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La obra de Antonio Gálvez Ronceros tiene un lugar muy singular dentro del panorama
literario peruano. Si bien con el indigenismo se otorgó cierto cariz reivindicativo y de
agencia a una colectividad injustamente marginada ―los indígenas―, sobre todo en las
obras de Arguedas y Alegría, Antonio Gálvez Ronceros, por su parte, reproduce, de manera
ficcional, el habla de otra colectividad que forma parte de nuestra identidad plural y
heterogénea: los campesinos negros de la costa, sujetos que colindan con la marginalidad y
que han sido muchas veces invisibilizados por lineamientos hegemónicos. En tal sentido,
encontramos fortalezas y puntos debatibles en Monólogo desde las tinieblas (1975), libro
que nos muestra una idea otra estos nuevos sujetos sociales.
Por un lado, la característica que potencia al libro se encuentra en el lenguaje con que
se expresan los personajes, lo cual se aprecia en un español que presenta marcas dialectales
y que inoculan de cierta particularidad al texto; por ejemplo, títulos como “Miera”, “Tre
clase de so”, “Etoy ronca”, “Jutito” o “Ya ta dicho” recrean el habla de los campesinos
negros de la costa. Se nos muestra un español modificado y alterado, sobre todo en el plano
morfológico, pues las palabras figuran recortadas. Sin embargo, ello refiere a la
particularidad de los personajes al entrar en contacto su mundo. Asimismo, habría que
señalar que tanto el narrador como cada uno de los sujetos sociales que pueblan la novela
poseen diferente niveles de habla: mientras la voz narrativa utiliza un lenguaje estándar, los
campesinos, en cambio, utilizan uno bastante coloquial.
Por otro lado, en cambio, tal vez lo más debatible que presenta el texto radique en los
estereotipos que se tienen hacia la figura del negro; es decir, concebirlo como un sujeto
bruto, demasiado grande, torpe, con cualidades sexuales hiperbolizadas y que pulula por la
idea de lo lúbrico. De tal manera, dichos caracteres no harían sino reforzar una imagen
alterada de dichos personajes. A pesar de ello, no dudamos de la calidad estética con que
están construidos el grueso de los relatos, como por ejemplo la ironía que permea a cada
uno de ellos. En tal sentido, revisaremos brevemente dos relatos que nos permitan dar
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cuenta de expuesto: “El mar, el machete y el hombre”, donde se podrá apreciar el trabajo
con el lenguaje; y “Octubre”, donde encontramos la figura estereotipada del negro y cierta
cuota de ironía.
En “Octubre”, por su parte, asistimos a un relato que tiene como telón de fondo la
procesión del Cristo Crucificado (léase Señor de los Milagros) mientras un negro se
encuentra miccionando en la vía pública. Veamos cómo se estereotipa su figura a través de
la hipérbole. En un primer momento se nos describe lo siguiente: “El negro no tenía cuando
acabar y sus aguas […] daban la vuelta a la derecha y se perdían de vista en la otra calle”
(p. 79), donde el personaje como un sujeto capaz de llenar de orines cuadras enteras. Otro
ejemplo es el siguiente: “El miembro parecía un brazo de muchacho” (p. 81); es claro cómo
la voz narrativa se ajusta a los estereotipos sexuales que se le endilgan a dichos sujetos
sociales. Y, por útlimo, la exageración vuelve a aparecer en un diálogo: “― ¿De dónde
habrá salido esta agua? / ― Parece una acequia /― Alguien debe estar regando su chacra y
se le ha escapado” (pp. 84-85); es claro, pues, cómo se concibe la imagen del negro con
respecto a los estereotipos que no hacen sino reforzarlos y deformar su figura en base a
creencias o supuestos injustificados. Fuera de ello, en cada uno de los ejemplos, como
también se mencionó existe una fuerte ironía dentro del plano estético.