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Seguí el impulso de venir, aun sabiendo que podrías no aparecer.

Me he equivocado en el pasado,
mi intuición está en formación todavía, entiéndeme, pero ajá. Me siento en la barra y empiezo a
medir el tiempo en birras.

1.

Hago un esfuerzo activo por no pintarme la boca de rojo, por no ser un poco más cliché. Me
concentro en no hacer contacto visual con los señores de la tercera edad, a pesar de la curiosidad
que me generan y las ganas de ser su amiga etílica temporal. Tengo ropa interior bonita e
incómoda, sería más o menos trágico que no aparecieras. Me dispongo para lo peor. Una birra
más y lo llamo.

2.

Coño. Trato de no impacientarme, de no atragantarme con la contestadora. No quiero ser una


llamada perdida. Entra una caraja con flores en la cabeza, llama mi atención. Quisiera ser de esas
mujeres hermosas y tristes que cantan boleros en una tasca cutre con un tocado floral, como de
película en blanco y negro. Empieza el autodesprecio. La caraja me mira en su camino hacia el
baño. Le sonrío, me devuelve la sonrisa. Le dice algo al chamo que atiende y me mira antes de
desaparecer por la puerta. Nunca es tarde para la bicuriosidad, supongo. Pienso en Emma Bovary.
Una birra más y me voy.

3.

No sé por qué me sigo refiriendo a ti como mi amor platónico, pero sí. Apareces. Ya, respiro.
Empiezo a disfrutar el reguetón de fondo.

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