Está en la página 1de 15

Universidad Central del Ecuador

Facultad de Comunicación Social


Lingüística Textual
Nombre: Camila Becerra Curso: 3ª Fecha: 02/07/19
Tema: Ejemplo de ensayos.
Identificar un ejemplo de ensayo argumentativo, expositivo, descriptivo y literario,
argumentar, ¿Por qué? es ese tipo de ensayo.

Ensayo argumentativo
Ejemplo
La rebelión de las masas de Ortega y Gasset

Primer capítulo: El hecho de las aglomeraciones

Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública europea
de la hora presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social.
Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos
regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a
pueblos, naciones, culturas, cabe padecer. Esta crisis ha sobrevenido más de una vez en la
historia. Su fisonomía y sus consecuencias son conocidas. También se conoce su nombre.
Se llama la rebelión de las masas. Para la inteligencia del formidable hecho conviene que
se evite dar desde luego a las palabras "rebelión", "masas", "poderío social", etc., un
significado exclusiva o primariamente político. La vida pública no es sólo política, sino, a
la par y aun antes, intelectual, moral, económica, religiosa; comprende los usos todos
colectivos e incluye el modo de vestir y el modo de gozar.

Tal vez la mejor manera de acercarse a este fenómeno histórico consista en referirnos a una
experiencia visual, subrayando una facción de nuestra época que es visible con los ojos de
la cara. Sencillísima de enunciar, aunque no de analizar, yo la denomino el hecho de la
aglomeración, del "lleno". Las ciudades están llenas de gente.

Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de
viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. Los paseos, llenos de transeúntes. Las salas de
los médicos famosos, llenas de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy
extemporáneos, llenos de espectadores. Las playas, llenas de bañistas. Lo que antes no solía
ser problema empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio. Nada más. ¿Cabe hecho más
simple, más notorio, más constante, en la vida actual? Vamos ahora a punzar el cuerpo
trivial de esta observación, y nos sorprenderá ver cómo de él brota un surtidor inesperado,
donde la blanca luz del día, de este día, del presente, se descompone en todo su rico
cromatismo interior.

¿Qué es lo que vemos, y al verlo nos sorprende tanto? Vemos la muchedumbre, como tal,
posesionada de los locales y utensilios creados por la civilización. Apenas reflexionamos
un poco, nos sorprendemos de nuestra sorpresa. Pues qué, ¿no es el ideal? El teatro tiene
sus localidades para que se ocupen; por lo tanto, para que la sala esté llena. Y lo mismo los
asientos del ferrocarril, y sus cuartos el hotel. Sí; no tiene duda. Pero el hecho es que antes
ninguno de estos establecimientos y vehículos solía estar llenos, y ahora rebosan, queda
fuera gente afanosa de usufructuarlos.

Aunque el hecho sea lógico, natural, no puede desconocerse que antes no acontecía y ahora
sí; por lo tanto, que ha habido un cambio, una innovación, la cual justifica, por lo menos en
el primer momento, nuestra sorpresa.

Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del


intelectual. Por eso su gesto gremial consiste en mirar al mundo con los ojos dilatados por
la extrañeza. Todo en el mundo es extraño y es maravilloso para unas pupilas bien abiertas.
Esto, maravillarse, es la delicia vedada al futbolista, y que, en cambio, lleva al intelectual
por el mundo en perpetua embriaguez de visionario. Su atributo son los ojos en pasmo. Por
eso los antiguos dieron a Minerva la lechuza, el pájaro con los ojos siempre deslumbrados.

La aglomeración, el lleno, no era antes frecuente.

¿Por qué lo es ahora? Los componentes de esas muchedumbres no han surgido de la nada.
Aproximadamente, el mismo número de personas existía hace quince años. Después de la
guerra parecería natural que ese número fuese menor. Aquí topamos, sin embargo, con la
primera nota importante. Los individuos que integran estas muchedumbres preexistían,
pero no como muchedumbre. Repartidos por el mundo en pequeños grupos, o solitarios,
llevaban una vida, por lo visto, divergente, disociada, distante. Cada cual—individuo o
pequeño grupo—ocupaba un sitio, tal vez el suyo, en el campo, en la aldea, en la villa, en
el barrio de la gran ciudad.
Ahora, de pronto, aparecen bajo la especie de aglomeración, y nuestros ojos ven
dondequiera muchedumbres.

¿Dondequiera? No, no; precisamente en los lugares mejores, creación relativamente


refinada de la cultura humana, reservados antes a grupos menores, en definitiva, a minorías.
La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes
de la sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social;
ahora se ha adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no hay protagonistas:
sólo hay coro.

El concepto de muchedumbre es cuantitativo y visual. Traduzcámoslo, sin alterarlo, a la


terminología sociológica. Entonces hallamos la idea de masa social. La sociedad es siempre
una unidad dinámica de dos factores: minorías y masas. Las minorías son individuos o
grupos de individuos especialmente cualificados. La masa es el conjunto de personas no
especialmente cualificadas. No se entienda, pues, por masas, sólo ni principalmente "las
masas obreras". Masa es el "hombre medio". De este modo se convierte lo que era
meramente cantidad—la muchedumbre—en una determinación cualitativa: es la cualidad
común, es lo mostrenco social, es el hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres,
sino que repite en sí un tipo genérico.
Justificación
Ensayo argumentativo
Un ensayo argumentativo es un texto en el que su desarrollo lo determina un argumento
o razonamiento; las exposiciones de dichos razonamientos tienen el fin de persuadir a los
lectores sobre la validez de un punto de vista. El ensayo tiene una idea central de la que
derivan otras que apuntan a complementarla. Usualmente es un escrito académico que le
da voz a un autor acerca de un tema, muchas veces polémico; en él cabe la subjetividad
y al mismo tiempo la presentación de hechos y datos que sustenten la posición central.
sino reflexionar sobre el mismo, dándole al lector opiniones justificadas para invitarlo a
reflexionar. Este ensayo es riguroso como los académicos, y no es solo el discurrir de las
ideas de una persona; se necesita información y estructura
un ensayo puede ser considerado “argumentativo” cuando tiene como objetivo presentar un
razonamiento coherente y bien explicado acerca de un tema y provocar así la adhesión del
lector al argumento que describe. En alguna medida todos tienen algo de argumentativo.
Esa es la finalidad de todo argumento, convencer. O por lo menos suscitar reflexión en los
lectores, o hacerlos preguntarse acerca de su propia posición al respecto y si es o no la
adecuada.

Características del ensayo argumentativo

Las siguientes son las características principales del ensayo argumentativo:

 Presenta de un punto de vista siguiendo la estructura estándar de todo ensayo:


introducción, cuerpo o contenido, y conclusión.
 Desarrolla el argumento en forma detallada y coherente.
 Analiza los pro y los contras de las posiciones y/o opiniones relacionadas al tema.
 Presenta una conclusión que invita al lector a tomar la posición del autor.

https://www.aboutespanol.com/ensayo-destacado-la-rebelion-de-las-masas-de-ortega-y-
gasset-2879564

https://es.slideshare.net/arjg1/el-ensayo-argumentativo-42584388

http://www.uco.edu.co/ova/OVA%20Lectoescritura/OVA%20Lecto%20Escritura/OTROS%20M
ATERIALES/Estructura%20del%20ensayo%20argumentativo.pdf

http://ecuadoruniversitario.com/opinion/el-ensayo-argumentativo/

https://www.ejemplos.co/15-ejemplos-de-textos-argumentativos/

http://www.forosecuador.ec/forum/ecuador/educaci%C3%B3n-y-ciencia/182822-19-
ejemplos-de-ensayos-argumentativos-cortos-con-normas-apa

http://eduteka.icesi.edu.co/pdfdir/Lopez_Juan_EnsayoFinal.pdf

http://tutorial.cch.unam.mx/bloque2/docs/ensayo.pdf
Ensayo expositivo
Ejemplo

Análisis de un ensayo expositivo

La caza, de Mariano José de Larra

Los tiempos en que la caza era a un mismo tiempo la ocupación y la


diversión de nuestros reyes y nuestros nobles quedan ya bien lejos de
nosotros; aquel sinnúmero de empleados destinados a ese ejercicio que
llenaban el palacio han desaparecido, dejando sólo tras sí algún nombre
que otro, alguna denominación, fuera en el día de su lugar. La invención
de la pólvora fue sin duda uno de los primeros golpes, casi mortales, para
la antigua manera de cazar. ¿A qué mantener y educar costosamente
varios halcones, cuando una menuda bola de plomo puede hacer en
menos tiempo y sin precisa enseñanza el mismo camino? Las
revoluciones, que han dejado apenas a los reyes tiempo para serlo, han
venido después a dar a ese ejercicio el último golpe de cachete; los sotos se
han descuidado, las costumbres extranjeras se han introducido, y los
teatros, los bailes, los cafés, el juego, los clubs y los periódicos han
sustituido enteramente a aquella azarosa distracción. En otros países no
han sido bastantes todas esas causas a destruirla; en Inglaterra, por
ejemplo, magníficos parques, sostenidos y cuidados con el mismo esmero
que todas las cosas inglesas, ofrecen aún abundante caza a los gentlemen,
que dedican a sus locas batidas una estación del año. En Alemania no es
menos la afición, y en algunos otros puntos de Europa, como en el Tirol,
se encuentran en punto a caza tiradores de sorprendente habilidad.

Entre nosotros, Carlos IV ha sido el último de nuestros príncipes


cazadores; y los nobles, reflejo siempre en sus costumbres de los reyes,
han dejado morir una diversión en la cual ya no tenían a quien remedar;
en España, pues, se puede decir que hay cazadores, hay individuos, pero
no hay caza propiamente dicha, y sólo en algún rincón de provincia da
todavía esta antigua afición señales de un resto de agonizante vida.

Introducción El autor presenta al tema: La caza de animales en tiempos


antiguos
Contenido - Dicha invención fue contribuyo a que la caza a la manera
antigua pierda fuerza
- Las revoluciones mantuvieron a los reyes ocupados y por
tanto, tenían menos tiempo para cazar
-Surgieron otras distracciones (costumbres extranjeras,
bailes, cafés, etc)
-A pesar de todo, en algunos países se mantiene la costumbre
Conclusión Se habla de los últimos cazadores en España, de cómo los
nobles ya no practican esta afición y finaliza el autor diciendo
que solo en algunas provincias todavía existe la caza.

Ejemplo de un ensayo expositivo:

El ciclón o huracán del caribe

Entre los diversos fenómenos de la atmósfera que algunas


veces alteran la vida normal del hombre antillano, el ciclón tropical o
huracán resulta el más grandioso, imponente y desolador. Otros
fenómenos de la región son: temblores de tierra, vaguadas, tornados,
sequías e inundaciones.

La potencia de los ciclones tropicales es extraordinaria. Su vida,


a veces, considerablemente larga, no se cuenta por horas, sino por
días y al cruzar sobre una región dejan a su paso desolación, miseria,
hambre y luto en muchísimos hogares.

Los ciclones tropicales juegan indiscutiblemente un papel muy


importante en el desarrollo social, económico y cultural del Caribe.
Amenazan la región durante los meses de junio a noviembre con
mayores posibilidades en agosto, septiembre y octubre. Muchos
puertorriqueños recuerdan con respeto y dolor los estragos causados
a la economía del país por los huracanes de San Felipe (1928), de
San Ciprián (1931) y más recientemente, de Hugo (1989). De igual
forma, la infrahistoria de las islas está muy relacionada con la de sus
temporadas, sequías, vaguadas, inundaciones, ya que muchos
campesinos acostumbran, desde tiempos lejanos, a recordar los
sucesos más importantes de sus vidas tales como los nacimientos, los
bautismos, los casamientos y las muertes con la ocurrencia de algún
huracán o mal tiempo. Nuestra literatura antillana se nutre de toda
esa realidad climatológica y hay numerosos cuentos y poemas que
giran en torno de sequías, inundaciones, tormentas ciclones, etc.

Tomado del libro de: García E. (1992). Español práctico. Editorial


Plaza Mayor, Río Piedras, P.R.

https://www.aboutespanol.com/ensayo-expositivo-2879482

http://faculty.mansfield.edu/wkeeth/expositivo.htm

Justificación

Un ensayo expositivo es aquel que se caracteriza por brindar al lector una


explicación detallada de un tema determinado.

La exposición tiene una clara finalidad didáctica. Se explica algo que sea complejo
de entender. Es lógico que en estos ensayos, el uso de los párrafos explicativos o
expositivos es parte fundamental.

Características de los ensayos expositivos

 Explica una idea, lo clarifica


 Se nota el estilo personal del autor en la redacción
 La denominación de "ensayos expositivos" se utiliza a menudo en el
ambiente escolar
 Como todo ensayo, puede abarcar cualquier tema

Estructura de los ensayos expositivos

La estructura de este ensayo sigue la misma línea que las partes de todo
texto.

Es decir, se comienza con una introducción en donde se presenta el tema a


desarrollar, luego el contenido en cual se profundiza la exposición, y
finalmente una conclusión de las ideas abordadas por el redactor.
Ensayo Expositivo:

El ensayo expositivo es muy utilizado en contextos académicos


universitarios. En los cursos de historia, filosofía, economía, leyes y
política, entre otros, se redactan muchos trabajos de tipo expositivo.
También puede verse en los artículos de revista y en los periódicos,
así como en cualquier otro medio de información textual. Existen
cursos en los que se tienen que redactar monografías. Precisamente,
estos trabajos lo que hacen es exponer en forma clara y simple lo que
el estudiante ha comprendido en sus clases o en sus búsquedas
individuales.

Exposición lo que significa es explicar. Su función principal se


centra en definir, informar, explicar, aclarar, discutir, probar y
recomendar algo en cuestión. La exposición recurre a la razón y el
entendimiento en una forma lógica para presentar la información. En
ella es que el estudiante ofrece una explicación sobre un tema, cosa,
situación o evento de importancia para él. Exponer significa contestar
lo siguiente: ¿Qué es?, ¿Cómo se hace?, ¿Cuál es su
importancia?, ¿Qué significa?, ¿Cuándo sucedió?, ¿Cuál es su
función?, y ¿Qué importancia tiene? Como se ve, pueden utilizarse
éstas y muchas preguntas más que expliquen algo en forma clara y
sencilla.

Sin embargo, el alumno debe de evitar caer en situaciones en


las que expone sus puntos de vista, ya que podría estar recurriendo a
elementos de la argumentación. Las frases como: "Yo pienso o creo
que...", "Yo opino que...", "Me parece que...", "Entiendo
que...", deben ser excluidas para evitar entrar en una integración de
ambos tipos de ensayos simultáneamente.
Ensayo descriptivo
Justrificacion

https://educacion.elpensante.com/que-es-un-ensayo-descriptivo/
https://tippos.net/ensayo-descriptivo-definicion-y-ejemplos/

https://www.clubensayos.com/buscar/Ensayo+Descriptivo/pagina1.html

el Ensayo Descriptivo es definido como el texto desarrollado por un autor con la


intensión de plasmar su punto de vista sobre los distintos rasgos de un individuo,
situación u objeto, y que se materializa a través del acto descriptivo, el cual además está
totalmente influido por la subjetividad, más que por una intensión objetiva de parte del
escritor.

El Ensayo Descriptivo estará conformado por la mención de características que


más impresionen al autor, así como los distintos sentimientos y emociones que
estas le evocan. Igualmente, los Ensayos Descriptivos pueden tener distintos
tonos, yendo desde lo dramático, cuando lo descrito –sea una persona, objeto,
paisaje o situación- es referido como un elemento inmerso en una atmósfera de
tristeza o tensión, hasta lo cómico, cuando el autor resalta los rasgos y
asociaciones de tipo humorístico que pueden surgir en torno al elemento
descrito.
El Ensayo Descriptivo tiene como objetivo principal realizar una
“descripción” de un elemento específico, bien sea una persona, un objeto o una
situación.
2.- Este tipo de texto puede tener distintos tonos: cómico, nostálgico, dramático,
trágico, etc.
3.- Es un texto de características subjetivas más que objetivas.
4.- Por ser un texto de naturaleza descriptiva y a la vez subjetiva, tiende a contar
con la presencia de adjetivos calificativos.
5.- Igualmente, puede contar con algunas anécdotas que el autor utilice para
relacionar aquello que está describiendo, con situaciones emocionales del
pasado.
6.- Al tratarse de un texto centrado en la descripción, el Ensayo Descriptivo será
unescrito donde abunden los detalles,pues esto lo hará ser mucho más preciso en
su objetivo.
7.- Debido a que es un texto descriptivo este tipo de ensayos pueden hacerse
tanto en primera personas, como en la voz de un narrador omnisciente.
8.- Al igual que el resto de los ensayos, el Ensayo Descriptivo responde a una
estructura, la cual está conformada por tres partes básicas: Introducción
(constituida casi siempre por el párrafo inicial), Desarrollo (compuesto al menos
por tres párrafos centrales en donde el autor describe el elemento escogido),
Conclusión (compuesto por el último párrafo, en el cual se hace un resumen de
las ideas principales de los párrafos centrales, así como la exposición de las
distintas conclusiones que puede tener el autor).

https://tippos.net/ensayo-expositivo-definicion-y-ejemplos/

https://ortografia.com.es/ejemplos-cortos-ensayos-expositivos/

Ejemplo
Falta

Ensayo Literario

1. ¿Qué es un ensayo literario?


Un ensayo literario, a veces referido simplemente como ensayo, es una
disertación breve y en prosa, que analiza o reflexiona en torno a un tema
de libre escogencia y abordaje por parte del autor. Se lo considera uno de
los géneros literarios, junto con la narrativa, la poesía y la dramaturgia,
heredero de la didáctica y por lo tanto emparentado con la enseñanza.

Los ensayos pueden ser diversos y variopintos, ya que se trata de un abordaje


subjetivo y personal, aunque riguroso, de la materia a tratar. Esto significa
que posee opiniones y argumentaciones del autor, pero sustentadas en
la lógica, la información y las sensibilidades. Su propósito no es otro que
argumentar en torno al tema elegido.

En cuanto a sus dimensiones, el ensayo suele ser relativamente breve,


organizado didácticamente para aproximarse gradualmente al tema, haciendo
uso de los recursos estilísticos y literarios del idioma para dar fuerza poética y
argumentativa a sus ideas.

No debe, por tanto, confundirse un ensayo con una monografía o un


documento técnico (como una tesis). Los temas abordados por
el ensayo son virtualmente infinitos: desde la política, la sociedad y los
saberes, hasta el deporte, las artes o la propia imaginación.

Ha habido a lo largo de la historia grandes pensadores ensayistas, que hicieron


de este género uno de los principales vehículos ilustrados de la comunicación y
debate de ideas, sobre todo en tiempos previos a la masificación de la
información. Algunos nombres importantes en ese sentido son los de Aristóteles
(384-322 a.C.), Yoshida Kenkö (1283-1350), Michel de Montaigne (1533-1592),
Sir Francis Bacon (1561-1626), José Ortega y Gasset (1883-1955), entre
muchos otros.

Ver además: Investigación no Experimental.

Fuente: https://concepto.de/ensayo-literario/#ixzz5sYEIlniE
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/ensayos-de-montaigne--0/html/fefb17e2-82b1-
11df-acc7-002185ce6064_156.html#I_0_

EL ENSAYO DE SU TIEMPO

Michel de Montaigne

A determinada distancia cualquier obra literaria parece fruto del azar: el de una
vocación, el de la oportunidad, el que se deriva de las circunstancias históricas, el
azar del propio nacimiento. Cuando examinamos de más cerca las vidas de los
escritores el azar se reduce y enseguida se aprecia el esfuerzo de la voluntad: los
años de lucha que invirtieron para dominar sus intuiciones juveniles en una obra
propia. Al fin y al cabo se necesitan varios Enrique VI para formar a un Shakespeare.
Montaigne constituye una excepción a este segundo supuesto. Si atendemos a la
primera mitad de su vida (en la que según los biógrafos de la escuela romántica se
plantan las semillas de todo gran personaje) descubriremos que hizo cuanto estuvo
en su mano para evitar el encontronazo con su propia obra.
Michel Eyquem, que se convirtió en señor de Montaigne tras la muerte de su padre,
nació en 1533. Su carrera pública empezaría a los veintiún años como consejero en
La Cour des Aides. En 1571 (cuando apenas le quedaban veinte añ os de vida) intentó
retirarse de la vida pública, pero las guerras religiosas que asolaron literalmente
Francia echaron por la borda sus planes. Montaigne se multiplicó en tareas
diplomáticas y cosechó una fama de hombre juicioso que le valió para ser eleg ido
alcalde de Burdeos, cargo que mantuvo hasta 1585.
Durante el desempeño de estos servicios públicos Montaigne se apoyó en los
conocimientos de derecho que adquirió en la Universidad de Toulouse. Pero
disfrutaba también de una sólida formación en los clásicos griegos y latinos,
adquirida primero en casa, con el método pedagógico de su propio padre, y después
en una escuela de la actual Aquitania, saberes que le valieron para mantener vivo un
interés secundario por las letras. En Burdeos conoció a Étienne de la Boétie,
irregular cultivador de versos e individuo filosofante a ratos perdidos, que ha pasado
a la historia como humanista gracias a la devota amistad y al generosísimo juicio de
Montaigne. Tras la temprana muerte de La Boétie, Montaigne se propuso compilar,
editar y dar publicidad a las «obras» de su amigo, a quien nunca olvidó, y cuya
presencia gravita en los Ensayos como una suerte de interlocutor fantasma.
Este es el bagaje con el que Montaigne emprendió la escritura de los Ensayos, que
también fue accidentada. El primer volumen empezó a redactarlo en su primer
intento de retiro y lo publicó nueve años después, en 1580. Trufado de citas de
Plutarco y Séneca, autores a los que se había dedicado a leer en profundidad, el libro
entero está empapado de una atmósfera pesimista derivada las guerras de religión
que le inspiraron numerosos ensayos sobre asuntos bélicos y entretelas políticas. El
segundo volumen apareció en 1581 y presumiblemente lo escribió en un intervalo de
decaimiento físico, previo a su desempeño como alcalde. El tercer volumen, al que
en buena medida debe su extraordinaria fama, empezó a escribirlo en 1586 y se
publicó dos años después.
Una de las ideas que devastó el romanticismo, en cuya atmósfera seguimos
respirando, fue la consideración del ejercicio de la poesía (entendida en un sentido
amplio) como un adorno adecuado para un caballero respetable; un juego al que uno
se entregaba con absoluta seriedad durante las pausas de su actividad pública (o
cuando esta declinaba a causa de la edad o por un codazo rival) y sus
responsabilidades familiares. Esta imagen se quedó sin contenido posible cuando los
poetas románticos identificaron el ejercicio de su vocación con la existencia misma,
entregada desde ese día al altar del arte y a los valores revolucionarios con los que
algunos de ellos se invistieron. Poesía y cargos públicos empezaron a repelerse y
ocuparon espacios distintos y bien delimitados como áreas de agua y aceite
incapaces de emulsionar en una misma persona.
Apenas dos generaciones antes de que Wordsworth se pasease por el entorno de los
lagos como una suerte de antena mística, hipersensible a los movimientos de la
naturaleza, la secuencia de escritores ingleses que va de Milton a Gray, tuvieron que
compaginar la escritura con la actividad pública hasta el extremo que Samuel
Johnson convirtió en uno de los temas más importantes de Vidas de los poetas
ingleses el escrutinio de cómo demediaron la poesía de estos hombres las
truculentas guerras religiosas y de sucesión que pisotearon sus años.
Un siglo antes, en la época de Montaigne (atravesada por una guerra religiosa no
menos cruenta), era casi inconcebible dedicar una vida entera al cultivo de la poesía.
Las letras se valoraban como un buen ejercicio para aclarar la mente, sosega r las
pasiones, afinar la sensibilidad y animar la conversación, una melodía secundaria en
la sinfonía de la vida. Tanto es así que el principal referente artístico de Montaigne,
el queridísimo La Boétie, apenas recurría a la composición de versos cuando n o se le
ocurría otra cosa con la que distraerse (un poco como a Juan Benet, que en alguna
ocasión declaró que solo apelaba a la escritura cuando le fallaban el trabajo y los
amigos).
De manera que las condiciones en las que Montaigne se retiró a escribir n o eran tan
extrañas para la época y, pese a que contaba con una biblioteca bien escardada, una
profusión de citas que delatan un ojo certero, y precedentes tan queridos como el de
Catón, el rasgo más característico de sus primeros ensayos es la viva concie ncia que
el propio autor tiene de ser un amateur.
El ánimo con el que Montaigne se lanza a escribir se parece al del ajedrecista que
solo compite en un ambiente doméstico: convencido de que la partida es un asunto
privado y que sus reglas son arbitrarias, y, al mismo tiempo, dispuesto a respetarlas
y avanzar con plena seriedad hasta que se resuelva la victoria o la derrota. Dicho de
otro modo: Montaigne escribe los ensayos sin la ambición de conseguir una
resonancia pública, convencido de que sus páginas solo divertirán a un reducido
círculo de amigos (ni siquiera entendidos, el autor da por hecho que muchos se
sentarán a leerlos por compromiso), pero emprende la tarea dispuesto a
desempeñarse lo mejor que sepa en cada página. Algo hay aquí de la obstinación
tardía del jubilado a quien tras una vida de esfuerzo, donde se acostumbró a hacer
las cosas «como dios manda», no ve ningún motivo para deponer en beneficio de la
relajación que le sugieren hijos y nietos el criterio de exigencia con el que se
desempeñó durante una prolongada vida laboral que todavía juzga como
satisfactoria.
Las marcas del amateur se aprecian por lo menos de dos maneras en sus ensayos. El
relativo diletantismo de Montaigne no se traduce en una locuacidad sin mesura
como el de tantos cocineros, médicos o divulgadores actuales que, reconvertidos en
gurús del espíritu, reinventan ufanos la sopa de ajo. Su temperamento no es
temerario, y lo que asoma en estas primeras páginas es una respetuosa ingenuidad
que le aconseja apoyar sus pensamientos incipientes en las muletas de las citas. Los
versos y los argumentos seleccionados por Montaigne son atinados, pero como el
lector no acude a estos Ensayos para leer una versión reducida del aurea dicta no es
de extrañar que en las ediciones completas se impaciente ante tanto ejercicio de
calentamiento. Una antología le facilita un acceso más rápido a los ensayos en los
que Montaigne se revela como Montaigne (un escritor del que bien podría decirse
que mejoraba todo el tiempo) sin necesidad de atravesar una estepa de citas
parecidas y observaciones repetidas. Digámoslo de una vez: todas las páginas de
Montaigne son interesantes, pero no todas están a la altura de su reputación.
Hay otro rasgo muy notable del Montaigne en formación que podemos atribuir a su
amateurismo: rara vez aborda el asunto tratado desde un lado convencional,
erosionado ya por el uso frecuente que hacen de él los eruditos profesionales (que
también existían en sus tiempos). Incluso cuando estos primeros ensayos terminan
desembocando en una conclusión previsible, Montaigne suele arrancar de una
circunstancia personal. Lo que hoy nos parece un recurso corriente (apoyarse en un
fragmento de vida personal) se estilaba poco en tiempos de Montaigne. Para los
escritores clásicos con los que se formó, la vida personal era una suerte de oscuro
soma al que apenas se recurría cuando uno pertenecía al dominio público y se debía
a las obras constatables o a los cargos políticos. Uno puede avanzar por los libros de
Tucídides sin enterarse (hasta que el silencio ya resulta alarmante) de que el propio
historiador protagonizó un episodio importante de las guerras del Peloponeso.
Platón esconde su vida tras una maraña de personajes. Los viajes de Herodoto son
impersonales.
Si recorriésemos la secuencia de sus predecesores (historiadores, filósofos,
redactores de epístolas, consolaciones y otros géneros) de Roma hasta 1500
podríamos escribir una historia del pudor, una especie de cerca o ciudadela que
protege la intimidad (otro asunto es el comercio y la exposición de las vidas ajenas,
como las violentísimas Vidas que escribieron Laercio y Suetonio) hasta tal punto que
se da por hecho que los pensamientos individuales solo tienen validez si se expresan
como pensamientos públicos.
Cuando a mitad del primero de sus tres volúmenes Montaigne empieza a desplegar
las alas (un proceso que no culminará hasta que escriba el último de sus ensayos
«Sobre la experiencia», donde el momento de alcanzar la máxima envergadura
coincide con el de la muerte, igual que aquel raro pájaro del que habla Wallace
Stevens: capaz de cantar en el filo de la mente, casi sin sentimiento humano) no
abandona sus citas, pero ya no las emplea como muletas donde apoyar una
exposición insegura, sino como golosinas para el lector, como descansos y ecos
irónicos para un pensamiento que empieza a sentirse como en casa explorando el
tono confesional.
Hacia el final de la Recherche, Proust empuja a su narrador a reflexionar cómo ha
ido postergando su temprana ambición literaria en beneficio de actos soc iales y
amoríos estériles. Tras unos minutos de reproche el narrador repara en que estos
episodios vulgares, todas las zonas aparentemente muertas de una vida, las que no
se dejan vincular fácilmente a la literatura conocida, pueden recuperarse
estéticamente en la escritura. Y que a diferencia de los pasajes que comparten todos
los letraheridos, a diferencia del bagaje cultural común, tienen el poder de colorear
con una tonalidad singular los asuntos de siempre: el crecimiento, la ambición, el
amor, la envidia social, el desamor, la decrepitud, las despedidas. En ningún otro
momento Proust fue tan discípulo de Montaigne como en este pasaje: ambos
escritores son saprófagos, siempre bien dispuestos a rentabilizar los desperdicios
cotidianos.
En los 26 ensayos que hemos seleccionado el lector no echará de menos ni uno de
los grandes temas a los que debe enfrentarse el hombre, sea o no de letras, pero
Montaigne se las arregla para que parezcan nuevos. Se aprovecha de la clase de
material que un filósofo y un autor clásico desdeñarían, y que en el futuro serán
preciosos para la tribu de los novelistas: circunstancias personales, errores,
confusiones, irrelevancias, enfermedades íntimas, la caída de un caballo, una
conversación trivial… Estas son las rutas de acceso preferidas. La singularidad del
abordaje se traslada al plano de la exposición: Montaigne no está particularmente
interesado en formular una declaración clara en cada frase; no pretende que el
argumento progrese añadiendo informaciones nuevas que se apoyan en la
afirmación precedente; sus párrafos no vinculan con fuerza las ideas ni forman
pasarelas que desembocan en una conclusión contundente. El de Montaigne es más
bien un pensamiento distraído que no pretende ahorrarnos los merodeos dubitativos
que traza alrededor de un tema, despreocupado de las contradicciones puntuales y
de los cambios de dirección, y que no drena el tono emocional del que brotan los
enunciados (desconoce la gélida expresión que los filósofos aprenderán a dominar
un par de siglos después para simular con este efecto retórico que a través de ellos
habla la voz impersonal de la razón). La escritura de Montaigne ofrece sobre la
página los movimientos espontáneos del pensamiento. A la mayoría de estos textos
se les podría aplicar la idea de Adorno del ensayo como una forma abierta, renuente
a concluir. Serpenteantes, juguetones, uno tiene la impresión de que se acaban
porque a Montaigne le apetece tratar otro asunto que no hay manera de enlazar con
lo que venía diciendo, o porque el escritor es demasiado caballeroso (una gentileza
que se desdibujará con los años) para reclamar la atención de sus lectores más de
veinte páginas.
Volvamos por última vez a la Recherche. Mientras participa en una fiesta, donde el
paso del tiempo ha encanecido y arrugado el pelaje de los hombres y mujeres con los
que entró en el mundo como si fuera algo nuevo que fuese a durar siempre, el
narrador descubre que la vejez es algo propiamente humano, y se interroga para qué
sirve una vida: con todos sus momentos álgidos, las incertidumbres, los borrones del
aburrimiento, y millares de pensamientos que se revuelven en la mente y que nunca
llegan a expresarse. Uno sospecha que la respuesta de Proust le hubiese hecho torcer
el gesto a Montaigne: toda esa vida informe sirve como material para elaborar una
obra literaria, para salvar a los hombres que la tierra ya no puede retener mediante
una sofisticada recreación estética; una ambición de raíz romántica. Para Montaigne
los hombres prosiguen su vida en Dios y la escritura es un entretenimiento (aunque
no por eso menos sofisticado), solo un majadero confundiría la literatura con el fin
último del hombre en la tierra, su salvación contingente.
Claro que tampoco cuesta imaginar a un Cicerón o a un Séneca juzgando con
severidad desconcertada los Ensayos de Montaigne. A fin de cuentas ¿para qué sirve
abrirle al lector el libro de la propia vida, exponerle su intimidad, sus miedos, sus
cólicos? ¿En qué nos beneficia saber tantos detalles de una vida que no es la nuestra,
que no podremos volver a vivir, que ni siquiera, pues nuestro mundo ya no es el
suyo, podremos tomar seriamente como modelo?
Como sucede con las vocaciones, observadas a determinada altura todas las vidas
están sujetas a las mismas etapas, regidas por una pauta común que se resuelve de
manera distinta en cada caso particular. Aunque gran parte del tiempo que tenemos
asignado lo experimentamos en soledad, vivimos envueltos de opiniones, discursos,
testimonios y recuerdos ajenos, que lo queramos o no nos suministran los hilos con
los que tejemos nuestras expectativas, metas y objetivos. Existen dos discursos
culturales que pese a estar situados en extremos opuestos del valor coinciden en
tratarnos como a niños. La autoayuda (personal, empresarial, laboral, tanto da) se
basa en transmitirnos amables mentiras sobre nosotros mismos y el funcionamiento
del mundo, en renovar, libro a libro, el mismo cúmulo de esperanzas sin
fundamento. En las escuelas filosóficas de la sospecha (que inspiraron mucha de la
literatura escrita alrededor de las grandes guerras mundiales) percibimos cierta
propensión morbosa a encontrar una explicación repugnante a cada emoción o
pensamiento espontáneo e inocente (a la manera del padre que desconfía del hijo
incluso cuando no encuentra ningún motivo artero a su comportamiento).
Montaigne no trata de animarnos con falsas expectativas ni nos asusta como niños.
Pese a que ni con tres vidas nos alcanzaría para pensar por nosotros mismos los
Ensayos, Montaigne nos mira a la altura de los ojos. Quizá porque muchos de estos
ensayos recuerdan a veces a una carta disimulada y dirigida al fantasma de La
Boétie, en cuyo vacío nos sentamos cada uno de los lectores al pasar las páginas, el
tono de Montaigne se parece al de una conversación entre amigos, más interesados
en seguir y en deleitar, que en convencer e imponerse.
Los grandes libros forman una suerte de casas, de lugares donde nuestra mente
habita un tiempo. Algunas de las casas más prestigiosas son subyugantes, amplían
nuestra sensibilidad y nos maduran intelectualmente, pero Edipo rey, el Infierno de
Dante o el Rey Lear no son sitios donde la mente debería quedarse. Montaigne está
lejos de la jocosa brutalidad de Cervantes y del espectáculo de la hostilidad humana
que despliega Shakespeare. Es el más acogedor de estos tres escritores que entre
1580 y 1616 sentaron las bases del ensayo, la novela y el teatro modernos. En estas
coordenadas de intención y de tono podríamos decir que la lectura de Montaigne (en
sus Ensayos, sobre todo, pero también en su diario de viaje y en sus cartas) nos
aporta algo realmente estimable: compañía. Quizá la palabra esté en desuso, pero
califica bien la experiencia de leer a Montaigne: encontraremos autores más
intensos, un puñado de más imaginativos, pero me cuesta caer en la cuenta de otro
escritor de quien, al leerlo, se desprenda una sensación parecida de cercanía, una
proximidad inmaterial y desinteresada, la de una voz que se examina sin
restricciones para que incrementemos nuestro conocimiento sobre la existencia
humana, para nuestro provecho.
Volvamos ahora a formular la pregunta: ¿para qué sirve que alguien abra para
nosotros el libro de su intimidad? La sabiduría que puede proporcionarnos la
literatura es variable y amplísima, pero una de las peculiaridades distintivas de la
existencia es que debemos atravesarla en primera persona. Pero aunque no podamos
ni repetir los aciertos ni evitar los errores de ningún predecesor, supone un valor
incalculable que una mente despierta se comprometa a relatarnos una larga
secuencia de reflexiones verdaderas sobre su vida.
Febrero de 2014
https://www.megustaleer.com/libros/ensayos-los-mejores-clsicos/MES-053095/fragmento

También podría gustarte