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"Me transformo en piedra y mi miedo continúa"

Los autores a través de aforismos del filósofo Wittgenstein, de conceptos de Lacan, d


el testimonio de los locos y el de los niños avanzan sobre esas zonas raras donde l
o más real del trauma no cesa de no escribirse .

Por Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillière *


Los tres hermanos mayores del filósofo Ludwig Wittgenstein, que era el más joven de
ocho hermanos, se habían suicidado. Ese tipo de sacrificios siempre resulta una am
enaza, pues entramos con ellos en un ámbito en que las representaciones, las garan
tías, los ideales, las legitimidades están reducidas a nada.
Jacques Lacan llama a ese ámbito, de manera convencional, lo real : lo que no conoce
nombre ni imagen y siempre retorna al mismo lugar , por fuera de la simbolización, lo
que no cesa de no escribirse . Más crudamente, lo real es lo imposible . Irrumpe allí don
de ya no funcionan las oposiciones que estructuran nuestra realidad común, el aden
tro y el afuera, el antes y el después; allí donde son burladas las garantías que fund
an el lazo social.
La irrupción de esta instancia de lo real torna así imposible, por definición, cualqui
er alteridad. Ya se trate del otro, Mi semejante, mi hermano (Charles Baudelaire, A
l lector , en Las flores del mal) con el cual nos identificamos y con quien rivali
zamos en el registro que Lacan llama lo imaginario , ya se trate del Otro invocado
para garantizar la alianza, la promesa y la buena fe, en el registro de lo simbóli
co. Así pues, se define el registro de lo real por un cercenamiento, una forclusión
del orden de la simbolización: Lo que no ha llegado a la luz de lo simbólico aparece
en lo real .
Este registro vale también, sin duda, para todo aquello que en la naturaleza no ha
llegado a la luz de la simbolización por ejemplo, las fórmulas matemáticas de la cienc
ia y que se propaga sin límites con una fuerza ciega y sin nombre. Pero el mismo re
gistro de lo real sirve también para localizar entre los hombres lo que aparece cu
ando algunos lazos sociales, a veces en el nombre de la ciencia misma, se ven co
ndenados al aniquilamiento. Cuando se destruyen las garantías de la palabra, ¿cómo con
struir un otro al cual hablarle?
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Acercarse a lo real contra la propia voluntad sacude las identificaciones habitu
ales. En esas condiciones, algunos comportamientos aberrantes deben considerarse
normales frente a la locura del entorno: una locura normal frente a una normali
dad trastornada. Para decir este estado de cosas, Ludwig Wittgenstein propone su
s aforismos enigmáticos: Puede uno imaginarse innumerables casos en que podría decirs
e de alguien que sufre a otra persona, o incluso que sufre a un mueble, o a un l
ugar vacío . ¿Sufría él el lugar vacío de sus tres hermanos mayores suicidados, o el de su
rido amigo Pinsent, muerto en un accidente de su avión en julio de 1918, mientras
investigaba las causas de un accidente anterior? Wittgenstein escribió: La idea de
un ego que habita el interior de un cuerpo debe ser abandonada . Y Madame de Sévigné l
e escribió a su hija la célebre frase: El viento de Grignan me hace doler tu pecho (Ca
rta del 29 de diciembre de 1688).
Esto no quiere decir que Wittgenstein defendiera la concepción dualista del alma y
el cuerpo. No se trata de oponer neuronas y psique, sino de explorar situacione
s traumáticas en las que las sensaciones del cuerpo son anestesiadas por el miedo,
a tal punto que el filósofo agrega: Me transformo en piedra y mi miedo continúa . En e
se contexto, precisa el filósofo, el comportamiento de dolor puede mostrar un lugar
doloroso, pero el sujeto del dolor es quien le da su expresión . A tal punto que su
frase célebre, aparentemente obvia, El hombre que grita de dolor o que nos dice qu
e sufre no elige la boca que lo dice , puede remitir a la boca de otro que puede d
ecirlo y gritar en su lugar cuando al primero le resulta imposible.
Los niños son muy rápidos en detectar las zonas de petrificación, aunque sean fugaces,
de quienes se supone que deben cuidar de ellos. Pueden expresarlo mediante afir
maciones que a veces son raras, que equivalen a preguntas, con una percepción agud
izada de los vacíos del otro.
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Toda catástrofe del orden social, doméstico u orgánico, corresponde a una pérdida de con
fianza, puntual o radical, en la seguridad de las leyes que rigen a los hombres,
el universo o el cuerpo. Así, la alteridad cambia brutalmente de status. De garan
te de la buena fe, del que emanan la palabra y la permanencia de las leyes físicas
, el otro se convierte en una superficie de signos y formas que hay que descifra
r, sobre un fondo de palabras devaluadas.
Por otra parte, la imposibilidad de sentir algo, tenga o no origen neurobiológico,
nubla el espejo que nos relaciona con nosotros mismos y con los demás. Pues el ju
ego de lenguaje consiste también en el tono de voz, las expresiones del rostro y e
l teatro de las emociones. Los desórdenes profundos de las funciones y las articul
aciones de estos dos dominios, lo simbólico y lo imaginario, abren el campo hacia
las desligaduras propias de lo real y acercan lo que no tiene nombre, ni límite, n
i otro. En caso de lesiones cerebrales, traumas o locura, los pacientes se enfre
ntan al mismo campo de lo real: una ruptura capital arruinó la confianza en la pal
abra, el contacto con los sentimientos de los demás, la fiabilidad y la continuida
d del micro y el macrocosmos.
Pero aquí se trata de decir, de querer decir. Wittgenstein retoma esta expresión a p
artir del equívoco que existe en la frase en francés je veux dire ( quiero decir ) respe
cto de lo que en inglés se distingue como I mean ( significo ) o I want to say ( quiero
decir ). (N. de la R.: el mismo equívoco existe en castellano.) Ese querer dice más de l
o que parece sobre el sujeto del decir. Pero la revelación de lo que el sujeto ign
ora de sí mismo no se hace tanto por autoobservación como por la vía de la respuesta e
sperada. Es que ese querer decir está dirigido a alguien.
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Nuestra humana condición es no poder escapar de la dimensión de lo simbólico. La efica
cia inexorable de las máquinas y la profusión de pantallas nos incitan a creer que u
n día no necesitaremos esa embarazosa singularidad sin la cual, no obstante, esos
mismos avances tecnológicos no podrían existir. ¡Cuánto más fácil sería la vida si pudiéramos
primir mecánicamente las enfermedades, las locuras, las angustias y los cambios de
humor, hacer que los muertos desaparezcan, pura y simplemente, sin envenenarnos
la existencia! Lamentablemente, ninguna maquinaria, ni siquiera la de un partid
o completamente racional o de una organización perfecta, ha logrado jamás reemplazar
la necesidad de decir, y hasta de hablarse a sí mismo, cuando hablar con otra per
sona resulta imposible.
Cuando se pierde la razón, querer decir es hablarse a sí mismo como último recurso, pu
es el único que puede escuchar es uno.
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Durante la Edad Media y el Renacimiento se pagaba a los locos de la corte o de l
os teatros de feria para que manifestaran en voz alta a todos, incluso al rey, l
o que no podía decirse. No sin peligro. Hoy les convendría contratar un seguro para
poder pagarse los tratamientos y las píldoras necesarias para eliminar la agudeza
que los hace distinguir, a través del espejo, palabras y sonrisas de convención. Ade
más, el Concilio de Toledo abolió varias veces, en 1516 y luego en 1566, el Día de los
Locos, también llamado Día de los Inocentes o Día de los Niños. La Iglesia y el poder p
olítico persiguieron sin tregua este tipo de teatro que siempre resucitaba de sus
cenizas, como el carnaval mismo.
En 1529, Berquin, el traductor al francés del Elogio de la locura, de Erasmo de qui
en Berquin era gran admirador , fue quemado en la hoguera bajo el reinado del gran
humanista Francisco I. En 1535, Tomás Moro, a quien se había dedicado el Elogio...
y quien, según los dichos de Erasmo, siempre estaba tan jocoso que podría creerse que
el objetivo principal de su vida era bromear , fue decapitado por orden de Enriqu
e VIII, su protector, en una Inglaterra que se presentaba como el país más refinado
y ávido de intelectualidad de toda Europa. ¿Qué medida común existe entonces entre locos
, sabios inocentes y niños?
Sin duda la curiosidad, en esencia científica, es la misma que la de los bebés, siem
pre y cuando el adulto colabore con la investigación. Es bien conocido el ejemplo
del niño que deja de mamar cuando su madre recibe un telegrama alarmante. Pues un
niño de pecho está en condiciones de darse cuenta de que el rostro de su madre o el
olor o el ritmo de su corazón han cambiado: es sensible, sobre todo, a las diferen
cias. Los indicadores corporales que ha observado y grabado le permiten detectar
impresiones. ¿Insultaremos su inteligencia afirmando que se trata de un reflejo o
reconoceremos más bien que es una manera silenciosa de hacer una pregunta?
Esta pregunta va a ser validada inmediatamente a través de la respuesta que confir
me o refute su experiencia. Una mentira como respuesta, o un silencio incómodo, ll
evan al sujeto, en ese punto, a la no existencia: se exilia, se calla, delira. Más
que hablar con él, se habla de él, como si fuera una aberración. La gramática cambió súbita
mente de sentido: sujeto y objeto cambiaron de lado, el observador es ahora el o
bservado. El niño, investigador en potencia, queda desconcertado frente a la explo
ración que se le niega: hacen de él un tonto, un loco, un inocente. Hasta que se enc
uentre con un otro que acepte el desafío de reactivar la pregunta.
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El universo se derrumba, de manera impresionante, para los niños o los adultos inf
antilizados, cuando se los deja en un estado de desolación con el pretexto falaz d
e que no pueden comprender . Así, el hilo de la palabra puede cortarse radicalmente.
Aquí nos referimos a un enfoque del lenguaje que tiene su origen en el Otro y no e
n una máquina de traducción en el interior del cráneo. La palabra procede de imágenes, c
olores, olores, gestos, pero siempre y cuando se autentiquen en la dimensión del p
acto simbólico. Si, por ejemplo, esa madre turbada por el telegrama logró decir algu
nas palabras a su hijo para calmarlo, a pesar de su intranquilidad, su tono de v
oz habría transmitido, en esencia: Pasó algo grave, no por nada sientes esta agitación
repentina. Las consecuencias serán difíciles para nosotros, pero ten confianza .
En general, cuando el mundo se vuelve absurdo, los niños tienden a pensar que ello
s son los que causaron la catástrofe, pues no pueden explicarlo de otra manera. Lu
ego arreglarán un poco el razonamiento y aprenderán a culpar al prójimo, cuando la con
strucción del yo y las relaciones imaginarias permitan las proyecciones. Es prefer
ible imputarse la causa de un hecho inexplicable o pasarle la carga a otro que a
frontar un hecho sin causa. Esta estrategia de supervivencia es una de las más efi
caces frente al campo extraño e inquietante de lo real.
* Texto extractado de Historia y trauma. La locura de las guerras, de reciente a
parición (ed. Fondo de Cultura Económica). Ambos autores se hallan en la Argentina,
donde participan en actividades organizadas por Abuelas de Plaza de Mayo.

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