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BIBLIOTECA DHL “ICO DB AMBOS MUNDOS.

PAR Di SANDIOS
JUGUETE COMICO

ANTENOft LESCANO.

MEXICO.—1873.
Impunta il« Tintolo OtunpUde, calli ( i Ut KiViUtl ■ftairil.
P E R S OISr^L Q - E S :

SIUPLICIO, abogado.
SIMPLURICO.
DON CANDIDO, padre de
CECILIA.
ANITA, criada.
ACTO UNICO.

La escena pasa en cusa do don Cándido y representa una casa que


tiene al fondo un jardín, puerta» laterales y al fondo, tocador á la dere­
cha con un reloj y vacijas para colocar flores.—Un escritorio con todo
lo neoesario, un velador ni centro, un bufete háo'n la puerta de la iz­
quierda, sillas y dos Billones.

ESCENA I.

A n it a —dejando un jaro de agua afuera.—Seño­


ra, aquí tieno usted el agua tibia. 'Este don Simplúri-
co futuro de la señorita, tieno tina figura y unas cos­
tumbre« bien rara«, ¿pues no se pasa todas las mañanas
en el tocador? En las uñas, sobre iodo, pone un cuida­
do tan especial, que no salo del cuarto hasta que no le
ha dado A cada una la figura de una almendra. Eg cu-
9
rioso verlo trabajar en í>iib dedos con instrumentes per­
feccionados. ¿Será do esa manera que ha catequizado
á don Cándido? La verdad que esto buen cristiano so
ha dejado magnetizar,. . . como lo magnetiza todo <1
mundo.—bL bien extraña tanta simpleza en un hom­
bre de su edad. . . . Q.ué timidez!.. . . No dice que no
a n ad a.. . . ¡Q,ué diferencia entre él y su hija que ha­
ce lo que le dft la gana con su sortina impertinente.
escucha en el jardín A Cecilia que canta:
“Adiós hija dpi sol si otro tiempo
Puso esclavo á tus pié> mi albedrío
Ya noy libre, ya gozo, ya rio,
Ningún lazo nos une A los dos.”
Mientras que Anita sacude y arregla los muebles.
Escuchando.—Allí viene do su paseo matinal—m i­
rando hácia el ja rd ín —con su pucha de flores y el “c.é-
digo del amor.”—E*a es el devocionario de la niña.

ESCENA II.

Cecilia y Anita [á dúo],

‘‘Ningún lazo nos une á los dos ”


Cecha A.—hablando—Anita, trae pronto unas bnsi-
jas para colocar estas flores.
A mita—llevando dos vasos.—Aquí están, señorita.
— La ayuda á colocar las flores.—Oiga usted, niña, él
acaba de levantarse, ya le di el agua tradicional.
Ceoilia.—¿Quién?.. . .
A nita. —A <lon Simplùrico.
C ec ilia .—Y á mí qué me importa eso?
A nita. —Le ha visto usted lag uñas?
C ecilia.—Noi
Anita .— Cómo! no le ha reparado usted las uñas fi
don Simplùrico., .. Son largns a s li f f ... . como las
peinetas quo usaban nuestras abuelas. El otro dia ai
abrir un postigo de la ventana se rompió una.
C ecilia—con ironia.—Q,ué desgracia!.. . .
A nita.— Dosde entonces me llama todas las màfia'
ñas, amos de levantarse, para que le abra la ventana,
costumbre peligrosa que tiene sus inconvenientes.
C ecilia.—Eso don Smip'úrieo me dft dentera. No
me hables mes de éi.
Anita .—De .su fu tu ro ? ....
Cecilia .—Eso está por verso—colocando las flores
en el tocador.—Dónde está mi padre?—Se queda era
minatalo las flores.
A nita .—Haco mas de un cuarto de hora que está
en su cuaito dialogando con un amigo que llegó ayer
de tarde de Nuevitas.
C ecilia—viniendo con impaciencia hácia Anita.—
De Nuevitas? Es un joven rubio, alto, agraciado, ama
ble? Es un abogado que tiene los ojos azules?
Anita,—No sé si es abogado, porque no lo pedí di­
ploma para dejarlo entrar; pero es trigueño, bajo, barbi­
negro, con unos vigotos n s i í í í . . . .
C ecilia .—A ááá.. . .
Anita __El señor no quería recibirlo, pero él casi
forzó la puerta sobro sus goznes. Yo creo quo es un
mercader de ganado.
C ecilia—Y por qué mi padro no le echa á la calle?
An i t a —Don C á n d id o ....? no podria hacerlo.. .,
él es bien tímido para e s o .... yo no tengo noticia do
miedo comparable al suyo.
Creí lia—examinando las flores.—Y es v erd ad !....

ESCENA III.

Las vlismas y don Cándido.

D. Candido.—^Entra por la puerta de la derecha.—


Gracias, señor—dejándose correr á lo largo del muro¡
tímidamente—Yo no tenia necesidad... , Yo no tengo
ningún animal en mis po'reros y sin embargo lo ho
vendido cien añojos!.. . .
C ecilia— con viveza.—Usted ha vendido?
C andido.— Sí. . . .
C ecilia.—Pero no dice usted quo los potreros están
vacíos?
Candido.—Yo lo sé bien; pero cómo había de rehu­
sar venderle á un hombre que ha tenido valor para
embarcarse en el camino de hierro de Nuevitas á Puerto
Príncipe y exponer así su vida solo por hacer un no-
gocio conm igo... . pirque al fin ese hombre se ha mo­
lido los huesos.. ..¡U n viaje en esto camino de hierro!
Eso mortifica siempre.
Cecilia.—Pero rí es él quien le ha mortificado á
usted.
-y _
C andido . —Ttí mo iluminas, yo creo que tienes r a ­
zón.—Ya queria yo decírselo.. . . pero.. . . p u e s ....
quería yo decirle que no tenia que v en d erle.... pero
.. ..m e pareció que se iba á en o jar.... entonces firmé
el contrato por cien añojos—Se oye tocar una campa­
nilla.
A nita —que habrá estado arreglando las flores.—
Ese es don Simplúrico que me llama para que lo abra
el postigo de la ventaba.—Se va por la izquierda.

ESCENA IV.

Don Cándido y Cecilia.

Candido.—¡Cómo, don Simplúrico no se ha levanta­


do todavía.
Cecilia.—No! él no se levanta nunca basta las diez.
C indido — Eso no me esirafia, se apodera todas las
noches de mi periódico para leerlo antes de dormirse y
lo deja en su cuarto.
Cecilia.—Y usted cuándo lo lee?
Candido.—Al otro dia por la tarde.
C ecilia.—Ah! eso es demasiado.
Candido.—Yo to confieso que me mortifica. Si tú
quisieras decirle algosobre ese particular; pero sin que
parezca inspiración mia.
C ecilia. —Tranquilícese usted; yo lo hablaré.
C andido.—De v e ra s? .... T ú te atrev erás!....
C ecilia.—Y por qué no?
CandidO.—Y o admiro tu aplom o.... ádiez y ocho
afioá.. . . Mira, la presencia do nn oxtiunjero en mi en-
sa me trastorna horriblemente.
C ecilia.—Ya lo sé.
C andido.— Sí, todas esas presentaciones..... esas eti­
quetas, me enferman.. . . qué quieres, yo he pasado m
vida en el campo y es por eso que me da pona hablar
con las gentes que no conozco.
C ecilia.—¿Y conoce usted mucho á don Simplúrico?
C andido.—Francamente no; pero vino recomenda­
do por un abogado... . A quien casi no conozco, tam­
poco, y se nos ha entrado corno Podro por su casa, so­
pretexto de hacer el matrimonio y pasar una tempora­
da». Dos horas hablamos <*¡ primer dia sin que yo
pudiera articular cuatro palabra«. F.l se hacia las pre­
guntas y se las contestaba después; lo cual era para rr.i
muy cómodo, visto la cortedad de mi genio.

jEscucha.— Kse joven abogado


Me vino recomendado
Pi.r otro abogado, sí
A quien nunca conocí

A quien nunca conocí,
Y probabiente
C ecilia Qué!
Qué! ni jamas conoceré,
Y usted l e . . . .
Candido. —Parece'que yo 1« prometí tu mano según
lo que él mo dice, tanto quo hoy mismo debéis tomaros
loa dichos.
Cecilia,—Hoy!
Gandid».—El lo ha decidido así, yo no puedo inter­
venir en eso.
C ecilia.— Pero papá, es que á usted le gusta mucho
don Simplúrico?
Candido.—Me es igual. Lo que me sorprende en él,
os la facilidad de la palabra. Es un hombro que habla
cuando q u iere!....
Of.cIi. ia.—Sí, pero es viudo y yo no quiero casaime
con un viudo. Dígame usted papasito, y si so presen­
tara otro pretendiente?
Gandido.—Otro! todavía mas pretensiones y entre­
vistas! Si todos son como don Simplftrico, vamos á
convertir la quinta en una casi do hu ésp ed es.... Y
seria necesario comenzar de nuevo'/ ¡Oh no, no, no!
. . . .se sienta al pié tic la mesa de la izquierda.
C ecilia. —Yo le hablo á usted do un ahogado, de
don Simplicio do la Mota.
Candido. —Un abogado!. . . . ¡Oh, yo no tendré valor
para hablar diez minutos con un abogado!
Cecilia—Es el sobrino do rni madrina, que es muy
rica y le dej i por heredero universal.
Candido.—Sí, hab'á dos meses quo til madrina me
esciibió recomendándomelo. Ern utt proyecto do ma­
trimonio en el aire. Y puesto que ese señor no ha ve­
nido todavía, dá pruebas evidentes de no ocuparse de tí.
Cecilia.—Oh! sí, papá, yo estoy segura d e .. . .
ndido — ¡Qué aplomo de criatura . . . . !Tií estás se
gura? Máblame con franqueza.
Cecilia—sentándose al lado de don Cándido.— El no
me ha hablado nunca; pero el dia que mi tia dió esa
gran comida, á la cual usted no quiso asistir; don Sim­
plicio esiabt á mi izquierda, se sonrojaba do lodo y no
hacia sino torpezas.
Candido.—Le sucede como á mí. Yo no esloy p„r
*us reuniones donde haya gente.. . .
Cecilia—Primero rompió el vaso y derramó el vino
después le pedí agua y me dio eusalada.
Candido.—Será a s í / . . . . de rni carácter?
Cecilia —No, poique os un abogado jo v en .. . . Esu
tuibaeion era obra del amor. Ademas él es tan rico!., . ,
C andido-—Si fuera tu enamorado ya hubiera venido
aquí. Pero puesto que no viene, claro está que no le
ama, de lo cual yo estoy contento porque el estado en
que están las cosas con don Simplúrico, tú compren­
derás. . . .

ESCENA V.

Los mismo, Cecilia que entra por el fondo dando á


Cándido mía carta.

Cecilia.—Señor, el cartero acaba de dejar esta caria.

ESCENA VI.

Cecilia y Cándido.

C ecilia— con viveza.—Esa letra es do mi madrina?


— reparando el sobre.—Sí!. . . .
C andido.—Cuidado con hacer un disparate, sogura»
raente es alguna invitación• . . . Eita vida es insopor
table—leyendo:—"duendo Cándido, el dador de esta
es don Simplicio do la Mota, mi sobrino, de quien te
hablé hace algunos meses, que está enamorado de
nuestra querida Cecilia y quisiera obtener su m ano., . .
Yo no he podido acompañarle por hallarme indispues­
ta. Trátalo con alguna deferencia porque es un mu­
chacho con tres mil pesos do renta y será ademas mi
heredero.
C ecilia.—Yo estaba so g u ra.... El va á venir.
Candido.—El va á venir, eh! - . . . pues ya puedes
prepararte á decirlo que no estoy en casa . . . Tú vas
á perderme con tus cumplimientos y yo no quiero com­
plicaciones con las g e n te s.... Di ya rni palabra á
Simplúrico y ahora to apareces con otro enamorado
para lanzarme en un mar de dificultades. [Qué preco­
cidad de criatura!]
C kcU.ia.—La verdad es papá que usted á nada se ha
comprometido con ese señor, puesto que él se pregunta­
ba y respondía solo.—Ademas, yo lo sostendré ¿ usted
[con darle el pasaporte á Simplúrico].
C andido.—S i___tú arreglas pronto las cosas, como
tú habla* cuando q u ie re s.... pero y o . .. . á mí me
cuestan sudores dos palnbraB. ¿Y tú serias capaz de
que hiciéramos eso?—mirando húcia la izquierda—
chut, él viene.

ESCENA VII.

Los mismos, Simplúrico que entra limándose las uñas.

S im p l ú r ic o .—Buenos días mi querido suogro... .


Oandido—arrimándote ó Cecilia.—A . . . . ú los piés
de usted, cihallero.. .
SiMPLuntco—saludando <1 Cecilia.—Mi encantadora
futura, está hoy, fresca como uti tulipán.
Cecilia.—(E< sándio mi pretendiente). Gracias p.u
mi frescura le otros dia?—retirándose.
Candido —(Ay! ella se aleja.) Mi querido ysrno lia
dormido bien. (No habré dicho algún disparato!)
S implviiico.— Perfectamente. — Siempre limándose
los uñas.
Candido.—Parece que á usted no le gusta la maña­
na en el curjipo—con viveza—no es esto una crítica!..
S implvrico —sr lastima un dedo con el limador y
hace un gesto.—Sí . . . s í . . . . muy b ello .... es mag­
nífico el cuadro do la naturaleza al despuntar la auro­
ra.—Li flor ubre su cáliz para saludar al sol naciente.
— Las mariposas enjugan sus alas húmedas todavía
por el beso do la n o ch e... .
Cecilia—á don Simplúrico. Diga usted, el periódi­
co de mi padre que se lo lleva usted todas las siestas á
su enano y no lo lee la familia hasta la tarde?
C andido—levantándose admirado.—tillé genio de
cria tu ra.... Esto es adm irable.,., yo envidio estas
gentes que hablan cuando se les antoja.
S ijipldrico—sacándose e l periódico del bolsillo.—Per­
dono usted don Cándido, desde ayor lo traigo en el bol­
sillo y »un no le he leído.
C andido.—En eso caso.. . . guárdelo usted.. . .
S uplujuco .—De ningún m odo....
Candido.—Yo no lo necesito.
S implúrico.—-Y o le ruego á usted.. •«
Candido__ Yo le un plico A u ste d .. . .
S implúrico— Puesto quo usted no lo quiere, lo guar­
do— va á arreglarse la corbata al espejo.
C a n d i d o — [Yo hubieia querido, sin embargo, ver los
precio* de la carne en el matadero.]

ESCENA VITI.

Los mismos, Añila entrando y dirigiéndose á don


Cándido.

Anita.—Sefior, esta es la tnrgetu de un señor que


espera en su cuarto.
Cecidia —dirigiéndose con viveza á su padre.—Ese
os don Simplicio de Mota.
Candido.—Santa T e c la ! .... se juntaron Tirios y
Troyanos ¿qué liaré?—dirigiéndose á Cecilia.
C ecilia—al oído de su padre.—Cilio entro.
S impj.ukico.—lina visita?
C ecilia.—Anita, dile fi esa caballero que entre.
Anita se va.
S imclurico.—No olvido usted papft que A las doce
debemos ir íi la notana para arreglar las amonesta­
ciones.
C a n d i d o . —Precisamente...,—al nido ú Cecilia—
Sácame ose clavo—señalando ú Simplúrico.
C ecilia— á Simplúrico.—Quisiera usted acompañar­
me al jardín para regar mis llores?
S implurico.—¡Oh! este sol tropical os muy ard iento y
me manchará el crttis.
C ecilia.—Razón demas, las flores van á morirse de
sed—levantándose—-si so rompiera una uña!

ESCENA IX.

Cándido y después Anita.

Candido.—Dios miol— Dios mió!—Dios mió!— qué


situación la mia!—Un pretendiente acep tad o .... ins
ta la d o .... y o tro .... un ab o g ad o .... debe tener una
le n g u a .... va á entortillarme con bu lengua y . . . . yo
me conozeo... . yo soy capaz de aceptarlo como al
o tro .... y eso hará dos amantes para una dama.
Anita —desde el fondo.—Don Simplicio de la Mota.
Candido—consternado.—Válgame D io s!.... y qué
voy 4 decirle á ese hombre?—observándole y buscando
un pretexto.—Ah!. . . . voy á ponerme la casaca. . . . —
se escapa por la ¡tuerta déla izquierda mientras apa­
rece Simplicio por el fondo.

ESCENA X.

Simplicio entrando muy tímido, desconcertado


y saludando en voz baja.

S e ñ o ra .... caballero.... tengo el h o n o r ....—oé-


servando en la sala—Toma, no hay n ad ie.. . . Tanto
m e jo r.... Toniatanto miedo do encontrar á alguien
Yo tiemblo á la idea de encontrarme con ese padre
que sabo que yo quiero ¡i su h ij a .... Porque y o la
amo desde aquella comida en que rompí un vaso.—
Desde entonces vengo todos los dias á caballo & pedir
su mano___llego al medio día y no m a'atrev o .... me
voy y vuelvo á la mañana siguiente, y hace ya de os-
tos cuentos, tres meses justos;—pero ya hoy estoy den­
tro de la casa y d ecid id o .... Porque yo soy capaz do
hacer lo que haga otro cualquiera___Traspasado el
dintel del hogar deméstico tengo que declararme al pa­
dre—asustado— Pero y he de ser yo mismo quien lo
diga?—yo solo?.. . . es que eso puede luieerse?. . . . da
cirle fi un padre: “Señor, quiere usted hacerme el favor
do darme su hija para llevármela á mi casa y d o . .. .
No! esas cosas no pueden d e c ir s e ,...—De repente —
Si yo pudiera irm e .... nadie me ha visto entrar. Y
ino voy y volveré mañana cantando.
Cine terrible situación,
La del hombre enamorado,
De mi pobre condición,
Siempre vive atormentado.
Comprended las penas mias,
Y decidme para que
Vengo aquí todos los dias
Si en mi vida lo diré.
Niña mia, niña mia.
Escuche yo la amo á usted.
Va a salir por el tondo y se encuentra con Cecilia.
RSCENA XI

Simplicio y Cecilia,

S implicio—deteniéndose horrorizado.—Ya es (arde!


Cecilia—Haciéndose la sorprendida.—Si no me t\»
gaño es usted don Simplicio do la Mota.
S implicio—turbado'.— Servidor de usted, caballero
C ecilia.— Cómo?
S implicio—volviendo en sí.—Señorita quiso decir.
Cecilia .- A qué buena casualidad debemos «I ho­
nor do su visita?
S implicio—T iene usted razón . . . . e s uua casuali­
dad.. , . yo buscaba por aquí A.. . .
Cecilia.—Ah!
S implicio —He entrado en su casa de pura casuali
d a d . . . . Perdone u s t e d . . . . —saludando—tengo el ho­
nor. . . .
B ecilia,—S spero usted caballero, mi padte tendré
mucho gusto de verle.
S implismo—.Oh! no lo molesto usted, yo me redro.
Cecilia.—Do ninguna manera, siéntese usted.
S implicio—tropezando con una silla.—Yo no estoy
c a n s a d o ....—sentándose y quitándose los guantes
Con mucho gusto.
Cecilia—[Pobre muchacho, cómo se ha turbado!]
S implicio.— [Qué bonita e s . . . . ai yo me atreviera!
. . . olí! si, yo me atreveré.. . . que no so diga que un
abogado.... A qué se propone el hombre que no eje­
cute?—Cecilia estará arreglando sus flores—pero voy
á ensayarme para volver]. Me voy.
Cecilia.—volviendo.—De ninguna manera1
S implicio. —Es que yo comprendo que estoy aquí
de mas.
Cecilia.—De ninguna manera, y si no pareciera in­
discreción abusaría de su bondad, suplicándole que me
ayudara á colocar oslas flores.—Le dá el vaso y ella
eoloen las flores.
Simplicio.—Con mucho gusto, señorita. [A que lo
suelto el toro. ] Y usted ama las flores?
C ecilia, —Mucho!
S implicio.—[Esta confianza mo dá b rios..«. ai su
padro nos sorprende en esta posición! Es necesario
que yo le diga fi esta m u jer... . allá voy!.]—Se lim ­
pia el pecho.
Cecilia.— Está usted afluxionado?
S implicio—vacilando.—N o . . . , s i , . . . e s ,...( l e d i
g o .. . . si?) u n .. . . un catarro. [No mo atreví!]
Cecilia,—Esa es una enfermedad peligrosa.
S implicio.—(Yo dobo tener la cara de idiota.. . . ) Se­
ñorita Cecilia.
Cecilia —Cabal lero?. . . .
S implicio.— [Allá voy] —se limpia el pecho.—Q.ué
bonitas son sus flores (otro fiasco)
Cecilia.—Como todas las flores!—(No so atreve.)
S implicio —Sí, pero----
C ecilia.—con instancia.—Pero qué?
S implicio.—(Ya mo ful demasiado lijos) En qué e»-
pocie de tierra son cultivadas?
C ecilia—-No sé, porque no conozco la diferencia.
SrMpucro.—Oh! la diferencia es muy notable, ía una
*'B mas blanca, la otra es mas negra. (Ya me voy atre­
viendo.)
C ecilia—con impaciencia y llevando las Jlores al lo­
cador.—Doy A usted laa gracias caballero;
S implicio.—(Bien h e c h o .... qué tenia yo que po­
nerme A dnr lecciones de agronomía?—Imbécil! bruto!
to rp e !....)
Cecilia—mirando á la izquierda.—Allí vieno mi
padre.
S implicio—arrinconándose.—(Dios mió, qué va A
ser de m i?..,., y este hombro sorA cuando ménos un
Nerón!) —Vá¡te ñ la derecha.

ESCENA X II.

Cecilia y Simplicio. Don Cándido entra por la


izquierda m uy encogido.

C ecilia—presentando á Simplicio.—El sefior es don


Simplicio de la Mota. —Los dos se miran de soslayo, en
los extremos opuestos.
Candido.—(SerA necesario) —hace una cortesía muy
zurda.—Señor, yo ¡soy ciertamente.
S implicio.— Evidentemente, yo soy Simplicio de la
Mota.
C andido-—(Vaya un aspecto imponente!)
S implicio.—(Lo que yo sospechaba, un Nerón I)
Cecilia.—(Si acabarán.)
S implicio.—Señores..,, a . , , , adió?, [yo hago bien
en irme.]
C ecilia.—No, ohbr»Iloro, yo me retiro para que usted
hable. . . .
S implicio.— Es que yo no vengo ft hablar con na­
die. . . .
Cecilia .—Y no ha enviado usted su tarjeta?
S implicio.—Ciertamente. [Qué calor, yo hubiera he­
cho mejor en volver mañana.]
Candido.— El tiempo e.s canicular—¿no tiene usted
calor?
S implicio.—Yo no, señor.... p u e s .,., yo apenas
sudo (sangre.)
C ecilia. — Yo me voy— á Simplicio —siéntese usted,
valor—d Cándido— y usted también, papé, valor—se
vá por la izquierda.

ESCENA XIII.

Simplicio y Cándido sentados el uno al frsn te del otro


muy consternados.

S implicio.—[Ahora sí que voy á echar el re sto ....


«ate hombro tiene un grando aplomo, j
Candido.—[Yo traigo mi frac.] Señor! [Va á pedir­
me la muchacha.]
Si « plicio.—Señor—inclinándose' dos veces— usted
habrá recibido una carta do mi lia [ahora verán uste­
des como se hacen loa cosas]—dirigiéndose al público.
—[No hay corno el roca con la» gentes para civilizar
los animales.]
Cano.—S í, señor, y cómo está mi tía?
S imp.—P erfectamente.
Cand.—Tanto mejor. Tanto mejor.
S imp.—Salvo el reumatismo.
C a h d —-Tanto mejor. Tanto mejor.
S imp.—Hace ocho dias que está en cama.
(Xikd.—T anto mejor. Tanto mejor.
S imp —Yo espero que pronto.. . .
Gano.—T anto mejor. Tanto mejor.
S imp.— Porque mi barómetro marca
Cand .— Y el mió ta m b ié n ....
S imp.—Toma. Es bien raro, dos barómetros que mar­
can el mismo tiempo.
C and.— Y eso es bien sensible por las flores que van
ó secarse.
S imp,—'E s usted amigo de flores?
Cand.—Tengo un jardín delicioso.
S imp.—U ué casualidad, y yo otro. . . .
C and.—Tanto mejor. Tanto mejor. (Hasta ahora to­
do v& como do perlas.)
S imp.—(Ensayemos.) Mi tia lo habló ft usted do mis
proyectos.
C a n d . — [El enemigo ataca] en efecto [yo me siento
malo]; poro ella no rno habla del objeto de su visita.
S imp.—N o ? ..., [y entóneos cómo salgo yo do este
atascadero?]
C and.—saca 3ii caja de polvo,—Uniere usted tomar
un polvo?
S imi\~ [Q , u6 aplomo!] Gracias, yo no tomo nada en­
tre comidas—se limpia el pecho.—Yo v en g o .,.
Cand.—A qué?
S imp.—[En que berengenal te has metido, pobre
Simplicio de mi alma!] Señor, con el pormiso do usted
yo ven ia.. . .
Cand.—-Yo amo las flores... . si señor, tengo unos
ingertos lindísimos, pero ol sol Iob va A quemar.
S imp.,—Por eso yo los cubro con y a g u a s .... Señor,
yo venia ft solicitar.. . .
C and .—[Qué serenidad de hombre!] Quiere usted
tomar café?
S imp.—No, señor, gracias, yo no tomo nada entre
comida.
C and ;—Hace usted b ien.. . . una taza de jigote me
hizo tanto daño una vez, que tuvo que renunciar ft él
por ol resto de mi vida.
S imp.—Tanto mejor. Tanto m ejo r... . Señor, solici­
to el favor..,..
Cand. —Tiene usted rosales?
S imp.—Magníficos,. . .
C and.—Yo tengo una reina Victoria de tres metros
de alto.
S imí.—Señor, yo venia.
Cand.—A qué viene usted?
S imp.—[Jesús, qué energía!] A solicitar de usted.
C and —Q ué?
S i m p . —Unas posturas do lechugas.
C and.” -A1 instante, caballero. [Ya respiro.]
SiMP.—Señor.
C íni>.—A l instante. [De buena he escapado! —Se va
por la izquierda del fondo.

ESCENA XIV.

Simplicio y después Ctcila.

S imlpicio. —Vamos, yo soy un imbécil por mas que


pretenda otra cosa, en vano serA que yo quiera hablar,
y ser hombre de valor. . . . lo que natura no d á .. .• es­
tá probado.
Cecilia—entrando alegre por la derecha del rondo.
—Ciadas A Dios.
S imp.—es/>anlado.—Ella!.. . .
Ce«i.—Habló usted con papacito'í
S imp,—H a b lé .... «i, hablé [ni una palabra.*..!
C eci .—Y qué le ha parecido A usted?
S imp.—Ah s í ___ muy a m ab le.... un muchacho
muy fino.. . .
C eci - E l i . . . .
S imp.—Es decir, que me pareció muy amable.
Ceci.—Y está usted contento?
S imp.—Como unas patenas---- Tanto que ha ido A
buscar lo que yo lo pedí.
Ceci__El mo busca.
S i m p . —No! ha ido A buscarme unas posturas da le­
chuga.
Cbci.—Cómo! posturas do lechuga?
Shur.—Si, señorita.. . . No es posible creerlo, duran­
te uu cuarto do hora hemos hablado de rosas, injertos y
lochiigas.. . . yo hacia esfuerzos sobrehumanos por
manifestar A su papá el objeto da mi visita; poro impo­
s ib le ..,. niuaa palabra.
C eci .—Y porqué?
S imp .—Ahí porque yo padezco d e . . . . de mi acha­
que laringítico deplorable... . yo soy muy corto de ge­
n i o . . . , tímido hasta el idiotismo.... así yo me deja­
ría matar ñutos que decir A usted q u e . . .. (se me anu­
da la garganta.)
C eci ,—Y bien, qué?
S imp. Q.ue hace tres meses.. . .(que me desmayo)
Ceci.—P ero expliqúese usted, señor.
SiM,—Pues bien. . . .que hace tres meses que estoy
dando paseos para.. . .(imposible!)
Ceci .—Despacho usted, señor,
SiMr.—espantado)— (Cielos! ya se enojó, seguro quo
he dicho mas de lo quo debía.)
Ceci.—impaciente.—.Pero concluya usted.
S imp.—(E stas gentes van á lanzarme por la venta­
na.) Voy á comenzar, señorita (y porque no soy yo un
hombro como otro cualquiera.)
Ceci ,— En definitiva está usted enamorado?
S imp.— con viveza —Eso eí, señorita, yo estoy eso
que usted dico (ahora no me atrevo yo A decirlo.)
Ceci .—Y de quién?
S imp.— Ah, señorita, permita usted de que guarde ese
secreto en la urna de un siloncio sepulcral.
Ceci,—Sorá d e . . ..
SiMP.—F,ri todo caso, señorita, no es do usted., , * es
decir, sí, es de usted . . . . Ah n o!,. . . Diga usted, Ce­
cilia, es que esas cosas pueden decirse?
Ceci.—Y por qué no?
S imp —Entonces s i . . . . y o . .. . estoy enamorado,
C eci.—De mí?
S imp. —S í . . . . de usted. . . . es decir, n o .. . . pues si
. . . . do usted.
Ceci.—Usted lo <1ice muy bien.
S imp.—Yo lo he dicho?.... perdono usted no eran
esas mis intensiones.... se me escapó la frase., . , po­
ro yo no lo diré mas nunca. . . . ¡oh yo soy m uy. . . ,
tímido!
Ceci.—T ímido un abogado?
S imp.—Por eso no hablo nunca on estrados.. . . Una
v e z ... . una sola vez so me ofreció defender un pleito
. . . .pero no se tno ocuriió otra vez.
Oeci.—P ues qué le pasó A usted?
SmP’—Mi tia me buscó un cliente que yo no lo fui
fi b u sc a r... . Erase un hombre violento que habia to­
mado una lección del solfeo con un bastón en las cos­
tillas do bu m ujer.. . . El dia clásico llega . . . . Yo ha­
bía preparado una defensa b rillan te.... la Audiencia
astalm ll e n a .... suena la h o r a .... el ahogado contra­
rio habló como nn Cicerón, yo me desesperaba en pre
sonda do un enemigo tan poderoso.... llega mi turno
y el oidor me dice con benevolencia: ‘‘Usted tiene la
palabra” yo comienzo S burearla y querer hablar y n a ­
d a ---- im posible... . mi cliente me d e c ía .... “pero
hablo usted” . . . . im posible!.... en fin, dospues do un
esfuerzo supremo, salo de mi garganta algo inarticula­
do•. • • “8efiores, yo reclamo para mi defendido toda
la severidad del tribunal’’ y caigo desconcertado. Mj
defendido fué condenado ft seis meses do prisión: el
máximum de la pona.
Ceci. —El lo merecía,
SiMP.—Ciertamente, pero eso no era mi deber, aun­
que nunca pedí tanto como di me hizo sufrir— Hay
mas, ni aun cobré mis honorarios, si bien es verdad
que el cliente no ha pretendido pagárm elos.... Ya us­
ted me co n o ce.... ¿Cree usted que yo sea capaz de
decir á otro.. . . aquí esioy yo que vengo A llevarme ft
su bija á mi casa para..
C koi—E l matrimonio es un sacramento.
S imP.—Así, y con todo, yo esperaré ft que mi tia so
ponga b u e n a .,,,
C koi.—Esperar?.... ¿Pues no subo usted quo hay
otro pretendiente dispuesto ft casarse, y que esa tro es
pesca de todos los dia 3 ?. . . .
S imp.—Otro pretendiente?
CEct—Sí, señor.........uro pretendiente instalado en
la casa y ft quien proteje papá.
S tmi-.—consternado.—Un rival!
C eci.—Tranquilícese usted, yo no le amo.
S imp.—¿Y dónde está su padre? [os necesario que yo
lo hable],—Dígame usted dónde está su pudre?
Ceci.—Va usted ft Imblarle?—Voy ft buscarle.—sale
por la izquierda.
FSCENA XV.

Simplicio solo.

Sí, yo lo h a b la ré .... no redirá que un h o m b re...,


porque al fin .. . . le hablaré, s i . . . . es decir, yo no le
h a b la ré .... yo le escribiré.. . . —se sienta á escribir,
y mientras escribe habla alternativamente.—¡Oh! con
la pluma yo digo todo lo que quiero . . . por lo menos
el papel no se sonroja— acabando de escribir.—Ya
rompí los cristales, alie a jacta [est,—Mole la carta en
el sobre, poniéndole la dirección que lee:—A don .Sim­
plicio Capirote—Le pone un sello distraídamente
Ahora verá don Candido prr hombre r e s u e l t o . - - oye
un ruido en el fondo.

ESCENA XVI.

Simplicio, después Cándido.

8iMPr—E l . . . . y yo lo he do poner esta carta en aus


m a n o s.... eso seria un arrojo.—reflexionando.—|Ah!
4

aquí sobre el reloj.—pone la carta y se arrincona.


Cano.—entrando p o rta derecha del fotuto—JAven
amigo, ya están listas aus poaturas de Ischuga.
S imp.—Gracias, señor___ [Fisto no ha visto á su
hija.]—dirigiéndose hdcia la puerta del fondo y seña­
lando para el reloj.—¡Sobro ol reloj, sobro el reloj! allí
tieuo usted una carta, yo volveré por lá contestación.

ESCENA XVII.

Cándido, después Cecilia que entra por la izquierda.

C andido.—Sobre ol r e l o j ..., una caita— tomándola


— es que yo tendré valor para leerla!.. . .
C ecilia.—entrando.—Papá, hace ralo que busco A
usted—mirando para todos lados.— ¿Y don Simplicio?
Cand .—Acaba de salir, pero parece que me lia escri­
to eBta carta.
Ckci .—jOómol.,..
Cand.—Y le ha puesto un sello!
C eci.—Leámosla, papfi.
Cand.—leyéndola.—Señor, yo amo A su hija. . . .
no, yo no la amo.
Ge c i .— Hein!
Cand.—leyendo. Yo la adoro.
Cact.—H a !.. . .
Cand.—Pero aléjale, muchacha, según el manual de
Carrefio, ostfts cometiendo una imprudencia.
Cnci,—No, papá, yo soy el engato de esta oración.
Ya yo sabia todo esto.
C and.—leyendo,— '“Usted tiene en sus manos mi pot-
4
venir, la mano de su hija ó uu alojamiento en MaZor-
ra.»—En ese caso, que se lo lleven ó Mazorra,
Ceci .—¡Oh! papacito—acariciándole.
C and,—-No proenies enternecerme, porque seré in­
flexible.
C eci. —Papacbo, usted no me quiere ya. ¡Ay rne va
fi dar el ataque de nérvios. . . . yo voy á eticarme. . . .
A y .. . . Ay!-----
C and.—consternado. ¡Dios m iel.. . el Alcali........
no, mi vida, te casarás. . . . liarás lo que quieras
C eci .—reponiéndose.~ Ay! yo lo sabia bien.
C ano.—¿Y qué quieres que le diga á don Simplúrico/
C e c i . —Comprendo su timidez.
Cano.—Yo no soy tímido, un hombre vale bien otio
h o m b re.... Yo le diré:—Señor don Simplúrico.. . .
¿quo lo d iré /.. . . Cómo lo hartas rú, hija?
Ceci.—Escríbalo usted!
C and.—T ienes razón, escribir no dá vergüenza. Co­
nozco yo algunos que escriben bien mal en los perió-
dicos. Sentándose á escribir.— Esta muchacha es lin ­
ce, si ese diablo de aloman no hubiese inventado la
pólvora, mi hija pasara á la posteridad—escribe y ha­
bla.—“Mi querido señor, su petición me honra.» [Esto
es muy enérgico]—á Cecilia—¿No será bueno modifi­
car la frase, hija.
C eci ,—Escriba usted lo que yo le dicte.
Cand.—Bien pensado; cuando yo lo digol
Ceci.—dictando,—“ Pero razónos personales me im­
piden continuar alentado sus proyectos de matrimonio,
con lo cual tengo el honor de ser de usted.—Cándido
de Capirote.»
—31—
Cand.—¿Crees (ú que sea eg¡l una rfíZOny
C eci.—Una razón diplomática.—Se oye un ruido-
C and,— El . . . . él! . . . .
Ceci.—Me voy para dejarles A ustedes libremente*
Ca n d —Y tú me abandonas Aesta situación terrible?
Ceci.—retirándose por la izquierda.—¡Vnloi!,...

escen a XVIII.

Cándido y Simplúrico.

S implurico—entrando por el fondo.— ¡Cómo, papá


suegro, no estft usted listo todavía!
Candido.—Para qué?
SlMPLUn.—Para ir A preparar el matrimonio.
Cand,—Mi querido yerno, mieritias que to esperaba,
es decir, mientras que esperaba A usted be* escrito‘una
carta muy importante.
S implwr.— E l canastillo do bodas acaba de Ilegal.
Cand—Usted ha comprado el canastillo? \Y qué ha­
cer? ya comnró el regalo do bodas.]
S impi.uk — También ho pensado t*n unod, papé sue­
gro; la ho comprado urja tabaquera de oro.—sacándola
—estilo del Renacimiento. [Ya me rompí una nfia.]
C a n d — Cómo, yerno mfo! usted ha tenido tanta
bondad! [Cómo desairar tm hombre qne regala taba­
queras do oro y tiene bu locnosidad.J
SiKPLVR.—Despacho usted que son las doce.
Cano.—(Justo cielo! esto hombre me esfu erza ....
me oprime. . . . ) Voy ó ponorme una corbata blanca.
S imPlur.—Y yo una casaca. Rn quince minutos
vuelvo—Se va por la izquierda.

ESCENA XIX.
Cándido y después Simplicio.
C andido.— No hubo modos de darle la carta, y el otro
que va A venir por la respuesta... . qué de complica­
cio n es!.... cuántos em barazos!.... y cásese u3ted y
tonga h ija s .... y después do todo, Cecilia no puedo ca­
sarse con los ('os, eso seria un acto do poligamia que
castigaría la sociedad.—Y puesto que uno compró ya
el canastillo, sea él quien se la lleve.—Si yo pusiera la
carta sobro el re lo j.... reflexionando.—Sí, s i . . . . la
pongo.
S implicio—entrando por el fondo.— Caballero, yo
v e n g o ... . no, yo no vengo A n a d a .... Yo me voy.
Cand.—saliendo por la izquierda y señalando ht2-
cia el reloj—[Sobre el re lo j!,.., sobro el re lo j!,.,.

ESCENA XX.

Simplicio y después Cecilia


Simplicio.—Ah, ya sa fu é ! .... por lo menos este
hombro poseed secreto de escaparse A tiem po... , pe-
io yo voy á revestirme de cnrficter, que no se diga que
un abogado..., pero no será el primer ahogado tími­
do que llalla registrado la historia en sus a n a le s ....
¡Hay tantos abogados qui no tienen destino en el mun­
do!.. . . pero él me señaló hácia el reloj—se dirige híl­
ela el reloj y toma la carta—Vaya, esta es la respuos*
ta. El reloj, os nuestro buzón.—Lee—“Mi querido se
ñor, tn protección nw honrra; pero razones personales
me impiden continuar alentando sus proyectos.»—
A y !....
Cecilia—entrando por elfondo.—Don Simplicio, ha
visto usted. . . .
S imi*.—Kh ! .. . .
C eci.—Ha visto usted h m¡ padre?
S imc.—Sí, señorita, lo he visto. Aqnf tiene usted su
ultimátum—le dá la carta.
Ceci.—leyendo.—‘‘Querido señor, su petición me
honra.»—Pero estaos una traición!,. , . yo dicté esta
carta para don Simplürico.—Oh! mi padre no me sa­
crificará, yo no soy tímida.—¡Don Simplicio, tráigame
usted un carrnage de alquiler,
S imp.—Pero qué va usted á hacer, nifí»?
C eci.—A usted no le iiupoila, solicíteme un carrnage.
SiMp.—En el momento.—Saliendo por el fondo —
¡Qué fibra de criatura!

ESCENA XXI.
Cecilia, después Cándido y Anita.

C ecilia— con desenfado.—Mi padre pretende sacri­


ficarme do esa m a n e r a . . n o , yo me emanciparé an­
t e s . . . . la voluntad no tiene duefio.. . . el libre albe­
d r ío .... la hlímamele'! tiende al progreso, A la emanci­
pación de le. m ujer.... á la libertad de conciencias.. . .
al derecho do la tribuna, á las elecciones populares,,.
el corazón no tiene mas aspiraciones que lo bello....
lo bello espiritual, la libertad-do las facultades espiri­
tuales, por quó no he de aspirar yo A mi emancipación
ardes que dejarme arrastrar á una esclavitud eterna?—
se pone una mantilla.—Veremos quien dispone de mí.
G a n d i d o —entrando del fondo de la izquierda. —
A dónde vas, Cecilia?
Ceci. —arreglándose el peinado en el espejo y apa
rentando axaUacion.—Yo? ó usar do los derechos de
la inteligencia hum ana.. . . Aevitar el escóndalo social
de un padre que sac rifica n mi hija A un hombre que
d etesta.... A encerrarme en un convento hAmedo y
frió.
C and . —afectado.—Ne, hija no es que yo te sacrifi­
que; pelo ya ose hombre compró el canastillo de bodas
. . . . con ternura. —No te parece esa una razón? Ade­
mas me lia regalado una tabaquera de oro, estilo del
Renacimiento.
Oeci.—Eso es muy honroso, me sacrifica usted A un
regalo—con exaltación.—Todo ha concluido entre no­
sotros. . . . Yo voy entrar en las Ursulinas.
Cand ,—No, h i j a ... . yo no te sacrifico___ pero ya
es demasiado tarde . . . Simplúrico ha ido A ponerse
una casaca para ir A la Notaría.. . . Ya tu vez que no
hay remedio.
Ceci —con altanería,— Es decir, que eso hombre
dispone-de nuestras conciencia«.. . . I¡i conciencia hit'
mana es libre.. . .
Oand.—Y cómo arreglarías ni la cuestión?
Ceci -—Muy sencillo, dígale usted que estfi mato que
no puedo acompañarle.—Se quita el chal y llamando:
—Anita, trae la bala de mi padre.—Diremos que le fia
dado á usted un soponcio.
Anita—entra por la izquierda con una bata y un
gorroblanco.—Aquí esta, señorita.
C kci .—metiendo ü su padre las mangas de la bata
por los brazos.—Anita, trae un vnso do agua do azú­
car.
A n i t a .— P ero q u é tiene el geñoi?
Oeci .—Un desvanecimiento.—Pone el garro ü Can­
dido.
C and .— Protesto contra toda esta comedia, y te pre­
vengo qne no tomaré p a r te .... que no diré una pala­
b r a . ., . que no too mezclfué en tus embrollos amoro­
sos ,—Cantando y bailando (aire del can-can.)
C kci . — E-o e s , . . . rióse mezcle usted en nada.—
Anita, trae una banqueta.—sienta á Cándido en un si­
llón, se sienta ella d su lado en la banqueta y toma el
vaso da agua.— Déjelo usted venir.

ESCENA XXII

Los mismos y Simpliirico que entra por la izquierda


vestido de casaca y limpiándose las uñas.

SiMPUJRtco. -Vamos papa suegro, ya yo estoy listo.


Cecilia.— Mi padre está indispuesto y no puede ir &
ninguna parte.
C and.—Yo protesto con mi silencio.
SiMi’nm.—El mejor remedio, unas sanguijuelas....
Ahita.—Quiere usted que vaya á buscarlas ft la bar*
beria d e . . . .
Cano.—con viveza.—No llevo de la parada.
C eci.-—Ya mi padre va mejor..,., Téme usted el
agua, papaito....
Oand.—No tengo sed.—Bebe.
SiMrujR.—limándose las uñas.—Dejémonos de jugar
con la salud. La salud es como la fortuna, que no se
conoce hasta que no se pierde..,.
Cand.—Pero es que yo voy fi quedarme todo el día
dizfrazadó?—Hace mucho calor.
Ceci.—La indisposición de mi padre dura regular­
mente algunos dias__¿No podía irse de casa y vol­
v e r....
S impi.vr —Irm e.. . . abandonar mis derechos de con
q u ista s.... abondoriar A papá suegro....
Cand.—[El muchacho es excelente.]
S implur.—Adema», la presencia de vuestro papA no
es indispensable.. . . yo puedo ir solo á la notaría para
empezar ft practicar las diligencias del matrimonio.
Con tal de que él firme.— Toma un papel y una pluma.
C eci.—á su padre,— No firme usted........
S implur.—F irme usted.
Cand.—Pero ¿qué batiburrillo es este?
C eci.— escondiendo el tintero que toma de la mesa.
—No firme usted.
Oah».—•£ Simplúrico.—Pero deme usted el tintero.
S implur .—H» tenido la bondad do facilitárselo,
C and. —Gracias, hija.. . .
Ceci .—poniendo el tintero sobre la mesa.—Todo so
ha perdido.

ESCENA XXIII.

Los mismos y Simplicio.

S implicio—entrando por el fondo.—La volante ot&


en la puerta.
S i m p l u r i c o .— ¿Q.uó volante?
S imp.—¡Hola, don Simplúrico!
S impi.ur.—Diablos! qué encnentrol— muy sobreco­
gido.
Si —¿Cómo lo va A usted después de.. ..
S i m p l u r ,— Muy bien.
C a n d . —Hola! ustedes so conocen?
S imp.—E l señor faó ini primer cliente.
Ceci —E l señor ftié el que solfeó sobro las costillas
de bu mujer y sufrió seis meses dv» prisión?
C a n d . —espantado.—Cómo! usted ha estado preso
por haber bastoneado su primer mujer?
S implur.—U na quorella.. . . una vivacidad.
A nita.—Q,ué horror!—arreglando las sillas.
S imp.—No era un bastón, un junquillo.
Cand.—a su hija.—Mi pobre Cecilia.—-A Sitnplú-
rico — Aléjese usted. . . . pegar A una m ujer.. . .
S i m p l u r .—irritado.—Caballero.
C a n d .—desconcertado.—Perdone usted señor, si me
he desm andado.... y o . ., .
Cncr. —No hay que perdonar.—Llévese usted su ca­
nastillo.— Sacando á su 'padre del bolsillo, por equivo­
cación una tabaquera de cuero.—Torne usted bu taba­
quera.
S implur.—Perdone usted, la mia era de oro, estilo
del Renacimiento.
Ca nd .— con dignidad y sacando la otra.—Yo no he
tomado su rapé.
S implur.—Me alegro mucho, señor, que este inciden­
te le haya devuelto la salud.—Se retira y pisa á S im ­
plicio.—I m b é c i l ! . .

ESCENA XXIV.
Cándido, Cecilia y Simplicio.
Ceci.—á Sim plicio— Pídame usted ahora.
S imp.—Pero es que eso se puede hacer?
C and.—que estará en el fondo quitándose el trage
de casa.—Pues no tenia yo la estumpa da la heregla!
C e c i . —Atreverse.t. . él es mas tímido que usted.
S imp.—poniéndose los guantes y afectando valor.—
Con que él es tímido.
C e c i . — á su padre.—El va A atreverse, póngase us­
ted loa guantes. No tenga miedo, él es mas tímido que
usted.
C and.—(El es tímido.)—-Se pone los guantes.
S imp . —Señor.. . .
Cand.—Señor.
SiMp.—Por la segunda vez le pido A u s te d ... .
—Cand.—con viveza-— Q.ué!
Simp —Lu . . . - l a , . , .
Cecc.— al oido á ¡Simplicio,— Atrévase ueted.
S i m p . —La m a n o ... .
C and.—extendiendo la mano.—Aquí la lien« usted.
S imp .— De un hija. . . .
C ano.—Caballero, usted mo la pido do una mane­
ra . . . .
S imp.— Kl tono me lo lia dado su hija.
Cano,—Pues bien, yo no me mezclo en esas co­
s a s . . . . CíSsenso ustedes, y . . . ,
S imp —Caballero.. , .
Cand.—Caballeio. . . .
Ceci .—(Parece que van A nfiir ahora.) Don Simpli-
ció,.mi padre le que dpfloa os que usted se quede A co­
mer hoy con nosotros.
Oand. A la condición que no mo rompa usted los
vasos,
C eci . al público.— tAue.dan ustedes convidados á
las boda».

FIN.

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