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Seis

“Tenés el don de, por acción u omisión, moldear las personas a tu antojo”, le decía una pared del cráneo a la otra. La
otra difícilmente escucharía: estaba absolutamente absorta en la actividad de sopesar las alternativas de un fabuloso
complot que, acababa de descubrir, involucraría los elementos menos pensados; la música, sin ir más lejos, era uno de
ellos. Anotó en su lista mental las canciones “Under the influence of love” y “Under your spell again”, de Buck
Owens, y “Here without you”, que en ese momento The Byrds hacían sonar. Lo que había motivado la confusión de
la pobre pared craneal, sin embargo, no había sido eso sino, ¿cuándo no?, una frágil concurrencia de hechos
presuntamente coincidentes que, contemplados fríamente, no eran más que tres puntos de contacto entre dos líneas
que se creía paralelas. Y lo que más la friqueaba es que esta vez esas líneas no eran narrativas porque no había, ¿hasta
ahora?, quién se hubiera propuesto narrarlas.
Pero no: tampoco será aquí que se narre esas potenciales líneas; simplemente se hará una pequeña nube en
torno de ellas, como para que se sientan lo suficientemente narradas sin resignar el carácter de acertijo que, por
mandato no divino pero lo que sea, esto no debería perder. Sin ir más lejos, este esto está siendo escrito desde el
núcleo mismo de uno de esos tres puntos cuya hiperbólica e irreflexiva interpretación atormentaba a la pared craneal
a la que su opuesta declaraba capaz de moldear a su antojo personas.
Ocurría que un ámbito añejo e independiente se había y estaba cruzando en tres cruciales momentos con otro
notablemente más reciente y no menos independiente que el primero, exceptuando la salvedad de que no había sido
sino la pared craneal quien propiciara el segundo de esos cruces. El último hasta el momento, dicho está, es este, que
corre con la inconmensurable (des)ventaja de no haber terminado y desconocer cuándo lo hará. De hecho, hay que
decir que los cruces extremos —el primero y el tercero, o sea: este que se está transitando con ignorancia de límite—
no pueden ser asimilados mucho más concluyentemente que como tangenciales.
“Pasa —diría la pared craneal que nos viene compitiendo en los últimos renglones— que esas tangentes
muestran una precisión temporal llamativa. Si hubiera personajes, no dejarían que esto se fuera de cauce como está
amenazando hacer en este momento. Los personajes harían su trabajo y nosotros podríamos hacer el nuestro, que no
sabemos cuál sería pero sí que sería hecho”. Las razones de la pared craneal —que en definitiva constituye, en sí y
tanto como la otra y por más que reniegue, un personaje— no dejan ser atendibles, pero debemos agradecerle que no
haya permitido que el dique se rompiera. “Lo bueno de las piedras es que hacen cantar al río”, le dijo un órgano
relacionado a la pared craneal que había intentado un infructífero diálogo respecto de las facultades moldeadoras de
la otra. “Cauce, dique, piedra” podría rezar el estribillo de la canción que en este momento el río estaría cantando. Un
estribillo de mierda, ¿qué duda cabe?, pero la magia del río, se sabe, no está en las palabras que dice sino en el cliché
que iría acá y que no es menester traer a colación pero traemos: en las que no dice.
Dado que no me animo a releer el último párrafo —que, por cierto, tranquilamente podría ser una variante
del canto del río—, ha sido necesario invitar un punto aparte a poner un poco de orden en todo esto. Pero el punto
aparte se transformó en seguido y ese ilusorio orden se tambalea nuevamente, dado que quizás el estado de orden de
lo que se pretendió ordenar difiera de aquel que el ordenador pretendió imprimirle (y qué nerd sonó esto último; de
hecho, se podía poner punto aparte en lugar de ordenador y nadie se habría quejado).
“Malditos fragmentos de diálogos imaginarios”, pensó una de las paredes craneales —no sabemos cuál—,
pero la verdad es que no lo pensó sino que recordó en segundo plano algo que había leído vaya a saber dónde. Porque
sí; amerita decirlo: las paredes craneales también leen. Mucho más que lo que creemos. ¡Mucho más que nosotros!
Está claro, claro, que no lo hacen del exacto mismo modo que nosotros. Pero, a su manera, leen, y todo el fabuloso
complot no deja de ser parte del acto de lectura. Lo que nos lleva a preguntarnos por qué demonios tenemos que
estar hablando de lecturas acá también, fuera de la academia: ¿tan maquínico fue el agenciamiento que territorializó la
 tranquilos, es una joda  posibilidad de que nos hayan lavado el puto cerebro tan sutilmente que creemos seguir
siendo nosotros mismos mientras la institución nos da palmaditas en las espaldas y nos obliga a sonreírle en su idioma?
La pared craneal (no la de los diálogos imaginarios, que no sabemos cuál es, sino la otra) dice que está de acuerdo. O
no. Que en verdad no importa. Que lo único que importa es la indecidibilidad, aunque sabemos que solo dice esa
palabra de mierda para irritar al Word® y que la subraye en rojo, dado que lo último que haríamos sería agregarla al
diccionario.
“En fin, que cada dos por tres es un seis, casi siete, tanto como dos es casi tres y tres es casi cuatro”: eso no
sabemos quién lo dijo, pero sí que es casi tan contundente como Buck cantando “Although I know she never truly
loved me I wish she break my heart just one time”. Todo esto venía a cuento del entrecruzamiento entre tres puntos
y dos líneas en un plano que resta averiguar qué tan lineal es. La pared craneal lo cree convexo. Nosotros no tenemos
idea, pero esa idea que no tenemos, la tenemos re·clara.

Buenos Aires, madrugada del 24 de mayo de 2014

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