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Prólogo
Factores que determinan la respuesta a la pérdida
Efectos de la pérdida sobre nuestro mundo
Duelo y enfermedad
Cronología del duelo
Las fases del duelo
Factores de riesgo de duelo complicado
Duelo después de pérdidas específicas
Duelo en el anciano
Facilitando el duelo normal en el adulto
Grupos de ayuda mutua en duelo
Derechos en el Duelo y decálogo del acompañante de duelo
PRÓLOGO
La experiencia de la pérdida de una persona amada es parte inevitable de la vida adulta. Aunque
la probabilidad de tal desgracia aumenta cuando el individuo envejece o vive en zonas de mucha
violencia, esta es una experiencia traumática y muy dolorosa: perder un ser querido es una de
las tragedias más graves que pueden sucedernos…, y es poco lo que sabemos de cómo actuar
con nosotros mismos o con nuestros familiares, amigos o conocidos.
Las reacciones a la pérdida de un ser querido varían y dependen de varias circunstancias como
la edad de los supervivientes, el nivel de apego establecido, la participación en el cuidado del
familiar en caso de enfermedad, la duración de las dolencias, las características de la muerte, el
nivel de comunicación entre los supervivientes, la aflicción anticipada, la compañía de otros y los
sistemas de soporte interno y externo.
Tradicionalmente se ha enseñado que la aflicción es una reacción normal que cada quien debe
asumir como mejor pueda, en la mayoría de los mismos sin ayuda especializada (sólo en caso
de complicaciones) y que, como tal, no debe ser ni excesiva ni muy expresiva; es decir, que a
pesar de ser tremendamente dolorosa, al mismo tiempo debe ser discreta o sin expresiones
emocionales. Sin embargo, no hay duda que recuperarse de una pérdida llega a ser tan difícil y
agotador que la intervención de los expertos en duelo, o la participación en grupo de ayuda
mutua, son muy eficaces para la gran mayoría de las personas; no olvidemos que la recuperación
de las pérdidas es el resultado de la suma de los recursos internos más los recursos externos;
los mejores resultados se obtienen cuando se utilizan ambos recursos.
Aunque el duelo es una experiencia traumática y dolorosa, fue sólo hasta finales de la década
de los años cincuenta cuando a las personas que habían perdido seres queridos se les comenzó
a prestar atención profesional organizada. La experiencia acumulada en la segunda mitad del
siglo XX y principios del siglo XXI, inicialmente en los países anglosajones y más tardíamente en
los latinos, ha hecho posible que los programas de seguimiento y facilitación del duelo ganen día
a día mayor aceptación entre el sector de la salud y la población en general.
Como la gente es nuestra razón de ser, esperamos y deseamos que las palabras aquí escritas
sean de gran utilidad para todos los lectores y sus familiares.
En este sentido, se han identificado varios elementos que explican la diferencia en la respuesta
que tienen las personas, y que es bueno conocer y tener presente antes de emitir un juicio por
sus reacciones:
3. La personalidad
Todos los seres humanos poseen personalidades, miedos y formas de reaccionar diferentes ante
sucesos angustiantes. En este sentido, todo duelo es único y no hay dos duelos iguales; es más,
la respuesta individual puede ser diferente en casos distintos. Obviamente no es lo mismo perder
un ser amado en la infancia, en la adolescencia o en la vida adulta; las estrategias de
afrontamiento adquiridas, adaptativas o mal adaptativas, parte muy importante de la
personalidad, van a influir notablemente en la respuesta y valoración del suceso angustiante. Por
otra parte, y aunque se trate de estereotipos, los hombres y las mujeres pueden tener tendencias
desiguales a la hora de expresar y enfrentar el dolor por la muerte de un ser querido; aunque
estos patrones de respuesta no son exclusivos, es decir, hay mujeres con estilos más masculinos
y hombres con estilos más femeninos en sus respuestas, sí que suelen apreciarse estas
discrepancias, especialmente ante la pérdida de un hijo, la viudez o la pérdida de uno de los
padres.
Si siguieras mi consejo, Fiódor Mijáilovich, cede a tu pena, no la resistas, llora como una mujer. Ese es el gran
secreto de las mujeres, eso es lo que les da ventaja sobre los hombres como nosotros. Saben cuándo ceder,
cuándo echarse a llorar. Nosotros, tu y yo, no lo sabemos. Aguantamos, embotellamos la pena dentro de
nosotros, la encerramos a cal y canto, hasta que se convierte en el mismísimo demonio. Y entonces nos da
por cometer alguna estupidez, solo con tal de librarnos de la pena, aunque no sea más que un par de horas.
Si, cometemos alguna estupidez que luego habremos de lamentar durante toda la vida. Las mujeres no son
así, porque conocen el secreto de las lágrimas. Tenemos que aprender del sexo débil, Fiódor Mijáilovich;
tenemos que aprender a llorar. J.M. Coetzee, El Maestro de Petersburgo
El hecho de que se observen tendencias diferentes de género para afrontar las pérdidas es,
realmente, afortunado, ya que esto da la opción de complementar y aumentar las propias
estrategias para afrontar el dolor. La mayor parte de estas respuestas de género son aprendidas
y/o culturales, aunque existen variantes genéticas en la capacidad de soportar mayor o menor
dolor (diferentes umbrales de dolor).
5. Duración de la enfermedad
Si la enfermedad que condujo a la muerte fue muy larga (en general, mayor de 12 meses), y el
cuidador fue activo y comprometido, es probable que afecte el proceso del duelo en un sentido
negativo, es decir, puede hacer más difícil o lenta la recuperación; esto se debe, al menos en
parte, al agotamiento a que condujo un cuidado de enfermedad tan largo. Aquellos que han
pasado por experiencias similares saben muy bien de lo agotador y extenuante que es el cuidado
continuado en estos casos (agotamiento físico, psíquico, familiar, económico, afectivo, etc.),
particularmente en los casos de enfermedades muy largas y complejas como las demencias. En
ocasiones puede darse una respuesta temporal plana, de “no sentir nada”, muy semejante a
estar bloqueado, simplemente por puro agotamiento. Entre 6 y 12 meses de duración, es
probable que no sea muy importante el efecto sobre la recuperación. Menos de 6 meses se
relacionan con un buen resultado del duelo pues puede quedar un sentimiento de satisfacción
por haber cumplido con una muy difícil tarea. Este sentimiento no quitará el dolor pero sí que
ayuda en la recuperación al evitar asuntos pendientes molestos relacionados con el cuidado.
En este sentido, se reconoce entonces que la recuperación (R´) es igual a la suma de los recursos
internos más los recursos externos (R´= Ri + Re). Esto significa que se puede hacerlo solo, sin
la ayuda de nadie, o con la ayuda de otras personas. Debido a que el duelo es un proceso muy
dinámico, es decir, el deudo se estará moviendo de un extremo al otro según las necesidades
particulares en un momento determinado, no siempre la ayuda será necesaria, ni la ayuda
necesaria será siempre la misma. Tanto los niños como aquellos familiares con algún grado de
discapacidad cognitiva -cuyos recursos internos son más escasos- requerirán más de los
recursos externos para su recuperación. Si el superviviente tiene poco o ningún apoyo social o
familiar, o lo percibe como insuficiente, el proceso puede complicarse. La experiencia clínica en
el trabajo con sujetos afligidos muestra que uno de los factores más importante para la
recuperación, quizá el que más, es la presencia de otro ser humano cerca del deudo, muy
particularmente si tiene conocimientos básicos sobre la aflicción.
7. Nivel de comunicación
Uno de los factores que más modifica la expresión del dolor tras la muerte de un ser querido, y
que más trabas pone en el proceso de recuperación, es el trastorno en la comunicación que
aquella produce entre los familiares, amigos y viceversa. Una reacción frecuente es la de no
mostrar a otros la angustia personal para de esta forma no angustiarles, y los otros hacen lo
mismo: no se angustian para no angustiar. Así, no es raro escuchar frases como:
“Espero a que todos se vayan y me pongo a llorar sola/o”; “lo hago en las noches debajo de las
cobijas”; ”lloro mientras me estoy duchando”; ”me encierro en un armario para no molestar a los
demás”; salgo a la calle a llorar y, si vuelo con los ojos rojos, digo que fue que un coche me echó
arenilla y tengo una conjuntivitis aguda” (y todos “inocentemente” nos creemos lo de la
conjuntivitis), o, como nos contaba una señora a la que le preguntábamos si la dejaban llorar en
su casa: “si doctor, a mí sí me dejan hacerlo en casa: ¡qué bien! –contesté, y ¿cómo es eso? Ah,
doctor, estoy en medio de la sala, con mis doce hijos, mis nueras, mis yernos, mis nietos…,
somos como sesenta personas, y empiezo a llorar, ¡y todos se van, como si tuviera una
enfermedad contagiosa!, y me dejan sola en medio de la sala”; también es frecuente escuchar
cómo se le dice a un niño o a un adolescente comentarios como este: “si, llora, llora que eso es
muy bueno; vete a hacerlo a la habitación y cuando estés más tranquilo vuelves”. En un caso
extremo, una señora comentaba que ella solo lloraba cuando llovía: “se ponía a llover y ella salía
a la calle, sin paraguas, y lloraba libremente mientras el agua se confundía con sus lágrimas”.
Sin duda, “aguantarse” el dolor (reprimirlo), como estrategia general o como conducta en
determinadas circunstancias, no presenta ninguna utilidad desde el punto de vista de la
economía del duelo, pues el mismo hecho de “aguantarse” consume energía innecesaria que
debería ser empleada en otras cosas; no obstante, es una actitud muy aprobada y reforzada por
el entorno, así como por el propio sujeto con el ánimo de no mostrarse débil, no alterar un entono
que ya de por sí está alterado, una forma de no “sentir tanto dolor”, si bien, al mismo dolor se le
añade la imposibilidad de expresarlo, con lo que esta actitud en lugar de calmar el dolor, lo suele
empeorar.
Con este tipo de conducta, la familia, en lugar de cerrarse sobre sí misma, se dispersa y cada
uno se aflige a su manera. Con esta actitud lo único que se logra es construir un muro entre ellos,
una barrera a través de la cual pasan algunas cosas y otras no, perdiendo de esta forma la más
valiosa estrategia para la recuperación: una buena comunicación, un espacio, unas personas
con las que poder llorar y hablar libremente de la muerte, el dolor, la ausencia, la angustia, la
falta que hace, etc. En otras palabras, se pierde una de las funciones más importantes de la
familia, la del apoyo y soporte mutuo. Mucho del trabajo de los más exitosos terapeutas en duelo
tiene que ver con ayudar a las familias a recuperar sus canales de comunicación de forma tal
que las familias se conviertan en el más importante grupo de ayuda mutua para sus miembros.
11. Edad
La edad está implicada en dos aspectos diferentes en la respuesta a la pérdida de un ser querido;
en primera lugar, la edad del doliente determina en parte su respuesta a la pérdida, pues esta
está directamente relacionada con los prejuicios, el conocimiento adquirido y las estrategias
disponibles para enfrentar el hecho; no hay duda que la respuesta es diferente en la infancia, la
adolescencia, la madurez o la vejez; el curso de la vida, y los múltiples factores que la pulirán,
determinarán la respuesta a la pérdida; en segundo lugar, la edad (o duración de una relación)
no es un factor tan determinante de la reacción tras la pérdida como así lo parece, pues si se
pierde una larga relación, el volumen de recuerdos es muy grande (por ejemplo, el volumen de
fotos), si bien el volumen de sueños por cumplir suele ser poco (la mayoría se cumplieron); por
el contrario, si la relación fue corta, el volumen de recuerdos es corto (pocas fotos), si bien el
volumen de sueños por cumplir es muy grande. Es muy difícil saber que duele más, si los
recuerdos acumulados o los sueños por cumplir; realmente la única persona autorizada para
afirmarlo es el propio doliente. Sin duda “Sr es diferente a sR” (siendo S y s sueños y R y r
recuerdos).
Como puede verse, existen muchos factores que modifican lo que se expresa cuando se pierde
un ser querido y que ayudan a entender el por qué las personas responden de una u otra manera;
por ello, es muy sano y sensato abstenerse de emitir juicios de valor respecto al por qué una
persona lo hace de una manera en particular sin antes conocer o entender la complejidad de la
respuesta y las múltiples variables que pueden intervenir para explicar su forma de manifestarse
ante el dolor.
Si la muerte no fuese más que dolor, no sería tan difícil la recuperación, pues los afectados sólo
tendrían que acudir a médicos, brujos, chamanes, hierbateros, naturistas, bioenergéticos u
homeópatas para que les suministren “gotas, pastillas o inyecciones que les remedien la
aflicción”, que les calmen su dolor. Pero este trance es difícil, no porque duela, sino porque
destruye, desmorona y desorganiza el mundo personal en mayor o menor medida; ese castillo
de naipes que tanto tiempo costó construir, ese rompecabezas que tanto esfuerzo demandó
armar, se ve, de un momento a otro, destruido.
Ese mundo, constituido por tres gran ejes o dimensiones, -la realidad, el sentido de vida y la
personalidad-, se verá afectado, individual y colectivamente, según el grado de participación que
tuvo en cada una de éstas la persona que murió: A mayor compromiso, mayor sensación de
destrucción.
1. De forma súbita, la realidad (es decir, la rutina diaria, las reacciones frente a las cosas, las conversaciones,
proyectos, anhelos e ilusiones conjuntas) se hace pedazos. El caos se apodera de una vida que hasta ese
momento se tenía por segura: lo seguro y ordenado se vuelve caótico y potencialmente peligroso. No sólo se
desbarata el entorno, sino que aquellas personas con las que antes se contaba para darle continuidad a la vida
se vuelven extrañas, confusas en sus respuestas o están muy absorbidas por su dolor y desconcierto. De
hecho, ese mundo previo dejó de ser confiable y seguro, y se convirtió en un lugar donde cualquier cosa puede
suceder.
2. Si la persona fallecida era importante para la interacción diaria con otros o con el mundo, es probable que
el sentido de la vida se desbarate o se pierda: ahora nada tiene razón de ser porque la persona ya no existe.
3. Cuando se convive muchos años con otra persona, la intimidad llega a tal grado que puede ser muy difícil
saber lo que es de uno y lo que era del otro. Así, cuando un ser querido fallece se puede tener la sensación
de haber perdido una parte esencial de uno mismo, de experimentar vacíos o sentirse extraños o irreales.
DUELO Y ENFERMEDAD
“Debemos darle formas, palabras, color, sonido y olor al dolor, pues dolor que no se expresa termina rompiendo el
corazón”
(Modificado de Shakespeare)
Cuando la angustia no se traduce en lágrimas, hace llorar a otros órganos
H. Maudsley
Las personas en duelo y su familia y amigos deben ser conscientes del riesgo en los días y semanas después
de escuchar de alguien cercano muere. Además, los médicos y otros proveedores de salud deben ser
conscientes de este vínculo. La incidencia de infarto agudo de miocardio en el duelo inmediato se eleva hasta
21,1 veces en las primeras 24 horas de la muerte de una persona importante y se reduce en cada día
subsiguiente, si bien se mantiene unas 6 veces mayor de lo normal durante la primera semana del duelo. El
riesgo sigue cayendo constantemente todos los días después de eso, pero aun así se mantiene elevado.
Al menos cuatro factores intervienen para producir un mayor riesgo de enfermar como
consecuencia de la muerte de una persona: 1. Cambios en los hábitos de salud del superviviente
que abandona las rutinas previas; 2. Negligencia para prestar atención a los signos precoces de
enfermedad; 3. Manejo inapropiado o descuido de las dolencias anteriores (por ejemplo, diabetes
e hipertensión arterial entre otras). 4. Ausencia del cuidado que solía ser provisto por el fallecido.
1. Eje Neural
Cuando una situación de estrés es percibida, se dispara el Sistema Nervioso
Simpático que aumenta la frecuencia cardiaca -palpitaciones o taquicardia- y
acelera la respiración, y el Sistema Nervioso Periférico, encargado de regular el
nivel de tensión muscular y ejecutar los distintos movimientos del organismo. Si
la situación de perturbación desaparece, la celeridad irá reduciendo
gradualmente, pero si ésta se mantiene (como es la pérdida de un ser querido),
el primer eje no puede funcionar durante mucho tiempo a niveles tan altos y
ocasiona la activación del segundo eje.
2. Eje Neuroendocrino
La aceleración es más lenta que la del eje anterior, pero de mayor duración. Para
que ésta se dispare son necesarias condiciones de estrés más mantenidas, que
desembocan en síntomas cardiovasculares como el aumento de la presión
arterial. Su activación (aumento en la producción de adrenalina y noradrenlina)
depende de la manera como la persona advierta la situación y de su capacidad
para hacerle frente. Si no puede hacer nada y adopta una posición pasiva,
entonces, entra en operación la siguiente fase.
3. Eje Endocrino
La activación es más lenta que los anteriores y de efectos más duraderos
(aumento en la producción de cortisol, entre otros); requiere una situación de
estrés mucho más mantenida e intensa, y es en el que se incluyen las causas
crónicas del mismo: la depresión, el sentimiento de indefensión, la pasividad, la
percepción de falta de control, la inmunodepresión (con el consiguiente aumento
de infecciones) y los síntomas gastrointestinales.
Hoy día, las personas solemos tener la tendencia a enfrentar una pérdida humana más con la
razón -planeamos la manera de afrontar la situación y los problemas que este trae implícitos-
que con el corazón. Ya no hay actividad física como respuesta al estrés, hay pensamientos y
razonamiento, una actitud más pasiva por cierto. Así, el organismo se queda con una carga extra
de energía suplementaria, con un exceso de hormonas de estrés agudo (recordemos que la
actividad física, por ejemplo el caminar, es una de las mejores formas de gastar el exceso de
esas sustancias). No debemos olvidar que el duelo no se resuelve con la razón sino con el
corazón: no hay que pensar tanto, hay que, mayoritariamente, sentir (palabra mágica en el
duelo).
El Mito
“El tiempo lo cura todo” o “todo es cuestión de tiempo”, es un mito que afecta el
desarrollo del duelo porque da a entender que el dolor obligatoria y espontáneamente
mejorará con el paso de los días, cuando, en verdad, suele ser al contrario: los días
transcurren y el sufrimiento empeora. Esto se debe a que no todos los tiempos en que
viven los seres humanos tienen la misma importancia o presencia durante el proceso de
recuperación.
El tiempo cronológico, aquel que medimos con el reloj y los calendarios, y el cual nos
ayuda a entender que el ser querido murió hace tres semanas, tres o cinco meses, no
tiene mucha importancia durante los primeros 12 o 24 meses, pues el dolor que se siente
parece ser el mismo o, más frecuentemente, peor. El tiempo biológico, que es el del
organismo (la edad biológica), es intrascendente en este asunto y no tiene mucha
importancia durante el proceso, a menos que la persona pertenezca a la tercera edad o
sea un niño por las peculiares características de su madurez y expectativas de vida. Por
su parte, el tiempo subjetivo es la vivencia que cada uno tiene del paso del tiempo
cronológico y se entiende cuando los acontecimientos amargos y dolorosos lo alargan y
los felices lo acortan. Este es el tiempo que domina la experiencia del duelo, es personal
y diferente en cada persona. De esta forma, no es el paso del tiempo el que cura, sino lo
que uno hace con y en ese tiempo.
Antes de emitir un juicio sobre el tiempo que lleva una persona invertido en su recuperación
(“aunque mi madre murió hace 2 años, el dolor que siento es como de 8 meses”), es preciso
conocer todos los detalles referentes a la evolución del proceso hasta ese momento;
seguramente allí podrá objetivarse la razón o las razones que llevan a esta frecuente asincronía.
No es si no pensar, por ejemplo, en lo que diferentes crisis concurrentes pueden hacerle al
trabajo del duelo y a los diferentes tiempos involucrados.
Puede presentarse una o sólo algunas de ellas por vez, el predominio de una sobre otras o
escalonadamente, pudiendo persistir algunas por un tiempo más prolongado o continuar en la
siguiente fase, mezclándose con elementos de la inmediata, generando con ellos diferentes
momentos como puede apreciarse en la gráfica:
Aunque ha sido un modelo muy criticado desde el punto de vista teórico, esta presentación en
fases nos ayuda a entender el duelo como un proceso, y no como un hecho, y permite conocer
por anticipado aquello que puede o no pasar a lo largo de ese camino o viaje en que se constituye
la aflicción; de esta forma, la persona estaría más preparada para los malos momentos que
pudieran o no presentarse.
Para algunas personas, esta visión del duelo puede llegar a ser muy pesimista pues “anuncia”
momentos muy duros (de hecho, el duelo lo es); ¿qué tan bueno o qué tan malo es saber por
anticipado lo que puede suceder más adelante en el camino del duelo? ¿Qué tan bueno es
conocer las fases del duelo por anticipado? En otras palabras, ¿qué tan bueno es conocer la ruta
del viaje desde antes? ¿Qué tan bueno es prepararse con anticipación al saber que vendrán
momentos más difíciles? Todo este saber tiene un propósito: animar al doliente a adquirir
herramientas, paso a paso, que la ayuden a sortear los diferentes momentos del duelo. No es
una visión pesimista: el duelo es así, y mal haríamos con decirle a la persona lo contrario,
dejándola sin la opción de acopiar herramientas para enfrentar lo que se venga.
En el momento B, por ejemplo, la fase predominante es la 2, pero aún existen elementos de la fase 1 y aparecen
otros de la fase 3; por otra parte, aún existen cosas sin resolver de la fase 1. Así puede apreciarse para los
demás momentos del duelo.
No tienen una estructura de escalones verticales, sino más bien horizontales, y la persona puede
estar en la primera fase, y con un pie entre la primera y la segunda, y tener la sensación de
retroceder, es decir, dar un paso adelante y luego otro atrás, reflejando con ello la dinámica del
proceso (ver tabla anterior). En realidad, en el duelo no se retrocede: o uno se estanca (por un
nuevo duelo), el proceso se enlentece (por crisis concurrente) o se agudiza por la presencia de
una nueva y olvidada oleada de angustia aguda, propia de la primera fase del duelo, dando esa
falsa sensación de retroceso. El duelo es un camino sin retorno en el que algunos podrán
quedarse estancados, otros rezagados y finalmente otros que llegarán renovados; mucho del
resultado final dependerá de la efectividad de sus recursos externos.
Existe una dinámica del duelo que, aunque no muy reconocida, es francamente
evidente: durante el período de recuperación se suceden alternativamente
“momentos de trabajo activo” en los que el deudo hace lo más que puede por
recuperarse o sentirse “menos mal”, y “momentos de no-trabajo”, de descanso,
de stand-by, de reposo expectante, “zonas de hidratación” parecidas a las que se
dan en las maratones.
Incredulidad
Se trata de una de las primeras respuestas a la pérdida: la persona no cree lo que le está
pasando, es una pesadilla; su familiar está trabajando, de vacaciones, en el hospital; esto no
puede pasarle a él, es un error.
Debido a que no es obligado ni preciso aceptar “de una vez” tan dolorosa realidad, la persona se
moverá entre períodos de aceptación y de negación, según ella considere oportuno o necesario
para su nivel de angustia.
La negación es un mecanismo muy útil mientras la persona no se sienta capaz de aceptar una
realidad dolorosa; además, nunca debe olvidarse que solo puede negarse lo que ya se conoce,
es decir, la persona “sabe” la verdad, pero no quiere tenerla en su presente en un momento
determinando porque no la soporta. No se puede negar lo que no se conoce. Es, por tanto, un
mecanismo útil y protector. Solo si la negación no le es útil a la persona o le está generando más
conflicto que beneficio, podrá ser suavemente confrontada y corregida conjuntamente.
Por otra parte, la aceptación no es un proceso tan simple y unitario (no es en singular) como las
personas que rodean al deudo pretenden cuando dicen "es que tiene que aceptarlo". Por el
contrario, se trata de un proceso de adaptación complejo y en plural. Esto se debe a que existen
dos diferentes tipos de aceptación en el duelo; la primera que suele presentarse es la aceptación
intelectual, aquella que viene de la confrontación con la realidad: vi el cuerpo muerto, escuche
cuando dijeron “se murió”, vi cuando ocurrió el accidente o lo mataron, recibí las condolencias,
etc.; es muy cerebral y es allí donde ocurre la pelea inicial de no aceptación; los pensamientos
obsesivos iniciales (ver más adelante) tiene el propósito de reforzar este tipo de aceptación. La
aceptación emocional, por el contrario, es más fragmentaria, pues aceptar que ya no se le
puede abrazar, besar, conversar con él/ella, caminar juntos, etc., es otra cosa que amerita un
muy lento proceso de adaptación y aceptación; en mi experiencia, es más un proceso de renuncia
(renunciar a que vuelva a hacer parte de la vida diaria) que de aceptación; el repaso obsesivo,
propio de la tercera fase del duelo, tiene el propósito de reforzar este tipo de aceptación.
Por otra parte, aceptar que una persona se murió es también aceptar que cada uno de los roles
que ésta cumplía morirán o se perderán definitivamente, además de todo lo otro que hay que
aceptar. El frecuente conflicto que se presenta entre la aceptación intelectual y la aceptación
emocional ayuda a romper las uniones de apego con el difunto.
Anulación psíquica
Fenómeno temporal en donde la capacidad de comprensión (de procesar la información que se
recibe) se ve alterada y la persona, para su interacción con el medio, está sujeta a los estímulos
que le aportan sus sentidos (en términos coloquiales “se cierra el entendedero”, no coordina); de
esta forma, la memoria sensorial (particularmente la visual y auditiva) no sólo está bien
conservada sino muy activa, y acompañada de una hipersensibilidad a la comunicación no verbal
(la que viene de los gestos, postura, tono de la voz, etc.). Como consecuencia, los errores y los
accidentes menores pueden ser frecuentes, así como también puede reducirse el rendimiento
laboral/escolar o la efectividad del mismo. Finalmente, y como consecuencia de este fenómeno,
las personas que rodean al deudo, así como las personas involucradas en la atención inmediata
tras la muerte (hospital, policía, sector funerario) deben tener muy presente cuidar su lenguaje
no verbal ante la hipersensibilidad del deudo al mismo.
“La neurología ha demostrado que los sentimientos dependen del sistema límbico y el razonamiento y la
memoria a largo plazo del córtex cerebral. Ambas partes del cerebro tienen una curiosa propiedad: si se altera
una, cuesta más que funcione la otra. Por eso, cuando tenemos una experiencia traumática (sistema límbico)
nos cuesta pensar con claridad y razonar (córtex); de este modo cuando le pedimos a una persona en un
estado emocional importante (sistema límbico) que piense en algo (que conecte con su córtex) le costará, pero
si cree que eso es de vital importancia, se esforzará, para lo cual intentará calmarse, es decir, desconectar de
ese sistema límbico para conectarse con su cortex” (Claramunt, M.A., Álvarez, M., Jové, R. y Santos, E.: La
cuna vacía. El doloroso proceso de perder un embarazo. La esfera de los libros, Madrid, 2009)
Cuando se está inmerso en emociones difíciles, somos incapaces de valorar adecuadamente los
elementos necesarios para tomar una decisión importante: ya lo dice el dicho “no tomes
decisiones importantes mientras las aguas están revueltas”.
Confusión e inquietud
El impacto de la pérdida deja al deudo aturdido y confundido, con sensación de entumecimiento,
anestesia emocional o desorientación; con frecuencia no sabe qué hacer, dónde acudir, a quién
consultar o dónde estar. Puede moverse de un lado a otro sin sentido, mostrarse inquieto,
utilizando el movimiento como estrategia para descargar ansiedad y angustia. Se trata de algo
pasajero y de las primeras horas o días.
1. Los recuerdos conscientes: son los que se presentan cuando decidimos evocarlos de manera
consciente. Se dirigen a un tiempo concreto o a un objeto que despierta el pasado con sus detalles.
No suelen tener el potencial de disparar una oleada de angustia aguda, excepto en momentos
particulares de especial sensibilidad como pueden ser las fechas significativas o los aniversarios.
2. Los recuerdos inconscientes: son aquellos que se despiertan sin que nos demos cuenta y que
suelen ser evocados por estímulos externos (un sonido, una imagen, un olor, una circunstancia, una
persona). Suelen producir oleadas de angustia aguda más breves y de menor intensidad que los
recuerdos traumáticos.
3. Los recuerdos traumáticos: son inconsciente, poco consistentes y normalmente surgen sin control.
A veces aparecen en forma de imágenes intrusivas y frecuentemente el estímulo desencadenante
no es reconocido. Disparan las respuestas de estrés agudo y dejan a la persona desbordada de
emociones. Es la respuesta típica de las oleadas de angustia aguda con todo su dramatismo.
Despersonalización-desrealización
Sensación que tienen las personas de que el mundo no es real, que parece falso, brumoso,
lejano, o como si lo vieran a través de un velo; otras dicen ver el mundo como si vieran una
película; se sienten raros, como si les hubieran cambiado; no comprenden lo que pasa, todo
parece extraño, irreal; oyen lo que se les dice y no lo entienden, y sienten todo como lejano;
pueden ver las cosas incoloras, desteñidas y lejanas. Es frecuente y suele ser transitorio.
Amnesia disociativa
Este tipo de trastorno, también conocido como amnesia funcional o amnesia psicógena, se
caracteriza por una fuerte pérdida de memoria provocada por el intenso estrés psicológico que
se presenta en las fases iniciales del duelo y que no puede atribuirse a causas físicas; incluye la
presencia de amnesia retrógrada (la incapacidad de recuperar recuerdos almacenados
previamente) y la ausencia de amnesia anterógrada (la incapacidad de crear nuevos recuerdos
a largo plazo). La amnesia disociativa está provocada por causas psicológicas en mayor medida
que fisiológicas.
Algunas expresiones del duelo agudo, por ejemplo, oleadas de angustia aguda,
amnesia disociativa, despersonalización y/o desrealización, pueden llevar a
confundir fácilmente a los profesionales de la salud y recetar medicamentos que
a largo plazo dilatan el proceso de la recuperación. La farmacología para
dolientes es verdaderamente una zona gris.
Escotomas emocionales
Pérdida temporal o a largo plazo de “ciertos recuerdos o imágenes”, muy puntuales, a modo de
manchas oscuras en la memoria (que se asemejan a los escotomas del campo visual) que no
pueden ser recuperados con facilidad por su fuerte contenido emocional. Pueden ser
generadores de angustia en algunas personas.
Pensamientos obsesivos
Repetición mental constante, a modo de imagen fotográfica, de los eventos que condujeron a la
pérdida (por ejemplo, sus últimas palabras, la forma en que murió, expresión de la cara, heridas
sufridas). Al tratarse de un estímulo negativo (doloroso, angustiante), una estrategia que ha
mostrado ser útil a los deudos es la de oponerle otro estímulo de tonalidad contraria, es decir,
muy positivo (por ejemplo, una de aquellas imágenes o fotografías que suscitan una sonrisa o
un gesto muy tierno sólo al verlas) y que la persona debe llevar con ella para cuando se presente
uno de estos pensamientos obsesivos. Cuando el cuerpo del fallecido no es visto, estos
pensamientos son sustituidos por “fantasías obsesivas”, las cuales pueden llegar a ser más
angustiantes que la propia imagen real. Como hemos visto, el propósito de repetir una y otra vez
lo sucedido en el inmediato del duelo, tan doloroso y molesto para la mayoría, tiene un propósito
adaptativo muy positivo: ayudar a la aceptación intelectual, la más precoz de las aceptaciones;
la repetición que ocurre al final del primer año (con temas de este tipo: curso del duelo,
acompañamiento, personas ausentes, cambios apreciados en la propia vida, enfermedades que
aparecieron, etc.), como parte importante de la tercera fase del duelo, tiene el propósito de ayuda
a la aceptación emocional, bastante más tardía.
Síntomas físicos
Aunque no son de obligada presencia, sí que pueden presentarse uno o más de ellos al mismo
tiempo. Se relacionan con la activación de los ejes neural y neuroendocrino. Entre ellos están:
sequedad de boca y mucosas, respiración suspirante, debilidad muscular, llanto, temblor
incontrolable (particularmente en manos), perplejidad, trastornos del sueño y del apetito, manos
frías y sudorosas, náuseas, aumento de la frecuencia urinaria, diarrea, bostezos, palpitaciones y
mareos. Su presencia puede alarmar a personas, por lo demás, previamente saludables.
Existen emociones que nos ayudan a estar en contacto con lo ocurrido y otras que nos ayudan a
desconectar del dolor. La emoción que más distrae del dolor, de la tristeza, es el enfado. Es lo que
denominamos una emoción tapadera. Las personas que se aferran a sus irritaciones, odios y deseos
de venganza de manera insistente suelen temer que una vez que el enfado se haya desvanecido,
deberán forzosamente afrontar su dolor. Detrás de una persona en duelo enfadada, hay una persona
que necesita llorar. Payàs Puigarnau, A.: EL mensaje de las lágrimas. Una guía para superar la
pérdida de un ser querido. Paidos, divulgación, Barcelona, 2014
El para qué es un cuestionamiento muy socorrido cuando no se tiene respuesta lógica, sensata,
creíble para el por qué. ¿Para qué me pasó esto o aquello? Es difícil saberlo, en particular cuando
no se tiene claro desde qué perspectiva se hace la pregunta o cuando la pregunta es
estrictamente desde una sola perspectiva. Esta pregunta se puede plantear desde dos
perspectivas, mutuamente incluyentes: 1. Desde la perspectiva convencional, las posibilidades
son muchas: para aprender del amor, del apego y del desapego, para entender a otros, para
sensibilizarme, para entender que todo es muy breve (“la vida es un ratico”), para vivir el hoy,
para estar al día con los otros seres queridos, para no tener asuntos pendientes, para ser más
compasivo; en este mismo sentido, para algunas corrientes religiosas puede ser desde un
castigo, una prueba, un premio o hasta algo en lo que la propia divinidad no interviene o ignora
(“eso no son cosas de Dios, es de los hombres”). Para muchos estas respuestas serán
satisfactorias, para otros no, y pasarán el resto de su vida haciéndose la misma pregunta sin
encontrar una respuesta plenamente satisfactoria; de hecho, para muchos no tiene sentido. 2.
Desde el punto de vista no convencional, la respuesta es simple: para aprender, para despertar
aspectos adormecidos del propio ser, para dar cumplimiento a una tarea previamente planteada
o como medio de resolver karma pendiente. De igual manera, muchos encontrarán satisfactoria
esta postura, otro no. Su análisis permite sacar al menos 2 conclusiones: A. El para qué puede
variar según la etapa o fase evolutiva del proceso del duelo, y B. El para qué exige de una
retrospectiva, es decir, solo puede encontrarse una respuesta si se mira para atrás y se analizan
con detalle las consecuencias del hecho en la vida actual; tal vez allí, a cierta distancia
(psicológica, espiritual, afectiva, cronológica, etc.) pueda encontrarse una respuesta.
Otras reacciones
Pensamientos negativos sobre el futuro, desesperanza, revisión negativista o pesimista de la
vida, fantasías de suicidio, sensación subjetiva de tensión y/o de haber sido sobrepasado por las
circunstancias, respuestas explosivas como pérdida de control, dificultades de concentración,
incapacidad transitoria para el mantenimiento de las actividades de la vida diaria, imposibilidad
para descansar y disforia. El miedo también juega un papel importante en el duelo,
particularmente en relación con las resistencias a determinados cambios y el inevitable miedo a
perder de nuevo.
Es también frecuente que el deudo se haga una “autopsia psicológica” (dónde se obró mal),
“espiritual” (cuáles preceptos religiosos no se llevaron o se llevaron mal) y “emocional” (si se le
dijo que se le amaba o no) una vez acaecida la muerte y a lo largo del largo camino del duelo.
¿Qué hacer?
Primera fase
1. No se fuerce a aceptar las cosas de una sola vez. Es normal que a ratos acepte lo sucedido y a ratos
lo niegue.
2. Déjese cuidar, delegue las funciones que pueda y no tome decisiones importantes, excepto las que
sean obligatorias. Debido al fenómeno de la anulación psíquica, es probable que su actuar sea torpe y
descuidado.
3. Haga un ejercicio suave, especialmente caminar: el moverse es una excelente estrategia para
descargar ansiedad, angustia y enojo.
4. Cuando se presenten las oleadas de angustia aguda, tome un vaso de agua fría, recuéstese en cuanto
pueda y llore, llore hasta que se calme. En caso de que no pueda ponerse a llorar, camine rápido dentro
de su casa, en el trabajo o en un parque, o suba y baje escaleras.
5. Recuerde buscar una imagen o pensamiento muy positivo para contrarrestar el o los pensamientos
obsesivos.
6. No se angustie por los fenómenos de despersonalización y desrealización. No está enloqueciendo y
son pasajeros.
7. En vista de la presencia de múltiples síntomas físicos, cuídese y acuda al médico a revisión,
especialmente si tiene enfermedades previas.
8. No se quede con nada dentro, exprésese lo mejor que pueda. Busque quien le escuche y le acompañe
sin juzgarle o criticarle, o darle consejos desde la razón para un problema que es del corazón.
9. No busque respuestas por ahora, exprese lo que siente sin cuestionárselo: hay poco espacio para lo
racional.
10. Hágale caso a su corazón; solo usted sabe lo que le conviene; no existen manuales que digan qué
es lo correcto en los primeros días o en las primeras semanas. Si tiene dudas, pregunte a los especialistas
en duelo.
La fase inicial del duelo es casi un 100% emoción, y la razón va ganando poco a poco en la
medida en que la emoción encuentre un recurso apropiado para descargarse; si este recurso es
externo, la razón irá por buen camino; si el recurso es interno (por ausencia/ineficacia de los
recursos externos), el deudo terminará por enfermar (somatizar) y cronificar su sufrimiento,
circunstancia en la que la emoción no da paso a la razón.
No tengas prisa, vive el presente todo lo que puedas, estas empezando a caminar y te espera un largo viaje.
No mires más allá de hoy, lo justo para vivir el día a día. No te hagas demasiadas preguntas. Es importante
que vivas este momento adaptándolo a lo que necesitas ahora mismo. Procura que las decisiones que tengas
que tomar sean las que sientes que son buenas para ti. Payàs Puigarnau, A.: EL mensaje de las lágrimas. Una
guía para superar la pérdida de un ser querido. Paidos, divulgación, Barcelona, 2014.
¡Hazle caso a tu corazón!
Ansiedad de separación
Nerviosismo, protesta y malestar por la separación, sensación de desasosiego, de inquietud
interior por no ver al ser querido, y que la persona suele expresar con un angustiante ruego a
Dios: “déjame verlo aunque sea cinco segundos, un solo segundo”. Se relaciona con el fracaso
actual de la permanencia del objeto: ya el objeto, si no está en mi campo visual, no existe (porque
está muerto). Una estrategia que ha mostrado ser útil para reducir su intensidad es la presencia
de objetos transicionales, objetos que pertenecían al ser querido y que están cargados de su olor
o de su “energía”. Es uno de los síntomas más persistentes y angustiantes del duelo, más difíciles
de soportar y controlar, y se asocia a otras expresiones fenomenológicas de la aflicción.
Estrés prolongado
Aunque los deudos dispongan de estrategias de afrontamiento efectivas para enfrentar la
aflicción aguda, la situación estresante es intensa y se mantiene, por lo que los efectos de la
activación de los ejes fisiológicos iniciales perduran. La magnitud del estrés resultante es variable
y depende del dinámico balance existente entre los recursos internos y externos.
Culpa
Se trata de un sentimiento común a todo tipo de pérdida, presentándose en dos variedades: (1)
Racional o directamente relacionada con la causa de muerte (esta variedad no es frecuente en
el duelo), y (2) Irracional, aquella que pretende explicar lo sucedido con preguntas del tipo “por
qué no hice o dije” y los conocidos “debería” y “hubiera” de la aflicción: “debí haberle insistido
más en que fuera al médico”, “en que tomase el autobús”, “si hubiera hecho esto o aquello”, etc.
Los hubiera y debería van dirigidos hacia sí mismo (culpa irracional), hacia los otros (culpa mixta)
o hacia el otro (el muerto, irracional). Dentro de toda culpa irracional en el duelo siempre existe
un núcleo más o menos pequeño de culpa racional. Toca identificarlo y aclararlo; esto se debe,
en parte, a la presencia del pensamiento mágico.
Una estrategia efectiva para aprender a vivir con este sentimiento, en particular con la culpa la
irracional, es el aceptarla como uno más de los fenómenos que se presentan en la aflicción, es
decir, reconocerla como un síntoma tan normal del duelo como lo es la angustia, la tristeza o la
desesperación. Una culpa no resuelta (y secreta) es una causa frecuente de duelo complicado.
¿Hasta cuándo es normal sentir culpa irracional?: “hasta siempre o al menos hasta que me
perdone el no ser perfecto y acepte mi propia imperfección”.
Si tenemos en cuenta que si el corazón no llora otro órgano lo hace por él, en casos
extremos de culpa el cuerpo “se puede castigar así mismo” con enfermedades y
cirugías múltiples por una culpa no aclarada o resuelta.
La culpa es el reflejo del esfuerzo que hace el deudo por entender las cosas, por darle una lógica
a lo sucedido, por reparar el vínculo; en ningún momento es un reflejo del amor pues pueden
amar tanto el que tiene culpa como el que no.
Ensoñación
Aunque muchas personas no recuerdan lo soñado la mañana siguiente (pues esto depende de
muchas variables), es durante esta fase del duelo que los sueños son más prolíficos, cambian
de contenido o calidad, o pueden hacerse más frecuentes.
Otras reacciones
Aunque ya no son tan persistentes, por momentos pueden presentarse incredulidad, cierto grado
de negación, frustración, trastornos del sueño, sensación de alivio por una situación conflictiva o
difícil terminada, miedo a la muerte y añoranza.
¿Qué hacer?
Segunda fase
1. Como en la etapa anterior, no se fuerce a aceptar las cosas de una sola vez. Recuerde que es un proceso
lento. De seguro ya acepta muchas cosas y deberá permitirse esos momentos de rebeldía, de no querer aceptar
las cosas tal como son. Entra las estrategias para favorecer la aceptación emocional están el hacerle una
biografía al ser querido, presentarlo como protagonista en una sesión grupal, hablar de él/ella, tener un rincón
o espacio en la casa dedica a él/ella.
2. Refúgiese por ratos en su habitación, póngase en posición fetal, acompáñese de alguien (si lo desea) y llore
como un niño o una niña todo lo que pueda; si le duele la cabeza, tómese un analgésico de su preferencia. Si
quiere gritar, hágalo; si le angustia que los vecinos se enteren por el ruido que se produce, ponga su aparato
de música en un nivel alto o grite tapándose la boca con un cojín o una almohada. Haga esto (llorar o gritar)
cuantas veces sea necesario.
3. Para disminuir un poco la ansiedad de separación, atesore prendas, objetos o fotos de su ser querido y
apriételas fuerte contra su cuerpo o póngaselas si le sirven y le quedan adecuadas. También puede dormir en
la habitación de éste o aquella, quedarse sentado/a en su lugar favorito, realizar la actividad que a ella/él le
gustaba. Lo importante es que haga algo que lo acerque más a su ser querido. Repítalo cuantas veces sea
necesario.
4. Debido a que los efectos del estrés prolongado empezarán a notarse cada vez más, siempre será bueno que
continúe o inicie alguna actividad física, por ejemplo, caminar, preferiblemente en compañía.
5. Es preciso que diferencie los dos tipos de culpa que existen, y le quede claro que la culpa del duelo, la que
llamamos irracional, es un síntoma normal del mismo y que busca sólo explicar lo sucedido. No se deje
confundir. Ninguno de nosotros es perfecto, y su hubiésemos sabido por anticipado lo que iba a suceder, seguro
hubiésemos puesto todo de nuestra parte para que aquello no sucediera. Si creo que tengo algo de culpa
racional (es decir, que algo de lo que hice fue directamente responsable de la muerte), debo entonces aceptar
mi propia imperfección, perdonarnos porque en ese momento no teníamos la capacidad de crítica que ahora
mismo tenemos, y devolverle a la sociedad o a la familia, como compensación, algo positivo de nuestra parte.
6. En vista de que la rabia, la agresividad y la intolerancia irán poco a poco instalándose en nuestra vida,
además de ser síntomas poco tolerados por el entorno, es muy aconsejable, más que nunca, realizar alguna
actividad física fuerte que nos permita descargar estos sentimientos; también puede hacerse de forma
simbólica, rompiendo/desgarrando papel, golpeando un saco, un balón, una pelota. Todo lo que implique
movimiento será muy apropiado.
7 No se sobre-angustie si presenta algún comportamiento de búsqueda o espera. Es normal que se den.
TERCERA FASE DEL DUELO: CONSERVACIÓN-AISLAMIENTO
Esta fase es experimentada por muchos como "el peor período de todo el proceso del duelo",
pues es durante ésta que la aflicción se asemeja más a una depresión (ya como trastorno
psiquiátrico) o a una enfermedad general. De forma muy característica, y relacionado en parte
con el desconocimiento general del proceso del duelo, la relación entre la muerte acaecida y la
tristeza que se siente al final del año se pierde, y la mayoría de las personas no relacionan una
cosa con la otra. Por ello, esa “nueva” sensación de tristeza es vivida por muchos como un cuadro
depresivo aislado. Sin olvidar que cada persona elabora su pena según su propio tiempo y estilo,
este momento se inicia, en promedio, al cabo de 8-10 meses.
Aislamiento
La persona prefiere descansar y estar sola por momentos no muy largos, a oscuras y en su
habitación. Su cuerpo le pide reposo, está débil y se siente fatigado por tantos meses de estrés.
Las personas suelen reflejar esta situación con comentarios de este tipo: ¨me molesta mucha
gente a mi alrededor, prefiero estar sola/o por ratos¨. Existe una abrumadora y prolongada
sensación/emoción de “no tener ganas de hacer nada”.
Impaciencia
Después de tanto sufrimiento, puede llegar un momento en el que el deudo dude de su propia
capacidad de recuperación y sienta que debe hacer algo útil y provechoso que le permita salir lo
más rápidamente posible de su estado de duelo. En la práctica, los deudos hacen referencia a
esta situación con comentarios como que se está “cansado de tanto dolor”.
¿Y vos todavía estás llorando a tu hijo/a después de 2 años? Claro, por supuesto, ¡si es que todavía está
muerta/o!
Repaso obsesivo
De forma característica, durante esta época la persona empieza a hacer un repaso global de lo
sucedido: los hechos en sí, la comunicación de las malas noticias, personas que le han
acompañado este tiempo, efectos de la pérdida sobre el propio mundo, situación actual, etc. Este
repaso puede ser sólo parcial, referido a un hecho en particular o a varios, y muy reiterativo a los
largo de los meses siguientes. Este ejercicio es generalmente mental y pocas veces es
comunicado a los demás; para ello, el deudo se aísla por momentos o parece distraído. Como
se ha mencionado, es un ejercicio muy importante para alcanzar la aceptación emocional.
Necesidad de sueño
Tras varios meses de estrés, de manejar tantas cosas al mismo tiempo (las propias de la pérdida
y las asociadas a ella), la persona está agotada, física y mentalmente, y su mente le pide también
reposo, alivio que obtiene con el sueño; por ello, la persona sentirá más deseos de dormir, por
más horas, o en dosis fraccionadas. A veces esto es vivido por el deudo (y por otros) como una
forma de “evadir la realidad”, cuando en realidad es una necesidad fisiológica muy natural en la
aflicción.
¿Qué hacer?
Tercera fase
1. No olvide que esta etapa es muy parecida a una depresión, y no tendrá ganas de hacer nada. Si puede
permitírselo (si puede permitirse reducir su actividad a prácticamente lo necesario para sobrevivir), hágalo;
en caso contrario, reduzca en lo posible aquellas actividades no urgentes que le gasten energía, energía que
deberá emplear más bien en sus tareas de la vida diaria.
2. Descanse en su habitación o en un lugar tranquilo por períodos de 2 horas a lo largo del día; si usted
trabaja o estudia, descanse por períodos de 15 minutos varias veces al día.
3. Haga las cosas despacio, intentado concentrarse en ellas, paso a paso. No tiene que presionarse, las
cosas van a su ritmo, sólo al suyo, y es esa es la velocidad que requiere ahora. El duelo es así.
4. Para muchas personas algunas de las actividades siguientes les son útiles en esta fase: escribir, la silla
vacía -hablar con ellos, hablar con Dios, hablar en el cementerio, hablar mientras se realiza alguna actividad-
, escuchar música -la del gusto personal, la del gusto del fallecido, música religiosa o espiritual-, distraerse,
hablar de ellos, ir al cementerio, asistir a un grupo de duelo, atender a los otros hijos y a la pareja, ver videos,
orar, cambiarle el valor/el sentido a lo sucedido, ser receptivos a los momentos -como soplos- de esperanza;
la idea es que durante estos momentos el alma se nutra, “recargue baterías” para continuar con el duro
proceso de la recuperación; cada uno se acomodará mejor a unas actividades o a otras.
5. El repasar con frecuencia todo lo que le ha sucedido es parte de la tarea, es parte del proceso que le llevará
a sanar. Tiene como propósito afianzar definitivamente la realidad de lo sucedido.
6. Aunque cualquier época del duelo es buena para buscar el apoyo de un grupo de ayuda mutua en duelo,
si no lo había hecho antes, es un buen momento para hacerlo. Allí encontrará consuelo y un ambiente neutral,
exento de enjuiciamientos y críticas molestas.
7. Cuide su sueño. Es el momento de dormir bien, tal vez hasta más horas en el día.
8. Es importante realizar algunas actividades que le permitan retomar algo del control de la propia vida (p.ej.,
aliméntese bien, reduzca hábitos nocivos, estructure el día y la semana con actividades diversas, planifique
los fines de semana).
Estas tres primeras etapas forman lo que llamamos la “fase aguda” de la aflicción, y que abarca,
en general, el primer año. Hasta este momento lo más útil que se puede hacer es expresar lo
que se siente, trabajar con los sentimientos más que con la razón, y atender los problemas
prácticos secundarios a la muerte (continuar con las tareas de la vida diaria, problemas legales,
personales, etc.). No es el momento de reconstruir, sólo de sentir. No obstante, en algún lugar
determinado de ese doloroso viaje de la aflicción, la persona va a retomar la postura de pensar
primero en él desde todos los ángulos o dimensiones de su vivir, pensará ya en términos de
reconstrucción.
Al final del primer año ya uno es “empujado” por la realidad, por la vida, por
otras personas, a aceptar ese cambio de realidad; comienza la lucha entre la
aceptación o no aceptación emocional (ya la aceptación intelectual le ha
precedido).
Durante este primer período, la vida del deudo es enteramente gobernada por el muerto pues
gira entorno a él/ella, a su ausencia, a la necesidad de verle, tocarle, etc.; no obstante, y tras
empezar a sentir un agotamiento extremo, un cansancio de tanto sufrir, el deudo decidirá retomar
el control de su propia vida y sobrevivir. Se inicia pues la “fase crónica” de la aflicción, con los
siguientes dos períodos del proceso.
Las primeras 3 fases del duelo (lo que corresponde aproximadamente a los
12-18 primeros meses en un duelo normal con apego normal) tienen toda la
característica de un duelo ambiguo: físicamente no están presentes pero aún
siguen psicológicamente presentes: el duelo real sólo empieza a partir de la
4 fase del duelo. Todo lo anterior es un duelo con características típicas del
ambiguo.
CUARTA FASE DEL DUELO: CICATRIZACIÓN
Este período de cicatrización significa aceptación intelectual y emocional de la pérdida, y un
cambio en la visión del mundo de forma que sea compatible con la nueva realidad y permita a la
persona desarrollar nuevas actividades y madurar.
Es decir, es durante este tiempo tardío cuando el muerto definitivamente se entierra. Hasta este
momento la vida giraba en torno al muerto; ahora el deudo comienza a pensar en sí mismo. Esto
no implica que el deudo no vuelva a sentir dolor; por el contrario, va a vivirlo pero de forma
diferente, sin tanta angustia como al principio, si bien, con períodos de agudización que le
recordarán épocas anteriores. Con esta etapa se da inicio a la fase crónica del duelo.
Búsqueda de un significado
Encontrarle sentido a lo sucedido no es fácil, a pesar de lo rápido que surge las respuestas de la
boca de aquellos que desde diferentes posiciones filosóficas o religiosas aportan sus razones.
Debido a que los seres humanos aprenden de lo que viven, lo único que la experiencia de la
muerte muestra para nosotros es dolor, angustia, desesperación, tristeza y enojo, y algunas otras
cosas más. Por mucho que se diga que la muerte es sólo un rito de paso, que no hay porqué
tener dolor ni angustiarse, que se va a un lugar mejor, esto no es más que un acto de fe y no un
producto de la experiencia. Ver un enfermo terminal morir, no es ver la muerte, es asistir a una
persona todavía viva que está muriendo: aprender de su experiencia de muerte sería tanto como
preguntarle, una vez muerto, qué tal fue la muerte para él, y eso no es posible hoy día desde el
método científico. Por ello, buscarle un significado a lo sucedido es tremendamente complicado.
Tal vez, más adelante, a cierta distancia (en términos psicológicos, existenciales o de tiempo)
pueda el deudo darle respuesta a ese agobiante y desesperante “por qué” de las fases iniciales.
Cerrando el círculo
Como parte del fenómeno de cicatrización (cerrar la herida), el deudo debe emprender la tarea
de reconstruir su mundo, en sus tres grandes dimensiones (realidad, sentido de vida y
personalidad), logrando con ello completarse como persona con una nueva dimensión del Sí
mismo.
Perdonando y olvidando
Esta fase es esencialmente un proceso de renuncia y aceptación, tanto de la muerte como de
los cambios generados por ésta, de las propias falencias, errores del pasado, personalidad del
fallecido, viejas heridas, sensación de injusticia (real o fantaseada) y de lo que ya no puede ser.
El perdón y el olvido son parte primordial de esta aceptación adaptativa, de esta renuncia
pacífica.
Otras reacciones
Disminución gradual de los efectos del estrés prolongado y un aumento de la energía física y
emocional; se restaura el patrón de sueño normal.
¿Qué hacer?
Cuarta fase
1. No es el momento de apegarse a estructuras rígidas y antiguas, previas al fallecimiento; es el momento
de abrirse a lo nuevo, a la reconstrucción de un nuevo mundo que, grato o no, será el nuevo hogar.
2. Revise personalmente toda la historia de su relación, póngala en perspectiva y descubra las
enseñanzas que dejó la convivencia juntos. Recuerde que hablamos en términos de aprendizaje y no en
términos de ¨cosas buenas¨ o ¨cosas malas¨.
3. Establezca horarios para sus actividades diarias y cuide de su cuerpo.
4. Revise los roles que esa persona que murió cumplía para usted, y reasuma los que pueda, delegue en
otros los que no pueda y abandone los que definitivamente son irrecuperables.
5. Si le gusta o puede, realice alguna actividad en beneficio de otros. El ayudar a los demás es terapéutico
y le puede asistir en encontrar un significado a su vida.
Reacciones de aniversario
Se trata de reacciones y síntomas semejantes a los experimentados durante las fases iniciales
del duelo (ver capítulo correspondiente) y que se presentan durante fechas especiales o
acontecimientos significativos para el deudo, matizadas por oleadas de angustia más o menos
intensas.
Durante el primer año todo es nuevo, de primera vez: primera navidad sin, primer cumpleaños,
día del padre, etc. Si la muerte ocurre en el segundo semestre del año, es probable que la primera
navidad no sea la más dolorosa pues puede predominar el aturdimiento, la incredulidad, la
despersonalización-desrealización y la confusión o anestesia emocional.
Es frecuente que la “contabilidad interna” de los días se lleve según la “regla de los 30”: mes por
mes (de 30 en 30), se cuentan los días sin (el ser querido) y los días de dolor, los días de
sufrimiento. Durante estas fechas es frecuente que duela antes, durante y después, si bien uno
solo se prepara para el "durante" y se abandona el antes (la dolorosa anticipación) y el después
(las "agujetas" o "molimiento"). Cada circunstancia amerita una preparación.
¿Qué hacer?
Quinta fase
1. es ahora el momento de vivir para sí mismo. Esto no significa dejar de amar al ser querido, significa vivir,
tomar decisiones y planificar para uno mismo, independientemente del otro y de la historia vivida juntos.
2. Un sustituto es algo que de nuevo nos da sentido de vida, nos anima a seguir viviendo, a seguir luchando.
Este puede realmente ser cualquier cosa, desde la propia vida hasta retomar unos estudios universitarios
interrumpidos años atrás, un voluntariado en una institución pública, un trabajo, un hobbie u otra relación
afectiva.
1. Edades extremas: Cuando el superviviente (deudo) es muy joven (niño) o muy viejo
hay más riesgo de complicaciones puesto que las características del duelo a estas
edades son diferentes (ver sección correspondiente).
2. Igual edad del difunto a la de otra persona significativa muerta en el pasado: Esta
situación hará que la recuperación sea más difícil.
3. Pérdidas múltiples o acumuladas: La concurrencia de varias pérdidas o la
acumulación de las mismas, es una de las situaciones más difíciles para cualquier ser
humano.
4. Crisis concurrentes: La presencia de otros problemas importantes o delicados por
resolver, además de la pérdida del ser querido, puede hacer que la persona se vea en la
necesidad de aplazar el duelo para otro momento, pues aquellos pueden tener prioridad,
o son muy urgentes de resolver.
5. Enfermedad física o psiquiátrica previa o actual: Cualquier condición clínica mayor
establece un factor de riesgo de complicaciones durante el duelo.
6. Duelo no resuelto de pérdida previa (no necesariamente de un ser amado, también
de otro tipo, por ejemplo, pérdida de un trabajo, de una relación amorosa, un rol social):
El proceso de recuperación corre el riesgo de bloqueo, se hace lento o no se da sin la
ayuda adecuada.
7. Pobres o ausentes sistemas de apoyo emocional y social: Toda persona, para la
recuperación de una pérdida, utiliza dos fuentes importantes de ayuda: Las internas
(edad, experiencias, conocimientos, religiosidad) y las externas (las que vienen de otros,
sean o no familiares). Se puede optar por hacerlo solo con los recursos internos,
utilizando muy poco los externos, o viceversa, u optar por ambos a la vez. Los mejores
resultados del duelo (más éxito en el proceso) se obtiene cuando se utilizan las dos
fuentes, sacándoles el máximo provecho.
8. Relación altamente ambivalente o dependiente con el difunto: Si la relación con
la persona fallecida tuvo una mezcla de sentimientos de amor y odio, fueron relaciones
tensas y complicadas, muy dependientes, el trabajo de recuperación se verá trastornado.
9. Muerte repentina e imprevista, incluyendo suicidio: Debido a que este tipo de
muertes produce un estado de shock inicial muy intenso, el proceso tiende a complicarse.
10. Aquellos que pueden estar disuadidos de expresar su congoja (dolor) o no
tienen oportunidad de hacerlo: Comportamiento muy frecuente en el que no se deja
llorar o expresar el dolor a otros; esto solo lleva a complicar más el proceso.
11. Aflicción aguda inusitadamente intensa o con ataques de pánico: Si la respuesta
inicial es muy intensa, la recuperación puede verse afectada.
12. Una incierta o no-visualización de la pérdida (no ver el cuerpo muerto, por
ejemplo, en casos de ahogamiento, atentados, desaparecidos, guerra, etc.): Se trata de
una de las más complicadas circunstancias para el duelo, pues no se da la confirmación
inicial de la muerte (ver el cuerpo muerto) tan necesaria para comenzar la aflicción.
13. Pérdida social inaceptable (relación homo/heterosexual que era secreta, muerte
por asesinato, suicidio, SIDA, etc.): Estas muertes, en sí mismas y por su dramatismo o
su especialidad, pueden llevar a complicaciones serias del proceso.
14. Pérdida que es socialmente negada (aborto, homicidio piadoso, etc.): Igual que en
el caso anterior, estas muertes pueden llevar a complicaciones serias de la recuperación.
15. Situación socio-económica conflictiva: Este tipo de circunstancia añade, como
crisis concurrente que es, un problema al proceso.
16. Negación intelectual/emocional de la pérdida: El dolor de la muerte llega a ser tan
intenso que su sola evidencia, y más aún su presencia, produce terror, con lo cual la
persona evitará sentirlo. Esta reacción suele ser muy problemática y en un alto
porcentaje exige consulta especializada.
17. Fase del ir-muriéndose de larga evolución (enfermedad terminal que dura más de
1 año): Circunstancia que frecuentemente agota tanto al deudo que éste no dispondrá
de energía suficiente para iniciar e invertir en el proceso de recuperación.
18. Obligaciones múltiples (crianza de los hijos, economía familiar, etc.): Como crisis
concurrente que es, añade un problema a la recuperación.
19. Síntomas depresivos de diverso grado de intensidad desde el inicio del duelo:
Esta reacción es ya, de por sí, una complicación del proceso.
20. Personalidad pre-mórbida: Todo trastorno de personalidad previo (personas cuyas
formas de ser son “raras” y conflictivas) puede complicar de forma grave el trabajo de
recuperación.
En la experiencia del autor, la más frecuente y notable de las reacciones de duelo complicado es
el duelo sobrecargado por la concurrencia de múltiples crisis (p.ej., además de la pérdida del
ser querido, tener problemas económicos y una enfermedad en otro familiar); en la literatura se
describen también como frecuentes el retardo o el aplazamiento para reconocer la pérdida y/o
expresarla.
1. SOMÁTICAS: Mutilación física, pérdida del buen estado de salud previo, de la capacidad funcional y de la
autonomía.
2. SOCIALES: Pérdida de roles privilegiados y actividades en estas áreas, de relaciones interpersonales, del
trabajo y de la capacidad reproductiva.
3. PSICOLÓGICAS: Pérdidas afectivas, pérdidas relacionadas con la construcción de la realidad antes de la
enfermedad y futuro psicológico, cognitivas, intelectuales y volitivas, de sí mismo y de lo amado.
Una sola pérdida puede absorber para sí las tres categorías, dos de ellas o sólo una; algunas
son consideradas primarias, muy intensas, y otras son secundarias, o menos intensas. Aunque
es difícil saber si varias secundarias pueden igualar una primaria, sabemos que toda pérdida
asociada a una pérdida mayor (muerte de un ser querido) debe ser considerada en su propio
derecho, pues puede dificultar grandemente el proceso de recuperación por la pérdida primaria.
No obstante, no es lícito exigir a las personas que se comporten y manejen sus afectos (su duelo)
como a nosotros nos parece que debería hacerlo, considerando cándidamente que allí -en la
persona y su entorno- no ha pasado nada. El pretender escapar a la realidad de que ahora todo
es diferente, y mañana probablemente será igual, limitaría la atención a las personas en el
acercamiento a un fenómeno estrictamente dinámico (el duelo). El "no lo está haciendo bien" o
"no debe usted comportarse así" inhibe el proceso de comunicación. Las adaptaciones
emocionales y cognitivas a toda pérdida requieren que el individuo "lleve luto" a estas pérdidas
objetales y simbólicas.
La pérdida de un ser querido es el símbolo por excelencia del duelo y la aflicción (y de esto se
ocupa fundamentalmente esta guía). Se incluyen: Pérdida del padre, del cónyuge, de un
hermano, de un niño, muerte neonatal y perinatal (abortos y mortinatos).
1. Padres
Aunque ha sido estudiada menos que otras pérdidas, se asume que los adultos -quienes
usualmente hacen otras uniones y tienen sus vidas ocupadas- suelen experimentar un duelo más
corto. Sin embargo, éste puede ser más pronunciado y traumático de lo que habitualmente se
cree, especialmente para aquellos hijos que han estado física y emocionalmente muy unidos al
muerto. El fallecimiento de un padre puede significar pérdida de seguridad, del rol de hijo y el
verse obligado a asumir un papel de adulto y responsable miembro de la familia. Por otra parte,
el individuo queda expuesto a ser el siguiente en la línea generacional si ambos padres han
muerto ya. En sociedades muy matriarcales, la muerte de la madre tiene ciertos agravantes: se
pierde el sentido de familia, el amor más incondicional, el respaldo y el pilar de soporte, el centro
de la vida, la pertenencia y la identidad, la historia y la relación primigenia, o el modelo en base
al cual se construyeron las demás relaciones. Se produce pues un duelo grave en la mayoría de
los casos.
2. Cónyuges
Debido a que el compañero/a llega a ser una parte muy significativo del mundo de las personas,
su muerte produce un profundo y doloroso duelo. Una de las características más llamativas que
agrava el dolor producido en esta circunstancia es la vivencia de pérdida del sentido hogar, de
ese espacio donde el individuo puede libremente ser él mismo, donde es bienvenido y recibido
con todos los honores. Habitualmente, la ausencia del cónyuge suele significar también la
pérdida de varios roles al mismo tiempo (éste puede llegar ser la persona que más papeles
cumple en la vida de uno), los cuales pueden aceptarse o no de forma simultánea, generando
así patrones de recuperación que modifican y personalizan el trabajo de congoja. Por otra parte,
también se pierde la persona con la que más intimidad se llega a tener. Es considerada, junto a
la pérdida de un hijo, una de las pérdidas mayores.
3. Hermanos
El apego a los hermanos usualmente continúa en la vida adulta, por lo que la muerte puede
significar un duelo grave. Esto con frecuencia conlleva a un examen de la relación con otros
integrantes de la familia, resultando en una mayor sensibilidad y preocupación por los miembros
supervivientes. En cáncer con alta incidencia familiar (de recto, colon o mama), el deceso de un
hermano puede ser un estigma o marca que en el superviviente favorece la ansiedad secundaria
a la vulnerabilidad.
4. Hijos
Aunque el grado de parentesco no es un buen indicador de la intensidad de la pérdida, los seres
humanos depositan en sus hijos gran parte de su mundo; son más que familiares, son parte
esencial de cada uno, de los sueños y proyecciones, y representan el futuro y la continuidad de
los padres. Cualquiera que sea la causa, su muerte ejerce un profundo efecto emocional sobre
la familia como un todo, y en cada uno de sus integrantes. Los sentimientos de culpa y enojo son
frecuentes, y la hostilidad y agresividad se desplazan habitualmente hacia el cónyuge, hermanos
u otras personas conocidas. Si el entorno paternal ha sido demasiado protector y se busca -
mediante determinadas conductas - la sustitución del miembro perdido, se puede estimular
artificial e inadvertidamente tal comportamiento en los supervivientes y perturbarla. Por otra
parte, cuando se pierde a un hijo, es posible que pierda más que un lazo de unión; la familia
puede haber utilizado la enfermedad de aquel como un medio de evitar problemas mutuos y
conflictos no relacionados con la enfermedad. Con su fallecimiento, y ante la imposibilidad de
recurrir a estos modelos desviados, el grupo fraternal debe, por consiguiente, enfrentarse a los
hechos de forma adaptativa y directa, buscar otras alternativas para evitar el conflicto o
desintegrarse. El grave impacto que causa este tipo de pérdidas exige un abordaje protocolizado
y multidisciplinario ante las graves consecuencias que conlleva sobre cada uno de los
supervivientes, particularmente si existen niños pequeños. En la cultura latina es considerada la
pérdida mayor.
5. Muerte neonatal
Popularmente se cree que la muerte de un recién nacido - al carecer de tiempo suficiente para
que se establezcan fuertes lazos de unión - produce menos aflicción que en aquellos casos en
que si ha habido tiempo para que estos se formasen (sería tanto como decir que duele más la
pérdida de un hijo de 40 años que la de uno de 20, hecho que, por supuesto, no es así). Existen
suficientes datos que corroboran que la respuesta de las familias en estos casos se corresponde
con las reacciones aflictivas típicas. Las madres manifiestan con frecuencia culpabilidad basada
en causas imaginarias de la muerte, tales como prácticas sexuales durante el embarazo,
alimentación insuficiente o trabajo intenso y prolongado durante la gestación. Los padres también
experimentan sentimientos de culpa relacionados con el abandono de sus esposas, falta de
atención a las necesidades de éstas, causas genéticas o la sensación de "haber hecho algo mal".
Si lo desean, el tenerlo en brazos puede ayudarles en su proceso de aflicción (es recomendable
hablar previamente de los cambios que el cuerpo del bebé puede presentar en cuanto al color
de la piel, la temperatura, la rigidez, etc.). Además, como parte del proceso del duelo, y para
lograr su conclusión, es conveniente disponer de una ceremonia formal que promueva la
exteriorización del dolor y no deje a la familia con la sensación de que el nacimiento y la muerte
del niño han sido sucesos sin importancia.
DUELO EN EL ANCIANO
En generaciones pasadas, cuando las condiciones sociales, ambientales, nutricionales y
médico-tecnológicas eran bien distintas, los padres contaban por lo menos con la muerte de uno
de sus hijos en sus primeros años de vida, y en cierto modo estaban preparados para aceptarla
como algo inevitable, circunstancia que aún está presente en algunos países menos
desarrollados. En la actualidad, el mejoramiento de las circunstancias antes descritas y el
envejecimiento progresivo de la población ha hecho que la aflicción alcance a los abuelos.
1. El dolor y la angustia tienen un origen triple: se afligen por su nieto (a), por su hijo (a) y por ellos mismos.
2. Por su condición de abuelos, creen que se deben "defender mejor" de la angustia producida y servir de ejemplo
para el entorno familiar.
3. Experimentan sentimientos de culpabilidad y agresividad secundaria al no reconocer, ellos mismos y sus hijos,
los síntomas en el enfermo, o por el descuido presentado en casos accidentales.
4. Pueden presentar trastornos en el rol que actualmente venían asumiendo y que habían integrado en su propia
existencia como una de las tareas clásicas de su ciclo vital.
5. Frecuentes fenómenos de incapacidad e impotencia en relación al cuidado en casos de enfermedad terminal
del nieto/a.
6. La presencia de dolencias físicas concurrentes, con la consiguiente incapacidad material o emocional para
contribuir al cuidado del nieto/a, pueden hacer que se experimente un profundo fracaso en su rol de abuelos y
padres.
El duelo por la pérdida de un ser querido en el adulto mayor no es el mismo que el del adulto
más joven. Varias diferencias han sido identificadas:
(1) La respuesta emocional suele ser menor que en las personas más jóvenes, es decir, hay menos tristeza
aparente y culpa consciente, menos aturdimiento inicial y menos presencia de negación, no obstante, hay más
quejas físicas (dolores, cansancios, opresiones, etc.). La característica más llamativa es la tendencia a “llevar
por dentro” todo aquello que pueda producir conflictos emocionales y a expresarlo a través de quejas físicas
(somatizar): con la edad, “la procesión comienza a llevarse por dentro”. Esta tendencia a las respuestas
emocionales puede ser particularmente compleja y delicada para el anciano con dolencia crónica concurrente.
A menudo, el inicio o acentuación de una enfermedad empieza en el tiempo del duelo.
(2) Hay una mayor tendencia a la idealización de la persona fallecida o de la parte/función corporal perdida
(una pierna, una mano).
(3) Existe un mayor grado de irritabilidad, especialmente hacia aquellas personas que se parecen más al
difunto.
(4) Mayor tendencia al aislamiento social que en los sujetos más jóvenes; además, la energía necesaria para
la adaptación a una vida sin la persona fallecida puede ser tan grande que la tarea sea considerada abrumadora
y desanime al anciano a continuar el proceso; la incapacidad física de muchos adultos mayores (artrosis,
prótesis de cadera, disfunción cardiaca, etc.) puede obstaculizar la reconstrucción de las interacciones sociales
tan necesarias para la recuperación.
(5) El logro de las "tareas del duelo" (ver más adelante) toma más tiempo.
La probabilidad de ser HIPERTENSO o DIABETICO -algo que consideramos tan familiar, muy
frecuente, incluso sabemos de la importancia del ejercicio y la dieta en ambas circunstancias aún
sin padecerlas- es muchísimo menor que la probabilidad de perder algo que amamos, un ser
querido, no obstante, existen muchos grupos de hipertensos y diabéticos (se considera un grave
problema de salud pública) y casi ninguno de duelo por pérdidas (¡y no lo consideran un problema
de salud pública a pesar de la grave incapacidad que genera en las personas!), incluso, pocos
saben de lo importante que es un abrazo y escuchar empáticamente en el duelo; eso sí, saben
que un hipertenso debe reducir la sal en su dieta... De paradojas vivimos, no sabemos cómo.
Necesitamos muchos grupos de duelo mientras la muerta siga siendo lo que es para muchos:
dolor, tragedia, desesperación, vacío, soledad, angustia, etc.
Son necesarios pues unos delineamientos claros, basados en la experiencia, que permitan a
pacientes y ajenos establecer las directrices primarias para la recuperación tras la pérdida de un
ser querido y evitar o, al menos, minimizar las graves consecuencias que conlleva un duelo
complicado.
A lo largo del texto se han venido reconociendo las tres condiciones más favorables para el
desarrollo de un duelo sano, sin las cuales la tarea de recuperación puede llegar a ser más difícil:
1. Información
Es decir, educación en duelo: Qué es el duelo, cómo se presenta, qué puede pasar, qué se puede hacer, qué
pueden hacer los demás, etc. Una situación será tanto más angustiante cuanto más se desconozca. El
conocimiento no implica que se acorte el proceso de recuperación: se facilita el camino pero no lo abrevia
necesariamente.
2. Compañía
El entorno familiar y social inmediato como interlocutores del dolor, que conozcan tanto del duelo como el
doliente principal, llenos de paciencia y comprensión, y que le sepan acompañar y escuchar sin juicios ni
críticas. Los grupos de apoyo mutuo en duelo son un excelente recurso en este sentido.
3. Conversación
Una de las tareas más importantes es hablar del ser querido (en su defecto, escribir), del dolor, de lo que le
acompaña, de la angustia, del colapso del futuro, de la rabia y la desesperación, de lo vivido, de lo soñado. No
debemos olvidar que las palabras se las lleva el viento, mientras que al escribirlas quedan para siempre
registradas.
La idea de trabajo viene al caso porque la adaptación normal a una pérdida implica considerable
dolor y esfuerzo antes de poder reconocer la realidad de la misma, aceptar que la persona muerta
ya no está más y buscar otras vías de interacción social productiva. Esta acción ubica de manera
clara en el pasado las relaciones y experiencias con el difunto; si el deudo no se mueve de la
forma idealizada, puede llegar a ser incapaz de afligirse por el ser real. Los muertos no se olvidan
sino que se ubican en el pasado, en tanto que su recuerdo se incorpora a la realidad del presente.
Por medio de este ejercicio de congoja es posible poner a los difuntos en una perspectiva
histórica y emocional.
La recuperación que uno se plantee debe ser en pequeños plazos, paso a paso,
ponerse metas cada tanto tiempo y en cada fase del duelo. No hay “una
recuperación” hay “muchas” recuperaciones que juntas llevan a la
“recuperación” en mayúsculas.
Antes de iniciar este proceso, el deudo debe contemplar los dos principios más importantes,
simples y básicos para una recuperación sana y adaptativa:
Una forma de entender el "trabajo del duelo" es el esfuerzo que tiene que hacer
la persona por volver a ser "buena persona": "es que ser buena persona puede
llegar a ser doloroso, aunque vale la pena”, dicen algunos deudos; la verdad
es que rechazar el rencor, el odio, el resentimiento, la incomprensión, la
sensación de injusticia, el desamor, la traición, el abandono y la amargura
puede llegar a ser muy difícil para muchas personas.
Educación en Duelo
Uno de los aspectos más importantes para facilitar la recuperación es buscar información acerca
de lo que es y lo que se siente durante el duelo, cuánto dura, qué factores modifican o alteran el
proceso de recuperación, cómo la persona puede ayudarse, de qué forma otros pueden ayudarle,
etc., en definitiva, educación en duelo. Esto evita muchos tipos de interpretaciones erróneas y
angustias innecesarias. La información debe extenderse a toda la familia, conocidos, amigos y
al entorno laboral y escolar; de esta forma su ayuda será más efectiva.
Ventilación
Como hemos visto, durante los primeros días o semanas después del fallecimiento el
superviviente permanece en un estado de shock adaptativo y defensivo, con gran aturdimiento y
sin un reconocimiento pleno de la magnitud del dolor. Aunque está confuso, generalmente cuenta
con el apoyo de familiares y amigos quienes habitualmente se dedican a los arreglos prácticos
relacionados con la muerte (certificado de defunción, registro, arreglos del funeral, velación,
cobertura de gastos, etc.). Al ser organizados y protegidos por otros, la oportunidad de
enfrentarse o experimentar la pérdida se ve así reducida; la realidad y el sentido de las cosas se
suspenden temporalmente, en tanto que todo sucede a su alrededor.
Si bien las actividades de la vida diaria pueden continuar su curso normal, pierden su sentido
derivado del intercambio con otros. Aun cuando la atención de familiares y amigos, el funeral y
las actividades y arreglos relacionados impliquen que alguien ha muerto, suelen ser percibidos
como irreales y alejados de la experiencia personal: es casi como si todo ocurriera a otras
personas, parece una pesadilla, un mal sueño (predomina la despersonalización-desrealización).
Duelo que no se habla (se escribe, se pinta, se canta, se mueve), es duelo que
no se cura
Gradualmente, y por la naturaleza de las reacciones de los demás -sus visitas, condolencias y
consuelos-, una creciente conciencia de que el muerto ya no está presente confirma y fortalece
la realidad de la tragedia; se accede a su reconocimiento intelectual aun cuando emocionalmente
no se acepte.
1. Recordar todos los eventos relacionados con la muerte, es decir, las circunstancias
alrededor de la misma. Al repetir una revisión o notificación de ésta, la realidad se hace
más clara y más detalles acuden a la conciencia, al mismo tiempo que el deudo vivencia
imágenes relacionadas con el difunto. Cada repetición, aunque difícil, permite una mayor
descarga de angustia y dolor (duelo que no se habla, es duelo que no se cura); esta es
la función de los llamados “pensamientos obsesivos”, propios de la fase inicial del duelo.
El hablar sobre la persona que murió, de los hechos ocurridos, lo que se siente, los
proyectos que se tenían, los recuerdos, de cómo se siente ahora, de las decisiones que
se deben tomar en adelante, de la cotidianidad o el diario vivir, y de cualquier otro tema
que en ese momento le apetezca a la persona, también puede dar pie a una apertura
hacia la resolución de asuntos pendientes con el ser querido fallecido (si es que quedó
alguno). El hablar, como terapia, permite también establecer los primeros pasos para un
cambio en la relación (hablar en pasado y no en presente, cambiar de una relación física
a una simbólica), reconocer la realidad de lo sucedido, descargar dolor y extender la red
social de apoyo.
2. Evitar la negación: el objetivo es referirse al difunto como ya muerto, hablar directamente
de lo sucedido, utilizar los verbos en su tiempo apropiado y responder a las dudas o
inquietudes de tal manera que confirmen la realidad; este proceso no debe ser brutal o
desatento, sino suavemente correctivo mientras el acompañante responde con
seguridad en una forma que confirma y no elude la realidad de la pérdida total o
irreversible.
Los recuerdos son como los pixeles de una fotografía, componen una gran
imagen (imagen que a su vez es un conjunto de pequeños duelos=gran duelo).
Se debe llenar cada pixel para tener la imagen completa… Hay que mirar todos
los pixeles para poder darle sentido a lo visto, a lo que está delante de los ojos;
o, lo que es lo mismo, las cosas adquieren sentido cuando se ve la fotografía
en toda su dimensión. Hay que poner los recuerdos a cierta distancia para
poder verlos (como los pixeles de una fotografía). Es poco probable que un
solo pixel (un solo recuerdo) de una idea de la fotografía total (del ser completo
por el cual debemos afligirnos). Por otra parte, los recuerdos deben tener
límites definidos para ser objeto de recuerdo: uno no se puede recuperar por
algo vaporoso, mal definido, sin límites.
Los buenos recuerdos se atesoran, los malos recuerdos se deben sanar para luego poder ser
almacenados. Entre las estrategias útiles para sanar los malos recuerdos se incluyen: "poner los
buenos recuerdos encima", replantearlos (re-estructurarlos), perdonar, identificar, ventilar y estar
en contacto con ellos; es necesario “meterse en ellos”, “exprimirlos”, revivirlos sintiendo todo su
significado, poniendo palabras a esa experiencia. Si a eso le añadimos -cuando puede darse- un
ritual, la efectividad de la estrategia será mayor. Por otra parte, el proceso de atesoramiento
implica sanación interior.
Es evidente que no podemos forzar a nadie a expresar aquello que no puede, y que las personas
necesitan un tiempo para poder compartir. Cuanto más traumáticas son las experiencias, más
tiempo de digestión requieren. Con el tiempo, sin embargo, integrar la vivencia del duelo pasa
necesariamente por verbalizarla y compartirla con los demás (1).
Curación
Significa abordar cada uno de los componentes del dolor y realizar las actividades necesarias
para favorecer su cicatrización:
(1) Visualización del difunto como lo que realmente fue: cuando el deudo puede hablar
acerca de cómo se conocieron y de algunos hechos de su vida juntos, muchas
emociones son experimentadas y empezará a ver al fallecido como una persona más
real y no como la idealización de las fases iniciales ("un santo que murió); sin embargo,
esto en ocasiones le puede crear conflictos si su interlocutor no comprende el propósito
de este ejercicio. Muchas personas consideran saludable que el deudo hable en forma
positiva del muerto, pero tienen menos humor y paciencia para escuchar sus expresiones
de enojo y culpabilidad por una relación largamente ambivalente y conflictiva; esto es
especialmente verdad para aquellos que le conocieron y desean conservar su propia
imagen de éste, prefiriendo olvidarse de contrariedades y conflictos que en su opinión ya
no tienen remedio. Con frecuencia, y por temor a ser desleales o alejar a sus amigos y
familiares, el individuo puede sentirse inhibido para exteriorizar su enojo con aquel.
(2) Favorece la autoestima: El recuerdo de aspectos buenos y productivos, y la
confirmación de haber logrado algo provechoso y madurativo, favorece la autoestima,
atenúa la hostilidad y enojo y nivela la culpabilidad que se atribuye al fallecido con la
propia, llegando a un término medio en el cual se reconoce lo bueno y lo malo de su
relación.
c. Para tratar con el dolor social (por la sociedad y su indiferencia y/o violencia), es
preciso deshacerse de toda rabia, de una forma que sea sana para todos y no produzca
daño a nadie o sea un obstáculo para el proceso de recuperación. Se pueden utilizar
también todo tipo de artilugios, tal como una almohada o cojín, un saco de boxeador, una
pelota contra una pared, jugar al tenis u otros deportes parecidos que impliquen una
intensa actividad física de tirar o golpear contra una pared. Una vez descargado este
pesado y doloroso fardo, ya se puede mirar con otros ojos y pensar cuál puede ser la
contribución para que la sociedad en que vivimos sea un poco mejor.
d. Para el dolor familiar (el de los demás seres queridos), se debe tratar de recuperar
una de las funciones más importantes de la familia, la de apoyo y soporte mutuo,
mediante una buena comunicación y utilizando la terapia del hombro-oído-abrazo (ver
más adelante) y, muy especialmente, creando espacios libres de juicios y críticas.
e. Respecto al dolor espiritual (del alma), la fe y el consejo espiritual son la alternativa
más apropiada.
f. En relación con el dolor que el pasado produce, es importante recordar lo más
detalladamente posible la vida con ese ser querido, actividad que será tanto más
productiva en cuanto mayor sea el número de familiares presentes, intentado realizar la
biografía más completa de él (volumen de historias condensadas en un libro o cuaderno
que podrá ser consultado cuando así se desee). También, y como parte de este proceso,
considerar: 1. Deshacer los pasos: ir a los lugares donde iba el ser querido, recordar
olores, ver a los médicos del hijo, a sus amigos, estar con personas de la misma edad
del fallecido y ayudarles en su nombre; 2. Hacer un libro de recuerdos y recoger
anécdotas de aquellos que le conocieron; hacer un álbum de recuerdos con imágenes,
escritos y sonido; 3. Hacer la biografía; 4. Perdonarles y pedirles perdón; 5. Convertir las
fantasías en realidad, es decir, lo supuesto convertirlo en algo real; 6. Recordar que no
hay super-papás, super-mamás, super-hij@s o super-parejas; 7. Agradecerles; 8.
Resolver asuntos pendientes. Estas actividades para “sanar” el pasado buscan,
precisamente, aligerarlo e incorporarlo adaptativa y sanamente a los recuerdos. Este
ejercicio tiene como propósito establecer un sentimiento de reconciliación, paz y gratitud
con ese rico pasado vivido juntos, confirmando así la identidad familiar y estableciendo
las bases para un futuro diferente y nuevo.
g. El analgésico necesario para calmar el dolor que el presente produce se encuentra en
la intimidad de la familia, en sus fuerzas de apoyo y soporte y en la técnica del hombro-
oído-abrazo. Es ella quien infunde la seguridad y la confianza necesaria para estos
difíciles momentos, proporcionando un modelo de estabilidad y continuidad al no desistir
en el contacto mutuo ni dejarse abrumar por la ausencia aparente de soluciones a los
distintos problemas. Nuevamente, es muy importante crear espacios libres de juicios y
críticas en la propia casa, semejante a como hay en muchos sitios “espacios libres de
humo”. También se reconocen como estrategias la distracción (cine, ir al campo,
zoológico, ir de compras, etc.), iniciar la biografía del ser querido o de la relación conjunta,
tener un rincón del desahogo (un espacio para libremente expresarse), expresar
emociones cuando se presenten, consumo moderado de chocolate, café, debida de cola,
hacer ejercicio, yoga, meditación, oración, compartir con alguien positivo, compartir con
un par, ayudar a otros, ver/asistir a conferencias, cuidarse/mimarse, grupo de apoyo,
escuchar música, etc.
Dentro de este proceso de curación, debe incluirse igualmente la resolución de los asuntos
pendientes que se hayan identificado; en la práctica, logran apreciarse 2 estilos de personas:
unas “sin mayores asuntos pendientes” (a modo de un bloque entero de granito) cuyo esfuerzo
será menor o nulo, y otras, con “muchos asuntos pendientes” (a modo de bloque de granito
derruido), al que le faltan pequeñas partes que son, precisamente, los asuntos pendientes, y
cuyo esfuerzo será mayor. Para la resolución de los asuntos pendientes se deben contemplar al
menos los siguientes interrogantes:
Reconstrucción
Recuperar la realidad, el sentido de la vida, la personalidad íntegra y la confianza en el mundo
puede llegar a ser una de las tareas más difíciles de este proceso. Esto significa, entre otras
cosas, enfrentarse con la desorganización y la adaptación a un entorno sin el ser querido.
Debido a que cada ser humano participa en mayor o menor proporción del mundo de los demás,
un primer paso es establecer qué tanto de cada uno de los elementos que le componen estaba
absorbido por o dependía del ser querido fallecido. Una vez realizado este inventario, se debe
entonces utilizar lo que queda de cada uno de ellos como elemento o base para su
reconstrucción, poniendo mayor énfasis en aquellos aspectos más seriamente afectados.
Para facilitar este difícil proceso, aquellos que acompañan a una persona en duelo
pueden:
2. El sentido de vida que sirve como base a la relación diaria con otros y con el
mundo, y a los propósitos del presente y planes para el futuro, puede también quedar
hecho pedazos en mayor o menor medida según lo que el fallecido participase de él. Y,
como en el caso anterior, si se logra clarificar lo que queda de cada uno de sus
componentes, se deben utilizar tales desechos como elementos para su reconstrucción,
tarea que, como vimos, puede hacerse de forma solitaria o con ayuda. Parte de este
trabajo implica formar nuevas amistades, evaluar las cualidades del entorno y los
intereses y habilidades sociales actuales del deudo. La familia puede requerir ayuda para
entender la importancia de establecer relaciones con otros como una tarea apropiada del
proceso de aflicción normal del adulto; sentimientos de deslealtad con el difunto pueden
aparecer cuando la perspectiva de un compañero/a o una simple cita se vislumbra. Esta
labor de reinvertir en otra persona involucra socialización con nuevos compañeros y
patrones de vida, y movimiento hacia una identidad renovada.
Las cosas que pertenecían al ser querido fallecido "no suelen estorbar", por ello
no es necesario deshacerse de ellas "cuanto antes" si ese es el deseo. Si a la
persona le generan mucha angustia, lo más oportuno es pedir a otra persona que
no esté tan angustiada (otro familiar, amigo/a, vecino/a) que las guarde en su caso
u otro lugar mientras el deudo se sienta capaz de volverlas a retomar. No
debemos olvidar dos cosas en este sentido: 1. Nadie le dará el valor que cada uno
le da y 2. No es recomendable "precipitarse" a entregar o regalar las cosas. Cada
cosa tiene su tiempo y cada persona lleva el duelo según su propio tiempo.
Para comenzar a recuperar algo de control sobre el mundo (control que la muerte nos arrebata),
se debe comenzar por uno mismo, por cuidarse uno mismo, comer adecuadamente, hacer
ejercicio, respiración adecuada, etc.
Para dar una mayor factibilidad a éste, el deudo debe tener presente:
Ante una circunstancia tan dolorosa y prolongada, es normal que en el proceso de recuperación
se busquen todos los recursos posibles, hasta los más absurdos e inadecuados, y que la persona
en duelo, en compañía de sus familiares, terapeuta o grupo de duelo, deben valorar según su
corazón se lo transmita. Con frecuencia se le plantean a las personas en duelo “estrategias
mágicas” para la recuperación con la idea de “quitarles el dolor de un tajo”: desde la oración y
“entregar todo a Dios”, la ozonoterapia, el EMDR, el yagé, medicamentos, los ángeles, las
regresiones, hasta la hipnosis planteada por algunos; no hay duda que algunas de estas técnicas
efectivamente ayudan a soportar el dolor, pero pretender que lo “quitan de tajo” es una falacia y
un engaño: el duelo es un proceso, nunca un hecho. No olvidemos que no hay cosas buenas o
malas en el duelo, sino cosa útiles o no tan útiles para el mismo. El proceso de aprender a vivir
sin la presencia del otro, de amar sin la necesidad de una presencia física, de romper las uniones
de apego con el difunto, no puede hacerse de una sola vez; es más, este “lento” proceso permite
el desarrollo de conexiones sinápticas nuevas y la puesta en marcha de la red social de apoyo,
extendiéndola en la mayoría de los casos. Como tal, no debe ser interrumpido bruscamente.
Para recuperarnos sanamente de la pérdida de un ser querido existen muchos factores que son
importantes y nos ayudan, pero ninguno de ellos es tan importante como la presencia de otro ser
humano, especialmente si éste ha recibido algo de educación en duelo.
Con frecuencia, a algunas personas no les gusta hablar de lo sucedido, del ser querido muerto,
de lo que sienten y lo que piensan, por no despertar su dolor o por sentirse incomprendidos. Para
ellos, el escribir una bitácora o diario de duelo es una alternativa excelente. Entre las virtudes de
hacerlo están el que permite guardar y evaluar los progresos, expresar y descargar emociones
y pensamientos, facilita el llorar, sentir presente al que murió, acompañarse, resolver asuntos
pendientes, clasificar y registrar, escucharse, objetivar, honrar al difunto, mejorar la comunicación
y el conocimiento de sí mismo, ubicarse en la realidad, ayuda a la aceptación, es el mejor de los
oficios y el más íntimo.
Para una adecuada resolución del proceso del duelo, deben tenerse en cuenta, además, los
siguientes conceptos:
Como en la pirámide de Maslow, en el duelo existen necesidades de primer orden (tener quién
me escuche sin juicios ni críticas; tener al menos un acompañante de duelo capacitado; abrazos;
información básica sobre el duelo y las herramientas que facilitan la recuperación), necesidades
de segundo orden (una familia comprensiva, informada, tolerante y amorosa; un grupo de duelo)
y necesidades de tercer orden (acompañamiento espiritual competente en duelo).
Abraham Maslow (Brooklyn, Nueva York, 1 de abril de 1908-8 de junio de 1970 Palo Alto, California) fue
un psicólogo estadounidense conocido como uno de los fundadores y principales exponentes de la psicología
humanista, una corriente psicológica que postula la existencia de una tendencia humana básica hacia la salud
mental, la que se manifestaría como una serie de procesos de búsqueda
de autoactualización y autorrealización. Su posición se suele clasificar en psicología como una «tercera
fuerza», y se ubica teórica y técnicamente entre los paradigmas del conductismo y el psicoanálisis. Sus últimos
trabajos lo definen además como pionero de la psicología transpersonal. El desarrollo teórico más conocido de
Maslow es la pirámide de las necesidades, modelo que plantea una jerarquía de las necesidades humanas, en
la que la satisfacción de las necesidades más básicas o subordinadas da lugar a la generación sucesiva de
necesidades más altas o superordinadas. http://es.wikipedia.org/wiki/Abraham_Maslow
Tal vez esos “bueno consejos” (desde la razón) sean muy útiles para aquellos quienes los
pronuncias, pero deben respetar la decisión y la situación del deudo, dejando que sea éste quien
“los pase por su corazón” y tome la decisión oportuna. Si usted desea decir algo que le sea útil
al deudo, recuerde que lo que diga generalmente viene de la razón, y el duelo es un asunto del
corazón; además, no olvide que lo importante no es lo que usted dice sino lo que usted hace.
La distracción es muy útil para sustraerse temporalmente al dolor y a las circunstancias: salir
de compras, ver televisión, escuchar música, conversar, pasear, etc. Si bien, como estrategia
única es contraproducente pues no se trata de una estrategia efectiva, que resuelve los
problemas, sino que los dilata o, más bien, los aplaza para el momento en que la distracción se
acabe. Combinada con un afrontamiento directo, es decir, con enfrentar el dolor, sentirlo,
expresarlo, es la elección apropiada; nunca deberá estar sola como estrategia. En su
implementación personal, cada uno tiene “su dosis”: así, por ejemplo, unos necesitan 3
distracciones al día mientras otros necesitarán más.
La racionalización es un mecanismo de defensa que consiste en justificar las acciones (generalmente las del
propio sujeto) de tal manera que eviten la censura. Se tiende a dar con ello una "explicación lógica" a los
sentimientos, pensamientos o conductas que de otro modo provocarían ansiedad o sentimientos
de inferioridad o de culpa; de este modo una racionalización o un transformar en pseudorazonable algo que
puede facilitar actitudes negativas ya sean para el propio sujeto o para su prójimo.
La intelectualización es un concepto psicoanalítico. Es un mecanismo de defensa, donde el razonamiento se
utiliza para bloquear la confrontación con un conflicto inconsciente y su estrés emocional asociado, mediante
el «uso excesivo de ideación abstracta para eludir sentimientos difíciles. Implica apartarse a uno mismo,
emocionalmente, de un suceso estresante. La intelectualización suele estar acompañada de la racionalización.
En lugar de confrontar los acontecimientos dolorosos, la intelectualización pretende analizarlos de forma
indiferente y distante.
La sublimación, término descrito por Sigmund Freud, es un proceso psíquico mediante el cual áreas de la
actividad humana que aparentemente no guardan relación con la sexualidad se transforman en depositarias
de energía libidinal (pulsional). El proceso consiste en un desvío hacia un nuevo fin: artístico, intelectual, social,
religión, ciencia, política, tecnología.
La represión de las emociones es con frecuencia una estrategia, más impuesta por el entorno,
que voluntaria: “para que no me critiquen reprimo mis emociones”, “no lloro, no me expreso para
no molestar”; a esta forma de represión podríamos llamarla “adaptativa” (se “adapta al entorno”),
mientras que en la “mal-adaptativa” se utiliza de forma constante para no sentir. Esta estrategia
no es de las más útiles en el duelo; es más, nunca es completa, algunos sentimientos se filtrarán
inevitablemente.
En relación al concepto “hacerse el fuerte” y su impacto en el propio proceso evolutivo del duelo,
se debe reconocer que en nada es favorable el reprimir las emociones por complacer a otros;
cada uno se recupera con sus propios recursos y no con los de otros: llorar puede ser útil para
el doliente, así no le guste a quien lo acompaña; es preciso hacer respetar los límites de la
recuperación personal; no obstante, sí que se les puede decir cómo le pueden ayudar al deudo
en los momentos de crisis, por ejemplo, con una escucha activa, sin juicios, criticas ni
interrupciones, y llena de abrazos.
Una estrategia para los momentos de mayor angustia, dolor y tristeza, que ha mostrado su
utilidad en la práctica diaria, es el “sitio seguro”, especialmente efectiva en niños. Se le pide a
la persona que se imagine ella sola en un lugar maravilloso, de total paz, y que describa con el
mayor lujo de detalles lo que ve y lo que siente: el aire, los colores, la temperatura, los sonidos,
las emociones dominantes, las cosas que ve, etc. Cuento mayor sea la descripción, tanto más
efectiva puede ser. Una vez construido este sitio “seguro” (si lo puede pintar, mejor), se le pedirá
que lo grabe en su memoria y acuda a este lugar cuando así lo requiera.
El escribir como estrategia para el duelo merece una mención especial: es tanto o más efectiva
que el hablar. Puede hacerse mediante cartas epistolares (tantas como sea necesario), un diario
de duelo (anotando, con fechas, como se va uno sintiendo, hechos del día, pensamiento, sueños
o simplemente conversando con el ser querido), un diario de campo (anotando todo lo que le
parece a uno importante de los grupos de ayuda mutua a los que asiste), una bitácora (mezcla
de diario de duelo y de campo), poemas, canciones, acrósticos, etc.
El escribir permite:
1. Acompañarse.
2. Anotar las decisiones, dudas y actos, como se cuida la persona o no de los diferentes
aspectos de tu vida.
3. Ayuda a identificar el origen de los días bajos y a encontrar maneras y recursos para
prevenirlos.
4. Ayuda a desenmarañar estados de confusión.
5. Ayuda a la aceptación.
6. Este diálogo interno ayuda a mantener simbólicamente una relación con el ser querido.
7. Clasificar y registrar las emociones.
8. Es el mejor de los oficios y el más íntimo.
9. Es una manera de acercarse al mundo interior, estructurar los pensamientos y
sentimientos, y facilitar su asimilación.
10. Escucharse.
11. Expresar y descargar emociones y pensamientos.
12. Facilita el llorar.
13. Guardar y evaluar los progresos.
14. Honrar al difunto.
15. Mejorar la comunicación y el conocimiento de sí mismo.
16. Objetivar.
17. Organizar cada pérdida como una carpeta para trabajar individualmente en cada una
(esto hace parte de lo que llamamos organización económica del duelo o economía
organizacional del mismo).
18. Permite anotar pensamientos e ideas sobre el propio camino, las cosas que se van
aprendiendo, las dificultades, los retos y también, por qué no, las caídas.
19. Permite evaluar y registrar los cambios que se van haciendo a medida que pasan los
meses y los años.
20. Permite explorar las tareas del duelo que irán surgiendo.
21. Ponerle nombre a lo que se siente: esto permitirá observarles desde cierta distancia y
aportar una cierta sensación de control.
22. Resolver asuntos pendientes.
23. Se establece como un pequeño ritual que obliga a para y estar atento a todo lo que
sucede a nivel interno.
24. Se mantiene en el tiempo. No olvidemos que las palabras se las lleva el viento, mientras
que al escribirlas éstas quedan registradas.
25. Sentir presente al que murió.
26. Ubicarse en la realidad.
“Solo por hoy” es, sin duda, una muy buena estrategia, tanto en el duelo como en AA. Esta
consigna/frase es aprovechada por muchos movimientos y terapias más para conducir paso a
paso a personas y víctimas de muchas calamidades. En el duelo ayuda a contener la carga de
dolor y dar cierto sentido de control sobre la situación, permitiendo establecer objetivos a muy
corto plazo. Es, sin duda, una estrategia universal.
Como se ha señalado con anterioridad, el ejercicio físico es una excelente terapia en el duelo,
no solo para reducir el impacto de las hormonas de estrés sino como el antidepresivo natural
más importante de que dispone el ser humano. Hacer ejercicio incrementa las endorfinas y el
nivel de serotonina, con la consiguiente sensación de bienestar, además de que ayuda a dormir
y aporta energía. Debe comenzarse suavemente, con el ejercicio que mejor se adapta a cada
uno; el más fácil de implementar es el caminar.
Dentro de este proceso, debe incluirse igualmente la resolución de los asuntos pendientes que
se hayan identificado, tanto con la pérdida actual como con pérdidas previas. En la práctica,
logran apreciarse 2 estilos de personas: unas “sin mayores asuntos pendientes” (a modo de un
bloque entero de granito) cuyo esfuerzo será menor o nulo, y otras, con “muchos asuntos
pendientes” (a modo de bloque de granito derruido), al que le faltan pequeñas partes que son,
precisamente, los asuntos pendientes, y cuyo esfuerzo será mayor. Para la resolución de los
asuntos pendientes se deben contemplar al menos los siguientes interrogantes:
Para cada asunto identificado, el escribir una carta, una poesía, una canción, implementar una
obra de títeres, utilizar la silla vacía, hablar de los asuntos pendientes con otras personas,
ponerles voz, realizar una actividad creativa o cualquier otro ritual, ayudará a su resolución. Cada
actividad debe hacerse poco a poco, prestando mucha atención a lo que ocurre en el interior y
sintiendo la emoción que, indudablemente, despertará cualquiera de esos actos, la emoción de
poner palabras, olor, color, sonido al dolor y explorar el mensaje que esconden las lágrimas que
se presenten.
En este ejercicio no es absolutamente necesaria la presencia del otro, ya que aunque haya
fallecido se puede resolver simbólicamente; además, en cualquier momento es útil realizarlo, así
sea alguien que murió hace años, o que vive muy lejos, o a quien no quieres volver a ver o no
podrás volver a ver nunca. Puede repetirse cuantas veces se considere necesario.
Otro aspecto de interés para facilitar la recuperación, y que va específicamente dirigido a los
acompañantes del deudo, tanto familiares como amigos, conocidos o terapeutas, es lo que
conocemos como ayuda práctica en duelo. Es decir, existen otras formas de apoyar a una
persona que ha perdido un ser querido; no todo tiene que ser, ni todos tienen que hacer, un
apoyo emocional. Entre las cosas que pueden ayudar durante los primeros días, están: lavado
de la ropa y planchado, arreglo y mantenimiento de la casa, mercado y preparación de los
alimentos, pago de impuestos, servicios públicos, trámites funerarios y otros trámites, compras
diversas, acompañarle, estar con él/ella, cuidado de los niños.
Fórmula Comentarios
R´= Ri + Re La recuperación (R) es igual a la suma de los recursos internos (Ri) más los recursos externos
(Re).
S = sueños y R = recuerdos. Aunque perder un padre de 88 años es terrible (un gran volumen
de recuerdos y pocos sueños por cumplir), tener un aborto (un gran volumen de sueños por
Sr ≠ sR cumplir y un mínimo volumen de recuerdos) no es menos doloroso: el dolor es semejante, las
tragedias diferentes; es difícil saber que duele más, si los recuerdos o los sueños no
cumplidos.
La recuperación (R) es igual al cociente que da entre las fuerzas de avance hacia adelante
en el duelo (Fa) y las fuerzas de resistencia al avance en el mismo (Fr). Las fuerzas de avance
R = Fa/Fr incluyen la fe, la esperanza, la familia, las propias capacidades y la personalidad entre otras;
las fuerzas de resistencia incluyen el entorno, la represión, la negación, el uso de sustancias
y el miedo entre otras.
Síntomas/signos de recuperación
Son muchos los signos o síntomas de recuperación que irán apareciendo a lo largo de todo el
proceso, y es importante tener presente que al tratarse de un fenómeno muy prolongado, con
una gran dinámica, la recuperación no se da de lleno, de una vez, en bloque; en su lugar, durante
el recorrido el deudo irá poco a poco cosechando “recuperación” en los distintos momentos del
recorrido hasta alcanzar una recuperación plena; es decir, la recuperación “mayor” en el duelo
es la suma de “pequeñas recuperaciones” a todo lo largo del proceso. Cada recuperación es sin
duda una fuente de esperanza para el deudo, un aliento para seguir.
1. A pesar de la tristeza que provoca, hay gusto por acercarse a los lugares de recuerdo, mirar, tocar sus
pertenencias y hablar de ellos.
2. Cuando desaparece la ansiedad de separación.
3. Cuando los objetos transicionales pasan a ser simbólicos.
4. Cuando los pensamientos relacionados con el muerto ya no ocupan todo el tiempo del deudo: señalaba una
madre como ejemplo de un indicador de su recuperación: "al principio todo el tiempo era de mi ser querido,
ahora que estoy un poco más recuperada, NO TODO EL TIEMPO es de él/ella".
5. Cuando se acepta el cambio que la muerte produjo.
6. Disfrute de lo simple y lo sencillo (por ejemplo, se agradece, desde el corazón, un amanecer).
7. Disminuye el estrés por los planes propuestos.
8. Disminuye la angustia por las fechas significativas.
9. El mundo entero se volverá cada día más misteriosos y sorprendente.
10. Encontrar el “para qué” de lo sucedido (darle sentido a lo sucedido).
11. Firme sensación de que ya no duele tanto.
12. Hay nuevamente ganas de volver a hacer cosas viejas o nuevas o estar con los amigos.
13. La capacidad de conmoverse y el deseo o potencial personal de servir se manifiestan abiertamente.
14. La persona reconoce que el duelo la ha llevado a descubrir quiénes son en realidad y se experimentan
claramente cambios en la identidad personal.
15. La persona se encuentra de nuevo a sí misma (se recompone la personalidad).
16. La persona siente cada vez más gusto de que le pregunten por su ser querido.
17. Las circunstancias que rodearon la muerte ya no son tan importantes como antes.
18. Las cosas más insignificantes pueden llegar a tener un tremendo significado.
19. Las tensiones comienzan a desaparecer, y el deudo estará más y más sereno.
20. Lo que antes angustiaba ya no lo hace o alegra.
21. Poder vivir nuevamente: sacarle gusto de nuevo a las cosas.
22. Poseer más energía.
23. Recordar sin tanto dolor y angustia como la inicial.
24. Se aceptar hablar de él o ella.
25. Se aceptar vivir sin ellos.
26. Se aprecia belleza en cosas que nunca antes se habían concebido que podían ser hermosas.
27. Se aprecia que se puede mantener viva la relación y continuar extrayendo lecciones y aprendizajes de ella.
28. Se apreciará que la vida no es un problema sino un regalo, una alegría, una bendición.
29. Se compra uno cosas, se mima.
30. Se cuida uno más.
31. Se dejarán de tener tantos conocimientos y se tendrá más inocencia.
32. Se descubre que la capacidad de amar es ilimitada, y que sean cuales sean las circunstancias, siempre se
conserva la capacidad de responder con un gesto de amor.
33. Se encuentra de nuevo la realidad (se le da sentido a esta).
34. Se es consciente de que la capacidad de seguir amando y ser amados.
35. Se habla con más tranquilidad de ellos.
36. Se les recuerda con añoranza.
37. Se percibe que el sufrimiento propio y ajeno tiene algún sentido, inicialmente oculto, aunque este no se
encuentre al alcance de nuestra mente analítica e intelectual.
38. Se pregunta uno cómo serían ellos -físicamente y como personas- dos o tres años después de la pérdida con
mucha serenidad.
39. Se pueden compartir recuerdos y el propio dolor con los demás, sin resistencias ni miedos, y se experimenta
una interconexión profunda entre todos los seres humanos.
40. Se reconoce un profundo cambio en la orientación de los conceptos y valores en la vida, ya desde ideales
menos superficiales y banales a otros más perdurables y profundos.
41. Se recupera el sentido de vida (al menos parte de éste).
42. Sensación de tener más esperanza.
43. Ser capaz de ayudar a otros en circunstancias parecidas.
44. Ser capaz de honrar la existencia del ser querido muerto.
45. Siente uno ganas de cocinar y de realizar otras actividades simples de la vida diaria.
46. Tener ilusión por otro/a persona.
47. Volver a ver la vida y sentir, volver a soñar y a tener ilusión.
48. Ya no es tan necesario distraerse o mantener la mente ocupada como antes.
49. Ya se está más presente y disponible para uno mismo y para los demás.
50. Ya no hay enfado por lo sucedido.
51. Ya no se buscan culpables.
En este sentido, es importante destacar la presencia de los sueños, el soñar con algo que no
tenga que ver con el ser querido, generalmente relacionados con el bien personal o de otros
seres queridos, pues son uno de los primeros signos de la recuperación que acuden al rescate
de la persona en duelo y que serán recurrentes a todo lo largo del proceso.
El hecho de que el morir sea algo bueno, un ir a un mejor lugar, lleno de paz
y amor, es algo que ansiamos con profunda fe, tanta que deja de ser un
objeto de creencia y pasa a ser nuestro y, de hecho, hace parte de nuestra
verdad. No obstante, y ¿qué hacer con nuestros niños espirituales (almas
jóvenes)?, ¿con aquellos para quienes la muerte es aún dolor y tragedia?
Generalicemos, pero con cuidado, no todos estamos en el mismo lugar del
largo camino evolutivo. A cada cual le corresponde su verdad, y debemos
moderar y adaptar con frecuencia nuestro lenguaje.
(*) Escrita por el teólogo y politólogo protestante Karl Paul Reinhold Niebuhr en 1943
1. Leeré y me informaré de todo lo relacionado con el duelo, la aflicción y el luto. De esta forma
mi ayuda será más efectiva.
2. Permitiré y animaré la expresión de los sentimientos de dolor y tristeza por la pérdida del ser
amado, sin salir huyendo ante la expresión de los mismos.
3. Estarán siempre mis oídos atentos para escuchar el dolor, la tristeza, la rabia, la frustración,
la soledad y todos los otros sentimientos que acompañan a la aflicción.
4. Prestare, indefinidamente y mientras sea necesario, mis hombros, mis brazos y mi pecho como
consuelo para sostener la afligida existencia de mi hermano adolorido.
5. No esperaré a que el deudo busque ayuda, tomaré siempre la iniciativa visitándolo o
llamándolo.
6. Contribuiré a que el apoyo y la comunicación efectiva de la familia sean los instrumentos más
efectivos que faciliten la recuperación por la pérdida del ser amado.
7. Respetaré las diferencias individuales en la expresión del dolor y en la recuperación del mismo.
8. Estaré atento a la presencia de reacciones anormales o distorsionadas del duelo.
9. Animaré la realización de todas las actividades necesarias para la promoción, mantenimiento
de la salud y prevención de enfermedades durante el duelo.
10. Una vez alcanzada la recuperación, animaré y colaboraré en el establecimiento de grupos
de auto-ayuda en mi vecindario.
Tengo derecho a:
Tengo Derecho a:
Tengo Derecho a:
Tengo derecho a:
Tengo derecho a:
En estos espacios se aprende que el llorar en compañía de otros es mejor estrategia que el
reprimir las emociones, que la familia es el grupo primario por excelencia para y donde expresar
las emociones, y que poner límites a las personas respecto al proceso individual de recuperación
es importante para su facilitación.
No tienen ningún costo para los asistentes. Se trata de grupos de ayuda mutua y no de terapia
de grupo, por lo que serán diferentes a aquellos a quienes los reúne una adicción a drogas o
alcohol, o a una enfermedad: perder un ser querido no significa una patología ni una enfermedad
psicológica.
Los grupos de ayuda mutua surgen como una necesidad y no como una panacea. Las personas
con problemas mentales o de salud previos son invitadas a buscar ayuda en un ámbito más
apropiado (terapéutico) en donde les podrán suministrar el apoyo necesario a su problemática.
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