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El impacto de la Reforma Protestante en la

educación

Es imposible hablar de las consecuencias de la Reforma Protestante en la historia sin


tocar el tema de su impacto en la educación. Dada la insistencia de los reformadores en
la centralidad de las Escrituras para la vida del creyente, era necesario educar al pueblo
para que cada cual pudiera leerlas por sí mismo. A pesar de que los monasterios
jugaron un papel importante en la preservación de la cultura durante la Edad Media, a
partir del siglo IV se fue desarrollando una especie de “cristianismo paganizado” en el
que no era necesario conocer las Escrituras para llegar a ser un santo. “Bastaba ver las
imágenes – Biblia de piedra y Biblia de los pobres las han llamado algunos – para
conocer el catolicismo o vivir de acuerdo a él”.

Los reformadores, en cambio, entendieron correctamente que el cristianismo del Nuevo


Testamento no descansa en ritos, ceremonias o imágenes, sino en un Libro, la Palabra
de Dios inspirada, infalible, inerrante y suficiente; por lo tanto, el conocimiento de las
Escrituras no solo es necesario para la salvación, sino también para el crecimiento y la
madurez espiritual (2Timoteo 3:14-17). Es por eso que con el surgimiento de la
Reforma en el siglo XVI la expansión del evangelio siempre iría de la mano con la
expansión de la alfabetización.

En un sermón predicado en 1530, sobre el deber de los padres de enviar a sus hijos a
la escuela, dice Lutero: “Una de las artimañas más importantes del diablo, si no la más
importante, consiste en aturdir y engañar al hombre común, de tal manera que no
quiera mandar a sus hijos a la escuela ni hacerlos estudiar… Esto me parece ser una
verdadera obra maestra del arte diabólico. Al advertir que en nuestros tiempos no
puede hacer ni lograr lo que quiere, piensa imponer su voluntad entre nuestros
descendientes, preparándolos ahora ante nuestros ojos de manera que no aprendan ni
sepan nada. Cuando hayamos muerto, tendría así delante de él un pueblo desnudo,
descalzo e indefenso, con el cual podría hacer lo que se le antojara”.

Ya para 1536 se fundaba en la Ginebra Protestante la primera escuela pública y


obligatoria de la que tenemos conocimiento. Y en junio de 1559, también en Ginebra y
bajo el impulso de Calvino, se fundó una universidad donde los jóvenes podían estudiar
sin costo alguno. De más está decir que los herederos de la Reforma siguieron ese
mismo ejemplo. Para 1642 los puritanos que vivían en las colonias americanas
promulgaron una ley que requería educación para todos los niños; y en 1647
establecieron las escuelas públicas, las cuales, por supuesto, eran muy diferentes a las
de hoy día. Este movimiento pro-educación produjo también grandes universidades
que, aunque muchas de ellas se oponen actualmente al cristianismo, fueron fundadas
por cristianos para promover la instrucción del pueblo de Dios, porque veían la enorme
importancia que tiene el desarrollo del intelecto para una fe cristiana vigorosa. Ese es el
caso de Oxford, Cambridge, Harvard, Yale y Princeton, entre otras.

No exagera, entonces, Samuel Blumenfeld al señalar que “La idea moderna de la


educación popular, es decir, educación para todos, surgió primeramente en Europa
durante la Reforma Protestante cuando la autoridad papal fue reemplazada por la
autoridad bíblica. Como había surgido la rebelión protestante contra Roma, en parte
como resultado del estudio e interpretación de la Biblia, resultaba obvio para los líderes
protestantes que si el movimiento de la Reforma había de sobrevivir y prosperar,
difundir el conocimiento bíblico en todos los niveles de la sociedad, sería absolutamente
necesario”.

Al celebrar este año el 500 aniversario de la Reforma, no solo debemos reconocer el


aporte de este movimiento a la educación, sino que debemos esforzarnos por preservar
este legado intelectual para las generaciones futuras. No debemos olvidar que la
ignorancia es la madre de la herejía, no de la devoción, como bien señaló el puritano
Cotton Mather. Capacitar a nuestros jóvenes por medio de una educación cristiana que
los ayude a ver el mundo de Dios a través del lente de una cosmovisión bíblica, no es
un lujo, es una necesidad, si queremos ver el florecimiento de una fe robusta en los
años venideros.

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