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Y así cuando el padre trueno habló durante la tormenta, comprendí que ser un hijo de
Dios me confiere la potestad de volverme un viento sobre el mar oscurecido, furioso,
soberbio y enfrentado con los cielos llenos de electricidad y misterio.
¿Qué diría mi diosa de cabellos negros cuando me mire corriendo sobre las aguas
apasionadas? Quizá que nací para ser eternamente la Luz, el Poder y la Fuerza que
sustentan a los universos.
Cuando Lemuria se perdió, nosotros, Los del Color de la Luna, dormimos en el silencio
de la historia, bogando entre las aguas ya febriles, ya mansas; protegiendo los arcanos
del dios de las mil risas.
Los dragones venían con nosotros a la danza con la música de las esferas, para recordar
que el Gran Espíritu ha alimentado nuestras esencias. Fuimos los amantes del infinito,
de los espacios eternos y los viajes hacia sitios más ocultos.
Inmortales desde el principio sin principio del tiempo, dioses antiguos y hermanos de
las preciosas estrellas más brillantes. Así fueron, son y serán nuestros espíritus, nuestras
llamas y nuestros cuerpos.
Ahora estoy en una tierra de frío y encantadoramente hermosa, cuya magia me encierra
dulcemente entre pajonales y lagunas sagradas: mi nueva Arcadia.
Mi lenguaje no es inteligible en este mundo, mis palabras provienen del misterio entre
risas y analogías. El velo de Maya lo he levantado y no buscaré darlo a conocer a
quienes aún no están preparados para ver el otro lado del silencio; mas, busco reunir los
trozos de mi corazón desperdiciados en las ilusiones que me facilitó el sueño de
cualquier mortal.
Es de locos pensar como yo pienso, y pocos somos los locos que andamos bogando con
el dios de las mil risas. Acá en la frialdad del páramo nos cobija la sombra del suspiro
de Chuil, el Merlín del pueblo Pasto.
A través de aquello que se le denomina tiempo, las ruedas espirales han marcado las
señales de los últimos tiempos, el círculo de la inmortalidad se está dibujando al pié de
los magos, con el sello sagrado del reflejo de Dios.
(Ángelus)