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Julián aprende las

consecuencias de
enfadarse
Silvia García

Julián era un niño que se


enfadaba a menudo. Incluso el mismo
Julián se lo decía a sus tíos y familiares
cada vez que alguien llegaba de visita a
casa.
-Hombre pequeño Julián. ¿Qué
tal cómo estás? ¿Has aprobado todo?
¿Cómo te estas portando de vacaciones?
- ¡Mal! Me estoy portando mal -
decía, cruzándose de brazos.
Los adultos quedaban
descolocados ante tal actitud miraban
para sus padres y ellos movían los
hombros indicando que no podían hacer
nada con él. En ocasiones se sentaban y le explicaban las cosas para que no se
enfadase, en otras ocasiones no le hablaban cuando se portaba mal, otras veces
le ponían un castigo de repente. No pasaba nada, cada vez que no le
compraban un helado, no iban al parque, le ponían verduras para comer y un
largo etcétera Julián se enfadaba y gritaba y decía que no quería tener familia
y que esa casa era la peor del mundo mundial.
Un día una compañera de trabajo de mamá fue a visitarlos a casa.
Cuando se encontró con Julián este estaba encerrado en su cuarto muy
enfadado. Su madre no sabía qué hacer y entonces esta chica que se llamaba
Ana entró sigilosamente y cuando vio a Julián le dijo:
- Hola, me llamo Ana ¿Y tú?
- Soy Julián -dijo, mientras la miraba fijamente-. Estás en mi cuarto.
Sal.
- Julián, venía a ayudarte a entender que es estar enfadado para que veas
que no es nada divertido.
- Ya sé lo que es estar enfadado -le dijo el niño de repente.
- ¡Mira! Vamos a hacer una cosa cada vez que estés enfadado en vez de
gritar, insultar y dar un portazo, ¿ves esta pared tan guay que tienes delante
pintada de blanco? Pues vas a coger un lápiz y vas a hacer un garabato con tus
lápices.
- ¿En la pared?
- Si, en la pared.
- ¡Vale!
Ana no habló mucho más y el tiempo fue pasando. Los primeros días
había unos cuantos arañazos de color gris en la pared. A medida que pasó el
tiempo en casa había menos gritos de Julián, pero también menos manchones
de enfado en la pared. Cuando Julián ya tenía más calma Ana, la amiga de
mamá, volvió de nuevo a casa. Cuando se encontró con Julián este le dijo que
ya no se enfadaba tanto y le preguntó si podía llevarle a su habitación.
Ana le acompañó y cuando vio las marcas le dijo que había tenido
muchos enfados pero que cada vez menos y que ahora ya no tenía que hacer el
ejercicio nunca más.
Julián sonrió y Ana le dijo ahora vas a hacer una cosa, sacó una goma
muy grande de borrar del bolso y un trapito de tela y le dijo:
Mira Julián como ahora ya no te enfadas vamos a quitar las marcas del
enfado de la pared.
Julián ilusionado fue a la pared
y se puso a borrar, pero cuantos más
minutos pasaban más se daba cuenta
de que la pared seguía igual.
- ¿Qué pasa? -preguntó Julián-
¿Las marcas no se borran?
-No cariño. Esto es lo que pasa
con los enfados que suceden un día en
concreto, pero la marca de todo lo que
decimos, hacemos y gritamos a los
demás no se va nunca. De todas
formas, esto es una pared y tú ya has
aprendido a enfadarte menos. Seguro
que mamá puede pintar la pared, pero
con las personas ya no se podría hacer
nada.
Desde ese día y a su corta edad
Julián aprendió la lección más
importante de su vida

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