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LA POBREZA
NO
EXISTE
José Benegas
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El regodeo en lo inexistente

Cada vez que se ha querido definir a la pobreza se ha fracasado, sea en organismos


internacionales o en el terreno académico. No se han encontrado palabras que sean
capaces de contener esa idea. La razón no es una dificultad técnica, sino que en
nuestra cultura actual, ganada por ciertos prejuicios paralizantes, se intenta hacer de la
pobreza un objeto de estudio en si misma, como si fuera algo existente, cuando no lo
es.

El problema, según me propongo explicar, es que la pobreza ni siquiera existe, que


únicamente se la concibe como un negativo en función de un objetivo ideal y que lo que
existe en realidad es la riqueza. Lo novedoso es que nos hemos desviado del camino
de descubrir las condiciones de esta última al usar el término pobreza olvidando esta
cuestión y lo que estamos aceptando es un programa político específico destructor de
riqueza y de la habilidad para crearla.

Este es, por ejemplo, el esfuerzo que hace el diccionario de la Real Academia Española
por determinar qué cosa es pobreza:

1. f. Cualidad de pobre.

2. f. Falta, escasez.

3. f. Dejación voluntaria de todo lo que se posee, y de todo lo que el amor propio puede
juzgar necesario, de la cual hacen voto público los religiosos el día de su profesión.

4. f. Escaso haber de la gente pobre.

5. f. Falta de magnanimidad, de gallardía, de nobleza del ánimo.

En seguida iremos por la primera acepción, a tratar de determinar qué es un pobre.


Veamos ahora como todas las otras son negativas. Esto es así porque estrictamente no

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hay una pobreza sino que la pobreza es algo que no hay, que falta, que escasea,
aunque las distintas alternativas que nos da el diccionario no nos suministran dato
alguno acerca de qué cosa es lo que hace falta y no está. Tendría que ser un stock
determinado de bienes y servicios y de inmediato nos preguntaríamos de dónde salen.
Este programa político empieza por su piedra filosofal que es darle a la pobreza un
peso propio, un carácter autónomo y problemático.

Un plato de comida puede estar pobre de sal (acepción número 2). Lo que no puede es
estar pobre en sí mismo. Hay una relación entre el plato, un gusto y un condimento,
todo lo cual supone un óptimo. Pero claro, la cantidad de sal en la comida no define
nada en lo político, así que todo el tiempo me estaré refiriendo a la pobreza que tiene
que ver con la falta de riqueza en tanto recursos y bienes de consumo, según un
óptimo no explicitado por nadie y que salvo en la total arbitrariedad nunca se
estableció; que nadie consiguió siguiera establecer de modo adecuado y universal.
Después me ocuparé de cual es la alternativa a pensar así, que podría mejorar la vida
de todos nosotros.

La palabra pobre tiene los mismos problemas que pobreza en el diccionario


considerado más autorizado de nuestra idioma:

1. adj. Necesitado, que no tiene lo necesario para vivir. U. t. c. s.

2. adj. Escaso, insuficiente. Esta lengua es pobre de voces.

3. adj. Humilde, de poco valor o entidad.

4. adj. Infeliz, desdichado y triste.

5. adj. Pacífico, quieto y de buen genio e intención.

6. adj. Corto de ánimo y espíritu.

7. m. y f. mendigo.

La más relevante a los efectos de lo que me interesa demostrar aquí es la primera;


quedémonos con esa. La palabra “necesitado” no sirve mucho si no decimos de qué.
Vivir es necesitar, pero en eso de carecer de lo “necesario para vivir” se avanza un
poco más.

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¿Qué es lo necesario para vivir? Ser pobre podría significar estar muerto. El que no
tiene lo necesario para vivir, sencillamente, no vive. O la definición es incorrecta o
tampoco ha logrado su objetivo. Creo que no lo ha intentado.

Los organismos y organizaciones políticos o que se ocupan de estudiar o sugerir


políticas, se encuentran con los mismos problemas. En un documento del año 1995
acordado en Copenhague, las Naciones Unidas abordaban la cuestión de esta manera:

“La pobreza tiene diversas manifestaciones, como la falta de ingresos y recursos


productivos suficientes para garantizar medios de vida sostenibles; el hambre y la
malnutrición; la mala salud; la falta o limitado acceso a la educación y otros
servicios básicos; aumento de la morbilidad y mortalidad por enfermedad; la falta de
vivienda y la vivienda inadecuada; las condiciones de inseguridad; y la
discriminación y exclusión social. También se caracteriza por la falta de participación
en la toma de decisiones y en la vida civil, social y cultural. Se da en todos los
países: la pobreza en masa en muchos países en desarrollo, las bolsones de
pobreza en medio de la riqueza en los países desarrollados, la pérdida de medios
de vida como consecuencia de la recesión económica, la pobreza repentina como
consecuencia de desastres o conflictos, la pobreza de los trabajadores de bajos
ingresos y la indigencia total de las personas que caen fuera de los sistemas de
apoyo a la familia, las instituciones sociales y redes de seguridad. Las mujeres
soportan una carga desproporcionada de la pobreza, y los niños que crecen en la
pobreza quedan desfavorecidos de forma permanente. Las personas mayores,
personas con discapacidad, los indígenas, los refugiados y los desplazados internos
también son particularmente vulnerables a la pobreza. Por otra parte, la pobreza en
sus diversas formas representa una barrera para la comunicación y el acceso a los
servicios, así como un riesgo para la salud, y las personas que viven en la pobreza
son especialmente vulnerables a las consecuencias de los desastres y conflictos. La
pobreza absoluta es una condición caracterizada por la privación severa de las
necesidades humanas básicas, como alimentos, agua potable, instalaciones

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sanitarias, la salud, la vivienda, la educación y la información. Depende no sólo de


ingresos, sino también del acceso a los servicios sociales”1.

La lista de problemas es enorme, por la única razón de que no se puede definir un


inexistente, sino apenas enumerar lo que “debería existir”, para lo cuál la palabra deber
tiene que sostenerse en una ética y hacer existente lo inexistente en un proceso
productivo, que también conlleva una ética. Esa lista perdería actualidad rápidamente,
considerando que el nivel de vida de una persona de clase media hoy es superior a los
de la realeza de un par de siglos atrás. Para elaborar estas listas se recurre a una
mezcla de cuestiones que pueden no tener nada que ver con la pobreza, como el no
tener acceso a agua potable por algún episodio de contaminación, no tener suficiente
seguridad, problema que puede ser mayor en gente que vive holgadamente o falta de
libertad para expresarse o informarse. Pero lo que está claro en la lista es la óptica
inicial con la palabra “privación”. Lo que no tenemos es “privación”, se nos quitó. Esa es
una afirmación que habría que sostener ¿Quién nos lo quitó, cómo, quién nos vengará?

Es concebible que alguien haya sido despojado por una banda errante, supongamos.
Pero en ese caso no hablaríamos de “pobreza” como un fenómeno económico o social,
sino de crimen, la acción de “privar” de este listado tiene un sentido diferente. Es un
sentido “social”, político. Esto viene, en mi opinión y según desarrollo en el libro
“Hágase tu voluntad. bajar del cielo para conseguir un cargador de iPhone”, del mito del
paraíso perdido que marca nuestra cultura. Nuestro estado inicial podría haber sido el
de la satisfacción total y que hubieran sido nuestros actos los que nos han “privado” del
paraíso. No tener es por lo tanto sinónimo de estar castigado.

Cuando sobre el final este documento señala qué cosa es la “pobreza absoluta”,
intentando definir, cae de nuevo en el negativo, pero nótese que no llega al absurdo del
Diccionario de la Real Academia Española de sostener que pobre (además absoluto)
es carecer de lo necesario para vivir, sino estar “severamente privado” de determinadas
cosas, entre las cuales no solo está comer y beber, sino carecer de sanitarios

1World Summit for Social Development, Marzo de 1995, Copenhague. Organizado por el
Department of Economic and Social Affairs de las Naciones Unidas.

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(comodidad de lujo hace poco más de un siglo), educación y hasta información. No


tener noticieros o diarios es ser “pobre absoluto”.

Lo que denota esta “cola”, que agrega algo más con lo de educación e información que
es evidente que no encaja con la pobreza absoluta, es el programa político que hay
detrás. Ni siquiera hablo de malas intenciones, si todas fueran malas intenciones no
tendríamos tantos problemas porque nadie es tan eficaz para destruir. Alguien quiere
abordar cada vez más problemas humanos, pero desde una perspectiva voluntarista y
fundando su acción en la victimización y la culpa, recurriendo al atajo fácil del poder
político, del que ni se enteran que actúa por la pura fuerza bruta. Ambas cosas son
garantía de no conseguir nada. Todo inducido por la definición.

Lo cierto es que la palabra más usada en la política de nuestros días y en algunas


religiones como la católica, no tiene un contenido propio. Esta omisión fundamental va
acompañada de parches o atajos. Una de ellas es la “línea de pobreza”. Bien, no
podemos definir nada pero entonces el que no tiene tales cosas es pobre, pero siempre
sin saber pobreza qué es, si es que es algo. Línea en cambio es más fácil de concebir.

Esas líneas se establecen sobre personas que están vivas por supuesto, toda política
tendiente a ocuparse de la pobreza no está relacionada con gente que tuvo lo
necesario para vivir, contrariamente a lo que dice la RAE, pero no lo que determinadas
visiones políticas o morales entienden que sería deseable tener en este momento, con
lo cual podríamos en la mayoría de los casos coincidir. Lo que ocurre es que el
diagnóstico victimizante “pobreza” es muy diferente al objetivo racional de producir o
ganarse esas cosas deseables y ver si en todo caso hay obstáculos que alguien esté
poniendo. Pero siempre habrá un sesgo del observador acerca de qué es lo deseable
tener. Además cambiará con el tiempo a medida que determinados suministros se
masifican. Se trata de visiones subjetivas acerca de aquello con lo que deberían contar
los demás o uno mismo, si es que decidimos definirnos como pobres.

No estoy evadiendo para nada el hecho objetivo, por ejemplo, de los barrios marginales
en Latinoamérica o la gente que vive en la calle o padece hambre. Lo que me interesa
es aclarar los conceptos erróneos con los que abordamos esas cuestiones, en función
de un programa político cuyo núcleo central es que los que lo sostienen son mejores

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personas y más útiles a la sociedad, que quienes producen esas cosas necesarias para
vivir o para vivir mejor. Es decir, que pone a aquellos que actúan para paliar las
desgracias, en lo más bajo de la escala moral, poniéndose ellos encima sin hacer nada.
Se trata de un proyecto parasitario en el que está divorciado el concepto de “mejores
personas” de “personas productivas”. Las segundas secadas, parasitadas por una
moral que se explica mal el mundo.

En realidad la pobreza no existe, existe la riqueza. Estimamos que hay un cierto nivel
de vida que, dadas nuestras circunstancias actuales, nos parece no aceptable.
Dependiendo de esas aspiraciones definimos en nivel (bajo para nuestro estándar) de
riqueza como si fuera un hecho real: la pobreza.

La deferencia de percepción es crucial. Si no advertimos esto estamos haciendo las


cuentas y cargando “culpas” al revés. Cuando un empleador paga cien a un empleado,
comparamos ese ingreso con nuestro ideal de vida — no producido — y definimos la
diferencia como defecto, como falta. Ese defecto tiene a partir de ahí un peso moral,
que se carga en el lugar menos adecuado posible, en el de aquél que descubrió el
valor cien de nuestro trabajo. Se le preguntará a él por qué no paga doscientos, aunque
los moralistas que lo juzgan no ofrezcan doscientos, ni cien, ni cincuenta. Su sentido en
esta vida es operar sobre la buena noticia, para convertirla en mala. Esto se traduce en
juzgar al incremento como el problema.

En lugar de eso deberíamos tomar los cien como solución, aunque a nuestro juicio sea
insuficiente. Si aceptamos la realidad, la de que lo que existe es la riqueza y que hay
muchas formas muy a la mano de producirla, porque es algo que se crea (al contrario
de la pobreza que es lo que no se crea), los cien son algo a festejar y señalan el
camino para ir por más. En lugar de preguntarnos de manera inútil por qué no tenemos
lo que quisiéramos tener, deberíamos tomar los cien como una ganancia y averiguar
como es el proceso, las reglas y condiciones por las cuales obtuvimos esa cantidad,
para entender cómo podríamos llegar por la misma vía, con mayor esfuerzo o ingenio,
a incrementarla.

El gran libro de Adam Smith está dedicado por eso al estudio de “La Riqueza de las
Naciones”. Desde ese libro editado en 1776, el mismo año de la Declaración de

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Independencia de los Estados Unidos, hasta aquí, la ética de la desgracia, el espíritu


de la derrota que proviene de la idea del paraíso perdido por los pecados, ha ganado
un terreno excluyente. Eso nos ha hecho olvidar en primer lugar que pobreza es un
inexistente. Entonces ocurren fenómenos típicos de esta época como el intento de
determinar lo contrario a lo que se propuso Smith y al devenir natural de las cosas: el
origen o causa de la pobreza; ejercicio por completo inútil, no tiene causa. Si no
hacemos nada somos pobres.

Claro que Smith comete un gran error intentando construir una teoría acerca de por qué
las cosas valen en el mercado. Su interpretación es un verdadero retroceso porque al
interpretar que el valor es la consecuencia del trabajo puesto en ellas, invierte la
relación causal. En realidad el trabajo es el que adquiere valor cuando algo es valioso
para alguien en el mercado y requiere que alguien se esfuerce en hacerlo. Un
empresario imagina que una mesa para el jardín podría venderse a un precio, que
mucha gente pagaría determinada cantidad y toma el riesgo de contratar gente y
comprar maquinaria para producirla. Si acierta sigue adelante y si le va mal quiebra.
Pero al establecer así la teoría del valor, Smith le da motivos a Marx, que participando
de la visión desgraciada de la vida buscaba la forma confirmar sus prejuicios. Si el
trabajo era lo que le daba el valor a las cosas, entonces lo que hace el empresario no
es jugarse a producir una mesa sin saber cómo le irá, sino que se queda con el valor
de la mesa que en realidad lo aportaron quienes trabajaron para él. Para Marx no hay
nada que descubrir sobre si la gente compraría mesas de jardín. Por eso fracasaron
todos los proyectos socialistas.

La teoría de Marx está completamente refutada, no solo por la teoría sino por la propia
competencia del mercado. Si Marx tuviera razón, el trabajo hubiera reemplazado al
capital y al empresario. Nadie trabajaría para otro sino que se organizarían las
cooperativas con las que muchos socialistas soñaron y siempre terminaron mal y
tendrían una ventaja enorme en el mercado. No cargarían con el costo parasitario del
capital y el capitalista. Pero tal cosa no ocurre porque la explicación es falsa. Lo arduo
en el mercado es el descubrimiento del valor y el riesgo para obtenerlo. Esa gente es la
primera línea y la más importante de nuestro actual nivel de vida. Es el fenómeno que

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hace bastante justificado llamarle a este sistema “capitalismo”, porque está basado en
los capitales y sus creadores, en ahorro, ingenio y aventura. Cuando alguien triunfa
pone a nuestra disposición más cosas para comprar, es decir, le da más valor al dinero
que conseguimos.

El socialismo crea la teoría de la pobreza existente en sí misma y causada. Una


pobreza consecuencia de la riqueza, lo cual ya suena absurdo con solo ponerlo en sus
justos términos, pero ha tenido un gran éxito como ficción denominándolo “lucha de
clases”.

Vuelvo a aclarar que me refiero al fenómeno y al proceso económico. Si alguien es


despojado por la fuerza se empobrece, es decir deja de existir su riqueza por una
acción humana. Lo mismo ocurre con los impuestos, empobrecen. En el mercado, es
decir ese ámbito donde hay intercambio voluntario, con independencia del juicio de
terceros, ambas partes obtienen de la otra algo que prefieren a lo que tenían. La
riqueza de uno no empobrece sino que enriquece a otro. El empobrecimiento ocurre
nada más cuando el traspaso de bienes (no intercambio) de uno a otro es contra la
voluntad del que los pierde, esto es en un robo o en la recaudación impositiva.

Entonces el secreto principal de una economía que crea riqueza y que todos puedan
encontrar el modo de aportar a eso y obtener lo que desean, está en que las vías del
enriquecimiento sean lo más abiertas, sin límites y sin control que se pueda. Toda
riqueza conseguida sin violencia tiene dos caras, se da en intercambios en los que las
partes ganan. Contrariamente a como lo quieren ver las visiones desgraciadas, la
“desigualdad” patrimonial carece de interés, es solo una forma de esconder la falacia
de que unos son ricos porque los otros son pobres para que los justicieros ganen
poder. La comparación de la fortuna de Bill Gates contra mis bienes, tiene el mismo
valor que cuanto consiguió adelgazar un señor que corre todas las mañanas con otro
que vive a hamburguesas. No solo no hay relación, podemos prohibirle salir a correr al
primero que eso no tendrá efecto alguno sobre el peso del segundo.

La relación que nos informaría algo útil sería entre la fortuna de Bill Gates medida en
cada transacción que la hizo posible, en comparación con el beneficio de cada
contraparte. Es decir qué obtuvo Bill Gates cada vez que vendió un sistema operativo y

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qué obtuvo el que lo compró. Veremos ahí más que igualdad una doble desigualdad en
favor de cada parte. Bill Gates obtuvo un dinero que para él significaba más
(incrementando su fortuna) y el comprador un sistema operativo que para él significaba
más que lo que pagó a cambio. Ese doble enriquecimiento demuestra una vez más la
inexistencia de la pobreza.

El problema es que una vez que abrimos los ojos a la realidad de cómo son las
operaciones y como son las condiciones de nuestra existencia, la producción es la
virtud y no la lástima o la queja ¿Qué lugar les queda a los políticos demagogos o a
quienes disfrutan de un sitial de jueces morales de los que producen? Uno bastante
pobre.

A la izquierda le encanta usar la palabra “estigmatización”, pero ellos son los grandes
estigmatizadores. Con la pobreza ocurre justamente eso, se asigna a cierto nivel de
vida que no nos parece satisfactorio el carácter de debilidad. Pero ser “pobre” no es
sinónimo de ser débil, para nada. Tampoco lo es de no ser útil o productivo, ni de
incapacidad. Esa es la forma en que los candidatos a protectores quieren verlos,
porque esa debilidad es la fortaleza de ellos, su medio de vida, su alimento para el ego
narcisista.

Le propongo al lector buscar en internet la palabra pobreza, en imágenes sobre todo.


No veremos ahí a alguien trabajando para ganar su subsistencia limpiando una calle o
arreglando cañerías. Se verán fotos de gente desgraciada, condenada y triste, que es
la foto de la visión socialista de la vida, no de la realidad. Para ellos no tener es estar
condenados y lamentarse. De esa visión nos han contagiado a todos y es falsa. Esas
caras son la consecuencia del ojo del observador, de su posición editorial. Fotos de
gente emocionalmente mal por no tener lo que necesita se le puede sacar a personas
de cualquier nivel de ingresos, pero lo que se requiere es una explicación del fenómeno
de la riqueza, no de la pobreza. La visión desgraciada pretende que la riqueza solo
pueda mencionarse como causa de pobreza de otros, para lo cual se debe forzar e
objeto de estudio, trasladándolo de la riqueza y la producción a la pobreza, como un
castigo para quienes no la tienen.

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La riqueza no existe por generación espontánea, se la debe producir. La pobreza es


una referencia a una falta de riqueza pero por si misma es el vacío mismo, carece de
causas. Cuando se habla de pobreza se está aceptando la falacia de un supuesto
producto social, algo que ha sido mal repartido cuyo output fue la pobreza. El único
output que tiene un proceso de mercado es riqueza. No hay un reparto, hay un proceso
productivo que beneficia a quienes suman su esfuerzo y que no es social, es comercial,
es decir toman parte los que toman parte, no la sociedad en sí.

Pero los socialistas no se rinden. Como no pueden determinar qué cosa es la pobreza,
establecen esos criterios objetivos arbitrarios como las “líneas de pobreza” que
mencioné antes. Luego en el devenir “técnico” de toda esta actividad de estudio
pobreza se transforma en esa línea y todo se mide contra eso. Los gobiernos giran
entonces al rededor del falso problema político de la “pobreza”. Pero ni sabemos qué
es pobreza, lo único cierto es que sirve para pensar de alguna forma que hay otra
manera de subsistir que no requiera esfuerzo, angustia, temor o una combinación de
todo eso, para conseguir beneficios superiores a los costos.

En el año 2013 en la Argentina, mi país de origen, la “linea de pobreza” estaba


establecida en 3300 pesos, equivalentes entonces a 354 dólares a su valor real en el
mercado paralelo, dado que había control de cambios. Una familia cuyos ingresos
mensuales llegaran a 355 dólares, pues, se había salvado de ser pobre, según las
estadísticas y según todo el pensamiento socialista, progresista o como quieran
llamarlo. Pero ese ingreso solo puede ser considerado paupérrimo, no alcanza para
cosas como educación para los hijos y comodidades comunes actuales como un
automóvil y vacaciones. La gran hipocresía de todo el sistema es que para medirse a si
mismos los pobristas son mucho menos ambiciosos que para medir al mercado que
produce todo lo que ellos pretenden repartir. Toda la “técnica” al rededor de la pobreza
se transforma en una burda farsa.

No hay consciencia ni siquiera todo lo que hemos aceptado al poner a la pobreza como
centro de la cuestión, en lugar de a la producción. Lo que es más grave, mientras la
riqueza que existe tiene un origen comercial, a la pobreza se le encuentra una

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explicación “social”, como si todos fuéramos responsables de “crear” la inexistente


pobreza, solo porque nos hemos ocupado con mayor o menor éxito de crear la riqueza.

Los socialistas pobristas son bastante auto indulgentes, después de todo el


componente narcisista es fundamental en los salvadores. Entonces prefieren pensar
que quienes no compramos sus falacias es porque queremos que la gente viva mal.
Pero de nuevo eso parte de su propia posición existencial falsa. La riqueza nos salva
de no tener, debe producirse y nadie es incapaz para hacerlo sirviendo a otros. El
componente emocional de apoyarse en la envidia para explicarse la vida, no hace que
porque no busquemos como ellos el estigma victimizante del que carece de cosas que
nosotros logramos, seamos peores personas. Desde nuestra propia visión, que no
esperamos que compartan, es de mejor persona y más favorable a gente que busca
progresar, que se los apoye y vea en su fortaleza y potencialidad. El mercado jamás
excluye, ese es el ojo socialista.

Es evidente que es deseable no tener hambre, contar con abrigo, un lugar agradable
donde vivir, calefacción en invierno y calefacción en verano. Eso no es algo que
descubrieron los socialistas, solo es el resultado cada vez que se imponen, porque
como su sistema consiste en usar la fuerza contra los que se enriquecen, y así logran
empobrecer como los asaltantes. El error, a todos los efectos éticos, económicos e
incluso morales, es definir deseos y presentar como faltas el no satisfacerlos. Eso que
forma parte del mecanismo culpabilizador no nos procura todos aquellos bienes, sino
que entorpece el conseguirlos.

Es muy importante lo que pasa con esta palabra. El diccionario contiene muchos
negativos: inexistente, imperfecto, imposible, etc. No se les da a tales palabras un
correlato en la realidad, son comparaciones. No se caería fácil en el error de buscar las
causas de lo inexistente o lo imposible. Imperfecto tiene un problema adicional y es que
supone la existencia de perfección, pero no nos vamos a meter en ese lío.

A muchos niños los padres les hablan de Santa Claus. De grandes se enteran de que
es sólo un cuento. Pensemos en el daño que podría causarle a un adulto indagar
acerca de las causas de la inexistencia de Santa Claus. Todos sabemos que a los
regalos hay que comprarlos y para eso hay que trabajar en algo por lo cual alguien nos

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quiera pagar. Para enriquecernos debemos enriquecer. Abandonar la obsesión por la


pobreza implica algo parecido a dejar a Santa Claus en el mundo de la fantasía, con el
ahorro de muchos impuestos, desgracias políticas y penurias económicas.

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