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Videoarte La Estetica Del Narcisismo Rosalind Krauss PDF
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Rosalind Krauss
Era un lugar común en la crítica de los años sesenta pensar que una estric-
ta aplicación de la simetría posibilitaba que un artista “señalara el centro
del lienzo” y, al actuar así, recurriera a la estructura interna del objeto pic-
tórico. De ese modo, el recurso de “señalar el centro” se llegó a utilizar
como uno más entre los muchos sillares de ese puente, tan complicadamen-
te construido, con el que la crítica de esa década trató de conectar el arte
con la ética por medio de “la estética del reconocimiento”. Pero ¿qué signi-
fica señalar el centro de una pantalla de televisión?
De una manera que con seguridad venía condicionada por la postura
del arte pop, los vídeos producidos por artistas estaban ampliamente invo-
lucrados en la parodia de los términos críticos de la abstracción. Así, cuan-
do Vito Acconci produce un vídeo titulado Centers (1971), lo que está hacien-
do es tomar literalmente la noción crítica de “señalar” al filmarse a sí mismo
mientras señala el centro de una pantalla de televisión, un gesto que sostie-
ne durante los 20 minutos de duración del trabajo. El tono paródico en el
gesto de Acconci, con una deuda evidente respecto a la ironía de Duchamp,
tiene la clara intención de interrumpir y prescindir de una tradición crítica
en su integridad. La intención que subyace es destacar lo absurdo de un
compromiso crítico con las propiedades formales de una obra o, por
supuesto, de un género tal como el vídeo. El tipo de crítica al que Centers
ataca es, obviamente, uno que se toma en serio las cualidades formales de
una obra, o que trata de investigar la lógica particular de un medio dado.
Pero incluso así, y por su propia puesta en escena, Centers ejemplifica las
características estructurales del vídeo en tanto que medio. Y es que Acconci
realizó Centers utilizando el monitor de vídeo como un espejo. Mientras
observamos al artista que dirige su mirada al extremo de su brazo y dedo
índice extendidos, hacia la pantalla que estamos contemplando, lo que en
realidad vemos es una tautología continuada: una línea de mira que se ini-
cia en el plano visual de Acconci y termina en los ojos del doble que pro-
yecta. En esa imagen egocéntrica se plasma un narcisismo tan endémico en
las obras de vídeo que me veo a mí misma deseando generalizarlo como la
característica esencial de todo el género. Sin embargo, ¿qué significaría
decir “el medio del vídeo es el narcisismo”?
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Para empezar, esa afirmación tiende a crear una brecha entre la natu-
raleza del vídeo y la propia de las otras artes visuales; dado que tal aseve-
ración describe una característica psicológica en lugar de una física y, por
más que estemos acostumbrados a pensar en los estados mentales como un
posible tema de las obras de arte, no se piensa en la psicología en tanto que
elemento constituyente del medio. En lugar de eso, el medio pictórico, el
escultórico o el fílmico tienen mucho más que ver con los factores materia-
les y objetivos que son específicos para cada forma particular: superficies
que retienen pigmentos, materia extendida en el espacio, luz proyectada a
través de una cinta de celuloide en movimiento. Es decir, la noción de medio
incluye el concepto de un estado objetivo, separado del propio ser del artis-
ta, a través del cual deben pasar sus intenciones.
El vídeo depende –de modo que algo llegue a percibirse mínimamen-
te– de un conjunto de mecanismos físicos. En consecuencia, tal vez lo más
fácil sería decir que este instrumento –tanto en su presente como en su
futuro nivel de desarrollo tecnológico– incluye el medio televisivo y no aña-
dir más. No obstante, la cuestión del vídeo y la facilidad con la que se defi-
ne en cuanto a su mecanismo no parecen coincidir con precisión; de ese
modo, mi propia experiencia del vídeo hace que me incline por el modelo
psicológico.
El lenguaje cotidiano contiene un ejemplo de la palabra medio1 usada
con un sentido psicológico; el terreno poco común para ese uso tan común
de la palabra es el ámbito de la parapsicología: la telepatía, la percepción
extrasensorial y la comunicación con el más allá, asuntos que cuentan con
la dedicación de personas con cierto tipo de poderes psíquicos que reciben
el nombre de médium. Con independencia de que neguemos o demos cré-
dito a los hechos relativos a la experiencia del médium, podemos compren-
der los referentes del lenguaje que la describen. Por ejemplo, sabemos que
en el sentido parapsicológico de la palabra médium se incluye la imagen de
una persona receptora (y emisora) de comunicaciones que surgen de una
fuente invisible. Además, dicho término contiene la noción de que el con-
ducto humano mantiene una relación particular con el mensaje, un nexo de
coincidencia temporal. De ese modo, cuando Freud pronuncia una confe-
rencia sobre el fenómeno de los sueños telepáticos, le dice a su audiencia
que el hecho en el que más insisten los testimonios de tales asuntos estriba
en que los sueños ocurren al mismo tiempo que el acontecimiento real
(pero siempre lejano).
Éstos son, pues, los dos rasgos del uso cotidiano del término medio que
resultan más inspiradores a la hora de analizar el vídeo: la recepción y la
proyección simultáneas de una imagen, además del uso de la psique huma-
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Páginas 48-49: Vito Acconci, Three Relationship Studies (1970). Colección MNCARS.
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con ningún tipo de objeto ajeno a ese “yo”. Pues el doble que aparece en
el monitor no puede definirse como objeto externo real; se trata, más bien,
de un desplazamiento del “yo” que tiene el efecto –como la voz de Holt en
Boomerang– de transformar la subjetividad del performer en otro objeto,
en un reflejo.
Llegados a este punto, sería deseable regresar a la proposición con la
que comenzaba este análisis y expresar una objeción particular. Incluso si
se acuerda, alguien podría formularlo así, que el medio del videoarte se
cifra en la condición psicológica del “yo” escindido y su doble a causa de la
reflexión en el espejo de la retroalimentación simultánea; entonces, ¿cómo
puede ser que eso implique una “ruptura” entre el vídeo y el resto de expre-
siones artísticas? En lugar de eso, ¿no se trata de un ejemplo de utilización
del vídeo en tanto que nueva técnica para lograr la continuidad con las
intenciones de la modernidad en cuanto al resto de medios visuales? En
términos más específicos, ¿no es la reflexión del espejo sino otra variación
sobre el modo reflexivo con el que las tendencias contemporáneas de la
pintura, la escultura o el cine se han afianzado con cierto éxito? En estas
preguntas va implícita la idea de que la autorreflexión y la reflexividad se
refieren a lo mismo: ambas son instancias de cómo la conciencia se pliega
sobre sí misma para así ejecutar y describir la separación entre diversas for-
mas de arte y sus contenidos respectivos, entre las estructuras del pensa-
miento y sus objetos2. En su forma más simple, esta pregunta quedaría
como sigue: aparte de sus divergencias tecnológicas, ¿cuál es la diferencia,
en realidad, entre Centers de Acconci y American Flag de Jasper Johns?
Respuesta: la diferencia es total. La reflexión, cuando se trata del caso
de una acción al modo de un espejo, es un movimiento hacia la simetría
externa, mientras que la reflexividad es una estrategia con el fin de lograr
una asimetría radical desde el interior. En American Flag, Johns utiliza la
sinonimia entre una imagen (la bandera) y su fondo (los límites de la super-
ficie pictórica) para desequilibrar la relación entre los conceptos imagen y
cuadro. Al forzarnos a ver el muro real que sostiene el lienzo en tanto que
fondo para el objeto pictórico como-un-todo, Johns introduce una escisión
en medio de los dos tipos de relación entre forma y fondo: una está en el
interior de la imagen y la otra funciona desde el exterior para definir ese
objeto en tanto que cuadro. La relación forma-fondo de una superficie
plana y limitada que cuelga de una pared se aísla en tanto que condición
primaria y categórica en cuyo interior se establecen los términos del pro-
ceso pictórico. La categoría cuadro se establece en tanto que objeto (o
texto) cuyo contenido se convierte en este cuadro particular, American Flag.
De ese modo, la bandera no es solo el objeto del cuadro, sino también el
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una de las paredes en una sala a oscuras. Solo cuando se mueve dentro del
alcance de la cámara es capaz de percibir una imagen (la suya) proyectada
sobre el campo pictórico de la pared. Sin embargo, las condiciones de visión
de esta imagen resultan un poco especiales en mem y en dor.
En este último, la cámara está emplazada en el pasillo que conduce a
la sala donde se halla el proyector. Dentro de la sala, el espectador queda
fuera del alcance de la cámara y, en consecuencia, nada aparece en la super-
ficie de la pared. Solo al abandonar la sala, o, más bien, al detenerse en el
umbral de la puerta, es cuando el espectador está suficientemente ilumina-
do además de convenientemente lejos del campo focal de la cámara como
para registrarse una imagen. Dado que esta imagen se proyecta en el mismo
muro que atraviesa la puerta, la relación del espectador respecto a su pro-
pia imagen ha de ser totalmente periférica; el espectador solo puede ser él
en un plano que no solo resulta paralelo al plano de la ilusión óptica, sino
que está en continuidad con él. Su cuerpo es, en consecuencia, no sólo la
sustancia de la imagen sino además la sustancia ligeramente desplazada del
plano sobre el que se proyecta la imagen.
En mem, la cámara y el proyector se encuentran a un lado de la super-
ficie de la pared, colocadas de tal manera que el campo de la cámara abar-
ca una porción muy estrecha de espacio –como un pasillo–, el cual va en
paralelo al muro iluminado y casi se funde con él. Debido a esto, el espec-
tador tiene que estar prácticamente contra la pared para poder ser detecta-
do. Cuando se mueve algo más lejos de la pared para poder ver su propia
imagen, ésta se enturbia y distorsiona; aunque si se acerca lo suficiente
como para aparecer en el encuadre, el espectador está tan próximo al
soporte de la imagen que en realidad no puede verla. Por lo tanto, en mem
y en dor el cuerpo del espectador llega a identificarse físicamente con la
superficie de la pared en tanto que “lugar” de la imagen.
Hay un sentido según el cual podría decirse que ambos trabajos reali-
zados por Campus utilizan simplemente la retroalimentación en directo de
la cámara y el monitor, algo que ya estaba a disposición del videoartista
mientras grababa en su estudio, y lo recrea para el visitante ordinario de
una galería. Sin embargo, mem y dor no son tan simples. Esto se debe a que
en la situación mostrada se incluyen dos tipos de invisibilidad: la presencia
del espectador en la pared, en la que aquél es a su vez una ausencia, y su
ausencia relativa según el punto de vista de la pared, lo que se convierte en
el requisito para la proyección de su presencia en esa superficie.
Las piezas de Campus reconocen el narcisismo tan fuerte que impulsa
al espectador de estas obras a moverse hacia delante y hacia atrás frente a ese
campo mural. Y por medio del movimiento de su propio cuerpo, estirando
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1. En inglés, la palabra medium puede significar –entre otras acepciones– tanto el medio o los mate-
riales con los que un artista se expresa (sentido en el que se ha venido utilizando la palabra hasta
ahora), como médium o espiritista (sentido al que se refiere en este párrafo). En español, lamenta-
blemente, no se puede mantener la polisemia con la que juega Krauss. [N. del T.]
2. Por ejemplo, esta equivalencia de todo punto errónea permite a Max Kozloff escribir que el nar-
cisismo es “el correlato emocional de los fundamentos intelectuales subyacentes en el arte moder-
no autorreflexivo”. Véase “Pygmalion Reversed”, en Artforum, n.º 14, noviembre de 1975, p. 37.
3. El pesimismo de Freud en cuanto a las posibilidades de tratamiento del carácter narcisista se
basaba en su experiencia de la incapacidad inherente del narcisista para entrar en situación analí-
tica. “La experiencia muestra que las personas aquejadas de neurosis narcisista no tienen capaci-
dad de transferencia, o sólo unos restos insuficientes de ella. Estos pacientes se alejan del médico
no con hostilidad, sino con indiferencia. En consecuencia, aquél no puede influir en los pacientes;
lo que pueda decir les deja fríos, no causa ninguna impresión en ellos y, por lo tanto, el proceso de
curación que puede completarse con otros pacientes, la revivificación del conflicto patogénico y la
superación de la resistencia causada por las represiones, no puede lograrse con ellos. Siguen como
estaban”. Freud, S. Introducción al psicoanálisis. Madrid: Alianza Editorial, varias ediciones, p. 459.
4. Lacan, J. El yo en la teoría de Freud y en la teoría psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós, 2005, p. 110.
5. Al explicar esta frustración, Lacan señala el hecho de que incluso cuando “el sujeto se convierte
a sí mismo en un objeto cuando adopta una pose frente al espejo, de ninguna manera puede estar
satisfecho, dado que incluso si consiguiera su parecido más perfecto en esa imagen, todavía sería el
placer del otro el que provocaría al ser reconocido en ella”. Ibíd., p. 112.
6. Ibíd., p. 200.
7. En el texto original los títulos de estas películas aparecen en minúscula.
8. “Rauschenberg and the Materialized Image”, en Artforum, n.º 13, diciembre de 1974.
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