 52.

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contra los capataces. Lo cual es cierto, pero la diferencia con otros
casos con los que nos encontramos a diario en la CI es apenas de grado.
Por ejemplo, es común que, frente a un problema de despidos, grupos
de la CI agiten por «el control obrero de la empresa». Así, en lugar de
centrarse en la defensa del puesto de trabajo, diluyen ese objetivo en
metas que, dadas las circunstancias, no llevan a ningún lado.
En la CI cuesta mucho aceptar estas críticas porque está
establecido como «principio» que, desde 1914 en adelante, todo
programa mínimo, desconectado de la agitación transicional, es
sinónimo de oportunismo. Por eso, ni en el período del boom capitalista,
ni en la actual fase de crisis estructural y actitud defensiva de la clase
obrera, la CI se ha atrevido a cuestionar la advertencia legada por
Trotski sobre no separar el programa mínimo del transicional. Al
respecto es educativo destacar que Lenin tuvo un criterio muy distinto.
En plena época imperialista, en vísperas de la toma del poder, polemizó
y se declaró contrario a la propuesta de Bujarin y Smirnov, quienes
decían que la división entre programa máximo y mínimo era
«anticuada, pues ¿para qué se la necesita, toda vez que se trata de la
transición hacia el socialismo?»110. El líder bolchevique explicó que las
medidas que tomarían los soviets desde el poder constituían un . . .
«programa de transición al socialismo», pero hasta no haber derrotado 135
a la burguesía el partido no debía suprimir el programa mínimo.
Agregaba que éste era «indispensable mientras vivamos en los límites
de la sociedad burguesa»111. ¿Por qué? Sencillamente porque, mientras
no tuvieran asegurado el triunfo sobre el capital, los comunistas no
sabrían si deberían retroceder y trabajar nuevamente en posiciones
de retaguardia. En tanto la burguesía no sea vencida, los trabajadores
estarán obligados repetidas veces a adoptar posturas defensivas, o a
plantearse metas parciales; en consecuencia deberemos apelar a las
consignas mínimas, sin conectarlas con las transicionales. Lo cual
significa, ni más ni menos, que volver a la vieja división entre programa
máximo y mínimo.

10. El Programa de Transición y la experiencia rusa

110
El comentario es de Lenin en «Revisión del programa del partido», Cartago, OC,
t. 26, 1958, pp. 157-8.
111
Ibídem, p. 159, énfasis añadido.

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En la CI está instalada la idea de que el PT recoge y sintetiza, de la
forma más depurada, las experiencias y las enseñanzas leninistas,
especialmente las de 1917. El texto contiene varias referencias a la
táctica bolchevique de 1917, que conforman un argumento de peso
para la aceptación de consignas, talas como la exigencia de la dimisión
de los ministros capitalistas en gobiernos burgueses de coalición con
«socialistas», o acabar con la diplomacia secreta. El PT sostiene que la
CI «continúa la tradición del bolchevismo, que por primera vez mostró
al proletariado cómo conquistar el poder»; más explícitamente, los
Estatutos de la CI afirman:

En su plataforma la Cuarta Internacional concentró la


experiencia internacional del movimiento marxista
revolucionario, y especialmente aquella que surge de las
conquistas socialistas de la Revolución de Octubre de 1917
en Rusia.

Reforzando estas ideas, Trotski se describió a sí mismo como el heraldo


e irreemplazable transmisor de las enseñanzas de 1917.112 No es de
extrañar que a los ojos de la militancia de la CI la política del PT goce
. . . del prestigio de las «tácticas probadas», y nada menos que en la
136 elevada escuela de la estrategia bolchevique de 1917. Por eso algunos
militantes podrían admitir que la política del PT adolece de falencias
cuando se aplica a situaciones no revolucionarias, pero están
convencidos de su aptitud para los períodos de intenso ascenso
revolucionario, como los que hubo en Portugal, en 1975, o en
Nicaragua, inmediatamente después de la revolución sandinista.
En vista de lo anterior cobra relevancia política el examen de
hasta qué punto el PT ha recogido el método político y el enfoque que
llevaron al triunfo de Octubre. La discusión además es instructiva
porque en principio la situación que se presentaba en Rusia después
de la revolución de febrero sería una de las más indicadas para la
112
En su «Diario de exilio» escribe: «no puedo hablar del carácter indispensable de
mi trabajo, aun en el período que va de 1917 a 1921, pero ahora mi trabajo es
indispensable en el sentido más pleno del término. No hay ninguna arrogancia en
esta valoración. El hundimiento de las dos Internacionales ha planteado un problema
que ningún otro dirigente puede resolver, por falta de las herramientas adecuadas.
Las vicisitudes de mi destino han hecho que deba afrontar este problema, y ellas
me han armado de una experiencia importante al respecto. No hay actualmente
persona, excepto yo, que pueda cumplir con la misión de armar a la nueva generación
con un método revolucionario». Citado por Deutscher, Trotski, le prophéte hors-
la-loi, París, 1980, t. 5, p. 337.

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táctica del PT. Las masas habían derribado al zarismo, pero se había
impuesto un gobierno de unidad nacional, con mencheviques y
socialistas revolucionarios. La crisis era profunda, el país estaba
quebrado y en guerra. El pueblo quería la paz, pero los oportunistas
continuaban la guerra para «defender la revolución». Se habían
formado soviets, los obreros estaban armados y los soldados estaban
organizados junto a los obreros. Los campesinos exigían la tierra,
pero la burguesía y los conciliadores se negaban a entregarla. Por
último, los revolucionarios bolcheviques, si bien en minoría en los
soviets, disponían de una considerable fuerza y tenían líderes
respetados y escuchados.
Dado este panorama, imaginemos cómo actuaría un militante
provisto del método y de las orientaciones del PT. Habituado a explicar
toda interrupción del flujo revolucionario en términos de «traición de
la dirección», seguramente nos diría que las masas empujaban hacia
la revolución, pero eran traicionadas por sus líderes oportunistas.
Sin embargo, la profundidad de la crisis no permitiría a la clase
dominante conceder la más mínima demanda a las masas. Nuestro
hombre nos diría entonces que no había tiempo que perder en
actividades propagandísticas, que las masas aprenderían con su . . .
experiencia y movilización, y centraría sus preocupaciones en cómo 137
arrancar la movilización, para lanzar demandas cada vez más audaces
y avanzar hacia la toma del poder. Por ejemplo, formularía alguna
exigencia de «paz justa y democrática», acompañada del llamado a la
lucha para imponerla. De esta manera los trabadores constatarían,
con su práctica, que el gobierno de coalición era imperialista.
Demandaría la renuncia de los ministros burgueses, para que los
obreros y campesinos comprobaran la capitulación de sus direcciones.
Exigiría la entrega de la tierra; la estatización de los bancos y grandes
empresas, para su funcionamiento bajo control obrero. Además,
concentraría la agitación en unas pocas demandas.
¿Fue ésta la política que aplicó Lenin, según reza la leyenda de
la CI? La respuesta es no.
Por empezar, a nivel de los análisis, Lenin estaba muy lejos de
centrar los problemas de la revolución en la «traición» de los líderes.
En las «Tesis de Abril», texto decisivo para comprender su política en
la coyuntura113, subraya los factores «estructurales», por decirlo así,

113
El artículo que pasó a la historia con el nombre de «Tesis de Abril» fue publicado
por Pravda el 7 de abril de 1917 y llevaba por título «Las tareas del proletariado en

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que daban fuerza al Gobierno Provisional: el despertar a la vida
política de millones de pequeños propietarios, esa «ola» que «lo ha
inundado todo», que «ha arrollado al proletario conciente», no sólo
por su fuerza numérica, sino también «desde el punto de vista
ideológico»; la debilidad numérica del proletariado y «su insuficiente
conciencia de clase y su deficiente organización»114. Lenin no adula
al movimiento de masas. Después de febrero la revolución se ha
estancado «por la inconciencia crédula de las masas», no por alguna
«traición». Es decir, establece una relación orgánica entre esas
direcciones y la conciencia de los obreros y campesinos.
En segundo lugar, tiene presente la posibilidad de maniobras
de la burguesía, con su «verborrea revolucionaria», pero también con
pequeñas concesiones parciales, incluso con el inicio de alguna
«reforma agraria» por vías constitucionales o un emprendimiento de
paz; la clase dominante, con ayuda de los conciliadores, podría desviar
al movimiento, estancarlo. Por eso advierte que la burguesía no tiene
uno, sino dos procedimientos para dominar. Uno, usar la violencia, el
otro, apelar

al engaño, a la adulación, a las frases, a las promesas sin


... número, a las limosnas miserables, a las concesiones fútiles,
138 para conservar lo esencial.115

En un período de crisis aguda, Lenin no descarta que la burguesía


otorgara alguna «limosna miserable», que pudiera tener efectos
perniciosos sobre la conciencia de las masas. Esa situación no era
superable con maniobras tácticas, ni con la agitación de algunas
consignas «privilegiadas».
Es indudable que Lenin –como también lo habían hecho Marx y
Engels– valora el elemento espontáneo, el «instinto de clase», que anida
en toda lucha de los explotados. Pero de allí nunca dedujo que el rol de
los marxistas debiera limitarse a «depurar y generalizar» las
tendencias espontáneas del movimiento, y mucho menos que el medio
para hacerlo fuera el de propuestas «prácticas y concretas» para la
movilización. Por esta razón ninguna de las cuestiones decisivas de

la actual revolución». Son las tesis que Lenin expuso, apenas llegado a Petrogrado,
en una reunión de bolcheviques y, luego, en otra conjunta de bolcheviques y
mencheviques.
114
«Tesis…», OC, t. 24, p. 54.
115
Ibídem, p. 55.

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la revolución es respondida en las «Tesis de Abril» según el esquema
de la agitación transicional en escalera. Por el contrario, las Tesis ponen
el acento en la propaganda, en la explicación paciente, para
esclarecer.116 Mucho menos se puede decir que la táctica pase por la
«exigencia» de demandas imposibles, a los efectos de que los
trabajadores saquen conclusiones socialistas. Ya hemos visto cómo
Lenin polemizaba contra la política «absurda» de exigir al Gobierno
Provisional la «paz democrática y sin anexiones». Hacer que el pueblo
conciba «esperanzas irrealizables» significa fomentar el engaño, decía
Lenin, y esto implica «retrasar el esclarecimiento de su conciencia,
hacerle aceptar indirectamente la guerra». Mientras los bolcheviques
estuvieran en minoría, deberían desarrollar una labor «de crítica y
esclarecimiento» de los errores de las masas.
Salgamos ahora un momento de las «Tesis de Abril» para
examinar la política leninista ante la importante cuestión de los
tratados internacionales del gobierno ruso. En abril de 1917 se filtran
informes sobre tratativas secretas del Ministro de Exteriores, Miliukov,
con los aliados, y estallan manifestaciones de protesta en Petrogrado.
Como resultado de la presión de las masas, Miliukov renuncia, aunque
los acuerdos con el imperialismo siguieron sin conocerse; sólo fueron . . .
publicados, y anulados, después de la toma del poder por los soviets. 139
En su Historia de la Revolución Rusa, Trotski da a entender que los
bolcheviques exigían su publicación:

en las fábricas y en los regimientos más avanzados iban


imponiéndose, cada vez más firmemente, las consignas
bolchevistas de la política de paz: publicación de los tratados
secretos y ruptura con los planes de conquista de la Entente,
proposición abierta de paz inmediata a todos los países
beligerantes. 117

Años después esta consigna figuraría en el PT, con carácter general.118


116
La orientación de las «Tesis de abril» sería considerada «propagandística» según
los criterios que tradicionalmente se utilizaron en la CI. Es notable que Kamenev
haya criticado las Tesis por el mismo motivo. Lenin respondería con estas palabras:
«¿Acaso no es precisamente el trabajo de los propagandistas en este momento
para liberar la línea proletaria de los vapores tóxicos del defensismo «masivo» y
pequeñoburgués? (Escrito entre el 8 y 13 de abril de 1917).
117
Trotski, Historia de la Revolución Rusa, Madrid, Ruedo Ibérico, 1972, t. 2, pp.
8-9.
118
El PT plantea «Abajo la diplomacia secreta, que todos los tratados y acuerdos
sean accesibles a cada obrero y campesino».

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Si bien no sabemos si algunas células bolcheviques defendieron
la política de la que habla Trotski, es un hecho que la orientación de
Lenin fue muy distinta de lo que cuenta la Historia de la Revolución
Rusa. En la Séptima Conferencia del POSDR, Lenin planteaba:

Aquí nuestra línea no puede consistir en exigir del gobierno


la publicación de los tratados. Eso sería una ilusión. Exigir
esto a un gobierno capitalista es lo mismo que exigirles que
descubran sus trampas comerciales. Cuando decimos que
es necesario renunciar a las anexiones y contribuciones
debemos explicar además cómo ha de hacerse; y si se nos
pregunta quién tiene que hacerlo, diremos que se trata de
un paso revolucionario por esencia, y que ese paso sólo
puede darlo el proletariado revolucionario. De otro modo
no serían más que promesas vacías, expresión de buenos
deseos con que los capitalistas llevan al pueblo de las
riendas. 119

Con respecto a la cuestión campesina, las «Tesis» plantean «la


nacionalización de todas las tierras» por un Estado soviético, pero
hasta tanto este poder no hubiera triunfado, debían ser los soviets
. . . regionales y locales «de diputados campesinos» –no los burócratas y
140 funcionarios– los que dispusieran «entera y exclusivamente de la
tierra» y fijaran las condiciones de su «posesión y disfrute»120. La
política no es exigir al gobierno, sino que las masas desplieguen su
iniciativa. Pocos días después de escribir las Tesis, Lenin interviene en
la Conferencia del POSDR de Petrogrado para advertir que la
burguesía podía «avenirse a la nacionalización del suelo si los
campesinos llegan a tomar posesión de la tierra»121. Además de destacar
la conciencia que demuestra aquí Lenin de los peligros de las maniobras
de la clase dominante, subrayamos su táctica de centrarse en las
comunas, para quitar fuerza al Estado burgués:

Nosotros debemos ser centralistas, pero hay momentos en


que esta tarea se desplaza a los centros locales y entonces
debemos fomentar al máximo la iniciativa en cada lugar.122

119
Séptima Conferencia del POSDR (b), punto 2, «Informe sobre el momento actual»,
OC, t. 24.
120
«Tareas…», ob. cit., p. 63.
121
Conferencia del POSDR (b) de Petrogrado, OC, t. 24, p. 142.
122
Idem.

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Vemos así en acción a las consignas transicionales, en una coyuntura
concreta. Donde hay poder, donde las comunas se pueden hacer cargo
de la tierra, la consigna se efectiviza. Lo mismo sucede con el control
obrero; se aplica parcialmente, cuando hay poder para llevarlo a cabo
(en las empresas, por ejemplo). Y, aun así, Lenin tiene cuidado de no
ilusionar al pueblo trabajador. Por eso explica que es imposible obligar
a los capitalistas a que muestren sus libros de contabilidad, sus cuentas
«reales», porque no habrá poder en el mundo capaz de hacerlo; que no
se puede esperar que, mientras exista el capitalismo, «los capitalistas
abran sus libros a todo el que quiera verlos»123. En una palabra, algunas
medidas transicionales se concretan, en tanto no sean palabras vacías
que caigan en exigencias absurdas o fomenten ilusiones. Por otra
parte, el programa transicional tiene importancia en cuanto
presentación de las tareas que asumiría un gobierno revolucionario
de los obreros y campesinos.124
Veamos ahora la táctica de exigir a los líderes reformistas que
«rompan con la burguesía y tomen el poder». El PT dice:

En abril-septiembre de 1917, los bolcheviques exigían que


los socialistas revolucionarios y los mencheviques
rompieran su ligazón con la burguesía liberal y tomaran el ...
poder en sus propias manos. Con esta condición los 141
bolcheviques prometían a los mencheviques y a los
socialistas revolucionarios […] su ayuda revolucionaria
contra la burguesía renunciando, no obstante,
categóricamente a entrar en el gobierno y a tomar ninguna
responsabilidad política por ellos. […] la reivindicación de
los bolcheviques dirigida a los mencheviques y a los
socialistas revolucionarios: «¡Romped con la burguesía,
tomad en vuestras manos el poder!» tiene para las masas
un enorme valor educativo.

En el mismo sentido, en su Historia de la Revolución Rusa, Trotski


explica que en las jornadas de abril los bolcheviques agitaron la
consigna de «Abajo los ministros capitalistas». Sin embargo en la
obra de Lenin no encontramos la orientación que Trotski le atribuye.
En las «Tesis de Abril», la demanda a los mencheviques y socialistas
revolucionarios de «Romped con la burguesía» sencillamente no

123
Ibíd., punto 8, «Discurso a favor de la resolución de la guerra».
124
Ver, por ejemplo, el escrito de Lenin «La catástrofe que nos amenaza y cómo
combatirla», del 10 de septiembre de 1917, en OC, Cartago, 1958, t. 24.

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figura. Y cuando suceden las movilizaciones contra Miliukov, lejos de
plantear la consigna de «Abajo los ministros capitalistas», explica
que la renuncia de un ministro no conducía a ningún lado, porque no
se trataba de cambiar personas, sino el sistema.125
Por otra parte es necesario ubicar en sus justos términos el
ofrecimiento a los mencheviques y social revolucionarios de
colaboración si toman el poder. Esta propuesta sólo fue realizada por
Lenin después de la derrota de Kornilov, pero no para que se formara
un gobierno burgués «socialista puro». Por el contrario, ante la
revitalización de los soviets, plantea que éstos, como organismos vivos
de las masas, tomen el poder con sus direcciones mencheviques y
social revolucionarias. En ese caso los bolcheviques apoyarían al
nuevo poder, aunque sin tomar responsabilidades en el gobierno.
En síntesis, examinando los textos leninistas de 1917 se llega a
la conclusión de que no hay bases para sostener que el PT haya
sintetizado la táctica bolchevique. Frente a este resultado se puede
argumentar que la experiencia de 1917 no es conclusiva con respecto
a la política del PT, porque el balance positivo de la táctica leninista
no demostraría lo equivocado de la táctica transicional de Trotski.
. . . Admitiendo la parte de verdad de este argumento, de todas maneras
habría que reconocer que, en la en la medida en que el movimiento de
142
masas puso en práctica la política de exigencias «imposibles»
(publicación de tratados secretos, paz democrática), no se generaron
avances en su conciencia socialista.

11. La política transicional ante la guerra

Dado que en las guerras y las revoluciones las contradicciones


sociales alcanzan su máximo antagonismo, constituyen encrucijadas
en que se prueban acabadamente las políticas de la izquierda.
Analizaremos en este capítulo cómo funcionó la política transicional
de Trotski en la Primera Guerra, lo que nos servirá para abordar su
política frente a la guerra que se avecinaba en 1938.

Aunque Trotski coincidió con los bolcheviques en caracterizar


a la Primera Guerra como imperialista y condenó a los socialpatriotas,
Lenin descargó juicios durísimos contra él. No sólo calificó su política

125
Ver, por ejemplo, «Íconos contra cañones y frases contra el capital», del 21 de
abril de 1917, y «Las enseñanzas de la crisis», del 2 de mayo, en OC, t. 24.

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de «centrista», sino también lo acusó de «justificar el oportunismo» y
llegó a incluirlo entre los «lacayos importantes» del
socialchovinismo. 126 ¿Obedecía esto a diferencias menores y a
«malentendidos», como explicaría luego Trotski? Pensamos que, al
margen de las exageraciones polémicas (Trotski nunca fue «lacayo»
de los chovinistas), los calificativos obedecían a diferencias bastante
más profundas que las que luego pretenderían Trotski y la militancia
de la CI.
Como es sabido, la política de Lenin en 1914 se estructura en
torno a la consigna de la guerra civil de los proletarios de todos los
países contra sus burguesías. Desaconsejando los sabotajes y los actos
«heroicos» desesperados, planteaba la necesidad de propagandizar
una orientación derrotista con respecto a la propia nación. Los
marxistas debían explicar que había que continuar la lucha de clases
contra la propia burguesía, y que los obreros y campesinos en armas
deberían confraternizar en los frentes y transformar la guerra
imperialista en guerra civil contra sus burguesías. Esta orientación
debía aplicarse a pesar de que las masas no la entendieran durante
todo un período. En una carta explica:
...
Nuestra consigna es guerra civil. Es puro sofisma afirmar
que esta consigna es inapropiada, etc., etc. No podemos 143
«hacerla», pero la predicamos y trabajamos en esa dirección.
[…] Nadie se atreverá a garantizar cuándo y hasta qué punto
se «verificará» esta prédica en los hechos, no se trata de esto
(sólo los infames sofistas renuncian a la agitación
revolucionaria porque no se sabe cuándo tendrá lugar la
revolución). Lo importante es trabajar en esa línea. Sólo ese
trabajo es socialista y no chovinista. Y sólo él rendirá frutos
socialistas. 127

Lenin no busca movilizar inmediatamente (no hay condiciones


para hacerlo) sino clarificar la estrategia y rearmar a la vanguardia.
Veamos ahora la política de Trotski. Brossat dice que llega a la
guerra con sus fortalezas y debilidades, y entre éstas estaban las
«conocidas»: su aislamiento, su centrismo con respecto al
menchevismo, sus resistencias al leninismo, sus vacilaciones frente al

126
Ver «Acerca de la derrota del gobierno propio en la guerra imperialista», 26 de
julio de 1914, en OC, Progreso, Moscú, 1988, t. 26, p. 301.
127
Carta a Shiliapnikov del 31 de octubre de 1914, en OC, Progreso, Moscú, 1988,
t. 49, p. 21.

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kautskismo.128 Estos son los «errores» que por lo general admiten, en
el Trotski del período prerrevolucionario, los militantes de la CI. Pero
también está su intento de responder a la guerra con el método
transicional, buscando la movilización en «escalera» transicional. De
allí que rechazara el derrotismo de Lenin, por considerarlo «peligroso
e incomprensible, un obstáculo para la movilización contra la guerra,
es decir, por la paz»129. Por eso se acercará a Rosa Luxemburgo y a su
demanda de «parar la guerra». Así, en el folleto La guerra y la revolución,
plantea el «Cese inmediato de la guerra», «Ni vencedores ni vencidos»,
«No a las contribuciones». Todas demandas semipacifistas, que lo
ponían en la vecindad del centrismo kautskista y confundían acerca
de la única salida revolucionaria, la guerra civil contra el propio
gobierno y la confraternización en el frente. Peor aún, la demanda de
«ni vencedores ni vencidos» implicaba preservar de la derrota a los
gobiernos imperialistas.130
La política de Trotski se combinaba, insistimos en ello, con una
correcta caracterización de la guerra como de rapiña imperialista;
además, vinculaba su desenlace con la perspectiva de la revolución
proletaria más estrechamente que Lenin; y en su folleto explicaba que
. . . la paz justa, sin anexiones ni indemnizaciones, sólo podría lograrse
con un levantamiento de los pueblos contra sus gobernantes. Pero su
144
idea de que la única forma de ayudar a la evolución de la conciencia de
las masas era con consignas movilizadoras y «prácticas» lo empujaba
al centrismo, a no plantear las perspectivas y condiciones reales de la
cuestión. Temía que al exponer consignas revolucionarias
«abstractamente justas» los revolucionarios no fueran
comprendidos.131 Por el contrario, Lenin plantea que las acciones de
las masas en pos de soluciones revolucionarias deben convocarse
explicitando sus perspectivas:

128
Brossat, ob. cit., p. 184.
129
Broué, Trotski, París, Fayard, 1988, p. 151.
130
Lenin, criticando esta orientación, escribe: «Quien defiende la consigna ‘ni victorias
ni derrotas’ es un chovinista conciente o inconciente; en el mejor de los casos, es un
pequeño burgués conciliador; pero de todos modos, es un enemigo de la política
proletaria, un partidario de los gobiernos actuales, de las clases dominantes actuales
(«Acerca de la derrota del gobierno propia en la guerra imperialista», 26 de julio de
1915, t. 26, p. 306).
131
Brossat, ob. cit., p. 206.

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No basta con aludir a la revolución […] Es necesario indicar
a las masas clara y exactamente su camino. Es necesario
que las masas sepan adónde ir y para qué. Es evidente que
las acciones revolucionarias de masas durante la guerra,
en caso de desarrollarse con éxito, sólo pueden desembocar
en la transformación de la guerra imperialista en una guerra
civil por el socialismo, y es dañino ocultar esto a las masas.
Por el contrario, este objetivo debe ser claramente señalado,
por difícil que parezca alcanzarlo, cuando estamos sólo al
comienzo del camino.132

No se puede comprender la política de Trotski frente a la Segunda


Guerra si no se tiene en cuenta que nunca aceptó este enfoque de
Lenin. Muchos años después de proclamar su adhesión al bolchevismo,
sostenía en esencia la misma orientación que había defendido en 1914.
así, en el trabajo (inacabado) «Bonapartismo, Fascismo y Guerra», de
agosto de 1940, sostiene que el estallido de la Primera Guerra había
encontrado a la vanguardia desprovista de política revolucionaria y
que, por lo tanto, ésta se había visto reducida a una actitud defensiva,
sin posibilidad de intervenir. Agrega que la política de Lenin respondía
a necesidades propagandísticas y de formación de los cuadros, pero . . .
no era capaz de ganar a los trabajadores, y que las consignas que
145
habían incidido en las masas habían sido las «respuestas positivas a
sus aspiraciones», como la lucha contra el militarismo y la guerra. Lo
cual equivalía a sostener lo mismo que había planteado, en polémica
con Lenin, durante la guerra anterior.
A pesar de su importancia para la comprensión de las diferencias
políticas entre Lenin y Trotski (un tema que siempre estuvo rondando
las discusiones del trotskismo), este punto no fue discutido ni
dilucidado en la CI. La militancia se conformó con la explicación de
Trotski, de que sus diferencias con Lenin ante la guerra se habían
reducido a matices tácticos. Incluso Deutscher, quien en su biografía
del fundador del Ejército Rojo evitó caer en la apologética que fue
habitual en la CI, sostuvo que no se había tratado de diferencias
políticas, sino sobre el método de propaganda133. Sin embargo, los
debates habían concentrado diferencias en torno a las consignas y la
propaganda, a lo que es «concreto» y «abstracto» en política, al papel
de la exigencia, y otras.

132
«Proposición del CC…», del 22 de abril de 1916, ob. cit., p. 303.
133
I. Deutscher, Trotski, le prophéte armé, París, 1979, t. 1, p. 417.

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La discusión en torno a la consigna de Estados Unidos de Europa
también pone en evidencia problemas similares. Como observa
Brossat, Trotski hablaba «con cierta desenvoltura unas veces de
Estados Unidos ‘socialistas’ de Europa, otras de ‘republicanos’ o
‘democráticos’ y otras de Estados Unidos a secas» porque le importaba
«la dinámica revolucionaria contenida en la lucha por ese orden» y
que el combate por la unidad democrática de Europa condujera a la
«subversión de toda la sociedad burguesa»134. Brossat dice que Lenin
criticó ese planteo «debido a la incomprensión de esa dinámica
transitoria» y que exigía «más claridad y la supresión de toda
ambigüedad que permita mantener la ilusión de un posible retorno a
un ‘statu quo’ capitalista»135. Esta última observación debería de haber
hecho reflexionar a Brossat acerca de que la crítica de Lenin no obedecía
tanto a su «incomprensión» de la mecánica transicional, como a su
oposición a utilizarla en circunstancias no apropiadas. Es que en
principio Lenin también abogó por la agitación de la unidad
republicana europea, pero en un sentido distinto al recomendado por
Trotski:

La consigna política inmediata de los socialdemócratas debe


... ser la formación de los Estados Unidos republicanos de
146 Europa; pero a diferencia de la burguesía, que está dispuesta
a «prometer» cuanto se quiera con tal de que el proletariado
se deje arrastrar por la corriente general del chovinismo,
los socialdemócratas habrán de explicar cuán falsa y
disparatada es esta consigna si no se derrocan por vía
revolucionaria las monarquías alemana, austríaca y rusa.136
(énfasis agregado)

134
Brossat, ob. cit., p. 197.
135
Idem.
136
«La guerra y la socialdemocracia de Rusia», octubre de 1914, t. 26, p. 21, Moscú,
1985. Posteriormente, la Conferencia del POSDR en el extranjero (marzo de 1915)
decide aplazar la agitación de esta consigna, «hasta que se discuta en la prensa el
aspecto económico del problema» (Lenin). Finalmente, en agosto de ese año, Lenin
explica que la reivindicación es «errónea desde el punto de vista económico»,
porque, o bien es irrealizable en el capitalismo, o bien se convertiría en una consigna
reaccionaria, porque se podría concretar como un acuerdo entre los capitalistas
europeos para fortalecerse frente a Japón y Estados Unidos. Ver al respecto «La
consigna de los Estados Unidos de Europa» y «Nota de la redacción de Sotsial-
Demokrat al Manifiesto del CC del POSDR sobre la guerra», t. 26, Moscú, Progreso.

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Esta divergencia tampoco fue explorada por los militantes de la CI. En
general se tomó demasiado al pie de la letra la explicación que dio
Trotski en los veinte, cuando adujo que durante la guerra había acuerdo
entre él y Lenin en que la consigna era irrealizable bajo el
capitalismo137. Esto es indiscutible, pero lo que exigía Lenin –en caso
de utilización de la consigna– era hacer explícita esa imposibilidad.
Con estos antecedentes teóricos y políticos Trotski prepara la
intervención de la CI en la Segunda Guerra. La política del trotskismo
ante la contienda comienza a definirse en 1934, cuando el Secretariado
Internacional de la Liga Comunista Internacionalista (antecesora de
la CI) publica las tesis sobre «La Cuarta Internacional y la Guerra»,
escritas por Trotski.138 Estas Tesis caracterizan al conflicto que se
avecinaba como una guerra imperialista y plantean la necesidad de
desplegar una estrategia derrotista. Denuncian la propaganda de las
democracias imperialistas sobre la lucha «por la democracia y contra
el fascismo» y explican que el objetivo de las potencias era un nuevo
reparto del mundo.
Pero, a medida que se acercaba la guerra, Trotski desarrolla
una orientación más «concreta», tendiente a movilizar a las masas, y
para ello reactualiza su orientación ante la Primera Guerra. Por eso, . . .
si bien proclama el principio general del derrotismo –»la derrota de 147
nuestro propio gobierno imperialista es el mal menor»– la consigna
de guerra civil no figura como eje político en el PT. En su lugar se
plantean demandas para movilizar en lo inmediato a los trabajadores.
Se exige un referéndum, que se presenta como medio para despertar
la crítica de las masas y «reforzar su control sobre las maquinaciones
de la burguesía»; se reivindica el control obrero sobre la industria de
guerra; el rechazo a un programa de armamentos y su reemplazo por
un plan de obras públicas; y se exigen la instrucción militar de las
masas bajo el control de comités obreros y campesinos, la creación de
escuelas militares para la formación de oficiales salidos de las filas
obreras y elegidos por las organizaciones de la clase obrera y la
formación de una milicia ligada a las fábricas, las minas y los campos.
137
En El gran organizador…, ob. cit., pp. 86-92.
138
A partir del ascenso de Hitler al poder, Trotski está convencido de que el estallido
de una nueva guerra era inevitable y más o menos inmediato. Los acontecimientos
posteriores confirmarían el análisis de las Tesis de 1934. en 1935 Alemania
denunciaba los tratados que le habían impuesto en la Primera Guerra, e Italia
invadía Etiopía; en 1936 estallaba la guerra civil española, dando lugar a la
intervención de Alemania e Italia; al año siguiente Japón invadía China, y en marzo
de 1938 Alemana anexionaba Austria.

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Todas las críticas que hemos planteado a las consignas que hacen
abstracción de las condiciones empíricas de aplicación, o que incurren
en incoherencias lógicas, encuentran aplicación a este programa
militar. En primer lugar, la idea de que un referéndum, convocado por
la burguesía, en el clima prebélico de Estados Unidos de fines de los
treinta, podría ayudar al avance de la conciencia socialista de los
trabajadores, o ejercer algún «control sobre las maquinaciones de la
burguesía» es equivocada e ingenua. Más aún, en caso de que se hubiera
convocado habría favorecido, con toda probabilidad, las maniobras
de la burguesía partidaria de la guerra y a los trotskistas les habría
sido imposible distinguirse del pacifismo burgués. Pero tanto o más
ingenuo es pretender imponer un «control obrero» del servicio militar
a un Estado capitalista, y máxime a un Estado capitalista imperialista
que participa en una guerra de rapiña. Las consecuencias políticas e
incluso teóricas de esta reivindicación son devastadoras para el
marxismo. Trotski era un revolucionario intransigente y siempre actuó
con el propósito de desencadenar la revolución. Pero su fe en la fuerza
de la agitación transicional, su no consideración de las circunstancias
y determinaciones de las consignas, terminaba generando una política
. . . muy peligrosa.
Lejos de rectificarse, hacia el final de su vida profundiza en
148
estas orientaciones; así recomendará a sus partidarios en Estados
Unidos apoyarse sobre el justo odio de las masas al nazismo para
reivindicar la preparación militar de los trabajadores bajo control
sindical, para luchar contra Hitler. La consigna «transicional» pasa a
ser «queremos luchar contra el fascismo, pero no a la manera de
Petain», sino de los obreros.139 El «derrotismo» se transformaba, en
manos de los militantes trotskistas, en una política que ya no ubicaba
a la propia burguesía como el «enemigo principal», sino a la alemana,
con Hitler a la cabeza140; con esta perspectiva era muy difícil combatir
al imperialismo norteamericano, e imposible predicar algún tipo de
derrotismo en las filas del Eje.

139
Escrito de Trotski del 30 de junio de 1940.
140
Este es el contenido fundamental de las resoluciones adoptadas por el Socialist
Workers Party de Estados Unidos y por la sección inglesa de la CI en 1940, después
de la muerte de Trotski, siguiendo estrechamente sus últimas recomendaciones. Es
lo que se conoció como «la política militar del proletariado». Ver al respecto S.
Bornstein y A. Richardson, The War and the International, Londres, Socialist
Platform, 1986, y también el prólogo de R. Prager a Les Congrés de la Quatriéme
Internationale (1940-1946), París, La Bréche, 1981.

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Sin analizar ahora la política derrotista de Lenin141, y aun
admitiendo que fuera correcta la orientación de hacer «bien» la guerra
contra Hitler, es claro que no tiene sentido querer «superar» al Estado
imperialista con un programa «transicional proletario» en el arte de
conducir una guerra. Y, para colmo, agitado por una pequeña
organización de revolucionarios, sin gran influencia social. 142 Las
cuestiones del menosprecio de la fuerza propia de la democracia
burguesa en la conciencia de los trabajadores también se hace presente
en esta táctica, como ya hemos señalado. Pero la CI aceptó esta
orientación y la expuso como ejemplo de «política concreta»,
pensando que constituía una reedición –superadora– de la vieja
política de Lenin. Estos extremos han educado a miles de militantes.
La no comprensión de la relación entre el programa militar y la toma
del poder abrió el camino a políticas como la de sindicalización de las
fuerzas represivas y su control por los sindicatos, como propusieron
algunos grupos; programas que caían en el utopismo pacifista y
educaban en una estrategia reformista, del tipo «control obrero sobre
el Estado burgués».

12. El Programa de Transición en la historia de la Cuarta . . .


Internacional 149

A lo largo de los sesenta años (hoy más de 70) transcurridos desde la


publicación del PT las organizaciones de la CI mantuvieron inalterable
la agitación transicional. Esta constancia se asentó en la convicción
de que lo esencial de los planteamientos del PT continuaba teniendo
vigencia, con la excepción de las rectificaciones propuestas por el
sector de la CI orientado por Ernest Mandel; quien tampoco cuestionó
la política transicional.
En lo que hace al análisis económico, prevaleció la idea de que
los diagnósticos del PT tenían alcances mucho mayores que los
141
Sólo aclaremos que la política derrotista de Lenin no tiene nada que ver con la
derrota unilateral de un bando en lucha, ni con aplaudir la ocupación de un país
imperialista por el otro. Se trata de una estrategia de confraternización de los
explotados, para que todos den vuelta el fusil contra sus burguesías. Por otra
parte es un hecho que la mayor parte de la Segunda Guerra mundial se desarrolla
en escenarios donde claramente se disputa la hegemonía post-colonial (norte de
África, guerra del Pacífico) o la posibilidad de derrota de la URSS.
142
Según datos recogidos por Deutscher, en 1938 el SWP de Estados Unidos tenía
entre 800 y 1.000 militantes, y no mucha inserción sindical. Trotski, le prophéte…,
ob. cit., t. 6, p. 561.

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determinados por el horizonte de la Gran Depresión y la guerra. Un
breve repaso de Congresos y Conferencias lo evidencia. Ya en las
resoluciones de la Conferencia de 1946, la CI sostuvo que Europa
continuaría «bordeando el estancamiento y la decadencia», que
Estados Unidos se dirigía a una nueva crisis, y que «la tercera guerra
mundial» estaba «en camino»143. Dos años después había conciencia
de que la revolución estaba frenada en los países capitalistas más
importantes y que las democracias se afianzaban en Europa. Sin
embargo, el Congreso Mundial de 1948 caracterizó que la perspectiva
era «nuevas crisis económicas mundiales, amenazas de dictaduras y
fascismo, y la tercera guerra atómica mundial». El Congreso de 1951,
y el X° Pleno de febrero de 1952, reafirmaron que la «crisis global del
capitalismo» impulsaba a Estados Unidos a lanzarse a la guerra, y
que ésta significaría el holocausto nuclear.144 Después de la división de
la CI de 1953, el sector liderado por Mandel y Pablo sostuvo –IV
Congreso, de junio de 1954– que una «crisis mayor» era «inminente»
en Estados Unidos, y que Japón, Francia e Italia estaban a las puertas
de «crisis revolucionarias». Recién en el V Congreso –octubre de 1957–
, cuando la fortaleza de la acumulación capitalista era innegable, se
. . . rectificaron los análisis, reconociéndose que la economía se había
recuperado a partir de 1948. De todas maneras se mantendrían las
150
tesis «estancacionistas» en relación a los países atrasados.
En lo que respecta a la fracción que constituyó, desde 1953, el
llamado Comité Internacional, fue aún más «catastrofista». Como
botón de muestra baste mencionar que en su Conferencia de 1966 –o
sea, en pleno «boom» de expansión capitalista– afirmaba que la crisis
del imperialismo continuaba «profundizándose» y que la «crisis
revolucionaria» abierta con la Segunda Guerra nunca se había
cerrado.145 En Argentina, Bolivia y otros países latinoamericanos, los

143
Ver Les Congrés de la Quatriéme…, ob. cit., t. 2, p. 366.
144
Hay que destacar que tanto el SWP como la mayoría de la sección francesa de la
CI (que en 1953 rompería con el sector liderado por Pablo y Madel) aceptaron los
análisis de este Congreso. Por otro lado, Michel Pablo, quien para muchos trotskistas
condensa la quintaesencia del oportunismo, fundamentaba su táctica de entrismo
en los partidos comunistas en la tesis catastrofista. En 1951 hablaba del «colapso
multilateral del equilibrio del régimen capitalista» y decía que «esta bancarrota
tiende a agravarse» («¿A dónde vamos?»).
145
Ver The fight for the continuity of the Fourth International, Londres, New Park
Publications, 1975, pp. 40 y ss. La Conferencia se realizó en Londres, y se retiraron
de la misma el grupo Lutte Ovriére, de Francia, y la Tendencia Espartaquista, de
Estados Unidos. Para ese entonces el SWP de Estados Unidos y otros grupos del

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partidos trotskistas más importantes también hicieron del
estancamiento de las fuerzas productivas una cuestión de «principios
revolucionarios».
En los años setenta, con el inicio de una nueva fase de crisis y
crecimiento lento del capitalismo, se renovaría la fe en las
interpretaciones «estancacionistas»; cada recesión, caída de las bolsas,
corrida cambiaria o crack financiero constituyeron otras tantas
ocasiones para sostener que la crisis «es sin salida». Muchos incluso
negaron las recuperaciones parciales; así la corriente de la LIT sostenía,
en 1984, que la crisis del imperialismo «se profundizaría sin cesar», a
pesar de que experimentaba una recuperación apreciable desde fines
de 1982. 146 Actualmente, la tesis del estancamiento general es
reafirmada por la mayoría de las corrientes y autores, incluso por los
estudiosos más serios y respetados. Un ejemplo es Chesnais, quien
afirma, en 1999, que las fuerzas productivas del capitalismo continúan
estancadas desde 1914. En este esfuerzo no se vaciló incluso en
modificar radicalmente el concepto mismo de fuerzas productivas.
Con este cuadro era natural, por otra parte, que en el campo de
la crítica de la economía política –y con la excepción de Mandel y sus
compañeros– se retrocediera apreciablemente. La «elaboración» se . . .
resumía a la enumeración de catástrofes o penalidades de las masas, 151
que «probaban» las «bases principistas del PT». En este clima
intelectual –siempre atravesado por la «atenta vigilancia
revolucionaria», presta a aplastar al «revisionismo»– era impensable
que se trabajara científicamente la teoría del monopolio y los
problemas conexos planteados por el PT a los que nos hemos referido.
Frente a tanta ceguera dogmática, hubo un mérito indudable
en Mandel, quien estudió el capitalismo de posguerra y en particular
la forma de operar de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia
y los ciclos de capital, dando cuenta del desarrollo de los países
adelantados y de las mejoras de las masas trabajadoras. Sin embargo,
este autor tampoco criticó de raíz las tesis del estancamiento histórico
del capitalismo; no lo hizo a pesar de que de su teoría sobre las ondas
largas debería inferirse un enfoque muy distinto al sostenido por el

Comité Internacional, incluido el de Nahuel Moreno de Argentina, también habían


abandonado esta fracción, para reunificarse con el sector liderado por Mandel. Así
se conformó lo que pasó a llamarse el Secretariado Unificado de la CI. A su vez,
Pablo rompió con sus viejos compañeros, Mandel y Maitan, en 1965.
146
Tesis sobre la situación mundial, Buenos Aires, 1984, p. 4.

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PT. Hasta el final de su vida suscribió a la idea de que el capitalismo
había entrado, a partir de 1914, en la era de su «declive histórico» y
«contracción geográfica». Esta concepción lo indujo a formular
nuevamente una visión «catastrofista» en los ochenta. Aunque admitía
que el capitalismo podría relanzar la acumulación y que los marxistas
habían «subestimado enormemente la capacidad del capitalismo para
adaptarse flexiblemente a los nuevos y graves retos», estaba
convencido de que un relanzamiento sólo podría lograrse después de
otra guerra mundial y al costo de «cientos de millones de muertos»147.
Y, en 1988, al hacer el balance de los cincuenta años de la CI, insistía en
que Trotski no había subestimado las capacidades de adaptación del
capitalismo y que éste no había revertido su tendencia a la
contracción.148 Esto a pesar de que ya entonces era evidente la entrada
del capitalismo en China y también era notable la extensión de las
relaciones capitalistas en muchos países atrasados, particularmente
de Asia.
En cuanto a los análisis sobre la evolución de los regímenes
políticos, los errores de la CI son más llamativos. Después de todo,
Trotski había vivido un período de sustitución de democracias por
. . . dictaduras, pero en la postguerra se dio el proceso inverso. Las
democracias burguesas se consolidaron en los países capitalistas
152
desarrollados, se extendieron a España y Portugal, que venían de una
larga tradición dictatorial, e incluso a países atrasados. Por otra parte,
hubo reformas democráticas «serias», como el voto universal en
muchos Estados; amplios sectores de la clase obrera consiguieron
mejoras en sus niveles de vida y trabajo. Y muchas colonias pasaron
al status de países dependientes, políticamente –en lo formal–
soberanos. Sin embargo, en la CI apenas se sintió la necesidad de
modificar el programa legado por Trotski, y en espacial en poner en
consonancia los pronósticos «catastrofistas» con la supervivencia de
las democracias. Muchos sectores aceptaban «de hecho» la
democracia, sin dar cuenta teórica de los problemas. Otros, como
George Novak, del SWP, o Nahuel Moreno, del MAS, desarrollaron
explicaciones novedosas sobre la cuestión, pero sin cuestionar las

147
Mandel, Las ondas largas del desarrollo capitalista, Madrid, Siglo XXI, pp. 104-
6.
148
Mandel, «Pourquoi la IV Internationale», en Quatriéme Internationale, agosto-
diciembre de 1988, p. 78. Por supuesto, estamos completamente de acuerdo con la
crítica de Mandel a los que niegan la gravedad de las catástrofes en las que
periódicamente el capitalismo empuja a la humanidad.

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premisas básicas del PT. 149 Y, finalmente, el sesgo hacia el
«catastrofismo sin salida» se mantuvo en relación a los países
atrasados, y luego se volvió a generalizar con la crisis de los setenta.
Por ejemplo, la mayoría del Secretariado Unificado de la CI sostuvo
que la alternativa «de hierro» para América Latina era «socialismo o
fascismo» y que la democracia burguesa no tenía ninguna posibilidad;
pronóstico que compartió con casi toda la izquierda latinoamericana
de los sesenta y setenta y que sería desmentido posteriormente.
Más en general, en 1980, en su trabajo sobre las ondas largas,
Mandel afirmaba que el relanzamiento de la economía capitalista sólo
se lograría a costa de la extensión de regímenes nazis y totalitarios,
que aplicarían «lobotomías a gran escala»150. En esa misma época, en
el prólogo de la edición inglesa del PT citada, Cliff Slaughter, dirigente
del Comité Internacional, escribía que «en nuestra época, ni aún la
más elemental de las demandas puede satisfacerse sin la expropiación
revolucionaria de la clase capitalista»151. Y Nahuel Moreno decía que
«la solución de todos los problemas, por mínimos que sean, exigen la
insurrección […] y la conquista del poder por el proletariado»152. Poco
después sostendría que el régimen de Hitler había prefigurado la
sociedad esclavista hacia la que el mundo estaba dirigiéndose.153 ...
En lo que respecta a los análisis exaltados del PT sobre la 153
evolución de la lucha de clases, fueron mantenidos de manera aún
más cerril, aunque los hechos los desmentían una y otra vez.

149
Novack tendió a presentar la democracia como una conquista de «larga duración»
–es decir, producto de luchas seculares– de las masas. Ver al respecto su Democracia
y revolución, Barcelona, Fontamara, 1971. Moreno trató de conciliar la extensión de
democracias en los ochenta con las afirmaciones del PT elaborando la tesis de «las
revoluciones democráticas de contenido socialista». Esto es, si las fuerzas
productivas estaban históricamente estancadas, si la burguesía tendía a los
regímenes totalitarios como método «normal» de dominación, las democracias de
postguerra eran el resultado de revoluciones «objetivamente socialistas» que
imponían al capital un régimen político «contra natura». Ver, por ejemplo,
«Actualización del Programa…», ob. cit. Muchos dirigentes y militantes de la CI
rechazaron esta tesis, criticándola por su naturaleza oportunista, pero sin intentar
dar solución al problema que Moreno había encarado.
150
Mandel, ob. cit., p. 106.
151
Ed. cit., p. 10.
152
Moreno, «La traición de la OCI», ob. cit., p. 52.
153
Conversaciones con Nahuel Moreno, Buenos Aires, Antídoto, 1986, p. 5. Por
aquellos años, varios países en Latinoamérica y Asia pasaban de regímenes
dictatoriales a democráticos, y las democracias en los países adelantados cumplían
medio siglo sin interrupciones.

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Ya al momento de la derrota de los alemanes en París, el
gaullismo y el stalinismo demostraron tener una inesperada (por lo
menos, para los trotskistas) capacidad de control del movimiento de
masas; algo parecido sucedió a la caída de Mussolini en Italia. Y más
impactante aún fue que la derrota de Alemania no desencadenara la
revolución proletaria; la clase obrera germana estaba desmoralizada
y atomizada y se sometió a la ocupación militar extranjera. Además,
lejos de desintegrarse, como había previsto Trotski, el stalinismo salía
de la guerra fortalecido. Estas evoluciones también deberían de haber
impulsado a un cambio de las caracterizaciones de la relación de
fuerzas sociales. Pero la rectificación no se produjo. Según la opinión
dominante en el movimiento, la revolución sólo se había «pospuesto»,
pero la etapa revolucionaria seguía abierta.154 La estatización de los
medios de producción (que se identificaba con la dictadura del
proletariado) en varios países del Este, en Yugoslavia y China,
reafirmó la convicción de que la revolución continuaba extendiéndose;
se pronosticaba también que la tercera guerra mundial era inevitable
y que nuevas crisis revolucionarias eran inminentes en varios países
adelantados.
Recién a mediados de los cincuenta, el sector orientado por
...
Mandel y Maitan dio cuenta de los efectos de la recuperación del
154
capitalismo sobre el movimiento obre de los países avanzados. Pero
entonces tampoco hizo una crítica de fondo de las categorías de
análisis que se arrastraban desde los años treinta. Y, en lo que respecta
a los países atrasados, conservó la idea de que las luchas anticoloniales
tenían una dinámica «inevitablemente» socialista. Las tesis
estancacionistas y de la incapacidad de maniobra de la burguesía
jugaban en este punto un rol muy importante155. Luego, cuando se
produjo un nuevo ascenso de luchas en Europa y el mundo atrasado,
las caracterizaciones de «ascensos revolucionarios» y «situaciones
revolucionarias» se generalizaron nuevamente, y de manera abusiva.
El IX Congreso de la CI (Secretariado Unificado), de 1969, es un ejemplo;

154
Por ejemplo, en la inmediata postguerra, Mandel afirmaba que la revolución
europea había cumplido su primera fase y que la ausencia del partido revolucionario
no era decisiva para desencadenar el levantamiento que se produciría en la siguiente
fase. (Mandel, en Quatriéme Internationale, agosto-septiembre de 1946, citado por
Prager, ob. cit., p. 285).
155
Por ejemplo, Maitan sostenía, en 1959, que la revolución anticolonial «no se
puede agotar por el acceso a un escalón cualquiera de estabilización capitalista».
Citado por Maitan en «1943-1968: Bilan d’un combat».

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ese congreso sobreestimó de manera manifiesta la fuerza del ascenso
de las masas y subestimó la capacidad de reacción de la burguesía y
la influencia de los dirigentes reformistas; de ahí que pronosticara,
una vez más, crisis revolucionarias en toda Europa e hiciera fuertes
concesiones al ultraizquierdismo de la vanguardia estudiantil europea
y americana. Las resoluciones sobre América Latina fueron aún más
equivocadas, porque plantearon que las condiciones estaban maduras
para la acción de los grupos armados.156 Las críticas del SWP, de Estados
Unidos, y del Partido Socialista de los Trabajadores, de Argentina, a
la línea guerrillera, aunque correctas en cuanto a la orientación política,
no cuestionaron de fondo las caracterizaciones que se arrastraban
desde el PT.
Las organizaciones del Comité Internacional –que se dividía en
1971– recorrían senderos parecidos; por ejemplo, en octubre de ese
año, la Organización Comunista Internacionalista de Francia, el
Partido Obrero Revolucionario de Bolivia y la Liga de Socialistas
Revolucionarios de Hungría, afirmaban que estaba planteada como
tarea «la lucha inmediata y directa por la toma del poder»157. Y la
Cuarta Conferencia del Comité Internacional, de abril de 1972, tenía
análisis no menos exitistas sobre la disposición de las masas a romper . . .
con el reformismo –en Francia y en Alemania– y «la profundidad del 155
ascenso revolucionario». Además, la visión sobre los países atrasados
seguía siendo que las luchas por la autodeterminación nacional
encerraban una dinámica socialista, prácticamente inevitable. Por
eso se pensaba que, si bien la revolución en los países adelantados
había tenido un cierto retraso, en los países atrasados seguía su curso
ascendente e ineluctable.
Estos análisis se plasmaron en las caracterizaciones globales
de la etapa que arranca en 1945; Lambert, por ejemplo, sostuvo que
eran los años de las «revoluciones inminentes», y Moreno la consideró
la etapa «más revolucionaria de la historia». Todas caracterizaciones
que conectaban con un balance exitista de los resultados de la Segunda
Guerra. La mayoría de los dirigentes de la CI pensó que, de alguna
manera, las derrotas de los veinte y de los treinta se habían revertido
en Stalingrado y, luego, con las nacionalizaciones en el Este europeo y

156
Ver, por ejemplo, la «Resolución sobre América Latina», en Quatriéme
Internationale, mayo de 1969.
157
Ver «The Organisation Communiste Internationaliste breaks with Trotskyism»,
Londres, 1975, p. 23.

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las revoluciones china y yugoslava. Así, a fines de los cincuenta y
comienzos de los sesenta, el balance aparecía, a primera vista,
«objetivamente» auspicioso para el socialismo. Si bien la revolución
mundial no había triunfado, en la tercera parte del planeta
comandaban «dictaduras del proletariado»; en los países capitalistas
los sindicatos y los partidos «obreros» se habían fortalecido; en los
atrasados, los movimientos de liberación nacional hacían retroceder
al imperialismo, y «debían» generar dinámicas socialistas. Las
predicciones del PT no se habían cumplido «a la letra», pero se creía
que su enfoque general se confirmaba. La revolución había avanzado
si bien mediante un «rodeo». «La teoría de la revolución permanente
se cumple objetivamente», se decía en la CI. Por supuesto, subsistía el
«obstáculo» de las organizaciones stalinistas, socialdemócratas o
nacionalistas burguesas, pero las condiciones para el triunfo de las
corrientes trotskistas parecían haber mejorado, en el marco de la «crisis
estructural» de la burguesía. Al no criticarse las categorías y
caracterizaciones que se arrastraban desde los treinta, los manómetros
con que la CI medía la presión de la lucha de clases daban resultados
sistemáticamente desajustados al alza.
Pero lo peor fue que, cuando en los años ochenta la situación
...
giró en casi todo el mundo en contra del movimiento de masas, muchas
156
organizaciones mantuvieron las caracterizaciones o incluso las
profundizaron. Un caso extremo lo constituye la LIT, que además de
ver «revoluciones objetivamente socialistas» en Argentina, Brasil y
Filipinas, caracterizó que en el mundo había una «insurrección de
masas», ante la cual el imperialismo sólo atinaba a echar «nafta al
incendio».
Por otro lado, en la CI también se sobrevaluó la posibilidad de
revolución socialista en los regímenes stalinistas. Se consideró que
las movilizaciones en Polonia de los setenta y de los ochenta
apuntaban hacia el poder de los obreros, sin ponderar en toda su
importancia la incidencia de la ideología democrático burguesa –de
la iglesia, de la socialdemocracia– sobre el movimiento de masas y los
estragos que había ocasionado la burocracia para el proyecto de
construcción comunista o las posibilidades de una revolución
política158. De una u otra manera, este tipo de análisis se terminó
extendiendo a los países del Este europeo y a la ex URSS. Parecía

158
En este punto, Deutscher tuvo una posición particular. Ya en los años cincuenta
señalaba que en la URSS no existía ningún movimiento de masas, y que no existía

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imposible que el capitalismo pudiera volver a los «Estados obreros
burocráticos», a no ser que hubiera una derrota aplastante, física, de
las masas, a manos del fascismo y del imperialismo. Después de todo,
si la revolución se había extendido en la postguerra a pesar de las
direcciones stalinistas, si los Estados «obreros» se habían sostenido
en medio del «boom económico» capitalista, ¿cómo no iba a desatarse
la energía revolucionaria de los obreros del Este cuando estaba
cayendo la burocracia?159 Así llegó la CI completamente desarmada
para enfrentar la caída del stalinismo y la restauración de Estados
capitalistas que seguiría en el Este europeo.

13. Conclusiones

Si comprender la historia es entenderla en su encadenamiento racional,


en su necesidad, podemos concluir que la CI fue completamente
«externa» a esa intelección. La «rueda de la historia» se movió en un
sentido bastante distinto al previsto. El apoyo de las masas al
reformismo en los países adelantados, o a los movimientos de liberación
nacional burgueses, en los atrasados, no encajó en los esquemas del
catastrofismo permanente legados por Trotski. La descomposición a . . .
largo plazo de las fuerzas productivas que se había anunciado en los 157
años treinta, debería haber llevado a la descomposición de la clase
obrera, tal como había previsto Trotski; esto es, a la anulación de las
posibilidades mismas de la revolución. Pero hoy los estudios más
serios reconocen que el número de asalariados subsumidos a la
relación capitalista se ha multiplicado en casi todo el mundo; y con
ello la capacidad y las fuerzas de la producción. La mayoría de la CI

ninguna posibilidad de revolución política, dada la exterminación de todos los


opositores, y en especial de la oposición trotskista, «lo que ha dejado a la sociedad
soviética amorfa, políticamente incapaz de expresarse y de tomar iniciativas políticas
desde la base» (ver, entre otros trabajos, Trotski…, ob. cit., t. 6, pp. 420 y ss.). Pero,
de manera equivocada, apostaba a una reforma «desde arriba», que llevara a la
desaparición de la burocracia y hacia una transformación socialista.
159
Sin embargo, el sector de la CI llamado Secretariado Unificado, ya en 1992, dio
cuenta del retroceso de las fuerzas obreras y socialistas. Su XIII Congreso
Internacional registraba entonces como hechos negativos la unificación imperialista
de Alemania, el fracaso electoral del Frente Sandinista, la marginalización de las
opciones socialistas en Europa del Este, la débil actividad del movimiento obrero
en Estados Unidos y Japón, su situación defensiva en Europa Occidental. Otras
corrientes comenzaron a reconocer el retroceso unos años más tarde; sin embargo,
muchos grupos sostienen que nada ha cambiado sustancialmente, y que la situación
sigue siendo revolucionaria o pre-revolucionaria.

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no puede dar cuenta teórica de este hecho ni, paradójicamente,
responder en forma adecuada a quienes hoy postulan la desaparición
de la clase obrera. Desprovista de un análisis que pusiera al descubierto
las relaciones políticas y sociales que se desarrollaban, siguió
reduciendo la supervivencia del capitalismo a las direcciones que
traicionaban, y convocando a movilizarse detrás de la consigna
«privilegiada» de turno. Así, el ideal del cambio revolucionario «huía
del mundo» para afirmarse en un «deber ser» infinito, desconectado
del curso de la historia y de las bases sociales en que se nutría la
conciencia reformista de millones de seres humanos. El trotskismo no
se pudo «reconciliar» con lo que sucedía; no pudo reconocer
teóricamente la lógica del despliegue del capital y encontrar en ella,
en el desenvolvimiento de sus contradicciones y en los procesos reales
de conciencia e ideológicos de las masas, las palancas de la superación
revolucionaria o, al menos, los medios para conformarse como una
corriente marxista sólida, teórica y políticamente.160
Por otro lado, a lo largo de décadas, la CI no ha producido
prácticamente nada renovador en temas tan importantes como teoría
del Estado, análisis de regímenes políticos y su vinculación con la
. . . dinámica del capital, ni en el terreno de la crítica ideológica, cultural
o en otras dimensiones de la vida social, a excepción de algunos intentos
158
de partidarios de Mandel, o trabajos como los de Alex Callinicos.
Tampoco en el campo de la investigación filosófica, epistemológica,
histórica, salvo algunas excepciones, como puede haber sido la de
Broué. Ni siquiera existió un seguimiento mínimamente serio –con
excepción, una vez más, de partidarios de Mandel o Callinicos y algún
otro caso– de los desarrollos que estaban haciendo otras corrientes
marxistas, o afines al marxismo, tales como las de la Escuela de
Frankfurt, o la nucleada en torno a Sartre o el estructuralismo
althusseriano. Convencidos de la inevitabilidad del colapso, y de que
nada de eso hacía falta para intervenir con consignas en el movimiento
de masas (y siempre en ascenso), los militantes continuaron viviendo
en un «ghetto» político, agitando consignas y apostando al «próximo
e inminente» ascenso revolucionario.
En este cuadro, el fatalismo de las proclamadas «leyes de la
historia» fue funcional para renovar la fe en que, al fin de cuentas, el
PT estaba destinado –sí o sí– a prevalecer, impregnando a muchas
160
Sobre el tema de la «reconciliación» con la historia en Hegel, el rechazo del
dualismo kantiano del deber ser, y el sentido revolucionario de esta crítica, ver
D’Hont, op. cit.

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organizaciones de un carácter casi «místico», útil para resistir las
presiones del medio en que se movían, pero estéril para avanzar. En el
otro polo continuó alimentándose el más extremo voluntarismo y el
«campañismo» de consignas agitativas. Desligada de las evoluciones
reales que se daban en el capitalismo y en la lucha de clases –o sea,
sustentada en la abstracción– la agitación transicional se convirtió
progresivamente en un acto formal, que en última instancia se aplicaba
a cualquier contenido. Así, fórmulas como la de «control obrero», «plan
económico elaborado por los trabajadores» y otras, fueron aplicadas
indiscriminadamente a las más diversas situaciones, sin que pudieran
conectar con movilizaciones o procesos concretos. Por eso, la agitación
transicional no proporcionó ningún «puente» hacia las masas, ni
permitió generar movilizaciones de importancia, a pesar de habérsela
ensayado en todas las variantes y circunstancias posibles.
Las falencias que hemos visto a lo largo de este escrito explican,
finalmente, la paradoja que hemos planteado en nuestra Introducción,
que cuando desaparece el stalinismo, la CI entra en su más violenta
crisis. Desaparecido el alimento especular que le otorgaba la crítica a
su «natural» polo opuesto, el trotskismo desnudó su incapacidad para
generar política. El «capital político» en militancia, en experiencia, en . . .
capacidad de intervención, acumulado a lo largo de estos años, debe 159
ser reorientado ahora en una dirección nueva, si no se quiere seguir
retrocediendo. Es necesario trabajar con vistas al reagrupamiento de
revolucionarios, superando el consignismo transicional y el marco
teórico que le dio origen y sustento. Es vital y urgente para avanzar
en la reconstitución revolucionaria del movimiento comunista.

Publicado en «Crítica del Programa de transición», Cuadernos de Debate


Marxista, en agosto de 1999 y reeditado en enero de 2003.

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APÉNDICE

SOBRE LAS FUERZAS PRODUCTIVAS


Y SU DESARROLLO

Uno de los pilares sobre los que se basaron las políticas y el programa
del movimiento trotskista es la tesis de que las fuerzas productivas
no se habrían desarrollado en el capitalismo desde 1914 o, en su defecto,
. . . desde 1929 (hay cierta ambigüedad en la periodización). Para los
160 partidos trotskistas esto se convirtió, con el paso del tiempo, en una
cuestión de «principios», porque desde su óptica el triunfo de la
revolución socialista sólo es posible si se llegara a un estadio en que
las fuerzas productivas ya no se pudieran desarrollar, en términos
absolutos, bajo el capitalismo.
Esta «necesidad» de demostrar el estancamiento de las fuerzas
productivas se reforzó con la adhesión acrítica al Programa de
Transición, de la Cuarta Internacional de 1938. Ese programa, escrito
por Trotski en plena crisis del capitalismo, se apoya en el
estancamiento de las fuerzas productivas. El fundador de la Cuarta
Internacional esperaba que al finalizar la guerra se extendería la
revolución socialista o, en su defecto, pensaba en que la humanidad se
precipitaría al estancamiento y el fascismo dominaría el mundo.
Pero en la posguerra no se dio ninguno de esos escenarios: el
capitalismo logró –sobre la base de las inmensas derrotas del
proletariado europeo en los ’30, y de la política contrarrevolucionaria
del stalinismo y la socialdemocracia– reanudar una fuerte
acumulación y crecimiento económico. Este, lejos de reducirse a los
países adelantados, se extendió también en los países atrasados.

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Atados a una concepción dogmática, los partidos trotskistas fueron
incapaces de registrar estos hechos y mucho menos de explicarlos
teóricamente. En los años cincuenta y sesenta (pleno «boom» económico)
siguieron afirmando que la crisis capitalista abierta en los treinta no
se había cerrado, y que la curva de desarrollo capitalista en el mundo
estaba en los mismos niveles que a principios de siglo. La única
excepción a esta posición fue el sector de E. Mandel y sus partidarios
(del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional). Mandel criticó
la tesis del estancamiento permanente de las fuerzas productivas y
trató de explicar el crecimiento de la posguerra sobre la base de las
leyes descubiertas por Marx. De todas maneras, tampoco Mandel sacó
todas las conclusiones con relación al programa de la Cuarta
Internacional y su táctica política.
En la Argentina todas las organizaciones trotskistas hicieron
de la tesis del estancamiento mundial de las fuerzas productivas una
bandera distintiva, planteando incluso que el no reconocerla implicaba
tener posiciones contrarrevolucionarias. Para sustentar su tesis
estancacionista, terminaron modificando –junto a los trotskistas de
otros países– la concepción clásica del marxismo sobre las fuerzas
productivas de cómo se evalúa su desarrollo y de su naturaleza. . . .
Esencialmente plantearon que la principal fuerza productiva es «el 161
hombre» y que, por lo tanto, el desarrollo de las fuerzas productivas
debe medirse por la mejora en las condiciones físicas e intelectuales
del ser humano; en particular, la situación material de la clase obrera,
la clase productora por excelencia bajo el capitalismo1. Así la discusión
sobre el desarrollo de las fuerzas productivas se mutó en una discusión
sobre la evolución de los índices de pobreza y de hambre en el mundo.
Accesoriamente han esgrimido argumentos acerca del crecimiento de
la industria armamentista (fuerzas destructivas) y de la destrucción
de la naturaleza por el capitalismo.

1
Esta posición la sostuvieron Lambert, dirigente trotskista de Francia, Healy y
Slaughter, de Inglaterra, Vargas de Hungría, entre otros. En la Argentina N. Moreno,
del MAS y Altamira, del PO. Aquí hoy siguen reivindicando la posición
estancacionista el MST, el PO, el PTS y grupos menores; el MAS representa un
fenómeno un poco más complejo, porque algunos dirigentes han reconocido que
las fuerzas productivas se han desarrollado, pero no analizan los errores teóricos
de sus anteriores posiciones ni exploran las consecuencias políticas de lo que
implica el cambio de posición. Una explicación típica sobre el estancacionismo de
las fuerzas productivas de todos estos grupos se puede ver en N. Moreno (1980).

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Dado que la categoría fuerzas productivas está en la base misma
de la teoría marxista y de su crítica al capitalismo, es evidente la
importancia de esta discusión para el rearme del movimiento
marxista. En esencia, no se puede comprender en qué consiste el choque
entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción si no se
entiende qué son las fuerzas productivas y qué es su desarrollo. Si
falta esa comprensión, el programa y las perspectivas de la lucha
socialista están ubicados sobre un terreno falso. Además, el análisis y
la crítica del capitalismo también carecerá de bases sólidas, porque
no dará cuenta de sus tendencias más fundamentales. Como dice el
documento «Tendencias actuales del capitalismo y las premisas de la
revolución socialista», la visión del estancamiento de las fuerzas
productivas no permitió registrar los grandes cambios que estaban
produciendo en el mundo en el último medio siglo, en especial el
crecimiento urbano y de la clase obrera.
Para el marxismo, el desarrollo de las fuerzas productivas
significa el crecimiento de las premisas materiales y sociales de la
revolución socialista. Esto es, el desarrollo de las fuerzas productivas
implica el desarrollo del proletariado por un lado, y de los medios
. . . técnicos para el despliegue de las capacidades productivas del ser
humano; es por eso que la revolución socialista podrá socializar los
162
medios para la producción de la riqueza. Entonces, si la tesis del
estancamiento de las fuerzas productivas desde principios de siglo es
cierta, debería demostrarse que las condiciones materiales de la
revolución socialista son hoy iguales o peores que en 1914, que la clase
obrera es más débil socialmente, y que los medios materiales para la
producción de riqueza son iguales o más pobres.
Basta una comparación superficial entre la situación del mundo
en 1914 y la actualidad para comprobar lo absurdo de la posición
estancacionista. En 1920, por ejemplo, la clase obrera casi no existía
en América latina y Asia, y era absolutamente minoritaria en el sur y
este de Europa. Hoy la clase obrera ha pasado a ser predominante a
nivel mundial y, por primera vez desde el neolítico, la población
campesina no es mayoría, y puede producir todos los alimentos
necesarios para una población que se duplicó en el último medio siglo.
Por otro lado las posibilidades de socializar riqueza y medios para
producirla eran incomparablemente menores a principios de siglo
que en la actualidad. La productividad del trabajo desde principios
de siglo se multiplicó varias veces. Las tasas promedio de crecimiento
de las economías capitalistas fueron globalmente superiores desde

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1940 a 1996, a las tasas anuales promedio de crecimiento de Inglaterra,
Estados Unidos, Alemania y Francia durante el siglo XIX (todos los
marxistas coinciden que en ese siglo crecieron las condiciones
materiales y sociales para la revolución en esos países). ¿Cómo se
puede afirmar entonces que las premisas materiales de la revolución
socialista no son hoy mayores que en 1983 a nivel mundial? Casi es de
«sentido común» afirmar que los avances tecnológicos abren hoy
posibilidades infinitamente mayores a una revolución socialista que
hace 60 o 70 años: la computación significa la posibilidad de reducir
al mínimo trabajos administrativos y abriría campos nuevos a la
planificación; el desarrollo descomunal del transporte y
comunicaciones; las posibilidades de automatización del trabajo; los
avances colosales de la medicina, de la biotecnología, etc. Por otro
lado, la internacionalización de la economía da mayores bases al
programa internacionalista del socialismo. En definitiva, si la visión
«estancacionista» fuera consecuente, deberían concluir que la
revolución no es posible por el debilitamiento social (¡tras ochenta
años de estancamiento de las fuerzas productivas!) de la clase obrera,
o en el caso que triunfara (tal vez motorizada por los marginados)
sólo «socializaría miseria». Es claro entonces que la tesis del . . .
estancamiento permanente de las fuerzas productivas lleva agua al 163
molino de los que sostienen que el «sujeto social» de la revolución
socialista –esto es, la clase obrera- ha desaparecido, y con ello también
la vigencia del marxismo como teoría y programa de la revolución.
Por otra parte, a la par que crecieron las condiciones materiales
de la revolución, también las contradicciones del capitalismo (entre
la clase obrera y el capital, entre las fronteras nacionales y las fuerzas
productivas, etc.), son hoy mucho mayores porque el desarrollo de
las fuerzas productivas es el desarrollo de las contradicciones
insalvables del sistema capitalista. La necesidad de la revolución
socialista es entonces cada vez más acuciante.
En un plano aún más general, podemos dar el siguiente
argumento: si se pretende medir el desarrollo de las fuerzas
productivas por el bienestar de la clase obrera, debería concluirse
que un período como la Revolución Industrial inglesa (cuando la clase
obrera incluso se reducía físicamente por las penosas condiciones de
trabajo y alimentación a las que estaba sometida; ver Marx, 1946, cap.
13) no constituyó una fase de desarrollo de las fuerzas productivas.
Los partidarios de la tesis del estancamiento han terminado por
reconocer, parcialmente, que están en un callejón sin salida, pero no

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han revisado sus raíces teóricas. De esto se derivan graves confusiones
y errores políticos y programáticos.
En este trabajo nos proponemos entonces analizar el concepto
de Marx sobre fuerzas productivas. Trataremos de demostrar que
para Marx no se trata de dar una «definición» ahistórica de que son
las fuerzas productivas, sino de comprender su dialéctica y por lo
tanto los cambiantes parámetros para evaluar su desarrollo.
Analizaremos luego brevemente los argumentos sobre armamento y
ecologismo, para terminar discutiendo la posición que postula que
debería haber un estancamiento absoluto del sistema capitalista para
que pueda triunfar la revolución socialista. A esta visión le
opondremos una mucho más dinámica, que surge de captar el carácter
contradictorio y «en espiral» que tiene el desarrollo de las fuerzas
productivas bajo el capitalismo.
Por último, esperamos que este trabajo sea de provecho para
otros compañeros que, sin provenir del movimiento trotskista,
compartan –total o parcialmente– ideas similares a las que aquí
criticamos 2 , o se interesen en ahondar en fundamentos del
materialismo histórico. También puede ser de interés la discusión que
. . . haremos de las posiciones de Cohen, a los efectos de ilustrar –por
contraposición– la concepción dialéctica de Marx.
164
Proceso de trabajo y fuerzas productivas

Un error común entre estudiosos de la obra de Marx es pretender


encontrar «definiciones» que sean aplicadas urbi et orbi [«a la ciudad y
al mundo»]. Esto sucedió reiteradamente con la discusión sobre las
FP; por ejemplo, cuando se quiso determinar si «en general» es el

2
Por ejemplo los teóricos del maoísmo también sostuvieron que el hombre era la
principal fuerzas productivas. Bettelheim (1976) afirma que «la principal fuerza
productiva está constituida por los propios productores» (p. 27). Aquí Bettelheim
critica a Trotski porque éste sostenía que «el marxismo parte del desarrollo de la
técnica, como principal resorte del progreso y construye el programa comunista
fundamentado en la dinámica de las fuerzas de la producción» (citado por Bettelheim,
p. 21). Bettelheim, como otros teóricos que trataron de justificar a la burocracia
maoísta, trataba de explicar que China podía construir el socialismo en un solo país,
a pesar del atraso tecnológico, porque poseía en abundancia «la principal fuerza
productiva», el hombre. Es altamente revelador de su confusión teórica el que los
trotskistas hayan adoptado la misma tesis sobre fuerzas productivas que Bettelheim
esgrime contra Trotski, al mismo tiempo que afirmaban defender el legado teórico
de Trotski y estar contra el programa de construcción del socialismo en un solo
país.

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hombre o la máquina, si es el conocimiento o su habilidad «la»
principal fuerza productiva y la clave de su desarrollo.
El intento de Cohen (1986) de realizar un análisis «riguroso» de
los textos de Marx, pero despreciando la dialéctica, es un caso ejemplar
y «de máxima» de este tipo de enfoques; en este sentido, se emparenta
con las «definiciones» generales que encontramos entre los teóricos
trotskistas del estancamiento permanente3. La clave es comprender
que en Marx –como en Hegel– las definiciones sólo dan una primera
aproximación (una «representación», diría Hegel) de las cuestiones o
cosas que son realidades concretas y en desarrollo. Por eso, el concepto
de fuerzas productivas en Marx se irá construyendo. Trataremos de
seguir el camino de esta construcción en Marx paso a paso.
La misma idea de «fuerza» nos induce a considerar a las fuerzas
productivas en relación y en proceso, nunca como algo absoluto y
estático, ni como una cualidad que exista «en sí» misma. Es que, como
ya lo había apuntado Hegel, una «fuerza» existe en tanto se manifiesta,
o sea, existe sólo en sus efectos; siempre expresa la necesidad de
«tránsito entre diferentes momentos» (piénsese, por ejemplo, en la
fuerza de atracción o la fuerza magnética4).
En el caso que nos ocupa, cuando hablamos de «fuerza . . .
productiva» nos estamos refiriendo no a una cualidad estática 165
(veremos luego que ésta es la concepción de Cohen y en general es
propia del pensamiento metafísico) sino a la relación e interacción
entre momentos del proceso de trabajo, en el cual se despliegan las
fuerzas transformadoras. Por este motivo Marx plantea el tema de las
fuerzas productivas analizando «en general» el proceso de trabajo y
para ubicar desde el principio la discusión de las fuerzas productivas
en esa totalidad.
Comencemos destacando algunas particularidades de este
proceso de trabajo «en general», tal como lo estudia Marx. Marx
desarrolla la noción en los Grundrisse, en el Capítulo VI (inédito), y
esencialmente en el capítulo V del primer libro de El Capital.
Para interpretar mejor su pensamiento, nos apoyaremos en
Hegel; no lo hacemos con afán de «hegelianizar» a Marx, sino para

3
El concepto de fuerzas productivas de Cohen y su método analítico y lógico
formal fueron criticados por Therborn (1980) y Harvey (1990), pero sin profundizar
en el enfoque dialéctico de Marx.
4
Ver Hegel, 1994, pp. 82 y sig.; nos hemos apoyado en la interpretación en
Marcuse (1986, p.111) e Hyppolite, 1991, pp. 109 y ss.

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destacar la importancia del tratamiento dialéctico de las fuerzas
productivas. El propio Marx cita aprobatoriamente –en El Capital– la
concepción de Hegel sobre las herramientas que se encuentra en la
lógica de la Enciclopedia, en el capítulo sobre la teleología. Marx parte
del trabajo humano, distinguiéndolo del trabajo del animal por el
hecho de que el primero, antes de ejecutar su obra, «la proyecta en su
cerebro», de manera que «al final del proceso de trabajo brota un
resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del
obrero, es decir, un resultado que tenía ya una existencia ideal».
En la Enciclopedia (en el punto sobre teleología y el fin) Hegel
también nos dice que al comienzo el fin es meramente subjetivo, y por
lo tanto debe conquistar la objetividad, superar la diferencia entre
ambos polos (Hegel, 1990, § 204). Entonces, para superar esa diferencia,
hace falta una mediación, que establecerá una unidad dinámica entre
lo subjetivo y lo objetivo; esa mediación es la actividad conforme a un
fin, de manera que lo esencial no será ni lo objetivo ni lo subjetivo,
sino esa actividad.
Destaquemos que «mediar» en Hegel significa negar, y la
negación es la fuente de movimiento, es la contradicción. La actividad
. . . niega a los polos de lo subjetivo y lo objetivo como entidades «en sí»,
conservándolos transformados y superados en una unidad que es
166
proceso y movimiento.
Marx rescata esta idea en El Capital, donde nos dice que los
factores simples que intervienen en el proceso de trabajo son «la
actividad adecuada a un fin, o sea, el propio trabajo, su objeto y sus
medios», y el verdadero motor del desarrollo entonces será el trabajo,
el mediador entre el fin meramente subjetivo y la objetividad. Al
transformar el hombre al objeto de trabajo, transforma su propia
naturaleza, y por eso el trabajo se convierte en la clave del proceso de
hominización.
Volvamos un momento a Hegel. Este término medio «entero»,
nos dice Hegel, es entonces «la actividad». Pero este término medio no
permanece entero, porque es «roto», escindido en dos momentos: «la
actividad y el objeto que sirve de medio» (Hegel, 1990, § 208, traducción
corregida de acuerdo con la edición alemana).
¿Qué quiere decir Hegel? Que cuando se desarrolla la actividad
sobre el objeto, esa actividad, que era la mediadora originaria entre lo
subjetivo y lo objetivo, sufre una transformación, porque el mismo
objeto sobre el que se trabaja comienza a experimentar una
transformación, al convertirse el mismo en medio, esto es, en

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herramienta, que a su vez debe respetar la «otra» objetividad, el
material sobre el que actúa.
La herramienta es ahora la fuerza interna del concepto, pero
puesta como actividad, unida con el objeto como medio. La actividad
«es» ahora, hasta cierto punto, herramienta. En seguida Hegel
desarrolla el pasaje que Marx cita en El Capital cuando trata el proceso
de trabajo:

La razón es tan astuta como poderosa. La astucia consiste


en general en la actividad mediadora, la cual, haciendo que
los objetos actúen los unos sobre los otros de acuerdo con
su naturaleza y se desgasten unos a los otros, sin mezclarse
directamente en ese proceso, cumple su propio fin (Hegel,
1990, § 209; traducción modificada de acuerdo con la edición
alemana).

En la Lógica Hegel también nos dice que la idea subjetiva adquiere


realidad sólo en el medio, de manera tal que el medio se convierte en
más importante que el fin, porque es la realización del fin, porque en
él se conserva la racionalidad y se conserva precisamente como un
extrínseco frente al fin, y por eso el poder del hombre no va a residir . . .
encerrado en lo subjetivo, sino que estará plasmado en sus 167
herramientas. Por esto mismo, dirá Hegel, el arado es superior al
producto:

el arado es más noble de lo que son directamente los


servicios que se preparan por su intermedio y que
representan los fines. El instrumento de trabajo se conserva,
mientras los servicios inmediatos perecen y quedan
olvidados. En sus utensilios el hombre posee su poder sobre la
naturaleza exterior, aunque se halle sometido más bien a
ésta para sus fines (Hegel, 1968, p. 658; énfasis nuestro).

Recapitulemos: lo más importante, el «motor» del proceso dinámico


del trabajo NO es el polo subjetivo (la representación idealista; el
conocimiento, etc.) sino la actividad misma del trabajo, la verdadera
mediación entre ambos. Pero ese medio, la actividad, a su vez adquiere
luego un segundo «nivel», digamos, que es el de la «actividad
objetivada» gracias a la herramienta. Marx dice prácticamente lo
mismo cuando explica

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que los productos de la naturaleza se convierten
directamente en órganos de la actividad del obrero, órganos
que él incorpora a sus propios órganos corporales,
prolongando así, a pesar de la Biblia, su estatura natural…
(Marx, 1946, p. 132).

Por eso Marx considera al hombre «un animal que fabrica


herramientas» y que el desarrollo de las fuerzas productivas se medirá
crecientemente por el desarrollo de esa mediación objetiva que
«delimita» al hombre con respecto al animal, y cuyo máximo exponente
será la maquinaria bajo el capitalismo. En los Grundrisse encontramos
una reafirmación de estas ideas; allí Marx sostiene que los medios de
producción son «órganos del cerebro humano creados por la mano
humana; fuerza objetivada del conocimiento» (Marx, 1989, t. 2, p. 230).
«Órganos del cerebro creados por la mano humana» es otra manera
de hablar del «concepto devenido en actividad y medio
transformador».
Sobre la base de lo anterior se puede entender por qué Marx
consideraba que lo que distingue a las diversas épocas económicas no
es lo que se hace, sino con qué instrumentos del trabajo (El Capital, cap.
. . . V)5. Esta es, precisamente, la base de la concepción materialista de la
168 historia. Es en la misma línea de pensamiento que Marx muchas veces
considera a la herramienta como la base de todo el desarrollo social
(ver Marx, 1975, t. 1, p. 82). En toda la obra de Marx se pueden encontrar
a cada momento pasajes que reafirman estas ideas.

La superioridad del método dialéctico

Podemos ahora referirnos brevemente a la concepción de Cohen, al


efecto de destacar la superioridad del tratamiento dialéctico de Marx
frente al análisis «riguroso» de la lógica formal.
Cohen sostuvo, contra concepciones equivocadas del tipo de
«el hombre es la principal fuerza productiva», que no debía hablarse
de «cosas» como fuerzas de producción, sino de sus «propiedades».
Por ejemplo, serían fuerzas productivas la capacidad de trabajo del
hombre, o la capacidad de operar de una máquina. Por esta razón

5
Ver Marx, 1946, p. 32. La rama de la antropología moderna que se ocupa de la
prehistoria no hace sino confirmar esa afirmación de Marx: basta ver que las culturas
prehistóricas se estudian y clasifican según el tipo de herramientas que utilizaban y
las técnicas de fabricación de las mismas.

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Cohen insinúa que Marx adolece de falta de «rigor» porque considera
la «exteriorización» de la fuerza de trabajo como una fuerza
productiva, y no la «cualidad» del hombre. Pero no se trata de eso,
sino del abismo que media entre el método dialéctico y su enfoque
estático-analítico. Si recordamos que «fuerza» alude a una relación y
exteriorización que se produce en el seno del proceso productivo, podrá
comprenderse por qué para Marx la fuerza de trabajo del hombre no
podía ser fuerza productiva por fuera de la interacción activa, (allí
sólo lo es potencialmente) y sólo se convierte en «fuerza de la
producción» dentro del proceso de trabajo.
Por las mismas razones podemos decir que la ciencia «en sí»
tampoco es una fuerza productiva, como sostiene Cohen. La ciencia
sólo puede ser «fuerza» transformadora cuando se incorpora al
proceso productivo, cuando «plasma» o «corporiza» en algunos de
sus momentos (en la máquina, en las operaciones del productor). Por
eso en la historia se registran inventos o avances científicos que tardan
mucho en significar un desarrollo de las fuerzas productivas. Y
tampoco la naturaleza «en sí» (esto es, separada de la acción humana)
es una fuerza productiva; por ejemplo, la electricidad para el hombre
primitivo no era una fuerza productiva, como hoy no lo es el planeta . . .
Venus para el ser humano. 169
Obsérvese que aquellos que pretenden determinar si una cosa o
la otra es la principal fuerza productiva, al margen del proceso de
producción y de su ubicación histórica, se deslizan hacia posiciones
idealistas, porque minusvaloran el punto central del desarrollo que
es la actividad mediadora entre los términos subjetivo y objetivo.
Esto sucede con Cohen, quien afirma que el conocimiento es «el centro
del desarrollo de las fuerzas productivas» (Cohen, 1986, p. 49). Esta es
una reedición de la vieja concepción de que son «las ideas» las que
mueven el mundo, expresada esta vez bajo la cubierta de una tesis
que reivindica el «determinismo tecnológico»; algo parecido sucede
con los schumpeterianos, que ubican a la mente como el primer motor
de la invención tecnológica, y no al trabajo6.

6
Engels ha criticado esta concepción: «El rápido progreso de la civilización fue
atribuido exclusivamente a la cabeza, al desarrollo y la capacidad del cerebro. Los
hombres se acostumbraron a explicar sus actos por sus pensamientos, en lugar de
buscar esta explicación en sus necesidades… Así fue como en el transcurso del
tiempo surgió esa concepción idealista del mundo, que ha dominado el cerebro de
los hombres…» (Engels, 1975, p.85). Esta tesis es confirmada por la moderna
antropología científica, y de este trabajo la pieza clave, fundamental, es la fabricación

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A problemas parecidos conducen los intentos de «definir» al
hombre (como hacen Moreno y otros trotskistas) como «la» fuerza
productiva. Por ejemplo, pueden aumentar el número de obreros sin
que ello signifique un desarrollo de las fuerzas productivas; es el caso
de «crecimientos» extensivos, que terminan en desastres como sucedió
en los regímenes stalinistas desde los ’60.
Con esto se puede entender por qué la importancia de los
momentos de trabajo varía de acuerdo con la variación social y las
relaciones económicas. Por ejemplo, podemos decir que en el período
previo al trabajo específicamente humano, el verdadero «sujeto» era
la naturaleza (de la cual forma parte el hombre) que actuaba tanto
como «instrumento y medio de subsistencia» (Marx, 1989, t. 1, p. 460).
En ese primer estadio, la clave del desarrollo será la evolución de la
herramienta natural, la mano. Por otro lado, cuando el productor es
propietario de la herramienta de trabajo, la maestría del artesano
pasa a ser una fuerza productiva fundamental, clave del desarrollo
(ver ídem; ver también las referencias de Marx en el capítulo sobre
manufactura de El Capital). Por el contrario, en el esclavismo clásico, o
en los regímenes asiáticos que realizaban grandes obras públicas, la
. . . fuerza productiva esencial es la fuerza de trabajo humana potenciada
por la coordinación de la relación esclavista o de la burocracia,
170
mientras que la habilidad manual no tiene un rol importante7. Aquí
la fuerza productiva es «el número» de efectivos empleados, no la
maestría, que es esencial –como fuerza productiva– bajo otra relación
social y otra configuración del proceso de trabajo.

Las fuerzas productivas bajo el capitalismo

Debemos entonces estudiar la articulación particular de las fuerzas


productivas bajo el capitalismo. En él ya no será el trabajo «del»
productor el marco de referencia de la fuerza productiva, sino el

de herramientas. Gracias a haber adquirido una posición erecta, nuestro lejano


antepasado fabrica su primera herramienta: su propia mano (con la oposición dígito-
pulgar), lo que lleva a un mayor desarrollo del cerebro y a que la mano sirva para
fabricar nuevas herramientas. A partir de allí el desarrollo del cerebro, del lenguaje
y de la fabricación de instrumentos de trabajo van de par y en esto consiste
esencialmente el proceso de hominización.
7
Dice Marx al respecto: «Bastaba con el número de obreros congregados y con la
concentración del esfuerzo […] Los trabajadores no agrícolas de las monarquías
asiáticas tenían poco que aportar a aquellas obras, fuera de su esfuerzo físico
individual, pero su número era su fuerza» (Marx, 1946, p. 347).

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colectivo laboral, que es una creación capitalista (con relación al
trabajo del artesano de la edad media), al agrupar y recrear la
cooperación en un nivel muy superior a todo lo conocido antes en la
historia (ver Marx, 1946, t. 1, cap. 11). Surge así una nueva fuerza
productiva, el obrero social, que pertenece al capital; la organización
de este colectivo es ahora también una fuerza productiva importante.
Pero aún más fundamental es entender la inversión que se produce en
las relaciones mutuas de los momentos del trabajo con el paso a la
gran industria, es decir, al modo de producción plenamente capitalista.
Si en el trabajo artesano la herramienta aparece como medio
subordinado al poder del productor, y si en la manufactura la
herramienta todavía está en la mano del obrero, en el capitalismo
desarrollado (gran industria) el hombre pasará a ser mero apéndice
del gigante automatizado que constituye el sistema de máquinas.
Como lo explica Marx, el punto de partida de la revolución industrial
es precisamente el pasaje de la herramienta desde las manos del
obrero al dispositivo mecánico que opera con una cantidad de
herramientas en forma simultánea. De allí surgirá la necesidad de un
mecanismo motor más potente, y de allí también la cooperación de
máquinas semejantes y el sistema de máquinas. Estos desarrollos (que . . .
son desarrollos de las fuerzas productivas), estudiados por Marx en 171
el primer volumen de El Capital, muestran cómo evoluciona la relación
entre los momentos del proceso productivo, donde estadíos anteriores
vuelven a encontrarse, en forma superada. Ahora la cooperación
aparecerá esencialmente como «cooperación de máquinas», y el rasgo
característico del desarrollo de las fuerzas productivas no será el
desarrollo de la habilidad manual del productor8, sino la potencia y
perfección crecientes del mecanismo colectivo. Lo que servía como
parámetro de desarrollo de las fuerzas productivas en un estadio
anterior, ahora no sirve.
Vemos en este proceso, característico del modo capitalista, la
reaparición de las categorías «generales» estudiadas antes, pero ahora
concretadas en su forma más pura. Si «en general» el dominio del
hombre sobre la naturaleza se plasmaba en sus utensilios y
herramientas, y éstos eran la objetivación de los fines subjetivos del
ser humano, ahora Marx parece decirnos que recién en este estadio
del desarrollo histórico se alcanza la «real» objetivación, si se compara

8
Marx dirá que «con el instrumento de trabajo pasa también del obrero a la máquina
la virtuosidad en su manejo» (Marx, 1946, p. 347).

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con todo lo conocido antes, y en particular, con la manufactura (Marx,
1946, p. 315). Ahora, en la maquinaria, «cobran independencia la
dinámica y el funcionamiento del instrumento de trabajo frente al
obrero» (Marx, 1946, p. 331). Y la herramienta se plasma en el
gigantesco autómata, formado por innumerables órganos mecánicos,
dotados de conciencia propia, que actúan de mutuo acuerdo y sin
interrupción para producir el mismo objeto (Marx, 1946, pp. 346-7).
Pero este crecimiento de las fuerzas productivas se produce a
costa del empobrecimiento de uno de los momentos del proceso de
trabajo en cuanto fuerza productiva, el obrero individual, que antes
dominaba un arte y una técnica (que ya había perdido en gran medida
con la manufactura). Esta es una refutación de las concepciones
«humanistas» del desarrollo de las fuerzas productivas, que buscan
medir el desarrollo de las fuerzas productivas por el desarrollo de la
«riqueza» del productor; en general Marx rechazaba la visión (propia
del romanticismo pequeño burgués) que evalúa el progreso histórico
de la producción por el bienestar de los hombres9.
Por eso Marx añade que ahora las fuerzas naturales y del trabajo
social «tienen su expresión en el sistema de maquinaria y forman con
. . . él el poder del patrón». Ahora el verdadero sujeto de las fuerzas
productivas pasa a ser este autómata «dotado de conciencia propia»,
172
y ésta no es otra cosa que la expresión material del dominio del capital,
del trabajo muerto, sobre el trabajo vivo. El desarrollo se hará
mediante el creciente desplazamiento del segundo por el primero, y
esto constituirá la contradicción más íntima del crecimiento
capitalista. A pesar de lo que digan los defensores de las tesis
«humanistas» sobre las fuerzas productivas, es un hecho entonces
que Marx evalúa su desarrollo sobre la base de la acumulación del
capital, extensiva y fundamentalmente intensiva; por ejemplo: «el
nivel alcanzado en su desarrollo por el modo de producción fundado
en el capital […] se mide por la magnitud existente de capital fijo, no
sólo por su cantidad, sino igualmente por su calidad» (Marx, 1989, t.
2, p. 24). Y también en el Manifiesto Comunista Marx y Engels enumeran

9
En Teorías de la Plusvalía, Marx critica las tesis «humanistas» del desarrollo de las
fuerzas productivas, que Sismondi defendió contra Ricardo. Marx toma partido en
este punto por Ricardo, al que califica de científico. Dice que Ricardo quiere «la
producción con vistas a la producción» (o sea el desarrollo de las fuerzas
productivas), y que oponer a la finalidad del desarrollo de las fuerzas productivas
«el bienestar del individuo, como lo hace Sismondi, es afirmar que el desarrollo de
la especie debe detenerse para proteger el bienestar del individuo». (Ver Marx,
1972, t. 2, pp. 98-9.)

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los elementos en que consiste el desarrollo de las FP logrado por la
burguesía y dicen:

La burguesía […] ha creado fuerzas productivas más


abundantes que todas las generaciones pasadas juntas. El
sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de
las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la
agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el
telégrafo eléctrico, la adaptación para el cultivo de
continentes enteros, la apertura de los ríos a la navegación,
poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran
de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar
siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en
el seno del trabajo social? (Marx y Engels, 1975, pp. 26-7,
énfasis nuestro.)

Las citas se pueden multiplicar. Pero lo esencial es comprender que,


bajo el capitalismo, desarrollar las fuerzas productivas es entonces
acumular plusvalía en la esfera productiva, con vistas a aumentar la
producción de plusvalía, incrementando los volúmenes de capital y
al mismo tiempo desplazando mano de obra. El capital que fracasa . . .
sistemáticamente en hacerlo, pierde ante la competencia y es
173
derrotado, es decir desaparece. De ahí la concepción de Marx de que el
capitalismo no puede existir sin acumular, sin revolucionar
permanentemente todos los medios de producción (ver Marx, 1946,
caps. 22/23).

Armamento, ecología y fuerzas productivas

Con lo visto hasta aquí puede comprenderse lo erróneo de considerar


que las fuerzas productivas estén estancadas porque crezca la
industria armamentista. Este problema debe discutirse en relación
con la acumulación, no «en sí».
Por supuesto, teóricamente es posible demostrar (y Marx alude
al tema al referirse a las industrias de lujo, que pueden equipararse
hasta cierto punto con el rol de la industria militar en los esquemas de
acumulación), que si la industria armamentista excede determinados
límites puede llegar a absorber toda la plusvalía disponible para la
acumulación, de manera que se daría una desacumulación, o un
estancamiento permanente. Esto ha sucedido en las guerras (tomando
a los países beligerantes de conjunto), produciéndose así una

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destrucción absoluta de las fuerzas productivas. Pero en la posguerra
los gastos armamentistas ocuparon en general una parte bastante
menor al 10% del producto nacional, dejando lugar, por lo tanto, a la
acumulación ampliada. La relación gastos militares/PNB (producto
nacional bruto) para los principales países imperialistas fue:

1950 1955 1960 1965 1970

EE.UU. 5,7 9,9 9,1 7,6 8,3


G. Bretaña 6,3 7,7 6,3 5,9 4,9
Francia 5,8 4,9 5,4 4,0 3,3
Alemania Occ. 4,5 3,3 3,2 3,9 3,2
Italia 3,2 2,8 2,5 2,5 3,6

(Fuente: Citado por Mandel, 1979, pp. 270-1)

Por otra parte es necesario tener una visión histórica del


problema y del papel que ha jugado el ejército en la historia del
capitalismo. Por ejemplo, que la cibernética, la computación, aviación,
. . . la energía atómica, y tantos otros inventos, hayan sido desarrollados
en el ejército antes de pasar a la producción capitalista civil, no implica
174
el estancamiento de las fuerzas productivas. Por último digamos que
gran parte de la historia del capitalismo está marcada por incesantes
guerras, y no por ello Marx y Engels negaron el desarrollo de las fuerzas
productivas. Todo se reduce, una vez más, a decidir si las tasas de
acumulación capitalista avanzan o no; si la riqueza material, en la
forma de medios de producción, crece o no. La destrucción y el
retroceso de la producción que afectaron a Europa en las dos grandes
guerras de este siglo nos están diciendo que se trató de períodos
globales de destrucción de las fuerzas productivas (aunque no para
los Estados Unidos). Por el contrario, la Revolución Industrial inglesa,
que se considera un período de desarrollo del capitalismo, coincidió
en buena parte con las guerras napoleónicas que asolaron a Europa.
La paz que siguió fue acompañada por una fase de estancamiento
económico. El desarrollo de las fuerzas productivas en Alemania desde
1900 a 1913 fue acompañado por una frenética carrera armamentista.
Por eso no se puede decir que basta que haya fuertes gastos en armas,
guerras o muchas invenciones en el ejército para sentenciar que las
fuerzas productivas no se desarrollan y que necesariamente la paz
sea sinónimo de mayor crecimiento.

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Otro argumento de la posición «estancacionista» se refiere a la
destrucción de la naturaleza. Se habla del efecto invernadero, de la
lluvia ácida, de la capa de ozono, de la destrucción de los bosques, etc.
Es evidente que el desarrollo del capitalismo se asentó en un
colosal despilfarro y destrucción de recursos naturales (como ya lo
había señalado Engels), y que esta destrucción alcanzó niveles nunca
imaginados. Pero de allí existe un gran paso a poder afirmar que ésta
es la contradicción fundamental sobre la cual se sustenta el programa
de la revolución socialista. Los que sostienen que la contradicción
fundamental entre el capitalismo y la naturaleza (tesis del ecologismo
de izquierda), deben deducir que las premisas de la revolución
socialista no surgen como una necesidad ineludible del desarrollo
contradictorio, interno, del sistema, sino de la contradicción de la
sociedad «en general» con la naturaleza. De ello se deduciría que es
posible y necesaria una alianza con las clases medias –con un
programa «racional»– e incluso con los capitalistas interesados en el
cada día más rentable negocio ecológico, para salvar a la humanidad
de la devastación planetaria. Tal vez sea ilustrativo del fracaso de
esta crítica al capitalismo lo que sucedió con el ecologismo de izquierda
europeo y norteamericano. En los años setenta éste sostenía que las . . .
energías no nucleares eran incompatibles con el capitalismo, y que 175
por lo tanto la lucha por la energía solar o eólica llevaría a la revolución
socialista. Pero es un hecho que los mismos monopolios dedicados a la
extracción de hidrocarburos fomentan (desde los ochenta, por lo
menos) la investigación en otros tipos de energía, porque advierten
que pueden llegar a transformarse en un negocio rentable. Lo mismo
podermos decir de las recientes mutaciones de empresas
norteamericanas, dedicadas hasta hace poco tiempo a la industria de
guerra, y que hoy hacen pingües negocios con la ecología en California
y otros estados.

Desarrollo de las fuerzas productivas y revolución

Existe una idea, muy extendida en el trotskismo, que sostiene que


para que triunfe una revolución socialista el capitalismo debe haber
agotado completamente sus posibilidades de desarrollo. De esta
manera, se llega a decir que si no hubiera existido la revolución de
Octubre, Rusia hubiera quedado en el mismo nivel de desarrollo de
las fuerzas productivas que el de 1917; en la misma línea de

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razonamiento se debe sostener que hoy es imposible la expansión del
capitalismo en Rusia.
Así, con esta tesis se llega a una de esas posiciones que hacen
aparecer al marxismo como un dogma sólo sostenible a costa de negar
la realidad. Pero los partidos trotskistas tienen mucho interés en
demostrar este estancamiento secular porque, en su óptica, si las
fuerzas productivas se hubieran desarrollado –a nivel mundial–
después de 1917, se demostraría que el programa revolucionario del
bolchevismo habría estado equivocado y, peor aún, no habría ninguna
posibilidad revolucionaria.
La única justificación «teórica» para sostener esta posición es
la famosa Contribución a la crítica de la economía política, de Marx, donde se
da a entender que la revolución y el reemplazo del antiguo modo de
producción por un superior sólo es posible si se llega a un
estancamiento en términos absolutos de las fuerzas productivas, esto
es, si el antiguo modo de producción se «agotó» y ya no permite
ningún nuevo avance10.
Pero… ¿es posible demostrar que el capitalismo había llegado
en 1917 a una imposibilidad absoluta de seguir desarrollando las
. . . fuerzas productivas? Sin embargo, la revolución socialista triunfó en
Rusia. O podemos presentar el siguiente problema: cuando se
176
aproxima la crisis de 1857 Marx esperaba el estallido de una
revolución proletaria en Europa, para lo cual escribe los Grundrisse, a
los que consideraba esenciales para dar una «basamento teórico» al
movimiento revolucionario que esperaba. Sin embargo, no pretende
encontrar una razón para que el capitalismo ya no pudiera seguir
desarrollando las fuerzas productivas, en términos absolutos; a pesar
de eso, creía en la posibilidad de una revolución proletaria. Por otra
parte, Marx era conciente, y así lo dijo a lo largo de toda su obra, que
el capitalismo no puede sobrevivir sin revolucionar constantemente
las fuerzas productivas.
En nuestra opinión, la única forma de salir de esta contradicción
entre la cita anterior de Marx por un lado, y toda su teoría y la evidencia
del desarrollo capitalista y la lucha de clases, por el otro, es
cuestionando la aplicabilidad al régimen capitalista de la concepción
planteada en la Contribución…

10
El pasaje del «Prólogo…» que da pie a esta interpretación es el siguiente: «Una
formación social jamás perece hasta tanto no se hayan desarrollado todas las fuerzas
productivas para las cuales resulta ampliamente suficiente» (Marx, 1980, p. 5)

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En este punto nos apoyamos en la interpretación que da Elster
(1990) de ese pasaje. Elster sostiene que esta cita es aplicable a los
modos de producción precapitalistas, pero no al capitalismo. De hecho,
Marx se refirió muchas veces a que las formas precapitalistas de
producción eran esencialmente conservadoras en lo que respecta al
cambio tecnológico, que éste se producía de forma lenta, y cuando las
fuerzas productivas aceleraban su desarrollo entraban en conflicto
agudo con las relaciones de producción.
Es decir, las relaciones de producción de determinados modos
de producción precapitalistas eran incompatibles con determinados
avances tecnológicos. En cambio, el capitalismo es esencialmente
dinámico en lo que respecta al cambio tecnológico y revoluciona
permanentemente las fuerzas productivas.
También Elster recuerda que, en el primer tomo de El Capital,
Marx sostiene que «todos los anteriores modos de producción eran
esencialmente conservadores». Y en los Grundrisse existe un extenso
pasaje, también citado por Elster, en el cual se destaca la diferencia:
«A pesar de estar limitado por su propia naturaleza, el capital lucha
hacia el desarrollo universal de las fuerzas de producción y se
convierte en la presuposición de un nuevo modo de producción […] . . .
Todas las formas anteriores de sociedad zozobraron debido al 177
desarrollo de la riqueza o, lo que es igual, debido a las fuerzas sociales
de producción» (Elster, 1990, pp. 188-9, énfasis de Elster).
Aquí Marx dice claramente entonces que los modos de
producción precapitalistas sucumben porque son incapaces de
absorber el cambio tecnológico –por ejemplo, Marx recuerda la
destrucción del feudalismo mediante la brújula, la pólvora y la
imprenta–, mientras el capitalismo fue capaz de absorber todos los
cambios tecnológicos –y por cierto que muy rápidos y violentos
durante muchos períodos– que se sucedieron11.
Se puede argumentar que estos cambios tecnológicos no se
incorporan a la producción en la misma medida en que están
disponibles, es decir, que la tasa de cambio tecnológico potencial es
mayor que la tasa de cambio tecnológico real. Esto es cierto, y ya Marx
habría constatado –teórica y empíricamente– que la máquina

11
También en Marx, 1983, encontramos una comparación con los regímenes
precapitalistas; Marx anota que en esos modos de producción «los magistrados
habían prohibido, por ejemplo, los inventos, para no quitarles el pan de la boca a los
trabajadores» (p. 91) y lo contrasta con el modo de producción capitalista.

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tropezaba con las condiciones capitalistas para su introducción en la
producción. Pero eso no niega, evidentemente, que el capitalismo haya
podido seguir desarrollando las fuerzas productivas, cuando las
condiciones de valorización fueron convenientes.
En este aspecto la interpretación de Elster nos parece correcta,
en el sentido de que la afirmación de la Contribución… no vale para el
capitalismo. De todas maneras queda por discutir por qué Marx no
explicitó el punto, cuando en todos los otros textos citados ése parece
ser su pensamiento. Es un problema abierto que habrá que seguir
estudiando.

Un desarrollo tendencial «en espiral»

Llegados a este punto nos apartamos de la interpretación de Elster,


porque para éste las posibilidades de desarrollo están libres de
contradicciones profundas, y los «derrumbes» del sistema
desaparecen de su visión. Elster parece interpretar, además, que ése
era el pensamiento de Marx.
Pero, en realidad, en la propia cita de los Grundrisse que nos
... presenta y en muchos otros pasajes, Marx recuerda que el modo de
178 producción capitalista «es una forma limitada de producción», es decir,
el desarrollo de las fuerzas productivastropieza con barreras. Marx
está muy lejos de tener una visión «productivista», de evolución lineal
de las fuerzas productivas (en la que pretendió apoyarse el reformismo
de la Segunda Internacional); por el contrario, se trata de un desarrollo
inherentemente contradictorio.
Es que el desplazamiento de la mano de obra por la herramienta
–o sea, el dominio creciente del traba muerto sobre el trabajo vivo–
ahoga la fuente de valorización del capital, y con ello embota el acicate
fundamental que empuja al desarrollo de las fuerzas productivas. De
ahí las crisis periódicas, de ahí también los desarrollos «en espiral»,
con fuerzas productivas cada vez mayores y más universales
comprometidas en crisis recurrentes. La teoría del capital de Marx,
del desarrollo de las fuerzas productivas y de su crisis, constituye así
un todo orgánico, porque los límites son internos, inherentes, al mismo
desarrollo.
No se puede captar esta dialéctica si no se comprende qué son
las fuerzas productivas, si no se capta la tendencia al desplazamiento
de la actividad humana (creadora de valor) por la máquina (valor
objetivado), si no se entiende que toda la historia del capital es la

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historia del crecimiento de esa contradicción. Por eso las crisis son
inevitables. Aquellos que desprecian estos conceptos fundamentales
para seguir aferrados a la muletilla de que el obrero es la fuerza
productiva principal bajo el capitalismo, en realidad están
desconociendo lo más profundo de toda la obra de Marx. Deberían
fundar su teoría de las crisis en otra no marxista; y debería además
intentar explicar teóricamente por qué el capitalismo, desde 1914,
sólo podría recuperarse de sus crisis (de acuerdo con sus concepciones)
hasta un nivel de desarrollo igual al que existió aquel año, nunca
superior a nivel mundial.
El mismo desarrollo entonces crea las condiciones de la
revolución. Posiblemente una razón adicional para que muchos grupos
trotskistas se negaran a reconocer el desarrollo de las fuerzas
productivas estriba en que sólo pueden concebirlo de forma
linealmente evolutiva. Pero evidentemente un error no se puede
subsanar con otro simétrico.
Es claro que, desde sus más tempranos trabajos, Marx y Engels
concibieron el camino del desarrollo y crisis capitalista «en espiral».
Esto se puede ver en El Manifiesto Comunista y se repite en los Grundrisse,
donde Marx habla de las contradicciones que «derivan en estallidos, . . .
cataclismos, crisis», que constituyen el aniquilamiento de una gran 179
parte del capital; y este punto es la base para proseguir la marcha
hacia nuevas y mayores crisis (Marx, 1989, t. 2, pp. 282-4). De esta
forma «estas catástrofes regularmente recurrentes tienen como
resultado su repetición en mayor escala, y por último el
derrocamiento violento del capital (ídem, pp. 283-4; énfasis nuestro).
En síntesis, para Marx:

a) el desarrollo de las fuerzas productivas es el desarrollo de la


acumulación capitalista;
b) ese desarrollo lleva a crisis;
c) las crisis son la manifestación del choque de las fuerzas
productivas con las relaciones de producción;
d) estamos, por lo tanto, en presencia de avances y estallidos o
«derrumbes» violentos;
e) si no hay salida revolucionaria, la buguesía terminará por
reanudar la acumulación;
f) esa salida prepara, sin embargo, crisis mayores.

Anotemos brevemente (aunque esperamos desarrollarlo en un


próximo trabajo) que Lenin captó el sentido de la contradicción entre

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el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción
en el capitalismo, al sostener que la era del imperialismo conoce los
períodos de extremo desarrollo y de aguda crisis, que preparan el
terreno material de la revolución. Escribe Lenin:

Sería un error creer que esta tendencia a la descomposición


excluye el rápido crecimiento del capitalismo. No; […] en su
conjunto el capitalismo crece con una rapidez
incomparablemente mayor que antes, pero este crecimiento
no sólo es, en general, cada vez más desigual, sino que esta
desigualdad también se manifiesta, en particular, en la
descomposición de los países de mayor capital (Lenin, 1973,
pp. 491-2).

Tendencialmente, entonces, es esa contradicción la que, como


dice Marx, lleva al sistema «a su disolución».

Bibliografía

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Therborn, G. (1980): Ciencia, clase y sociedad, Siglo XXI, Madrid.

Publicado por primera vez en Debate Marxista N° 8, noviembre de 1996 y


reeditado en «Crítica del Programa de transición», Cuadernos de Debate
Marxista, en agosto de 1999 y en enero de 2003. Sólo en la presente edición
figura como «Apéndice» de la «Crítica...»

...
181

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REFLEXIONES SOBRE
EL PERONISMO DE IZQUIERDA

...
182

Por estos días he terminado de leer el primer tomo de El peronismo.


Filosofía política de una persistencia argentina (Buenos Aires, Planeta, 2010),
de José Pablo Feinmann. Es un texto interesante, que puede ser
disparador de varios debates. También el segundo volumen contiene
material importante, aunque se repiten algunas temáticas y
argumentos ya planteados en el primer tomo. En esta nota realizo
algunas reflexiones sobre el peronismo de izquierda revolucionario, a
partir de la presentación que hace Feinmann de las posiciones de esta
corriente en las décadas de los 50 a los 70. En lo que sigue también
utilizo Nacionalismo burgués y nacionalismo revolucionario (Buenos Aires,
Contrapunto, 1986), del artista plástico y militante del peronismo de
izquierda, Ricardo Carpani.

El «viejo» peronismo revolucionario

En opinión de Feinmann, el mejor representante del peronismo


revolucionario ha sido John William Cooke. Efectivamente, Cooke es
clave para entender a la militancia peronista que buscó trabajar desde

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el seno del movimiento de masas, en un sentido socialista. Dado que
mucha gente joven no lo conoce, en el Apéndice reseño brevemente su
vida.
Una de las primeras cuestiones que destaca Feinmann es que
Cooke pensaba que la lucha revolucionaria debía ser protagonizada
por las masas, y no por vanguardias iluminadas. Por eso, y a pesar de
su respeto y amistad con el Che, Cooke nunca fue foquista. «La
concepción de Cooke no es la de Guevara... Para Cooke la cosa no es
primero el foco, después el pueblo. No es primero una minoría y
después las masas. (…) El verdadero revolucionario es aquel que
trabaja con y desde las masas» (Feinmann, p. 382). A partir de aquí, y
siendo Cooke socialista, el problema que se plantea es cómo lograr que
la clase obrera argentina asuma un programa y una estrategia
socialistas. La respuesta a este interrogante se articula en base a dos
supuestos centrales: que el peronismo no puede ser asimilado por el
régimen burgués; y que desde el peronismo se podía radicalizar el
enfrentamiento de las masas peronistas con la clase capitalista,
superando al propio peronismo.
La idea de que el peronismo no es asimilable está sintetizada en
la famosa frase de Cooke, «el peronismo es el hecho maldito del país . . .
burgués». ¿Por qué? Pues porque Perón era el líder del enemigo de la 183
burguesía, y el peronismo había soliviantado a esas masas
trabajadoras (por ejemplo, otorgando grandes derechos sindicales).
De ahí que el movimiento nacional no podría ser integrado en el
régimen democrático burgués: «El régimen no puede
institucionalizarse como democracia burguesa porque el peronismo
obtendría el gobierno», escribía Cooke en «La revolución y el
peronismo», (citado por Feinmann, p. 388). Y dado que las masas eran
peronistas, había que ingresar al peronismo para dar la batalla desde
allí. En palabras de Feinmann: «Cooke... es el ideólogo del peronismo
revolucionario porque es el ideólogo del entrismo en las masas. Somos
peronistas porque las masas lo son y debemos llevarlas hacia la lucha
por la liberación nacional» (p. 375). Aquí está el origen conceptual de la
izquierda peronista. Aunque se refiere en particular a la izquierda
peronista que no cayó en el vanguardismo, al estilo de los Montoneros.
Feinmann agrega: «hay que estar en el peronismo porque ahí están las
masas y sin las masas no hay revolución posible, sino que se genera el
vanguardismo sin pueblo que termina girando en el vacío» (p. 378). Y
en un diálogo imaginario con René Salamanca (dirigente de los obreros
mecánicos de Córdoba, militante del PCR), le hace decir a Cooke: «la

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identidad política de los obreros argentinos es el peronismo. No estar
ahí, es estar fuera». En otro pasaje, Feinmann anota: «La sustancia de
la revolución son las masas. De aquí que el peronismo se presentara
tentador. Con un empujoncito más hacemos de este pueblo un pueblo
revolucionario y el líder (Perón) no tendrá más que aceptarlo. No se
trabajaba sólo para obedecer a Perón y aceptar su conducción
literalmente. (…) Se trabajaba para que el pueblo peronista diera hacia
adelante el paso que aún lo alejaba de las consignas de lucha socialistas.
Una vez producido esto, Perón no tendría más remedio que aceptarlo.
El que entiende esto entiende todo el fenómeno complejo de la izquierda
peronista» (p. 384). Esto resume lo central del pensamiento de la
izquierda peronista (aclaremos, la izquierda peronista que se proponía
avanzar al socialismo; bastante distinto de lo que hoy se presenta
como «izquierda» peronista).

La liberación nacional conduce al socialismo

Además de la imposibilidad de integración al régimen burgués, el


otro elemento fundamental es que se asumía al peronismo como un
. . . movimiento de liberación y afirmación nacional; y por aquellos años
184 ‘60 y ‘70 toda la izquierda pensaba que la liberación nacional sólo
podría imponerse enfrentando con métodos revolucionarios al
imperialismo. Pero esto llevaría al socialismo. Por lo cual, el peronismo
(como le sucedería a todo movimiento del liberación nacional) sería
superado-conservado (el aufhebung hegeliano) por el socialismo (la
formulación es de Feinmann). En otras palabras, el capitalismo sería
derrotado porque la lucha contra el colonialismo sería imparable, y el
imperialismo no podría absorberla.
Enfaticemos que en el peronismo de izquierda existía claridad
en cuanto al carácter burgués del peronismo, y por eso «no se trabajaba
solo para obedecer a Perón y aceptar su conducción literalmente». Había
conciencia de que Perón era, en última instancia, «un representante
de la burguesía, del capitalismo» (Feinmann, p. 232), y el peronismo, a
lo sumo, un «movimiento capitalista humanitario y distribucionista»
(ídem, p. 220). Pero a partir de sus contradicciones con el imperialismo
y sus «agentes locales» (la oligarquía, el capital financiero, el gran
capital local), se visualizaba la posibilidad de que iniciara el tránsito
al socialismo, ya que el imperialismo no podía absorber la lucha por
la liberación. Con esta perspectiva en mente, Cooke invita, en los años
1960, a Perón a sumarse a un «frente revolucionario extendido en

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todo el planeta» (carta de Cooke a Perón, citada por Feinmann en p.
397). En ese frente participaban Ben Bella (Argelia), Sekú Torué (líder
de la independencia y presidente de Guinea), Nkrumah (líder de la
lucha por la independencia de Ghana), Nasser (Egipto), Tito
(Yugoslavia) y Castro.
Aunque Perón no siguió el consejo de Cooke, lo importante es
que la militancia peronista de izquierda creía que la historia empujaría
al movimiento nacional a superar sus propios límites; incluso en contra
de los deseos de su conductor. En este respecto, la diferencia con la izquierda
radicalizada y no peronista no pasaba tanto por el pronóstico histórico
general («el triunfo de la liberación nacional llevará al socialismo»),
sino sobre que ese proceso pudiera ocurrir desde el peronismo. La
izquierda radicalizada (guevarista, trotskista, maoista) pensaba que
el peronismo tenía limites de clase precisos. La izquierda peronista,
en cambio, veía el desenlace socialista como muy probable. Al margen
de lo que quisiera Perón, las masas empujarían en dirección al
socialismo, superando las limitaciones de la propia dirección. La
Resistencia había galvanizado el proyecto. Esta perspectiva llevaba,
en los mejores exponentes del peronismo revolucionario, a cuestionar
abiertamente el carácter burgués del movimiento. Esto se aprecia . . .
claramente en el siguiente texto de Carpani, que es de 1972: 185
«Finalmente, (el peronismo revolucionario) delimita y profundiza su
conciencia y sus objetivos a partir de la caída de Perón en 1955, durante
la Resistencia Peronista y las luchas posteriores, que desembocan en
la conformación de un pensamiento peronista revolucionario,
plenamente consciente de sus objetivos de clase y tajantemente
diferenciado del peronismo burgués y burocrático» (p. 70). Carpani
llega a decir que para avanzar no hay siquiera que conformarse con
un programa de estatizaciones, como habían planteado los programas
de La Falda, Huerta Grande o de la CGT de los Argentinos.
Explícitamente criticaba «la creencia de que, sobre la base de un
programa de nacionalización de los recursos fundamentales, pero
manteniendo en lo esencial el régimen de la propiedad privada, existía
la posibilidad para esa burguesía (se refiere a la burguesía industrial
argentina) de un destino independiente del imperialismo» (p. 73). Una
afirmación de este tipo podía suscribirla tranquilamente cualquier
trotskista de aquellos años. Aquella militancia «del movimiento
nacional» advertía que existía una división profunda entre el
peronismo burgués (burocrático, acomodaticio, institucional) y el

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peronismo revolucionario que reivindicaba, y al que identificaba con
la clase obrera, con los explotados.

Ni punto de contacto con lo de hoy

Cualquiera que siga medianamente la política actual podrá apreciar


la distancia que media entre aquella vieja izquierda peronista, que se
asumía como revolucionaria, y lo que hoy puede llamarse peronismo
de izquierda. Cooke, o los militantes que llegaban al peronismo desde
Marx (muchos hicieron este derrotero) tenían como meta el socialismo,
y en este empeño llegaban a disputar no solo con las conducciones
intermedias, sino con el mismo Perón. Lo mismo sucedió con muchos
(no todos) jóvenes que se iniciaron en los movimientos cristianos y
nacionalistas de derecha, y terminaron en las alas de izquierda del
peronismo (por ejemplo, parte de la dirección de Montoneros). Cooke
criticó el Congreso de la Productividad porque intentaba aumentar la
productividad a costa del esfuerzo de los trabajadores
(sintomáticamente, la patronal se quejaba por entonces de la falta de
disciplina obrera en las empresas); y también las negociaciones de
. . . Perón con la Standard Oil. Después del golpe de 1955, luchó en la
186 Resistencia. Y si bien fue artífice principal del pacto con Frondizi, a
partir del triunfo de la revolución cubana radicalizó su postura, y
trabajó por un acercamiento del justicialismo con el castrismo.
Finalmente, murió pobre y aislado. Nada que ver con una militancia
«izquierdista» que hoy defiende a tránsfugas del CEMA y la Ucedé,
aplaude a funcionarios que se enriquecen de la noche a la mañana
participando de fabulosos negociados, y saluda como aliados a
burócratas-sindicales-empresarios, para seguir a la caza de puestos,
y más puestos. No quedan ni rastros de la vieja llama crítica,
cuestionadora, anti-sistema.
Volviendo al ideario peronista revolucionario, no quiero
disimular las diferencias que nos separaban. En aquellos años 70 yo
militaba en el trotskismo, y los trotskistas pensábamos (como en
general muchos otros marxistas) que el peronismo no podía
evolucionar hacia el socialismo. Discutíamos muy fuerte sobre esto.
También criticábamos el vanguardismo armado, elitista, de los
Montoneros (y del ERP). Pero por encima de esas diferencias, había un
sentido de pertenencia a la izquierda revolucionaria. Lo he visto y
vivido (y lo mismo le ha pasado a otros compañeros) en las muchas
experiencias de lucha, de organización y combates dados desde el

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seno del movimiento de masas. La militancia de izquierda peronista,
al menos en su gran mayoría, estaba comprometida con un ideal de revolución.
No sé hasta qué punto lo estaría la dirección de Montoneros (o una
parte importante de ella), pero sí lo estaban cientos o miles de
militantes de base, e intermedios, que se jugaban todos los días en la
pelea contra burócratas o patronales. Ese peronismo de izquierda de
los 70 fue girando, primero hacia la no aceptación de la conducción
estratégica de Perón, luego hacia la oposición abierta, como señala
Feinmann (p. 109). Como es conocido, el enfrentamiento no comenzó
cuando asumió Isabel. En junio de 1974 Carpani llamaba a construir
«la organización independiente de los trabajadores, que garantice la
hegemonía directiva de la clase obrera en la lucha por la liberación
nacional y social» (reproducido en op. cit. p. 88). Por la misma época,
caracterizaba la política de Perón, de 1973-4, como «una política
nacionalista burguesa, fundada en un pacto social entre los
trabajadores y la burguesía, tendiente en una primera etapa a
renegociar la dependencia del país en términos más favorables para
el sector de la burguesía industrial monopolista de capital
prevalecientemente nacional». Y agregaba: «Dicho proceso pasa por
alto, tanto el grado de conciencia logrado por los sectores más . . .
combativos de la clase obrera y el nivel de sus reivindicaciones, como 187
el carácter orgánico de la dependencia de las burguesías
semicoloniales respecto al imperialismo, dependencia que se halla
implícita en las mismas condiciones de supervivencia del sistema
capitalista» (p. 96). Gelbard, por entonces ministro de Economía, que
hoy es considerado casi un revolucionario, era definido por Carpani
como un «representante conspicuo de la burguesía industrial
monopolista pretendidamente nacional». Precisemos que la política
económica de Gelbard, si bien burguesa, era mucho más estatista y
nacional que cualquier cosa que pueda verse hoy. ¿A quién se le podía
ocurrir, en el peronismo «a lo Carpani», que la «liberación nacional y
social» iría de la mano de los Boudou y De Vido, de los Eskenazi y
Cirigliano, de los Alperovich e Insfrán, de la Exxon y la Barrick Gold
de entonces?

¿«Desencuentro trágico»?

La ruptura-enfrentamiento de los 70 entre la conducción del peronismo


y la izquierda peronista no fue un proceso lineal, y tuvo muchos
aspectos cuestionables. La postura que tomó Montoneros al día

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siguiente de Ezeiza siempre me pareció muy criticable (¿por qué
callaron la aquiescencia, por decir lo menos, de Perón con la matanza?).
También los silencios ensordecedores ante los primeros asesinatos de
la Triple A (¿por qué se disimulaba que los asesinos tenían el respaldo
del propio Perón?). Sin embargo, estas «agachadas» (así las
interpretábamos desde la izquierda no peronista) no impidieron que
el conflicto se profundizara. Muchos militantes de base y cuadros
intermedios tenían dudas, pero ante la encrucijada de elegir entre los
burócratas-burgueses, y los trabajadores, se decidieron por los trabajadores.
Y el enfrentamiento fue brutal, porque los matones y asesinos tenían
el apoyo del Estado (¿o acaso también hay que creer que el terrorismo
de Estado comenzó el 24 de marzo de 1976?) y la vía libre de la
impunidad.
Seamos claros: fue un enfrentamiento que afectó la médula del sistema,
porque cuestionó a la burocracia sindical. En muchas empresas, en especial
en metalúrgicos y mecánicos, fueron desplazadas direcciones
burocráticas. Este cuestionamiento por la base al poder sindical fue,
por supuesto, más peligroso para la burguesía (y para la derecha) que
la Universidad «nacional y popular» (barrida por los fascistas
. . . Ivanisevich y compañía), y potencialmente más subversivo, en el largo plazo,
188 que el accionar de los grupos armados. El enfrentamiento era el hijo del
Cordobazo, pero en una etapa superior de lucha, porque a partir del
‘73 el gobierno era peronista. En la izquierda se alineaban montos,
peronistas de base, trotskistas, maoístas, militantes de superficie del
de base, he compartido reuniones de agrupaciones de empresa donde
discutíamos (y a veces muy duramente), pero también
organizábamos, y salían cosas medianamente buenas (un boletín de
fábrica, una colecta para una huelga, ir a visitar otros trabajadores
que estaban haciendo una olla popular). Naturalmente, también
compartimos la cárcel o la tortura; y el compañerismo o amistad con
tantos militantes desaparecidos. Repito, estábamos en el mismo
«bando». Entre nosotros había diferencias, pero no había
«desencuentro trágico», sino un «encuentro» consciente, porque
subyacía una unidad de fondo. Hoy, en cambio, no hay encuentro
posible con esa izquierda peronista que aplaude discursos que llaman
«privilegiados» a los docentes, «extorsivas» a las huelgas, y acusan
por «golpistas» a luchas obreras que reclaman aumentos salariales.
¿Qué tiene que ver esto con el «desarrollo de la conciencia social» del
proletariado, que pedían Carpani y otros exponentes del peronismo
revolucionario? En los 70 a nadie, que no fuera un amigo de López

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Rega, se le ocurría pensar que una huelga era «funcional a la derecha»;
nadie miraba para otro lado y tapaba responsabilidades en tragedias
como la de Once. Por aquellos años, a nadie de la izquierda se le cruzaba
por la mente justificar el enriquecimiento sin límites del lumpen
burgués-estatista, mientras agita banderas «nacionales» y condena
al activismo que se levanta contra la megaminería.

La experiencia del «entrismo» en las masas peronistas

La historia del peronismo revolucionario «a lo Cooke» también


encierra una enseñanza muy importante para la militancia de hoy: la
imposibilidad de transformar «desde adentro» y desde la militancia,
a un movimiento nacional burgués en un movimiento revolucionario
y socialista. No fue posible en los tiempos de mayor enfrentamiento
entre el peronismo proscrito y la alta burguesía argentina. En los ‘60,
y por lo menos hasta mediados de los ‘70 (en 1975 EE.UU. sale
derrotado de Vietnam), hubo un marco internacional que parecía
extremadamente favorable. Asistíamos al auge del tercermundismo,
la revolución cubana entusiasmaba, y se contaba con el «respaldo»
de la URSS y China a los movimientos de liberación nacional. El apoyo . . .
de los soviéticos a la dictadura de Videla, y antes de China a Pinochet, 189
socavaría esta confianza, pero en los años ‘60 y comienzos de los ‘70,
pocos la cuestionaban.
Sin embargo, y aun con todo este contexto, la experiencia demostró
que no bastaba con el «empujoncito» para que las masas «superaran» a Perón, y
el programa del peronismo. Es que nunca se terminaba de romper con el
sistema capitalista y el proyecto nacional-estatal-burgués. Muchas
veces se habló «del giro a la izquierda de las masas peronistas»
(expresión que lanzó Codovilla, en 1946); pero el giro siempre terminó
en el reformismo burgués. Hubo grupos trotskistas que plantearon la
táctica de la «exigencia» («que la CGT imponga su programa con la
huelga general», etc.), pero esta agitación no tuvo mayores
repercusiones. El pretendido «empujoncito» no pudo darlo Cooke, a
pesar de ser el delegado personal de Perón en Argentina durante el
período más duro de la resistencia. Tampoco pudieron darlo los grupos
trotskistas que buscaron hacer entrismo en el peronismo. Por ejemplo,
a partir de 1953-4 los grupos dirigidos por Nahuel Moreno y Esteban
Rey se dirigieron a las masas peronistas desde el Partido Socialista de
la Revolución Nacional (que bajo la dirección de Dickmann se había
acercado al gobierno), pidiendo medidas efectivas para frenar el golpe

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que se avecinaba. Además, no sólo Milcíades Peña (como pretende
Feinmann) exigió armas a la CGT para enfrentar a la Libertadora;
hubo otros militantes de izquierda. Luego, durante la Resistencia,
algunos se asumieron como parte del movimiento peronista. Fue el
caso del grupo de Nahuel Moreno, cuando publicaba Palabra Obrera,
órgano del Movimiento de Agrupaciones Obreras, que militaba en las
62 Organizaciones, a fines de la década de los 50. Pudo haber habido
influencia sindical, pero no hubo superación alguna del peronismo.
En la década del ‘60, y hasta 1972, algunos grupos trotskistas también
lucharon por la vuelta de Perón, no sólo porque era una reivindicación
democrática elemental, sino porque pensaban que la demanda no era
asimilable por el régimen burgués. Pero las masas peronistas no
viraron hacia ellos (y Perón volvió sin revolución socialista).
Asimismo, muchos militantes provenientes del marxismo
intentaron llevar a cabo el sueño de Cooke, esto es, constituir desde el
interior del peronismo a la clase obrera en sujeto revolucionario. Los
resultados fueron, de nuevo, muy escasos. Incluso los compañeros
que tenían fuerte inserción de masas, no podían radicalizar el
movimiento más allá de los límites establecidos por Perón o por las
. . . «20 verdades» del justicialismo (un recetario de consejos pro-
190 capitalistas, estatistas y cristianos, empapados de conciliacionismo
de clase). Lo he visto y vivido. Cuando militantes de montos o del
peronismo de base (subrayo, con inserción, no estoy hablando de los
que caían en paracaídas) intentaban, en charlas con los trabajadores
comunes, cuestionar o traspasar los límites, empezaban a sentir el
silencio y el vacío a su alrededor. La gente acompañaba en la lucha
contra la burocracia (y hasta cierto punto), pero el paso político hacia el
socialismo no se daba. En otras palabras, el peronismo no era «superado»
en ningún sentido socialista. No bastaba con el bendito «empujoncito».
La izquierda revolucionaria podía estar «dentro» del peronismo
indefinidamente, pero no podía dar el tono general del movimiento
nacional. Esto fue así cuando estuvo Perón, y continuó luego de su
muerte. Agreguemos otra cuestión: para estar en la lucha tampoco
era necesario tomar la bandera del peronismo, como muchas veces se
insinuó. Tosco, Paez, Salamanca, Flores, fueron grandes dirigentes del
Cordobazo y de otras gestas obreras, y no eran peronistas, sino
marxistas. Tenían un enorme ascendiente sobre las masas
trabajadoras; aunque éstas permanecieron en el peronismo, sin
traspasar sus límites.

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Pronósticos fallidos

Por razones de extensión, no lo voy a desarrollar aquí, pero dejo


señalada una cuestión que me parece capital: el error en el análisis
que prevaleció en la izquierda de los ‘60 y ’70 consistió en creer que los
movimientos de liberación nacional no eran asimilables por el modo
de producción capitalista. La corriente de la dependencia, y la mayoría
de los grandes economistas marxistas (Mandel, Samin, Sweezy y
Baran) alimentaron esta creencia, que fue asumida por prácticamente
todas las tendencias de la izquierda radicalizada, incluido el
peronismo revolucionario. He analizado esta cuestión en otros
trabajos, en especial en Economía política de la dependencia y el subdesarrollo.
Aquí solo quiero señalar que casi todos los movimientos nacionales
burgueses o pequeño burgueses han sido asimilados al capitalismo;
incluso los que en su radicalización llegaron al estatismo generalizado.
Fue un fenómeno mundial. El espectáculo de los viejos montoneros, y
del partido Justicialista, aplaudiendo y defendiendo las
privatizaciones menemistas, es solo una parte de la escena global
(¿acaso la heroica dirección vietnamita, la que condujo la lucha por la
liberación, no se transformó, después de 1975, en alumna destacada . . .
del FMI?). En segundo lugar, y más específicamente, se demostró que el 191
peronismo era asimilable al régimen burgués. Mejor dicho, lo demostró,
sin dejar lugar a dudas, el propio Perón, cuando volvió al país
acompañado de Isabel, López Rega y todo un séquito de asesinos y
fascistas, que asumieron con entusiasmo la tarea de «limpiar» el país
de izquierdistas. Algún día habrá que explorar hasta el fondo las raíces
teóricas de estos errores. Estoy convencido de que es parte del rearme
político que necesita el marxismo.

Apéndice, John William Cooke

Cooke (1919-1968) tuvo su origen en el radicalismo, pero adhirió


tempranamente al peronismo, y fue diputado por este partido, entre
1946 y 1951. En 1954 se opuso a los contratos petroleros que negociaba
el gobierno de Perón, y al Congreso de la productividad. En 1955 la
Libertadora lo pone preso, junto a muchos otros dirigentes y militantes
peronistas. En noviembre de 1956, y aun estando detenido, Cooke es
designado por Perón para que asuma su representación política («su
decisión será mi decisión y palabra mía», escribe Perón). En 1957

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trabaja para el acuerdo entre Perón y Frondizi, y en el ‘59 interviene
en la huelga del frigorífico Lisandro de la Torre. Después de este hecho,
Perón lo desplaza. Ese mismo año, viaja a Cuba junto a su compañera,
Alicia Eguren. Adhiere a la revolución –combate en Bahía de los
Cochinos– y permanece en la isla hasta 1963. Por entonces intentaba
convencer a Perón de que viajara a Cuba, y que el movimiento
peronista asumiera posiciones revolucionarias. En 1963 regresó a
Argentina, y organizó Acción Peronista Revolucionaria, donde
participaron, entre otros, Fernando Abal Medina y Norma Arrostito,
que luego serían dirigentes de Montoneros. Pero Cooke está aislado;
muere de cáncer en 1968. En 1973 Alicia publica su correspondencia
con Perón, que habría de influir largamente en la izquierda peronista
(así como sus otros escritos). Alicia Eguren, fue secuestrada y asesinada
por los militares en 1977.

Publicado en el blog, 28 de julio de 2012.

...
192

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Tercera parte

Ley del valor-trabajo


para todos y todas
...
193

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CRISIS Y MERCADO MUNDIAL

En 2008 y 2009, una idea extendida dentro de la izquierda fue que la


crisis capitalista sería igual, o más profunda, que la Gran Depresión,
y que entrábamos en un período de guerras comerciales, autarquía de
las economías y contracción, a largo plazo, del mercado mundial. De
. . . ahí que tampoco faltó el economista que pronosticara que Argentina
194 y otros países subdesarrollados podrían volver a una estrategia de
industrialización por sustitución de importaciones, como la de los
cuarenta o cincuenta. En una palabra, muchos pensaron que la crisis
revertía la globalización.
Pasados tres años y medio desde que comenzó la crisis, los datos
parecen no avalar estas previsiones. Las diferencias en la caída de las
economías, con respecto a los treinta, son notorias. A comienzos de
1933 la producción industrial en EUA se había desplomado un 50% y
el PBI el 30%; en Alemania la producción industrial había retrocedido
también el 50%; en Francia el 30% y en Gran Bretaña el 20%. Y el
mercado mundial había colapsado.
La crisis actual es distinta. Si bien desde finales de 2008 la caída
de la producción fue abrupta, a partir de mediados de 2009 hubo una
cierta recuperación. Este año los países centrales, donde está el corazón
de la crisis, crecen. La caída fue grande, pero no siguió la dinámica del
treinta. En 2008 la economía del área del euro creció solo 0,6%, en 2009
cayó 4,1% y en 2010 crece al 1%. Japón cayó 1,2% en 2008; en 2009 lo
hizo 5,2%, y en 2010 aumentaría el producto 2,4%: EUA, donde estuvo
el origen de la crisis, en 2008 creció 0,4%; cayó 2,4% en 2009, y estaría
creciendo 3,3% en 2010 (posiblemente el 2% en el segundo semestre).

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En cuanto a las economías de los países atrasados, tomadas de
conjunto, no cayeron en 2009; y en 2010 crecerían un 7%,
fundamentalmente debido a China, India, Brasil y los Nuevos Países
Industrializados asiáticos. Tomada de conjunto, la producción
mundial, medida en PBI, aumentó solo 1,8% en 2008, cayó 2% en 2009,
y aumentaría 3,6% en 2010 (World Economic Outlook Update, IMF, julio
de 2010). El crecimiento de 2010 está plagado de problemas; la
recuperación es débil en los países centrales; y es posible que haya
una nueva caída, o una grave crisis financiera (estamos preparando
un pequeño trabajo sobre esto). Pero, subrayamos, no continuó una
caída, como sucedió en la Gran Depresión.
Sin embargo, en esta nota no vamos a analizar el
comportamiento de la producción y la demanda. Nos centramos, en
cambio, en diferencias que existen entre los treinta y el presente,
referidas al mercado mundial. En particular, discutimos la tesis que
afirma que se vuelve a la autarquía económica, similar a la del treinta.
Sostenemos que en 2009 el mercado mundial cayó muy fuerte, pero no
porque se haya puesto en marcha una tendencia hacia la autarquía
económica, sino porque la economía capitalista se ha mundializado,
en un proceso tendencial de largo plazo. Y ese impulso no se ha . . .
revertido. 195

El colapso del mercado mundial en los treinta

Empecemos destacando que a partir de la crisis financiera de 1931,


iniciada en el centro de Europa, y la consiguiente salida de Gran Bretaña
del patrón oro, el mercado mundial se desarticuló. Hablar de
desarticulación del mercado mundial no es una metáfora, porque el
mercado literalmente se fracturó. Se formaron varias áreas
monetarias –del franco, la libra esterlina, el marco alemán, el dólar–,
relativamente autónomas, y los intercambios multilaterales se
hicieron imposibles. Los países levantaron barreras arancelarias por
doquier, se embarcaron en devaluaciones competitivas, y volcaron
sus economías «hacia adentro. Las tensiones entre los gobiernos
aumentaron.
Algunos hechos son ilustrativos del clima reinante por entonces.
Cuando los europeos convocaron a una conferencia internacional para
discutir la creación de un banco mundial (que daría lugar a la creación
del Bank of International Settlements) y coordinar políticas, fue
boicoteada por EUA. Cuando se reunió, en 1933 en Londres, la

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Conferencia Económica Mundial, Roosvelt declaró que EUA seguiría
su propio camino, sin importar la resolución que tomaran los otros
países. Paralelamente, por todos lados aumentaban las disputas entre
las potencias. En ese cuadro, era imposible que los capitales, y los
gobiernos capitalistas, encararan políticas con un mínimo de
coordinación. Por eso Kindleberger ha sostenido que la depresión se
debió, en lo esencial, a que faltó alguna potencia hegemónica que
coordinara una política de respuesta a la crisis. Aunque no
coincidimos con la idea de que la razón fundamental de la crisis se
haya debido a la falta de cooperación, parece indudable que la misma
contribuyó a su gravedad.
Semejante situación, además, solo podía desembocar en una
nueva guerra mundial entre las potencias. Por ejemplo, Japón vio
cerradas sus exportaciones de seda (importante entonces para su
economía) a EUA; y luego se le cerró el mercado británico para las
exportaciones textiles. Sin salida para su producción, el imperialismo
nipón atacó China, y otros países de Asia. A lo cual EUA respondió con
el bloque del petróleo, que era vital para Japón; y Japón respondió a su
vez con el ataque a Pearl Harbour. .
El colapso del mercado mundial en los treinta, por otra parte,
...
daría espacio, en las décadas que siguieron, a estrategias nacionalistas
196
de desarrollo. Ésta fue la base económica para el florecimiento de los
movimientos tercermundistas, liderados por burguesías nacionales,
que actuarían hasta entrada la década de 1970. Incluso la supervivencia
de la URSS, en los treinta, puede explicarse en parte, por la implosión
del mercado mundial. Es que en un período de aguda crisis de la
economía –la producción agrícola se había derrumbado con la
colectivización de las tierras, y las tensiones internas eran inmensas–
, el mundo capitalista no tuvo fuerzas para hacer sentir su presión.
Una de las cuestiones centrales, entonces, que tenemos que
preguntarnos es cuáles fueron los factores de fondo que impulsaron la
autarquía y el proteccionismo generalizado como respuesta a la crisis.
A juzgar por las declaraciones y documentos de la Organización
Mundial del Comercio, del FMI, y de muchos representantes del
establishment económico, todo se habría debido a una mala
comprensión, por parte de los líderes de entonces, de los males que
traía el proteccionismo. No se daban cuenta, dice esta historia, que las
barreras comerciales, levantadas en todos los países, solo agravaban
la caída del comercio, y echaban leña al fuego de las tensiones
internacionales.

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Sin negar que puedan tener estos factores ideológicos, pensamos
sin embargo que la razón de fondo de la orientación proteccionista y
del nacionalismo virulento reside en la configuración que había
alcanzado el capital en aquella época. Como lo han destacado Ernest
Mandel, Giovanni Arrighi y otros marxistas, un hecho característico
es que en los treinta el capital estaba poco internacionalizado. Más
precisamente, la circulación de mercancías tenía alcances mundiales,
pero la producción era nacional centrada. Por otra parte, los flujos de inversión
de capitales se realizaban, principalmente, desde los países
adelantados hacia sus zonas de influencia. De ahí la lucha entre las
potencias por ganar colonias y protectorados; o por tener gobiernos
títeres. Había flujos de capitales asociados a los movimientos
inmigratorios (por ejemplo, hacia EUA); pero las grandes
corporaciones no invertían en otros países adelantados, donde
estaban sus competidoras. Y la empresa multinacional, como la
conocemos hoy, era un fenómeno prácticamente desconocido. Como
alguna vez lo expresó Mandel, la centralización del capital no operaba
a escala internacional. Por eso existía una convergencia directa entre
los intereses de los capitales y sus gobiernos, o Estados. En Valor, mercado
mundial y acumulación, hemos argumentado –siguiendo la tesis . . .
adelantada por Giovanni Arrighi– que este carácter nacional del 197
capital explica en buena medida la intensidad que alcanzaron las
rivalidades entre las grandes potencias.

Tendencias actuantes

Para analizar la situación actual, empecemos con los datos. El volumen


del comercio mundial creció en 2007 un 6,4%; aumentó 2,1% en 2008;
y cayó 12,2% en 2009. En términos de dólares la caída en 2009 fue aún
más fuerte, el 22,6% (Informe sobre el comercio mundial, OMC, 2010). En
2010, en cambio, el aumento del volumen del comercio mundial sería
del 10%, según la última estimación (fines de julio) de la OMC.
Vemos entonces que si bien la caída del comercio mundial en
2009 fue importante (la mayor desde los treinta: en la recesión de
2001 el comercio mundial cayó 0,2%; en la de 1982 lo hizo un 2%; y en
la de 1975 el 7%), no alcanzó el nivel de la década de 1930, cuando en
términos de dólar el comercio mundial se desplomó aproximadamente
un 50%. Además, el descenso no fue tan prolongado como durante la
Gran Depresión.

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Por otra parte, si bien aumentaron las tensiones comerciales,
de ninguna manera los gobiernos entraron en una espiral de
proteccionismo como en los treinta. Y las disputas se mantuvieron en
niveles razonablemente bajos. Reuniones como las que hizo el G-20
en los últimos meses, eran inimaginables hace 80 años. Hubo
discrepancias –por ejemplo, entre Alemania y EUA acerca de las
políticas de estímulo; entre europeos y EUA con China, por el valor
del yuan–, pero nada que haga prever un desenlace como el que se
produjo en 1939.
Pensamos que esto se explica con la tesis que ha defendido
Arrighi, a la que ya hicimos mención. Es que la mundialización del
capital hace que los intereses de las grandes corporaciones sean, en
buena medida, cruzados. Por ejemplo, una empresa japonesa, que
produce en EUA, puede hacer lobby ante el Senado de ese país, a fin de
que favorezca las exportaciones de su rama a Europa. De la misma
forma, los paquetes accionarios de muchas empresas que figuran como
francesas, alemanas, canadienses, etc., están en manos de inversores
de todo tipo de nacionalidades, y sus intereses no están claramente
definidos por la adscripción a un Estado. Con esto no queremos decir
. . . que las vinculaciones nacionales se hayan borrado por completo. GM
recibe auxilio del gobierno de EUA, Toyota del gobierno de Japón, y BP
198
es defendida por el gobierno británico. Sin embargo las vinculaciones
están mediadas por intereses que trascienden en mucho las fronteras nacionales
donde las corporaciones tienen sus sedes matrices. Además, se han
internacionalizado los circuitos productivos. Muchas empresas han
desplegado cadenas internacionales de valor. Así, por ejemplo, el diseño
e ingeniería de un producto se realizan en un país; la fabricación de
sus partes en otros países; y el armado final en otro. De esta manera
una elevada proporción del comercio internacional está constituido
por comercio intra empresas, o por las relaciones de subcontratas. En
consecuencia, para una empresa alemana puede no tener sentido que
el gobierno alemán imponga una barrera proteccionista para el flujo
de mercancías que viene de Europa del Este, por ejemplo.
Por otra parte, esto no es coyuntural. Estamos ante tendencias de
largo plazo, que han preparado el escenario en el que se despliega la crisis actual.
Por esto el fenómeno no se revierte fácilmente. Desde 1948 a 1997 el
comercio mundial creció a una tasa promedio anual del 6%, en tanto
la producción lo hacía al 3,8% (OMC). A su vez, en las últimas décadas
la internacionalización del capital aumentó a una tasa notable. Un
índice es la inversión extranjera directa. Desde 1973 hasta 1996 creció

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a una tasa anual del 12,7% (OMC). Y siguió aumentando el peso relativo
del comercio internacional en prácticamente todos los países, hasta el
presente. La relación entre las exportaciones mundiales de mercancías
y servicios, en relación al PBI, pasó de un índice 70 en 1985 (índice 100
= 2000), a 130 en 2008; para caer a 112 en 2009 (OMC). Pero estaría
recuperándose en 2010.
Subrayamos, el cambio de actitud de los gobiernos hacia el
comercio, con respecto a lo sucedido en los treinta, tiene que ver con
esta base material, con los intereses de los capitales.

El comercio mundial hoy, y la crisis

En base a lo anterior podemos entender la razón de fuerte caída


mundial del comercio en 2009. Como hemos adelantado, se trata de
una razón opuesta de lo que dice la tesis «se va a la autarquía».
Aclaremos antes que las estadísticas del comercio se hacen
sobre una base «bruta», de manera que los bienes intermedios se
pueden contar varias veces en el comercio, cada vez que cruzan una
frontera. Por ejemplo, si una materia prima que se utiliza para la
producción de una batería, se exporta hacia un país en que se fabrica . . .
esa batería; y si luego la batería se exporta, la materia prima habrá 199
sido contada dos veces en el comercio internacional; y una tercera vez
si el automóvil en que entró la batería, a su vez, también se exporta.
Para tener una idea de la importancia de este fenómeno, citemos que
la proporción de productos intermedios manufacturados, en el
comercio mundial no petrolero, era de alrededor del 40% en 2008;
para China, Brasil e India, la proporción de bienes intermedios en el
total de flujos en el sector manufacturero era, en 2005, de alrededor
del 70% (Maurer y Degain, 2010). Las estadísticas disponibles, dicen
estos autores, indican que la participación de las exportaciones de los
países en desarrollo que se deriva de su participación en las cadenas
globales de producción ha representado no menos del 18% del total de
sus exportaciones, desde 2000, y probablemente mucho más. En el
período 2000-2008, China sola tuvo el 67% del total de este tipo de
exportaciones, y México el 18%. El problema de cuánto valor agregado
en los países atrasados realmente existe en muchas de estas
exportaciones, plantea otras cuestiones interesantes, que aquí no
vamos a tocar.
Dado que las corporaciones han internacionalizado sus cadenas
de producción; y además, subcontratan buena parte de su producción,

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al caer la producción con la crisis, el comercio mundial cayó vertiginosamente. En
consecuencia, la gran caída del comercio mundial que se registró en
2009, no ocurrió porque estuviera operando una tendencia hacia la autarquía,
sino por el hecho mismo de que la economía está más internacionalizada. El fuerte
rebote del comercio mundial, al reactivarse las economías, también
es un indicador de que la internacionalización de la economía no se ha
revertido.
Lógicamente, en esta nota hemos discutido la cuestión desde el
punto de vista del comercio, y su relación con la internacionalización
de los circuitos productivos, y del capital. Sin embargo, la misma
conclusión puede extraerse del examen de los flujos financieros
internacionales; o de los procesos de fusiones y adquisiciones
transfronteras a que dio lugar la crisis. El mundo entró en la crisis con
un grado de internacionalización del capital muy superior al que
existía previamente, que es el resultado de una tendencia estructural,
de largo plazo, que no se ha revertido.

Una conclusión política:

. . . De los análisis y las hipótesis que se han barajado –tendencia hacia la


200 autarquía o tendencia a mayor mundialización– se desprenden dos
políticas estratégicas para los trabajadores y los movimientos de
resistencia al capital.
De acuerdo a una visión, habría terreno para desarrollar
nuevamente políticas «nacional centradas»; algunos dirán, en alianza
con las fracciones proteccionistas y nacionalistas de las clases
dominantes.
De acuerdo a la segunda visión, que hemos defendido en esta
pequeña nota, es necesario que el trabajo empiece a desplegar una
estrategia internacionalista de resistencia al capital. Esta conclusión
se asienta, en nuestra opinión, en los rasgos más profundos de la actual
economía capitalista.

Texto citado: A. Maurer y C. Degain (2010); «Globalization and trade flows:


what you see is not what you get!», WTO, Staff Working Paper, ERSD-
2010-12.

Publicado en el blog, 24 de julio de 2010.

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DEUDAS Y «BANCARROTA
DEL CAPITALISMO»

Una idea muy extendida en la izquierda y sectores progresistas es que


el sistema capitalista sobrevive desde hace décadas gracias al
endeudamiento creciente, y se derrumbará por el peso de las deudas. . . .
Se piensa que desde 1914 (según otros, desde 1929 o 1970) existe una 201
crisis de sobreproducción, pero que el crédito genera un poder de
compra que permitiría realizar las ventas y renovar la producción.
Así, la deuda habría permitido el funcionamiento del sistema a lo
largo de décadas; en particular, los Estados pudieron financiar las
ventas, debido a su elevada capacidad de endeudarse. Sin embargo,
continúa la tesis, llegará un punto en que la deuda no podrá seguir
creciendo y el modo de producción capitalista entrará en bancarrota.
Sonará entonces la hora del colapso final1. Una crisis definitiva que
estallaría entonces por la exacerbación de la contradicción entre
acreedores y deudores (en la versión más popularizada de la tesis, los
acreedores es el puñado de magnates financieros; y los deudores son
«los pueblos», incluidos los capitalistas industriosos).
Varias son las objeciones que pueden hacerse a esta tesis. Por
empezar, no explica por qué a partir de determinado momento debería
ocurrir una crisis de sobreproducción que atravesaría las décadas, o
duraría siglos En segundo término, si la tesis es cierta, hay que pensar

1 Para una discusión sobre la visión estancacionista, ver en el blog «Colapso final
del capitalismo y socialismo» y «Trotsky, fuerzas productivas y ciencia».

RoloBook-vfff.pmd 201 14/06/2013, 09:47 p.m.


que existe un grupo de capitalistas dinerarios dispuestos a prestar
indefinidamente, durante décadas, sin recibir los pagos de intereses y
la devolución de los créditos otorgados. Pero si bien el crédito puede
prolongar y extender la producción más allá del poder de compra
inmediato (y por eso es una palanca de la sobreacumulación), no puede
hacerlo indefinidamente, durante décadas. Un ejemplo de lo que decimos
es la construcción de viviendas en EE.UU. a partir del año 2000. El
crédito financió la sobreproducción de casas, pero cuando los deudores
comenzaron a retrasarse en los pagos, o a defaultear, estalló la crisis.
Es que en tanto los deudores estén pagando, en algún lado deberán
estar generando valor (o plusvalor); pero si hay generación de valor,
hay ventas. Algo similar ocurre con la deuda pública. Si el Estado se
endeuda, deberá pagar más o menos regularmente los intereses; pero
para esto es necesario que en algunos puntos se esté generando valor.
Además, superados ciertos umbrales (que se miden en porcentajes de
PBI, o algún parámetro similar) los deudores comenzarán a exigir
más intereses, o se negarán a renovar los préstamos.
Varias de estas cuestiones las he planteado en otras notas. Sin
embargo, existe otra crítica a la tesis del endeudamiento crónico que
. . . llevaría a la «bancarrota» del capitalismo, que se relaciona con la
perspectiva histórica. Es que cuando se vuelve la mirada al pasado, se
202
comprueba que lejos de marcar el momento de la bancarrota final del
sistema, los defaults han permitido restablecer el curso de la acumulación, a lo
largo de prácticamente toda la historia del capitalismo. En este respecto, el
trabajo de Reinhart y Rogoff, «Esta vez es diferente», es muy
ilustrativo. Veamos algunos datos, para luego sacar conclusiones.

Una historia plagada de defaults

Reinhart y Rogoff han registrado los defaults de deudas externas de


una serie de 66 países: 13 africanos, 18 latinoamericanos, 12 asiáticos,
19 europeos, además de Norte América y Oceanía. De conjunto,
representan el 90% del PBI mundial. Lo primero del estudio que salta
a la vista es que los defaults de las deudas externas recorren toda la
historia del capitalismo. Se suceden casi sin interrupción desde la era en
que dominaba el capital comercial y dinerario (formación de los
Estados nacionales y el mercantilismo), hasta la actualidad, pasando
por todo el siglo XIX (siglo que muchos consideran «tranquilo»). Entre
otros casos notables, es de destacar que Francia defaulteó los pagos de
su deuda externa 8 veces entre 1558 y 1788. España lo hizo 6 veces

RoloBook-vfff.pmd 202 14/06/2013, 09:47 p.m.


entre 1557 y 1647; y Gran Bretaña por lo menos dos veces. Los defaults
parecen haber sido tan asimilados que el ministro de Finanzas francés
Abbe Terray sostenía, en el siglo XVII, que los gobiernos deberían
defaultear una vez cada 100 años, a fin restaurar el equilibrio. Pero es
a partir del siglo XIX que se cuenta con los mayores datos, y países.
Desde 1800 a 2006 hubo cinco ciclos o cumbres pronunciadas de cesación de
pagos a nivel mundial. El primero, durante la guerra napoleónica, fue tan
importante como el de cualquier época posterior; por fuera del período
de la Segunda Guerra, solo el pico de la crisis de la deuda de 1980 se
aproxima a los niveles de defaults de comienzos de los 1800. El segundo
pico va desde los1820 a fines de los 1840; en esos años hubo períodos
en los cuales cerca de la mitad de los países del mundo estuvieron en
cesación de pagos, incluyendo toda América Latina. El tercer episodio
comienza en los primeros años de la década de 1870 y dura unos 20
años. El cuarto arranca en los años de la Gran Depresión de los ‘30 y se
extiende, aproximadamente hasta los inicios de los 1950. En estos años
que siguieron a la Segunda Guerra Mundial se produjo el pico más
grande en la historia moderna, cuando los países que no pagaban o
estaban reestructurando sus deudas representaron el 40% del
producto mundial. Esto en parte fue el resultado de defaults que se . . .
produjeron durante la guerra, pero también se explica porque hubo 203
países que nunca salieron de los defaults que rodearon a la Gran
Depresión de los 30. El quinto episodio se produjo en los 1980 y 1990,
cuando las crisis de la deuda de países en desarrollo, en especial en
América Latina. Hubo períodos de tranquilidad –en las dos décadas
anteriores a la Primera Guerra Mundial, entre 2003 y 2007– pero la
regla es que estos períodos son seguidos por nuevas olas de cesaciones
de pagos. También se comprueba que desde la Segunda Guerra la
duración media del default es la mitad, en promedio, que en el período
1800-1945. En años recientes los defaults están separados por períodos
más cortos de tiempo. Una vez que se reestructura una deuda, los
países rápidamente vuelven a apalancarse. Considerando los países,
desde su independencia al 2006, Argentina defaulteó 7 veces; Brasil lo
hizo en 9 oportunidades; México en 8; Venezuela en 10. México, Perú,
Venezuela, Nicaragua, República Dominicana y Costa Rica estuvieron
en cesación de pagos o reestructurando aproximadamente el 40% de
los años transcurridos desde que lograron la independencia hasta
2006. En el siglo XIX España defaulteó 7 veces; es el récord, pero Austria
lo hizo 5 veces. Grecia 5 desde 1829, pero más del 50% de los años
estuvo en default o reestructurando.

RoloBook-vfff.pmd 203 14/06/2013, 09:47 p.m.


En este marco, no es de extrañar que sean pocos los países que
no han defaulteado formalmente. Entre ellos, EEUU, Canadá, Nueva
Zelandia, Australia, Bélgica, los países Escandinavos, Hong Kong,
Malasia, Corea del Sur, Singapur, Tailandia, Taiwan. De todas formas,
hubo países que defaulteraron de hecho. El caso más importante es
EEUU. Por ejemplo, al devaluar el dólar en 1933 (de 20 dólares la onza
a 33 dólares), EEUU pagó su deuda con moneda depreciada. Algo similar
podemos decir de lo ocurrido cuando suspendió la convertibilidad
del dólar al oro en 1971; esto para no hablar de su actual política
monetaria2. En definitiva, los defaults seriales constituyen la norma
en casi todo el mundo capitalista, y esto se verifica a lo largo de toda
su historia.

Crisis, defaults y conclusiones políticas

De lo anterior se desprende una visión bastante distinta de la que


acostumbran presentar tanto los neoclásicos como sectores de la
izquierda. De acuerdo al esquema de los neoclásicos, el capitalismo
tiende siempre al equilibrio y la estabilidad, de manera que las crisis,
. . . depresiones y defaults solo pueden ser el producto de políticas
204 gubernamentales equivocadas (típicamente, gobiernos dispendiosos
que llevan las deudas a niveles intolerables) o de accidentes naturales.
Por otra parte, según algunos sectores de la izquierda, el capitalismo
habría conocido una era relativamente próspera y apacible, hasta
principios del siglo XX, y a partir de entonces, solo encontraríamos
tendencia al estancamiento y acumulación de deudas. Pero los datos
parecen indicar que el asunto fue bastante distinto de lo que pintan
estos enfoques: toda la historia del capitalismo está marcada por
períodos de intensa acumulación, que llevan a la sobreexpansión,
empujada por el crecimiento del crédito y el aumento de los flujos de
capitales. En este respecto Reinhart y Rongoff encuentran que
históricamente olas significativas de incrementada movilidad de
capitales son seguidas, a menudo, por serie de crisis bancarias
domésticas. Esto se debe a que las fases alcistas son seguidas por crisis
de sobreproducción, con violentas caídas de los precios y los valores.
La acumulación de deudas por parte de los gobiernos, y su posterior
liquidación violenta, no es ajena a esta dinámica. Es que los defaults

2 Ver en el blog «Endeudamiento de EEUU y rol del dólar».

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de las deudas externas de los gobiernos forman parte de las
desvalorizaciones de capitales, que acompañan toda crisis (lo que Marx
llamaba las «revoluciones de los valores»). El repudio de las deudas o
su pago con moneda envilecida, son las vías por medio de las cuales se
realizan esas desvalorizaciones. Por esto también, en determinado
punto, los representantes del establishment económico admiten que
la única salida para restablecer la acumulación del capital pasa por el
default y la reestructuración de las deudas. Sucedió en Argentina en
2001 (en EEUU y otros centros había consenso de que no había otra
salida) y es lo que se baraja hoy para Grecia.
Digamos también que las consecuencias para la clase obrera de
estas reestructuraciones son las «normales» que derivan de toda crisis:
las desvalorizaciones del capital van acompañadas del cierre de
empresas, del aumento de la desocupación, de la baja de beneficios
sociales y pensiones, y del ataque en toda regla a la clase trabajadora
y los pueblos. Sobre la base de esta «liquidación» el capital regenera
las condiciones para volver a acumular. Por eso la caída del
capitalismo no ocurrirá porque no se puedan pagar las deudas, sino
por otras contradicciones y antagonismos, más esenciales, vinculados
a la acumulación y a la explotación del trabajo por el capital. ...
205
Texto citado: Reinhart, C. M. y K. S. Rogoff (2008): «This Time is Different:
A Panoramic View of Eight Centuries of Financial Crises», NBER, April.

Publicado en el blog, 27 de septiembre de 2011.

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CRECIMIENTO, CATASTROFISMO
Y MARXISMO EN AMÉRICA LATINA

Durante buena parte de la década de 2000 América Latina ha tenido


un elevado crecimiento económico, y mejoraron muchos indicadores
sociales. Esto ha dado lugar a un debate en la izquierda acerca de la
naturaleza de esta mejora, y la actitud a tomar ante los gobiernos que
están al frente de estas economías, en especial ante aquellos que se
proclaman de izquierda, o progresistas. En esta nota quiero analizar
la cuestión desde la teoría de Marx. Empiezo con algunos datos sobre
la evolución de las economías latinoamericanas en la década.

Las economías latinoamericanas en los 2000

A partir de 2003 las economías de América Latina experimentaron un


. . . crecimiento promedio del 5,5% anual; en 2010 sería del 5,2%. Entre
2005 y 2010 el PBI por persona creció al 2,7% anual. Entre 2004 y 2008
206
la formación bruta de capital fijo en América Latina aumentó a una
tasa anual del 11,6% anual, frente a una caída del 3,3% entre 2000 y
2002 (CEPAL, Anuario estadístico 2009). La productividad en la
industria y la agricultura, que estaba aumentando desde los noventa,
continuó creciendo también en el promedio de América Latina (ver
más abajo). En 2010 el desempleo se ubica en el 7,8%, cuando en 2002
superaba el 11% (CEPAL ídem).
Acompañando al crecimiento, en esta década unas 40 millones
de personas –la población de AméricaLatina es de 580 millones–
salieron de la pobreza. La pobreza en 2007 alcanzaba el 34,1% de la
población, contra el 40,5% en 1980 y el 44% en 2002. La indigencia en
2007 era del 8,1%, contra el 18,6% en 1980 y el 19,4% en 2002 (CEPAL).
Paralelamente, y aunque no puede interpretarse como un cambio
significativo de los patrones prevalecientes en la región, disminuyó
la desigualdad de los ingresos en varios países. Entre 2002 y 2007 el
40% de los hogares con menores ingresos incrementaron por lo menos
un punto porcentual su participación en el ingreso total en Argentina,
Bolivia, Brasil, Chile, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Paraguay y
Venezuela (el máximo es Venezuela, con cuatro puntos). A su vez el

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ingreso del 10% más rico se redujo en esos países entre cuatro y cinco
puntos porcentuales (con excepción de Paraguay). Aunque en
Colombia, Costa Rica, Ecuador, Perú, México y Uruguay no hubo
alteraciones, en promedio la desigualdad disminuyó en la región con
respecto a los años anteriores a 2002. Aunque, es importante
destacarlo, es apenas menor que en 1990. En 2007 el coeficiente Gini era
0,515 y en 1990 se ubicaba en 0,532 (CEPAL 2008, Panorama social de
América Latina).
Además, la mayoría de los países pasaron a tener superávit en
sus balanzas comerciales, favorecidos en buena medida por la
expansión del mercado mundial, el incremento de la productividad
(en particular en la agricultura) y la mejora de los términos de
intercambio. En 2001 la región tenía un déficit en cuenta corriente
equivalente al 2,6% del PBI; en 2003 pasó a ser positivo, y se mantuvo
positivo hasta la crisis de 2009. El índice de términos de intercambio
de bienes se ubicaba en 121,5 en 2008, contra 100 en 2000. El índice del
poder de compra de las exportaciones de bienes de la región era 171,1
en 2008, contra 100 en 2000. Como resultado de la mejora de las
cuentas externas y fiscales, en prácticamente toda la región disminuyó
en nivel de endeudamiento. La deuda externa como proporción del . . .
PBI bajó, en América Latina, del 36,4% en 2001 al 18,7% en 2008 207
(CEPAL).

Interpretaciones divergentes

Esta mejora de los indicadores económicos y sociales resultó


inesperada para la izquierda «catastrofista», esto es, para aquella que
sostuvo durante años que el sistema capitalista en América Latina
estaba agotado, y solo podía generar más miseria, hambre y
desocupación. Sin embargo esta visión pareció encajar muy bien con
lo que sucedía en América Latina en la década de 1980, y durante el
período que va de 1990 a 2003, signado por algunas expansiones, pero
interrumpidas por crisis profundas y depresiones. Por aquellos años
bastaba con mostrar cómo crecían la miseria, la desocupación, la
polarización social o la precarización del empleo, para mantener una
posición crítica frente al capitalismo, al menos en América Latina. En
este punto había, además, una coincidencia con la izquierda nacional
y popular, que se oponía a las reformas neoliberales, aunque con un
enfoque algo distinto. Es que las corrientes nacionales atribuían los
males y sufrimientos que padecían los pueblos latinoamericanos a los

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programas neoliberales, y a la hegemonía del capital financiero y
especulativo. La izquierda nacionalista no planteó que hubiera alguna
«crisis crónica», o final, del capitalismo. En cualquier caso, ambas
corrientes coincidían en rechazar a los gobiernos que aplicaban las
políticas de «ajuste», aperturas comerciales y liberalización de los
mercados.
En síntesis, según la izquierda radical, que se reivindicaba del
marxismo, el neoliberalismo era la quintaesencia del capitalismo senil.
Pero de acuerdo al enfoque de la izquierda nacional, el neoliberalismo
era el producto del triunfo circunstancial de la fracción de derecha,
antinacional y financiera, de las burguesías latinoamericanas.
Naturalmente, cuando sobrevino la recuperación económica, ambos
enfoques colisionaron. Por el lado de la izquierda radical, el crecimiento
de América Latina a partir de 2003 fue un acontecimiento casi
imposible de encajar en los esquemas a los que estaba habituada. De
ahí que haya una permanente necesidad de destacar las continuidades
–sigue habiendo hambre, desocupación, atraso, etc.– y de disimular
los datos que muestran mejoras. ¿Cómo puede ocurrir que bajen la
desocupación o la pobreza, si el capitalismo está en su etapa senil?
. . . Para las corrientes del pensamiento nacional, en cambio, la
recuperación se explica por lo político. A la hegemonía del
208
neoliberalismo, sostienen, le ha sucedido el ascenso de las fracciones
nacionales e industrialistas de las burguesías latinoamericanas, y esto
explica el crecimiento económico, las mejoras de salarios y la caída de
la pobreza. Son los pueblos los que han desplazado a la derecha
neoliberal, y los gobiernos industrialistas reflejan este avance. De ahí
el énfasis en que «la política ha recuperado su lugar, por sobre la
economía». Este argumento plantea, además, otro problema para la
izquierda radical, ya que ésta venía caracterizando que los
trabajadores y los pueblos habían encarado, entre fines de los años
noventa y comienzos de la nueva década, una ofensiva revolucionaria.
¿Cómo es posible que todo siga más o menos igual, si había grandes
triunfos? De aquí también la inclinación, por parte de la izquierda
radical, a atribuir el apoyo de los trabajadores a gobiernos como el de
Lula o Tabaré (o a Kirchner) a una confusión, o al engaño de las clases
dominantes.
Naturalmente, entre estas posiciones polares hay muchas
intermedias. Por ejemplo, marxistas que se convirtieron en partidarios
de la corriente nacional, y variantes semejantes. Pero las líneas
fundamentales se reparten según lo planteado.

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Desde el punto de vista de la táctica política, la izquierda
nacional «no catastrofista» sostiene que hay que cerrar filas detrás de
los gobiernos y partidos que están al frente de estos procesos
progresistas e industrialistas, porque la derecha y el imperialismo
quieren volver a los noventa. De ahí también que los pensadores de la
corriente nacional y popular piensen que la estrategia de la derecha y
el imperialismo sea el golpe militar. ¿Cómo podrían triunfar si no es
con un golpe militar, dado el clima de conformidad de los pueblos con
sus gobiernos progresistas?
Puestas así las cosas, la izquierda radical señala que los
gobiernos de Lula, Kirchner, Bachelet, Evo, etc., son burgueses. La
izquierda nacional más izquierdista, y algunos marxistas que la
acompañan (táctica del «frente unido»), responden que sí, que son
burgueses, pero que de todas maneras son mejores que los gobiernos
de los ochenta o noventa, y por lo tanto hay que apoyarlos. De manera
que el debate queda empantanado.

Análisis alternativo basado en Marx

Frente a las posiciones anteriores defiendo un enfoque alternativo, . . .


basado en Marx, que rechaza tanto la tesis catastrofista, como la 209
explicación «politicista» de la recuperación económica en América
Latina. Este enfoque afirma que el modo de producción capitalista
atraviesa periódicamente por crisis de acumulación, durante las cuales
aumentan la desocupación, el hambre y la miseria de los trabajadores
y de las masas populares. Pero admite también que estas crisis, por sí
mismas, no llevan a la desaparición del capitalismo. Si la clase obrera
no acaba con la propiedad privada y el Estado, el capital finalmente logra
imponer las condiciones necesarias para la acumulación. Esto se debe a que
durante la crisis bajan los salarios, se disciplina la fuerza del trabajo,
cierran las fracciones menos productivas del capital, se acelera la
centralización de los capitales, y finalmente retoma la acumulación.
Se abre así una fase de ascenso, durante la cual baja la desocupación,
los salarios pueden recuperar parte del terreno perdido, y mejoran
los indicadores sociales. De manera que si el ciclo alcista se prolonga,
la clase trabajadora, o sectores importantes de ella, acceden a bienes
de consumo que en otras épocas le estaban vedados. Además, el
aumento de la productividad y el desarrollo de las fuerzas productivas
tienden a mejorar el nivel de vida de los explotados. Esto último explica
que la esperanza de vida de la población mundial, o los índices de

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nutrición, hayan mejorado en los últimos 100 años, por ejemplo. Sin
desconocer por ello que cientos de millones de seres humanos pasan
hambre y que otros muchos cientos de millones no tienen satisfechas
sus necesidades más elementales.

Crisis estructural, explotación y recuperación económica

Lo ocurrido en América Latina se explica por esta dinámica de crisis,


ofensiva del capital sobre el trabajo, restablecimiento de las
condiciones necesarias para la acumulación –particularmente
aumento de la rentabilidad del capital– y recuperación económica.
Solo que en este caso no se trata de un ciclo «normal» de negocios, sino
de una larga crisis estructural, que estuvo asociada a la crisis de la industrialización
por sustitución de importaciones, y a la mundialización intensificada del capital
que le sucedió. En términos generales, la década de 1980 fue de crisis y
retroceso en América Latina. La década siguiente, en cambio, no fue
solo de caída y retroceso; ni tampoco fue un período de mera
especulación financiera y parasitismo, como piensa buena parte de la
izquierda, tanto radical como nacionalista. Es que en los noventa se
. . . implementaron políticas contrarias a los trabajadores, y aumentaron
210 la desocupación y la precarización laboral, pero también hubo dos fases
de expansión de las economías latinoamericanas, así como empezó a aumentar la
inversión y la productividad. Entre 1990 y 1994 América Latina creció a
una tasa del 4,1% anual. Este crecimiento fue interrumpido por la
crisis del Tequila, en 1995, año en que la economía latinoamericana
creció solo el 1,1%. Luego se recuperó, y entre 1996 y 1998 América
Latina creció al 3,8% anual; para hundirse en la crisis de 1999 – 2002,
cuando solo crece el 1% anual de promedio.
Por otra parte, y según datos del Banco Interamericano de
Desarrollo, la productividad en la industria comenzó a mejorar desde
inicios de los noventa. De conjunto aumentó, en América Latina, en la
industria, al 2% anual entre 1990 y 2005. Si bien es un aumento menor
que el de Asia del Este, (3,5%) y el de los países desarrollados, (2,2%),
fue significativamente mayor que entre 1975 y 1990, cuando descendió
al 0,9% anual. Más elevada fue la tasa a la que aumentó la
productividad en la agricultura. Entre 1990 y 2005 se incrementó al
3,5%, a la par de los países desarrollados; entre 1975 y 1990 había
crecido al 1,8%. Si bien los niveles de productividad siguen siendo
inferiores a los de los países avanzados, hubo una recuperación (a
excepción del sector servicios, donde la productividad se mantuvo
estancada).

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En lo que respecta a la inversión, entre 1993 y 2001 su
participación en el PBI se ubicó en el 19,7%. Y la formación bruta de
capital creció a una tasa anual del 8,7% entre 1990 y 1994; y del 4,9%
anual entre 1995 y 1998, para hundirse entre 1999 y 2003, cuando
disminuyó al 1,5% anual (CEPAL; la variación anual se calcula sobre
la base de dólares constantes de 2000).
Paralelamente aumentó la desocupación. En primer lugar,
porque se incorporaron muchas mujeres y jóvenes al mercado laboral
(CEPAL). También por la incorporación de tecnología, y la
intensificación y extensión del trabajo (los trabajadores con empleo
realizan sobretrabajo, en un mar de desocupados). A esto se sumó la
reducción del empleo estatal. La participación de los trabajadores en
el sector público bajó durante los noventa, en promedio (para países
con información disponible) del 28 al 21% (Contreras y Gallegos, 2007).
La caída del empleo estatal fue producto de la reducción del gasto
social (en educación, salud, inversiones públicas), y de la
«racionalización» (los que conservan el empleo tienen que trabajar a
mayor ritmo).
Todo esto explica que entre 1990 y 2002 el promedio ponderado
de la tasa de desempleo urbano en América Latina aumentara de . . .
6,2% al 10,7% (CEPAL). La tasa de desocupación ponderada para 211
América Latina y el Caribe en 2002 llegó al 11,1%. La desocupación
debilitó la capacidad de resistencia del movimiento sindical frente al
capital. De todas maneras, la pobreza y la indigencia disminuyeron
durante la década.
La pobreza bajó desde el 48,3% en 1990 al 43,8% en 1999; en ese
lapso la indigencia bajó del 22,5% al 18,5% (CEPAL). Esto nos da otro
indicio de que el proceso fue más complejo de lo que habitualmente se piensa en
la izquierda. De la misma forma, en la década de los noventa aumentaron
de 9 a 10 los años de escolaridad aprobados; en Brasil, Guatemala y
Colombia aumentaron 2 años de estudios aprobados (Contreras y
Gallegos, 2007). Sin embargo, «los noventa» se cierran con la profunda
crisis de 1999-2002, que implica un gigantesco «ajuste» de los salarios,
no solo en Argentina, sino también en Brasil, vía devaluación. El
promedio ponderado del salario medio real, para América Latina y el
Caribe, bajó de un índice 100 en 2000, a 94,5 en 2003. (CEPAL). En 2002
el PBI por habitante era 2 puntos porcentuales inferior al de 1997
(CEPAL).
Hay que destacar que sobre esta base se produce la recuperación
económica a partir de 2003, acompañando a la expansión del mercado mundial.

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No se puede entender lo que sucedió entre 2003 y 2010 sin hacer
referencia al largo proceso de ajuste, racionalización y ofensiva sobre
el trabajo. En muchos países estos procesos fueron encabezados por
auténticos neoliberales, pero en otros por dirigentes y partidos
provenientes del campo «nacional», o incluso de la izquierda, en
alianza con los neoliberales ortodoxos. Son los casos de ex militantes
de la Juventud Peronista y Montoneros de los 70s, que participan en el
gobierno de Menem; o el de Fernando Henrique Cardoso en Brasil, ex
marxista, fundador de la Corriente de la Dependencia, en los sesenta,
junto a lo más selecto de la derecha tradicional de estos países. Por eso
la política «progresista» de Lula se levanta sobre el terreno preparado
por Cardoso, de la misma manera que la política «progresista» de
Kirchner lo hace sobre el terreno que el mismo Kirchner ayudó a
preparar en los noventa, colaborando con Menem. En otro escrito me
he referido al «secreto» de la recuperación argentina a partir de 2002
(ver nota sobre profundizar el modelo después de Kirchner). El proceso
en Brasil es similar en muchos aspectos. Hay una dinámica que va de los
planes de estabilización de la inflación mediante anclaje cambiario, con la
consiguiente apreciación de la moneda y el aumento de las presiones competitivas,
. . . y de la desocupación; a las crisis del sector externo, las devaluaciones y la caída de
los salarios en términos de dólar.
212
Así, el plan Real, puesto en marcha en 1994, buscó frenar una
inflación que en 1993 había alcanzado el 2000%. Fue entonces un típico
plan de «ajuste y estabilización», que buscó contener la inflación por
medio de altas tasas de interés y el retraso cambiario. Además, el
gobierno liberalizó y abrió la economía, bajando los aranceles a las
importaciones. También flexibilizó el mercado laboral; y se lanzaron
los programas de privatizaciones. En consecuencia aumentaron la
desocupación y la precarización laboral, a la par que las empresas racionalizaron
y aumentaron la productividad.
Sin embargo la sobrevaluación del real, combinada con las crisis
asiática y rusa, y la caída de los precios de las exportaciones,
terminaron provocando el estallido de la economía entre fines de 1998
y principios de 1999, y la devaluación de la moneda del 40%. A lo que
le siguió otra devaluación, aunque de menor magnitud, en 2002. Lo
fundamental es que a consecuencia de esta larga crisis y
reestructuración del capital, la desocupación pasó del 5,4% en 1994 al
12,3% en 2002; los trabajadores precarizados aumentaron del 20,8%
en 1991 al 27% en 2001; la parte de la población cubierta por la previsión
social bajó del 61% en 1993 al 53,5% en 2002; y la participación de los

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asalariados en la renta nacional pasó del 58,3% en 1990 al 46,3% en
2002 (Medialdea García); el coeficiente Gini era 0,573 en 1990 y pasó a
0,59 en 2002, habiéndose mantenido en 0,6 o por encima en buena
parte de la década de los noventa.
En este marco, el capita brasileño mejoró su competitividad. En la
manufactura la productividad laboral creció a una tasa anual del
7,19% entre 1990 y 1995, y al 8,31% entre 1995 y 2000, contra un
descenso de casi el 1,8% anual en la década de 1980 (Bonelli, 2002).
Junto a la caída de los salarios en términos reales, esta reestructuración
capitalista, y la ofensiva contra el trabajo, generaron las condiciones
para el crecimiento de los 2000. Por eso Lula no hizo retroceder las
reformas esenciales. Incluso cuando asumió la presidencia, en 2003,
presentó un programa fiscal más ajustado –un superávit del 4,25%–
del que le pedía el FMI.
De manera que la recuperación, en Brasil y en la mayor parte de
América Latina, no se debió a que la política haya retomado el control por sobre
la economía, como gusta decir la corriente nacional y popular. Tampoco
a que los «grupos de poder» se hayan subordinado al poder político.
Lo que ha sucedido es, simplemente, que el capital, con la colaboración
del Estado capitalista, terminó imponiendo la ley de hierro que rige la . . .
acumulación, a saber, la salida de la crisis se realiza a costa de la clase 213
trabajadora.

Recuperación y mejora de los salarios

La recuperación económica trajo aparejada la recuperación de los


salarios. Este hecho no contradice la teoría de Marx, como algunos
pueden pensar, sino a la visión catastrofista, que piensa que los salarios
están condenados a bajar siempre, en términos absolutos. En Marx no
existe tal cosa. La única ley salarial esencial en la teoría de Marx,
como señala Rosdolsky, es que el salario nunca puede ascender tanto
como para que el capitalista pierda interés en la producción. En otros
términos, el salario no puede subir al punto de amenazar o hacer
disminuir la ganancia del capital por debajo de ciertos límites. Pero el
precio de la fuerza de trabajo depende de una serie de factores. En
primer lugar, de la duración e intensidad de la jornada de trabajo. Al
aumentar la duración e intensidad de la jornada de trabajo, hay mayor
desgaste de la fuerza de trabajo, por lo que pueden crecer
simultáneamente el salario y la plusvalía. Cuando se produce la
recuperación económica, ambos factores se conjugan. En muchas

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empresas aumentan las horas trabajadas, muy por encima de las 40 o
44 horas semanales. Además, muchos trabajadores que durante la
crisis o la recesión estaban a tiempo parcial, pasan a estar empleados
a tiempo completo. Todo esto puede verse potenciado cuando la
acumulación del capital tiene un carácter extensivo; esto es, cuando
ocurre con escaso aumento de la inversión de capital fijo por obrero.
Por otra parte el salario está condicionado por la fuerza productiva
del trabajo. En la fase alcista del ciclo económico aumenta la
productividad, tanto porque disminuye la capacidad ociosa, como
por la incorporación de tecnología a medida que se expande la
producción. Por este motivo los salarios pueden aumentar en términos
reales. En este respecto, la disminución de la desocupación, esto es, el
aumento de la fuerza del trabajo, cumple un rol vital. Marx lo señala
cuando dice que los trabajadores «fuerzan cuantitativamente una
participación en el progreso de la riqueza general» (citado por
Rosdolsky). Sin embargo el salario no asciende o desciende
mecánicamente según aumente o baje la productividad. Por el
contrario, el salario por lo general no aumenta en la medida en que
aumenta la produccción, con el resultado de que la tasa de plusvalía, lejos de
. . . verse perjudicada por la mejora del salario real, puede aumentar mucho. Los
salarios reales en promedio en América Latina aumentaron solo el
214
10% entre 1990 y 2005; esto equivale solo al crecimiento de los cuatro
años que van de 2001 a 2005 (CEPAL). En 2005 el salario promedio en
América Latina era de solo 371 dólares, solo 2,8% más alto que en
2002, a pesar del aumento de la producción. Es necesario tener en
cuenta que una parte importante de la fuerza laboral se mantuvo
debilitada, a pesar de la reducción de la desocupación, porque está
precarizada, e imposibilitada de organizarse sindicalmente. Esto ha generado
una fractura en las filas de los trabajadores, entre aquellos
sindicalizados y con trabajos formales, y los que están precarizados.
En 2005, en América Latina, los salarios de los que tenían cobertura
social eran al menos dos veces más altos que los salarios de quienes no
tenían cobertura (CEPAL).
Por otra parte, con la mejora de las condiciones económicas de
la clase trabajadora, pueden mejorar las condiciones de vida de los
sectores pauperizados. De todas formas, siempre hay que tener en
cuenta que la mejora de las condiciones de vida de la clase obrera es
una consecuencia de la mejora en la acumulación. Como sostiene Marx en el
capítulo 23 de El Capital, la variable independiente es la acumulación del
capital, y la tasa salarial la variable dependiente. La recuperación no se produce

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porque mejoran los salarios (como pretenden los teóricos
subconsumistas), sino los salarios mejoran porque se recupera la
economía.
Por último, digamos también que en esta cuestión pueden
incidir los intereses del capital, relacionados con la necesidad de
mantener y reproducir una fuerza de trabajo que en el futuro esté en
condiciones de ser explotada. La desnutrición infantil, la falta de
escolarización, de atención sanitaria, etc., deterioran la fuerza de
trabajo, y para el capital esto representa una pérdida potencial de
plusvalías futuras. Refiriéndose a la malnutrición infantil en India, The
Economist dice:

La malnutrición significa una pesada carga para India. (…)


Los niños que están mal nutridos tienden a no alcanzar su
potencial, físico o mental, y se desempeñan peor en la
escuela. Esto tiene un impacto directo en la productividad:
el Banco Mundial reconoce que en los países asiáticos de
bajos ingresos los deterioros físicos causados por la
malnutrición significan un recorte del 3% del PBI. (The
Economist, 25/09/10).
...
En Argentina, por ejemplo, la clase dominante tomó con preocupación 215
el aumento de la desnutrición infantil, debido al deterioro que implica
a largo plazo para la futura fuerza de trabajo. También existe mucha
preocupación por el bajo nivel de la enseñanza, y la crisis educativa
general.
Lógicamente, asimismo existen cuestiones relacionadas con la
legitimación de los gobiernos, y del aparato del Estado. Las noticias
sobre la muerte de niños por desnutrición, o enfermedades relacionadas
con la pobreza extrema, a veces golpean a las buenas conciencias, y
obligan a actuar a los gobiernos. Marx se refería al «componente
moral» que existe en la determinación del salario; esto se puede extender
seguramente a las decisiones atinentes a planes sociales y de socorro
frente a algunos casos de extrema penuria y hambre.

Plusvalía e independencia de clase

En base a lo expuesto, podemos concluir que la mejora del salario en


América Latina no se ha debido a que subió la fracción de la burguesía
«amiga de los trabajadores», sino al cambio en la situación económica
del capitalismo. La mejora económica del capitalismo tampoco se

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produjo porque hubiera tomado las riendas la fracción
«industrialista» o «productiva» de la clase dominante, sino porque
los «ajustes» aplicados al calor de la larga crisis de los ochenta y
noventa, permitieron restablecer las condiciones para la extracción y
reinversión de la plusvalía. En este respecto, el enfoque «catastrofista»
no puede responder a quienes se alinean, con argumentos de izquierda,
con las burguesías «nacionales y progresistas» de América Latina.
El marxismo puede dar una explicación coherente de lo sucedido. Entender la
naturaleza del salario, y su relación con la plusvalía, y con el ciclo capitalista, es
esencial para una política y una estrategia que tenga como centro la independencia
de clase. De aquí también la importancia política que cobra la lectura de «El
Capital». En particular, se puede explicar por qué las clases dominantes en
América Latina, y el capital internacionalizado, no tienen ningún interés en
promover golpes militares. Los negocios marchan aceptablemente bien,
con las lógicas tensiones y conflictos entre fracciones o clases de
cualquier país capitalista. También se puede comprender por qué la
clase capitalista que apoyó, en prácticamente todas sus variantes, los
«ajustes» de los noventa, tome como modelos a imitar a gobiernos
«izquierdistas», como el de Lula o Tabaré, o a los gobiernos
. . . «socialistas» de Chile.
En cuanto a la crítica marxista, es importante tener en cuenta
216
que la misma no pasa por sostener la tesis, falsa, de que los salarios
bajan siempre. Lo esencial de la teoría de Marx, como señala Rosdolsky
(y Rosa Luxemburgo) es el descubrimiento de que el sistema del trabajo
asalariado es un sistema de esclavitud, donde la tasa de explotación puede
aumentar a medida que se desarrollan las fuerzas productivas, sin importar si el
obrero recibe una mejor o peor paga. Este es el punto de partida para sostener
una política de independencia de clase frente al capital y su Estado.

Textos citados

Bonelli, R. (2002): «Labor Productivity in Brazil During the 1990s» Instituto


de Pesquisa Econômica Aplicada, IPEA.
Contreras, D. y Gallegos, S. (2007): «Descomponiendo la desigualdad
salarial en América Latina: ¿Una década de cambios?», CEPAL
Medialdea García; B. (2003): «Un caso ‘exitoso’ de ajuste y estabilización:
inestabilidad financiera y regresión social en la economía brasileña»,
Departamento de Economía Aplicada I, Universidad Complutense Madrid.
Rosdolsky, R. (1983): Estructura y génesis de El Capital de Marx, México, Siglo
XXI.

Publicado en el blog, 17 de noviembre de 2010.

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«PROFUNDIZAR EL MODELO»
DESPUÉS DE KIRCHNER

Una de las primeras cuestiones que se definieron desde las altas esferas
del Gobierno a horas de la muerte del ex presidente Kirchner, fue el
propósito de «profundizar el modelo». Por modelo se entiende, en lo
esencial, la política económica «industrialista», aplicada desde
2003. Es pertinente preguntarse entonces cuáles son hoy sus
...
condiciones de evolución.
217
Crecimiento basado en el tipo de cambio alto

A partir de 2002 el tipo de cambio real alto fue clave para la estrategia
del desarrollo «industrialista»; primero en el gobierno de Duhalde, y
luego en los gobiernos de los Kirchner. El tipo de cambio real
multilateral entre 2002 y 2009 fue, en promedio, un 30% más alto que
en el promedio de los últimos 30 años. El cambio abrupto de precios
relativos, ingresos y rentabilidades producido con la crisis de 2001,
explica mucho de lo que sucedió en los años que siguieron. Recordemos
que a mediados de 2002 los salarios estaban, en dólares, a un 25% del
nivel de diciembre de 2001. Esa caída de salarios estuvo en el centro de la
recuperación de la acumulación.
Pero la baja de salarios se combinó con otros tres factores, por
lo menos. En primer lugar, los equipos industriales se habían renovado,
relativamente, durante los noventa. En este respecto, hay que dejar de
lado la idea, muy difundida en ciertos ámbitos del progresismo, de
que durante la época menemista solo hubo especulación y parasitismo.
La verdad es que en esos años aumentó la productividad industrial;

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también lo hizo la relación de capital por obrero (autores de la CEPAL
han subrayado esta cuestión). En otras palabras, las empresas que
sobrevivieron a las quiebras, renovaron sus equipos, se modernizaron,
y también racionalizaron las plantillas (lo que produjo un aumento
significativo de la desocupación). En segundo término, como producto
lógico de la crisis, en 2002 había gran capacidad ociosa, lo que
habilitaba a que hubiera un rápido incremento de productividad, por
caída de costos fijos, a medida que avanzara la recuperación de la
demanda. En tercer lugar, las tarifas de servicios públicos quedaron
congeladas, y los precios de muchos bienes no transables se rezagaron.
En 2002 la tasa de inflación fue del 41%, pero los precios de salud,
educación y vivienda aumentaron en promedio el 10%.
Todos estos factores se conjugaron entonces para que la ecuación
de costos de las empresas, en particular de las productoras de bienes
transables, diera un vuelco dramático en los meses que siguieron a la
caída del gobierno de De la Rúa, dado que hubo una fuerte recuperación
de la demanda en los sectores que producen bienes que compiten con
importaciones. A su vez, la recuperación de la ocupación, y del gasto
de plusvalía en consumos postergados durante la crisis, dieron
. . . impulso al crecimiento.
El crecimiento de todas maneras fue muy desigual. El sector de
218
bienes transables, intensivo en mano de obra (por ejemplo vestido,
plásticos), se expandió a una alta tasa; también la producción de
automóviles y acero. El sector de energía y petróleo, en cambio, lo
hizo a una tasa mucho más baja. Aquí la inversión fue débil, dando
como resultado que a lo largo de los 2000 bajaran las reservas de gas
y petróleo (ver más abajo). En cuanto a las ramas de servicios, tardaron
en recuperar terreno; la tasa de rentabilidad en este sector se vio
afectada por el movimiento brusco de los precios relativos. Lo mismo
sucedió con productoras de bienes no transables, como
telecomunicaciones o ferrocarriles. En cuanto al sector agrario,
particularmente el productor de cereales y oleaginosas, tuvo altísimas
rentabilidades, y un fuerte crecimiento (expansión de la frontera
agrícola y aumentos de productividad). Este sector había renovado
maquinaria y equipos, e incorporado tecnología de punta en los
noventa. Además, a partir de 2003, además, gozó de una notable
mejora de los términos de intercambio. En 2010 los términos de
intercambio son un 42% más altos que en 1993 (INDEC).
Además de desigual, el crecimiento fue en buena parte extensivo,
ya que la inversión de equipos y maquinaria por obrero se mantuvo

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baja. Hasta 2006 fue menor que en los noventa (en 2006 se interrumpe
la serie del INDEC de stock de capital). La relación inversión/PBI
aumenta algún punto con respecto a los noventa, pero sin ser
cualitativa. La relación inversión / PBI entre 1993 y 1999 rondó el
19%; entre 2003 y 2009 estuvo en el 20,7%. Si se tiene en cuenta que
aumentó la ocupación, se concluye que necesariamente bajó la
intensidad de capital por obrero. En 2010 la relación inversión/PBI se
ubica en el 20,3%. Subrayamos, es un nivel mucho más alto que el de
2003 (estaba en el 12,9%), pero no cualitativamente más elevado que
en los noventa. Y la clave del desarrollo de las fuerzas productivas
pasa por la acumulación del capital (contra lo que dicen los
neoclásicos). Todo esto explica que de fondo la matriz industrial no se
haya modificado en algún sentido profundo (ver nota en este blog
«Mitos de los tiempos K»).

Doble superávit y caída del endeudamiento

Junto al crecimiento del PBI, se revirtieron los dos déficit, fiscal y de cuenta
corriente, lo que constituye una diferencia importante con los noventa.
Por el lado del Estado, los trabajadores estatales sufrieron una . . .
fortísima caída de sus salarios en términos reales. El ajuste que De la 219
Rúa había querido hacer por vía de la deflación, lo lograron los
gobiernos de Duhalde y Kirchner por medio de la inflación. Según
Buenos Aires City, en 2010 los salarios de los estatales todavía son
más bajos que en diciembre de 2001. Por otra parte, aumentó la
recaudación, tanto por la recuperación de la actividad económica,
como por las retenciones a las exportaciones de granos. Este rubro fue
importante. Desde 2002 las retenciones volcaron al Estado unos 30.000
millones de dólares; en 2010 aportarían unos 8.200 millones. En el
terreno del gasto, una parte importante de lo recaudado se destinó a
subvencionar las empresas de servicios, o alimentos (compañías
eléctricas, transporte, molinos) y subvencionar tarifas. Por esta vía
se bajaron costos salariales y energéticos, contribuyendo por lo tanto
a mantener el tipo de cambio real alto para los sectores productores
de bienes transables. En 2010 los subsidios de conjunto representan
casi el 4% del PBI. Por eso los subsidios constituyen una carga creciente,
y explican el deterioro de las cuentas públicas. No es casual, por otra
parte, que el gobierno diga que no tiene dinero para aumentar el
mínimo a los jubilados.

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En cuanto al sector externo, entre 2002 y 2009 hubo un superávit
comercial acumulado de más de 58.800 millones de dólares, contra un
déficit de casi 88.000 millones entre 1992 y 2001. Ese fuerte superávit
comercial de los 2000 permitió disponer de recursos para pagar en
términos reales la deuda. Esto es, se dio lo que los economistas llaman
«una transferencia en términos reales», a diferencia de los noventa.
Es que en los noventa se pagaba deuda tomando cada vez más deuda,
hasta que la situación se hizo insostenible. A partir de 2002, la deuda
se pagó con dólares obtenidos por medio de los dos superávit. Esta
circunstancia, unida a la quita por el default, dio como resultado que el
endeudamiento de Argentina bajara –en términos de PBI– desde un
160%, en 2002, al 49% en la actualidad. De la misma manera, se han
financiado las fuertes salidas de capital, que se incrementaron desde
principios de 2008. Según datos conservadores, en tres años habrían
salido del país 44.000 millones de dólares. Es notable que el capitalismo
argentino haya bajado su nivel de endeudamiento, al mismo tiempo
que transfería enormes sumas al exterior, manteniendo un alto nivel
de reservas (en la actualidad las reservas son de 49.000 millones de
dólares). Todo esto demuestra que en Argentina se produjo una
. . . enorme masa de plusvalía; pero gran parte de ese excedente no se
reinvirtió para ampliar la base productiva, esto es, para expandir las
220
fuerzas productivas en algún sentido fundamental.

Desgaste progresivo

Desde 2002 la economía argentina ha crecido a tasas asombrosamente


altas; desde 2003 a 2010 lo hizo a un promedio del 8,2% anual, a pesar
de la recesión de 2009 (pronosticando un crecimiento global de 9% en
2010). Pero también hubo un desgaste progresivo del pilar del
«modelo», esto es, del tipo de cambio alto. Es que casi invariablemente
la devaluación tiende a generar presiones inflacionarias, a medida
que los precios de los bienes transables y los salarios recuperan
terreno, al calor de la recuperación económica. Aquí se aplica buena
parte de las viejas explicaciones de la inflación de los estructuralistas.
En tanto la inflación se acelera, el gobierno comienza a retrasar el tipo de
cambio, a fin de que actúe como un ancla. Si impulsara una nueva
devaluación, impulsaría la inflación. Pero el aumento de precios, con
el tipo de cambio nominal frenado, significa que se aprecia el peso en
términos reales. Debe tenerse en cuenta también que la entrada de
dólares, producto del superávit comercial, ejerce a su vez presión en

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el sentido de la apreciación. Para mantener el dólar alto, el Banco
Central compra dólares, y esteriliza (ver nota «El monetarismo criollo»
en el blog), pero esta medida también tiene límites, debido al
endeudamiento. Por lo tanto aquí se tropieza con una contradicción.
Si el gobierno promueve una depreciación de la moneda, acelera la
inflación, con poca ganancia en competitividad. Si por el contrario
retrasa el tipo de cambio, agrava los problemas de competitividad,
acercándose a un escenario parecido al de los noventa. De hecho, hoy
algunos sectores industriales empiezan a quejarse de que con este
tipo de cambio no pueden competir. Es posible que de prolongarse
esta situación, hacia fin de 2011 el tipo de cambio real vuelva a estar
al nivel de la Convertibilidad. Aunque la situación internacional es
distinta de la existente en los noventa, principalmente por la suba de
la demanda mundial de materias primas.

¿Qué significa «profundizar el modelo»?

Por lo explicado, podemos decir que el crecimiento con tipo de cambio


alto no tiene secretos. La ciencia de esta «alta política económica»
reside en el aumento de la tasa de plusvalía, que se logra por la caída . . .
de salarios vinculada a la devaluación de la moneda. 221
Por lo tanto es consustancial al «modelo» que los salarios se
mantengan relativamente bajos. Los salarios del sector privado
formal (representaría aproximadamente el 30% de la fuerza laboral)
están, en términos reales, un 10% por encima de 2001, y muchos
capitalistas se están quejando. Necesitan mantenerse competitivos
vía aumento de la plusvalía absoluta, la intensidad del trabajo, y
reducción de la canasta de bienes de los asalariados. Pero hay límites
a lo que pueden conseguir por esta vía, debido a que la recuperación
de la ocupación ha fortalecido el poder de negociación del trabajo
(aunque sea por la vía indirecta, de la burocracia sindical). En
consecuencia, la variable de ajuste más «a mano» pasa por mantener
precarizada a una parte sustancial de la fuerza de trabajo. El 36,5% de
la fuerza laboral, según el INDEC, está precarizada. Miles de pequeñas
y medianas empresas se benefician de esta situación, que representa
un recorte de costos para el capitalismo argentino de conjunto (incluido
el capital «nacional, popular y democrático»). En 1990 el sector del
trabajo precarizado representaba el 25% de la fuerza laboral, y en
2002 el 38,5%. Puede verse entonces que su participación no bajó de
manera significativa en los últimos años, a pesar de la recuperación

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económica. Incluso el Estado emplea una gran cantidad de trabajadores
precarizados, a través de contratos basura, o de empresas
subcontratistas. ¿Qué significa en este sentido «profundizar el
modelo»?
Teniendo en cuenta lo anterior, puede entenderse también que
el crecimiento pueda ser muy alto, pero no cambien las características más
esenciales de las estructuras atrasadas y dependientes del capitalismo argentino.
Después de siete años de aplicar «el modelo productivista», no hubo
aumento de productividad vía tecnología; no aumentó la relación
capital / trabajo; no aumentó de ninguna manera cualitativa la
participación de las manufacturas en el PBI; la balanza comercial
industrial sigue siendo deficitaria; no hubo incremento del trabajo
con alto valor agregado (lo que en el marxismo se llama trabajo
complejo). ¿Qué significa entonces «profundizar el modelo» en relación
a estas relaciones que no han variado con respecto a los noventa?
Paradójicamente, uno de los sectores que continuó a toda marcha su
expansión, fue el cerealero y en particular el sojero. En 2010 la soja
aportaría ingresos a Argentina por 20.000 millones de dólares. De
conjunto el sector agrario impulsa la inversión, a la par que una parte
. . . de la renta se reinvierte en el sector inmobiliario urbano. La sojización
entonces no se ha detenido porque en el fondo ha sido beneficiosa para
222
el modelo de acumulación. Cabe preguntarse por lo tanto qué significa
profundizar el modelo con respecto a este rubro.
En cuanto a las inversiones en infraestructura, a lo largo de
estos años de fuerte crecimiento se han mantenido relativamente
débiles. Las tarifas de gas y electricidad están entre las más bajas del
mundo, y esto estimula la demanda, ya que los trabajadores y sectores
medios tienen más dinero disponible para comprar alimentos o bienes
de consumo durables. Pero una situación así no dura indefinidamente.
La ley del valor trabajo, y la lógica de la valorización del capital,
terminan imponiéndose. La baja rentabilidad lleva a la caída de las
inversiones, y por lo tanto de la producción. Las reservas argentinas
de gas en 2010 están en 7,8 años, mientras que a fin de la década de los
noventa se ubicaban en 30 años. La matriz energética argentina está
basada en el gas. Las reservas de petróleo en 2009 eran de 11 años, en
tanto en 1998 eran de 34,8 años. Hoy Argentina importa energía. Ya
en 2010 hubo cortes de suministro energético, y todo el mundo reconoce
que hay que aumentar la inversión en el sector; lo que implica hablar
de rentabilidad y tarifas. Algo similar puede decirse del transporte,
en especial el ferroviario. La falta de inversión en los ferrocarriles

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afecta de conjunto la productividad de la economía (los granos, por
ejemplo, se mueven en su mayoría con unos 100.000 camiones). Es
posible que ciertos acuerdos políticos con el gremio de camioneros
también traben la canalización de recursos hacia la revitalización de
los ferrocarriles. En cualquier caso, también en el terreno de las
inversiones en infraestructura energética, transporte, logística y
similares, es necesario preguntarse ¿qué significa profundizar el
modelo? ¿Seguir sin invertir en los ferrocarriles, por ejemplo? ¿Acaso
que sigan bajando las reservas de gas o petróleo?
Por último, la pregunta que se deriva de lo expuesto ya la hemos
formulado, pero vale la pena reiterarla: ¿cómo sigue este programa de
crecimiento basado en el tipo de cambio alto, en la actual coyuntura?
La apreciación del real, y el alto precio de la soja y el maíz, ayudan a
mantener el superávit externo, pero éste se ha venido achicando. Casi
el 90% del crecimiento de las exportaciones en los últimos 12 meses se
deben a la soja, el maíz, minerales y automóviles. Las exportaciones
de automóviles están destinadas mayoritariamente a Brasil; también
de acero. De conjunto la industria argentina sigue teniendo problemas
para insertarse competitivamente en el mercado mundial. En este
respecto, las limitaciones de una estrategia de desarrollo capitalista . . .
articulada meramente en el tipo de cambio alto y la súper explotación 223
del trabajo, se revelan insalvables.

Ironías de la historia

Con lo anterior no queremos decir que la economía argentina esté a


las puertas de algún estallido económico (por lo menos en la medida
en que no se desate alguna crisis política aguda, por ejemplo por la
sucesión en el liderazgo del partido Justicialista), sino que subsisten
los problemas y las contradicciones estructurales, propias de un
capitalismo dependiente y atrasado. Una economía que está creciendo
al 9% anual no pasa a una crisis en un mes.
Pero también hay que ubicar el crecimiento de la economía
argentina en las tendencias más generales de las últimas décadas. En
casi todos los países durante los ochenta y parte de los noventa las
burguesías llevaron adelante programas «de ajuste», esto es,
aumentaron la explotación del trabajo. Aperturas comerciales,
privatizaciones, flexibilidad y precarización laboral, estuvieron a la
orden del día. Con contradicciones y tensiones, toda la burguesía
latinoamericana participó o estuvo de acuerdo en esos programas. No se trató de

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una imposición de la CIA o Washington (como gusta presentar el
asunto la propia clase dominante criolla), sino de una actuación según la
lógica de sus intereses, que no da muestras de revertirse en algún sentido profundo.
Esa recomposición de las condiciones de explotación, más la expansión
de la demanda mundial, generaron las condiciones para la expansión del
consumo y la inversión en el continente. Siguiendo esta lógica, los gobiernos
«izquierdistas» actuales (pensemos en Lula, Bachelet, Mujica o Tabaré)
se convierten en garantes de un rumbo económico apoyado, en líneas
generales, por el FMI, el Banco Mundial o el establishment económico
mundial y el capital internacionalizado. Puede haber diferencias de
grado, matices o peleas por el hecho de que tal gobierno favorezca a
tal o cual fracción, pero nada que se salga de esos carriles. En Argentina, las
diferencias de programas económicos entre un Lavagna, Prat Gay,
González Fraga, Boudou o Lousteau, para mencionar algunos de los
economistas más referenciados, son de matices. No hay mucho más
que eso. Y la mayoría del pueblo hoy votaría alternativas políticas
que incluirían ideas más o menos acordes. Por eso, ni las burguesías
locales, ni los organismos y gobiernos del «primer mundo», tienen como estrategia
el golpe de Estado hoy. ¿Para qué iban a tener esta estrategia, si el negocio
. . . de la explotación marcha muy bien? (mi posición en este punto es
opuesta al análisis de marxistas nacionalistas, como Atilio Borón; o al
224
de intelectuales nacionalistas de izquierda, como Alcira Argumedo).
Es fundamental tener en cuenta la íntima imbricación entre las burguesías y
gobiernos latinoamericanos, y el capital mundializado. Los capitales que se
fugan al exterior, son colocados en activos financieros; de manera que
los intereses de estos capitalistas no difieren, en sustancia, de los que defiende
el capital más mundializado y líquido. A su vez, los inversores extranjeros
se asocian con los capitalistas locales, para explotar la mano de obra.
La estatal Petrobrás recoge 70.000 millones de dólares en los mercados
internacionales; es todo un símbolo de los tiempos. Como también lo
es la propia trayectoria de los Kirchner, y de muchos ex montoneros
que están ahora en el gobierno. En los noventa los Kirchner apoyaron
las privatizaciones, entre ellas la de YPF. Lo obtenido con esas
privatizaciones no fue reinvertido productivamente en la provincia
de Santa Cruz, sino colocado en el sistema financiero internacional.
El default de la deuda argentina, aplaudido por casi todo el
Congreso en 2001, no desmiente la tesis de la confluencia de intereses
de fondo. En el mismo establishment económico del primer mundo
(incluido el presidente Bush) había acuerdo en la necesidad
de reestructurar la deuda, con quita incluida. No es un fenómeno

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infrecuente en la historia del capitalismo; sucede cuando el deudor es
insolvente. Luego, la discusión acerca de cuánto era la quita, fue un
tema de regateo. Nadie puso en cuestión el problema de fondo, a saber,
que la deuda (que había servido para financiar las fugas de capitales
de la propia burguesía) debía pagarse con plusvalía arrancada al
trabajo. Luego de la quita, el gobierno argentino cumplió
religiosamente, y los tenedores de bonos ganaron fortunas. El aplauso
de Hillary Clinton al gobierno argentino, es todo un símbolo de que
aquí nada se rompió.
También es expresiva la trayectoria del actual secretario de la
presidencia, Oscar Parrilli. Este señor fue el informante por el
menemismo en la Cámara baja, cuando se decidió, en 1993, la
privatización de las jubilaciones. Hoy jura dar la vida por profundizar
el «modelo» kirchnerista. En Parrilli toma cuerpo y se singulariza la
evolución de toda una fracción política. Observemos también que
durante años las dos principales AFJP (y orientadoras del resto del
mercado) en Argentina fueron estatales: banco Nación y banco Provincia
de Buenos Aires. Como tales funcionaron durante todo el gobierno de Kirchner.
Cuando los fondos de las jubilaciones se estatizan, permanecen sin embargo
invertidos en los mercados de capitales. De la misma manera, en los 2000, el . . .
gobierno de los Kirchner vuelve sobre algunas privatizaciones, pero 225
solo en aquellas ramas que no resultan de interés para el capital privado, debido a
su baja rentabilidad. En cualquier caso, las condiciones laborales no
mejoran para los trabajadores estatales de conjunto; y continúan los
negocios con empresas subcontratistas, como lo pusieron en evidencia
los recientes episodios en ferrocarriles.
Al margen de alguna particularidad (más o menos corrupción
de tal o cual personaje, etc.), el fenómeno es general. Muchos ex
guerrilleros y militantes de izquierda uruguayos, argentinos, chilenos,
brasileños, etc., son hoy cuadros del gerenciamiento del Estado y de los negocios
capitalistas. Para decirlo con una metáfora, si en los ochenta y noventa
las reformas pro capital avanzaron 100 kilómetros hoy, con el
crecimiento, se puede retroceder 10 kilómetros (bajar un tanto la
desigualdad del ingreso, mejorar salarios). De esta manera se consolida
casi todo lo avanzado, pero además, ideológicamente, se es «de
izquierda y progresista» apoyando al «modelo». En este respecto, el
éxito del neoliberalismo es casi completo. Sus enemigos de ayer
cumplen hoy su programa fundamental. Si a los montoneros o
tupamaros de los 70 se les hubiera presentado una película de los
gobiernos de los 2000, hubieran dicho, sin dudarlo un instante, que se

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trataba de gobiernos de la derecha. Más significativo aún, en los 70 en
Argentina los militantes de izquierda eran asesinados por las bandas
paramilitares, con las que colaboraban los burócratas sindicales. En
los 2000 asistimos al espectáculo de ex revolucionarios abrazándose
con los asesinos de ayer, y amparando a las patotas sindicales más
siniestras. Ironías de la historia, pero en el fondo existe un fuerte
condicionamiento económico. Por supuesto, en todo esto puede encajar
muy bien la reivindicación, superficial y brumosa, de un pasado
heroico. Profundizar el modelo entonces significa continuar en esta línea profunda.

Tendencia en América Latina

De manera más específica, lo sucedido en Argentina constituye una


particularización de la tendencia económica en América Latina
durante la última década. Es que en los años 2000 la expansión de la
acumulación en China, India, Brasil y otros países del tercer mundo,
elevó la demanda de materias primas. Este viento a favor, aunado a lo
que ya hemos explicado, impulsaron las economías. Entre 2003 y 2008
el crecimiento promedio en la región fue del 5,5%; en 2020 será del 5%.
. . . América Latina es exportadora neta de materias primas, y se vio
226 beneficiada con el alza de los precios y de la demanda. La mayoría de
los países pasaron a tener superávit en sus cuentas corrientes, y
realizaron transferencias en términos reales. Por eso en casi todo el
continente bajó la relación deuda/PBI y deuda/exportaciones. No es
de extrañar que la crisis financiera apenas tocara a América Latina;
no se trata de un «éxito singular» del modelo K.
Como producto del crecimiento, hubo también una reducción
bastante significativa de la pobreza en América Latina. Unos 40
millones de personas habrían salido de la pobreza. En la fase expansiva
del ciclo económico, es natural que se asistan a estos fenómenos (algo
que explica Marx en el capítulo 23 del t. 1 de El Capital). La tesis
«catastrofista», que quiere ver una caída en términos absolutos, y
permanente, del ingreso de los trabajadores y sectores populares,
sencillamente es equivocada. La reducción de la pobreza de Argentina
desde el 2002 al 2008, se ubica en este marco.
Al mismo tiempo, en casi todos los países latinoamericanos se
redujo un tanto la desigualdad de la distribución del ingreso (CEPAL);
aunque la región sigue estando a la cabeza a nivel mundial. El
desempeño de Argentina en este plano, entre 2000 y 2010, también es
mediocre (ya nos referimos a esto en otra nota del blog). Y como

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resultado del crecimiento, la desocupación se redujo en América
Latina, pero manteniéndose relativamente alta; en la actualidad está
en un promedio del 8%. El trabajo en negro y precarizado es alto en
casi todos lados.
En conclusión, es necesario tener presentes estas tendencias para el análisis
de la economía argentina. Combinadas con los problemas que se asocian a la
política de crecimiento basada en el tipo de cambio alto, muestran los límites y las
condiciones en que se puede desenvolver la prometida «profundización del modelo»
en los próximos tiempos.

Publicado en el blog, 31 de octubre de 2010.

...
227

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FUGA DE CAPITALES,
DÓLAR Y MODELO K

Esta nota es continuación y actualización de la que escribí hace un


año, en la que discutía cuestiones vinculadas al crecimiento basado
. . . en el tipo de cambio alto1. Decía entonces que el tipo de cambio alto
228 había sido clave para la estrategia de desarrollo «industrialista», desde
mediados de 2002. Básicamente porque la devaluación posterior a la
ruptura de la Convertibilidad había significado una fuerte caída de
los salarios –en términos de dólar y poder adquisitivo–, con la
consiguiente mejora de las condiciones competitivas del capitalismo
argentino. Sostenía también que a la redistribución regresiva del
ingreso se habían sumado equipos industriales renovados durante
los 90; una elevada capacidad ociosa; y el congelamiento de tarifas de
servicios. Todo esto se conjugó para elevar la tasa de rentabilidad, en
particular de las empresas productoras de bienes transables. Además,
el ciclo alcista de los precios de los alimentos, y en particular la soja,
dieron un poderoso oxígeno extra al crecimiento, habilitaron
ganancias extraordinarias al agro (suba de la renta de la tierra), y una
constante inyección de recursos al Estado. Sin embargo, señalaba en
aquella nota, no había habido un desarrollo sustentado en la inversión de equipos
y la tecnología. Esto es, no estábamos ante un aumento de la
competitividad con bases sólidas. Por eso, en 2010 ya se evidenciaba

1 Ver en este libro el artículo precedente (que inicia en p. 217).

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el desgaste del «modelo»: el superávit comercial se achicaba; la
inflación erosionaba la competitividad del tipo de cambio; y el
gobierno se enfrentaba a la disyuntiva de devaluar, o de retrasar el
tipo de cambio a fin de frenar la inflación. Pero en este último caso,
caería aún más la competitividad. Escribíamos: «Si el gobierno
promueve una depreciación de la moneda, acelera la inflación, con
poca ganancia en competitividad. Si por el contrario, retrasa el tipo
de cambio, agrava los problemas de competitividad, acercándose a
un escenario parecido al de los noventa. De hecho, hoy algunos sectores
industriales empiezan a quejarse de que con este tipo de cambio no
pueden competir. Es posible que de prolongarse esta situación, hacia
fin de 2011 el tipo de cambio real vuelva a estar al nivel de la
Convertibilidad. Aunque la situación internacional es distinta de la
existente en los noventa, principalmente por la suba de la demanda
mundial de materias primas».
A pesar de las señales que estaba dando la economía, muchos
defensores del modelo K de crecimiento siguieron afirmando que «el
modelo tiene bases sólidas», y que solo los ciegos «catastrofistas de
izquierda», o la derecha golpista, podían encontrar algún problema
serio. La idea dominante en este sector es que, en tanto haya estímulos . . .
de demanda, la inversión crecerá más o menos automáticamente. Una 229
tesis que se ha mantenido contra viento y marea.

Fuga de capitales

También en una nota anterior, de septiembre de 20102, decíamos que


en Argentina se mantenía una de las características típicas del atraso,
que una parte muy importante de la plusvalía se volcaba al consumo
suntuario, la inversión inmobiliaria, o iba al exterior. Con respecto a
esto último, señalábamos que las inversiones de argentinos en el
exterior obedecían a una lógica de valorización financiera, y que los
rendimientos de esas inversiones se reinvertían en el exterior, de
manera que representaban una importante sangría en términos netos
del excedente. La contrapartida de esta salida era que la inversión en
plantas, equipos e infraestructura productiva, si bien había mejorado
en algún punto del PBI con respecto a los 90, continuaba siendo
relativamente débil. Por eso concluíamos que «hay un fuerte crecimiento
(del PBI), y cierto aumento de la participación de la inversión con respecto a los

2 Ver en el blog «Fuga de capitales y acumulación en tiempos K».

RoloBook-vfff.pmd 229 14/06/2013, 09:47 p.m.


niveles promedio de los noventa, pero sin que pueda hablarse de algún cambio
estructural. Una parte fundamental del excedente sigue saliendo del país; aunque
a diferencia de la década de los noventa, ahora esa salida está financiada por el
superávit de cuenta corriente. (...) La salida de capitales sigue poniendo en evidencia
la estrecha vinculación de la clase capitalista argentina con el capital mundializado,
particularmente con el capital financiero».
Naturalmente, los defensores del «modelo productivo»
siguieron mirando para otro lado. Pero los hechos son testarudos, y
las cosas siguieron complicándose, hasta llegar a la actual coyuntura.
En los últimos tres meses el Banco Central ha vendido más de 4100
millones de dólares. Según la consultora Ecolatina, la formación de
activos externos del sector privado se incrementó de un ritmo
promedio mensual de 300 millones de dólares en el período enero
2003 a marzo 2008 a 1.500 millones por mes entre abril 2008 y junio
2010. El marco de esta fuga de capitales es una macroeconomía en la
que las señales del desgaste del «modelo» son inocultables. El superávit
comercial pasó de más del 4% del PBI en 2007 a aproximadamente el
2%. Las reservas del Banco Central bajaron desde más de 52.500
millones de dólares a fines de 2010, a 47.580 millones hoy; esto a pesar
. . . de que tomó préstamos de bancos europeos. Las reservas de libre
disponibilidad (las que exceden la base monetaria, y con las que el
230
Gobierno paga deuda externa), se evaporaron. El crecimiento de los
depósitos bancarios se ha frenado, y las tasas de interés han subido al
15% para los minoristas (estaban al 10%) y hasta el 20% para los
grandes depositantes. ¿Esto también formará parte del «modelo
productivo»? En cualquier caso, y ante este panorama, es evidente
que la disyuntiva de 2010 que comentábamos, se ha hecho más aguda.
Destaquemos que si bien la crisis internacional ha jugado un rol en la
fuga de capitales –debido a la devaluación del real, y la desaceleración
de la demanda internacional– no alcanza a explicarla. Después de todo,
otros países latinoamericanos han estado recibiendo capitales a causa
de la crisis internacional, por lo que su problema es el opuesto del
argentino: procuran evitar la apreciación de sus monedas. En
Argentina, en cambio, la apuesta de muchos grandes inversores, y
también de ahorristas pequeños y medianos, es que el precio del dólar
finalmente va subir.

Desarrollo desigual y dependiente, y tipo de cambio

Tal vez una de las cuestiones más importantes es entender que la

RoloBook-vfff.pmd 230 14/06/2013, 09:47 p.m.


disyuntiva descrita –devaluar o retrasar más el tipo de cambio– se
inscribe en un movimiento de largo plazo de la economía argentina,
en la que se alternaron los períodos de tipo de cambio alto y bajo,
pautados por crisis que marcaron la transición de un período al otro.
Por eso, más allá del análisis de la coyuntura inmediata, nos interesa
mostrar cómo existe una cierta lógica en estos movimientos, que está
vinculada al desarrollo de las fuerzas productivas –en particular, al
nivel de productividad– y a las variaciones de la rentabilidad e
inversión de los sectores vinculados a la producción de bienes
transables (sustitución de importaciones y exportables) y de bienes
no transables (en lo que sigue resumo algunas de las ideas que presento
en Economía política de la dependencia y el subdesarrollo).
Si se toma como punto de partida 1974 –inicio de la crisis final
de la estrategia de sustitución de importaciones–, se advierte que desde
1977 y hasta comienzos de 1981 rigió un tipo de cambio real bajo
(moneda apreciada); que en la década de 1980 y hasta comienzos de
1991, el tipo de cambio fue alto (moneda depreciada); durante la
Convertibilidad la moneda se apreció; y a partir de 2002 se vuelve a
un tipo de cambio alto, aunque con tendencia paulatina a la apreciación
desde 2003, hasta llegar al actual escenario. Aclaramos que cuando . . .
hablamos de moneda apreciada nos referimos a un tipo de cambio 231
cercano al nivel de paridad de poder de compra con los países
adelantados (en particular, con EEUU). Esto significa que, en promedio,
y a igual que sucede con la mayoría de las economías atrasadas, la
moneda argentina tiende a ubicarse en un nivel por debajo de la paridad
de poder de compra. Esta depreciación de la moneda en términos reales
obedece, desde el punto de vista de la ley del valor trabajo, a problemas
estructurales, que tienen que ver, principalmente, con la baja productividad de
la industria argentina.
Dada su baja productividad relativa, una manera que tiene la
industria de ganar competitividad en el mercado mundial es a través
del tipo de cambio real alto, que implica bajos salarios en términos de
la moneda mundial (dólar o euro). Sin embargo, debido a los impulsos
inflacionarios que derivan de este régimen cambiario, a mediano plazo
casi inevitablemente se generan las condiciones para la reversión hacia
el tipo de cambio bajo. Y son estas variaciones bruscas del tipo de
cambio, las que generan cambios también bruscos y profundos en las
tasas de rentabilidad de los sectores productores de bienes transables
y los productores de bienes no transables; y con ellos, de sus tasas de
crecimiento e inversión. Con tipo de cambio alto, los sectores

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productores de transables aumentan su rentabilidad, lo que lleva
aparejado el aumento de inversiones en el sector; pero baja la
rentabilidad y la inversión en los sectores de no transables. A su vez,
con la moneda apreciada, los sectores transables ven disminuidas
sus ganancias, y los de no transables las incrementan, y con ella la
inversión y el crecimiento. El resultado es que se asiste a un desarrollo
desigual, profundamente desestructurado. Los cambios bruscos de la
rentabilidad de los sectores debilitan las inversiones de largo plazo,
fundamentales para superar el subdesarrollo. Los diferenciales de
productividad se acentúan, porque ora un sector, ora el otro, sufre
períodos más o menos prolongados de baja rentabilidad y por lo tanto
de baja inversión y renovación tecnológica. En los ‘90, por ejemplo, en
tanto en teléfonos, o producción y transporte de electricidad, se
realizaban inversiones y se espandían, muchas industrias productoras
de transables, en especial intensivas en mano de obra –textiles, calzado,
etc.–, languidecían. De la misma manera, el parque industrial se
renovaba parcialmente, pero el sector productor de máquinas
herramientas trabajaba con un 50% de capacidad ociosa, promedio.
En los 2000, por el contrario, sectores de productores de bienes
. . . exportables, o sustitutos de importaciones, prosperaron; pero amplios
sectores productores de servicios, o energético, se retrasaron.
232
Significativamente, la balanza energética pasó a ser deficitaria, luego
de haber tenido superávit en los 90 y buena parte de los 2000.
Este crecimiento desestructurado se refleja entonces en la
situación cambiante del sector externo, y las dinámicas de precios.
Los períodos de tipo de cambio alto, posteriores a una devaluación,
dan lugar a mejoras rápidas y sustanciales de la balanza comercial (o
en la balanza de cuenta corriente). Los productores de transables con
ventajas competitivas naturales -ejemplo, el sector productor de
granos- obtienen plusvalías extraordinarias, bajo la forma de
ganancias extraordinarias, o alta renta agraria. Eventualmente, en
una coyuntura de altos precios internacionales de las materias primas,
una parte de la renta puede captarse con impuestos y destinarse a
subvencionar industrias proveedoras de insumos y servicios, a los
efectos de sostener el tipo de cambio real alto. En estos períodos el
crecimiento industrial se caracteriza por ser principalmente extensivo
–esto es, empleador de mano de obra– y la renovación tecnológica
relativamente débil. La competitividad del sector transable es alta,
pero porque está asentada en una alta explotación del trabajo (salarios
bajos, precarización del empleo, etc.), y en la contención de los precios

RoloBook-vfff.pmd 232 14/06/2013, 09:47 p.m.


de insumos y servicios esenciales.

Erosión del tipo de cambio «competitivo»

No es de extrañar entonces que a mediano plazo la ventaja competitiva


se erosione, en la medida en que los precios de los bienes no transables
y los salarios, especialmente de los sectores sindicalizados, buscan
recuperar el terreno que han perdido con la devaluación. Por eso, a
mediano o largo plazo, las falencias y contradicciones estructurales no pueden
superarse con meros remedios monetarios. No se trata de conspiraciones de
los golpistas, como he escuchado de boca de algún intelectual K de
Carta Abierta, sino de las leyes de la acumulación (y la explotación)
capitalista. La cuestión de fondo es que la debilidad de la inversión -y del
despliegue de la investigación y desarrollo- no permite superar el atraso y
ganar competitividad genuina a la industria. Hoy, en Argentina, la balanza
comercial industrial es fuertemente deficitaria (en las manufacturas
de origen industrial, por unos 20.000 millones de dólares), luego de
casi una década de crecimiento «industrialista» K. El problema puede
agudizarse bruscamente si algunos de los socios comerciales deprecia
su moneda; como acaba de suceder con Brasil. ...
En consecuencia, las presiones inflacionarias, que tienen origen 233
cambiario, no dejan de acentuarse. Los sectores productores de no
transables no invierten si no mejoran los precios relativos, y en el
mediano o largo plazo, los precios de servicios y otros insumos
comienzan a subir. Si además, el gobierno ha mantenido tarifas
congeladas, a costa de crecientes subsidios, es probable que aparezcan déficit
fiscales crecientes. La monetización del déficit (esto es, cubrirlo con
emisión), da lugar a mayores presiones inflacionarias, acrecentando
la desconfianza hacia la moneda nacional. En definitiva, las presiones
inflacionarias terminan erosionando la competitividad cambiaria. Al
crecer la desconfianza, se potencia el flujo de fondos hacia el dólar o el
euro. El ahorro (más precisamente, atesoramiento) ocurre en moneda
extranjera. Al caer los depósitos en moneda nacional, los bancos elevan
las tasas de interés, para detener la sangría. Lo cual no es precisamente
un estímulo para la inversión productiva. Todos estos factores no
dejan de empujar hacia la devaluación.

Devaluaciones, inflaciones y reversiones cambiarias

Pero la devaluación de la moneda no es una solución sencilla, ya que

RoloBook-vfff.pmd 233 14/06/2013, 09:47 p.m.


puede dar lugar a nuevas devaluaciones, que eventualmente
desembocan en altas inflaciones (o hiperinflaciones). Lo cual es
insostenible, como lo demuestra la experiencia argentina de los 80 y
principios de los 90. Es que con alta inflación los salarios bajan en
términos reales -es inevitable que pierdan la carrera con los precios-
pero también con una moneda en constante pérdida de valor se
embotan los mecanismos del mercado. Entonces es imposible comparar
los tiempos de trabajo. Por eso, en el extremo, la economía se dolariza.
El dólar pasa a ser moneda no sólo de atesoramiento, sino también
medida de valor y medio de pago (los contratos se fijan en dólares,
etc.). Se generan así las condiciones para la reversión hacia la moneda
«fuerte». El anclaje del tipo de cambio está en la lógica del proceso, ya
que se busca fijar la variable que ha estado en el origen del impulso
inflacionario, y restablecer la disciplina del mercado, tanto sobre los
capitales menos productivos, como –y principalmente– sobre los
trabajadores. Es por esta razón que las razones que lleva a los períodos
de apreciación de la moneda se incuban en las fases de crecimiento
que se sostienen en el tipo de cambio alto. Algo de esto se ve en el
panorama actual; la apreciación del peso de los últimos años está en
. . . la mecánica del crecimiento de los 2000. Sin embargo, hoy la economía
argentina no está ante un escenario de crisis aguda, al estilo de lo
234
ocurrido en 2001. Pero dicho esto, también hay que decir que el panorama se
ha agravado. Desde hace muchos meses el gobierno ha venido retrasando
el tipo de cambio para frenar la inflación, esto es, ha aplicado una
receta típica de la década de 1990. Pero por esto en los últimos tiempos
se ha apreciado la moneda; con lo cual se debilitó uno de los pilares
del «modelo», el tipo de cambio alto. Por eso también, en los hechos,
ha comenzado a establecerse otra paridad entre el peso y el dólar, a
través del mercado no oficial (o negro). Esta dicotomía -atraso del tipo
de cambio oficial, depreciación de la moneda en el paralelo- es otra
expresión de las disyuntivas que enfrenta el «modelo K».
Paralelamente, los subsidios a industrias productoras de servicios y
similares (eléctricas, transporte, pero también forestal y
agroalimentaria), no han dejado de aumentar. En 2010 el Estado
transfirió unos 48.000 millones de pesos a las empresas, un 45% más
que en 2009. Y sólo en los primeros seis meses de 2011, alcanzaron
32.366 millones de pesos, un 73% más que en igual período de 2010. El
«ajuste» significaría un aumento de las tarifas, esto es, un caída del
poder adquisitivo de los salarios, en primer lugar. Pero también
agregaría presión a los impulsos devaluatorios. Subrayamos: en estas

RoloBook-vfff.pmd 234 14/06/2013, 09:47 p.m.


condiciones, una devaluación se descargaría sobre los trabajadores, bajando los
salarios. Aunque puede dar lugar a una agudización de las luchas
salariales. Por eso la propia clase dominante es reacia a aplicar este
remedio. Pero por otra parte, el actual esquema ha comenzado ha
hacer agua.

En conclusión, lo que está sucediendo hoy en Argentina -fuga de


capitales, depreciación de hecho de la moneda- refleja que el
crecimiento de los 2000 no ha permitido superar las estructuras del
atraso y la dependencia. Negar esta realidad hablando sobre el «modelo
de matriz diversificada y acumulación con inclusión social», equivale
a marearse con palabrerío vacío.

Publicado en el blog, 31 de octubre de 2011.

...
235

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ECONOMÍA ARGENTINA,
COYUNTURA Y LARGO PLAZO

La desaceleración

. . . Los últimos datos del Indec indican que estamos en presencia de una
pronunciada desaceleración de la actividad económica. En el siguiente
236
gráfico se puede ver la variación porcentual del estimador mensual
de actividad con respecto a igual mes del año anterior, entre mayo de
2011 y abril de 2012.

Fuente: Indec 20/07/12

RoloBook-vfff.pmd 236 14/06/2013, 09:47 p.m.


En éste, las variaciones del estimador mensual industrial.

Fuente: Indec 27/07 /12

También la caída en la construcción:

...
237

Fuente: Indec 29/06/2012

Agreguemos que la tasa de desocupación aumentó del 6,7% en el último


trimestre de 2011 al 7,1% en el primero de 2012, con un descenso de la
población activa, del 46,1% al 45,5% entre esos períodos; esto significa
menos cantidad de gente buscando trabajo. El Ministerio de Trabajo
reconoció, en agosto, que se estancó la creación de empleo. En el primer

RoloBook-vfff.pmd 237 14/06/2013, 09:47 p.m.


trimestre de 2012 el PBI creció el 5,2% con respecto a igual período de
2011; en términos anualizados, el crecimiento fue del 3,6%, y debe
tomarse en cuenta que hay un arrastre estadístico del 1,6%. de 2011.
Todo indica que el crecimiento en el segundo semestre será más débil
que en el primero. Las importaciones de bienes de capital
disminuyeron, en junio de 2012, un 38% con respecto a igual mes del
año anterior; puede estar reflejando una caída importante de la
inversión. El consumo también se debilitó; las ventas minoristas en
junio cayeron 6,8% con respecto a junio de 2111 (CAME); aunque luego
repuntó, como consecuencia de los aumentos de las paritarias, y
también porque la compra de bienes de consumo durables se ve como
un refugio frente a la inflación. Con todo esto a la vista, si bien no hay
elementos como para decir que se haya entrado en recesión (dos
trimestres seguidos con crecimiento negativo), se puede afirmar que
es fuerte el freno del crecimiento.

Explicaciones

El Gobierno y sus defensores explican que la desaceleración no se debe


. . . a debilidades del modelo, sino a la crisis internacional, ya que «el
238 mundo se nos vino encima». Pero el argumento es débil. Como señalan
los críticos, la economía mundial está creciendo al 3,5% (según el FMI,
junio 2012). En 2009 la economía mundial se contrajo el 2,2%, y la de
los principales socios comerciales de Argentina un 0,4%; pero la
economía argentina creció 0,9% (según el Indec). ¿Por qué debía caer
en 2012, con la economía mundial creciendo al 3,5%?
Los partidarios del Gobierno responden que Argentina se ha
visto muy afectada por el freno de las importaciones de automóviles
por Brasil, y por la sequía, que no permite aprovechar el aumento de
la soja. Hay elementos de verdad en esto. Según la Asociación de
Fábricas de Automotores, debido a la caída de la demanda en Brasil,
las exportaciones de vehículos disminuyeron un 28,4% en el primer
semestre de 2012 con respecto al mismo período de 2011. La
fabricación de vehículos automotores bajó 14,2% en el primer semestre
de 2012 con respecto al primero de 2011; y un 30,9% en junio de 2012
en relación a junio de 2011. Dado el peso de la industria automotriz en
la economía, el efecto recesivo es indudable. Por otra parte, durante la
campaña 2011-2 hubo una disminución en la producción de unos 15
millones de toneladas entre maíz y soja, debido a la sequía. Además,
buena parte de la cosecha se vendió a precios menores que los actuales.

RoloBook-vfff.pmd 238 14/06/2013, 09:47 p.m.


Esto explica que las exportaciones de productos primarios tuvieran,
en el primer semestre, una caída por precios del 1%. En junio, y en
términos anualizados, las exportaciones de productos primarios
cayeron un 15%, tanto por precios como por cantidades. En definitiva,
dicen los K-partidarios, los problemas son externos, crisis mundial
en primer lugar, sequía en segundo término.
Los críticos retrucan señalando que otros rubros se han
desacelerado, o están disminuyendo: la industria alimenticia y tabaco
creció, a junio de 2012, el 2,8% con respecto a igual acumulado del año
anterior; la textil disminuyó el 1,8%; papel y cartón, y edición e
impresión aumentó 2,1%; refinación de petróleo bajó 1,6%; e industrias
metálicas básicas descendió 1,7% (todos los datos son del Indec). La
caída de la construcción tampoco puede explicarse por la crisis
mundial; ni el aumento del déficit de la balanza energética. Pero los
defensores del Gobierno explican que no hay problemas de fondo, y
que a partir del segundo semestre las cosas irían mejor. En Brasil
habría recuperación de la demanda en el segundo semestre. Y en 2013
se harán sentir los efectos del alto precio de la soja; el precio de la
oleaginosa aumentó casi un 60% desde diciembre de 2011. Si las
condiciones climáticas lo permiten, la cosecha alcanzaría los 55 . . .
millones de toneladas, y podría haber un ingreso extra de 5300 millones 239
de dólares en 2013. El Gobierno podría recaudar entonces 8600 millones
de dólares por derechos de exportación (Iaraf, «Informe económico»
170, julio 2012). O sea, el mundo ya no se nos caerá encima.
Si bien esto es real, existen de todas maneras muchos elementos
para concluir que la economía se ha desacelerado de manera muy
fuerte, y esto no se explica sólo, ni principalmente, por los factores
externos.

Crecimiento y problemas crecientes

La discusión sobre la coyuntura hay que enmarcarla en la dinámica


de la economía argentina desde 2002. Los defensores del gobierno
señalan repetidamente que Argentina creció a «tasas chinas», y éste
es un elemento real. Desde el primer trimestre de 2002 hasta el primero
de 2012, el PBI aumentó un 103% (tomamos como punto de partida
2002 porque cuando Kirchner asumió la presidencia la economía ya
estaba creciendo a una tasa muy alta, un 7,7% en el segundo trimestre
de 2003 contra igual período de 2002).

RoloBook-vfff.pmd 239 14/06/2013, 09:47 p.m.


Con la recuperación bajó la desocupación, desde el pico del 21%
durante la crisis, al 7% actual; también la pobreza, que había alcanzado
casi al 60% de la población en 2002, disminuyó al 22% que calcula hoy
la UCA. En estos 10 años hubo importantes excedentes comerciales,
de manera que se pudo evitar la tradicional restricción que tenía la
economía argentina por el lado de la balanza de pagos, al tiempo que
se bajaba el nivel de endeudamiento. La deuda externa disminuyó del
165% del PBI, después del estallido de la convertibilidad, al 42% en la
actualidad. Aunque influyen las variaciones del tipo de cambio (hasta
diciembre de 2001 representaba el 55% del PBI), es un hecho que la
deuda hoy representa una carga mucho menor que en los 80 y 90 para
la economía. Asimismo, crecieron las reservas internacionales. Todos
estos datos están mostrando que asistimos a una fase expansiva del
ciclo económico relativamente prolongada. En otra nota, hemos
planteado que este ciclo se corresponde con un proceso similar que
ocurrió a nivel de América Latina en la última década (ver
«Crecimiento, catastrofismo y marxismo en América Latina» en este
libro). No se puede entender el apoyo que ha recibido el gobierno de
los Kirchner (o el de Lula o Bachelet) si no se parte de reconocer esta
. . . situación. En última instancia, la tesis, tan repetida en 2001 y 2002, de
que la crisis argentina era «sin salida», tiene sus raíces en una
240
incomprensión de la dinámica del modo de producción capitalista.
Sin embargo, en los últimos años se encendieron luces amarillas en el
«modelo». Veamos:

a) desde hace tres años, por lo menos, el sector privado


no está generando empleo neto. El desempleo juvenil
alcanza al millón, y desde 2009 se multiplicó por cuatro
el número de jóvenes que reciben subsidio por desempleo;

b) en los últimos años los niveles de pobreza se han


mantenido en torno al 22% (UCA, CTA y otros estudios
no oficiales). Esto significa que se ha mantenido muy alta
la cantidad de pobres estructurales;

c) el balance fiscal, que en 2004 fue positivo por casi el 4%


del PBI, en 2011 fue negativo por el 1%, y en 2012 sería
también negativo. Los subsidios al transporte público y
al consumo de gas y electricidad representan el 4% del
PBI.

RoloBook-vfff.pmd 240 14/06/2013, 09:47 p.m.


d) el tipo de cambio real se apreció. Según Cepal, el tipo
de cambio multilateral estaría apreciado un 30% con
respecto al promedio 2003-2012. Desde hace años, las
importaciones crecen a una tasa mayor que las
exportaciones, a pesar del alto precio de las materias
primas. Entre 2004 y 2010, medidas en dólares,
aumentaron en 229% y las exportaciones en 144%; entre
2010 y 2011 las importaciones aumentaron 30,8% y las
exportaciones 23,7%. El tipo de cambio alto fue clave en
el «modelo» K.

El problema que subyace a estas evoluciones reside en la acumulación,


y se sintetiza en que desde inicios de 2008 hubo una fuerte salida de capitales, de
unos 60.000 millones de dólares (21.000 millones en 2011). Esto explica
por qué, a pesar del excedente comercial, las reservas internacionales
han bajado en los últimos meses: casi un 14% entre junio de 2011 y
agosto de 2012. Además, otra parte del excedente (por caso, de la renta
de la tierra) se ha estado invirtiendo en construcción y propiedad
inmobiliaria. Por lo tanto, una enorme masa de plusvalía no se . . .
reinvierte productivamente en el país. Pero la clave del desarrollo capitalista 241
es la acumulación de capital, esto es, la reinversión de la plusvalía (el fruto de la
explotación del trabajo) en medios de producción y fuerza de trabajo, para obtener
más plusvalía. De aquí también que no se hayan superado los rasgos
estructurales básicos de la dependencia.

¿Cuánto cambió la economía?

Mucha gente está convencida de que a partir de 2003 Argentina pasó


de un modelo agrícola y financiero, a un modelo productivo sustentado
en la industria. Las cifras de algunas ramas industriales parecen avalar
esa creencia: Entre 2003 y 2011 la producción de heladeras creció 451%,
la de lavarropas 239% y cocinas 248%. La industria textil aumentó su
producción un 150%. La fabricación de productos manufacturados
de marroquinería y cueros se incrementó 60% en dólares. La de
juguetes un 140%. La producción de la industria farmacéutica creció
un 153%, y un 191% sus exportaciones. La metalmecánica aumentó
su producto el 180% y el empleo 109%. La producción de vehículos
automotores, la estrella de la industria, se incrementó un 488%; y el
empleo un 213%. La industrialización de la soja creció 54% desde

RoloBook-vfff.pmd 241 14/06/2013, 09:47 p.m.


2003 a 2012; la capacidad instalada del polo aceitero aumentó 100%
en el mismo período. (datos Ministerio de Industria). En
biocombustibles hubo una inversión de unos 1000 millones de dólares
en los últimos años. En términos generales, se puede decir que a partir
de la devaluación del peso en 2001, los sectores productores de bienes
transables industriales se han visto beneficiados por el aumento de
sus exportaciones, y sobre todo, por la sustitución de importaciones.
Éste es el elemento de verdad que tiene el discurso K sobre el «modelo
industrialista».
Es indudable, además, que este crecimiento constituye una fuente
importante de legitimidad y de consenso para el Gobierno. Sin embargo, no
implicó un cambio cualitativo de la estructura productiva global del país. Para
verlo, tomamos como puntos de comparación 1998 (el año previo al
inicio de la crisis) y 2011. En ese lapso, la participación de la industria
en el PBI aumentó un punto porcentual: en 1998 era del 17,8%, en 2011
fue del 18,8%. No es un cambio significativo. En algunos círculos
académicos «progre-izquierdistas» circula la idea de que los 90 fueron
años de «acumulación financiera», por oposición a los 2000. Sin
embargo, la participación en el PBI del sector bancario y financiero fue un poco
. . . superior en 2011 con respecto a 1998. En 1998 la suma de la participación
de la intermediación financiera y de los servicios de intermediación
242
financiera era 5,1%, en tanto que en 2011 la participación agregada de
los dos ítems fue del 6%. Ya hemos visto, por otra parte, que la
participación de la manufactura no fue significativamente superior.
Sí aumentó la participación de los sectores productores de bienes y
servicios en el PBI: en 1998 fue del 32,1%, y en 2011 del 37,9%. Es una
suba importante, de casi 6 puntos porcentuales. Sin embargo, se debe
principalmente al aumento de la participación de sectores productores
de bienes con bajo valor agregado: minas y canteras incrementó su
participación en el PBI del 1,4% al 3,1%; y agricultura, ganadería y
sivicultura pasó del 5% al 9,5%. Agreguemos que la participación de
la construcción se mantiene en poco más del 5%, en tanto disminuye
la participación de electricidad, gas y agua del 1,9% al 1% (pero en
este último ítem, a precios constantes de 1993, la participación se
mantiene estable en torno al 2,3%).
El peso de actividades de bajo valor agregado también se refleja
en la estructura de las exportaciones. En 2010 el 23,6% de las
exportaciones estuvo compuesta por productos primarios, el 33,2%
por manufacturas de origen agropecuario (MOA), el 34,1% por
manufacturas de origen industrial (MOI) y el 9,6% fueron combustibles

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y energía. En 1998 eran, respectivamente, el 25%, 33,1%, 32,6% y 9,2%.
O sea, hubo un aumento de la participación de las MOI, pero no se
modificó sustancialmente el alto peso de productos primarios, y de
las MOA de poco valor agregado.
Para verlo de otra manera, digamos que el complejo oleaginoso
representó, en 2011, el 26,2% de las exportaciones totales (el sojero el
24,5%); y el cerealero el 11,2%. El 75% del valor exportado por el
complejo agroindustrial (31 cadenas agroalimentarias) está
compuesto por commodities. Esto explica por qué la economía
argentina es tan dependiente de factores climáticos (las lluvias en
Argentina y EEUU). Por otra parte, las exportaciones de vehículos
automotores representan el 39% de las MOI (el complejo automotriz
representó, en 2011, el 12,7% de las exportaciones totales). Además,
están muy concentradas en el Mercosur, esto es, en Brasil. En 2011 las
exportaciones de vehículos y chasis al Mercosur representaron el 76%
del total. Es que la apreciación del real (a pesar de su depreciación
reciente, todavía está apreciado con relación al dólar un 20%,
aproximadamente) contribuyó a mantener competitiva a la industria
automotriz argentina, a pesar de la apreciación del peso contra el
dólar y el euro. De aquí la «Brasil-dependencia» de las exportaciones . . .
argentinas de MOI. Esto también explica el peso de la industria 243
automotriz en la economía argentina.
Es de destacar entonces que la industrialización (y la «argentinización»)
de la economía, proclamada por el «Proyecto nacional y productivo», se realiza a
partir del imbricamiento de grandes empresas agrarias, mineras y automotrices
(Grobo, Cresud, Molinos, Monsanto, Barrick Gold, Vale, Ford, John
Deere, Fiat) con el mercado mundial. Por encima de los discursos, se impone
la lógica de la internacionalización del capital. Queda claro, por lo tanto, lo
que se está demandando cuando se levanta la consigna de
«profundizar el modelo».
Por otra parte, durante años el Gobierno negó que hubiera
problemas en la producción de gas y petróleo. En 2012 tuvo que
admitirlos. Según datos oficiales, entre 1998 y 2011 la producción de
petróleo se redujo en 15,9 millones de metros cúbicos y entre 2004 y
2001 la producción de gas disminuyó en 6,6 miles de millones de metros
cúbicos. Las reservas de petróleo cayeron 11% y las de gas 43% entre
2003 y 2010. Como resultado, en 2011 Argentina tuvo un saldo negativo
en la balanza comercial de hidrocarburos de 3.029 millones de dólares.
El déficit se agrava este año. En el primer semestre de 2012 se

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importaron combustibles y lubricantes por 4983 millones de dólares;
es un aumento del 16% con respecto al primer semestre de 2011.
De la misma manera, las dificultades que están experimentando
empresas eléctricas, y los cortes frecuentes de suministro, están
evidenciando también problemas estructurales graves. Lo mismo
podemos decir del transporte; por ejemplo, los ferrocarriles (ver «Sobre
la estatización y el control obrero de los ferrocarriles» en el blog). El
déficit comercial de la industria y energético, las falencias del
transporte, el peso que continúan teniendo los productos primarios o
de poco valor agregado en el PBI y en las exportaciones, no pueden
atribuirse a la crisis mundial. Tampoco la salida de capitales: en 2011
Argentina tuvo un movimiento neto de capitales de 17.600 millones
de dólares, en tanto Brasil experimentó un ingreso neto de 282.900
millones (dato de Cepal). Los problemas tienen sus raíces en problemas
vinculados con la acumulación del capital.

La acumulación del capital en la tradición clásica

En la nota anterior hemos planteado que la clave del desarrollo


. . . capitalista pasa por la reinversión del excedente. Esta importante idea
244 fue formulada por primera vez por los fisiócratas. Quesnay definía el
excedente como la diferencia entre la producción y lo necesario para
mantener la capacidad productiva (incluyendo en ésta el consumo
del trabajador). Se equivocaba al sostener que solo la actividad agrícola
generaba ese excedente, pero lo destacable es que concibió un proceso
dinámico, cuyo eje es la reinversión, decidida por la clase social que se
apropia del excedente. Luego, en Smith y Ricardo, serán los
trabajadores contratados por el capital los que producen el valor, y
por lo tanto, las ganancias y las rentas. Se trata de un enfoque opuesto
al neoclásico, con su énfasis en la asignación eficiente de recursos
«dados». En el sistema clásico, lo importante es ampliar el trabajo
productivo, para generar ganancia que se invierte para generar más
ganancia. Se trata de un proceso circular, o en espiral, que rige el desarrollo
de las fuerzas productivas. También en Marx se mantiene esta idea.
Sintéticamente, en Marx, para que haya reproducción ampliada del
capital, es necesario que el capitalista decida acumular, reinvertir la
plusvalía, no sólo para acrecentar el capital variable (como sucede en
Ricardo), sino también el capital constante, esto es, los medios de
producción. «El empleo de plusvalor como capital, o la reconversión
de plusvalor en capital, es lo que se denomina acumulación de capital»

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(Marx, 1999, t. 1, p. 713). Por eso, una vez dada la masa de plusvalor,
«la magnitud de la acumulación depende... de cómo se divida el
plusvalor entre el fondo de acumulación y el de consumo, entre el
capital y el rédito» (idem, 730).
La plusvalía que se gasta como rédito, esto es, para el consumo
o diversos gastos del capital, no permite ampliar la capacidad
productiva. De aquí la importancia de distinguir entre trabajadores
productivos e improductivos. Los trabajadores improductivos son
pagados con plusvalía, y no generan plusvalía. En El Capital Marx
apuntaba que el gasto en empleados domésticos, en Inglaterra, era
gasto improductivo. Lo mismo se aplica al trabajo estatal. Si el Estado
contrata trabajadores para enterrar y desenterrar botellas, esto puede
estimular el consumo, y por esa vía contribuir a sostener la demanda.
Sin embargo, esos trabajadores son pagados con plusvalía que no se
reinvierte productivamente (para una discusión, ver «Ley de Say,
Marx y las crisis capitaslitas» en el blog). Por lo tanto, en la medida en
que el nivel de empleo se sostenga por esta vía, el crecimiento
encontrará dificultades crecientes. Podemos decir que en un país
atrasado, esto es doblemente válido. Y esto ocurrirá aun en el caso de
empresas estatales. Por ejemplo, si una empresa estatal contrata . . .
personal para que trabaje como puntero político, ese gasto es 245
improductivo; aunque el gasto de ese puntero contribuya a mantener
la demanda. Y en el mediano o largo plazo, ese tipo de gasto solo se
sostiene si crece el trabajo productivo.
En síntesis, en la teoría clásica, y más explícitamente en Marx,
la clave del desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas pasa
por cuánto trabajo se emplea productivamente, y por cuánto de la
plusvalía se reinvierte para ampliar el trabajo productivo, o se gasta
como rédito. Si consideramos el desarrollo de un país en particular,
debemos agregar cuánto de la plusvalía atraviesa las fronteras para
colocarse en otro país. Lo importante es que todo el valor histórico del
capitalismo se relaciona con estas cuestiones: «Solo en cuanto capital
personificado el capitalista tiene un valor histórico...». En
consecuencia, los factores que influyen en la decisión de invertir -en
primer lugar, la ganancia, y la seguridad de su continuidad- son
decisivos en el análisis del desarrollo capitalista. La búsqueda de
ganancias, y la competencia, obligan a cada capitalista «a expandir
constantemente su capital para conservarlo» (ídem, 731). Por eso,
«como fanático de la valorización del valor, el capitalista constriñe
implacablemente a la humanidad a producir por producir, y por

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consiguiente a desarrollar las fuerzas productivas sociales y a crear
las condiciones materiales de producción que son las únicas capaces
de constituir la base real de una forma social superior...». Destaquemos
que el dinamismo técnico deriva de esta mecánica. El desarrollo de las
fuerzas productivas no consiste solo en aumento cuantitativo (más
trabajadores y más medios de producción), sino en el avance
tecnológico: la producción de más bienes por menos unidad de tiempo
(innovaciones de proceso); y de bienes que satisfagan mejor las
necesidades humanas (innovaciones de productos). Esta dinámica, a
su vez, lleva a las crisis de sobreproducción. Al acumular, aumenta la
masa de capital constante invertida por obrero, se eleva la
productividad, se abaratan los medios de producción y de consumo,
y finalmente se debilita la tasa de rentabilidad. Lo cual explica por
qué la crisis típica del desarrollo capitalista no es por carencia, sino por «exceso»,
por sobreproducción, por sobrecapacidad y sobreacumulación .
Apuntemos también que mucho de este enfoque fue mantenido
por los neoricardianos (Garegnani, Pasinetti), hasta el día de hoy.
También por los keynesianos de Cambridge (como Kaldor), o los
autores tradicionales de desarrollo (como Lewis), aunque en estos
. . . casos, sin la tesis del trabajo productivo, ni referencia alguna a la
explotación. En Kaldor, por ejemplo, el dinamismo técnico depende de
246
la capacidad para absorber el cambio técnico, y éste depende de la
tasa de acumulación. Estas ideas están en el centro de las polémicas
de los autores más progresistas del pensamiento burgués, con los
neoclásicos. La causa del retraso de los países subdesarrollados no es
la pobreza de recursos, o la escasez de ahorro, sino al contrario, la
pobreza de recursos y la escasez de ahorro es el reflejo de la debilidad
de la acumulación (ver, por ejemplo, Kaldor 1963).

La salida del excedente en el pensamiento de izquierda

Aunque a primera vista parezca que nos hemos alejado del tema que
nos ocupa, estamos en el meollo de la cuestión. Desde el punto de vista
del desarrollo capitalista, la raíz de los problemas en la economía
argentina reside en que una parte sustancial del plusvalor no se
reinvierte productivamente. En parte se utiliza en gastos
improductivos (incluidos gastos estatales), o construcción
inmobiliaria. Y otra se coloca en el exterior, ya sea porque las
multinacionales no reinvierten sus ganancias, o porque la burguesía
argentina saca los capitales. Los teóricos de la dependencia, y en

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general los autores de izquierda, tradicionalmente explicaron el atraso
de los países coloniales y semicoloniales por la extracción del excedente
que realizaban las potencias y sus empresas, aliadas a las oligarquías
locales. Pero hoy, en Argentina, la remesa de utilidades por parte de
las grandes transnacionales es solo una parte del problema, porque
existe una enorme masa de riqueza, propiedad de la clase capitalista
criolla, que está acumulada en el exterior (algunos la ubican en 160.000
millones de dólares, pero puede ser superior); esto es, no se reinvirtió,
ni se reinvierte, para ampliar las capacidades productivas. En este
punto, el esquema explicativo «imperio-colonia» hace agua, ya que esa
transferencia del excedente fue un acto libre de los capitalistas argentinos. Para
ilustrarlo con un ejemplo, cuando los Kirchner colocaron varios cientos
de millones de dólares, provenientes de la privatización de YPF, en los
circuitos financieros internacionales, lo hicieron respondiendo a una lógica
de clase, no por imposición del FMI, o de poderes coloniales. Lo
decidieron así porque consideraban que el marco social, o el horizonte
político, no era adecuado para realizar inversiones productivas en la
provincia de Santa Cruz. Algo similar puede decirse acerca de la forma
en que los políticos blanquean el dinero de la corrupción: lo invierten,
con criterio rentístico, en propiedad inmobiliaria, urbana o rural, o . . .
en dólares y activos financieros en el exterior. Esta debilidad de la 247
acumulación de capital explica entonces por qué el problema
económico en Argentina se manifiesta como carencia, como falta (de energía,
de transporte, de producción con valor agregado, etc.) y no como
«exceso». El hecho de que la intelectualidad K- izquierdista pase por
alto, o disimule, la salida del excedente, demuestra la distancia que la
separa de lo que ha sido la tradición del pensamiento crítico de la
izquierda latinoamericana, y de las expresiones más progresistas de
la tradición económica.

La inversión en Argentina

Afirmar que la salida del excedente debilitó la acumulación, y por lo


tanto las bases del desarrollo capitalista, no es sinónimo de negar que
hubo inversión en la última década. Es importante aclarar este punto,
porque muchas veces se puede caer en una discusión falsa. Cuando
sostenemos que existe un desarrollo deformado y con fundamentos
débiles, y que la salida del excedente es causa y expresión de ello, no
estamos diciendo que no hubo en absoluto inversión. En los 2000 los
niveles de inversión se recuperaron con respecto a la gran crisis de

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2001-2, e incluso fueron un poco superiores a los promedios de los
años noventa. Pero la inversión no cambió cualitativamente con respecto a los
90. En el siguiente gráfico vemos la inversión (incluye construcción e
inversión en equipos) en términos del PBI.

...
En el siguiente mostramos la evolución de la participación de la
248
inversión en equipos.

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Aquí, la participación de la construcción en el PBI. La construcción
residencial no aumenta la capacidad productiva del país; en términos
marxistas, es gasto de renta, esto es, de bienes de consumo.

...
249
La relatividad del cambio en los 2000 con respecto a la década
menemista está determinada por el hecho de que en los años 90 hubo
inversión productiva. Hay que mantener una perspectiva de largo
plazo para entender dónde estamos parados. La imagen de una
oposición absoluta entre el «modelo parasitario financiero» de los 90
y el «productivo e inclusivo» desde el 2003, no resiste el análisis. La
realidad es que entre 1990 y el primer trimestre de 1998 la inversión
bruta interna fija aumentó un 190%; la inversión en construcción
117,2%; la realizada en equipo durable de producción aumentó casi el
330%. En ese período el PBI aumentó 50,4% y la relación IBIF/PBI pasó
de un mínimo de 13,2% en 1990 al máximo de 25,6% en el tercer
trimestre de 1998. Entre 1990 y 1998 la inversión en equipos y
maquinaria (bienes de capital) importados creció en casi 14 veces,
pasando de ser el 8,7% de la IBIF al 41% en el primer trimestre de 1998.
Todos los datos los tomo de Kulfas y Hecker (1998), una fuente que
debería ser insospechada de estar bajo las influencias del grupo Clarín
y del «establishment destituyente»; Matías Kulfas actualmente es
gerente general del Banco Central y preside AEDA, una institución

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defensora de las políticas oficiales. En la década menemista no solo se
destruyeron empresas, también se modernizó el stock de capital, y
aumentó la productividad. El apoyo de la burguesía argentina a las
políticas de Menem-Cavallo encuentra su explicación última en estas
evoluciones. Por eso también Kulfas y Hecker consideraban positivas
las privatizaciones. Pero aunque en los 90 aumentó la inversión con
relación a los 80 (que fueron de estancamiento), no cambió
estructuralmente la economía argentina. Algo similar ocurre en los
2000: aumentó la inversión con respecto a los 90, aunque tampoco se
modificaron de manera sustancial el rasgo que define a un capitalismo
atrasado y dependiente: el desarrollo desigual y desarticulado, y
sustentado en escasa tecnología. Precisemos todavía que la inversión
de los 90 jugó un rol no desdeñable en la recuperación a partir de
2002. El gobierno de Duhalde, y luego Kirchner, heredaron un aparato
productivo modernizado con relación a los 80.

Lógica capitalista, en los 90 y en el 2000 también

La clave del desarrollo capitalista pasa por la decisión de invertir el


. . . excedente, y esta decisión se rige por las perspectivas de rentabilidad,
250 y de la confianza en su permanencia en el tiempo. O sea, en lo exitoso
que pueda ser el proceso de explotar al trabajo y realizar valor.
Argentina de los 2000 no fue una excepción. El crecimiento fue
vehiculizado por empresas capitalistas, que decidieron sus
inversiones bajo la lógica de la ganancia. Los actores relevantes fueron
grandes empresas y grupos, transnacionales y nacionales, que se
instalaron, o tomaron fuerza, en los 90. Es el caso de la minería. Entre
1990 y hasta 1998 se hicieron inversiones por 1858 millones de dólares
(Kulfas y Hecker), y fueron vehiculizadas por grandes empresas
transnacionales. En esa década también se establecieron los marcos
regulatorios de la minería a cielo abierto. Algo similar ocurrió con el
agro. En los años menemistas entraron grandes capitales extranjeros
(como Cresud y Benetton), y se fortalecieron los principales grupos
nacionales que operan hoy. Además, en los 90 la producción agrícola
aumentó más de un 50% (la de soja en primer lugar), se multiplicó el
uso de agroquímicos, se extendió la siembra directa, aumentó el
número de tractores, se modernizó la maquinaria, y se fortalecieron
empresas como Monsanto, Cargill o Novartis. En cuanto a la rama
automotriz, que hoy es clave en la industria, entre 1990 y 1998 hubo
inversiones por casi 4000 millones de dólares, también a cargo de las

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grandes transnacionales. Asimismo, hubo fuertes inversiones (por
adquisición o establecimiento de plantas) de Coca Cola, Nestlé,
Nabisco-Terrabusi, Phillip Morris-Kraft, Danone-Bagley, Parmalat,
Danone, Brahma,en la rama de alimentos y bebidas. En el comercio
minorista se expandieron Carrefour, Disco, Norte, Easy, Walmart, Coto
y Auchan, entre otros. Entre los bancos, cobraron fuerza HSBC,
Citybank, BBV-Banco Francés, Banco Río y Grupo Galicia. La medicina
privada también tomó impulso en la década menemista, con
intervención de grandes grupos en salud (Swiss Medical Group,
AMSA, Qualitas, Doctos). Sumemos la educación privada que,
naturalmente, siguió creciendo hasta el día de hoy.
En la década de 2000 estas empresas y grupos se adecuaron a la
nueva realidad del tipo de cambio alto (de los primeros años) y del
boom de las materias primas. El tipo de cambio alto, los salarios
deprimidos y la caída de los precios relativos de los servicios públicos,
permitieron que los capitales vinculados a la producción de bienes
transables rápidamente se recuperaran, sanearan sus estados
contables y obtuvieran grandes ganancia (Bezchinsky et al., 2007).
Hasta el presente, los sectores agroexportador, automotriz, minero y
algunos productores de bienes transables, siguen siendo los más . . .
dinámicos. Según la página web del Ministerio de Industria, en los 251
últimos 4 meses han concretado o anunciado inversiones John Deere
(tractores y cosechadoras); Agco, (tractores); Claas (cosechadoras);
Carraro, (agripartes); ProMaíz (molienda de maíz); Syngenta
(semillas); Monsanto, (semillas); Evonik Degussa (metilato de sodio);
Qualitá (frigorífico de cerdos); Coto (faenamiento avícola); Alimentos
del Sur (bioetanol); Nobel (biodiesel); Walmart (supermercado); Kraft
(galletitas); Alpargatas (textil); Mabe (heladeras); Plaza Logística
(parques logísticos); TN&Platex (hilados); Fiat (vehículos); Ford
(vehículos); Flecha Bus (carrocerías); Cementos Avellaneda; Loma
Negra (playa de carbón); Ferrum (sanitarios); Grobo (fábrica de
pastas); Pirelli y Fate (neumáticos); Dow (petroquímica): Alto Paraná
(celulosa); Laboratorio Catalent, Laboratorio Internacional Argentino
y PharmADN (productos de farmacia). Además, debe destacarse la
minería, donde se están realizando inversiones por 1600 millones de
dólares; están a cargo de Vale, Barrick Gold, Xstrata Copper (opera la
Minera Alumbrera), Anglo Gold Ashanti, Minera Santa Cruz, Yamana
Gold, Minera Andes y Minera Triton (Panamerican Silver).
Por otra parte, sectores como el avícola crecieron rápidamente,
y siguen invirtiendo (algunos grupos están haciendo grandes

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ganancias, y se benefician de los subsidios); pero otros, como la
industria frigorífica, están en crisis. Y muchas economías regionales
(aceitunas, frutas) cada vez tienen más dificultades para exportar. En
el sector servicios la rentabilidad fue todavía más desigual. En turismo,
por caso, hubo una fuerte expansión y alta rentabilidad, y cobraron
fuerza capitales nacionales y cadenas internacionales (Hilton, Accor,
Howard Johnson, Vista Sol). El sector bancario también fue uno de los
más beneficiados; entre otros elementos, gozó de la posibilidad de
hacer buenos negocios con el Estado (véase, por ejemplo, aquí). Pero
por otro lado, hubo caídas de rentabilidad en comunicaciones,
electricidad, gas y agua. Algunos grandes capitales, como Aguas
Argetinas, se retiraron. En el sector eléctrico, la inversión se estancó.
En transporte, algunos grupos (el Plaza posiblemente es el más
destacado) prosperaron, merced a los subsidios y negociados que
pudieron establecer con el Estado. Pero no invirtieron. En Aerolíneas
Argentinas hubo desinversión. En petróleo y gas, a partir de 2002 las
ganancias crecieron, pero la inversión no se recuperó. El caso de Repsol
es ilustrativo. Siendo una empresa multinacional, su negocio estaba
en reinvertir ganancias en otros lugares del mundo, dada la diferencia
. . . entre los precios internacionales y los locales. De ahí el vaciamiento.
El resto de las empresas del sector tampoco invirtió. Estas evoluciones
252
de rentabilidades, muy dispares entre sectores, determinaron también un crecimiento
extremadamente desigual y desarticulado.

Capitalismo de Estado residual

En el contexto que hemos descrito, el capitalismo de Estado asumió un carácter


residual. La estatización de Aguas Argentinas, en 2006, se produjo luego
de que el grupo Suez anunciara su decisión de retirarse del país. No
invertía desde 2002, y tampoco había cumplido con los compromisos
establecidos en la privatización. Lo significativo es que antes de
hacerse cargo de la empresa, el Gobierno la ofreció a otros grupos;
pero los potenciales inversores calcularon que el negocio (con las tarifas
congeladas) no era conveniente. También en el caso de Correos
Argentinos. El Estado retomó el control en 2003 porque el grupo
controlante no tenía interés en seguir. Inmediatamente el Gobierno
convocó a capitales para reprivatizar la empresa, pero no hubo
oferentes, y Correos siguió en manos del Estado. En ferrocarriles el
Gobierno se hizo cargo de las inversiones desde hace años, pero éstas
siguieron estancadas. Luego pasó a administrar ramales, y la

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postración continuó. En lo que respecta a YPF, solo se la estatizó
(parcialmente) cuando se precipitó la crisis energética. En las semanas
que siguieron el Gobierno trató de interesar a Chevron Exxon,
Petrobras y a Cnooc, para que invirtieran. Pero no hubo acuerdo
debido a las condiciones exigidas por las empresas. Ahora, YPF
intentará colocar deuda en los mercados, según se anuncia. De nuevo,
los inversores prestarán su dinero si prevén buenas ganancias. Por
último, la estatización de la imprenta Ciccone, se hizo con el objeto de
tapar (o al menos intentarlo) la mugre de los corruptos negociados del
vicepresidente y sus amigos. La «soberanía monetaria» solo fue
discurso.
Por otra parte, la intervención del Gobierno en la economía,
fijando precios y subsidios por ramas y sectores, u otorgando y
quitando concesiones, no impidió que terminaran imponiéndose las
leyes del mercado y la lógica de la ganancia. Si una empresa
multinacional invierte en la producción de glisofato, y otra no invierte
en generación eléctrica, no es que la primera sea «patriota», o ame a la
naturaleza, y la segunda «parasitaria» y «enemiga del modelo
nacional»; simplemente se trata de diferentes perspectivas de
ganancia. Por eso, el economista «progre-izquierdista», puesto a alto . . .
funcionario de Economics, rezongará y gesticulará, y pronunciará 253
bonitos discursos, pero no logrará cambiar el curso profundo de las
cosas. En términos teóricos: entre Keynes y Marx no hay síntesis
posible (para una crítica del intento de embellecer por izquierda a
Keynes, véase «¿Keynes partidario del valor trabajo?» en el blog). Por
eso, tampoco existe un tercer camino para el desarrollo de las fuerzas
productivas entre el capitalismo y el programa de la revolución
socialista. Algunas estatizaciones parciales, algunos controles de
precios, apenas arañan la epidermis. A lo sumo, logran irritar a algunos
capitales; al tiempo que desde el Estado a otros se les brindan
oportunidades de enriquecerse sin límites. En última instancia, cuando
las perspectivas de ganancias no son seguras, no invierten (la llamada
«huelga de inversiones» es un factor de presión permanente del
capital). Una intervención social profunda solo puede ser
instrumentada por la clase social productora, sostén último de esta
sociedad. Pero estamos muy lejos de eso (¿o alguien apuesta al poder
transformador de los Zanola y los Pedrazza?).

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«Tierra arrasada» y la «productividad sistémica»

El crecimiento de las últimas décadas ha tenido profundas debilidades


estructurales, que pueden tener consecuencias perniciosas en el largo
plazo. De acuerdo a la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable,
más del 22% del suelo sufre erosión eólica o hídrica. El dato es de 2000,
y no está actualizado, pero todo indica que la erosión continuó en la
última década. La misma fuente estima que los procesos de degradación
aumentan significativamente en los últimos años por la
agriculturización y el desmonte con uso no adecuado de algunas
tierras, «privilegiando los resultados productivos y económicos del
corto plazo, sacrificando la sostenibilidad de los sistemas
productivos». Según el INTA, en el cultivo de soja solo se reponen el
31% de los nutrientes que se extraen del suelo. El crecimiento basado
en «tierra arrasada» no es sustentable en el largo plazo. Algo similar
estaría ocurriendo con la gran minería a cielo abierto, de acuerdo a
denuncias de organizaciones ambientalistas.
Pero además, el desarrollo desigual y desarticulado ha dado
lugar a problemas que derivan de la carencia, de la escasez. La «crisis»
. . . energética no es de sobreproducción (no hay crisis porque se produjo
254 demasiada energía), sino de subproducción. Algo parecido puede
decirse de las falencias del transporte por ferrocarril, o aéreo. Este
crecimiento desarticulado también explica la caída de lo que se ha
llamado «productividad sistémica» (Kulfas y Hecker). Esto es, la
productividad que está relacionada con la infraestructura en energía,
comunicaciones y transporte. Destaquemos que la productividad no
es un fenómeno exclusivamente «micro», individual de las empresas.
Por ejemplo, los sobrecostos en el transporte, o por falta de logística;
o por interrupciones en el servicio eléctrico, pueden ser factores
negativos importantes. Por eso, en la medida en que la inversión se
sigue estancando en estos sectores, aparecen restricciones crecientes
para el desarrollo y cuellos de botella, que pesan más y más en la
economía. Por ejemplo, la postración del ferrocarril lleva a la
sobreutilización de las carreteras y del transporte automotor, con
consecuencias negativas en materia de accidentes viales, retrasos,
deterioro medio ambiental y mayores costos logísticos. En energía, la
caída de la producción no solo genera cortes en el suministro, sino
también problemas crecientes en la balanza comercial. Además, a
medida que no repunta la inversión, empeora más la productividad,
y aumenta la carga fiscal. Cada vez más subsidios se destinan a

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sostener los sectores estancados, sin que por ello se solucionen los
problemas de fondo. Y si se liberan los precios de estos insumos, caerá
el salario real y se agudizarán las presiones inflacionarias. Es el
producto natural de la falta de integración entre sectores, del
crecimiento desarticulado.

Mercado mundial y desarrollo

Alguna vez León Trotsky dijo que la fuerza y estabilidad de la economía


de la URSS se definía, en último término, por el rendimiento relativo
del trabajo; esto es, en relación a la productividad y tecnología de los
países capitalistas más adelantados. Esta idea se puede extender a los
países capitalistas dependientes, como Argentina: cuando se juzgan
los resultados del proyecto «industrializador», es necesario ponerlos
en relación al desarrollo mundial.
Antes de continuar, es necesario precisar el criterio con el que
evaluamos el desarrollo argentino en la última década. Se trata de
preguntarnos en qué medida el «modelo» ha promovido el desarrollo
económico. O sea, en qué medida ha generado una transformación de
la estructura económica, de manera que haya una creciente aplicación . . .
del conocimiento técnico a la producción de riqueza, junto al aumento 255
de las capacidades productivas. En consecuencia, en lo que sigue el
cuestionamiento no se dirige al carácter explotador del capitalismo
argentino, sino a la medida en que cumple con su «misión histórica»
de desarrollar las fuerzas productivas. Esta idea no es propiamente
«marxista», ya que estuvo presente en el pensamiento económico
burgués más progresista, desde los orígenes del capitalismo
(Maquiavelo, Locke, Smith, Ricardo, etc.). Y fue retomado luego por
expresiones del pensamiento burgués progresista, tanto de los países
adelantados, como atrasados. El mismo criterio primó en lo mejor del
estructuralismo latinoamericano; por ejemplo, en Celso Furtado. En
esta tradición, el desarrollo está determinado por la inversión
productiva, y ésta es vital para mejorar la posición competitiva de
los capitales nacionales en el mercado mundial. Es que en última
instancia, muchos de los problemas que enfrentan los países tienen su
raíz en la forma en que se insertan en la división internacional del
trabajo. Como señala Thirwall (2012), citando a Marshall, «las causas
que determinan el progreso económico de las naciones pertenecen al
estudio del comercio internacional».

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Se trata entonces de un enfoque opuesto al programa de
desarrollo autárquico, de espaldas al mercado mundial, que suelen
alentar las corrientes pequeño burguesas nacionalistas. No hay países
autosuficientes; algunas ramas se desarrollan por encima de las
necesidades de la demanda interna, y otras por debajo. El modo de
producción capitalista es por naturaleza mundial, y los diferentes
espacios nacionales de valor se articulan en esta totalidad. La
interdependencia de esos espacios nacionales está condicionada por
los flujos de comercio e inversiones, el grado de endeudamiento, y las
variaciones del tipo de cambio. Por eso, es clave el grado de desarrollo
de las fuerzas productivas a partir del cual un país participa en el
mercado mundial. Ninguna economía puede prescindir de las
importaciones de maquinaria y tecnología, so pena de quedar
irremediablemente atrasada. De ahí que todo dependa de la
interrelación entre la inversión y las exportaciones, y de la estructura
de éstas. En este respecto, Thirlwall también apunta que no es
indistinto si un país produce repollos o computadoras, ya que la
composición de las exportaciones tiene importancia para la desempeño económico
(Thirlwall, 2012). Una economía cuyas principales exportaciones son
. . . materias primas, es mucho más vulnerable a los cambios en la
demanda mundial y a las fluctuaciones de precios, que una que posee
256
una matriz productiva diversificada, y con industrias que generan
alto valor agregado. Desde el punto de vista de la teoría del valor de
Marx, se puede demostrar que si un país exporta materias primas o
productos industriales de bajo valor agregado, sufrirá un creciente
deterioro de los términos de intercambio, en el largo plazo.
En base a lo expuesto, se comprende la importancia de avanzar
hacia una producción basada en trabajo complejo y tecnología.
Obsérvese que este enfoque no solo se diferencia del estrechamente
nacionalista (de la idea reaccionaria de «vivir con lo nuestro»), sino
también se opone al programa neoclásico. Según este último, cada
país debe centrarse en sus «ventajas comparativas» y liberar los
mercados; y el Estado solo tiene que ocuparse de garantizar la
propiedad privada. Pero en la visión burgués progresista (al estilo
Kalecki, Kaldor, neoschumpeterianos o estructuralistas
neoschumpeterianos) el desarrollo capitalista exige la intervención
estatal, con el objetivo de lograr la diversificación, la actualización
tecnológica y la innovación. Esto implica inversión en infraestructura,
I&D, educación y salud (pero no alimentar al lumpen, ni el gasto
suntuario). Es una visión bastante distinta de la defendida por los

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neoclásicos, que en sus versiones extremas (algún economista de la
UCEMA) llega a sostener que un país atrasado no debería invertir en
I&D, porque basta copiar la función de producción del país adelantado.
También es distinto del que pretende que basta estimular el consumo
para que haya inversión; una idea que han planteado economistas K
en Argentina.

Argentina, continúa el atraso

El discurso oficial sostiene que el país ha ingresado en una etapa de


industrialización cualitativamente distinta a todo lo conocido, y basa
esta afirmación en las cifras del crecimiento en términos absolutos de
la producción y de las exportaciones industriales. Sin embargo, cuando
se ponen estos datos en el contexto mundial, el argumento se debilita,
y mucho. Es que la participación de las exportaciones industriales
argentinas en el total de las exportaciones mundiales no ha
experimentado ningún aumento significativo: en 2000 era del 0,19% y
en 2010 fue el 0,22% (cálculo en base a datos de la Organización Mundial
del Comercio). Después de una década de programa industrialista,
hubo un aumento de solo tres centésimas porcentuales. Digamos . . .
también que entre 2000 y 2010 la participación de las exportaciones 257
argentinas en las exportaciones mundiales de alimentos pasaron del
2,7% al 3%.
En cuanto a la diversificación de las exportaciones, en 2011 el
80% del valor de todos los productos exportados estuvo concentrado
en 25 partidas (Aiera, Asociación de importadores y exportadores de
la República Argentina). Por otra parte, el déficit de la balanza
industrial sigue siendo muy significativo. Aclaremos que existen
problemas para medir la balanza industrial, ya que la información de
las exportaciones está clasificada por rubros (bienes primarios, MOI,
MOA, combustibles), mientras que las importaciones se clasifican por
uso económico (bienes de capital, vehículos, bienes intermedios, etc.).
Según diversos cálculos (por ejemplo, de la UIA), en 2008 el déficit de
las MOI osciló entre los 26.000 y 28.000 millones de dólares; en 2010
entre los 30.000 y 32.000 millones.
Además, en los rubros de mayor valor agregado, la economía
argentina continúa siendo atrasada. En 2011 sólo el 11% de las
exportaciones correspondió a productos de alto valor agregado (Aiera).
Pretender achicar esta diferencia prohibiendo importaciones de piezas
vitales es, por supuesto, una tontería, que termina afectando a la

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producción, y también a las exportaciones. Tampoco se superan las
deficiencias del atraso tecnológico con pantomimas de desarrollo. Por
ejemplo, se ha sostenido que a partir de las políticas de promoción
industrial en Tierra del Fuego se ha desarrollado un verdadero polo
tecnológico. «Se ha consolidado el despegue de la industria electrónica
en Tierra del Fuego, atrayendo inversiones de empresas líderes en el
mundo, y generando miles de puestos de trabajo», decía Débora Giorgi,
la ministra de Industria, en marzo de 2011, en ocasión de un viaje
realizado a la isla con la presidenta. Pero la realidad es otra. En octubre
de 2011 Cadieel, la Cámara que agrupa a los empresarios del sector,
informaba que el porcentaje de componentes argentinos en
electrónicos ensamblados en el Sur no llega al 5%. Según Cadieel, las
divisas que no salen por importación de equipos terminados, se van
por importación de piezas. El resultado es que los equipos electrónicos
en Argentina son más caros que en países vecinos. Esto no es desarrollo,
simplemente inflación de la estadística del producto interno (y para
colmo, con costo fiscal elevado). Precisamente, uno de los ejes de un
proyecto industrializador debería ser «subir» en la cadena de
producción internacionalizada, hacia los segmentos que contienen
. . . más valor agregado.
El atraso tecnológico y la debilidad del crecimiento también se
258
evidencia en muchos sectores que empiezan a tener dificultades por
la apreciación en términos reales de la moneda. Las ramas más
afectadas serían textil, indumentaria, productos de metal, maquinaria,
equipamiento eléctrico, equipos de TV y radio, productos de caucho y
plástico y autopartes. La competitividad lograda en base a tipo de
cambio alto, de los primeros años post-convertibilidad, no es
sustentable en el largo plazo. Y el desarrollo tecnológico, y la inversión
en investigación y desarrollo, dependen de una confluencia de factores,
punto en el que han insistido los neo-schumpeterianos. Pero en un
modo de producción en que domina la propiedad privada del capital,
el desarrollo de la tecnología está condicionado a las decisiones de
inversión de los capitalistas. Y la realidad es que en Argentina la
inversión privada en I&D es muy débil. Recientemente, el ministro de
Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao, se refirió
a esta cuestión en el IV Congreso de AEDA: «la inversión del sector
privado en ciencia es menor a la estatal porque el tipo de empresas
que tenemos en Argentina no requiere habitualmente una inversión
sustantiva en investigación. La competencia está basada en costos y
no en innovación» (página web del ministerio). Debería haber

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agregado que en buena medida la competitividad se busca bajando
los costos laborales (de ahí los recurrentes pedidos de devaluar). Como
resultado, en 2009 el país gastaba en I&D el 0,59% del PBI; Brasil 1,18%
y EEUU 2,89%. Son 46 dólares por habitante; en Canadá 762 y en
Brasil 99 (Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología, Ricyt; no hay
datos más actualizados). Todo esto pone en evidencia que un programa
de desarrollo capitalista es algo más que bajar salarios devaluando la
moneda (fórmula preferida de economistas al estilo López Murphy, y
también de vertientes del pensamiento «nacional y popular»).

La soja y las «falencias estructurales»

El discurso oficial sostiene que el alza del precio de la soja fue un factor
de importancia secundaria en el crecimiento de la última década. Pero
la realidad es que la superación de la tradicional restricción externa -
los déficits en cuenta corriente obligan a parar las importaciones, con
repercusiones negativas en toda la matriz productiva- fue posible
gracias al alto precio de la soja (también del maíz). Basta observar la
magnitud del déficit de la balanza industrial para comprobarlo. Como
sostienen Herrera y Tavosnanska (2011) «Resulta significativo que . . .
durante el período analizado (2003-8), y a diferencia de tantas otras 259
experiencias del pasado, el saldo comercial deficitario no haya
derivado en una crisis «tradicional» de balanza de pagos. Sin embargo,
este resultado parece haber sido profundamente influido por el
incremento inusitado de los términos de intercambio, que hizo posible
que el país sostuviera un abultado superávit comercial global,
suficiente incluso para afrontar los pagos de la deuda externa. En
otras palabras, las discutidas falencias de la estructura industrial
argentina (falencias que si bien fueron indudablemente heredadas del
pasado, no se intentó decididamente solucionarlas durante el período
reciente), quedaron ocultas -y sus efectos eventualmente postergados-
por la bonanza externa».
Agreguemos que los efectos de esas falencias estructurales se
hacen sentir con fuerza en la presente coyuntura. La extrema
dependencia de pocas exportaciones, y muy concentradas en algunos
destinos (como automóviles a Brasil); la crisis energética, y su peso en
la balanza de cuenta corriente; y la salida del excedente, vinculada a
la debilidad de la inversión en sectores claves, son algunas de sus
manifestaciones más visibles. Significativamente, en 2011 la cuenta
corriente tuvo un resultado prácticamente nulo, ya que la balanza

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comercial no alcanzó a compensar la remisión de utilidades, intereses
de deuda y servicios.

En conclusión, es indudable que hubo crecimiento económico en los


últimos 10 años, y que bajaron los niveles de desocupación, pobreza e
indigencia alcanzados en la crisis de 2001-2. También hubo una fuerte
recuperación industrial, y mejoraron los niveles de inversión, en
relación al PBI, con respecto a los años 90. Pero este crecimiento tiene
bases débiles. El capitalismo argentino continúa siendo atrasado y
dependiente, y la actual desaceleración económica tiene más que ver
con estas debilidades, que con la crisis mundial. La clave sigue siendo
una débil acumulacion de capital.

Textos citados

Bezchinsky, G., M. Dinenzon; L. Giussani; O. Caino; B. López y S. Amiel


(2007): «Inversión extranjera directa en Argentina. Crisis, reestructuración
... y nuevas tendencias después de la convertibilidad», Documento de
260 proyecto, CEPAL.
Herrera, G. y A. Tavosnanska (2011) «La industria argentina a comienzos
del siglo XXI», Revista de la CEPAL 104, agosto.
Thirlwall, A. (2012): «Reflections on some macroeconomic issues raised
by UNCTAD’s Trade and Development Report over three decades», pp. 95-
102, Trade and Development Report, 1981-2011, Three Decades of Thinking
Development, Ginebra y Nueva York, ONU.
Kaldor, N. (1963): Ensayos sobre desarrollo económico, México, CEMLA.
Kulfas, M. y E. Hecker (1998): «La inversión extranjera en la Argentina de
los años ’90. Tendencias y perspectivas», Estudios de la Economía Real, Nº
10, octubre, Centro de Estudios para la Producción.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.

Publicado en el blog, en tres partes:


Parte 1: 13 de agosto de 2012.
Parte 2: 19 de agosto de 2012.
Parte 3: 23 de agosto de 2012.

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ASISTENCIA SOCIAL K,
MARXISMO Y POULANTZAS

La Asignación Universal por Hijo, junto a los planes sociales de trabajo


(cooperativas), son presentados por la izquierda que apoya al
kirchnerismo como medidas poco menos que revolucionarias. Se
sostiene que estas medidas se inscriben en una estrategia de largo
plazo para una distribución más equitativa de la riqueza, y fortalecer
el poder popular frente a los «grupos concentrados» (léase Techint,
Clarín; pero no Petersen, Electroingeniería o Franco Macri).
Lógicamente, para sostener este relato, se pasan por alto algunos
hechos. Por empezar, que los planes sociales en Argentina no son una . . .
novedad de los gobiernos K. Alfonsín en los 80 instrumentó la caja 261
PAN (cuando la tasa de indigencia era mucho menor que la actual). Y
Duhalde puso en marcha los Planes Trabajar después de la debacle de
2001, lo que tuvo un efecto bastante inmediato para paliar lo peor del
hambre. El discurso K-izquierdista tampoco dice que la AUH fue
reclamada durante mucho tiempo por sectores de la oposición, incluso
por algunos que militan para la «derecha destituyente». Y no señala
que fue decidida por el gobierno recién cuando perdió las elecciones
de 2009, ante la inminencia de que se impusiera en el Congreso. Pero
estas son minucias, que tienen sin cuidado a los K-izquierdistas.
Pues bien, ¿qué podemos decir desde el marxismo sobre la AUH
y planes sociales? Una primera respuesta, que han dado algunos
compañeros, sostiene que se trata de medidas progresistas pero: a) Son
insuficientes, y la inflación las está erosionando cada vez más. b) La
AUH no es realmente universal, ya que hay sectores sumergidos en la
miseria a quienes no les llega. c) El gobierno utiliza los planes sociales
de trabajo con fines clientelísticos; y para desviar la lucha de
organizaciones sociales y anularlas como factores críticos e
independientes (por ejemplo, Madres de Plaza de Mayo). No encuentro
que estas objeciones hayan sido respondidas de forma mínimamente

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satisfactoria, o coherente, por la izquierda K. Por otra parte, y más en
general, deberíamos hacernos una pregunta fundamental: ¿qué tipo
de sociedad es ésta que genera la necesidad de reclamar asistencia
social por parte del Estado? ¿Por qué este modo de producción produce
desde sus entrañas masas de gente condenadas a sobrevivir en la
indigencia, o al borde de ella? Que sectores de la izquierda hayan
renunciado a hacerse estas preguntas, por lo demás elementales, revela
el abismo que los separa de lo que ha sido la perspectiva critica
tradicional, de la izquierda marxista, o libertaria revolucionaria (véase
al respecto1.

Un texto de Poulantzas

Lo anterior se vincula estrechamente con otro tema clave, que es el rol


que del Estado-Providencial en la defensa de la reproducción del
sistema capitalista. Y es aquí donde entra en escena Nicos Poulantzas,
un marxista que en los años 70 y 80 se leía mucho en la izquierda.
Posiblemente, muchos de los que pasaron desde la izquierda crítica y
revolucionaria, a la defensa del Estado burgués, hayan abrevado en
. . . los libros de Poulantzas. Y hasta es probable que a algunos la lectura
262 de Estado, poder y socialismo (de donde extraigo los pasajes que cito a
continuación), les haya ayudado a pegar el «salto» hacia el otro lado
del mostrador. Es que en este libro Poulantzas se abría a la posibilidad
de una transformación paulatina, democrática reformista, del Estado
burgués. Sin embargo, lo interesante es que aun en este texto,
Poulantzas no pierde el sentido de las delimitaciones de clase. Por eso,
aunque podamos estar en desacuerdo con su estrategia
(personalmente lo estoy), su análisis sobre el rol de las concesiones
arrancadas al Estado mantiene vigencia, y ayuda a pensar la cuestión
de la asistencia social en Argentina. Por empezar, Poulantzas plantea
que si bien el papel del Estado no puede interpretarse en términos de
mero «engaño» y manipulación, tampoco se reduce a un rol providencialmente
social. Escribe:

Pero si el papel del Estado con respecto a las masas


populares no puede reducirse a un engaño, a una pura y
simple mistificación ideológica, tampoco puede reducirse al
de un Estado-Providencia con funciones puramente

1 Ver en el blog «Militancia probada... y capital».

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«sociales» (acotación RA: que lleva a «dar las gracias» a los
explotados por lo recibido). El Estado organiza y reproduce
la hegemonía de clase fijando un campo variable de
compromiso entre las clases dominantes y las clases
dominadas, imponiendo incluso a menudo a las clases
dominantes ciertos sacrificios materiales a corto plazo a fin
de hacer posible la reproducción de su dominación a largo
plazo (p. 224; edición Siglo XXI).

Poulantzas da el ejemplo de la famosa legislación fabril inglesa,


y la abolición de la esclavitud, que llamaron la atención de Marx. En
estos casos el Estado interviene para preservar y reproducir la fuerza
de trabajo que el capital estaba en camino de exterminar. El propio
Estado impuso a los capitalistas límites a la explotación de la fuerza
de trabajo (por ejemplo, limitando la jornada laboral o el trabajo
infantil). Algo de esto puede verse en Argentina, en las últimas
décadas. También en Brasil, y otros lugares del mundo se
implementan planes de asistencia, que gozan de la aprobación de
organismos internacionales, como el Banco Mundial, y publicaciones
del establishment, como The Economist. Y fueron implementados desde
hace años en los países industrializados. No se trata, por lo tanto, de . . .
una particular actitud K-revolucionaria. Pero además, es importante 263
entender que en la aprobación de estas medidasconfluyen tanto la lucha
de clases, como la defensa de los intereses de largo plazo de la clase dominante.
Por ejemplo, en 2001 y 2002 había una extendida preocupación en la
clase dominante argentina tanto por la pérdida de legitimidad política
que padecía el sistema político (sacudido por los piqueteros y las
manifestaciones populares), como por las consecuencias que tenía a
largo plazo, para la reproducción misma de la fuerza de trabajo, el
hambre y la desnutrición infantil generalizadas. A ello se suma el rol
de las luchas populares en la determinación de lo que es social y hasta
«moralmente inaceptable». Escribe Poulantzas:

No hay que olvidarlo en ningún momento: toda una serie de


medidas económicas del Estado., y muy particularmente
las relativas a la reproducción ampliada de la fuerza de
trabajo, le han sido impuestas por la lucha de las clases
dominadas en torno a lo que puede designarse con la noción,
determinada social e históricamente, de «necesidades»
populares: desde la seguridad social a la política relativa al
paro y al conjunto de sectores... del consumo colectivo. …
las famosas funciones sociales del Estado dependen

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directamente, tanto en su existencia como en sus ritmos y
modalidades, de la intensidad de la movilización popular:
ya sea como efecto de las luchas, ya sea como tentativa del
Estado para desarmarlas por anticipado (p. 225).

La idea de que el nivel en que se establece la «necesidad» popular es


impuesto por la lucha (dado un cierto desarrollo de las fuerzas
productivas) entronca con la tesis de Marx del carácter histórico y social del
valor de la fuerza de trabajo. De ahí las medidas del Estado para garantizar
y abaratar la reproducción de esa fuerza de trabajo. Medidas que no
están en contradicción con el sostenimiento del poder de la clase
dominante. Sigue Poulantzas:

Pero si esto muestra que no se trata de «puras» medidas


sociales de un Estado-Providencia, muestra también otra
cosa: no existen, de un lado, funciones del Estado favorables
a las masas populares, impuestas por ellas, y de otro lado,
funciones económicas a favor del capital. Todas las
disposiciones adoptadas por el Estado capitalista, incluso
las impuestas por las masas populares, se insertan
finalmente, a la larga, en una estrategia a favor del capital,
... o compatible con su reproducción ampliada. El Estado se
264 hace cargo de las medidas esenciales a favor de la
acumulación ampliada del capital y las elabora políticamente
teniendo en cuenta la relación de fuerzas con las clases
dominadas y sus resistencias, o sea, de modo tal que esas
medidas puedan, mediante ciertas concesiones a las clases
dominadas (las conquistas populares), garantizar la
reproducción de la hegemonía de clase y de la dominación
del conjunto de la burguesía sobre las masas populares. No
sólo el Estado asegura ese mecanismo sino que es el único
capaz de asegurarlo: las clases y fracciones dominantes,
dejadas a ellas mismas y a sus intereses económico-
corporativo, serían incapaces de hacerlo (pp. 225-6).

Subrayo, se trata de conquistas del movimiento de masas (pensemos en


la lucha que están librando los estudiantes chilenos por la educación
gratuita), y como tal deben ser valoradas; pero esto no significa que, en el
largo plazo, no sean absorbidas por el Estado, de una manera que
garantiza la reproducción de la dominación de clase. Si esto es así, se
desprende que no es posible acabar con la explotación del capital por una
acumulación de medidas de este tipo, como soñó históricamente el reformismo. Las
reivindicaciones que se obtienen impiden la degradación completa de

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la clase trabajadora y de los sectores populares sumergidos (es la
significación de los Planes Trabajar, de la AUH); y pueden mejorar las
condiciones para luchar por la liberación (educación y preparación
intelectual, cuidado de la salud, etc.). Pero nunca debería olvidarse el
otro aspecto de la cuestión. Son instrumentadas por el Estado para
garantizar la continuidad del sistema. De nuevo Poulantzas:

Por último, la adopción por el mismo Estado de ciertas


reivindicaciones materiales populares que pueden revestir,
a la hora de imponerse, una significación bastante radical
(enseñanza pública, libre y gratuita, seguridad social, seguro
de paro, etc.), a la larga pueden servir a la hegemonía de
clase. En el curso de un cambio de la relación de fuerzas,
esas «conquistas populares» pueden ser despojadas
progresivamente de su contenido y carácter iniciales, de
manera indirecta y recubierta» (p. 226). Y todavía más
adelante, refiriéndose a la reproducción de la fuerza de
trabajo, señala que «los elementos político-ideológicos están
siempre constitutivamente presentes. Ante todo, bajo su
aspecto represivo, el del ejercicio de la violencia organizada.
Jamás se insistirá bastante en el hecho de que las diversas
disposiciones «sociales» del Estado-Providencia, con vistas ...
a la reproducción de la fuerza de trabajo y en las esferas del 265
consumo colectivo, son también intervenciones
encaminadas a la gestión y el control político-policial de esa
fuerza. Los hechos son ya conocidos: redes de asistencia
social, circuitos de ayuda al paro y oficinas de colocación,
organización material del espacio de las viviendas llamadas
«sociales» (o ciudades de tránsito), ramas específicas de
enseñanza (la de la llamada técnica o clases de transición),
asilos y hospitales, son otros tantos lugares políticos de
control jurídico-policial de la fuerza de trabajo (p. 226-7).

Espero que esas líneas sean útiles para la reflexión en el espacio del
marxismo sobre el sentido de algunas políticas en curso. Lógicamente,
no se trata de renunciar a la lucha por reformas, sino de mantener la perspectiva
crítica. Los marxistas luchan por reformas y mejoras (alguna vez Lenin dijo que
las reformas son demasiado serias como para dejarlas en manos de los reformistas),
pero no por ello se pliegan a la defensa de la propiedad privada del capital.

Publicado en el blog, 11 de agosto de 2011.

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AJUSTE Y REPRESIÓN K

Paulatinamente, se ha ido instalando y consolidando una mayor


represión por parte del gobierno, el estado nacional y los estados
provinciales, contra las protestas sociales. Sin ánimo de ser exhaustivo,
y tomando solo los dos últimos años, aquí van algunos recordatorios.
Enero 2010, represión a trabajadores agrarios en Entre Ríos;
hubo heridos, detenidos y denuncias de golpizas y torturas en
comisarías.
... Enero 2010, represión violenta en Salta a estudiantes que
266 protestaban contra el aumento del boleto.
Marzo 2010, represión en Neuquén a una marcha de los organismos
de derechos humanos; heridos y detenidos.
Mayo 2010, violenta represión a unos 200 pobladores que
exigían la libertad de un dirigente de la Unión de Trabajadores
Desocupados, que había sido detenido por la policía.
Junio 2010, un muerto y numerosos heridos en la represión a
los manifestantes que protestaban por el asesinato, a manos de la
policía, de un joven de 15 años, en Bariloche.
Junio 2010, represión a pobladores indígenas que reclamaban
contra los desmontes (destinados a aumentar el área sojera); detenidos
y heridos.
Octubre 2010, asesinato de Mariano Ferreyra, con la
complicidad de la policía.
Diciembre 2010, tres muertos y varios heridos en el
Indoamericano.
Diciembre 2010, represión a estudiantes que protestaban contra
la nueva ley de educación provincial, en Córdoba.
Febrero 2011, asesinato de dos jóvenes por la policía, en José
León Suárez.

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Febrero 2011, violenta represión a ambientalistas y pobladores
que protestaban por las mineras, en Catamarca.
Junio 2011, represión a docentes que se manifestaban en reclamo
de mejoras, en Santa Cruz.
Julio 2011, represión para desalojar a familias que habían
ocupado tierras del ingenio Ledesma, con el resultado de cuatro
muertes (algunos militantes de la CCC).
Agosto 2011, represión en Salta contra gente que intentaba
ocupar tierras, con cinco heridos y varios detenidos.
Agosto 2011, violenta represión en Tucumán contra pobladores
que intentaron ocupar tierras; heridos y detenidos.
Octubre 2011, represión a los jujeños que habían hecho un
acampe en Avda de Mayo y 9 de Julio, en Capital, con heridos y
detenidos. Los manifestantes protestaban por el estado de terror y la
represión que sufrían en su provincia.
Octubre 2011, el gobierno nacional intenta, con la ayuda de un
juez, armar una causa contra el dirigente ferroviario de izquierda
«Pollo» Sobrero.
Noviembre de 2011, un muerto durante la represión a los qom,
para desalojarlos de tierras, en Formosa. ...
Noviembre 2011, también en Formosa, violenta represión, con 267
un saldo de unos 20 heridos, y detenidos contra trabajadores de la
Unión del Personal Civil de la Provincia, que protestaban contra el
ajuste.
Diciembre 2011, represión a trabajadores que se manifestaban
contra el ajuste, en Santa Cruz.
Enero y febrero 2012, represión a trabajadores camioneros en
Santa Cruz, con el saldo de numerosos heridos. Represión, con heridos
y detenidos, manifestantes (pobladores, activistas ambientalistas,
militantes y dirigentes políticos) en Catamarca y Tucumán. Andalagá
virtualmente cercada por grupos de choque pro-minería. También
represión en Chilecito, La Rioja, donde la gente que festejaba la
tradición chaya, y participa de las manifestaciones contra las mineras,
fue agredida por la policía con bastones y balas de goma; 20 heridos.
Represión en Mar del Plata a militantes de CTA que manifestaban
contra el aumento del boleto del transporte público.
Cada uno de estos episodios suma gente a la lista de procesados
por la Justicia. Decenas de activistas y luchadores tienen en estos
momentos causas abiertas.

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Por otra parte, en diciembre de 2011 se aprobó la ley
antiterrorista. Esta ley considera que es agravante para cualquiera de
los delitos contemplados el que hubieran sido realizados con el fin de
aterrorizar a la población u obligar a las autoridades nacionales, o
gobiernos extranjeros, o agentes de una organización internacional, a
realizar un acto o abstenerse de hacerlo. Los críticos señalan que el
uso de un lenguaje excesivamente abstracto y de conceptos imprecisos,
genera el riesgo de que la Ley se aplique contra las protestas sociales.
Los defensores por izquierda de la ley dicen que se introdujo una
cláusula según la cual los agravantes previstos no se aplicarán cuando
el hecho del que se trate tuviera lugar en ocasión del ejercicio del
derechos humanos o sociales, o de cualquier otro derecho
constitucional. Pero esto sigue siendo vago (¿cuándo y quién determina
si se están defendiendo derechos constitucionales?), y da amplio
margen para la criminalización de la protesta social.
Vinculado a lo anterior, acaba de conocerse el llamado «Proyecto
X», una red de espionaje montada por la Gendarmería para detectar
y recoger información sobre militantes sociales y políticos. Su
existencia fue reconocida por el mismo jefe de Gendarmería, Héctor
. . . Schenone. Es que Schenone presentó un escrito dirigido al juez
Oyarbide, en diciembre pasado, en el marco de la causa que se está
268
llevando contra dirigentes obreros del pasado conflicto de Kraft. Allí
explicó que Gendarmería recopila datos sobre dirigentes, militantes
y luchadores gremiales, estudiantiles, políticos. La información
recopilada incluye inmuebles, recursos financieros o bancarios,
documentos personales y hábitos. Asimismo, los gobiernos de La Rioja
y Catamarca han defendido la «necesidad» de hacer inteligencia sobre
militantes políticos y ambientalistas (para detectar a los»infiltrados»
que vienen a molestar en la provincia, etc.).

¿Qué explicación?

a) Una K explicación

En principio, hay dos maneras fundamentales en que podría explicarse


esta sucesión de hechos. Una de ellas, común entre los defensores del
gobierno K, consiste en tomar cada caso por separado, o a lo sumo,
estableciendo alguna conexión meramente externa entre ellos. La
situación política se evalúa poniendo los + y – para operar
aritméticamente con los «datos». Siempre aislados, existentes cada

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uno en sí mismo, sin posibilidad de que perturbe a los otros. Y lo más
importante, sin que ningún hecho «negativo» conecte con la esencia
K-liberadora. Así, se garantiza que la cuenta siempre salga bien. Por
ejemplo, cada represión en las provincias se explica por las
características específicas de los gobiernos o de los policías y jueces
involucrados en los episodios. Hace poco Sabatella presentó este
argumento; el gobierno nacional estaba libre de cualquier sospecha.
Otros casos, (como el Indoamericano), no necesitan muchas vueltas,
ya que derivan de la esencia fascista de Macri. En cuanto a la aprobación
de la ley antiterrorista, se explicará por las exigencias de la lucha
contra el narcotráfico, más alguna imperfección, propia del apuro
para votar la ley (nadie es perfecto). Y la inteligencia que hace
Gendarmería sobre los luchadores, es un problema de Gendarmería.
¿A quién se le ocurre que la ministra Garré pueda estar involucrada?
Una cosa es la ministra de Seguridad, y otra completamente distinta
es la Gendarmería. Hay comunicación, pero seguramente será para
hablar del tiempo, o de los problemas que tiene River para ascender a
la A. Sólo a la prensa desestabilizadora, y a la izquierda funcional a la
derecha, se le puede ocurrir establecer alguna conexión.
Pero además, los errores y problemas hay que interpretarlos . . .
en el marco de la batalla empeñada contra la «derecha enquistada y 269
retrógrada» (léase Scioli y su banda, intendentes del Gran Buenos
Aires, el «aparato» del PJ, y similares). O, alternativamente, en el
cuadro de la épica batalla contra los «grupos económicos» (la Barrik
no es un «grupo») y contra el imperialismo en Malvinas. Por eso, y
frente a estas descomunales tareas, ¿qué importancia tiene que
Gendarmería haga un poquito de inteligencia sobre los troskos? Y así
pueden seguir muchos argumentos, igualmente inteligentes. Lo
fundamental es mantenerse en el método analítico. Y cuando no se
pueda, siempre quedará el recurso de escribir alguna Carta-
intelectuales-K, que con su habitual claridad conceptual, despejará
cualquier duda de los indecisos.

b) Una explicación desde el marxismo

Frente a lo anterior, habría otra explicación que intenta buscar un


«universal» que permita comprender que los particulares y singulares
(las políticas ante las manifestaciones ambientalistas, el espionaje X-
K, etc.) no son arbitrarios, ni están desconectados. Me apresuro a
aclarar: no significa que no haya matices y diferencias. Pero las

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diferencias (entre Scioli y Garré, por caso) se establecerán en el marco
de una identidad común. Esto es, las formas particulares y los
singulares tienen que comprenderse a partir de algún principio
unificador, que conecta lo que puede aparecer a primera vista como
aislado, inconexo.
Pues bien, esta explicación alternativa dice que nuestra sociedad
está atravesada por el antagonismo entre el capital y el trabajo. Esto
diferencia por el vértice este enfoque del que defienden el gobierno y
los militantes K, los partidos de la oposición burguesa y de la clase
media semi-izquierdista (estilo partido Comunista). Todos ellos tratan
de conciliar al capital y el trabajo. En cambio, y en palabras de Marx,
partimos de que «los intereses del capital y del trabajo asalariado son
opuestos diametralmente».
Sin embargo, esto todavía es demasiado general. Por razones
que he explicado en otras notas, hoy el conflicto se da en condiciones
específicas. El capital necesita bajar los salarios para recuperar
competitividad en el mercado mundial, dada la erosión del «modelo»
basado en el tipo de cambio alto. La quita de subsidios, el tope a los
aumentos que puedan establecerse en paritarias, el veto al salario
. . . mínimo logrado por los trabajadores rurales y la negativa a aumentar
el mínimo no imponible a las ganancias (impuestos a los salarios),
270
obedecen a esta necesidad. Remarco que es una necesidad del capital
«en general», al margen de que sea argentino o extranjero. No es un
conflicto establecido en términos «nacionales» (como pretende Pino
Solanas), sino de las dos clases sociales fundamentales. De ahí la
conformidad general de la Unión Industrial con el gobierno.
Ahora bien, ¿qué decir del rol del Estado en todo esto? Según la
visión «atomista», el Estado no está conectado (o vinculado)
necesariamente al capital, ni a sus intereses. Puede estarlo, como no
estarlo; la relación es externa, en este enfoque. La política estatal no
está marcada por la necesidad sino, en última instancia, por el
personal a cargo (por eso, nada mejor que un izquierdista puesto a
funcionario, dirán algunos).
Como muchos ya imaginan, mi visión es opuesta. Bajo el modo
de producción capitalista el Estado es, necesariamente, capitalista, y
no puede no ser capitalista. Bajo el capitalismo, «el Estado es el
instrumento de dominación del capital sobre la clase de los
trabajadores» (Altvater, p. 89). Y aunque la adecuación del Estado -
sus formas, instituciones, funcionamiento- a las necesidades del capital
siempre es problemática, es un hecho también que «el carácter del

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Estado como Estado burgués impregna -satura- todas sus funciones»
(ídem, p. 101). Entre ellas figura, en primer lugar, salvaguardar y
mejorar en lo posible las condiciones de explotación del trabajo. Y los
funcionarios, aunque reciten la teoría de la plusvalía, actuarán en
consonancia con la lógica general.
Lo anterior explica por qué el Estado argentino hoy está
desplegando una política acorde con la necesidad del capital. Lo cual
no quiere decir que todo lo que hace el Estado (o el gobierno de CK) es
simple y directamente funcional a los intereses del capital de conjunto.
Por ejemplo, la política de Moreno con respecto a las importaciones es
cuestionada por muchos empresarios. Pero no debería concluirse de
aquí que el gobierno K está enfrentado al capital (y por eso reprime a
los ambientalistas, etc.). Para explicarlo con un ejemplo histórico: el
gobierno de Isabel Perón y López Rega fue muy criticado por la clase
capitalista, a pesar de que desarrollaba una política ferozmente anti-
obrera y de derecha. De la misma manera, hoy decimos que, al margen
de tensiones entre grupos y fracciones de la clase dominante, la
orientación profunda del gobierno K está determinada por intereses
de clase precisos, que no son precisamente los del trabajo. Cuando se
está apretando el cinturón de los trabajadores, el conflicto social debe . . .
ser desactivado-reprimido-desviado. Para este fin, todo vale: 271
inteligencia e intimidación sobre activistas y dirigentes de izquierda;
agitación del nacionalismo y propaganda por la «unidad nacional»;
aislamiento de los elementos «anti-patria» y subversivos; palos, gases
y procesamiento de manifestantes; amenazas de despidos por parte
de las patronales; mantenimiento del trabajo en negro y precarizado
para amplios sectores; y un 6,7,8 hablando de cualquier cosa menos
del conflicto. En el mismo sentido, reprimir las protestas
ambientalistas es esencial, no solo para mantener los negocios mineros,
sino también para desactivar toda forma de organización popular (u
obrera) que ponga en cuestión el derecho de la clase dominante de
decidir qué negocios convienen.
Con esta perspectiva también podemos leer otros conflictos.
Por ejemplo, el deseo de sectores pro-K (incluidos funcionarios) de
cambiar los métodos de la policía bonaerense no necesariamente está
en contradicción con lo que hemos explicado. Una policía que no
ampare las redes de prostitución, o no asesine chicos de los barrios
pobres, puede tener mayor legitimidad, a los ojos de la población, a la
hora de reprimir una manifestación de trabajadores. De la misma
manera, se puede entender que algunos hechos son lógicos. Por ejemplo,

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se ha afirmado que hay una contradicción entre el aumento del 100%
de las dietas de los legisladores, y el ajuste (o topes) sobre los salarios
que promueve el Gobierno. Pero esto es no entender de qué estamos
hablando. El ajuste se hace para aumentar las ganancias de la clase
capitalista. Por lo cual, el aumento de los ingresos de los
representantes del capital es coherente con la orientación global. No
todos somos lo mismo, como se encargó de enfatizar un diputado, en
defensa de sus aumentados ingresos.

Difícil coyuntura

En base al análisis precedente, podemos pronosticar que, en la medida


en que se incremente el conflicto por el reparto del ingreso, la línea
represiva va a continuar, a menos que haya un ascenso de luchas y
movilizaciones en defensa de las libertades democráticas. Algunos
han señalado que acciones como la encarada por Gendarmería están
prohibidas por ley y por la Constitución, y que se puede accionar
legalmente. Pero estos son papeles. Lo que suceda efectivamente va a
depender de relaciones de fuerza, sociales y políticas. En especial, del
. . . grado en que el problema sea asumido por las masas trabajadoras y
272 el pueblo, las únicas que pueden transformar una idea, o una consigna,
en «fuerza material».
De todas formas, hay que ser consciente del punto en que
estamos: no solo el Gobierno tiene un amplio respaldo de la población,
sino también el apoyo militante de mucha juventud y de sectores que,
en otras circunstancias, se hubieran movilizado en defensa de las
libertades democráticas. El caso paradigmático es el de Madres de
Plaza de Mayo (Bonafini); pero dista de ser el único. Hay que remar
entonces desde una posición muy desfavorable (seguramente este
mismo texto será considerado por muchos progresistas poco menos
que «contrarrevolucionario»). En estas condiciones, la unidad de
acción en defensa de libertades democráticas me parece esencial. Aquí
no habría que abrigar ningún tipo de sectarismo.

Texto citado: Altvater, E. (1988), «Notas sobre algunos problemas del


intervencionismo del Estado», en El Estado en el capitalismo
contemporáneo, Sonntag y Valecillos (edit.), pp. 88-133.

Publicado en el blog, 16 de febrero de 2012.

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Epílogo:

«Atrévete a pensar» ...


273

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El «atrévete a pensar»
de Marx y el socialismo

Hacia el final del Prólogo de la Contribución de la crítica de la economía


política, de 1859, Marx se refiere a la actitud a adoptar en la investigación
científica. Luego de explicar que sus puntos de vista son el resultado
de años de «investigación escrupulosa», sostiene que «al entrar en la
. . . ciencia, así como en la entrada al Infierno, debe formularse esta
274 exigencia: “Abandónese aquí todo recelo/Mátese aquí cualquier vileza”
(Dante)». En esta breve nota presento algunas reflexiones sobre el
contenido e implicancias políticas de este imperativo ético que, hasta
donde alcanza mi conocimiento, es uno de los pocos que encontramos
en la obra de Marx.

Atenerse a la ciencia

Es importante aclarar que cuando Marx se refiere a la necesidad de


matar todo recelo, no está diciendo que la investigación deba abordarse
con la mente en «tabula rasa», o desde un enfoque que haga abstracción
de valores, o posiciones de clase. Marx está muy lejos del positivismo
comtiano, y similares. Así, en varios pasajes se refirió a las limitaciones
del pensamiento burgués para indagar la naturaleza de la plusvalía,
o los orígenes históricos de la sociedad de clases y del mercado.
Además, era consciente de que la indagación científica se hace siempre
a partir de categorías y teorías, que delinean las problemáticas a
responder y hacen visibles (o no) los objetos de estudio. Por eso, lo que
está afirmando Marx en el pasaje del Prólogo de 1859, es que en el

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trabajo científico hay que dejar de lado intereses subalternos, y seguir lo que nos
dicta el estudio de los datos y el razonamiento. Esto significa no anteponer a
la verdad científica la defensa de «verdades de partido», de dogmas y
tradiciones intelectuales, y no subordinarse a los poderes establecidos.
Si llegamos a una conclusión, hay que atenerse a ella, y solo modificarla
cuando confrontemos otros argumentos lógicos, y consistentes con datos, que
sean convincentes. El escritor, o el científico, no debe ocultar sus
convicciones porque éstas no agraden a los «jefes», a las instituciones,
o a la opinión pública.
Todo esto parece elemental, pero es lo que muchas veces se deja
de lado, por las más diversas razones. En mi vida militante he conocido
gente que no se atrevía a sostener tal o cual cosa porque iba en contra
de una «verdad» consagrada; por ejemplo, en el marxismo, porque
contradecía lo que había dicho alguno de los «padres fundadores». O
personas que temían, y temen, enfrentarse a los líderes de tal o cual
partido o movimiento. También hay gente que primero ausculta el
«estado de opinión», antes de animarse a decir lo que piensa sobre
alguna cuestión. Es una actitud que muchos mantienen en las más
diversas circunstancias Por ejemplo, hay intelectuales de izquierda
que están convencidos de que el régimen de Assad está asesinando al . . .
pueblo sirio, pero temen cuestionar públicamente el apoyo de Chávez, 275
o Castro, a la dictadura. En algunos casos puede ser simple «vileza»
(todo sea en aras de estar «bien considerado»). Y en otros, se trata de
cobardía política. Pero nada de esto es ciencia, ni pensamiento crítico.

En la tradición del Iluminismo

La actitud ante la ciencia, a la que animaba Marx, se encuentra en las


tradiciones del pensamiento burgués en ascenso, con su llamado a
someter al juicio de la razón todo lo existente. En la Enciclopedia de las
ciencias filosóficas Hegel escribe que «todas las presuposiciones y
prejuicios han de ser abandonados cuando se ingresa en la ciencia»; y
agrega que esta exigencia «se lleva a cabo propiamente en la decisión
de querer pensar con toda pureza, decisión que lleva a cabo la
libertad...» (.» 78). Hegel no está diciendo que debemos pensar sin
categorías previas, sino que hay que pensar con libertad. Para ello,
debe haber una decisión de hacerlo. Este ideal de una «investigación
científica libre» también es reivindicado por Marx en el Prólogo a la
primera edición de El Capital. «Libre» porque el estudioso debe ir hasta

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el fondo en la indagación, y mantenerse firme en las conclusiones a las
que llegue.
También encontramos esta idea en «¿Qué es la Ilustración?», de
Kant. En este texto Kant explica que la Ilustración es la salida del
hombre de la minoría de edad, y esta última es la incapacidad de
«servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro». Alguien
está en la minoría de edad cuando le falta la decisión y el ánimo para
servirse del entendimiento con independencia, sin la conducción de
otro. «Sapere aude («atrévete a pensar», Horacio) ¡ten valor de servirte
de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración». Hay
que superar la pereza y la cobardía para pensar por sí mismo, agrega
Kant. «Los grillos que atan a la persistente minoría de edad están
dados por reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un
uso racional...». Hay que animarse a pensar, a sacar conclusiones, a
desafiar «reglamentos y fórmulas».

Crítica revolucionaria

El llamado a pensar por sí mismo, a someter al propio juicio lo


. . . establecido, o lo que viene como «mandato» (del tutor o conductor de
276 turno), tiene consecuencias revolucionarias. Tal vez por este motivo
Kant matizó el «atrévete a pensar» con la distinción entre el uso público
y privado de la razón (ver el texto citado). Pero en Marx, el atreverse
a pensar es clave para la crítica, con sus consecuencias subversivas
para el orden burgués. En la «Introducción a la Crítica de la filosofía
del derecho de Hegel» escribía: «Cierto es que el arma de la crítica no
puede suplir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que
ser derrocado por el poder material, pero también la teoría se convierte
en un poder material cuando prende en las masas. Y la teoría puede
prender en las masas a condición de que argumente y demuestre ad
hominem, para lo cual tiene que hacerse una crítica radical. Ser radical
es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre
mismo. (…) La crítica de la religión desemboca en el postulado de que
el hombre es la suprema esencia para el hombre, y por consiguiente,
en el imperativo categórico de echar por tierra todas aquellas
relaciones en que el hombre es un ser humillado, sojuzgado,
abandonado y despreciable...».
Es la crítica para mover al ser humano «a pensar, a obrar y a
organizar su sociedad como hombre desengañado que ha entrado en
razón, para que sepa girar en torno a sí mismo y a su yo real». Quitar las cadenas,

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liberar el pensamiento y que «broten flores vivas». Pero no puede haber flores
vivas del pensamiento donde hay discurso monocorde, donde «los
jefes» piensan, y deciden, por todos. Es por este motivo que Marx
critica al «comunismo tosco», en tanto éste «niega siempre y donde
quiera la personalidad humana» (véase los Manuscritos económico-
filosóficos de 1844). Pero no se trata de reivindicar la personalidad para
caer en el individualismo, sino como fundamento de un hombre social,
desplegando sus capacidades en un mundo social. Si no hay desarrollo
del pensamiento libre, caeríamos en una sociedad en la que se anularía
la existencia subjetiva. Y el objetivo es «una sociedad pensada y
sentida», conformada a partir de la actividad consciente de los que
producen y se organizan a sí mismos. Por esto, «debe evitarse, sobre
todo, volver a plasmar la ‘sociedad’ como abstracción frente al
individuo» (ídem).

Atreverse a pensar y conducciones «estratégicas»

En tiempos en que tanto se habla de animar a la juventud a la militancia


política, tal vez no esté de más contraponer esa exhortación a pensar
por sí mismo, con la lógica de las conducciones de tipo stalinista, o . . .
bonapartistas-nacionalistas, o combinaciones de éstas. Dado que en 277
otras notas de este blog me he referido a la lógica stalinista, en lo que
sigue me baso en la relación líder/movimiento del peronismo. Lo
central que quiero destacar es que se trata de una misma mecánica de
fondo, consistente en eliminar la diferencia de pensamiento en lo que
importa, en el pensamiento acerca de las estrategias y los problemas
de fondo. José Pablo Feinmann resume bien esa lógica: el punto de
partida es que el conductor es el estratega que conduce al conjunto de
las fuerzas. En este encuadre, las líneas tácticas tienen que aceptar esa
conducción estratégica, la cual totaliza desde un esquema de poder.
Para que todo esto sea digerible, la imagen de la guerra es muy
conveniente. Escribe Feinmann: «En la conducción de la guerra no
hay la libertad que Sartre encuentra en la praxis dialéctica. Perón
asume la estrategia jerárquica del conductor. Él es quien decide cuándo
totaliza, o cuándo no, a qué línea táctica otorga prioridad, cuál avanza,
cuál retrocede, y hasta cuál muere por no tener ya el respaldo, el
reconocimiento de la conducción estratégica. El conductor asume el
papel de la astucia de la razón hegeliana» (Peronismo. Filosofía de una
persistencia argentina, I, p. 109).

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Más claro, imposible. Estamos en guerra (y dado que siempre
habrá conflictos, siempre estaremos en guerra), y por lo tanto no existe
la «libertad de la praxis dialéctica». Dicho en lenguaje llano, aquí
desaparece el «atrévete a pensar», o cualquier estímulo a desarrollar
la capacidad crítica frente a «la conducción». De hecho, ahora todo
pasa por convencerse de que el Jefe (o la Jefa, porque no somos
machistas) encarna la «astucia de la razón», que nos llevará a la tierra
prometida de la liberación «nacional y social», sin importar cuán
extraños y paradójicos nos parezcan los caminos elegidos. Y a partir
de aquí, nos tragamos cualquier «sapo» (llámese Insfrán, Boudou,
Barrick Gold, lumpen enriqueciéndose sin límite, etc.). En lugar de
gente que está pensando por sí, se promueve la aceptación pasiva de
la conducción «estratégica». Hay un abismo entre esto, y el proyecto
del marxismo; al menos, del proyecto «a lo Marx». Es que la crítica de
la explotación, y la denuncia del ser humano que es dominado por
poderes que no domina, implica un proyecto de sociedad distinto de
raíz de lo que promueve la concepción burocrática del «alguien piensa
lo estratégico por ustedes». Inducir a la juventud a adherir a esta
última perspectiva, bajo la excusa de «promovemos la militancia
. . . cuestionadora», es puro cinismo. La realidad es que hoy, desde las
278 esferas del poder, se promueve la adhesión pasiva a una sociedad
asentada en la explotación, y en la degradación de millones de seres
humanos.
En conclusión, no estamos ante diferencias «tácticas», o de
política coyuntural, sino de fondo, ideológico-estratégicas. La sociedad
capitalista conduce al extrañamiento del ser humano, a la mutilación
de sus potencialidades. El hombre no está consigo mismo en su trabajo,
ni se reconoce en el producto de su labor, porque es explotado y depende
de un poder que le es ajeno y extraño. Pero este extrañamiento también
se da en la política, y en todas las otras esferas. Por eso, la crítica
militante real es la crítica a este mundo de la enajenación, de
explotación y humillaciones sin fin. Es la crítica a la propiedad privada
del capital, al dominio del mercado y del Estado burgués, y a la
civilización burguesa que se levanta sobre la explotación. Frente a la
aceptación pasiva de las «conducciones establecidas», el «atrévete a
pensar» será la piedra sobre la que se levante una militancia socialista,
crítica y libre.

Publicado en el blog, 3 de septiembre de 2012.

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