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|1.| La Filosofía crítica de Kant (1724-1804) puede concebirse como una serie
concatenada de meditaciones acerca de los fundamentos de la racionalidad del
hombre: «No entiendo por tal crítica [de la razón pura] la de libros y sistemas,
sino la de la facultad de la razón en general, en relación con los conocimientos
a los que puede aspirar prescindiendo de toda experiencia». [1]
Para facilitar el estudio y la comprensión de la Crítica de la razón pura,
Kant publicó los Prolegómenos a toda metafísica futura que pueda presentarse
como ciencia. Esta obra, indica cuál es el objeto y la materia que preocupa a
Kant. La «cosa» que allí trata es su propósito, la metafísica del porvenir: «Mi
intención es convencer a todos los que encuentran de algún valor ocuparse en
el estudio de la metafísica, de que es absolutamente necesario, antes de
emprender su trabajo, que consideren como no sucedido todo lo que ha pasado
hasta aquí, y, ante todo, se formulen esta pregunta: ¿«es posible algo
semejante a la metafísica?». [2]
La metafísica se enseñaba seccionada en dos ramas en las universidades
alemanas del siglo XVIII: 1.» la metafísica general (u ontología), acerca del ente
en cuanto ente: las determinaciones universales que convienen a todo lo que es;
y 2.» la metafísica especial, acerca de Dios (el ente supremo), el mundo (el
agregado de entes cambiantes), y el alma (el ente humano capaz de percibir y de
querer).
Estos temas, en principio tan heterogéneos, llegaron luego a constituir el
objeto de una sola ciencia. Sin embargo, «aunque desde el punto de vista de la
organización del conocimiento la importancia fundamental de la ciencia
metafísica residía en su parte primera y general, el interés vital de estos
estudios radicaba más bien en su parte especial, que aparecía […] como el fin
que daba sentido a la otra […] En efecto, como ciencia de Dios y del alma, la
metafísica especial comprendía […] las verdades centrales del cristianismo, a
las cuales la enseñanza universitaria oficial procuraba una sólida
fundamentación científica […] [que] más de un escritor […] declaraba ilusorias
y sin base». [3] Como es dable suponer, esta cuestión proyectaba resonancias
más allá de los círculos académicos.
La conducta moral presuponía: 1.» la creencia en la inmortalidad del alma; y
2.» el gobierno divino del mundo. Ambas, constituían las dos verdades que
cimentaban la civilización. La metafísica especial, encargada de establecer la
validez de esas verdades, tenía que aparecer como la «fortaleza» del bienestar
social y, aunque esta cuestión de la esfera civil, daba como para explicar la
inclusión de la metafísica en los planes de estudio de las universidades donde se
preparaban los futuros servidores públicos, no alcanzaba para explicar «el
apasionamiento que suscitaban las disputas en torno a sus problemas»: «las
verdades centrales del cristianismo, cuya validez o invalidez los metafísicos se
decían capaces de asegurar, habían llegado a formar parte del horizonte vital
del europeo, al punto de que muchos hombres, habituados desde niños a contar
con la providencia divina y la vida futura, sentían que si sus convicciones al
respecto se probaban ilusorias, la existencia se les volvería detestable». [4]
Así, la escolástica oficial, propagada desde las cátedras, insistía, a pesar de
que no satisfacía las apetencias de ninguna inteligencia adulta: el estado de la
metafísica parecía tornarse escandaloso.
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[1] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, Ediciones Alfaguara S.A., Barcelona, España, 1995,
p. 9.
[2] Kant, Emmanuel; Prolegómenos, Editorial Aguilar, Buenos Aires, Argentina, 1961, p 39.
[3] Torretti, Roberto; Manuel Kant, Editorial Charcas, Buenos Aires, Argentina, 1980, p. 20.
[4] Torretti, Roberto; ibíd., p. 21].
[5] Kant, Emmanuel; Prolegómenos, ibíd., p. 40.
[6] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibíd., p. 15.
[7] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibíd., p. 15.
[8] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibíd., p. 55.
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[9] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura; en Torretti, Roberto; Manuel Kant, ibíd., p. 22.
[10] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibíd., p. 57.
[11] Wolff, Christian; Phiiosophia rationalis sive Logica..., Discursus præliminaris de
Philosophia in genere; Editio III, Frankfurt, 1740, (§ 73); en Torretti, Roberto; Manuel Kant, ibíd.,
p. 27.
[12] Torretti, Roberto; Manuel Kant, ibíd., p. 29.
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[18] Crusius, ibíd., (§ 4); en Torretti, Roberto; Manuel Kant, ibíd., p. 39.
[19] Torretti, Roberto; Manuel Kant, Ibíd., p. 41.
[20] Kant, Immanuel; Nueva dilucidatio; en Torretti, Roberto; Manuel Kant, ibíd., p. 41.
[21] Torretti, Roberto; Manuel Kant, ibíd., p. 42.
[22] Wolff, Ontología, (§ 866, 881); en Torretti, Roberto; Manuel Kant, ibíd., pp. 45 y 46.
[23] Crusius, ibíd, (§ 32); en Torretti, Roberto; Manuel Kant, ibíd., pp. 45 y 46.
[24] Torretti, Roberto; Manuel Kant, ibíd., p. 46.
[25] Torretti, Roberto; Manuel Kant, ibíd., p. 46.
[26] Cassirer; Ernst; Kant-vida y doctrina, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires,
Argentina, 1918, p. 112.
[27] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibíd.; en Torretti, Roberto; Manuel Kant, ibíd., p.
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Los conceptos constituyen el modo por medio del cual la facultad del
entendimiento conceptualiza y conecta, mediata e indirectamente,
representaciones de objetos no dados, causando, como efecto, pensamiento
derivado espontáneo que funda (participa en el) conocimiento científico.
Las ideas constituyen el modo por medio del cual la facultad máxima de
razonar conceptualiza y conecta representaciones de objetos que no pueden
estar dados, causando, como efecto, pensamiento que no funda (ni participa en
el) conocimiento científico.
Precisamente, sensación (en griego «aisthesis») significa también
«percepción». De tal suerte, entonces, estética significa teoría de la percepción,
teoría de la facultad de tener percepciones, teoría de la facultad de tener
percepciones sensibles, y también teoría de la sensibilidad como facultad de
tener percepciones: «El efecto que produce sobre la capacidad de representación
un objeto por el que somos afectados, se llama sensación». [39]
En cuanto al término «trascendental», diremos que «todo conocimiento
que se ocupa, no tanto de los objetos, cuanto de nuestro modo de conocerlos, en
cuanto que tal modo ha de ser posible a priori [independientemente de la
experiencia]» [40] es trascendental.
En suma, el papel que cumple la Estética trascendental, dentro de la
Doctrina trascendental de los elementos, en la Crítica de la razón pura, es
materia prima para el entendimiento por vía de pensamiento, puesto que:
«existen dos troncos del conocimiento humano, los cuales proceden acaso de
una raíz común, pero desconocida para nosotros: la sensibilidad y el
entendimiento. A través de la primera se nos dan efectivamente los objetos. A
través de la segunda, los pensamos. Así pues, en la medida en que la
sensibilidad contenga representaciones a priori que constituyan la condición
bajo la que se nos dan los objetos, pertenecerá a la filosofía trascendental. La
doctrina trascendental de los sentidos corresponderá a la primera parte de la
ciencia de los elementos, ya que las únicas condiciones en las que se nos dan los
objetos del conocimiento humano preceden a las condiciones bajo las cuales
son pensados». [41]
|3.b.| Es incorrecta la afirmación que establece que espacio y tiempo son
objetos, y que como tales se los conoce mediante una intuición inmediata de
carácter «a posteriori». En efecto, si «el tiempo no puede ser intuido como algo
exterior, ni tampoco el espacio como algo en nosotros» […], «el espacio no es
un concepto empírico extraído de experiencias externas» […] y «el tiempo no es
un concepto empírico extraído de alguna experiencia» [42]; entonces, ni el
espacio ni el tiempo constituyen objetos en tanto que objetos de conocimiento,
tal y como han sido caracterizados por Kant. En consecuencia, no pudiendo, ni
espacio ni tiempo, constituirse en objetos de conocimiento, no hay intuición
posible de ellos, falta el requisito del efecto de la intuición del objeto efectiva,
empíricamente dado, presentado a la sensibilidad del sujeto.
Consecuentemente, por ende, faltaría también el consiguiente concepto
(conseguido, en segunda instancia, a partir de la intuición) en el pensamiento,
en el entendimiento (que, en efecto falta en el espacio y en el tiempo, en tanto
que formas puras de intuiciones sensibles): «el espacio [al igual que el tiempo]
no es un concepto empírico extraído de experiencia externa» [43], sometido al
escrutinio de la sensación. No son objetos de experiencia sensible y, en
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poco: el tiempo es «la forma del sentido interno, esto es, del intuirnos a
nosotros mismos y nuestro estado interno.» [47]
Tanto espacio como tiempo son anteriores a toda percepción real. Por
consiguiente son «a priori», en el sentido de independientemente de la
experiencia, y no «a posteriori», en el sentido de estar sujetos a la experiencia
sensible, sino como «formas puras de la intuición sensible como principios
del conocimiento a priori». [48] «La sensación es su materia». [49]
Ya en el espacio, ya en el tiempo de darse efectivamente los objetos, sigue
siendo la sensación la materia propia de las formas puras de la intuición
sensible: tiempo y espacio. Las formas puras de la intuición sensible (espacio y
tiempo) posibilitan los fenómenos de la experiencia empírica sensible, no ya de
un modo empírico, «a posteriori», sino «a priori», independientemente de la
experiencia, sin el concurso de la experiencia empírica.
Espacio y tiempo no constituyen, por lo tanto, elementos «a posteriori». Y
decimos que son «a priori», independientemente de la experiencia, y no «a
posteriori», con el concurso de la experiencia empírica sensible, porque de serlo
de esta última suerte, serían no uno, sino múltiples los espacios y los tiempos.
No funcionarían como condición de posibilidad de las intuiciones (ni de los
fenómenos) externas. Caerían, posiblemente, en algo (elementos devenidos en
objetos) falso, particular y contingente… no verdadero, universal y necesario,
como pretende el conocimiento científico.
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Hume (1711-1776), el realismo es un «realismo de las vivencias ‘en sí’ y ‘por sí’».
En Leibniz, el realismo es un «realismo de las mónadas».
Siendo así, «todas esas dificultades insuperables, con que tropiezan los
sucesores de Descartes proceden de que permanece en ellos latente ese residuo
de realismo aristotélico, que se traduce en el afán de encontrar una ‘res’, una
cosa, algo, ya sea espíritu o no espíritu, que existe ‘en sí’ y ‘por sí.»’ [51]
La Filosofía crítica de Kant parece haber sido llamada para liquidar los
persistentes residuos del realismo aristotélico y para perfilar una nueva
concepción del ser y de la realidad que no exija, ni pida, ni acepte ninguna
existencia, sustancia, o ente «en sí» y «por sí». De tal suerte, Kant llegó a
plasmar lo que él mismo denominó «idealismo trascendental», cuyo primer
trámite encontramos en la Estética trascendental, la teoría del espacio y del
tiempo como formas puras de la sensibilidad.
Con el idealismo trascendental, Kant procuró desentrañar las condiciones
que el objeto habrá de tener para constituirse como objeto de conocimiento,
como objeto cognoscible. Pero esas condiciones, las que recaerían sobre el
objeto para constituirlo como objeto de conocimiento, no serían condiciones «en
sí» ni «por sí», puesto que si así fuese (si las condiciones que constituyen al
objeto como objeto de conocimiento fuesen condiciones «en sí» y «por sí»),
entonces, el «yo» del sujeto cumpliría un papel absolutamente pasivo en el
conocimiento de objetos de conocimiento, y el conocimiento aparecería
particular (no universal) y contingente (no necesario). Por lo tanto, resulta
indispensable que las condiciones de cognoscibilidad, estando latentes en el
objeto de conocimiento, no le sean inherentes al objeto, a la cosa en sí misma,
sino en cuanto el sujeto las haya puesto en el objeto.
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Por vez primera en el pensamiento moderno, aparece así descrito, con toda
nitidez y precisión, el «juego» del binomio objeto-sujeto: el objeto lo es no «en
sí» ni «por sí», sino en cuanto es objeto de un sujeto; y el sujeto, tampoco es «en
sí» ni «por sí», sino en cuanto es sujeto destinado a conocer un objeto.
La primera instancia que sobreviene en esa correlación entre el objeto y el
sujeto, consiste en imprimir, el sujeto en el objeto, las formas de espacio y
tiempo, que son propiedades que las cosas, devenidas en objetos, asumen
porque el sujeto, con el ánimo de conocer al objeto, las ha puesto en él.
Cognoscibles no son las cosas, sino en cuanto sean extensas, en el espacio... y
sucesivas en el tiempo, como acontecimientos de un «yo»: los objetos, pero los
objetos de conocimiento subjetivo.
El sujeto, entonces, de algún modo, envía al objeto las formas de la
sensibilidad, espacio y tiempo, para que el objeto pueda ser conocido.
No hay cosas en sí mismas, y si las hay, escapan al dominio, a la estructura,
de la razón pura, solamente podemos pensarlas. Solamente podemos hablar de
las cosas no en sí, extensas en el espacio y sucesivas en el tiempo, que son,
ambas conjuntas, condiciones para la percepción como objetos de conocimiento.
El sujeto pone esas condiciones en las cosas ya objetos de conocimiento, las
recubre de las formas de espacio y tiempo, y, así, ellas, las cosas, se despliegan
como fenómenos.
No conocemos pues, cosas en sí, sino fenómenos, objetos para «mí»,
observados siempre desde la indisoluble correlación objetivo-subjetiva.
El espacio y el tiempo, son formas puras de nuestro modo de percibir, y son
«a priori» (intuición pura). La sensación es la materia, y es «a posteriori»
(intuición empírica): «Sólo conocemos nuestro modo de percibirlos [a los
objetos]» [52] bajo condiciones de espacio y tiempo inherentes al sujeto
originalmente. «La representación de un cuerpo en la intuición no contiene
absolutamente nada que pueda pertenecer a un objeto en sí mismo, sino
simplemente el fenómeno de algo y el modo según el cuál ese algo nos afecta.»
[53]: receptividad que es sensibilidad, distinta del conocimiento del objeto en
sí, no lógica, sino trascendental, no confusa sino incognoscible absolutamente.
«El objeto trascendental permanece desconocido para nosotros.» [54]
En Kant, el realismo, es pues, un «realismo fenomenológico» de las cosas en
sí, cuya «objeción más importante y fundamental emanada de la descripción
convencional es que, al limitar el conocimiento a los fenómenos, es decir, al
reino subjetivo de las representaciones, Kant destruye totalmente la
posibilidad de cualquier genuino conocimiento». [55]
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[61] Allison, Henri E.; El idealismo trascendental de Kant-Una interpretación y defensa, ibíd., p.
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[62] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibíd., p. 93.
[63] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibíd., p. 92.
[64] Kant, Immanuel, Crítica de la razón pura, ibíd., p. 66.
[65] Torretti, Roberto, Manuel Kant, ibíd., p. 156.
[66] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibíd., p. 93.
[67] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibíd., p. 94.
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Pero habrá otra vía, otro camino, que no es el del conocimiento científico,
teorético, especulativo, que nos conduce a las cosas en sí de la metafísica. Aquí
es donde precisamente, estriba la colosal importancia de la Dialéctica
trascendental. Si bien es cierto que la Dialéctica trascendental demuestra que la
razón humana, en su labor cognoscitiva, no puede hacer metafísica, también
demuestra que tampoco la razón puede refutarla: no puede refutar la metafísica
que por otras vías se haga. Kant elimina la metafísica como conocimiento
científico, pero también elimina la posibilidad de quedar invalidada por los
mismos medios científicos.
Así, Kant prepara el terreno para una nueva metafísica que no había existido
antes. Inaugura unas nuevas bases para la metafísica. Ya no hay una metafísica
posible, sino real, basada en otras actividades de la conciencia humana, ajenas al
conocimiento, y a salvo de toda clase de críticas que procedan de la razón
raciocinante, obligada a permanecer callada, si, por otros medios, el hombre
llega a la convicción de la existencia de Dios, de la Libertad, y de la Inmortalidad
del alma.
El vasto campo de la actividad humana, sobrepasa con mucho la simple
actividad del conocimiento. Entre otras, hay una forma de actividad espiritual
condensada en el nombre de «conciencia moral», con la que el hombre rige su
vida; una suerte de conducta ajustada a principios, con la que el hombre tiene
una base para formular juicios morales acerca de sí y de cuanto le rodea. Esto
encuadra dentro de lo que Kant ha denominado la «Razón práctica», la razón
aplicada a la acción, a la práctica, la razón aplicada a la moral, donde el hombre
encuentra la base para la aprehensión de los objetos metafísicos.
Porque lo absoluto no es actual, sino potencial, y porque la razón práctica
tiene primacía, es que al sistema kantiano se lo diferencia del de sus
predecesores.
|7.a.| Los objetos generales que la ciencia quiere conocer son los conceptos. El
concepto tiene un valor objetivo: «conocer un objeto es referirlo al concepto a
que pertenece; es propiamente reconocerlo, descubrir en él al concepto». [75]
Los conceptos puros del entendimiento constituyen uno de los elementos
del conocimiento humano (el otro es la intuición); son, por lo tanto,
«condiciones intelectuales del conocimiento humano». [76] En este sentido, el
de los conceptos puros del entendimiento, Kant viene a reformular la función de
las categorías de Aristóteles. Si en Aristóteles, las categorías constituyen, en una
versión, significaciones del término «ente»; o comportan, en la otra versión,
géneros máximos, supremos, que subsumen la totalidad de los entes; en Kant,
el fundamento de división cambia radicalmente: de considerarse como
predicamentos un tanto rapsódicos de los entes (en Aristóteles), pasan a
constituirse como sistema de conceptos puros del entendimiento, conforme a los
cuales, la razón determina sus objetos. Como consecuencia de ello, va a resultar
que las categorías, como predicados de objetos, no de entes, están limitadas por
la experiencia, en su pretensión de poseer realidad objetiva.
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|8.| Kant derivó la tabla de los principios de la tabla de las categorías: «la tabla
de las categorías nos lleva con la mayor naturalidad a la tabla de los
principios, ya que ésta no es otra cosa que las reglas del uso objetivo de
aquellas.» [84]
De los principios del entendimiento, Kant segrega: a.» los principios
matemáticos que son dos: a.1.» el principio de los axiomas de la intuición
(unidad, pluralidad, totalidad); y a.2.» el principio de la anticipaciones de la
percepción (realidad, negación, limitación), correspondientes a la categoría de la
cantidad y a la categoría de la cualidad; y b.» los principios dinámicos que
también son dos: b.1.» el principio de las analogías de la experiencia
(substancia, causalidad, comunidad o acción recíproca), y b.2.» el principio de
los postulados del pensar empírico en general (posibilidad, existencia,
necesidad), correspondientes a la categoría de la relación y de la categoría de la
modalidad.
a.» Los principios matemáticos, así llamados porque «fundamentan la
posibilidad de aplicar las matemáticas a los fenómenos» [85], determinan la
apariencia (aparición) intuitiva de los fenómenos.
b.» Los principios dinámicos, en cambio, «conciernen a su existencia».
[86]
a.1.» El principio de los axiomas de la intuición es un principio matemático
que, como tal, establece que todos los fenómenos son objetos mensurables en
tanto y en cuanto a la extensión. En este principio, el de los axiomas de la
intuición, descansa la «aplicabilidad de los axiomas de la geometría al espacio
físico» [87]: «Todos los fenómenos son espacio temporales». [88] Como el
espacio y el tiempo constituyen la mera intuición de todos los fenómenos, «todo
fenómeno es, en cuanto intuición, una magnitud extensiva, ya que sólo
podemos conocerlo en la aprehensión mediante una síntesis sucesiva (desde
una parte a otra parte)» [89], incluyen la representación de una parte del
espacio y de un lapso de tiempo. O sea, las categorías y las intuiciones puras de
espacio y tiempo, son condiciones de la posibilidad de los objetos en general.
Los objetos, en consecuencia, concordarán, pues, forzosamente con la
matemática: serán, forzosamente, magnitudes extensas. No cabe posibilidad
alguna, ni siquiera hipotéticamente, de concebir que existen objetos exteriores
no mensurables, puesto que serían, en tal caso, inextensos, e intemporales: no
serían objetos. «La síntesis de espacios y tiempos, en cuanto formas de toda
intuición, es, a la vez, la que hace posible aprehender los fenómenos, es decir, la
que permite toda experiencia externa e igualmente, por tanto, todo
conocimiento de los objetos de experiencia. Lo que la matemática demuestra,
en su uso puro, respecto de aquella síntesis es también necesariamente válido
respecto de dicha experiencia externa» [90] … sin desligar las condiciones
formales de nuestra sensibilidad.
a.2.» El principio de las anticipaciones de la percepción expresa que «en
todos los fenómenos, lo real que es objeto de la sensación posee magnitud
intensiva, esto es, un grado.» [91] Como se advierte en la lectura de la cita
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Según Kant, cada concepto requiere: a.» la forma lógica en virtud de la cual
se lo piensa al concepto; y b.» la posibilidad de agregarle, al concepto, un objeto
al cual se refiera.
Aunque un concepto cuente con el requisito mencionado en a.», «no tiene
sentido alguno y carece por completo de contenido» [112] si no cumple, si no
cuenta con el requisito mencionado en b. Pero el objeto para un concepto
solamente puede ser dado en la intuición. Aunque es posible una intuición pura
«a priori», previa a la presentación del objeto, ésta sólo puede recibirlo, y recibir
con él la validez objetiva, mediante la intuición empírica, cuya forma es.
Para dar una definición real de las categorías, para hacer comprensible la
posibilidad de un objeto, es menester remitirnos a las condiciones de la
sensibilidad. Si se las omite, esos conceptos pierden toda su referencia a un
objeto y, entonces, ya no es posible ilustrar por vía de ejemplo alguno «qué clase
de cosa tales conceptos mientan». [113]
Por consiguiente: a.» sobre las categorías nunca puede recaer un uso
trascendental, sino un uso exclusivamente empírico; y b.» el entendimiento «a
priori» nunca puede hacer más que anticipar en general la forma de una
experiencia posible. [114]
Teniendo en cuenta que aquello que no es fenómeno no puede constituirse
como objeto de la experiencia, entonces, el entendimiento nunca puede
sobrepasar los límites fronterizos que impone la sensibilidad, donde los objetos
nos son dados efectivamente. No obstante lo dicho, «El pensamiento humano
tiene […] una tendencia casi irresistible a transgredir los límites del campo de su
legítimo ejercicio». [115]
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Kant explica esto recordándonos que las categorías del entendimiento no tienen
su origen en la sensibilidad. Parecería, pues, entonces, que se las pudiese aplicar
(a las categorías) más allá de todos los objetos de los sentidos: «cuando damos a
ciertos objetos, en cuanto fenómenos, el nombre de entes sensibles
(Fenómenos) nuestro concepto implica ya (al distinguir el modo de intuirlos de
la naturaleza que en sí mismo poseen) que nosotros tomamos esas entidades
(tal como son en su naturaleza, aunque no la intuyamos en sí mismas) u otras
cosas posibles (que no son en absoluto objeto de nuestros sentidos) y los
oponemos, por así decirlo, como objetos meramente pensados por el
entendimiento, a aquellos objetos, llamándolos entes inteligibles (númenos)».
[116]
¿Podrán nuestras categorías tener significación, contenido, con relación a
estos númenos? ¿Pueden, nuestros conceptos puros del entendimiento, ser un
tipo de conocimiento de los mismos?
«Hay en nuestros puros conceptos del entendimiento algo capcioso
respecto de su atracción para un uso trascendental, que así llamo a aquello que
se eleva sobre toda experiencia posible. No sólo porque nuestros conceptos de
sustancia, de fuerza, de acción, de realidad […] son completamente
independientes de la experiencia, e igualmente no contienen fenómeno alguno
de los sentidos y, por tanto, parecen referirse de hecho a cosas en sí mismas
(noumena), sino (cosa que fortalece aún más la suposición) porque contienen
en sí la necesidad de determinación a la cual no iguala nunca la experiencia. El
concepto de causa contiene una regla según la cual, de un estado, se sigue
necesariamente otro; pero la experiencia nos puede mostrar solamente que,
con frecuencia y, en el caso mejor, generalmente a un estado de cosas sigue
otro y no puede, pues, producir estricta generalidad, ni necesidad.»
«Según eso, parece que los conceptos del entendimiento tienen mucho más
significado y contenido, de tal modo que, el gran uso de la experiencia, no
puede agotar su misión completa, y así, el entendimiento, edifica
insensiblemente, al lado de la morada de la experiencia, aún, un edificio mucho
más vasto, que llena con puras concepciones, sin notar que, con sus conceptos,
en otro caso justo, se ha elevado sobre las fronteras de su uso». [117]
El concepto de fenómeno determina el modo de ser de los objetos sensibles
(no la «cosa en sí» y «por sí»), en cuanto está el (fenómeno) condicionado por
las formas propias de nuestra sensibilidad, envuelve, para Kant, una referencia a
otro modo de ser de esos mismos objetos, en cuanto se sustraen, en sí mismas, a
ese condicionamiento, o aún de otros objetos diferentes, que simplemente no
caen bajo él condicionamiento, y escapan del todo a nuestra sensibilidad.
Los objetos que, de tal modo, son opuestos al modo de ser fenoménico,
tradicionalmente se conocen con el nombre de «noumenos», entes inteligibles,
inaccesibles a la sensibilidad, concebibles y conocibles únicamente por el
entendimiento.
Para salvar cierto equívoco, Kant proporcionará dos acepciones, una
negativa (negativa quiere decir: «que no es un fenómeno», que no es objeto de
conocimiento, que no es categoría); y otra positiva, del concepto de noumeno:
a.» si entendemos por noumenos aquellas cosas que se piensan mediante
categorías puras, sin ningún esquema de la sensibilidad, tales objetos se
reputan imposibles, puesto que la condición del uso objetivo de todos nuestros
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[116] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibíd., pp. 268 y 269.
[117] Kant, Emmanuel; Prolegómenos, ibíd., pp. 128 y 129.
[118] Torretti, Roberto; Manuel Kant, ibíd., p. 517.
[119] Kant, Immanuel; Crítica de la razón pura, ibíd., pp. 269 y 270.
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Bibliografía
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