Está en la página 1de 3

EL HEROICO

¡Vaya día! Como pocas veces sucede, los maestros, sin más armas que fuegos artificiales,

nos estaban dando batalla. Afortunadamente, eso no duró por mucho tiempo, pues

contábamos con escudos, macanas, gas lacrimógeno y, en caso de ser necesario, armas de

fuego. Ellos no podían hacernos ningún daño, aunque nos hirieron donde más nos duele: en

el orgullo.

Enardecidos, avanzamos, y logramos que esos “maestritos” retrocedieran. Eran muy astutos,

mientras se dispersaban, usaron carros y camiones para evitar que nosotros siguiéramos

avanzando. A lo lejos, mientras ellos cobardemente huían, pude ver que personas temerosas

cerraban sus ventanas y puertas, aquéllos que eran comerciantes, se apresuraron a meter

su mercancía; algunos conductores, aterrados, obedecían cualquier orden, tanto de los

maestros como de nosotros. Con la huida de los “maestruchos”, el día parecía llegar a su fin.

Mi comandante y yo, contemplábamos aquella postal de victoria. Nuestros rostros mostraban

una oscura lozanía. Apenas terminábamos ese silencioso festejo, cuando mi comandante,

alertado por una estridente canción, sacó su celular y, apresurado, contestó la llamada. Solo

dijo:

-35… 35 59a- suficiente para arrebatarle la felicidad y devolverle la preocupación. Colgó, y

gritó: - ¡agárrenlos! No dejen que se escapen. En ese instante, la tranquilidad se esfumó. Sin

duda, la llamada vino desde “arriba”. Ordenaron detener a los maestros, para poder

doblegarlos y frenar su oposición.

A su voz, varios elementos se desplegaron en vano, pues el soez magisterio, ya se había

disipado. El lugar habría quedado desierto, de haber no sido por un grupo de personas a

bordo de un autobús. Parecían venir en busca de protección porque parecían aliviados


cuando llegaron a nuestra posición. Los detuvimos para interrogarlos. Cuando nos

acercábamos para hablar con los pasajeros, un elemento iluminado gritó:

-¡Son maestros, son maestros!

Miré a mi comandante, y tal perorata fue un lenitivo a su preocupación; sabía que estaba

ante una oportunidad que no debía desaprovechar.

-¡Abre la puerta!- dijo con imperativa y enérgica voz al amedrentado conductor. Varios

elementos rodearon al autobús y lo azotaron con macanas y escudos, haciendo las ventanas

–con tan solo un par de golpes- añicos.

Entramos al autobús y todos los pasajeros sacaron, en un intento desesperado por

comprobar que no pertenecían al magisterio, sus credenciales.

-A ver, ¿quién acaba de subir al autobús?- dijo perspicazmente el comandante.

Por un instante pareció que una vez más seríamos derrotados, pues ellos se protegían,

negando información. Para fortuna nuestra, en una espontánea sincronización, un elemento

señaló a alguien, al mismo tiempo que mi comandante amenazó:

-¡o me dicen quién subió, o los consigno a todos!

Esa fue una carnada que el más imbécil y cobarde no pudo resistir y de inmediato aseveró:

-¡sí, él subió!- refiriéndose al aciago señalado- ¡yo lo vi subir!- concluyó.

Durante el forcejeo para sacar al infortunado hombre, una pávida voz se escuchó en pro de

él, pero nosotros, altivos, omitimos esa voz. Una vez fuera, dejamos ir al autobús.

Fuimos reconocidos por nuestro –según lo llamaron nuestros superiores- “acto patriótico”:

consignar al infeliz, que hasta ahora, desconocemos si era profesor.

PUXINÚ
Nombre: Elí Maximiliano Pimentel Pérez

Seudónimo: Puxinú

Rubro de participación: Cuento breve

Título del cuento: El heróico

Escuela: Universidad Autónoma de Chiapas

Matrícula: C131062

Domicilio: Quinta Oriente entre Tercera y Cuarta Norte, sin número, San Bernabé,

Ocozocoautla de Espinosa, Chiapas, 29140.

Teléfono: 969 114 5332 (móvil)

Dirección de correo electrónico: charrimax@hotmail.com

También podría gustarte