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VH Libros

Colectivo de Autores

Autobiografía‒Historia Familiar
Autoficción XII

Buenos Aires
2018/2019
Autobiografía, historia familiar y autoficción XI / María
Isabel Barilá ... [et al.]. – 1a edición Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : VH Libros, 2018.
219 p. ; 21 x 14 cm.

ISBN 978–987–46105–2–2

1. Actividad Artística. I. Barilá, María Isabel


CDD 920

© 2018 María Isabel Barilá, Ana María Cigada, Carolina


Chiatellino, Matilde Deaige, Daniela Dreyfus, Marta Fingue-
ret, Matilde García Moritan, Angélica Herrera Madariaga,
Irene Hinz, María Teresa Lavalle, Cristina Lapeyre, Jorge
Lindman, Liliana Mandingorra, Roly Menéndez, Cristina
Moreiras, Eliana Mutio, Rosalía Odessky, Luis Pees Labory,
Ana Piazzetta, Graciela Rimondi, Paula Ron, Grace Ríos
Ordoñez, Inge Von Ledebur, Adelaida Wartensleben, Silvia
Winer

©2018 VHLibros
Diseño de tapa: Romina Haurie
Edición literaria: Virginia Haurie

Impreso en ImprentaYa, Alférez Hipólito Bouchard 4381,


Munro, Buenos Aires, Argentina.
Se terminó de imprimir en diciembre 2018
María Isabel Barilá
Ana María Cigada
Carolina Chiatellino
Matilde Deaige
Daniela Dreyfus
Marta Fingueret
Matilde García Moritán
Angélica Herrera Madariaga
Irene Hinz
María Teresa Lavalle
Cristina Lapeyre
Jorge Lindman
Liliana Mandingorra
Roly Menéndez
Cristina Moreiras
Eliana Mutio
Rosalía Odessky
Luis Pees Labory
Ana Piazzetta
Graciela Rimondi
Grace Ríos Ordoñez
Paula Ron
Inge Von Ledebur
Adelaida Wartensleben
Silvia Winer
Indice
Introducción 9
Autores
María Isabel Barilá 11
Ana María Cigada 17
Matilde Deaige 23
Daniela Dreyfus 39
Marta Fingueret 31
Matilde García MoritÁn 43
Angélica Herrera Madariaga 51
Irene Hinz 57
María Teresa Lavalle 69
Cristina Lapeyre 79
Jorge Lindman 84
Liliana Mandingorra 101
Roly menéndez 111
María Cristina Moreiras 119
Eliana Mutio 129
Rosalía Odessky 139
Luis Pees labory 147
Ana Piazzetta 157
Graciela Rimondi 165
Grace Ríos Ordonez 173
paula ron 181
Adelaida Wartensleben 187
Silvia Winer 199

Autoras invitadas
Inge Von Ledebur 207
Carolina Chiatellino 213
Presentación de Autobiografía Historia familiar
autoficción XI 2017/2018
en la Feria del Libro de Buenos Aires
el 14 de mayo 2018

Presentación de Autobiografía Historia familiar


autoficción XI 2017/2018
en la Feria del Libro de Mar del Plata
el 19 de octubre 2018
E l volumen XII de esta colección se propone
homenajear al escritor George Perec. Se trata
de un autor que tiene varios libros dentro del
género del yo y otros sorprendentes, escritos bajo
las estrictas reglas que se imponía como miembro
de OULIPO, Taller de Literatura Potencial francés,
fundado en 1960 por el escritor Raymond Queneau.
El objetivo de los escritores de este grupo es lúdico y
científico. Por utilizar técnicas basadas en restricciones
se definen como “ratas que construyen el laberinto del
cual se proponen salir” (nuestro volumen X contiene
relatos escritos solo con palabras sin la letra A).
El primer libro de Perec se titula Las cosas y bien
vendría leerlo cada vez que nos sentimos compelidos,
sin razón justificada, a correr a comprar algo que
nos “gratifique”. La novela, publicada en 1965, está
ambientada en los inicios de la sociedad de consumo.
Los protagonistas son una pareja de jóvenes que
se gana la vida haciendo encuestas de publicidad y
sueña con tener cosas, ser ricos, viajar por el mundo,
poseer. En la novela tienen más peso “las cosas” que
los personajes. De hecho hay una larga y detallada
lista, casi un catálogo, de cosas que ellos desean para
una casa ideal. Una casa que no tiene ventanas.
El futuro no parecería ir en una dirección distinta.
Tal vez lo que cambie sea la composición de las
“cosas”. Hoy podríamos decir ¿para qué necesitamos
ventanas si tenemos las cientos que se abren en
nuestro teléfono smart? Ventanas a través de las
cuales nos venden miles de “cosas” sin movernos de
nuestra casa.
Es difícil de imaginar, para quienes crecieron con la
fórmula consumo = felicidad, que hubo un tiempo en

9
que se podía vivir sin consumir. Este comentario viene a
cuenta de que en esta entrega vamos a asomarnos a ese
tiempo, pero inspirados en otro libro de Perec. Se titula
Me acuerdo y reúne pequeños trozos de lo cotidiano, de
hechos y cosas que todos los que tenemos más o menos
la misma edad hemos visto o compartido y que borramos
de la memoria porque no merecían ser recordadas. El libro
contiene 480 ‘me acuerdo’ que expresan la cotidianeidad
europea de ciertas décadas del XX. A nosotros, autores
que trabajamos el rescate de la memoria, nos ocurrió lo
mismo que a Perec cuando un amigo le regaló el libro I
remember del artista estadounidense Brainard: los “me
acuerdo” surgieron a borbotones. En nuestro caso nos
concentramos en las décadas de la infancia, aunque
alguno que otro autor saltó esa barrera: “me acuerdo
de los bancos de madera con tintero”, “me acuerdo de
la sangre que chorreaba la revista Así”, “me acuerdo
que el verdulero decía que el hombre no había llegado
a la luna”, “me acuerdo que los padres asustaban a los
niños con el cuco Lumunba”, “me acuerdo de las revistas
mejicanas y del Llanero solitario”, “me acuerdo de la soda
hecha con un polvo“, “me acuerdo que la misa se decía
en latín”, “me acuerdo de las motonetas Vespa”…
En este libro no hay un autor único, en ese sentido,
vas a encontrar “me acuerdos” de tipo localista, otros
muy personales y hasta quien utilizó esta expresión
como recurso para narrar una historia. Y como somos
únicos pero diferentes a algunos no les atrajo la
propuesta.
Encontrarás relatos de inspiración autobiográfica,
autobiográficos puros y de autoficción.
Esperamos que disfrutes de la selección realizada.

Virginia Haurie
María Isabel Barilá

1. Me acuerdo
2. La caja de los recuerdos

quichibarila@gmail.com

11
1
Me acuerdo de formar fila en la escuela primaria
tomando distancia con el compañero estirando el
brazo.

2
Me acuerdo del maíz que se vendía en la Plaza de
Mayo para darle de comer a las palomas.

3
Me acuerdo de los largos viajes en tren de Neuquén
a Buenos Aires. Veintitrés horas.

4
Me acuerdo de ir a la estación del pueblo a ver el
tren cuando llegaba de Buenos Aires.

5
Me acuerdo de las casas de chapa del balneario Las
Grutas cerca de San Antonio Oeste.

6
Me acuerdo de los desfiles de escolares y de las
fuerzas vivas en las fiestas patrias de mi pueblo y de
los bollos y el chocolate que se repartía al terminar.

12
7
Me acuerdo de los viajes en tranvía con su traqueteo
infernal y en trolebús mucho más rápido y cómodo.

8
Me acuerdo de los carnavales, de los disfraces, del
papel picado y del agua perfumada.

9
Me acuerdo de los vagones del subte de la línea A
que parecían desarmarse.

10
Me acuerdo de lo difícil que era conseguir un taxi
en un barrio alejado del centro.

11
Me acuerdo de la pulcritud de maestros y alumnos
en la escuela.

12
Me acuerdo de los programas de radio de Blanquita
Santos y Héctor Maselli, Los Pérez García y de los
radioteatros con Óscar Casco.

13
13
Me acuerdo de los trajes negros con pantalones
bombilla que usaban los petiteros.

14
Me acuerdo de los vestidos bolsa y de los hermosos
vestidos acampanados.

15
Me acuerdo de los cucuruchos de dulce de leche de
la Martona y las botellas de leche de vidrio.

16
Me acuerdo de los torneos de payana y de bolitas.

17
Me acuerdo el día que el Che Guevara fue a la
Facultad de Derecho.

18
Me acuerdo de las pastillas de iodo que nos
obligaban a tomar en la escuela porque el agua no
tenía iodo.

19
Me acuerdo de los viajes de Neuquén a General
Roca por caminos de tierra.

14
La caja de los recuerdos

Acomodaba un placard donde guardo cosas que


no se utilizan cuando encontré una caja que no
recordaba. La abrí y explotó la caja de Pandora.
Me encontré con muchos recuerdos. Al mirarlos
uno por uno, la sorpresa fue mayúscula: una buena
parte de los hechos más trascendentes de mi vida se
encontraban en esa caja.
Recuperé la carta que mi papá le envió a mis abuelos
que vivían en Carmen de Patagones con la noticia
de mi nacimiento. Me emocionaron las palabras de
papá: "yo la miro y no me canso de pensar que es
hijita mía... Qué cosa, ¿no? La nena es gordita, pesa
cuatro kilos, no hace más que jugar con las manitas y
mirar a todas partes ..."
También encontré numerosas cartas de mi abuela
materna, de mi tía–abuela Mery, de mi esposo que
siempre fue un romántico, también de mi hijos,
sobrinos y otros familiares. Leerlas me permitió
evocar momentos que los años ya habían guardado
en algún lugar del olvido.
Había un Boletín de Calificaciones de segundo
grado, firmado por mi mamá como maestra y mi papá
como padre, y una fotocopia de la hoja del Registro
de la Escuela correspondiente al curso de sexto grado
del año 1953, año en el que había egresado de la
escuela primaria. Me la habían dado en la fiesta de
los 50 años de egresados. A muchos compañeros no
los recordaba. También había guardado en la caja
la nómina de alumnas que egresamos de la Escuela
Normal, también al cumplir los 50 años de egresados.

15
Había mucho más: una libretita de mi mamá con los
saludos de despedida de sus compañeras al recibirse
de maestra en el Colegio La Misericordia de Belgrano;
comprobantes de los cursos de perfeccionamiento
que realicé en Buenos Aires, porque en esa época no
se podían hacer en Río Negro. Mi designación como
maestra titular, como vicedirectora titular y directora
interina de la Escuela 248 una de las más grandes de
Cipolletti, donde transcurrió la mayor parte de mi
carrera docente; y hasta la aceptación de mi renuncia
cuando me jubilé.
Sonreí para mí misma cuando descubrí entre los
papeles mi diploma de un curso de parapsicología que
hice cuando llegué, ya jubilada, a vivir a Buenos Aires.
Era el año 1990 y no sabía qué hacer. Un diploma
que siempre mantuve escondido porque me daba
vergüenza mostrarlo.
Y muchas cosas más que sería largo de enumerar.
Me dio gusto recorrer esos recuerdos. Los volví a
acomodar bien dentro de la caja y escribí en la tapa:
“CAJA DE LOS RECUERDOS DESDE EL 11/02/42 al
10/11/18 PERTENECIENTE A MARÍA ISABEL BARILA” y
la volví a guardar en el mismo lugar.
Algún día alguien la encontrará y tal vez sienta
curiosidad por saber algo de mi vida.

16
ana maría cigada

1. Charla con Bufi


2. Pesadilla risueña en Belgrano

anacigada@hotmail.com

17
Charla con Bufi

¡Hola, Bufi! Tranquila, dejame abrir el candado. ¡No


te escapes!
Bueno, ya está. No saltes, ya sé que estás contenta
pero no me tires al suelo, que está embarrado y me
cuesta levantarme.
¿Cómo estás? Si, ya sé, solita. Pero Isabel viene
seguido, te trae comida casera y pone agua en el
fuentón, aunque vos preferís tomar el agua de la
pileta.
Sí, mucho tiempo que no nos veíamos. ¿Sabés,
Bufi?, no me dan ganas de venir. Perdoname, pero
el tiempo no acompaña y prefiero quedarme en mi
departamento.
¡No me lo repitas! Vos extrañás los días en que
estaba Eduardo y se sentaba a leer en el jardín y vos
le hacías compañía. Sí, era la compañía que ambos
preferían.
¿Recordás el tiempo de tu llegada hace nueve o
diez años? Astor era chiquito, pero él y su papá habían
pedido un perro para cuando vinieran de vacaciones.
Eran dos cachorros, vos y Astor, dando vueltas debajo
de la mesa y después compartían la siesta bajo el
pino, sobre el blanco cuerito de oveja.
Pasaron un par de años. Los suecos llegaron con
Raoul, el hermano menor, y fuiste su compañera de
juegos y travesuras. Creo que cuando yo no estaba
entrabas a la casa, al dormitorio, tal vez; hasta que
por un agujero en el cerco del vecino apareció tu
competidor. Él venía a jugar con vos, pero Astor lo

18
quería en exclusividad y te fueron dejando de lado. El
recién llegado partió con ellos a Estocolmo y parece
que allá es un perro exótico que llama la atención de
todo el mundo.
Vos te quedaste sola después de que Eduardo dejó
la quinta, como testigo del tiempo pasado.
A veces me apena tu suerte, pero enseguida alejo
ese sentimiento para no contagiarme.
Bueno, Bufi, ya te di alimento, cambié el agua, junté
ramas de cedrón y de laurel, y me voy porque llegó el
taxi a buscarme.

Buenos Aires, 10 de mayo de 2018.

19
Pesadilla risueña en Belgrano

Llego a la puerta de Migueletes 1854, que se abre


antes de que toque el timbre. Nadie sale a recibirme.
El lugar se ve amplio, en la pared del fondo y sentadas
junto a una ventana bordeada de trencadis están Verita
y Romina. Están experimentando con TOONFASTIC;
en la pantalla aparecen perros, gatos, liebres, algún
pajarito y lo más notable, se huelen romero, lavanda,
cedrón. Una delicia.
En el centro de la sala, Virginia trabaja en una
consola gris metalizada. Ese aparato le permite editar
nuestros libros a altísima velocidad.
Frente a ella, un tríptico virtual. En el panel de la
izquierda, Silvia en Faraway aguarda su turno mientras
da instrucciones a Azucena para preparar mermelada
de naranjas. En el panel del centro, Ana Piazzetta,
en Samsara, elige los dibujos de su nieta Luna, que
ilustrarán su trabajo. A la derecha, Matilde, en Yerba
Buena conversa con su nieto sobre las diferentes
etnias de las Yungas.
Cerca de la consola casi mágica Rosalía está sentada
en un confortable sillón amarillo con sus pies apoyados
en un taburete. Tiene sobre su falda sus cuadernitos
y papelitos que pronto Virginia convertirá en un libro.
Junto a ella, instalada en un puf rosa shocking,
Mendigorria Maitia trata de conectar su teléfono
superinteligente con una suerte de pinche metálico
en el que entrarán sus textos: “Fernando”, “A upa”,
“Los sueños”, todos.
Suenan unos compases del Himno a la Alegría y se
enciende una pantalla más pequeña a la izquierda.

20
Es Adelaida que viene en el 007, su auto, con Velia,
Daniela y Cristina. Están atrapadas en Libertador
y Pampa entre dos manifestaciones; una de gente
bien vestida y chicos de colegios religiosos que se
pronuncian contra el aborto, y otra de mujeres con
las cabezas tapadas y las tetas al aire que bregan por
el aborto legal.

Ring, ring,ring…
–Hola, si Juanita, ya le abro. No oi el portero
eléctrico.
¡Menos mal que me despertó, Juana! Si no todavía
estaría consultando el TALK to BOOKS para saber
cuántas veces se menciona la palabra Errekondoa en
los últimos veinte años.

Chivilcoy, 26 de mayo de 2018.

21
Matilde Deaige

1. Me acuerdo
2. El rayo de la suerte

magede36@yahoo.com.ar

23
1
Me acuerdo de los desfiles militares del 9 de Julio
en la Avda. del Libertador sentadita sobre los hombros
de papá.

2
Me acuerdo de los conjuntos de vanlon comprados
en la Galería Santa Fe.

3
Me acuerdo de las carrozas cubiertas de flores por
la Avda. Santa Fe para celebrar la Primavera.

4
Me acuerdo del juego con agua en los carnavales
con baldes y palanganas.

5
Me acuerdo de las chatitas súper moda del local
Pichi en la Galería Santa Fe.

6
Me acuerdo del Petit Café donde se reunían los
petiteros y los caqueros peinados a la gomina.

7
Me acuerdo de mi vestido de primera comunión y
de mi bolsa de broderie.

24
8
Me acuerdo de las estampitas que se daban a
cambio de monedas.

9
Me acuerdo de los helados Laponia en palito.

10
Me acuerdo de los cinturetes de colores y las faldas
plato.

11
Me acuerdo del jabón Palmolive y el Radioteatro
Palmolive del Aire con la voz de Julio César Barton.

12
Me acuerdo del tocadiscos Winco y los discos de
pasta.

13
Me acuerdo de la toca, la vincha y los batidos del
cabello.

14
Me acuerdo de las alpargatas y las bombachas de
campo de Eduardo Sport.

25
15
Me acuerdo de los pantalones Capri.

16
Me acuerdo de los vestidos con tela cuadrillé
celestes o rosa al estilo de Brigitte Bardot.

17
Me acuerdo de Pat Boone y su romanticismo.

18
Me acuerdo de James Dean y su mirada triste.

19
Me acuerdo de mi álbum de estampillas de
colección.

20
Me acuerdo del arroz con leche que se comía en La
Martona.

21
Me acuerdo del café con leche que se tomaba en El
Paulista de Vicente López.

26
22
Me acuerdo de las fotos blanco y negro sacadas con
mi cámara Cannon QL25.

23
Me acuerdo de Sábato y Falú en el teatro Regina
presentando Romance de la muerte de Juan Lavalle.

24
Me acuerdo de Pipo Mancera y sus Sábados
Circulares.

25
Me acuerdo de los cigarrillos Gloster rubios con
filtro. Con ellos me inicié en el camino del tabaco.

26
Me acuerdo de los pantalones bota de elefante,
comprados en la Boutique del Pantalón en Plaza San
Martín.

27
Me acuerdo de la boutique de Bergara Leumann en
la calle Paraguay.

27
El rayo de la suerte
Viajar es mi pasión. Los viajes suelen ser preparados
cumpliendo los pasos a seguir para que resulten exitosos.
Sin embargo, algún viaje nos toma desprevenido y llega
sin que lo esperemos.
La acción de la naturaleza en forma de rayo atravesó
mi balcón en una noche tormentosa quemando el
sistema eléctrico y la conexión de TV con antena
incluida. Mario y yo quedamos a oscuras y sin televisión.
A la mañana siguiente el electricista solucionó el
problema eléctrico, faltaba resolver el tema televisión.
Nosotros no estábamos abonados al sistema de Cable
y decidimos tomar una promoción de Telecentro que
se ofrecía por la zona. A la semana instalaron todo lo
necesario y pasamos a ser abonados a la TV por Cable.
Una nueva experiencia con forma de imagen.
Llegó por correo la revista correspondiente y en su
página final leí el anuncio de un sorteo para viajar a
París y ver la final del Grand Slam Paris Bercy. Decía:
“Acompáñanos a la gran final”. Los sorteos me seducen
y suelo enviar los talones para tentar la suerte. Este por
supuesto lo envié
Por esos tiempos, trabajaba en una empresa
organizando viajes y reuniones corporativas. A
mediados de octubre del año 2000 viajé a Madrid
acompañando a un primer grupo de vendedores que
resultaron seleccionados por sus éxitos comerciales.
El 14 de octubre llegamos al hotel. Luego de finalizado
los menesteres para instalar y acomodar al numeroso
grupo, me dispuse a llamar a Mario para contarle que
estaba bien y dispuesta a trabajar duro durante los

28
cinco días. El teléfono público estaba ubicado dentro de
una cabina vidriada estilo art nouveau en el centro del
amplio hall del cinco estrellas, mucha gente alrededor
y mis dos compañeras de trabajo, aguardando fuera.
–Hola, Mishi, llegamos perfecto y ya estamos
instalados, ¿y, vos, amorcito?
–Extrañándote. Decime, Bushi, ¿mandaste algún
cupón para un concurso de Telecentro?
– Sí... ¿por qué?
–Porque lo ganamos.
Todo mi cuerpo y mente se estremecieron. Agitaba
los brazos de tal forma que mis compañeras se
asustaron y se acercaron a la cabina preocupadas. La
conversación con Mario finalizó con promesas de otras
llamadas. Al salir de la cabina, me preguntaron qué
había pasado y yo convulsionada todavía por la noticia
conté la novedad. El comentario fue “Matilde tiene
más culo que cabeza”. Risas y felicitaciones.
El premio en cuestión era un viaje a París para dos
personas por Air France, cinco días de alojamiento en
hotel cinco estrellas, comidas y la entrada para la final
del Paris Bercy, un sueño con forma de diamante.
Este viaje fue uno de los más disfrutados por el azar
que metió sus alas, por el gusto por disfrutar una final
de Tennis del Paris Bercy y sobre todo porque fue sin
costo.
Debo decir que seis meses antes habíamos estado en
París y sin embargo esos cinco días fueron reveladores
de lo que se siente cuando se es tocado con la varita de
la suerte. Fue nuestra cuarta visita a París y sin embargo
la ciudad se nos presentó más mágica que nunca.
Un rayo se metió por los cables y su energía hizo que
por cinco días flotáramos en el aire por la emoción del
imprevisto.
29
Marta Fingueret

1. Me acuerdo
2. Barcelona

marfingueret@yahoo.com.ar

31
1
Me acuerdo de cuando comencé el 1° grado inferior;
llevaba un guardapolvo blanco con tablitas tiesas y un
cinturón ancho que terminaba en un gran moño que mi
mamá había almidonado y planchado con esmero.

2
Me acuerdo de que volvía de la escuela feliz cuando
me sacaba un MB 10. Era el mejor regalo que le podía
ofrecer a mi mamá, una joven inmigrante polaca, como
lo habría sido para tantos inmigrantes del mundo sin
distinción –rusos, españoles, italianos– para quienes la
educación de sus hijos era prioridad en sus vidas.

3
Me acuerdo de que nos escapábamos con mi hermana
a la vecina calle de tierra, llena de árboles añosos, un
lugar soñado para cazar mariposas.

4
Me acuerdo del vendedor de gallinas, vivas, por
supuesto, que las mujeres seleccionaban mientras
no paraban de parlotear; algunas, se encargaban de
sacrificar y desplumar.

5
Me acuerdo de los cortejos fúnebres que pasaban
presididos por carruajes negros, ostentosos, tirados por
caballos que azuzaban los cocheros vestidos de rigurosa
librea.
32
6
Me acuerdo de la tiendita de ramos generales del
barrio, donde se compraba “fiado”; los debe y haber se
anotaban en un cuadernito con los nombres de pila o los
apodos de la clientela.

7
Me acuerdo de cuando los vecinos del barrio salían a
saludarse después de las 12, en la noche de Año Nuevo,
que terminaba muchas veces en un nuevo festejo.

8
Me acuerdo de los desfiles de carrozas multicolores
del 21 de setiembre en la Av. Santa Fe.

9
Me acuerdo de las vidrieras de Harrod´s, suntuosamente
preparadas en vísperas de la Navidad.

10
Me acuerdo de cuando pasaba en tranvía por el
gran Mercado mayorista del Abasto donde los grandes
camiones estacionados interrumpían el tránsito de la
Corrientes de doble mano.

11
Me acuerdo del típico lugar de citas para cientos
de jóvenes: la esquina del Trust Joyero Relojero de
Corrientes y 9 de Julio.
33
12
Me acuerdo de los “asaltos”, fiestas juveniles que se
llevaban a cabo alternativamente en casas de familia.

.13
Me acuerdo de cuando me “largué” a bailar rock
con mi mini, recién estrenada, al compás de la música
de Elvis Presley.

14
Me acuerdo de las famosas copas heladas del
Vesubio que nos deleitaban, ¡en invierno!!!

15
Me acuerdo de las tardes en el Bar La Paz, en
los 60, donde amigos y parejas de estudiantes,
idealistas utópicos, conversaban y discutían sobre los
acontecimientos del mundo, entre café y café.

16
Me acuerdo de las exposiciones en el Instituto Di
Tella, donde una joven Marta Minujin ya cobraba
notoriedad.

17
Me acuerdo de haber conocido, también en los 60,
el teatro “under” que funcionaba en “La Botica del
Ángel” de Bergara Leumann.

34
18
Me acuerdo de Nacha Guevara y Norman Briski,
entonces pareja, íconos del teatro argentino.

19
Me acuerdo de las funciones del Cine Club Núcleo,
reducto de estudiantes, donde se proyectaban: alguna
película de Eisenstein, otras de Akira Kurosawa, o
preestrenos franceses y del neorrealismo italiano.

20
Me acuerdo de la Galería del Este. Se entraba o
salía por Florida o por Maipú. Todo el movimiento
hippie que originó el Woodstock de la época estaba
ahí: moda, música, cuadros.

21
Me acuerdo de cuando un grupo militar irrumpió
en el del Aula Magna de Filosofía y Letras, un claustro
que creía sagrado.

22
Me acuerdo de las miles de personas que en los
80 colmaban la Avenida 9 de Julio en el cierre de
campaña de Raúl Alfonsín. Me acuerdo de él no como
representante de un partido político, sino como símbolo
de la refundación de la democracia.

35
Barcelona
historia de una búsqueda

Me llamó la atención en “Comer, Rezar, Amar”


que su autora, Elizabeth Gilbert, estampara esta frase al
comienzo de su periplo por Italia, la primer parada de un
largo viaje que concibió y supo concretar:
ITALIA
Treinta y seis historias sobre la búsqueda de placer
Cuando aterrizamos en Barcelona, un destino
importante de nuestro vagabundeo por España, me
pregunté algo parecido. ¿Cuál era mi búsqueda al
seleccionar ese lugar en especial? Aclaro que surgió
como un deseo mío particular y que terminó siendo de
todos: dos parejas inquietas, proyectando su viaje por el
viejo continente.
Por cierto, siguiendo un plan armado en Buenos Aires
y parcialmente rearmado a lo largo de nuestro recorrido,
nos apresuramos en cumplir con nuestro primer objetivo
de máxima: visitar La Pedrera y La Sagrada Familia, dos
íconos barceloneses que proyectara Gaudí.
Antes de volver a lanzarnos como impetuosos viajeros
de una remanida publicidad turística a otros destinos,
decidimos darnos un tiempo para recorrer las calles de
la ciudad.
Nos gustaba mezclarnos con la gente, observarlos en
su ir y venir, abarrotar con preguntas al vendedor de
baratijas y postales de una esquina de La Rambla, siempre
dispuesto a la respuesta amable, que agradecíamos con
la compra de alguna postal.
Yo deseaba con todo el alma que “mi sombra no
oscureciera aún la puerta de ningún museo, exposición
o lugar sagrado. Soñaba con pasear sin rumbo,

36
incansablemente”, cuando de pronto dimos con las
puertas del Liceu, un hermoso teatro de conciertos
que visitamos con guía mediante, para finalmente dar
de lleno, guiados por nuestra intuición, a un subsuelo
donde nos topamos con un coqueto cafecito repleto de
suculentas delicias, a las que nos abalanzamos casi sin
pensar.
Comer, reír, dejarse llevar. Quizá fue mi lado epicúreo,
remedando el trajinar de Elizabeth Gilbert por Roma, el
que me hizo prácticamente arrastrarlos hasta allí un par
de veces, aunque creo que gozaban de la situación.
Uno de esos días, hurgando aquí y allá, descubrimos
un pequeño saloncito de compras, repleto de souvenirs
y tesoros musicales de todos los tiempos.
Un joven desgarbado, de edad indefinida, se nos
apareció de cuerpo entero –había estado oculto tras una
computadora– para orientarnos en nuestra búsqueda.
Comenzamos a hablar sin parar, subyugados por su decir.
No sé en qué momento pasó de guía ocasional de nuestra
pulsión compradora a ser nuestro guía referencial con
el que nos citamos y volvimos a encontrar a la mañana
siguiente –pese a nuestras dudas– en un Call del Barrio
Gótico.
Por unas horas Aleix, así se llamaba, fue un explorador
entusiasta en nuestra recorrida por esas calles que
parecían conservarse aún de viejos tiempos. Fue el que
supo mostrarnos secretos celosamente guardados en
esas casas milenarias, o llevarnos a atisbar, entre picos y
palas, la recién desenterrada sinagoga descubierta por un
grupo de incansables arqueólogos bajo los cimientos
de una casa semiderruída. Se creía que ese pequeño
templo era uno de los más antiguos de los que se
tenía noticia.

37
Y terminamos juntos, el Aleix joven con una sabiduría
de viejo y nosotros, tomando un cafecito interminable en
una esquina misteriosa del Call –esquina a la que volvimos
y ya no pudimos encontrar– mientras nos emocionaba
con relatos desempolvados del olvido de la historia.
Relatos que despertaron en nuestra imaginación, como
si fuera hoy, escenas y personajes que iban y venían en
su trajinar cotidiano. Comerciantes, artesanos, libreros,
estudiosos, a quienes no les eran ajenos, allá, en el confín
de los siglos, el amor por la ciencia o por el estudio de la
Cabalá.
Fue en aquellos lejanos días, donde de pronto surgió
un período sombrío conocido tristemente como el del
“oscurantismo”. Un “oscurantismo” que todo lo borra.
¿Todo? “El olvido está lleno de Memoria”, dice el poeta.
Memoria que se cuela , que revive en cada oportunidad
posible, quizá a través de un Aleix o de otros mensajeros,
oráculos privilegiados de aquellos héroes anónimos, que
se empecinaron en seguir dando testimonio, para un
NUNCA MÁS.
Entonces supe que mi búsqueda había encontrado
destino.
Somos, pensamos, sentimos esa dualidad inherente a
la condición humana que experimenté, sin contradicción
alguna, al gozar del simple e inocente placer casi
hedonista de todos los días –como el “sufrido” en
el cafecito del subsuelo del Liceu barcelonés– al
mismo tiempo que pude “saborear” aquel encuentro
impensado con un Aleix que, como muchos otros, nos
permiten reencontrarnos con las historias, los mitos,
los saberes y sentires de la vida de los pueblos, que
nos enriquecen y reconfortan el alma.

38
Daniela Dreyfus

Daniela Dreyfus es autora de la


autobiografía MI FAMILIA, MIS
RECUERDOS, MIS FANTASÍAS
I, II, III y IV.

1. Lo que aprendí
2. Mi gatita

daniela.dreyfus@gmail.com

39
Lo que aprendí

Casi todo lo que aprendí en mi vida y que me ayudó


a formarme tal cual soy ahora ocurrió en mi infancia y
en mi adolescencia. Muy pocas cosas después. O, si no
tan pocas, no tan fundamentales.
En mi infancia aprendí lo que es una pérdida: la
muerte de mi padre a mis ocho años. Y no fue solamente
esa muerte sino también la repetida historia del
fallecimiento del primer hijo de mi madre, que murió
a los dos años de edad, no debido a una enfermedad
sino por una infección contraída a causa de una vacuna
cuya función era impedir una enfermedad. El pequeño
tuvo septicemia y todavía no existía la penicilina, cuyo
descubrimiento ocurriría un año más tarde. El hecho
de las pérdidas no es un aprendizaje en sí mismo,
pero mi madre me transmitió una norma de conducta
que había sido producto de las mismas: "No se debe
confundir lo fundamental con lo accesorio". Si uno
compara cualquier problema que se pueda tener en
la vida, con la muerte accidental o inesperada de un
ser querido, el problema se convierte en accesorio. Y
ya sea que pueda o no tener solución, dicho problema
no me afecta emocionalmente en la misma medida en
que yo veo que problemas similares le afectan a otras
personas.
También en mi infancia aprendí lo que era el amor. El
de mi padre, que cuando volvía del trabajo, a las ocho
de la noche, venía a verme a la cama para darme un
beso y yo le daba un dibujo que había hecho para él
y que siempre guardaba en su billetera, en el bolsillo

40
del saco junto a su corazón. Y los fines de semana, a
la mañana, en que yo me iba a su cama, y me rascaba
acariciándome la espalda y me besaba fuerte en el oído
para que me hiciera cosquillas adentro (mamá guardó
la billetera que él tenía en su saco cuando murió, en
ella están mis dibujos y mi foto).
También el amor de mi madre, que después de la
muerte de mi padre nos compensó esa pérdida con
demostraciones de cariño que no eran habitual en ella.
Pero también tuve que soportar una sobreprotección,
a veces abrumadora, producto de las muertes de sus
seres queridos. Esto también fue un aprendizaje para
mí. Yo traté, con mis hijos, de no abrumarlos con una
sobreprotección exagerada. Eso no quiere decir que no
me pusiera nerviosa cuando no volvían a casa a la hora
esperada, sí estaba nerviosa pero no se los hacía saber.
En mi infancia también aprendí a decir siempre la
verdad. Esto también gracias a mi madre puesto que ella
nunca mentía y además nunca necesité mentir ya que
no había castigo. Pero aprendí a lidiar con su angustia
y su miedo de que nos pasara algo catastrófico. De
chica recuerdo que le ocultaba cuando me lastimaba
y me curaba sola para que ella no se preocupara. Otra
vez, en vacaciones me fui a andar en bicicleta con un
amiguito, y cuando volvimos mi abuelo nos dijo que mi
madre se había ido, también en bicicleta, a buscarnos
porque era muy tarde, entonces volví a salir con mi
bicicleta a buscarla a ella porque no quería que se
pusiera nerviosa. Parece el cuento de la buena pipa.
O sea que aprendí a ser considerada con los demás.
Avisar siempre adonde voy y a qué hora voy a volver.
También en mi infancia descubrí las diferencias y las
discriminaciones.

41
Mi gatita

Mi gatitta se llama gatita. Es negra con las patitas y


la panza blancas. La carita es casi toda blanca menos
alrededor del ojo izquierdo en donde es toda negra.
Ella es muy chiquita y todavía no puede hablar pero
cuando se le acaba el plato de comida se le oye decir
un miau.
Entiende todo lo que le digo, pero no me contesta.
No le digo cosas complicadas pero cuando le digo
“acá está tu comida” viene corriendo. También
entiende cuando le digo “dame un besito” y se me
acerca apuntándome con su hocico. Por supuesto,
yo le planto un beso allí. Estaba durmiendo sobre el
brazo del sillón, pero se bajó y subió a un sofá cama
lleno de almohadones.

42
Matilde García MoritÁn

1. Me acuerdo
2. Marisa, una gata blanca

matilde@proyungas.org.ar

43
1
Me acuerdo de tantas cosas que no sé por dónde
empezar a acordarme, aunque debo aclarar que NO
me gustan los “me acuerdo”. Quizás debería consultar
a un psicólogo, pero ¿para qué?, si ya sé lo que me
diría:
–¿Por qué cree que no quiere recordar?
No quiero ni pensar adónde me llevaría eso. Mejor,
sigo adelante, aunque aclaro que es a regañadientes.

2
Me acuerdo de cuando era chica y jugaba en el pasillo
del departamento de mis tíos–abuelos Moritán; y me
acuerdo de cuando, en ese departamento, Tulio (uno
de mis tíos) hacía aparecer caramelos de fruta en un
sobre que tenía una parte transparente.

3
Me acuerdo de cuando jugaba con Martha y Susana
al médico. Pero no era “a cualquier médico” sino
al pediatra al que nos llevaban. No lo queríamos y
cuando hablábamos de él lo mencionábamos en clave;
para nosotras era “a e i o u” para que “nadie” se diera
cuenta que lo criticábamos.

4
Me acuerdo que en esa época me comía las uñas y
mamá me había comprado unos guantes blancos, con
la idea de que si me los ponía “de a ratos” me iba a
acordar de no comérmelas.

44
5
Me acuerdo de que esta experiencia fracasó.

6
Me acuerdo de cuando no me dolían las rodillas
y de lo poco que me daba cuenta. Pero también me
acuerdo de cuando, siendo adolescente, me caí en
El Tiro al Pichón y me lastimé la rodilla, esa fue la
primera vez que me dolió.

7
Me acuerdo de cuando estudiaba abogacía y odiaba
las cuestiones jurídicas.

8
Me acuerdo de cuando volvía caminando a casa, a
las dos o tres de la madrugada por las calles de Buenos
Aires, y me cruzaba con mucha gente que paseaba o
también regresaba a sus casas.

9
Me acuerdo de cuando viajaba a Carmelo casi todos
los fines de semana.

10
Me acuerdo de la comida exquisita que mamá
cocinaba para mí y para recibir a mis amigos.

45
11
Me acuerdo de cuando estudié trabajo social y
empecé a ver el mundo de otra manera, más triste.

12
Me acuerdo del nacimiento de mis hijos y de cómo
mi vida fue cambiando.

13
Me acuerdo de la fiesta que fue cursar antropología,
en San Salvador de Jujuy.

14
Me acuerdo de algunas cosas que prefiero no
acordarme.

46
Marisa, una gata blanca
Creo que nunca, hasta ese momento, había visto
a un gato. En aquella casa había dos gatos blancos,
enormes. El más grande y gordo se llamaba Sandro, la
otra, un poco más pequeña, Marisa. Acabábamos de
llegar a Venezia. La casa recién alquilada era, según
dijo mi padre “un palacio”. Mi madre, mirando a los
gatos con aprensión dijo “¡no lo puedo creer estos
animales están en el inventario!”
Allí estábamos pues, en Venezia. La casa/palacio
tenía tres pisos. Abajo un gran salón, frío y húmedo, en
el que desembocaban la escalera que subía a la casa
propiamente dicha, un largo pasillo que terminaba en
un embarcadero sobre el gran canal y una habitación
siempre cerrada que era la carbonera. En el primer
piso había varias salas grandes, un comedor enorme
y nuestras habitaciones; en el segundo estaban la
cocina, la antecocina, un comedorcito de diario y las
habitaciones para “el servicio”. La cocina y el comedor,
además de conectarse por la escalera, se comunicaban
por un montacargas que servía para bajar la comida
de la cocina al comedor. En el tercer piso había un
enorme desván adonde los dueños tenían guardadas
todo tipo de cosas.
Me anotaron en primer grado en el Colegio Santa
Catalina de Siena. Para llegar tenía que cruzar el
gran canal; el cruce se hacía en góndola y se llamaba
traghetto; luego había que tomar el vaporetto
que era (y es) el único medio de transporte que
recorre el gran canal parando de uno y otro lado
alternativamente. Bastante rápido aprendí a escribir y
a hablar en italiano. El colegio colaboró, pero además

47
conté con la ayuda de Gemma y Cesarina (la cocinera
y la mucama); sin ellas me hubiera sido bastante
más difícil enfrentar ese momento. A la tarde casi
siempre subía al segundo piso y ellas me explicaban
el significado de muchas palabras. Me contaban
también otras historias. Las de Gemma, que siempre
había vivido en el campo, estaban referidas a la guerra
y generalmente terminaban con el relato de cuando
sonaba la alarma y quienes trabajaban en los campos,
como ella, se tiraban al suelo, se tapaban la cabeza
y oían el rugido de los aviones sin saber si los iban a
bombardear. Por el contrario, los relatos de Cesarina,
pese a que también tenían como telón de fondo a la
guerra, eran historias románticas vividas en la ciudad
de Venezia.

¡Y estaban los gatos! Esas criaturas misteriosas que


caminaban por la casa maullando lastimeramente.
Mamá los odiaba, papá llegaba a la tarde cansado del
trabajo y no los tenía en cuenta. Yo, al principio, les
tenía miedo. Después los empecé a observar, Sandro
era menos sociable y nos miraba con desconfianza.
Marisa me seguía y en cuanto podía se me acercaba
y se frotaba ronroneando contra mis piernas. Me di
cuenta de que reclamaba mi atención y acaso una
caricia. De a poco empecé a hablar con ella y, casi sin
que lo advirtiera, se fue convirtiendo en mi principal
interlocutora. Le contaba, en español, lo que me
pasaba en el colegio y como mis compañeros me
miraban con curiosidad, y ella ronroneaba en señal
de que me entendía. Cuando llegaba era la primera
en salir a recibirme; y cuando almorzaba se subía a
una silla a mi lado y yo le pasaba algunos bocados.
Cuando mamá me veía me retaba, pero eso sucedía
48
pocas veces ya que generalmente yo comía sola en el
comedorcito de diario.
Poco a poco Marisa dejó que la paseara en un
cochecito que tenía para las muñecas y hasta, a
veces, cuando estaba de buen humor dejaba que
le pusiera un gorro por donde le salían las orejas y
que la envolviera con una pañoleta. Me contó que su
antigua patrona la invitaba a subirse al mejor sillón
de la sala, y como ella, en un descuido de la señora
Pertuzzi, aprovechaba para afilarse las uñas en el
brocato del tapizado. Le confié que extrañaba a mis
tíos abuelos de Buenos Aires; y el miedo que me daba
dormir en ese horrible dormitorio adonde había un
cuadro de una mujer toda vestida de negro con un
largo collar de perlas anudado en el pecho. Marisa
nunca había salido a la calle, había nacido y se había
criado en esa casa. Esto me resultaba extraño ya que
Venezia era una ciudad repleta de gatos a los que los
vecinos alimentaban en las plazas, imagino que con la
idea que mantuvieran a raya a las ratas que merodean
por los canales.

Un día decidí compartir con ella mi secreto mejor


guardado: que a la hora de la siesta, cuando todos
descansaban y no se oía un solo ruido en la casa, ¡yo
me escabullía y me escapaba a la calle! Le dije que si
ella quería… podía llevarla conmigo en esas salidas.
Al cabo de unos días, una tarde, cuando vio que
bajaba la escalera en puntas de pie, me siguió. Al
llegar a la puerta, le susurré:
–Marisa, esto es muy serio. Tenés que prometerme
que vas a mantenerte a mi lado; si te escapás no voy
a poder buscarte, porque si mamá me descubre y se

49
da cuenta que salgo a la calle sola ¡¡se acabaron para
siempre las escapadas!!
Me miró muy seria. Se la veía un poco asustada,
quizás porque no sabía qué cosa era “la calle”. Abrí
el portón y lo dejé apoyado. Yo tenía muy claro cuál
era el recorrido que hacía cada tarde y como lo iba
ampliando día a día. Caminamos rápido, cuando
Marisa vio avanzar a unas personas se cobijó asustada
entre mis piernas. Sin embargo, en seguida se dio
cuenta de que no la habían mirado y retomó el paso a
mi lado. Como en esa ciudad no circulan autos y a los
perros los llevaban con correa, no había nada grave
que temer. Al cabo de un rato de caminar por las
calles zigzagueantes, me di cuenta de que el tiempo
apremiaba y que teníamos que volver corriendo.
–Marisa –grité– ¡¡ahora a correr!! ¡¡ y no te metas
entre mis piernas!! Empecé a correr, Marisa enfiló
como una ráfaga adelante mío y pronto la perdí de
vista en un recodo de la calle ¡La perdí, se escapó!,
pensé asustada, pero seguí corriendo.
Cuando llegué a casa ¡Marisa estaba echada en la
puerta entreabierta! Entramos y subimos la escalera
a la carrera. Cuando llegamos a la sala, mamá, que ya
se había levantado de la siesta, nos miró inquisitiva:
–¿De dónde vienen tan contentas?
–Estábamos jugando abajo –le dije y me escabullí
a hacer los deberes. Marisa me siguió sin un
maullido. Cuando me senté y abrí mi cuaderno,
se me subió encima y empezó a refregarse por mi
cara, ronroneando más fuerte que nunca. Parecía
agradecerme la insólita salida…
A partir de ese día, casi todas las tardes mientras
viví en aquel lugar, nos escapábamos para dar nuestro
paseo prohibido. Por suerte nunca nos descubrieron.

50
Angélica Herrera Madariaga

1. Qué recuerdo cuando recuerdo


2. La mirada del amor

angelicaherreramadariaga@hotmail.com
51
Qué recuerdo cuando recuerdo
No hay recuerdos buenos ni malos. Son vivencias
alegres, tristes otras, grabadas como imágenes en la
memoria. Busco un orden cronológico, una línea de
tiempo y no la encuentro, pero ¿importa el dónde o
el cuándo?, o solo el hecho, el sentimiento… ahora,
por ejemplo, no sé por qué recuerdo el nacimiento de
mi séptimo hijo. Tenía 43 años y Marina, mi sexta hija
había muerto. A pesar de ese dolor, viví un embarazo
normal y feliz, pero con el miedo pisándome los
talones.
El médico, Dr. Mattarolo, era nuevo para mí, el
anterior había sufrido un infarto y ya no atendía. Lista
para un parto natural, el bebé que ya tenía el nombre
Andrés, dio una vuelta completa. Algo impredecible
que mostró un rasgo distintivo de su personalidad
aun antes de nacer. Se decidió una cesárea. En el
quirófano, aunque embotada por la anestesia, sonreí
al escuchar que el doctor pedía bajito la escalera para
poder llegar a la altura de mi panza. Paso un tiempo,
no sabría decir si fueron minutos o segundos, cuando
entre sopor e inconciencia vi el acto de magia más
maravilloso que existe. El médico cual mago sacaba
una bolsa transparente con un conejo dentro: ¡mi
niño había nacido! Después todo se oscureció. Me
bajó la presión, me descompensé. Creí morir. Una
extraña sensación de no permanecer en el tiempo me
asaltaba, flotaba, me iba hacia algún lugar… ¿hacia
una luz? Y recé en medio de mi desmayo. Quería
vivir y repetía como mantra como una plegaria: ¡Dios
mío, no puedo dejar solos a los chicos!. Lograron

52
estabilizarme, me trasladaron a terapia, mejoré, y
pude ver a mi bebé.
En esa misma clínica, varios años después, estuve
internada en terapia intensiva por una hemorragia
producida por exceso de aspirinas. Algo que pensaba
inocuo, que la televisión promocionaba con un té,
casi me mata. Me llevaron en ambulancia luego de
un desmayo y desperté desnuda en una sala llena
de moribundos. En esa situación me vi desde arriba,
tendida en la camilla y detrás de mí una luz intensa.
Tengo todavía viva la sensación de irrealidad. Fue un
instante, algo espiritual y profundo en el que le dije a
la Virgen que todavía no era mi tiempo. No recuerdo
nada más. Al cabo de días, empecé a mejorar y
aquí estoy, escribiendo sobre eso por primera vez.
Recuerdo el deseo de mejorar y de tomar conciencia
de qué es importante en la vida…
Recuerdo cuando recuerdo que en dos momentos
de muerte vi luz y sentí paz. Y que percibí el amor de
un ser superior que sé que me espera, pero recuerdo
cuando recuerdo que elegí quedarme, que pedí y fui
escuchada, que rogué y fui atendida. Hay un tiempo y
un día y el mío aún no había llegado.

53
La mirada del amor

Sepan disfrutar las mentiras y disculpar las verdades.


Nací del amor de mi papá y mi mamá hace 69 años.
Ellos quisieron hacerme perfecta y casi lo lograron.
No soy alta. No quise serlo. Es más gratificante
mirar para arriba que para abajo. Doy en la medida
justa para los estantes de la cocina y el caño del
subterráneo.
Desde la más tierna infancia me pregunté por qué
dos ojos, dos orejas y una sola nariz y una sola boca.
Finalmente, encontré la respuesta: se necesita más
de uno porque es más difícil escuchar y mirar que oler
y comer.
Mis dos ojos son del color de las almendras, a veces
del chocolate o de la miel, otras tienen el color de los
troncos de los árboles en otoño o el del barro del río
de la Plata.
Mis dos orejas son como palmeritas de hojaldre
pegaditas a la cabeza.
Mi nariz es pequeña y graciosa.
Mi boca es sencillamente… perfecta.
Mi pelo es obcecado y rebelde. Suele ondearse los
días de lluvia como si bailara con cada relámpago.
Enmarcan mi cabeza ovalada, bien formada.
Mi cuerpo es bello y mis medidas si nadie me ve
son 90–60–90, envidia de Miss Universo.
Mi piel transparente y siempre luzco bronceada,
mis manos delicia de pianista y mis pies pequeños,
casi de cuento.
Soy armónica y seductora, sonrío todo lo que puedo
... para lucir mi ortodoncia.

54
Cualquier perfume me queda bien ya que tengo
un aroma natural cautivador y penetrante. A veces,
huelo a jengibre.
Me visto porque si no me llevarían presa de los
desmanes que se cometerían a mi paso. Sí, me
desnudo sobre todo cuando me baño.
Mi carácter es un poquito "depre", me esfuerzo
para lograrlo. Queda tan bien... ser "un poquito
melancólica".
Muchos me buscan, sobre todo los de la AFIP.
Me gusta el pan, el queso y el cine.
Soy geminiana.
Mi nombre largo y pomposo –María Angélica– no
condice con mi cara. “Piru”, tal vez. Me lo puso Pino,
mi hermano que me vio parecida a la cocker de la
vecina porque teníamos el mismo color de pelo...,
pero cuando mi papá me vio en la cuna por primera
vez dijo que era una luna sobre la almohada. Ahí nació
el romance con el primer hombre de mi vida.

Mi papá nunca vio mis piernas cortas y achaparradas,


mi cola que le hace sombra a los talones y mis bucles
que en serio se parecen al perro de la vecina, ni
mis ojos simplemente marrones como los zapatos
Grimoldi del uniforme de la escuela.
Mi papá nunca me vio fea, ni aun cuando tenía
cara de sonámbula y asustaba. No le parecía baja de
estatura ni revoltoso mi carácter. No le disgustaban
mis brazos tatuados con las fórmulas de química ni
mis lágrimas cuando me llevó al altar.
Mi marido, mi segundo hombre amado, siempre
pensó que era la mejor de todas las mujeres. ¡Qué
ciego!
55
Mis cinco hijos varones como su padre y su abuelo,
también me ven en la medida de su amor. Me llaman
mami o ma.
Flor es mi hija mujer y me ve tal cual soy. Ella me
llama mamá.
¿Y Marina? ¿Cómo me hubiera llamado? Han
pasado veintiocho años desde que mi ángel se fue y
todavía duele.

56
Irene Hinz

Irene Hinz es autora de la


biografía/autobiografía ANTES
DE MÍ y compaginadora de
las memorias de su padre DEL
VÍSTULA Y EL VOLGA AL PARANÁ.

1. Me acuerdo
2. Viaje al sur: Cabo de Hornos

irenehinz@yahoo.com.ar

57
Me acuerdo de cuando te vi por primera vez:
buen mozo, sonrisa enigmática, mirada seductora,
comprador y lleno de vida. Me cautivaste enseguida,
no pude ni quise escapar a tu seducción.
Me acuerdo de que me dijiste que tenías novia en
España. Yo te enamoré y me elegiste. ¡La pasábamos
tan bien juntos! Solo existíamos nosotros dos. Mis
padres estaban enojados conmigo, no querían saber
nada de vos, querían que terminara mi carrera en
Alemania. Yo en cambio pensaba en que no quería ser
una vieja amargada y arrepentida que había perdido
al hombre de su vida. Si me equivocaba, no importaba
volver derrotada y empezar de nuevo.
Me acuerdo de los besos y caricias sobre la alfombra
de la casa de mi prima Tique. Nos resistíamos a
separarnos, queríamos estar juntos para siempre. La
felicidad era eso. El ahora. Pero también las promesas,
los juramentos, los planes.
Me acuerdo de los preparativos para nuestro
casamiento con lo justo. Tardes interminables después
del trabajo haciendo muebles para nuestro futuro
departamento, vos cebando mate y charlando, yo.
Me acuerdo del departamento del primer año,
mínimo, austero, acogedor, con potes de cocina que
hice con latas pintadas y el tendedero de ropa con
roldanas para subirlo contra el techo que vos hiciste.
Las noches calurosas que dormimos sobre la alfombra,
con el ventanal abierto bajo las estrellas.
Me acuerdo de preguntarme todas las mañanas
cuando me despertaba qué desafío me depararía ese
día. De animarme a todo, de ser intrépida y no tener
miedo.
Me acuerdo de cuando subimos juntos a la Torre

58
Eiffel a pie para no gastar en el ascensor y brindar
con gaseosa mis primeros síntomas de embarazo. Y
del festejo junto a mis padres cuando se confirmó la
noticia el último día de nuestra visita en Alemania.
Me acuerdo de la alegría cuando nació nuestra
primera hija pero no me acuerdo por qué la llamamos
Mariela si siempre habíamos dicho de que se llamaría
Bárbara.
Me acuerdo de mi impaciencia por la larga espera
de Carolina, muy pasada de la fecha del parto, pero
no me acuerdo si eso te preocupaba.
Me acuerdo de los esfuerzos que hice con las chicas
pequeñas y la construcción de nuestra casa en Curie
sin arquitecto. Vos trabajabas mucho y no tenías
tiempo para dedicarle a la obra.
Me acuerdo de los largos veraneos en Punta del
Este con padres, suegros, hermanos, cuñados y
sobrinos en atardeceres de soles rojos poniéndose
en el mar en Solanas, asados con carne que alguien
contrabandeaba desde Buenos Aires porque la
uruguaya era dura. Costaba convencerte para que te
tomaras todo el mes, no lograbas desentenderte de
tu trabajo.
Me acuerdo de mi aborto. La sensación de
impotencia, la culpa y la sensación de derrota cuando
ingresé al quirófano para el legrado. Las amargas
escenas se seguían replicando una y otra vez en mi
mente. No conseguía sacar esos pensamientos de
mi cabeza. Tardé mucho en lograrlo. Por primera
vez entendí la complejidad del ser humano que
cree manejar su mente pero no siempre puede. Una
experiencia dolorosa y solitaria.
Me acuerdo del nacimiento de Diego, el hijo varón

59
que tanto anhelé luego de la pérdida del embarazo
anterior. Mi plenitud al contemplarlo por horas y los
cantos que le inventaba para arrullarlo.
Me acuerdo del ímpetu por mi carrera de paisajismo
y los jardines que diseñé.
Me acuerdo con que entusiasmo integré la comisión
directiva de la Goethe Schule. Fue una tarea que
exigió lo mejor de mí durante mucho tiempo. Me dio
la posibilidad de conocer profesionales y compañeros
de ruta excepcionales y de aprender mucho. Siempre
me sorprendió tu generosidad para con las horas que
esta actividad les robaba a ustedes. Yo siempre me
sentía en falta por no dedicarles todo mi tiempo.
Me acuerdo de la felicidad que sentimos la primera
noche que pasamos en nuestra casa de Isabel
La Católica. Dormimos todos juntos, los cinco en
colchones sobre la alfombra. Ruidos, luces y olores
nuevos, la casa de nuestros sueños. No podíamos
creer que lo hubiésemos logrado. Misión cumplida.
Me acuerdo de la muerte de tu hermano Eduardo.
El desgarro de tus padres. Y cómo barrieron bajo la
alfombra el motivo de su muerte. En tu familia no se
hablaba abiertamente de ciertas cosas.
Me acuerdo de la isla en el delta, “Salicis”. ¡Lo que
trabajamos para ayudar a tus padres a desmontar la
casa centenaria que había y luego construír la nueva!
Los viajes primero en el crucero Pamir y luego en la
lancha. Esquiábamos en el Paraná Miní. Para los chicos
era una aventura excitante. Les encantaba dormir en
esa casa, despertarse de mañana, ponerse las botas y
recorrer las plantaciones.
Me acuerdo de algún que otro caballero que se
tiraba lances conmigo. No había chance. Te amaba y

60
siempre creí en eso de que “no le hagas a otros lo que
no quieres que te hagan a ti”.
Me acuerdo de las rutinas escolares. Vos llevabas
a los chicos al colegio en tu coche practicando con
ellos las tablas de multiplicar durante el viaje. Yo los
buscaba. Durante años fui su chofer. Tenían horarios
de salida dispares y actividades extracurriculares.
Vivía sobre el auto. A medida que fueron creciendo y
todos pasaron al colegio de San Isidro, empezaron a
volver en colectivo. Un alivio.
Me acuerdo de cuando compraste el aserradero
en Misiones. Empezaron los viajes. Costaba mucho
acostumbrarse a no tenerte en casa. Murió tu socio
Néstor y las ausencias se multiplicaron. Yo seguía sin
habituarme. A vos no te costaba.
Me acuerdo de los asados con tus padres los
domingos. No faltaban nunca, traían la carne o el
postre; nos bañábamos en la pileta en los meses
calurosos. Tus preparativos meticulosos, te gustaba
hacer asado, los comentarios de tu papá y los cuentos
de tu madre cuando aparecía en la cocina. Largas
sobremesas, risas y planes, chicharras y aroma a
madreselva.
Me acuerdo de lo mucho que trabajaba en el jardín.
Todos los días. Me encantaba hacerlo, vos siempre
me dabas consejos como si supieras. Yo los aceptaba,
me divertía.
Me acuerdo de cuando los chicos terminaron el
colegio y eligieron facultades. Cuando se prolongaban
sus tiempos de estudios y nosotros lo comentábamos
con desagrado.
Me acuerdo de nuestros viajes. A la costa, por lo
general a Cariló. Recorríamos las calles buscando

61
modelos para la casa que nos queríamos hacer para
cuando los chicos estuvieran grandes. En los primeros
años te acompañé a Misiones, luego ya no quisiste
que fuera. “Tengo que trabajar mucho, no me puedo
ocupar de vos”, me decías. Yo no necesitaba que te
ocuparas de mí, pero lo acepté.
Me acuerdo vívidamente de aquel viaje a Cariló a
principios de diciembre. Te notaba enojado, como
empecinado en herirme. Manejabas a gran velocidad
con el paragolpes delantero pegado a los autos que
teníamos por delante. Sabías que eso me daba mucho
miedo. Me provocabas. Hasta que discutimos y yo
tomé el volante de la camioneta, que no me gustaba
manejar. Durante ese viaje, y por vez primera desde
que nos conocíamos, estabas silencioso y yo, lo que
nunca, sentía que no tenía tema para compartir
contigo.
Me acuerdo de ese domingo 21 de diciembre de
2008. Había amanecido con pronóstico de lluvia. A
pesar de ello decidimos ir a ver el rosedal de Palermo,
recién reinaugurado. Como siempre, ese día iban a
venir tus padres a comer asado. Vos mirabas tu celular
y me decías que nuestra hija Carolina, que ya vivía sola,
nos pedía que compráramos molleja para el asado. Yo
pensaba molesta que ya era grande, que si tanto quería
molleja se la trajera ella. Ya en la camioneta a punto de
salir, te bajaste para ver si las rejillas de desagüe de los
patios estaban libres de hojas por la lluvia inminente.
Tu celular estaba sobre el asiento. Vibró. Pensé que otra
vez Carolina insistía con algún capricho. Molesta tomé
el teléfono. En el display un mensaje corto y mortífero:
“Hola, amor, te amooooo”.
Me acuerdo que después solo hubo dolor.

62
Viaje al sur: Cabo de Hornos

–Circunnavegar el Cabo de Hornos y pisar las Islas


Malvinas.
Eso dijo mi papá cuando le pregunté qué viaje le
gustaría hacer a sus setenta y seis años.
–Es que conozco el mundo entero, incluso estuve en
el punto más boreal del planeta y siendo sudamericano
no conozco el más austral.
Compartí su nostalgia, él que me contaba de
chica que el cielo de estrellas del hemisferio sur no
tiene parangón y me enseñaba el nombre de las
constelaciones y estrellas australes. Hablaba de lo
difícil que era la navegación de este lado olvidado del
mundo antes de la construcción del canal de Panamá.
Él, quien me relataba las proezas de los sufridos
inmigrantes europeos, galeses, alemanes y suizos al
colonizar el extremo sur del continente; quien me
describía con detalles la existencia y las costumbres
de los indígenas, las epopeyas náuticas de tantos
marineros y la gloria de los primeros aviadores en
la Patagonia como Günther Plüschow y Antoine de
Saint Exupery, que trajeron a poblaciones australes la
felicidad de las primeras sacas postales. ¿Cómo podría
no entenderlo?
Recordé eso y sufrí su nostalgia. Ahora que había
muerto sin cumplir su deseo la hacía mía. Ese y
motivos inefables me impulsaban a hacer el viaje.
Llegar al Cabo y a las islas.
Unos meses después papi retomó esa conversación.
Me dio unos recortes de diarios alemanes sobre el
conflicto en el Atlántico Sur.

63
–Es más probable que vos vayas alguna vez. No creo
poder convencer a tu mamá de ir. Cuando lo hagas
quiero que le dejes algo a los soldados sepultados allí
en suelo argentino.
Me abracé con él en ese sentimiento. Prusiano
como su padre, militar retirado, había firmado una
solicitada en el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung,
mientras vivía en Alemania cuando estalló el conflicto
de Malvinas, explicando cuáles eran los derechos que
la Argentina tiene sobre esas islas. No admitía que
el común de los alemanes no supiera las verdaderas
causas.
Muy presente se hizo un hecho de cuando vivíamos
en México. Tuve que dar una clase especial sobre mi
patria y aprendí de memoria lo que él me dijo que
debía incluir: “Argentina tiene legítimo derecho a
reclamar la soberanía sobre las islas Malvinas, pues se
encuentran sobre la plataforma continental argentina
y porque en 1833 un buque inglés tomó prisioneros y
expulsó de las islas a las autoridades civiles y militares
argentinas, que habían mantenido allí una población
y cuartel militar una vez independizados de la corona
española.”
Otro motivo para este viaje era que quería cumplir
con el encargo de mi amiga Silvia, cuyo primo segundo
había muerto en las islas y estaba sepultado en el
cementerio de Darwin. El pedido de ella era que le
llevara un rosario y cantara el himno.
Extraño, también papi me había pedido que lo
cantara frente a las tumbas si iba alguna vez.
Había otro motivo muy personal. Mi hija Carolina
nació el 14 de junio de 1982, el día que se rindieron
las tropas argentinas en Puerto Argentino. Recuerdo

64
que una vez que el parto se produjo, aliviada y
contenta, nadie me visitó ese día. Marcelo tampoco
me dijo nada hasta que hablamos del nombre del
bebe. Habíamos pensado en Victoria si era niña.
–Imposible –dije cuando me comunicó la nueva.
Decidimos entonces que fuera Carolina. Cuando
empezaron a llegar las primeras visitas no hacían más
que hablar de la derrota. La pobre Carolina pasó a
segundo plano. Mis amigos y conocidos estaban un
poco avergonzados. Es que yo había sido la única que
expresé dudas en relación al conflicto y nunca creí el
relato victorioso. Ellos me decían mufa, pero la frase
de mi padre “en las guerras no hay que creer nada
de lo que se publica en los diarios, siempre mienten
para beneficiar a uno u otro bando. Lo experimenté
durante la Segunda Guerra, de acuerdo a quién le
convenía, se publicaba la mentira” me había marcado
a fuego.
Cuando finalmente inicié el viaje en marzo de 2017
lo hice con ese bagaje de sentimientos y experiencias.
El día miércoles 15 de la circunnavegación del
Cabo de Hornos una inquietud marcada se apoderó
de mí. Desayuné temprano y me instalé como los
pasajeros viejos y achacados en el salón mirador de
proa. Suerte que allí se estaba a resguardo. El día era
nublado y desapacible con ráfagas de viento gélido. El
“Zaandam”, nuestro barco, se movía poco. Un coloso
que imponía su proa al viento de 35 nudos de dirección
sudeste. Algunos valientes andaban bien abrigados
por afuera, yo no haría lo mismo. A lo lejos, casi sobre
el horizonte se podía observar la costa escarpada de
la geografía chilena a través de los binoculares que
habían sido de mi padre. El locutor relataba lo que

65
veíamos, los confines australes de la última gran isla
del globo terráqueo, la Grande de Tierra del Fuego.
Cuando teminó de hacer una semblanza de lo difícil
que había sido siempre la circunnavegación del globo
por esa ruta, finalizó diciendo que su alocución había
concluído.
–Cuando escuchen la sirena del barco larga y
extendida es porque estamos cruzando los 55 grados
59 minutos sur, longitud 67 grados 16 minutos oeste,
la ubicación exacta del Cabo de Hornos.
Hacía tiempo que ya no se veía tierra. Tomé mi café y
observaba el horizonte con mis binoculares. El cielo no
podía estar más cerrado por nubes bajas. Mi vecino,
un señor anciano pero muy hábil con sus largavistas,
fue el primero en advertir que nos acercábamos a
tierra y le pasó sus lentes a su acompañante. Clavé
mis binoculares en ese punto y no dejé de mirar. Sólo
fueron minutos hasta que se vio la silueta del “león
agazapado”, como los hermanos Lamaire y Schouten
habían mencionado en su bitácora el Cabo de Hornos
cuando ojos humanos, cuatrocientos y un años antes,
se posaron por primera vez en él.
Observé con detalle el islote pedregoso ante mí. No
se veía vegetación. ¿Alguna vez un ser humano habría
puesto la planta de sus pies sobre él? Si en verano
era tan inhóspito, difícil era suponerlo. Después supe
que Piedra Buena lo había hecho. Pensé en papi. En
ese mismo instante, justo sobre la cabeza del león, se
abrió un pequeño agujero entre las nubes. El sol le
dio de pleno en la cabeza, como una corona de luz
dorada. Simultáneamente se escuchó en el silencio la
sirena ronca, grave y alargada del Zaandam.
Tuve la certeza que mi papá estaba ahí… y que yo

66
era la pequeña en una noche cálida de verano de hace
tantos años y que papi me señalaba tres estrellas en
el cielo:
–Siehst Du sie? ¿Las ves?
–Diese? ¿Esas?
–Der Gürtel des Orions… Alnitak, Alnilam und
Mintaka…nur hier im Süden sieht man sie so. El
cinturón de Orión… Alnitak, Alnilam y Mintaka… solo
aquí en el sur se ven así.
Y que volvíamos a casa y me mostraba al cazador
de la constelación de Orión en su libro de estrellas
y se reía orgulloso porque yo repetía esos nombres
difíciles frente a mi tío Carlos.
Había cumplido con la primera parte de mi
compromiso.
Él había estado ahí.
Llegamos juntos al Cabo de Hornos, yo en el
Zaandam, él con las estrellas de la constelación de
Orión.

67
María Teresa Lavalle

En el 2018 realizó la edición literaria


del libro bilingüe 6.0 POEMAS del
poeta italiano Gastone Cappelloni

1. Me acuerdo
2. Enredada por la fan page

tetelavalle@gmail.com

69
1
Me acuerdo de los festejos del día de la primavera
en la escuela primaria. Siempre llovía. Sándwiches,
palitos salados, pasta frola con Coca Cola o Fanta
naranja en cantimplora. No nos dejaban llevar botellas
de vidrio. Las botellas plásticas no existían.

2
Me acuerdo de los actos escolares de la escuela
47. Eran horribles, el himno sonaba a lata. Cuando
terminaban, el 25 de mayo y el 9 de Julio, salíamos
formados y los padres de la Cooperadora nos
regalaban turrones y maní con chocolate.

3
Me acuerdo de la voz de pito de la Directora de la
47. Y de su peinado marcado con ruleros, batido y
mucho spray.

4
Me acuerdo de cuando los guerrilleros amenazaron
de bomba mi escuela. Nos mandaron a casa.

5
Me acuerdo de cuando los Montoneros pusieron
una bomba en lo de un diputado que vivía a tres
cuadras de la Escuela. Se rompieron los vidrios de
muchas casas. Sonó como si fueran los festejos de Fin
de Año pero era agosto.

70
6
Me acuerdo de las mascarillas de belleza caseras que
hice con mi amiga Laura. La Para ti las recomendaba,
“tenían” que ser buenas. Una de zanahoria, miel y
limón a ella le cambió su hermoso bronceado por un
anaranjado espantoso y otra de maicena con leche
que me empalideció aun más.

7
Me acuerdo de las partidas de “Mil Millas” en la
playa. Jugábamos por asados o pizzas. Los chicos se
concentraban en nuestros escotes mientras nosotras
sumábamos distancias recorridas. El equipo femenino
resultó invicto en la temporada. ¡Aguante el bikini
push up!

8
Me acuerdo de la Libreta de Ahorro Postal. Tenía
tapas de cartulina beige y letras marrones. Los
depósitos se registraban en forma de estampillas o
sellos que nos vendía en la Escuela la “Señorita del
Ahorro”.

9
Me acuerdo de las polleras paisanas que usábamos
en la adolescencia. Las poleras tejidas a franjas anchas.
Las kilt. Las parkas. Los zuecos.

10
Me acuerdo del brushing. Los Ángeles de Charlie

71
llegaron a la Argentina retrasados pero llegaron, con el
cepillo en la mano y los cabellos al viento. Chau toca.
Farah Fawcett fue mi inspiración hasta que después de
mi fiesta de 15 enloquecí y me corté el pelo como un
varón, parecía Julie Andrews ingresando al convento
de La Novicia Rebelde.

11
Me acuerdo del aroma de los tilos de mi casa de
Barrio Parque.

12
Me acuerdo del olor a humedad de la ciudad de La
Plata.

13
Me acuerdo del olorcito a estofado que salía de
la cocina de la Escuela 47. Catalina, la cocinera,
preparaba el almuerzo para el turno tarde. Los del
turno mañana llegábamos a nuestras casas listos para
devorar todo lo que hubiera.

14
Me acuerdo de que en quinto grado servían leche
con cascarilla. El primer día me negué pues no tolero la
lactosa. La maestra me obligó a tomarla, fui al baño y
vomité. Al día siguiente, me obligó a beberla diciendo
que eran mentiras. Cuando empecé a sentirme mal
me paré a su lado. Sus medias y zapatos de tacón
quedaron de un color amarronado espantoso. Nunca
más me forzó a tomar leche.
72
14
Me acuerdo de las gallinitas de azúcar.

15
Me acuerdo del heladero de Laponia en su
triciclo. Era delgado y de piernas tan largas que para
pedalear debía llevar las rodillas hacia afuera de
manera de no golpear la conservadora que llevaba
en la parte delantera. A las 3:10 de cada tarde de
verano de pantalón, chaqueta y birrete blancos
inmaculados, tostado por el sol, ojos entrecerrados,
nariz aguileña, boca grande de labios finos se
estiraban al grito ¡Lapoooooooooniaaaaaaaaaaaa
elaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaadoooooooooooooooos!

16
Me acuerdo del profesor de la Facultad de Ingeniería
que se perdía dictando clase cuando las chicas nos
sentábamos todas en la primera fila.

17
Me acuerdo de mis amiguitos los hermanos Andrés
y Paula. Un día, Paulita me contó que su papá los
encerraba en el baño para castigarlos cuando se
portaban mal. Ella se quedaba en silencio, pero como
Andrés gritaba, el papá le sumergía la cabeza en el
agua de la bañera. No le creí. Jugando a las muñecas,
Andrés agarró mi bebote de los pies y los ahogó en
un balde mientras gritaba “te pasa por portarte mal”.

73
17
Me acuerdo del perfume a lilas y lavanda de las
sábanas de mi bisabuela.

19
Me acuerdo de los ojalillos de papel autoadhesivos
para reparar las hojas de carpeta rotas.

20
Me acuerdo de la gaseosa Bilz que solo se tomaba
en el Parque de la Cervecería Quilmes.

21
Me acuerdo del premio por buen comportamiento
de la Farmacia Minetto de Barrio Parque, dos caramelos
que la farmacéutica dejaba elegir de una caramelera
enorme después de hacer una nebulización o dar una
inyección.

22
Me acuerdo de la revista Billiken. La recortaba para
preparar las láminas y frisos que presentábamos en
los “trabajos por equipo”.

74
Enredada por la fan page
Al Cabezón S.

Los primeros días de junio, la directora y los ex


coreutas de un coro de colectividad que había
cesado sus actividades formamos un nuevo coro, El
Mediterráneo. Andrea, la directora, me nombró, con
cierta pompa, su secretaria ejecutiva ad honorem y
administradora de la fan page. Me dediqué entonces
a publicitar nuestras actividades. Lo que no imaginé
es que esto provocaría una catarata de “solicitudes
de amistad” en mi Facebook personal a las que fui
accediendo para responder a las consultas sobre el
coro. Así apareció Alejandro. Chateamos. De música,
ni una palabra:
−Cenamos, ¿guapa?
−Tomemos un café −escape rápido, pensé, por si no
me gusta el caballero.
−¿Mañana, lunes?
−No puedo, viajo a Buenos Aires, se recibe mi
ahijada, estoy libre el viernes −él creyó que lo freezaba
pero era verdad.
−Bien, te llamo el viernes, buen viaje.
Llamó antes, preguntó cómo iba el viaje, tan
emocionada estaba con mi ahijada que le mandé
una foto festejando con ella. El viernes, volvió al
Whatsapp, era media tarde:
−¿Cena?
−Estoy haciendo algunas cosas por Güemes, si te
parece tomamos un café cuando termino.
−Perfecto, pero me gustaría después llevarte a cenar

75
y quisiera hacer la reserva, es un lugar muy bonito. Si
no querés ir luego, no hay ningún problema. ¿Carne
o pescado?
−Pescado.
Hubo café, se presentó elegantísimo −es mayor que
yo y solo rogaba que no se vistiera como “pendeviejo”,
superó ampliamente mis expectativas− hubo pescado
en el mejor lugar de Mar del Plata. Hubo champagne.
Y charla entretenida. Hablamos de las cosas sobre las
que habíamos chateado, de cómo nos pusimos en
contacto, Alejandro ni enterado estaba de la existencia
del coro, no recordaba cómo había llegado a mi perfil
de Facebook, le gustó mi foto y pidió amistad mientras
yo estaba creída, hasta el primer chat, de que era otro
interesado en ¡cantar!
Yo me había vestido engamando los colores al
extremo, como suelo hacer y delineado mis ojos para
resaltar su verde porque siempre me han dicho que
es mi punto fuerte.
Él hablaba de su carrera profesional y política y de
su pasión por el teatro. Yo le conté de la mía y de mi
gusto por la literatura y la música.
¡Cuánto esfuerzo por seducirnos, inútil! ¡la atracción
pasaba por otro lado! Alejandro resultó ser daltónico
y jamás podrá apreciar lo que yo estaba convencida es
mi fortaleza. Él, poco menos que estaba desplegando
su currículum delante de mí y yo caí muerta de amor
por un gesto casi menor, cuando, hablándome de su
Balcarce natal recordó una anécdota del secundario,
de su compañero el Cabezón Sastre. Se transformó,
cambió su hermosa voz de barítono por una rasposa
y casi grosera, elevó los hombros y dijo en medio de
nuestra elegante cena:

76
−Profesora, no traje la tabla de logaritmos porque
la sé de memoria.
Me causó tanta gracia que no pude parar de reír por
un buen rato.

Pasaron casi tres semanas de esa cena y los primeros


besos. Un mes desde que me encontró en Internet. Él
está convencido de que mi sonrisa es lo mejor que
tengo y yo digo que con él no puedo dejar de reír. Al
menos, por ahora. Lo digo enredada en sus sábanas.

77
Cristina Lapeyre

1. Me acuerdo
2. Buenos Aires

mclapeyre@hotmail.com

79
1
Me acuerdo del tocadisco y de la tapa de aquellos
discos de pasta, de Pedro y el Lobo y Del casamiento
de la comadreja, de La cenicienta y de Muñequita.

2
Me acuerdo de los cuentos que escuchaba
cuando tenía 4 ó 5 años.

3
Me acuerdo del día que dejé la casa de mi primera
infancia, donde nací.
.

4
Me acuerdo de mi maestra de danzas y del placer
de los ensayos en la casa de la calle Vid.

5
Me acuerdo de la preparación de los recitales
de fin de año en alguno de los teatros de la calle
Corrientes.

6
Me acuerdo del aroma del teatro vacío, de las
zapatillas nuevas y de los camarines.

80
7
Me acuerdo de Pepe Iglesias “el Zorro”, de Sandrini,
de Zully Moreno y de Marrone.

8
Me acuerdo del jardín de infantes y de
Mantantirulirulá.

9
Me acuerdo de mis travesuras en el jardín y de las
penitencias detrás de un piano.

10
Me acuerdo de cuando las monjas del colegio nos
mandaban a casa porque había un golpe militar.

11
Me acuerdo de los tanques de guerra que pasaban
por la calle Ayacucho haciendo vibrar los vidrios de las
ventanas, serían los azules o los colorados?

12
Me acuerdo de los viajes a Mar del Plata donde
pasábamos los veranos en la casa de mi abuela en la
calle Avellaneda muy cerca de Güemes. A dos cuadras
se terminaba el asfalto.

81
13
Me acuerdo de las tardes en la escollera, donde mi
papa iba a pescar y mamá a tomar sol.

14
Me acuerdo de los disfraces de carnaval y los paseos
por la Rambla, las fotos en los lobos marinos, del papel
picado y la serpentina, de los pomos perfumados y las
bombitas de agua.

15
Me acuerdo de la confitería Paris donde íbamos
a tomar el té en mi adolescencia y a escuchar a la
orquesta de Armani y también a Los Fronterizos y a
Roberto Yanés.

16
Me acuerdo de la alegría que sentía cuando venían
papá Noel y los Reyes, del Bubilay y la Marilú y del
baúl lleno de ropa para los muñecos.

17
Me acuerdo del regreso de las vacaciones y del
comienzo de la escuela, de mis dolores de cabeza todos
los domingos y el malestar de panza al despertarme
para ir a clase.

82
18
Me acuerdo de mis travesuras en el jardín de
infantes y de las penitencias detrás del piano.

19
Me acuerdo de mi dibujo de la Virgen de Luján
que fue premiado y de mi desconsuelo por no haber
recibido un juguete.

20
Me acuerdo del vigilante y de la garita desde donde
dirigía el tránsito y también del guardián de la plaza.

21
Me acuerdo del Citroën cucaracha con el que
papá me llevaba a la escuela y del Chevrolet del 57
turquesa que compró y que cuidaba tanto a al punto
de no manejarlo cuando llovía.

22
Me acuerdo que a ese Chevrolet mi hermana lo
apodó “el nene”.

23
Son muchos los “me acuerdo” de mis primeros
años, pero sin cerrar un capítulo me acordaré de mi
siguiente etapa.

83
Buenos Aires

Buenos Aires es luminosa, pero a veces gris y


melancólica como el tango, “esta ciudad no sé si
existe, si es así o algún poeta la ha inventado para mí”,
cantaba Eladia Blázquez.
Buenos Aires tiene un embrujo fatal, sería imposible
alejarme de ella. Siempre se vuelve a Buenos Aires.
Cada vez que viajo al exterior siento conmigo su
presencia, el sentimiento de pertenecer se hace
más intenso. Me identifico cuando piso su suelo al
intercambiar las primeras palabras en “argentino”
en este hablar porteño que tanto nos caracteriza de
los demás países de lengua hispana. Finalmente me
encuentro en casa.
Buenos Aires es grande, húmeda, bulliciosa, celeste
y blanca y joven, pero llena de añoranzas. Su fisonomía
está cambiando, crecen como hongos los edificios
de Puerto Madero y lejos quedan las luces de las
marquesinas anunciando los grandes espectáculos de
la revista porteña, ya nos dejaron la Roca y la Lobato
sólo improvisadas vedettes visten las noches de los
teatros de la calle Corrientes.
Pero Buenos Aires se renueva, se viste de
adolescente y siempre nos desconcierta.
Ahora es insolente, huraña, agresiva. Cambió su piel
de niña buena y seductora.
Se vivía en paz en Buenos Aires, su inocencia nos
pertenecía, sus calles daban seguridad. Cuando
éramos chicos podíamos jugar en las veredas, sobre
todo en los barrios. El policía de la esquina era nuestro
amigo, el guardián de la plaza nuestro enemigo. Los

84
personajes de antaño dejaron sus lugares al progreso y
se hace inseguro transitar por sus calles.
Nunca viví en el centro pero estudié en una escuela en
una de las zonas más céntricas de la ciudad, Esmeralda
entre Córdoba y Viamonte. Todas las mañanas mi padre
me llevaba al colegio y quedó impresa en mí la atracción
que sentía por la estatua de la placita en Viamonte y
Suipacha, la de un hombre desnudo envuelto por una
tremenda serpiente. Todavía cuando paso delante de
ella no puedo dejar de observarla,
Durante el primario una vez por semana venía
mi madre a buscarme para pasear y hacer compras
por la calle Florida, ir a la mercería La Valenciana y a
tomar el té a la confitería Adlon. Recuerdo una casa
de modas donde me encargaron el vestido para mi
primera comunión, se llamada Delion y también el
lugar donde me compraban los zapatos Les Bebés. En
aquel entonces las grandes tiendas Harrod´s y Gath y
Chaves lucían todo su esplendor, felizmente me enteré
de que Harrod´s volverá pronto a ocupar un lugar de
preferencia después de su remodelación. Ese fue el
centro que recorrí de la mano de mi madre, luego nunca
tuve especial interés en caminar sus calles. Necesito el
verde, el asfalto me abruma.
Sin embargo una ligera nostalgia surge de mis
recuerdos cuando rememoro aquellos momentos.
Mis primeros años transcurrieron en el lejano Palermo
Viejo, no era ni Hollywood ni Soho, solo palermo viejo
sin mayúsculas, en la calle Medrano y Costa Rica, cerca
de la iglesia de Guadalupe donde se casaron mis padres
y fui bautizada. Era un barrio tranquilo, lejos estaba
el ruido de hoy, de casas bajas, casas que se fueron
transformando en restoranes concurridos por turistas

85
curiosos. Queda poco de aquel viejo Palermo.
Cuando cumplí seis años nos mudamos a una casa
cerca de la estación Coghlan, Belgrano fue un amor a
primera vista, alli pasé los mejores años de mi infancia
y adolescencia pero a mamá le atraía el centro, después
de varios forcejeos con mi padre nos volvimos a mudar,
esta vez a Barrio Norte. Lloré cuando vi por primera vez
el edificio todavía en construcción donde papá había
comprado un departamento, este enemigo de tantos
años se plantó en la esquina de Charcas (ahora Marcelo
T. de Alvear) y Ayacucho. A pesar de mi nostalgia por el
barrio que tanto amaba me fui adaptando y comencé a
mirar con buenos ojos las calles que vieron transitar mi
primera juventud.
En la avenida Santa Fe (en aquel entonces la gran Via
del Norte) y Callao, los cines Gran Splendid y Capitol
pegaditos a la confiteria del Petit Café eran el punto
obligado de la creme del barrio.
Justo en esa esquina y enfrentadas, las confiterías
Los dos Boulevares y El águila completaban el lugar
de encuentro de mayores y jóvenes. Nada queda hoy
de aquel tiempo dorado, Mac Donald y Burger King
ocupan el espacio vacío dejado por Pumper Nic.
Si hablo de Buenos Aires no puedo dejar de recorrer
mi historia. Siempre quedó en mi corazón el barrio
que amé, Belgrano y al que me prometí regresar
algún día. Así fue y hace trece años que vuelvo
a recorrer las mismas calles arboladas, a sentir
nuevamente el aroma de los jazmines en cada
primavera y a pisar el colchón de hojas muertas
cuando el otoño se anuncia luminoso y fresco.

86
Jorge Lindman

Su cuento EL SUPERMERCADO DE
LOS SIN NOMBRE resultó finalista del
concurso 2018 del Banco Supervielle
Grandes autores

1. El caso del watsapeador de libra


2. Un sainete nacional y popular

jorgelindman@fibertel.com.ar

87
El caso del whatsapeador de libra

Los detectives de barrio Celedonio y su amigo Spiro


no tenían tregua, los pedidos de ayuda de los vecinos
eran incesantes. Esa tarde, apenas Spiro entró al
departamento, Celedonio lo tomó del brazo. Al plomero
se le cayó el paquete que traía, algunas medialunas se
desparramaron por el piso.
–Hoy nada de mate, juntá eso y dejá todo en la cocina.
Tenemos que salir, hay un caso –le dijo Celedonio
secamente.
Spiro corrió a poner las facturas sobre la mesada,
manoteó dos, se puso una medialuna en la boca, un
vigilante con dulce de leche en un bolsillo y fue detrás de
su jefe y amigo que ya estaba llamando el ascensor.
–¿Qué pasó? ¿Una que descubrió al marido con otra y
lo tiene contra la pared?
–Es más o menos así –respondió Celedonio enigmático.
Los investigadores corrieron hasta la avenida cercana,
tomaron el 68 rumbo a la autopista General Paz, bajaron
en Juramento y siguieron hasta la vieja recova junto a
la iglesia conocida como “La Redonda”. Entraron al café
pegado a la iglesia cuyo nombre era tan caro a Celedonio:
Watson. La mujer estaba sentada a una mesa dentro
del bar, había pocos comensales. Mejor así, razonó
Celedonio. Estarían más a resguardo en caso de que la
señora hablara en voz demasiado alta.
Ambos hombres se sentaron. La mujer miró
despectivamente a Spiro que, al darse cuenta se sintió
incómodo y una vez más se preguntó por qué no inspiraba
la misma confianza que Celedonio, especialmente en las
mujeres. Luego de la presentación Celedonio le dio pie a

88
la señora para que hablara.
–Soy Dorita Chidichimo de Igarzua. Disculpe que lo cité
algo lejos del barrio pero fue por seguridad, allá todos me
conocen. Antes que nada don Celedonio ¿el señor quién
es? –dijo señalando con el dedo meñique a Spiro.
–Es mi socio –respondió Celedonio, acostumbrado a
esa pregunta.
–Perdóneme de nuevo pero, ¿cómo su socio?, si no
me equivoco este muchacho fue el que vino a mi casa
hace un mes a destapar el inodoro –dijo la señora entre
sorprendida y disgustada.
–Es la misma persona, pasa que tiene múltiples
personalidades –dijo Celedonio restando importancia
al comentario y esperando que la mujer explique
su problema en tanto Spiro la miraba con los ojos
entrecerrados masticando resentimiento.
–Bueno, usted sabrá, acá le traigo –dijo ella sacando
de la cartera y desplegando sobre la mesa una cartulina
con las figuras de varios emojis de whatsap. Celedonio
frunció el ceño creyendo que habían sido citados por una
demente. La mujer sacó sus lentes y una lapicera, llamó
al mozo y le pidió un cafe con leche, un tostado de jamón
y queso y “una ginebrita”.
–Desde hace varios meses mi marido, al que llaman El
Vasco, me dice que cada tanto pierde un poco la memoria
y hasta la semana pasada le creí porque tuve pruebas o
supuse que las tuve –comenzó a explicar Dorita con los
lentes caídos sobre la nariz.
El pedido de la mujer le abrió el apetito a Spiro y
empezó a sacar con mucho cuidado el vigilante que
tenía en el bolsillo del pantalón, pero el dulce de
leche pegoteado en la tela le dificultaba la operación.
Cuando había logrado asomar la punta de la factura

89
Celedonio se dio cuenta, lo fulminó con la mirada
y el plomero guardó inmediatamente el objeto del
escarnio.
–¿Qué tienen que ver estos dibujitos con la pérdida
de la memoria de su marido? –preguntó Spiro para
cambiar de tema y no quedar fuera de la conversación.
La mujer miró a Celedonio, como asombrada de que
el plomero estuviera habilitado para hablar.
–Lo mismo me pregunto yo –dijo el detective
apoyando a su desprestigiado amigo.
–Vamos por partes, decía Jack el destripador –bromeó
la señora intentando colocar una cuota de humor–, mi
marido Reinaldo se la pasó yendo al supermercado y
volviendo con el chango vacío sin la plata que había
llevado. Como esas situaciones hubo varias, por
ejemplo la vez que me lo trajo a casa un policía después
de encontrarlo cantando ópera en el baño de un bar. Yo
le había colgado un cartelito en el cuello con su nombre,
dirección y número de la libreta de enrolamiento. El
nunca quiso sacar el DNI, decía que era un negociado
de los políticos para cobrar más impuestos.
–De nuevo señora, ¿qué tienen que ver estos emojis,
cuál es su problema y qué quiere que hagamos? –dijo
Celedonio inquieto.
–A eso iba señor. ¿Puedo solicitar una Coca Cola sin
azúcar? –dijo la señora luego de haber llamado al mozo
y pedirla sin esperar el consentimiento de Celedonio–.
Me da mucha sed hablar tanto. La cuestión es que al
sinvergüenza de Reinaldo lo encontré meta y ponga con
su celular mandando estos dibujtos y fíjese que vengo
a descubrir que del otro lado había una atorranta, con
perdón de usted, con la que se hablaban a través de
estas figuritas. ¿Ve? –agregó mostrándole un celular–.

90
Una noche le abrí este aparatito y vi que él le había
mandado el hombrecito bailando y ella le contestó
con la carita de un diablo. Después él le puso la cartita
con un corazón y ella le respondió con la parejita y el
corazón en el medio. Entonces él le mandó el dibujo
del perrito y ella le volvió a mandar el diablito. ¡Viejo
mentiroso y pirata, lo de la memoria era un verso para
tapar sus asquerosidades! –gritó.
–¿Cómo sabe a quién le manda esos mensajes?
–¡Justamente por eso lo llamé señor Celedonio! –
dijo la mujer como sintiendo el alivio de haber llegado
al eje de la cuestión–. Sé que del otro lado hay una
cocolicha, las mujeres sabemos de esas perrerías, las
olfateamos y jamás nos equivocamos. Además yo soy
aries y Reinaldo es libra, yo soy fuego, de armas tomar
y él es aire. Cabezadura como todo vasco pero el signo
lo vende, los libra son pura cháchara. Por eso siempre
estuve tranquila. Pero esta vez es diferente y no me voy
a quedar mirando cómo hace la porquería con otra.
–Supongamos que tiene razón. Para empezar no sé
cómo hizo para tener el celular de su marido, es un
paso adelante pero aún así será difícil saber de quién
se trata o sea que no le podemos garantizar resultados.
–No me importa –dijo la mujer–. Si es por el celular
acá lo tiene, se lo dejo. Si ese desgraciado me pregunta
estará perdido porque será obvio que su memoria esta
pipi cucú. No me importa cuánto me cobre, póngase
a trabajar ya mismo, si Reinaldo es culpable lo quiero
preso a pan y agua.
–Atención Dorita, su marido puede comprar otro
celular y bloquear este –advirtió Celedonio.
–No, porque pensando en esa posibilidad y con el
justificativo de su mala memoria lo dejé encerrado en

91
casa con la línea del teléfono fijo cortada. Le dije que
recién pasado mañana a la tarde podrá salir. Así que
usted tiene ese tiempo para averiguarme todo.
Luego de arreglar honorarios y cobrar el anticipo
la mujer se retiró dejando la cuenta de su consumo
a cargo de Celedonio y el celular del marido sobre la
mesa.
–Menos mal que le pediste un buen adelanto por
viáticos –dijo Spiro a punto de comer el ansiado vigilante
mientras observaba los restos de lo consumido por
Dorita.
–Son años –le respondió el detective.
–¿Por dónde empezamos?, ¿me puedo pedir un
tostadito? –preguntó Spiro limpiándose las manos de
los restos de dulce.
–¿Por qué no desayunás, almorzás y cenás en tu
casa?, acá estamos laburando –dijo enérgico Celedonio.
–OK señor, no hay problema, solo queda en pie mi
primera pregunta, –respondió Spiro con humildad.
–Vamos a hacer lo obvio, a quien esté del otro lado le
empezamos a mandar emojies para que suponga que
Reinaldo sigue en contacto. Trataremos de llegar a un
encuentro con la susodicha.
Instalado en su casa y con Spiro cebando mate,
Celedonio comenzó su tarea de conexión con la mujer
invisible por via de los emojis. El primero que le mandó
fue el del hombrecito rojo endiablado. Luego de una
demora de quince minutos la extraña respondió con
un gatito. Para no perder el tiempo Celdonio le envió
los emoji de un perrito, o sea sumisión y un auto,
aludiendo a una invitación a salir. La respuesta no se
hizo esperar. Recibió emojis de comidas, champán y
postres varios. Ahora el detective estaba seguro que

92
del otro lado habia una mujer.
–¿Y si le mandás el emoji de un ratón? Digo para que
al salir con ella no se haga la película y nos salvamos los
viáticos –dijo Spiro siempre pragmático y ahorrativo.
Celedonio recorrió los emojies y decidió jugarse, le
mandó el de una pareja con un corazón en el medio.
Para tentar aún más a la mujer de incógnito agregó el
emoji de un barco y un avión, esperando ilusionarla
con futuros viajes si seguían adelante.
–Lo que no entiendo es una cosa, si del otro lado
hay una mina y el tipo se comunicaba solo con emojis
quiere decir que nunca se han visto, entonces el tipo
deber ser…
–¿Vos querés decir un franelero? Es lo que creo pero
tenemos que confirmarlo, si Dorita no ve no cobramos.
Luego de enviarle a la desconocida la dirección de
una confitería, fecha y hora de encuentro Celedonio
esperó la respuesta que no tardó en llegar. Y allá fueron,
el detective con su amigo y la cámara fotográfica.
La cita era en El Galeón, frente a la comisaría de
Gurruchaga y Santa Fe en Plaza Italia. Celedonio supuso
que la cercanía policial le daría confianza a la mujer
para encontrarse con un desconocido.
La señora distaba mucho de lo que imaginó. Su
edad oscilaba entre los 65 y 70 años, maquillada
en exceso, el pelo teñido de un rojo hiriente, con un
vestido floreado a contramano de la época invernal
en que estaban, una campera verde y zapatos que no
combinaban con el resto. Había hecho un curso de
computación en el centro de jubilados de su barrio
y estaba emocionada por haber podido conocer un
hombre gracias a la tecnología aprendida. Contó que
era peluquera jubilada lista para entregarse al hombre

93
que la llevara al cine, al teatro, a cenar y a viajar por el
mundo. Dicho lo cual pasó inmediatamente al capítulo
de la seducción.
–¿Te acordás de cómo me llamo, diablito? –le dijo
guiñándole un ojo mientras tomaba cerveza alternando
con maní y papas fritas.
–Sí, claro –le dijo Celedonio–, Violeta, hermoso
nombre.
–El tuyo no me lo acuerdo muy bien, Carlitos, ¿no?
–Sí, Carlitos –le respondió Celedonio.
–Ay, me gustás más que cuando me mandabas los
emojis, voy a ser tu geisha. ¿Sabés lo que es? Es como
una sirvienta a medida. ¿Qué te parece?
–Fantástico –dijo Celedonio y llamó al mozo–. Ahora
me tengo que ir porque debo ver un cliente, agregó
pensando en Dorita y esperando que las fotos de Spiro
fueran concluyentes.
Violeta vio por el ventanal al hombre que del otro
lado de la calle le estaba sacando fotos. Se levantó con
un impulso tal que volcó las tazas, corrió hacia la calle
sorprendiendo a Spiro que justo estaba acomodando
la lente de la cámara, le encajó un sonoro sopapo, dos
patadas a los tobillos y una escupida. Un muchacho
que volvía de hacer un delivery con la bicicleta lo
agarró del pelo creyéndolo un ladrón que le había
robado a Violeta. Pero gracias a sus buenos reflejos
y experiencia en casos similares el plomero logró
zafar y poner a buen resguardo la cámara. Antes de
que el policía de guardia en la puerta de la comisaría
se diera cuenta, el socio de Celedonio corrió por
Santa Fe rumbo a la estación de subte, bajó entre
la multitud y llegó al andén justo cuando estaba por
salir el tren que lo salvó del infierno.

94
Violeta volvió al bar a buscar a Celedonio que
estaba por escabullirse.
–¿Viste a ese desgraciado sacando fotos? Un
degenerado, tuvo suerte y se me escapó –dijo mientras
salían y Celedonio transpiraba.
–No me dijiste de qué trabajás –preguntó en la calle
antes de despedirse.
–De todo un poco, otro día te cuento –dijo el detective
soltándole la mano que la mujer le tenía aferrada.
–Mandame más dibujitos. Me enamoraste por
los emojis –dijo ella mientras Celedonio se alejaba
intentando que la gente no se diera cuenta de que era a
él al que le hablaba la mujer. Iba apurado al encuentro
de su apaleado amigo.
–Otra como ésta y sigo solo con la plomería. Es más
segura –dijo Spiro dolorido por las patadas recibidas y
con la marca del cachetazo en la mejilla.
–Las fotos salieron espectaculares –lo alentó
Celedonio dándole una palmada.
El trámite con la clienta fue rápido. Era obvio que
su marido había estado jugando pura fantasía con los
mensajes a la mujer del bar. Efectivamente, el libriano
nunca se había animado a concretar un encuentro
y seguramente no lo haría jamás. De todos modos,
luego de ver las fotos, Dorita se quedó absolutamente
tranquila. No perdería al libriano por Violeta y menos
por unos emojis.

95
Un sainete nacional y popular
El verdadero nombre de Severino era Severo. Su
mujer lo engañaba con varios hombres del barrio; si
en el menú no entraban todos era porque no había
tiempo material, en algún momento había que ver los
teleteatros.
El hacía honor a su nombre real, al menos como
imagen, porque mostraba una actitud que intimidaba.
Cuando entraba a la verdulería lo hacía alzando la voz
y bromeando acerca de lo mal que atendían en ese
negocio. La gente festejaba sus ocurrencias y algunos
le mostraban un falso respeto ya que, conociendo su
realidad, le tenían pena.
Fue uno de los primeros técnicos en aire
acondicionado con split en un momento en que casi
nadie entendía del asunto. De allí que tuvieran para
con él un sentimiento ambiguo y contradictorio,
cornudo pero habilidoso, decían.
Severino era muy nacionalista, al punto que los días
patrios ponía junto a la ventana su viejo tocadisco
Winco dotado de dos parlantes suplementarios a
todo volumen y obligaba a los vecinos de tres cuadras
a la redonda a escuchar varias veces el himno, Aurora
y la Marcha de San Lorenzo.
Asistía a un taller de teatro y creía firmemente que
había desperdiciado su vida, estaba seguro que por
vocación había nacido para las tablas. La mayoría
de las asistentes al taller eran mujeres de las que,
con humor, Severino afirmaba estar profundamente
enamorado. El otro hombre del grupo era Orlando, un
tipo sencillo operador de una calesita que, por falta de
matenimiento, cada dos por tres dejaba de funcionar.

96
Tal vez por la carencia de hombres las chicas del grupo
veían a Severino con ternura. Lamentablemente un día
se enteraron de las andanzas de la señora y desde ese
momento ni lástima le tuvieron. El único que lo seguía
idolatrando era el calesitero que sentía admiración
por Severino. Cada vez que este improvisaba en un
ejercicio teatral Orlando lo aplaudía con orgullo por
tener un amigo tan brillante. Salvo Ofelia, que por
su rol de coordinadora no tenía otro remedio que
aplaudir, el resto callaba y se miraba con resignación.
Así las cosas hasta que una noche, cenando en casa
de unos vecinos, la mujer de Severino se entusiasmó
tanto con un tinto mendocino que se pasó de vueltas
y terminó gritándole a su marido que era un pobre
tipo. El dueño de casa, también amante de la señora
y temeroso de que la mujer contara sus andanzas con
él, la llevó a su dormitorio, la obligó a tomar un vaso
de agua con bicarbonato hasta que erutando la mujer
volvió a la vida.
La señora bajó al patio adonde estaban los invitados
pero no vio a su marido. Pidió disculpas y se fue a su
casa sin aceptar que la acompañaran. Al llegar fue al
dormitorio y vio a Severino llenando una valija con su
ropa.
–¿Qué hacés? –dijo agarrándose del marco de la
puerta.
–Me voy –respondió él– mi hombría no puede
tolerar que me hayas avergonzado poniéndote en
curda frente a los vecinos.
La mujer se sentó en el piso y empezó a reír de tal
forma que Severino creyó que se había vuelto loca.
–¡Qué tarado que sos! –gritó ella todavía algo
borracha.

97
Ante semejante cuadro Severino pensó que no podía
abandonarla en ese estado, la supuso internada en un
loquero, golpeándose la cabeza contra la pared, sus
hijos mirándolo con odio y el mundo reprochándole
haber abandonado a su mujer.
Entonces, en un acto de contrición, se tiró al suelo
y la abrazó.
–¡Perdoname Haydée, no me importa el qué dirán,
soy de ley, no te abandonaré en las buenas ni en las
malas!
Después de la catarsis las cosas siguieron como
siempre: Severino entrando a la verdulería haciendo
su show, los hijos con su vida habitual y Haydée
saltando de cama en cama.
Sin embargo, como pasa en las novelas, algo vino
a cambiar el curso de las cosas. A dos cuadras de la
casa de Severino se instaló un buscavida con una
vieja moto, una casilla y un toldo ofreciendo un
novedoso menú. Un cartel pintado a mano invitaba
a degustar “ACHURAS FUSIÓN – WOK DE VACÍO –
CHORIZO GURME – ENSALADA DEL YEF”. A los que
se acercaban, Rubén, el manager del negocio, un
viejo hippie con vincha, barba canosa y la camiseta
de Racing, les informaba que todo lo había aprendido
viajando por el mundo. Tentaba a los vecinos con
una tabla para degustar sus productos, por lo general
simples pedazos de chorizo. Apenas algún avivado
quería repetir sacaba la muestra mirándolo de reojo.
Haydée no pudo con su genio y una noche
comenzó un romance con Rubén. La motoneta y la
ristra de chorizos que colgaban al costado se movían
febrilmente al compás de los zarandeos de la pareja
en la casilla. La situación habría estado dentro de los

98
cauces normales si Haydée no se hubiera enamorado
del dueño del modesto food truck. Pero los personajes
tienen vida propia, las cosas son como son y no como
los relatores pretenden que sean.
Una tarde lluviosa Severino volvió de la verdulería
y al abrir la puerta de su casa notó algo raro. Faltaban
cosas, no muebles pero sí pequeños objetos de valor.
Corrió al dormitorio, abrió una caja que guardaba
en el ropero y confirmó lo peor: Haydée había huído
llevándose alguna ropa y los ahorros que él había
reunido para invitarla a viajar cuando cumplieran
años de casados.
Con el correr de los días se supo que ella se había
escapado con Ruben en la motoneta. El hippie le pintó
a la mujer un futuro prometedor.
–Cuando juntemos algo de plata –dijo– nos
instalaremos en un barrio fino de la Capital y dejaremos
esta vida de ratas –argumentó el audaz empresario.
Mientras tanto Severino decidió hacer un giro de
ciento ochenta grados en su vida. Se puso en manos
de la curandera más famosa del pueblo y siguió con
ella una especie de terapia psicológica con un toque
manosanta. Apenas lo vio la mujer le dijo que había
sido “cascoteado muy duro por alguien”, pero que ella
le sacaría la maldición. A través de varias sesiones, en
la oscuridad de su rancho, de brebajes y oraciones
logró mejorar el estado de ánimo de Severino. A partir
de allí cambió su rutina y dejó de ir a la verdulería
ya que una vez por semana empezó a visitarlo su
incondicional amigo Orlando para llevarle las compras
y cebarle unos mates.
Tal fue su recuperación que al poco tiempo conoció
otra mujer a la que se entregó con verdadera pasión.

99
Ella lo iba a visitar dos o tres veces por semana y logró
que él volviera a la vida. Cuando su amigo Orlando fue
a su casa lo encontró tan bien que pensó en modificar
su habitual desconfianza hacia las curanderas.
El ánimo y la cara de Orlando cambiaron por
completo cuando Severino le mostró la foto del nuevo
amor en su vida. Era la misma mujer que estaba
saliendo con él y hacía un tiempo venía sospechando
que andaba en la trampa.

100
Liliana Mandingorra

1. Me acuerdo
2. La mudanza

lilianamandingorra@gmail.com

101
1
Me acuerdo de la repisa verde en la casa de mis
abuelos donde se apoyaba uno de los únicos teléfonos
de la cuadra.

2
Me acuerdo de los tranvías. Tengo una foto en uno
de ellos vestida de comunión. La casa de fotografías
se llamaba Elite y era la más importante del barrio
Echesortu de Rosario.

3
Me acuerdo de los programas que escuchábamos
en la radio: Los Ruscolitos, Los Pérez García, El Glostora
tango club y La hora de las ofertas.

4
Me acuerdo de la escarcha en invierno y el agua
congelada en la canilla del pasillo de nuestra casa.

5
Me acuerdo de mi mamá escuchando a Fernando
Siro y a Hilda Bernard en los teleteatros de la tarde.

6
Me acuerdo de la “mancha”, “la popa”, “la
escondida”, “el cigarrillo cuarenta y tres” y “madre
puedo” en las noches de verano con los chicos del

102
barrio y el dulzor de las batatas asadas en las hornillos
improvisados que hacíamos en la tierra.

7
Me acuerdo de las mantillas que usábamos las
mujeres de la familia y las amigas, para ir a misa,
bautismos, comuniones y casamientos. No se podía
entrar a las Iglesias con las cabezas descubiertas.

8
Me acuerdo de la voz de mi madre llamándonos
para entrar a la casa. El aroma del café y las tostadas
en invierno, que nos ofrecía generosamente cada
mañana.

9
Me acuerdo de enamorarme perdidamente de
Alain Delon y Rock Hudson.

10
Me acuerdo de las fiestas de fin de año cuando
toda la familia y los vecino nos reuníamos a celebrar,
bailando y cantando con el sonido de las guitarras y
los acordeones.

11
Me acuerdo del sonido de la llave y los pasos de
mi papá, cuando llegaba de trabajar. Su vuelta a casa
era una fiesta.

103
12
Me acuerdo de los deberes de la escuela: los mapas
con tinta china y los dibujos calcados del Simulcop.

13
Me acuerdo de las matinées en el cine Roma.
Daban tres películas. Íbamos en patota los chicos del
barrio, solos. Llevábamos merienda.

14
Me acuerdo que mi papá escuchando La hora del
mecánico los sábados y los domingos escuchando
las carreras de autos por la mañana y los partidos de
fútbol por la tarde.

15
Me acuerdo del primer beso y de la cachetada que
le di al chico que lo hizo y de los siguientes besos.
Les fui tomando el sabor como a las aceitunas, que
primero no me gustaban y después me parecieron
riquísimas.

16
Me acuerdo la despedida tristísima del barrio unos
años después de iniciada la adolescencia y la dureza
de ese impuesto exilio.

104
17
Me acuerdo de “las chupinas”. Así se llamaba en
Rosario “hacer la rata” al colegio.

18
Me acuerdo de la Revolución Libertadora y de los
noticieros radiales. Estábamos en la puerta de casa,
pasaron unos soldados y nos ordenaron que nos
metiéramos dentro y cerráramos puertas y ventanas.

19
Me acuerdo de los rastrojeros que pasaban por las
calles del barrio anunciando la llegada de un circo o
un parque de diversiones.

20
Me acuerdo de las zapatillas de plástico Skippy,
de los zapatos Gomicuer que usábamos para ir a la
escuela y de los tacos chupete.

21
Me acuerdo de los varones en el cine arrojando
semillas por un tubito a gente sentada delante.

22
Me acuerdo de mi escuela, la número 91, en la
calle Estados Unidos del Brasil. Íbamos mis primos, mi
hermana, yo y los chicos del barrio, sin distinción de
raza, religión o clase social.
105
La mudanza

Teníamos que mudarnos sin siquiera haberlo


previsto, sin ninguna posibilidad de elegir. De un día
para otro, nos dimos cuenta de que la casa donde
habíamos crecido, con Tito y Adela, sería ocupada,
en un tiempo cercano por otros, que vendrían a
ocuparla, sin ningún derecho, más que aquel que le
daba, el poder del dinero para comprarla.
Papá fue el encargado de darnos la noticia. Dijo
simplemente:
–Don Aurelio quiere vender la casa. Tenemos que
irnos. Es todo.
Así, tipo telegrama. Sujeto, verbo y predicado
y otra oración corta. Sujeto tácito y predicado. “Es
todo”, me sonó, a “es el final”. Adela salió corriendo
para el fondo y se escondió atrás del ciruelo donde se
refugiaba siempre que se enojaba. Tito me miró y me
acusó directamente. Me dijo:
–¡Vos lo sabías!
–Ni idea –le respondí.
–¡Vos lo sabías! –volvió a repetir–, por eso andabas
tan estúpidamente misteriosa esta semana.
–Te digo, pedazo de primitivo hombre de las
cavernas, que no. ¡¡No!!
Papá intervino para calmarnos. Sabía que en
cualquier momento nos saltaría la chaveta y
terminaríamos agarrados de los pelos. Así de bravos
éramos los dos.
La noticia estaba dada y nuestra adolescencia
amenazada por esta buena nueva que nos había
estaqueado sin anestesia.

106
Adela era más chica, pero no quería saber nada de
mudarse. A mí tampoco me gustaba esa movida y al
“Pedro Picapiedras” de Tito, menos.
Pasados el asombro, la decepción, las rebeldías,
las broncas y las malas contestaciones tuvimos que
aceptarlo. Aquello que papá había anunciado con esas
oraciones tajantes, breves y concisas se convirtieron
en otras implícitas y subyacentes: “Tenemos que
irnos” y “Hay que dejar la casa”. Esas eran las
flamantes disposiciones contenidas en oraciones con
sujeto tácito. No tenía idea del por qué, pero a mí
me caían muy pero muy mal esas frases con sujeto
sobreentendido.
Una mañana, mientras mamá, que se había
abstenido de intervenir en los acontecimientos de
los últimos días, preparaba el desayuno, papá, con su
portafolio en las manos, habló otra vez del tema. Nos
miró a los tres y dijo:
–La casa hay que dejarla en dos semanas.
Los tres abrimos la boca al mismo tiempo y casi del
mismo tamaño.
–Ah, bueno –dijo Tito y agregó– ¿a dónde iremos?
Adela puchereó, dejó la tostada a medio comer, no
habló, pero la tristeza le nubló los ojos, una niebla
espesa se los atravesó tan solo un segundo.
Papá respondió:
–Tengo en vista algunas viviendas muy lindas que
les gustarán. Entre todos elegiremos nuestra nueva
morada.
Una reverenda antigüedad me pareció lo de
“nuestra nueva morada¨. Una frase rebuscada y
encima completita con sujeto y predicado, pero igual
no me cayó bien. Eran unas estúpidas construcciones
gramaticales.
107
Partimos al colegio con la sentencia metida en
nuestras cabezas. Ya nada era igual. El día transcurrió
como siempre para el resto de la gente, menos para
nosotros. Eso pensábamos. Desconfiábamos de
nuestro futuro.
Cuando volvimos, en la casa ya había unas veinte
cajas, depositadas y apiladas en el living. Mamá nos
recibió igual que siempre, un beso a cada uno y un:
–¿Qué tal, cómo les fue hoy? Dicho así, todo junto
y pegadito. Ni idea de cómo analizar gramaticalmente
esa oración. Nos miramos. Tito me susurró al oído y
me dijo:
–Esta mujer no tiene sangre en las venas.
Asentí y la realidad se me vino encima como una
tormenta recién iniciada.
A partir de ese momento todo transcurrió
velozmente. Diría que ese “todo” nos arrasó.
Se vaciaron placares, armarios, alacenas. Se
descartaron infinidad de utensilios, ropa, zapatos,
zapatillas, sombreros y todos los etcéteras que
entraron en la categoría de trastos inservibles. Lo
más grave fue la separación de nuestros juguetes y
la orden de regalar aquellos que ya no nos servían
o eran viejos. Viejos e inservibles para ellos, para
nosotros simplemente nuestros. Enfurecidos y
llorosos ayudamos como pudimos
En una semana, la casa estaba embalada, atada
y reducida a cajas medianas, grandes y cajones de
madera que el verdulero había donado en un acto
solidario.
Adela y Tito apenas comían. Andaban como sombras
tropezando con los bultos como se tropieza con las
tristezas que te impone la vida. Tenía la sensación de

108
que éramos parte de una película y que en cualquier
momento pondrían el cartelito con la palabra “fin”.
La noche llegó sin pedir permiso. La luna trepó
hasta lo más alto del cielo e iluminó el fondo
florido, el majestuoso ciruelo y cada rincón de ese
hogar casi vacío.
No había posibilidades de retroceder. La
película seguía con el desarrollo de sus escenas y
el momento culminante se acercaba. El cartelito
también.
Cada quién comenzó a despedirse a su manera.
Algunas miradas recorrían paredes, otras, pasillos,
ventanas, puertas y se quedaban detenidas
fotografiando con las retinas los rincones y sitios
preferidos. Cada cual con sus sensaciones, sus
emociones y sus recuerdos.
La mañana amaneció soleada. El camión de la
mudanza llegó temprano. Dos hombres corpulentos
entraron cuando mamá les abrió la puerta. En
menos de dos horas la casa quedó vacía. Mamá
tomó la escoba y la barrió. No le pareció suficiente,
tomó el balde, lo llenó de agua y comenzó a
baldearla por última vez.
Adela se escondió atrás mío. Tito pateaba
piedritas y soplaba. Siempre que estaba impaciente
o ansioso, soplaba como si con cada soplido
apurara al tiempo. De pronto apareció papá que
había estado ayudando a los hombres del camión.
Nos miró y luego paseó sus pupilas por la casa vacía
sin que se le moviera un solo músculo de su cara.
Acto seguido nos largó una de sus frases favoritas:
–Por favor, no hagamos un drama, de una simple
comedia.

109
Lo escuchaba y no lo podía creer. ¡Qué facilidad
tenía para decir oraciones con sujeto tácito! Por un
rato lo odié y soplé más fuerte que Tito.
Cuando el camión arrancó y nosotros fuimos detrás
en el auto de nuestro benemérito padre, me di vuelta.
Quizás para despedirme de ella a mi manera y ahí
vi como entre los árboles de la vereda, asomaba,
balanceado por el viento suave, un cartel de letras
verdes, con la palabra FIN.
Pensé: bueno, al menos está escrito en verde y el
verde es el color de la esperanza.

110
Roly menéndez

Roly Menéndez es autora del libro


infantil MANUEL Y SUS AMIGOS
DEL MAR. En el 2009 su cuento EL
ÁNGEL recibió la 2ª Mención en el
XXIV concurso organizado por la
Municipalidad de Lobos

1. La confesión
2. Piernas de araña

rolymenendez0601@yahoo.com.ar

111
La confesión

Después de un viaje de veinte horas sin descanso,


nadie está para escuchar confesiones. La poca energía
que le quedaba a mi cuerpo debía utilizarla para
mantenerse en pie. Llegaba por primera vez a mi
ciudad natal, después de haberme ido para siempre.
Así, enfrascada en mis pensamientos me sorprendió
la entrada a la terminal. Estaba en el Ayuntamiento de
Tineo, a 79 kilómetros de Oviedo por carretera. Allí
había nacido dos décadas atrás.
España todavía se encontraba lejos de convertirse en
miembro del Mercado Común Europeo. Por entonces
era la hija pobre del viejo continente, diezmada por la
guerra civil y sin la fuerza del resto de los países que
habían sido capaces de reponerse a la devastación
de dos grandes guerras. La dictadura de Franco aún
mantenía bajo sus botas a esa gente sufrida que solo
ansiaba estar viva al día siguiente.
El micro en el que había viajado era muy pequeño,
como exigían aquellos caminos. Pero a pesar de su
pequeñez me sorprendió el coraje para enfrentar
un suelo engañoso que por kilómetros se entregaba
plano y de repente se encorvaba como un caballo
salvaje que no quiere ser domado. Todo pasó delante
de mí como una película de aventuras, llena de actores
secundarios indiferentes y ajenos a mi llegada.
Era un mediodía soleado de enero y al bajar del
autobús el aire gritó que estábamos en pleno invierno.
Me rodeó el ruido, la alegría de otros viajeros, familias
que esperaban, valijas. De pronto mi nombre en la
voz de un hombre. El único hermano de mi madre. Su

112
abrazo me ayudó a reconocer los recuerdos impresos
en mi piel.
Cuando organizaba ese viaje imaginaba cómo serían
la casa donde nací, mis abuelas, mis tíos y mis primos,
todos parte de un extraño rompecabezas del que
no guardaba una imagen armada. El amor que me
llevaba hasta allí era el resultado de la férrea voluntad
de mi madre por forjar en mí ese sentimiento; ella
necesitaba estar acompañada en su lucha por no
olvidar y la única persona que podía complacerla era
yo.
Mi padre emigró a la Argentina cerrando de un
portazo la relación con su familia. Viajó a Buenos
Aires un año antes que mi madre y yo. Vino a golpear
puertas, a instalarse, a cumplir la promesa de una vida
mejor, a mover montañas. Mientras tanto en Asturias,
su ausencia me había obligado a reemplazarlo con
este tío, por pura necesidad de tener un papá.
Mi tío y yo estuvimos un tiempo infinito sentados
en aquel banco de la terminal. Me reconoció idéntica
a mi padre y así, sin mediar preámbulos, aferrándome
las manos, comenzó su confesión. Sí. Una confesión.
Dijo que él nunca se hubiese opuesto al casamiento
de mis padres de haber sabido que ellos seguían
enamorados. ¿De qué hablaba?
Cuando pudo reconocer que toda aquella historia
me era ajena, con los ojos llenos de recuerdos, hizo
el esfuerzo de ordenar el relato. Mi madre y mi padre
habían sido novios durante varios años, distanciándose
un día. Como era costumbre por aquellos tiempos y
lugares, a las muchachas en edad de casarse la familia
les solía arreglar un matrimonio fundado en el mejor
convenio económico posible. Eso también había

113
ocurrido con mi madre pasado el tiempo de un duelo
prudencial por su anterior noviazgo interrumpido.
Una mujer sin un hombre al lado no era alguien.
Según los dichos de mi tío, cuando mi padre se
enteró del inminente casamiento envió un mensaje
a mi madre proponiéndole matrimonio y dándole una
hoja de ruta para encontrarse. Como respuesta ella
abandonó al novio dejando el altar listo para celebrar
esa boda desamorada y huyendo a los brazos de mi
padre.
Mientras mi tío hablaba yo imaginaba el desastre
que habría causado aquella bomba al explotar en
una diminuta aldea construida sobre necesidades y
prejuicios. Una mujer abandonando al novio a horas
de casarse. Diciendo que no. Eligiendo su sí.
¿Esa era la historia de amor que me había abierto
las puertas a la vida? Guiada por las palabras de mi
tío recordé que mis padres jamás habían mencionado
anécdotas de su boda y que yo nunca había visto una
foto. Fue entonces cuando apareció ante mí la imagen
de un traje austero, oscuro y sin secretos que mi
madre veneraba y decía era su traje de bodas. Era de
una simpleza impensada para una novia. Sin embargo
ella lo lucía en las ocasiones destinadas a quedar en
la memoria. Siempre creí que ella lo tenía asociado
a su casamiento porque era el único traje que había
podido traer en su magro equipaje de inmigrante o
porque era el último que se había comprado allá en
España. Era todo eso y más.
La confesión de mi tío convirtió a mi madre, frágil
y con una salud de cristal, en una mujer valiente. No
por haberse atrevido a elegir sino por haber cargado
sobre la espalda con el juicio de todo el pueblo.

114
Volví a Buenos Aires un mes más tarde. Lo
primero que hice fue ir a verla y preguntarle por la
confesión de su hermano. Mi padre había fallecido
hacía ya cinco años. Recuerdo su sorpresa, su pudor
dándome la espalda y alejándose hacia la ventana.
Con la mirada cruzando el océano y el tiempo,
sosteniendo su infaltable pañuelito bordado, tardó
en hablar. Segundos. Minutos. Años. Cuando lo hizo
simplemente dijo: quise a tu padre más que a mi vida.
Supe que para ella todo valió la pena.

115
Piernas de araña

Hoy maté una araña.


Estaba agazapada en una esquina del baño, sobre
el zócalo. Exactamente donde mi vista hizo foco al
sentarme en el inodoro.
¡Qué frágil parecen las arañas y cuánto consiguen! Se
mueven por su red con la habilidad de un equilibrista.
Dueñas de una ingeniería secreta, crean caminos en
segundos. Siempre listas para tejer una vía de escape
que las ponga a salvo. Impactan con la perfección de
sus telas, que simulan creaciones diseñadas por un
artista. Me gustaría ser como ellas. Con un hilo poder
construir un puente y acercarme. O poner distancia.
Desconocer los miedos. Caminar por la cornisa sin
peligro. Ser polizón en cualquier barco. Tener siempre
a mano un pasaje hacia donde quiera ir. Se me hacen
inmensas aunque sean minúsculas.
No es el caso de la que maté, que por cierto era
grande, no tanto por su cuerpo como por el largo de
sus patas, infinitas y tan delgadas que parecían no
poder sostenerla. La maté de un pisotón. No necesité
demasiada fuerza, aunque por las dudas la pisé una
vez y luego otra para dejarla fuera de juego. Dicen
que se hacen las muertas y que cuando desaparece
el peligro vuelven a rearmarse como si nada hubiera
pasado. Por eso la volví a aplastar, para rematarla.
Ahí, mi sorpresa. Las patas, separadas del cuerpo,
siguieron sacudiéndose con desesperación. Presas de
un ritmo alocado continuaron dando pasos en el aire
como queriendo escapar, durante segundos, minutos,

116
que se me hicieron horas. Lo único que le importaba,
a eso que quedaba de la araña, era alejarse de la
realidad que la había atacado.
Por un momento, por una vez, me sentí como la
araña. Me acordé de mis piernas, esa tarde, después
de tu adiós, moviéndose sin saber a dónde ir.

117
María Cristina Moreiras

Cristina Morieras es autora de


biografías familiares: NUESTROS
ANCESTROS GALLEGOS y de LOS
SECRETOS DE LA ABUELA VICTORIA.

1. Me acuerdo
2. Silencios de familia

cristinamoreiras@gmail.com

119
1
Me acuerdo de los viajes en tranvía con mi hermana
desde mi casa en Parque Lezama hasta el colegio en
Almagro. A la ida rodeábamos la Plaza de Mayo para
tomar luego Diagonal Norte hacia el obelisco y desde
ahí la calle Corrientes mano a Chacarita hasta Mario
Bravo. Al regresar el tranvía iba por Corrientes mano
hacia el río. Cuando llegábamos a Puerto Madero
veíamos los barcos a lo lejos, los changarines y las
grúas moviendo fardos que depositaba en los docks.

2
Me acuerdo de las despedidas de solteros en las
Cantinas de la Boca.

3
Me acuerdo de mi libro de lectura de primer grado
y de la página “La mona salió de paseo con su vestido
nuevo y su hijito feo” que aprendía de memoria.
Mi maestra, la Hna. Alicia me miraba sorprendida
creyendo que había aprendido a leer.

4
Me acuerdo del viejo Mercado de Abasto, sus
puestos y los camiones sobre la Calle Corrientes
estacionados a noventa grados para descargar y
cargar frutas y verduras.

120
5
Me acuerdo de las figuritas con brillantina que nos
cambiábamos con mis compañeras sentadas en los
escalones del segundo patio del colegio.

6
Me acuerdo de la salida de los cines los sábados
a la noche en la calle Lavalle, se producía un
embotellamiento humano que nos dificultaba llegar a
comer en la Pizzería Roma.

7
Me acuerdo de cuando iba a estudiar a la vieja
Biblioteca Nacional y veía a Borges caminar por los
pasillos porque era el director.

8
Me acuerdo de la llegada del primer televisor a mi
casa y del Capitán Piluso y los sorteos de perritos que
nunca gané.

8
Me acuerdo de los picnic en el Parque Lezama con
mis amigas en los días de verano. Algunas veces en la
fuente de los pescaditos sobre la calle Brasil y otras
frente al Museo debajo del ombú sentadas en sus
enormes raíces.

121
10
Me acuerdo de jugar a la rayuela dibujada en la
vereda con los cuadrados del 1 al 10 para terminar en
último que decía cielo. Era fácil alcanzarlo entonces.

11
Me acuerdo de los viajes a Mar del Plata en el auto
sin aire acondicionado en pleno verano, salíamos a las
cuatro de la mañana para ir con la fresca.

12
Me acuerdo de las casitas de los cuidadores que
había a lo largo de en la vieja avenida General Paz.
Yo soñaba que eran de chocolate como las de los
cuentos.

13
Me acuerdo de los pañales de tela que usé con
mis dos hijos mayores y la liberación que sentí con
de la llegada de los Pumper cuando nacieron los más
chicos.

14
Me acuerdo del día que conocí a Fidel Castro nunca
había sentido semejante conjunción de sentimientos.
No compartía sus ideas pero me cayó tan bien que
pude comprender el origen de su poder y aprender
qué es el carisma.

122
15
Me acuerdo de los bailes del carnaval en los clubes
con la barra del barrio escuchando cantar a los
miembros del Club del Clan.

16
Me acuerdo de la revolución de los colorados y los
azules. Había dos tanques del ejército mirando hacia
el río frente mi casa y soldados que se convirtieron en
nuestros amigos.

17
Me acuerdo de la pluma y el tintero en primer
grado y la emoción de mi primera lapicera de tinta la
tintenkuli. Las lapiceras con cartucho llegaron en mis
primeros años de secundaria.

18
Me acuerdo de la inundación en la Boca en 1960
el agua llego por Almirante Brown hasta el Parque
Lezama.

19
Me acuerdo de cuando salimos por primera vez con
maxifalda con mi amiga Graciela, la gente nos miraba
extrañada. Debían pensar que era un disfraz.

123
20
Me acuerdo de la epidemia de polio, los cordones
y los arboles pintados de blanco y los chicos con la
bolsita de alcanfor colgada en el cuello.

21
Me acuerdo de la ceremonia de restitución del sable
corvo de San Martín cuando lo reintegraron después
del robo al Museo Histórico Nacional.

22
Me acuerdo de los carros vendiendo canastos
y muebles de mimbre que recorrían la ciudad de
Buenos Aires.

23
Me acuerdo de cuando me hamacaba en los juegos
del parque Lezama o corría por el patio del Colegio
Inmaculada sin pensar en mañana.

24
Me acuerdo de la fuente con pescaditos en el Parque
Lezama debajo del anfiteatro sobre la calle Brasil.

25
Me acuerdo del vigilante de la esquina.

124
Silencios de familia

Todas las historias familiares guardan secretos.


Puede haber diferentes razones o costumbres de otros
tiempos que conducen a ellos. Hoy que todo se dice sin
importar consecuencias, quiero traer al presente los
silencios de ayer. Develar los secretos guardados para
ayudar a comprender acciones, actitudes, conductas
que trae la misteriosa genética, eterna viajera en los
cuerpos que cargan la historia de nuestros ancestros.
Mi relación con los tíos de Daniel, mi marido, fue
muy estrecha y de gran acercamiento. Me sentí parte
de la familia en todo momento, lloré por sus dolores
y compartí como propias sus alegrías. Por mi espíritu
curioso y por la deformación profesional de profesora
de historia, me interesó investigar el pasado familiar.
Comencé con mi propia familia. La información
recogida me llevó a escribir ¨Nuestros Ancestros
Gallegos¨.
Durante los años vividos cerca de la familia Marra,
casi toda mi vida, me transformé en depositaria de
muchos recuerdos. Cada palabra, cada anécdota
quedó guardada en mi memoria, atesorados más por
afecto que por curiosidad.
Una de tarde de visita en la casa de Belgrano de
los tíos Marra, Toto y Maruca, café de por medio,
Toto compartió conmigo esta historia que más que
secreto es un silencio. Quizás ni sus hermanos la
escucharon alguna vez, aunque lo dudo porque era el
más charlatán. Supongo que movido por el afecto y
esa familiaridad que traen los años, vio en mí a una
interlocutora valida. Pasadas sus ocho décadas el tío

125
Toto hablaba sin filtros y con absoluta libertad:
–Sabés, Cristina, que cuando era chico algunos
sábados salía solo con mi papá para tomar el tren en
Constitución hacia la localidad de Alejandro Korn. Yo no
preguntaba nada; cuando se tienen tantos hermanos
tener al padre para uno era toda una aventura.
Llegábamos a un lugar rodeado de paredones grises,
atravesábamos un portón de rejas para entrar a un
gran jardín que rodeaba varias construcciones de
techo de chapa a dos aguas. Con el tiempo supe que
era el Hospital psiquiátrico Melchor Romero. Había
bancos de piedra y allí nos sentábamos con la señora
que íbamos a visitar. Paseábamos por el jardín. Ella y
mi padre hablaban un italiano cerrado, yo no entendía
nada. Mientras yo jugaba con alguna piedrita, ellos
caminaban lento como queriendo atrapar cada
momento de ese tiempo juntos. Imaginé que hablaban
de recuerdos de una tierra lejana, la la infancia… no
sé. Nunca pregunté quién era, ni contaba en casa en
dónde habíamos estado. Solo me fui dando cuenta de
que era la hermana con la que mi padre vino de Italia,
la madre de mis primos. Papá era reservado y antes
los enfermos psiquiátricos se escondían.
Cuando tuve en mis manos el pasaporte de Aniello
en el que decía que Toto había viajado con la madre,
la hermana y la esposa, confirmé esta historia y la
pude relacionar con esos primos que alguna vez vi
en la casa de la calle Defensa. Una simple historia
guardada por el silencio.
Silencios de situaciones difíciles que nos pesan
y nos llenan de confusión. Entonces no existían
los medicamentos de hoy, ni mucho menos las
posibilidades de tratamiento ambulatorio. Cuánto

126
dolor acompañó a Angulina y Aniello en su emigración.
A la distancia y la soledad se agregó una enfermedad
de la que nadie se atrevía a hablar. Habrá sido difícil la
vida de esta familia italiana, allá en el conventillo de la
Boca, recién llegados a Buenos Aires.
Enredado en silencios, el recuerdo de esa madre
debió quedar enmarañado para sus hijos y su nuera.
Nunca escuché hablar a ninguno de sus nietos de
esta historia. Tenemos el documento que certifica
su llegada, el pasaporte de Aniello… ¿Habrá muerto
sin conocer a sus nietos? Puedo imaginar muchas
historias, lo cierto es que esa vida es parte de nuestra
familia porque es indisoluble el vínculo que nos une a
nuestros ancestros.
Escribo este capítulo de la historia familiar para
construir puentes que faciliten el andar a las
generaciones que vienen. La vida nos muestra que de
nada sirve negar y silenciar porque la verdad sana y
el pasado nos enseña a construir un futuro mejor.

127
Eliana Mutio

1. Me acuerdo
2. Escolástico Ecuménico Amarillo

elianne04@yahoo.com.ar

129
1
Me acuerdo de cuando mami, maestra rural, nos
llevó a todos los chicos en un vagón tirado por dos
caballos a tomar la Comunión. Llovía, nos cubrieron
con ponchos encerados y llegamos a la estación Zenón
Videla Dorna para tomar el tren a Monte.

2
Me acuerdo del paraje llamado las Tortas Fritas
donde se corrían carreras cuadreras.

3
Me acuerdo del disfraz de Doña Francisquita con el
que desfilaba por el boulevard de la avenida principal
del pueblo en el carnaval infantil.

4
Me acuerdo del disco 33 simple “Twist y Gritos” de
los Beatles.

5
Me acuerdo de la Bidou Cola y de la muñeca Marilú.

6
Me acuerdo de la manivela de arranque que papi
colocaba al frente del Ford T .

130
7
Me acuerdo de un auto pequeño y extraño con
ruido a moto, dos ruedas juntitas atrás que se abría
por el frente y lo llamaban “ratón alemán”.

8
Me acuerdo de Elisa comprando, cuando mamá
no estaba, 12 docenas de tortas negras al panadero
que hacía el reparto en su carro. Mami le había dicho:
comprá una docena y recordá que son 12. Confusión
y tortas negras por toda la casa.

9
Me acuerdo del juego “la farolera tropezó…”

10
Me acuerdo de cuando mami rompió todas las
ventanillas de la parte superior del auto cuando lo
encendió con el cambio en marcha dentro del garaje
y con el portón cerrado.

11
Me acuerdo de los bailes del 25 de Mayo en el
Club San Miguel y de mis padres de punta en blanco
bailando música de las orquestas típica y de jazz.

131
12
Me acuerdo de las fogatas de San Pedro y San Pablo
el 29 de junio en el campo.

13
Me acuerdo de cuando mis primos me paseaban en
sillita de oro con sus brazos entrecruzados y tomados
de las muñecas.

14
Me acuerdo de que en el recreo en la escuela del
campo todos jugábamos “Al rescate”. Cuando fui al
pueblo un juego parecido se llamaba “La eliminación”.

15
Me acuerdo con mami y Luz en sulky yendo a la
modista para medirnos la ropa que nos confeccionaba
con los modelos de la revista Temporada. A veces, nos
pinchaba con los alfileres.

16
Me acuerdo del peinado con forma de banana que
se usaba en los sesenta.

17
Me acuerdo de mis primeros zapatos con taquitos
a los catorce.

132
18
Me acuerdo de mis primeros jeans de verano marca
Lee de color turquesa.

19
Me acuerdo de la película Un hombre y una mujer
y de lo mucho que me gustaba el actor Lino Ventura.

20
Me acuerdo de cuando en la Facultad de Derecho
muchos gritaban y alguien dijo: “están matando a los
detenidos en la cárcel de Trelew”.

21
Me acuerdo de la película Los Aventureros con Alain
Delon y Lino Ventura.

22
Me acuerdo del polvito “Ojos de Jerusalén” para
delinear los ojos y del pachuli.

23
Me acuerdo de Alain Delon cantando Letizia y de la
canción en francés Yo te amo, yo tampoco.

24
Me acuerdo de hots pants con las maxifaldas.

133
Escolástico Ecuménico Amarillo
(1889)

Ecu, pobre Ecu. ¿Cómo ha podido soportar la partida


de la señorita Amelia? ¿Cómo ha podido hacerlo sin
estallar en gritos y llanto?
Hoy mismo, pasado el mediodía, cerca de las dos
de la tarde, la señorita Amelia le pidió que dieran
una última recorrida a caballo por el boulevard de la
entrada a la estancia, con el permiso de la tía, Misia
Henka, claro está. El horario de salida del tren en la
estación del pueblo está calculado para las siete de la
tarde, se lo recordó Misia Henka cuando Ecu ayudó a
montar a la señorita Amelia.
El paseo debía durar media horita, Ecu, media
horita. Así que para él ese era el plazo que le dieron
a su despedida. Solo media horita para tenerla cerca
por última vez, para ver su cabello al viento al trotar
siempre delante de él, para oírla carcajear por algo
que decía, pero que definitivamente él no entendía,
o no la atendía, no estaba allí, estaba en sus fantasías
con ella. Ella, el amor silencioso, oculto, ella, la dueña
de todo lo que era. Porque él era Ecu porque ella lo
rebautizó Ecu. Recordaba sus carcajadas cuando le
dijo:
—¿Cómo te llamás? ¿Me repetís tu nombre
completo?
—Escolástico. Escolástico Ecuménico Amarillo —aclaró
con cuidado, con algo de timidez, y soñando que le
gustase mucho.
—Es horrible, decididamente horrible. Te diré qué

134
hacer. Cortando alguno de los dos nombres te haré un
sobrenombre; el más fácil es Ecu. Sí, serás Ecu —sentenció
la señorita Amelia.
Y desde hace dos veranos perdió su nombre para
ser solo Ecu. Y así se reconoce él mismo, nombrado
por ella. Ecu.
Pasó rápido la media horita, dieron la vuelta y
regresaron raudos; así de rápido parecía ahogarse su
corazón. A las cuatro, cuando le dijo hasta el verano
que viene, pensó que nunca viviría un momento de
tanta tristeza en su vida, no imaginó otro dolor más
grande que ese.
Su padre, don Amarillo, el capataz y administrador
de la estancia de la tía de la señorita Amelia, Misia
Henka, le ayudó con las valijas, paquetes, frutas y
demás regalitos que llevaba a la ciudad. Don Amarillo
cargó todo en el auto y le gritó:
—M’hijo, Escolástico, vaya yendo al trote pa’ las
casas y dígale a su madre que por ahí no regreso
allá esta noche; del pueblo me pego la vuelta pa’la
estancia y como será tarde, mejor me quedo para
empezar mañana temprano.
Era tanto el dolor por la partida de la señorita Amelia,
que se fue a llorar a las piezas donde duermen los
peones, en torno al casco de la estancia. Precisamente
se ubicó en la que usaban él y su padre luego de los
almuerzos para siestear. Se quedó dormido, pobrecito
Ecu, se despiertó pasadas las ocho de la noche.
Era tarde para irse a la casa, qué dirá la mama, Ecu,
¿lo pensó? Y bueno, se conforma, no sería la primera
vez, cuando llueve el tata a veces se quedaba en la
estancia. A la noche le contaría al tata de sus amores
contrariados, o no, no sabía si eran contrariados, pero

135
parecería más bien que sí, casi imposibles. Ella, el
amor de su vida estaba en otro mundo lejano al suyo.
Pobrecito Ecu, apenas si comía algo, bebía un té con
limón que le preparba la cocinera de la casa grande.
Pero ya llegaba el tata, ya llegaba.

Es el ruido de la voituré, está llegando su tata.


¿Qué le dirá? ¿Se enojará porque se ha quedado en la
estancia? Él responderá que se le hizo tarde. Le pedirá
consejo para olvidarse de la señorita Amelia. Ruido
chirriante. Es el portón grande del galpón. Ya está por
entrar su tata.
¿Pero a dónde va? Está yendo a la casa principal.
Ve luz en el comedor de Misia Henka, también en la
cocina. Irá a ver tras el ventanal. Espera que no le haya
pasado nada a la señorita Amelia. ¿El tata se sirve
un gran plato de comida y sale de la cocina? Pasa al
comedor. Va a la otra ventana.
Está Misia Henka con un gran traje colorado o dorado
como una capa... se le abre, se le ven los pechos, se
lo cierra. Dios Santo. El tata la toca por dentro de
la ropa, la besa y se sienta a la mesa. Ella lanza una
carcajada, da una pitada a un gran cigarro. Nunca la
había visto así. ¿Por qué el tata se toma esa confianza
con Misia Henka? Ella está muy alegre, parece. Bebe
de una copa.
—Preparé vodka caliente, ahora te traeré un poco
—oye que le dice a su tata.
¿Escuchó bien?, ella, la patrona, le sirve vodka
caliente a su tata, el capataz. Y ahora, ¿qué hacen? Se
besan.
Mejor se esconde en el jardín. No le podrá preguntar
al tata, no se animará. Menos que menos le contará

136
de sus amores. No entiende nada, tiene como un
mareo. Cree que va a vomitar. No puede. Tiene miedo
de que lo oigan. Hace arcadas, llora. ¡Si será pelmazo!
Han apagado la luz de la cocina y la del comedor.
Ahora se enciende la de la habitación de Misia
Henka. Ella se asoma y abre su ventana para cerrar
los postigos, y ve detrás a su tata que se apronta a
desvestirse. Se cierra todo. Cree que también se ha
cerrado su vida. Por lo menos como había sido hasta
ese momento. No le duele más la señorita Amelia. Ver
al tata ahí lo ha curado de ella en un santiamén. Ahora
se le retuercen las tripas, por su tata, su vieja, todo.
No podrá volver a mirar a su mama, menos al tata. No
a los ojos. No por un tiempo.
No quiere que nadie le mienta. No entiende lo que
ha pasado o lo que ha estado pasando. Se irá antes
de que salga el sol. Dejará el caballo en la estación de
tren. Si sale a la mañana, por la tarde ya estará en el
pueblo. El padrino le prestará para el pasaje. Algún
trabajo encontrará en la ciudad, ya tiene dieciséis.

137
Rosalía Odessky

1. Me acuerdo
2. Día de la madre

rosaliag@arnet.com.ar

139
1
Me acuerdo de lo que viví y de las anécdotas que
me contaron varias veces. Me veo corriendo por los
pasillos del Sanatorio Otamendi al año y catorce días
diciendo nene, nene. Me habían dicho que tenía un
hermanito nene.

2
Me acuerdo de que traté de darle vuelta un ojo a mi
hermanito para ver si era como el de las muñecas de
vidrio que giraban en sus órbitas.

3
Me acuerdo de la cara de mi mamá cuando Silvio
y yo abrimos una almohada y el cuarto se llenó de
plumas.

4
Me acuerdo de cuando un día que Silvio y yo
corriendo por la casa, él para meterse en el baño
empujó la puerta que era de vidrio, se rompió y quedó
colgado del marco de metal donde había estado el
vidrio.

5
Me acuerdo de cuando los domingos a la mañana
visitábamos a la abuela paterna. Mamá no iba. Allí nos
encontrábamos con los primos y salíamos al parque
con el abuelo y nos daba caramelos Misky.

140
6
Me acuerdo de que el abuelo tenía dentro de la
parte inferior de su pantalón una protuberancia y yo
imaginaba que tenía un largo pito enrollado.

7
Me acuerdo de que cuando mi papá se hizo mayor,
tuve que ayudarlo a desvestirse y vi que tenía un
aparatito puesto con una correa alrededor de su
pelvis. Me dijo que era por su hernia porque no
permitiría que lo operasen.

8
Me acuerdo que en la casa de la abuela comíamos
strudel de arroz con leche y era delicioso.

9
Me acuerdo de ir a Constitución a despedir al abuelo
que se iba a Neuquén en tren y yo tenía miedo de que
lo perdiera porque se quedaba hasta último momento
conversando con los que íbamos a despedirlo.

10
Me acuerdo de los viajes a La Falda. En la ciudad
de Córdoba tomábamos el trencito de trocha angosta
que nos llevaba a las sierras. Cuando cercaba un lago
toda la gente se ponía del lado de las ventanillas para
verlo y yo me ponía en el lado opuesto para hacer
peso y no caernos al agua.

141
11
Me acuerdo de mi tía Nona en cama embarazada y
de sus pechos que le colgaban sobre la panza.

12
Me acuerdo de que yo dormía boca abajo para que
a mí no me crecieran los pechos como a Nona.

13
Me acuerdo de que quería atarme los pies porque
había leído un cuento donde a las niñas japonesitas
les ataban los pies para que no les crecieran.

14
Me acuerdo de la quinta de Ituzaingó. La llamábamos
la casa de Rosas porque era muy antigua, el baño era
más grande que un dormitorio de los de ahora. En
la huerta se cultivaban todo tipo de verduras; en el
centro del gallinero había una higuera. También había
un criadero de conejos.

15
Me acuerdo que en un viaje a Córdoba con mamá
en camarote, ella llevaba un maletín de cuero de
chancho con dinero, documentos y alguna joyita.
En una parada del tren un brazo se introdujo por la
ventanilla y se lo robó.

142
16
Me acuerdo de que mi papá y de Baranof, su socio,
hicieron la primera fábrica de muñecas de goma y
creo que no vendieron ninguna. Yo sí tuve una.

17
Me acuerdo de la muñeca que me regalaron para
mi cumpleaños de cuatro años que se le daba agua
con una mamadera y enseguida hacia pis.

18
Me acuerdo de la época de la poliomielitis y aún
no había vacunas. Nos llevaron a una quinta para
mantenernos aislados. No fuimos al colegio.

19
Me acuerdo de Pilar, la enfermera que le ponía
ventosas a mamá. Me asustaba verle la carne chupada
por la ventosa.

20
Me acuerdo de un enojo de mi papá cuando agarró
una punta del mantel como para tirar todo lo que
había arriba. Por suerte no sucedió.

143
Día de la madre

Ayer fue el día de la madre y lo pasé muy bien. En los


últimos años generalmente es así. Creo que mis hijos
varones entendieron que me gusta estar solo con ellos
y no con las parejas y sus familiares. Hoy las parejas
son estables, pero antes hubo muchos cambios. A mi
prima le pasa diferente. Sus hijos siguen manteniendo
la pareja y entonces logran afinidad y confianza por
haber compartido experiencias durante años. Mis dos
hijos varones probaron el matrimonio, tuvieron hijos
y todo se disolvió como pompa de jabón. Los hijos
buscan complementarse y añoran tener a los padres
juntos. Nunca me plantee por qué algunos logran
mantenerse juntos y otros no. Mi hija sigue muy feliz
con su marido. Ellos viven lejos así que nunca están
en la Argentina para esta fecha. Uno de mis hijos vive
en la provincia y me dijo que el 21 no estaría conmigo
porque está dando unos cursos los sábados en Tandil,
pudo venir el fin de semana anterior porque el lunes
era feriado, y me paseó. Mi otro hijo se encontró solo
con el peso de qué hacer con la mamá.
Como soy observadora, llevo tiempo mirando,
especialmente en el día de la madre, a los varones que
acompañan a alguna viejecita algo achacada en algún
restorán. Están juntos pero no hay diálogo. Si la mesa
es numerosa la viejecita está sentadita y escucha lo
que puede y come las migas de lo que sucede, y todos
contentos. Los últimos años, en el Día de la Madre,
salía con mis dos hijos y como la charla era de a tres,
lo pasábamos muy bien.
Ayer vino a buscarme Ale solo, su pareja iría con sus

144
hijos grandes y su hermano con su familia a almorzar
en Olivos. Ale y yo estaríamos solos. Ale me dejó
elegir el lugar porque sabe que a mí no me importa
la comida y sí el lugar. Como alguna otra vez, elegí un
restorán en la costanera que se encuentra al final de
una escollera y que cuando se está sentado se tiene la
sensación de estar sobre el río.
La conversación fue increíblemente importante. Los
temas los fui eligiendo yo: que sucederá con nuestro
Instituto cuando yo no esté; la relación de los tres
hermanos frente a problemas económicos; mi final sin
complicaciones ni gastos, la dirección del cementerio
adonde quiero que me lleven y al final, le pedí que me
explicara algo sobre el curso que había hecho en USA
en julio. Todo pasó con mucha tranquilidad, respeto
por el otro, y sin necesidad de tener que ceder. Estaba
ahí sentada y no lo podía creer. Nuestra sobremesa
duró casi tres horas. Sentí que algo importante se
pudo dar con este hijo de casi 60 años con el que
últimamente tenía una relación algo tirante. Él había
cambiado y yo se lo agradecí.
Regresé a casa, hice un buen descanso y a la noche
fui al Teatro Cervantes a ver una obra para recomendar
sobre Teresa de Ávila con Marilu Marini y ocho varones
que cantaban y bailaban, con una puesta excelente
en la platea del teatro y los espectadores sobre el
escenario.
Fue un día de la madre perfecto.

145
Luis Pees labory

1. Me acuerdo
2. Mi encuentro con la náutica

luispees@gmail.com

147
1
Me acuerdo de un niño jugando solo a la guerra con
soldaditos de plomo.

2
Me acuerdo de un niño una noche de Reyes
escuchando en la radio la pelea de Gatica, su preferido,
en Nueva York, donde le dieron una paliza.

3
Me acuerdo de un niño bañado por su madre en un
tacho inmenso.

4
Me acuerdo de un niño siendo besuqueado
por señoras grandes con mucho maquillaje en los
cumpleaños de sus tíos.

5
Me acuerdo de un niño manejando su autito de
color rojo.

6
Me acuerdo de un niño en el cine con sus padres
viendo películas de Lolita Torres y de Sandrini, o
italianas con Aldo Fabrizzi, Walter Chiari y Totó.

148
7
Me acuerdo del primario en el Colegio (de monjas)
San José donde un niño recitó en un acto estrofas del
Martín Fierro, y donde hizo de aprendiz de monaguillo
con su compañero de banco, Néstor Ángel Corona, con
quien se reencontró hace un mes, luego de sesenta y
tantos años sin verse.

8
Me acuerdo de un niño cambiando de escuela
porque las monjas solo aceptaban a varones los dos
primeros grados. Así fue que ingresó a la escuela de
varones, el Serrano Grande. Su primera maestra fue la
señora de Ford.

9
Me acuerdo que un día la maestra faltó y fue al aula
de primer grado. Le dieron una revista para leer. Tanto le
gustaba leer que al no poder terminarla la escondió en
su cartera, con tan mala suerte que la maestra lo vio y lo
retó, pero no le dijo nada al Director ni a su maestra.

10
Me acuerdo de un niño en tercer grado, de la “regla
de tres” y de un maestro que solo hablaba de fútbol.
Un suplente tomó prueba y sacó “Insuficiente”.
Escondió esa hoja debajo de un aparador del comedor
que tenía un agujero. Nunca supo cómo sus padres se
dieron cuenta y lo enviaron a una maestra particular
que había sido alumna de tejido de su mamá en la
universidad popular de su tío Iriondo.
149
11
Me acuerdo de un niño que en cuarto grado tuvo
de MAESTRO al señor Oscar Trapani que tenía la
fama de tirar borradores contra la pared cuando los
alumnos más grandes (algunos “repetidores”) hacían
lío o no prestaban atención. “Maestro” lo escribí
con mayúsculas porque cada tanto se sentaba en su
silloncito y daba clases “de vida”. Algo que el niño
nunca olvidó.

12
Me acuerdo de un niño que en quinto grado tuvo de
maestro nuevamente al Trapani y que separó al niño
de su compañero de banco, Jorge Adolfo Ratto, con
quien se reencontró hace dos años y que enseguida
partió hacia el cielo.

13
Me acuerdo de un niño que en sexto grado tuvo
como maestro al Sr. Vilches, que le hacía recordar al
personaje “el rey petiso” de una revista de la época.
Era solo un maestro. Como buen petiso tenía ínfulas
de seductor y lo practicaba justo antes de la clase de
ejercicios físicos. Los alumnos le hicieron una huelga
por retrasar indebidamente la hora del partido.

14
Me acuerdo de que en dicha Escuela, el Director era
un hombre de gran físico, correntino, que solía cerrar
el puño para darle un coscorrón cuando creía que

150
algún alumno se lo merecía. También tenía ínfulas de
seductor y la agraciada era la maestra de quinto grado
que aunque casada, era feliz con tanto galanteo.

15
Me acuerdo de cuando, en el año 1962, el árbitro
Nai Foino cobró un penal a favor de River Plate en
la cancha de Boca, faltando pocos minutos para que
terminara el partido. Si el brasileño Delem hacía el gol
Ríver saldría campeón porque aventajaría en puntos
a Boca. Pateó Delem y Roma, arquero de Boca, se
adelantó casi tres metros y desvió el balón. Todo
River fue a protestarle al árbitro y él dijo: “penal bien
pateado es gol”.

16
Me acuerdo de un partido por el campeonato en el
estadio “Presidente Perón” del Racing Club. Jugaban
Racing y River Plate. El que ganaba salía campeón.
Los locales en las bandejas baja y media y en la alta
los hinchas millonarios. Todos estaban apretados. Un
ataque de River, el disparo de un delantero y la pelota
pegó en un poste, recorrió toda la línea de gol, pegó en
el otro poste... y me acuerdo de un joven no supo más
nada porque la presión de la multitud fue tan grande
que rompió los para–avalanchas y la gente cayó sobre
la que estaba más abajo. El joven quedó con su rodilla
apretada por el cuerpo de un hombre pesado, sintió
que no aguantaba más cuando, por fin, el tipo se pudo
incorporar. El joven zafó de milagro. Cuando se recuperó
notó que le faltaban los dos mocasines y que tenía rota la
parte baja del pantalón.

151
Mi encuentro con la náutica

Feria de artesanos del Tigre, auspiciada por la


Municipalidad de Tigre (el Intendente era Ubieto, el
que transformó el municipio). Conversando con uno
de los artesanos de la Feria me contó que vivía sobre
el arroyo Fiambre cruzando el río Luján, a la altura del
río Reconquista y que para ir tomaba el bote desde
un Club House (restaurant–pileta–guardería), un
hermoso lugar que tenía un diseño con el estilo de la
Casa–Pueblo de Páez Vilaró que estaba al fondo de la
calle Chubut, en Rincón de Milberg. Así fue que entré
a dicho lugar con la excusa del cruce y aproveché para
ir a la guardería a preguntar por lanchas en venta. Me
había enamorado del Tigre.
Recorrrí el lugar lleno de embarcaciones rebacanas
–tipo crucero– con un lote junto a su amarra, cuasi–
vivienda y parrilla para comer asaditos, y me pregunté:
“¿Qué hice durante mi vida que me perdí de disfrutar
de este paraíso de río, sol, verde?” Había estado de
paseo (forzado) por el originalmente llamado Mercado
de Frutos, hoy devenido en mercado boutique,
siempre repleto de gente y en algunos restó cercanos
para almorzar con mi amigo Guillermo en uno donde
se servía “guiso carrero”, en otro frente al río Luján,
cercano al hoy Museo del Tigre – ex Hotel y terminal
de la línea de colectivos 60 (la “internacional”).
Metejoneado con el paraíso comencé por preguntarle
a mis conocidos náuticos: qué me convenía comprar,
¿lancha o algo más grande con baño incluido? Empecé
a conocer guarderías. “Satour” era donde Maxi (técnico
informático en Aluar) guardaba su lancha, y otras

152
modestas como “La Rampa”, en Rincón de Milberg. Iba
acompañado por el gallego Pablo, un personaje que
conocí en Uruguay, en la casa de verano del padre de
Heraldo, un compañero de trabajo.
Terminé comprando una Pagliettini 6,90 con
camarote, baño y anafe que rebauticé como María
Dos + uno, contradiciendo a la costumbre náutica de
no cambiar el nombre a las naves, pero solo agregué
el “+uno”.
Así fue que me inicié en la Náutica. Tenía dos
antecedentes familiares directos: mi tío paterno
Paul, capitán de un barco de la desaparecida Marina
Mercante que recorría los mares del mundo y al que
recuerdo como muy cariñoso y mi padre, Eduardo,
de quien nunca supe por qué se había alistado en la
Marina, que lucía con orgullo el uniforme de Infantería,
aunque solo cumplía tareas administrativas y había
estado de licencia en las revueltas en los años 50.
Obviamente, sin carnet de timonel, la embarcación
era ocasionalmente conducida por el que viniese a
acompañarme: tanto el gallego que tenía un carnet
náutico trucho, o bien, algún amigo de él, o bien
Guillermo, capo con carnet habilitante para cruzar los
mares del mundo que supo pasarme unos apuntes de
los cursos que él daba en el Círculo de Pilotos de yate,
en la sede puerto de Olivos.
Cuando llegó el momento de rendir el examen para
habilitarme a conducir a la María Dos + uno empezó
mi odisea que compartí con mi amigo Pablo, quien
también quería sacar su carnet de conductor náutico. Él
era mi alter ego, en esos tiempos era como mi “pareja
masculina” porque me llamaba casi todos los días
para saber si iríamos a su isla, ubicada casi enfrente de

153
una de las salidas al río de Nordelta. Juntos decidimos
buscar alguna ayuda. El tenía contacto con un suboficial
de Prefectura con sede en Dique Luján, pero el único y
gran inconveniente era que había un Prefecto con el
que había discutido fuerte y que lo había bochado.
Un mediodía mientras almorzábamos en un restó
en Dique Luján, coincidimos con el suboficial de la
Prefectura. Lo primero que hicimos fue enviarle una
cerveza para entrar en confianza. Agradecido nos invitó
a su mesa. Le dijimos que queríamos dar el examen de
“timonel motor”, pero que la contra era el prefecto
en cuestión. Fue cuando nos dijo que en quince días
el prefecto se tomaba dos o tres semanas de licencia.
Felices por la noticia, dejamos pasar tres semanas y
nos dispusimos, bien temprano, a ir al Dique Luján
a dar el examen. Antes había pasado por la mejor
confitería del barrio de Villa Crespo para ir nutridos
de tres docenas de facturas de la mejor. Llegamos a la
sede de Prefectura y con mucho trabajo amarramos la
embarcación (deseando que nadie nos hubiese visto).
Antes de golpear la puerta de entrada, ésta se abrió y
frente a nosotros apareció el Prefecto que debía haber
estado de licencia.
–Señores, ¿a qué vienen? –dijo mirándolo fijo al
gallego.
–A dar el examen de timonel motor –contesté.
–Pasen –ordenó.
Entramos. El “bochazo” lo teníamos asegurado, solo
nos salvaría un milagro.
Nos recibió un suboficial al que le entregué el
paquete con un “para el personal” y esperamos que el
afilaran la guillotina.
Nos sentaron por separado en una sala donde había

154
un suboficial que hacía como que estaba trabajando.
Al verme dudando en algunas respuestas el “sumbo”
me tiraba el dato. El operativo “facturas” estaba
funcionando. Luego pasamos a la parte práctica,
navegar y amarrar. Yo la hice para el divino “horto” con
“h” así suena peor… sobre todo el amarre. El “sumbo”,
que estaba en la embarcación, me daba clases prácticas
de cómo hacerlo para no irnos al fondo del río.
Me aprobó, pero la licencia decía que “Conductor
Náutico” cuando lo que yo necesitaba era la de mayor
nivel “Timonel motor”, dado que la embarcación
superaba el límite mínimo de peso. Así que volví a la sala
de tortura, donde las preguntas fueron más complejas,
pero el “sumbo” me siguió ayudando y zafé.
Cuando salimos, el gallego me contó de que antes
de salir a hacer la prueba de navegación junto con
el mismo “sumbo” que me había tocado a mí, dejó
ver un arma que portaba y la puso sobre un asiento.
El instructor se inquietó, pero enseguida el gallego le
mostró la acreditación legal correspondiente.
Los dos volvimos triunfantes a nuestra guardería.
Jamás olvidaré las maniobras extravagantes que yo
hacía para salir y entrar a la guardería que causaban
el asombro y la desesperación de los laburantes y la
curiosidad de los ocasionales visitantes. El motivo
principal era que regresábamos al atardecer del
domingo, hora de mayor caudal de lanchas, colectivas
sobre todo, que levantaban un gran oleaje y para peor,
al lado de la entrada a “La Rampa” había un astillero de
barcos de gran porte donde el oleaje rebotaba y hacía
las maniobras mucho más difíciles. Tuvo que pasar
mucho tiempo (años) antes de que dejara de soñar
con las peripecias sufridas cuando salíamos o cuando

155
llegábamos a “La Rampa”.
Llegó el momento de emprender la gran travesía: un
viaje a Carmelo (R.O.U.) con Guillermo, el Gallego Pablo
y un boliviano que ofició de mayordomo del grupo. Todo
venía bien hasta que en el regreso nos agarró sobre
el canal Arias un viento Pampero con lluvia torrencial
incluida –mención de Honor para el bolita que ofició de
“limpiaparabrisas humano”. El temporal cesó cuando
ingresamos al río Luján, pero el Diablo siguió metiendo
la cola y quedamos sin timón. Se rompió uno de los
guardianes. Tuvimos que llamar al A.C.A. náutico para
terminar arribando a la guardería confortablemente
remolcados por el auxilio.
Otro momento inolvidable fue cuando junto con
Leandro, Julieta, Leticia y su setter “Teo” navegábamos
por el Canal Villanueva (que lleva al barrio Santa
Catalina) y el perro loco por bajar del barquito vio una
alfombra de camalotes que nos rodeaba y la creyó
tierra firme. Grité: “Leti, agarralo fuerte”. Ella lo hizo
pero se zafó y el perro saltó sobre los camalotes. ¡Qué
susto nos pegamos! Sobre todo Teo que pensó que
pisaba tierra firme. Julieta fue quien logró agarrarlo
de las crines y lo subimos al barquito. (¡Teo, cómo te
extraño!)
Al final vendí a María Dos + uno porque la vida me
había separado de varios de los participantes en esas
pequeñas grandes odiseas. Mi nave partió rumbo a la
ciudad de Gualeguaychú, Entre Ríos. La vi amarrada
desde el hotel Guaya que está justo frente al río.
Por suerte, el nuevo dueño me permitió navegarla
por ese río, un río tan manso y tranquilo que me resultó
aburrido.
Fin de la travesía.

156
Ana Piazzetta

Ana Piazzetta es autora del


libro de cocina y costumbres:
LATINOAMÉRICA SABORES Y
SABERES. Premiado

1. Me acuerdo
2. Reinventarse en Traslasierra

ana.piazzetta@gmail.com

157
1
Me acuerdo de que cada vez que “se venía la
revolución” íbamos con mamá y mi abuela a comprar
harina, fideos, azúcar, lentejas y comida enlatada al
por mayor.

2
Me acuerdo de que la vecina que vivía al lado de
casa estaba en la unidad básica del barrio y siempre
amenazaba con denunciar a quien no fuera peronista.

3
Me acuerdo de que los domingos mi abuela
preparaba tuco, albóndigas y ravioles o tallarines
caseros. Mamá hacía el postre: crema pastelera con
canela, natillas o arroz con leche.

4
Me acuerdo de que para mamá, Perón era “ese
hombre” y Evita “esa mujer”.

5
Me acuerdo de que en casa se compraban Cosas
útiles y Mecánica Popular.

6
Me acuerdo de que mi abuelo escuchaba ópera los
domingos al lado del combinado RCA Víctor que tenía
un ojo mágico que se ponía verde esmeralda.
158
7
Me acuerdo del enorme cantero de la terraza
donde se sembraban y cosechaban los vegetales que
comíamos en casa.

8
Me acuerdo de la pajarera de 3x3x3 que construyó
mi abuelo con una fuente en el medio. Llegó a albergar
más de 300 pájaros.

9
Me acuerdo de que un día mis abuelos se pelearon
(como siempre: en siciliano) y mi abuela abrió la jaula
y los pajaritos: volaron.

10
Me acuerdo de las carrozas fúnebres tiradas por
percherones negros con penachos. Los conductores
llevaban librea y galera todo negro. A veces eran
blancas. Se había muerto un niño.

11
Me acuerdo de que Osvaldo, Huguito, Luisito y yo,
escuchábamos las aventuras de Tarzán y después las
reproducíamos en el patio de casa. Yo era Juana.

12
Me acuerdo del lechero y la mujer que vivían en

159
la esquina. Tenían dos vacas y varias gallinas que nos
abastecían de huevos caseros y leche recién ordeñada.

13
Me acuerdo de las hojas de afeitar Legión Extranjera
azul que usaba papá. La publicidad de la radio decía:
“…si quieres que ella te quiera, usa Legión Extranjera”.

14
Me acuerdo de Rosa y José, los almaceneros que
vivían a la vuelta. Todo se vendía “suelto”. Para
despachar un kilo de azúcar, ponían un papel de
estraza sobre el plato de la balanza y allí volcaban el
azúcar.

15
Me acuerdo de las revistas D´Artagnan y de mi
preferido: Nipur de Lagash.

16
Me acuerdo de que papá era un policía honesto.
Siempre contaba con amargura las “tramoyas” que
hacían en el lugar de trabajo. Finalmente renunció
asqueado de la corrupción.

17
Me acuerdo que íbamos con mamá al once a
comprar toda la ropa interior. Era blanca, de frisa.

160
18
Me acuerdo de que cuando viajábamos a
Montevideo a las corridas, era por algún motivo grave:
hacer reposo durante el embarazo para no perder a
mi hermana, por “la revolución”, por la epidemia de
poliomielitis, por peleas con papá.

19
Me acuerdo de mi primer beso a los trece años,
durante el “asalto” de la casa de un vecino, mientras
bailaba Put your head on my shoulder, de Paul Anka.

20
Me acuerdo del teléfono negro que estaba sobre
una repisa verde pastel entre la puerta del comedor
de mi abuela y la escalera que iba a la terraza. Cuando
hablaba por la noche, marcaba lentamente para que
no se escuchara el clac-clac-clac que hacía el disco
mientras recorría los números.

21
Me acuerdo de los silbidos de los obreros de la
fábrica de matafuegos cuando la Brigitte Bardot del
barrio que pasaba repiqueteando sus tacos aguja.

22
Me acuerdo de mi primer novio de verdad –hasta
pidió mi mano- y de esos momentos que –Tito
Rodríguez mediante- inolvidablemente vivieron en mí.

161
Reinventarse en Traslasierra

Llega al lugar donde iba de vacaciones en su


infancia. Córdoba.
Y de Córdoba: Traslasierra.
Desde hace un año y medio se siente inmigrante en
su propio país.
El combo de árboles, arroyos, ríos, vertientes y
arroyos viene con guarnición de arañas, ciempiés,
escorpiones, serpientes, alacranes.
Y cantos de pájaros.
Otros pájaros que aquéllos que su abuelo llevaba a
Buenos Aires para poner en la enorme pajarera con
fuente de agua en la terraza.
Aquí y allá escucha sonido de agua entre las piedras.
Piedras que parecen mutilados esqueletos
blanquecinos con la sequía.
También hay una ruta que parte en dos a las
poblaciones.
Casas de piedra heladas en invierno.
Pero no importa, porque ella corre la cama al lado
de la salamandra y allí duermen todos juntos, ella,
los perros y la variada fauna que se congrega en su
pelaje.
En ese lugar al que iba de vacaciones de chica los
paisanos, son NyC.
Nacidos y Criados en Córdoba. Gente con un
tiempo diferente en sus neuronas. Paciencia serrana
de a caballo, amansada con menta, cedrón, peperina,
poleo, orégano, romero y Fernet, cuarteto, cumbia y
folklore. Hasta los perros son NyC. Se tiran en la mitad
de la calle y no se les mueve un pelo cuando un coche

162
se acerca. Hay que esquivarlos para no cometer un
perricidio.
La mayoría de los niños tienen nombres tan
interesantes como las rastas de sus padres.
Ayer conoció a una nena que ante la pregunta
de ¿cómo te llamás? contestó sonriente: mi primer
nombre significa Luna en mapuche y mi segundo
nombre larga vida en comechingón. Luna Larga Vida,
aclaró en un movimiento de trenzas. Abundan, los
Aylen, los Cahué, los Jazmín y las Serena. El parto es
respetado. Las terapias alternativas, las mingas y el
rock, le recuerdan a sus 70´s cuando ella también se
vestía con túnicas, turbantes, babuchas y una sonrisa
permanente de bienvenida a la vida. La realidad de
hoy le suma radios comunitarias, más rock, internet
fluctuante, informalidad horaria vocabulario inclusivo.
La sensación es que vive en pasado y presente.
Los dispensarios tienen médicos maravillosos. Los
buses tienen aire acondicionado y llevan en punto a los
chicos a sus colegios. La gente, NyC o no NyC, saluda
al conductor y los conductores –generalmente– son
amables. Esperan a los que llegan corriendo. Ayudan
a subir o bajar a los ancianos. ¡Igual que en Buenos
Aires!, piensa ella con sarcasmo.
También descubre que la capital está divorciada del
resto del país.
Que varias calles tienen nombres de flores. Ella
piensa que vivir entre Gladiolo y Caléndula, calle s/n
Los Hornillos, por ejemplo, es mucho más agradable
que vivir entre dos generales y una batalla en capital.
Mucha gente tiene gallinero. Es habitual el intercambio
en especias y las polladas solidarias.
Otras palabras que entran desordenadamente

163
en sus oídos de cien barrios porteños: desmonte,
sequía, incendio, autogestión, a la gorra, en la
cajita, a conciencia, ancestral, artesanos, pacha
mama, orgánico, popular, cooperativo, sustentable,
alfajores, queso de cabra, ferias, ecoferias, economías
locales, mucho bio, universo, cósmico, homeopático,
macrobiótico, depurativo, vegano, masajes, áurico. Paz
y amor cuarenta años después y concentrado en una
misma geografía. Como dicen los evangelios apócrifos:
levanta una piedra y allí me encontrarás, parte un
leño y allí estaré, ella levanta una piedra y encuentra
una escritora, una pintora, un actor talentoso. Parte
un leño y aparecen cines en bibliotecas, casas o
pulperías, otro actor talentoso; talleres, cursos, un
café literario con ronda de lecturas, que abriga con la
cálida lectura de voces desconocidas convocadas por
el placer compartido de escucharse.
A la mañana ella abre los ojos y se pregunta ¿y ahora
qué?. No tiene muchas opciones: primero lo primero:
sacar a la perra, prender la salamandra, preparar el
desayuno. Llamar a su hija que ahora vive a pocos
kilómetros. Para variar, la hija no responde. Horas
después contestará el llamado como si hubieran
pasado sólo unos minutos, pero lo hará. Verá a sus
nietos. Les preparará comidas. Ayudará a su nieta
mayor en alguna tarea escolar. Agradece mil veces
el sol que hoy inunda la ventana. No se preguntará
ni el día ni la hora. Está dispuesta a descubrir que
nuevas aventuras le esperan en Traslasierra. A vivir
eternamente en vacaciones.

164
Graciela Rimondi

Graciela Rimondi es autora del


libro autobiográfico LOS PLANETAS
SE ALINEARON.

1. Me acuerdo
2. Querida vieji

gracielarimondi@yahoo.com.ar

165
1
Me acuerdo los calurosos días de verano cuando los
niños podíamos bañarnos en el Río de la Plata.

2
Me acuerdo de cuando mi bicicleta se fue a la calle
(la Avenida Maipú) y el colectivo 21 se detuvo para
que yo la levantara.

3
Me acuerdo de las chatitas que compraba en la
Avenida Santa Fe, el negocio se llamaba “Pichi”. Se
mostraba el nacimiento de los dedos.

4
Me acuerdo de la enagua debajo del vestido y de la
media enagua para las polleras.

5
Me acuerdo de las vestidos chemise, mi preferido
era uno de fondo blanco con dibujos geométricos en
rosa y negro.

6
Me acuerdo de que mi abuela me enseñó a coser,
tejer y bordar porque no me gustaba dormir la siesta.

166
7
Me acuerdo que moríamos por tener un jean
importado.

8
Me acuerdo un domingo que me hice pis encima en
el viaje de Olivos a Constitución. Duraba una hora y se
tomaban dos colectivos.

9
Me acuerdo de que mis tías me secaban las medias
y los zapatos sobre la hornalla.

10
Me acuerdo de la pastilla de alcanfor envuelta
en una bolsita de tela prendida en la camiseta en la
época del brote de poliomielitis.

11
Me acuerdo de la tijera con la que mi mamá le hacía
las ondas a mi abuela, la calentaba sobre la hornalla
de la cocina.

12
Me acuerdo de la heladera a hielo que había en
muchas casas, por fuera eran de madera y se guardaba
el trozo de hielo en un compartimiento en la parte
superior.

167
13
Me acuerdo de la venta de barras de hielo para
las heladeras o para enfriar muchas botellas en las
fiestas. Se vendían enteras, la mitad o un cuarto de
barra envuelta en bolsa de arpillera para no quemarse
las manos con el frío.

14
Me acuerdo que el lavarropas tenía dos rodillos de
madera para escurrir la ropa. Se colocada en el medio,
se giraba una manija al costado y salía aplastada y
finita y sin agua.

15
Me acuerdo cada vez que había un golpe militar
escuchar en la radio una marcha militar y de la
emisora Radio Colonia que era la única que transmitía
los sucesos sin interferencia.

16
Me acuerdo de las tertulias que, en los barrios,
hacían los vecinos sentados en sus sillas en las veredas
en las noches de verano.

17
Me acuerdo de las parras de uva y las pequeñas
huertas que había en la mayoría de las casas. Algunas,
también tenían gallinero.

168
18
Me acuerdo de que se comían huevos recién
empollados a través de un agujerito hecho en la punta.

19
Me acuerdo de la pantalla pequeña que tenían los
primeros televisores.

20
Me acuerdo de ir a ver a Papá Noel a la tienda Gath
& Chaves y a los Reyes Magos a Harrod´s.

21
Me acuerdo de las ventosas que se aplicaban en la
espalda contra la gripe.

22
Me acuerdo del delantal blanco almidonado con
tablas, abrochado en la espalda con lazo y con cuello
blanco para que no se viera la ropa debajo.

23
Me acuerdo de la estufa a kerosene en invierno.
Arriba se colocaba un recipiente con agua y ramas de
eucalipto para mitigar los resfríos.

169
Querida Vieji

Hace muchos años que ya no estás conmigo.


Pasaron muchas primaveras, veranos, otoños e
inviernos, los chicos crecieron, tuvieron hijos que no
llegaste a conocer.
Juan Pablo tiene a Manuel, cumple quince,
excelente alumno y gran persona. Con Elvira tienen a
Julieta nació el 2 de septiembre, de Virgo como vos,
tiene unos ojos preciosos y tu mirada. Esa con la que
me mirabas y no hacían falta las palabras, yo sabía
lo que me querías decir, o lo que no te gustaba. Juan
Pablo formó una hermosa familia con las bases de
tus enseñanzas y las de papá. Aquella famosa frase:
“Hay que respetar la mesa, no levantarse y no comer
con los brazos juntos.” Cuando los chicos se lo dicen
a sus hijos me trae tan lindos recuerdos de nuestras
comidas en la mesa ovalada de la casa de avenida
Maipú. Tuve una infancia feliz. Fueron épocas donde
el dinero se cuidaba mucho. De la nada me cosías un
vestido nuevo, con una tela que tenías, con un vestido
de Marta, mi prima mayor, reciclado. Tejías muy bien
y cocinabas de lo mejor. En las tardes no faltaba una
torta, buñuelos, las torrejas de la Yaya y en verano los
helados de limón del limonero del fondo.
Luciana después de varios años formó pareja con
Guillermo, 10 años mayor que ella, muy compañero
y la contiene mucho. Después de batallar con
tratamientos, hormonas, inyecciones, fertilización
invitro y con la ayuda espiritual del Padre Ignacio, tuvo
un varoncito, Joaquín. Todo un personaje, te habría
encantado conocerlo. A veces, cuando estamos las
dos charlando le digo, tus abuelos desde arriba están
sonriendo de verte tan buena mamá y a tu hijo tan

170
cariñoso. Sigue con el mismo carácter contestatario de
siempre, la miro, me reflejo en ella cuando yo también
era así y vos me decías: “Ay, Gracielita tené paciencia,
no protestes, te vas a llenar de arrugas. Con malos
modos no lográs nada”. Me daba mucha bronca que
me dijeras eso, ahora con los años, los vaivenes de mi
vida, pienso en la sabiduría de tus palabras.
Eleonora se casó con Pablo y ya tiene tres chiquitos:
Francisco de cinco, Helena de dos y Máximo de dos
meses. Helena es ella en chiquita, rubia con rulos,
mimosa y tímida como era Ely. ¿Te acordás de que
no se animaba a quedarse con vos sin sus hermanos?
Viven a quince cuadras de casa y está mucho con
nosotros. Los vamos a buscar al jardín y al maternal
cuando Ely no puede.
Te cuento que Luciana y Eleonora manejan, yo no
lo logré, pero insistí mucho para que ellas lo hagan y
te aseguro que son buenas conductoras. Vos dirías:
“salieron Castaing “, luchadoras como fuiste vos.
Santiago está grande ya tiene 31 años, desde que
te enfermaste y te fuiste nunca más tocó el piano.
Cierro mis ojos, te veo los domingos en casa luego de
almorzar, sentada en el living con el cuaderno de los
temas de piano y Santy sentado en el piano tocando
para vos. Solo accedió a tocar con María Rita, pero se
fue a vivir lejos y es difícil llevarlo. En casa no quiere
tocar. No dice el porqué, interpretamos que te extraña
tanto y es su forma de manifestar tu pérdida.
Ya tengo sesenta y nueve años tengo muy presente
tus enseñanzas, tus retos, tus sermones, tus pedidos
de ser tolerante con mi hermano, tu compañía,
nuestras charlas, las tardes de costura. Te criticaba
los suspiros de temor por si los chicos se caían o les

171
pasaba algo o Santy iba solo en el remise. Ahora me
pasa a mí lo mismo. Soy más permisiva con las chicas
y acepto situaciones de la vida que te horrorizarías.
Las épocas cambiaron y lo que en tu época era
impensable, ahora es natural.
Mami, te extraño, tu recuerdo me acompaña, a
veces pienso que si estuvieras te preguntaría cómo
coser alguna prenda que me traen los chicos. Fuiste
y sos muy importante en mi existencia, trato de ser
con todos como fuiste con nosotros, aunque no tan
rígida como eras conmigo. No les digo: ”no solo hay
que serlo sino parecerlo”, yo los dejo ser.
Desde donde estés, seguro con Papá -vos allá arriba
ya tenías las puertas abiertas-, seguí caminando a mi
lado.
Graciela

172
Grace Ríos Ordonez

Grace Ríos Ordoñez es autora del


libro infantil ABUCUENTOS.

1. Me acuerdo
2. En esto creo

lelero15@hotmail.com

173
1
Me acuerdo del bombachón azul debajo de la
pollera pantalón que se usaba para las clases de
gimnasia en el colegio.

2
Me acuerdo del “caso Penjerek” instalado en las
conversaciones familiares de los adultos.

3
Me acuerdo de la propaganda en la radio de “Casa
Muñoz donde un peso vale dos”.

4
Me acuerdo que cuando se corrían las medias de
nylon se llevaban a una costurera a “levantar los
puntos”.

5
Me acuerdo del miedo que sentía cuando veía a
Narciso Ibañez Menta en el Fantasma de la Ópera.

6
Me acuerdo del luto. Los hombres de traje con
corbata negra o un brazalete en el brazo izquierdo
también negro. Las mujeres de negro el primer año,
despues el medio luto en colores opaco. El servicio
fúnebre ofrecía las prendas necesarias.

174
7
Me acuerdo de la película Por quién doblan las
campanas salir del cine y seguir llorando.

8
Me acuerdo de los secadores de pie que se usaban
en las peluquerías.

9
Me acuerdo de Cacho Fontana en el programa Odol
Pregunta.

10
Me acuerdo de la “tragedia de la puerta 12“ en la
cancha de River y de la conmoción que produjo.

11
Me acuerdo del tapado celeste de la casa Marilú
que me compraron para un cumpleaños. Era mi
oscuro objeto de deseo

12
Me acuerdo del programa Rin tin tin los domingos
a la tardecita.

13
Me acuerdo de los zapatos marca Miguel Palmer
que usaba mi abuela.
175
14
Me acuerdo el tranvía 94 en la calle Cabildo
sorteando la garita del policía con el silbato en la boca
en el centro de las bocacalles.

15
Me acuerdo de la caja de lata de las galletitas
Terrabusi.

16
Me acuerdo del peinado de Violeta Rivas en la
televisión los grandes rulos parecían cañoncitos de
dulce de leche.

17
Me acuerdo de los pulóveres “de angora”. Largaban
pelo y se guardaban en una bolsa en la heladera.

18
Me acuerdo de los chicles Bazooka importados, los
chistes venían en inglés nos reíamos de los dibujitos
que no entendíamos.

19
Me acuerdo del señor de traje gris y corbata con
portafolio de cuero marrón con muchas divisiones
que venía a cobrar la luz.

176
20
Me acuerdo que Teléfonos del Estado tardó 10 años
en ponernos el teléfono en nuestra casa en pleno
barrio de Palermo.

21
Me acuerdo de la “perrera”, un camión que circulaba
por los barrios para llevarse los perros que andaban
sueltos por la calle.

22
Me acuerdo de los caramelos “chucola”.

23
Me acuerdo del sorteo de las canastas de Navidad y
Año Nuevo envueltas en papel celofán exhibidas en el
almacén y en la panadería del barrio.

24
Me acuerdo de los niños cantores de la Lotería
Nacional para los Sorteos de Navidad, Año Nuevo y
Reyes.

25
Me acuerdo de la radionovela Esos que dicen
amarse con las voces de Hilda Bernad y Oscar Casco.

177
En esto creo
Creo en la simpleza de los materiales nobles.

Creo en las cartas del tarot.

Creo en el significado de algunos gestos.

Creo en la nostalgia como llama que enciende la


memoria.

Creo en la intuición como el sexto sentido.

Creo en los mensajes de la naturaleza cuando se


enoja.

Creo en la gracia de los dichos campestres y de los


otros.

Creo en los ejemplos más que en las palabras.

Creo en la autoridad como forma de orden y


respeto.

Creo en las personas persuasivas y no atropelladoras.

Creo en el ejercicio de la tolerancia.

Creo en la existencia de un ser superior al hombre.

Creo en las anécdotas que me contaron cuando era


chica.

178
Creo en las personas que viven de acuerdo a lo que
piensan.

Creo en el sabor de ése vino que cambia cuando no


hay con quién brindar.

Creo en el agradecimiento cuando se vuelve la


memoria del corazón.

Creo en las palabras murmuradas al oído al hacer


el amor.

Creo en las instituciones como las recuerdo, no


como las sufro ahora.

Creo en la resistencia del espíritu de los que


sobreviven a cualquier guerra.

Creo en la tenacidad y sacrificio de las personas que


investigan cualquier campo.

Creo en el placer de comprar un regalo.

Creo en las cosas que quiero oír y creo en las cosas


que quiero callar.

179
paula ron

1. La mochila
2. El hombre solo

paula.ariana.ron@gmail.com

181
La mochila
Llevaba trabajando de ingeniero 30 años y cargaba
la misma mochila que su padre le había regalado
al ingresar a la facultad. Pedro se había recibido
de ingeniero civil a los 25 años, todo un récord
para alguien que había hecho su carrera teniendo
que trabajar. Había logrado reconocimiento en su
especialidad: cálculo de estructura de hormigón. Con
sus 55 años, había sido premiado varias veces.
Sus padres, Manuel y Adelina, estaban muy
orgullosos de los logros de su hijo. Ellos habían
emigrado a la Argentina después de la guerra civil
española y antes de que la Segunda Guerra Mundial
devastara a Europa. Manuel tenía 15 años cuando
llegó con su hermano mayor. Adelina había llegado
sola un año después con 16 años. La esperaba en
Buenos Aires una tía, que vivía en Almagro.
Los dos provenían de la misma región y no
tardaron en encontrarse en las fiestas que reunían a
la comunidad española. Se casaron. Los dos habían
tenido muchos hermanos y una infancia dura en las
montañas de Galicia, la comida no alcanzaba para
todos. La vida los había hecho crecer deprisa, eran
niños grandes que no habían tenido la oportunidad de
ir a la escuela y por eso deseaban algo diferente para
el hijo que tuvieran. Pedro había hecho realidad ese
anhelo. Era Ingeniero Civil y además un profesional
exitoso.
Pedro tenía una visión diferente. Para él el título de
Ingeniero era un certificado necesario para trabajar y
para la aceptación social. De chico había tenido otros

182
sueños. Le gustaba ser el jefe de una expedición al
monte Everest, otras veces quería ser un superhéroe
como el hombre araña, además de hacer el gol del
triunfo en el partido de fútbol de la escuela. Tenía
habilidad para dibujar y gran imaginación para crear
personajes y comics. También disfrutaba de las clases
de piano que le daba Dora, su querida profesora.
En la escuela lo conocían como el chico de la
mochila roja. Se la había comprado su mamá junto
con su primer guardapolvo. Era de color rojo fuego
con cierres negros. Todo lo necesario para la escuela
estaba ordenado en sus compartimentos. Le daba
tranquilidad pensar que cada cosa tenía su lugar y
que podría encontrar rápido lo que necesitara.
Había crecido rodeado y cuidado por mujeres.
Su mamá, su tía que había quedado soltera; Dora,
la maestra de piano y las maestras de la escuela.
En su mundo solo había dos varones: su padre y el
profesor de gimnasia. El uniforme del colegio siempre
perfectamente planchado por su madre, los zapatos
lustrados por su tía. Lo único que él cuidaba con mucho
esmero era su mochila rojo fuego, tenía dentro todo
lo que quería: su mapa para la expedición que haría
con sus amigos el fin de semana, su última historieta
sobre un viaje al espacio y una pequeña navaja que le
había regalado un amigo.
La mochila lo acompañó hasta que terminó la
escuela secundaria. El último día de clases sus
compañeros escribieron sobre ella frases como “que
tus comics se hagan realidad”, “seguí en la búsqueda
de planetas desconocidos y avisá cuando llegues” y
otras frases de buenos deseos.
Pero las responsabilidades llegaron demasiado

183
rápido en la vida de Pedro. Su padre perdió el empleo
y solo lograba changas para mantener a la familia.
Marcado por la necesidad y el deseo de su padre
Pedro comenzó a trabajar de cadete en una empresa
constructora y por la noche estudiaba la carrera de
Ingeniería Civil. En el interior de Pedro quedaron
durmiendo sus sueños interrumpidos.
El primer día que empezó la facultad su padre le
regaló una mochila negra, tal vez consideraba que
era el color apropiado para un adulto. También tenía
muchos compartimentos y bolsillos por todos lados
con suficiente espacio para guardar cada cosa en su
lugar. Algo que le seguía dando tranquilidad.
Los años pasaban y seguía cargando la misma
mochila. Cada vez que precisaba repararla, la llevaba
al zapatero del barrio. Don Juan, después de tantos
años, ya no sabía cómo arreglarla, pero lograba
hacerlo. Cada vez que la reparaba le advertía a Pedro
que no llevara cosas pesadas, que ya no había forma
de reforzarla. “No quiero imaginar como está tu
espalda de tanto cargarla”, le decía Don Juan.
A sus 35 años Pedro le pidió casamiento a Zara, la
hermana de su mejor amigo. Pensaba que era la mujer
adecuada y además se conocían de toda la vida. Zara lo
aceptaría. Él ya era un profesional exitoso y sabía que
Zara quería a un “triunfador” como marido. Pasaron
los años, los hijos no llegaron. De alguna manera
tenían una vida en la que se habían acostumbrado
uno al otro.
Pero un día a Zara se le ocurrió sugerirle que
cambiara la mochila por un portafolio. Que que le
daba un aspecto aniñado como si se hubiera quedado
en una etapa escolar. Que la horrorizaba pensar lo que

184
seguramente decía la gente de su oficina. Pedro explotó
de cólera. De ninguna manera cambiaría su mochila.
Allí guardaba muchos recuerdos, su graduación, sus
cambios de trabajo, sus viajes… Seguiría usándola.
Fue la primera discusión fuerte que tuvieron como
matrimonio, después habría otras, pero esta marcó el
principio del final. Pocos años después se separaron.
El día que cumplió 55 años, Pedro entró a un
comercio para comprar una mochila más anatómica
y más liviana, sin tantos compartimentos y bolsillos,
solo los necesarios. Al hacerlo, recordó mucho a
su padre y descubrió que se sentía bien por haber
cumplido con él, pero también se dio cuenta de que
sus juegos infantiles no estaban terminados y que en
algun lado había perdido sus sueños. Pagó y salió a
buscarlos con la nueva mochila rojo fuego.

185
El hombre solo
Y ahí está como cada día en ese ritual repetido
durante toda su vida todas las mañanas. El levantarse
de la cama con el sonido del despertador siempre al
alba. Se da vuelta y lo apaga. Estira sus abrazos hacia
atrás, su pijama se abre en dos partes dejando su
enorme abdomen al descubierto. Se pasa las manos
sobre su rostro haciendo una fricción fuerte de arriba
hacia abajo, obligándose a abrir los ojos. Después de
un fuerte bostezo busca la fuerza suficiente para girar
su cuerpo y sentarse. Toma un vaso de agua que está
sobre la mesa de luz junto a la cama y se coloca en la
boca las pastillas de todas las mañanas, bebe un sorbo
de agua. Las siente pasar por la garganta y se pregunta
¿cómo las recibirá mi cuerpo?, ¿servirán para algo?,
¿podrán curarme o ya soy demasiado viejo? Ahora se
pone las pantuflas. ¿Volverá a confundir de qué lado
va cada pie? Se levanta despacio sabiendo que su
cuerpo se ha hecho más frágil con los años. Lo siente
como de cristal. Sabe que un movimiento torpe lo
puede hacer tropezar y tal vez caer. Antes no era
así. Antes él era fuerte. Antes su paso era firme, su
memoria inigualable y su tenacidad de hierro. Pero
esa mañana es diferente. Esa mañana su fragilidad lo
ha tomado por completo. Ella no está más en la cama
junto a él como todas las mañanas. Es un hombre
solo.
Adelaida Wartensleben

1. Niñerías
2. Jai – Vida

awartens@yahoo.com.ar

187
Niñerías
(Cosas de niños)

Episodio 1.– Reunión secreta


Mar Del Plata – Febrero de 2018

Daniel, Magui y su hijo Pablito, de 5 años, fueron a


veranear durante la primera quincena de Febrero a la
localidad de Mar De Las Pampas, en la costa Atlántica
Bonaerense. Daniel, supongo que añorando viejos
tiempos, decidió ir con su familia a pasar un día en
Mar Del Plata. Allí alquilaron una carpa en uno de
los balnearios de Playa Grande y a la tarde fueron a
merendar a la Confitería Boston de la Costa.
Tomaron un delicioso café con leche con medialunas
y borrachitos más una chocolatada para Pablito.
Daniel, aprovechó para contarle a su hijo, que durante
las vacaciones, cuando él era más chico, junto a Ade,
el abuelo Pablo, la tía, y Ronnie –el perro Rotweiler
que tenían– iban casi todos los días a esa confitería y
se sentaban afuera, en las mesas que hay al costado
de la misma.
–¿Cómo, Ade? –preguntó Pablito.
– Sí, respondió Magui, es que Ade tiene casa acá.
Pablito los miró raro. Hay algo que no lograba
entender. Después de un rato le dice a su mamá:
–Quiero ir al baño mamá.
– Sí. Vamos hijo.
Ya en el baño, le dice a su madre:
–No mamá, no tengo ganas de hacer pis. Es que
quiero preguntarte algo y no quiero que escuche
papá.
–Qué hijo. Decime.

188
– ¿Cómo Ade y el abuelito Pablo? ¿Y la abuelita
Rosi?
Como pudo, y para que lo entienda, Magui le
explicó a Pablito, que cuando Daniel y la Tía Regi eran
muy chiquitos los abuelos se separaron y un tiempo
después el abuelo conoció a Ade y se pusieron de
novios.
–¡Uy, qué lío!
–¿Por qué, hijo?
–¿Entonces a Ade también le tengo que decir
abuelita?

Episodio 2.– Primer Seder (cena) de Pesaj en casa


de Ade.
Ciudad de Buenos Aires – Viernes 30.3.2018

Eramos nueve personas: seis adultos y tres niños;


Pablito de cinco y sus primos Tomy de cuatro años y
Luciana de casi dos.
Ya era la 1,30 de la madrugada, la cena había
terminado, María, mi cuñada, Magui y yo, estábamos
charlando sentadas a la mesa, en compañía de un café
y masitas. El resto estaba instalado en lo que quedó
del living, por que una parte de los almohadones del
sofá y de los sillones estaba en el piso producto de las
correrías de los niños. A esa hora, los varones jugaban
entre ellos con unos autitos para armar que les regalé
y Luciana, la pequeña, ya estaba dormida. Era tarde,
todos estaban cansados –yo sobre todo– y con ganas
de irse a sus respectivas casas.
Antes de irse, Magui, lleva a Pablito al baño; cuando
regresan, el nene se para frente a mí interrumpiendo
mi charla con María, y muy serio y contundente me

189
pregunta:
–¿Vos, estás cansada?
Sorprendida le contesté –Sí. Más o menos ¿Por
qué?
–Porque quiero quedarme dos horas más.

Episodio 3.– Técnicas de Marketing


Aventura–Florida – U.S.A. – Viernes Santo 30.3.2018

Sophie y Annie son primas hermanas, se llevan muy


bien, viven en el mismo edificio y son muy unidas;
pero hay algo, en lo que a pesar de los reiterados
esfuerzos de Sophie no logran ponerse de acuerdo.
Sophie tiene 10 años y Annie 8.
Ambas estaban jugando en la casa de Sophie.
Betiana, la mamá de Annie, fue a buscarla para ir a
la iglesia y asistir al Vía Crucis; de paso, le preguntó a
Connie, mamá de Sophie, si también podía llevarla,
ya que ésta se mostraba interesada en saber lo que
era eso del “Vía Crucis”. Connie accedió.
Ya en la Iglesia y durante el transcurso de la
procesión, las niñas entablan el siguiente dialogo:
–Annie, ¿a vos te gusta esto? toda esta gente
llorando, triste, que sigue a un hombre clavado en una
cruz, lleno de sangre y sufriendo ¿Estás segura que
todavía no estás decidida sobre si vas a ser católica
o judía?
–Es que mi mamá es católica y siempre va a la iglesia
y mi papá es judío y nunca me lleva a la sinagoga. Solo
voy cuando me llevan ustedes.
–¿Y?... Mi mamá también es católica y mi papá
judío, qué tiene que ver.

190
Es mucho más divertido ser judía. Los viernes en
la Sinagoga cantamos canciones alegres y bailamos,
después comemos cosas ricas y hacemos la bendición
de las velas. En Purim nos disfrazamos, cantamos y
bailamos. En Pesaj comemos sopa con bolitas de
matze, matze bañado en chocolate, tomamos vino
dulce y jugo de uva. Mmm... ¡Qué rico!, cantamos en
la mesa. Además tenemos siete días corridos de fiesta
en que no tenemos que ir a la escuela.
¿Vos todavía dudas? ¿Preferís ir detrás de este
señor todo ensangrentado? ¡Es mucho más divertido
ser judía!

191
Jai – Vida
Miraba el programa “En el camino”, que transmite el
canal TN los sábados por la noche y al ver los paisajes
del Lago Lolog, San Martín De Los Andes, Villa La
Angostura y Bariloche, recordé el viaje que hicimos
en mi auto en febrero del 2005 con Mirtha y Raquel
recorriendo esos lugares; ¡qué ganas de volverlo a
hacer!,pensé. En eso me llamó Raquel para avisarme
que no saldría el domingo conmigo porque su sobrina
la había invitado a un asado por el Día del Padre y de
paso me comentó que el día anterior Mirtha le había
mandado un WhatsApp preguntándole que hacía el
domingo. También le contó que había estado en el
médico, que la encontró bien y que solo le pidió que
repita la ecografía de riñón.
–¡Es insoportable!–dijo Raquel– cuando le dije que
no podía salir con ella, empezó a recriminarme, como
hace siempre, de que no la tengo en cuenta, siempre
de mal modo, siempre con mal trato.
–Qué bien que hiciste, Ade, en cortar con ella. Yo
no me atrevo. No tengo coraje.
Mirtha era la secretaria ejecutiva de la institución
a la que yo pertenecía, B´nai B´rith(1), también era
integrante del grupo en el que estábamos Raquel,
Inés y yo, la Filial Jai–Jai en hebreo quiere decir vida–.
Ella a veces me asistía en mi cargo de Directora de
Servicios Voluntarios a la Comunidad, el cual ejercí
durante diez años. Mis padres también formaron
parte de la Institución siendo yo pequeña. La Filial
de ellos, Tradición, estaba compuesta por judíos
alemanes sobrevivientes del Holocausto y una vez

192
que me integré yo a B´nai B´rith, me convertí también
en el nexo entre esa filial y los directivos. Lo que ellos
no lograban expresar en castellano, lo traducía yo.
Mirtha era eficiente en lo suyo, pero su carácter era
terrible, contestaba mal, maltrataba sin motivo, era
envidiosa y llegó un momento en que su actitud hacia
mí se transformó en algo enfermo.
Angélica, mi empleada, decía que Mirtha llamaba a
mi casa cuando sabía que yo no estaba ,haciéndole un
exhaustivo interrogatorio sobre mi persona “que con
quien me fui”, “si era hombre o mujer”, “el nombre”,
“que adónde fui”, “cómo iba vestida”, “cuando volvía”,
etc, etc. Algo que corroboré.
Cuando la Institución le daba órdenes para que me
avisara que yo debía asistir y hablar en un acto, no lo
hacía porque quería hablar ella; además me insistía
que le regalara cosas de mi madre.
Todo esto llevó a que me alejara de la Institución
y a enviarle a Mirtha una carta por mail, en la que
expresaba los motivos por los cuales daba por
terminada mi amistad. Sentí un gran alivio. No la iba a
tener más sobre mis espaldas. Se acababa la pesadilla.
Un par de veces, luego de la ruptura, la volví a ver
en el cumpleaños de Inés, en la conmemoración de La
Noche de los Cristales Rotos que se hacía cada año. La
saludé y charlé con ella, pero no como amigas.
Raquel, en más de una oportunidad, me dijo que
Mirtha les reprochaba a ella y a Inés que no hicieran
algo para recomponer el vínculo conmigo y que no
entendía el porqué de mi actitud. Mi respuesta era
siempre la misma: fui clara con ella y no tengo interés
en recomponer la amistad.

193
Volviendo a la noche del sábado; después del
programa de TN tuve ganas de mirar las fotos de
ese viaje que habíamos hecho juntas al sur del país.
Al verlas, no pensé en otra cosa que revivir esas
vacaciones tan lindas, a pesar de Mirtha.
El lunes, como hago todas la mañanas en el
desayuno, tomé el diario y lo empecé de atrás para
adelante. Tengo la costumbre de leer primero las
Cartas de Lectores y luego las necrológicas. En
las necrológicas de La Nación la AMIA(2) tiene un
apartado donde figuran las personas fallecidas
de la comunidad y que son enterradas en los
cementerios que administra la AMIA. Allí leí: Mirtha
Schejter – 16.6.18 – Berazategui.
Me resultó extraño. Debe ser otra persona que se
llama igual, pensé, es un nombre y apellido común
dentro de la comunidad. Pero al recorrer los otros
avisos fúnebres veo uno de la Filial Shalom de B’nai
B’rith. ¡No puede ser!, me dije. Lo primero que atiné
fue llamar a Raquel, pero no contestaba el teléfono;
entonces llamé a Inés.
–Ade, estoy shokeada, no entiendo nada.
–¿Pero qué pasó? Raquel me dijo que el viernes se
contactó por WhatsApp con ella y estaba nomás bien.
–Yo también hablé con Mirtha el viernes. Después
de ver el diario llamé a B’nai B’rith para saber que
pasó y me dijeron que Susana Chalom (uno de
sus directivos y amiga de Mirtha) la había llamado
insistentemente el sábado por teléfono, necesitaba
que Mirtha le informara algo, y le llamó la atención
que no contestara. Como Susana tenía un juego de
llaves del departamento, decidió ir. Tocó el timbre y
nada, le resultó raro que no hubiera recogido el diario,

194
así que puso la llave en la cerradura y abrió la puerta.
Mirtha estaba acostada en la cama. Muerta.
–¡Qué horror! Pero qué linda muerte.
–Sí, Ade, una linda muerte. Se quedó dormida. No
sufrió.
–¿Y Raquel lo sabe?
–A Raquel le avisé yo, por que ella no recibe el
diario y tampoco nadie le había informado. Ni los
primos, ni sus otras amigas. Mirá que con Raquel eran
compañeras de la secundaria y los conocía a todos.
–Llamé a la AMIA y me dijeron que ya fue enterrada,
que no hubo velatorio. Qué cosa tan rara. No entiendo.
No entiendo…
Corté la comunicación y sentí un gran vacío dentro
de mí. Leía y releía los avisos y no lo podía creer. Sentí
como si de golpe me hubieran arrancado una parte
muy importante de mi vida. B’nai B’rith estuvo ligada a
mí desde mis cuatro años de edad y Mirtha, a pesar de
su carácter, era una parte indisoluble de la institución.
Con 74 años de edad, aún seguía trabajando allí.
A varios de los que integraban la Filial Jai, a pesar de
que no hablo con ellos en forma cotidiana, los tengo
entre mis contactos telefónicos o en las redes sociales
de internet. Olga es uno de ellos, hace años que no
hablo con ella, pero todos los viernes me envía por
WhatsApp un “Shabat Shalom”(3) con una imagen
alegórica.
El martes 19 salió otro aviso en el diario, esta vez de
la Institución y Olga me escribió por WhatsApp.
–Adelita. ¿Viste el aviso de Mirtha?
–Olga, sabés que desde hace años estaba
distanciada de Mirtha, pero si sabía de ella a través de
Inés y Raquel. También nos enteramos por el diario.
Inés llamó a B’nai B’rith y esto es lo que le dijeron...
Le relaté a Olga lo sucedido y también la sensación
de pérdida que me provocaba su muerte.
–Tenes razón, Ade, me pasa lo mismo. Vivimos
muchas cosas juntas… A mí me gusta reencontrarme
con mis afectos. ¿Y si nos vemos el sábado a la tarde
en Selquet?
–Sí. Sería bueno. Veo a quienes logro ubicar y vos
hacé lo mismo.
Se me ocurrió armar un grupo de WhatsApp al
que llamé: “FILIAL JAI”, escribí el motivo del grupo de
WhatsApp y la convocatoria a un reencuentro.
–Ade, ¡qué buena idea!
–Ade, ¡sos una genia!
Sentí como si los hubiera hecho revivir. Se pusieron
contentos. Todos los que logramos ubicar, vendrían.
Tomé la precaución de llamar a Selquet y reservar
mesa, pedí que la reserva sea a nombre de Jai – el que
me atendió no entendía nada – se lo informé al grupo
y también sugerí que como no todos teníamos la
misma situación económica, nos limitáramos a pagar
solo lo que consumíamos.
–Ade, siempre tan clara. “Al pan, pan y al vino, vino”.
–Ade, ¡te nombro Presidenta!
Llegó el sábado 23 de Junio y a las cinco de la
tarde nos reencontramos. A algunos nos costó
reconocernos, pero fue lindo. Nos hizo bien. Por
supuesto, fui el blanco de alguna que otra cargada.
–Adelita, vos no podes con tus genes. El alemán lo
llevas dentro. Tiene que estar todo bien organizado...
Y, sí. Es más fuerte que yo. A veces siento que ese
bichito no está más en mí que ya no tengo la fuerza
y el ímpetu. Pero surge algo así, de golpe. Y ahí está.

196
Mis genes salen a relucir como si fuera algo natural.
Nadie mencionó a Mirtha durante las tres horas
que estuvimos reunidos. Fue como si nunca hubiera
existido.
Cuando se llega a cierta altura de la vida, al menos
en mi caso, se piensa en la muerte. Ya en mi casa, me
quedé reflexionando. Cuando me muera ¿también
será así?, ¿como si nunca hubiera existido?, ¿nadie
hará alguna mención sobre mi?, ¿nadie me recordará?
Pienso en mi muerte, sin miedo, sin temor. Sé que en
algún momento va a llegar. La muerte no tiene edad,
pero interiormente ruego que sea como la de Mirtha,
dormida, en la cama. Sin sufrimiento, de eso ya tuve
mucho, mucho a lo largo de mi vida. Ruego conservar
mis facultades mentales si me enfermo, de manera
de poder manejar mi enfermedad. He quedado sola
de familia, no de amigos, pero no quiero que ellos
carguen conmigo.
Hace muchos años que la muerte está dentro de mis
planes, después de que falleció mi hermano compré
un terreno, que aún sigo pagando, en el Cementerio
de La Tablada. Allí están mis padres, mis abuelos,
bisabuela, tío y Pablo, mi pareja, hasta las cenizas
de Ronnie, mi perro, están ahí. No quiero que me
entierren en otro lugar y también hice un testamento
donde dispongo el destino de mis bienes.
Todo en orden. Sé que no me voy a quitar la vida
y también sé que si siento que estoy muy mal y con
malas perspectivas, no voy a pelear por conservarla.
Viví y disfruté de mis sobrinos cuando eran chicos,
disfruto de Daniel, el hijo de Pablo, y de Pablito, su
hijo; disfruto de mis amigos. Es una gran felicidad
compartir con ellos la vida. Disfruté de viajar y de

197
conocer muchos lugares. Ya no puedo hacerlo como
antes, y eso sí me atormenta un poco. Disfruto de mi
casa y de poder agasajar en ella a mis afectos. Disfruto
de la vida como puedo, y tal, como les mencioné al
comienzo de este relato, paradójicamente el nombre
de la Filial de B’nai B’rith a la que pertenecía era: JAI;
VIDA.
Aun en la muerte, está presente la vida.

(1) B´nai B´rith: Hijos del Pacto


(2) AMIA: Asociación Mutual Israelita Argentina
(3) Shabat Shalom: Sábado Paz

198
Silvia Winer

1. Las manos
2. Recetas y sentimientos

swiner@fibertel.com.ar

199
Las manos
¿De quiénes?, las mías, las tuyas, las de otros.
Las manos abren.
Las manos abrazan.
Las manos acarician.
Las manos ahorcan.
Las manos aman.
Las manos amasan.
Las manos añoran.
Las manos arreglan.
Las manos auscultan.
Las manos asesinan.
Las manos bordan.
Las manos cierran.
Las manos cocinan.
Las manos conectan.
Las manos corrigen.
Las manos cosen.
Las manos CULTIVAN.
Las manos CURAN.
Las manos dibujan.
Las manos dirigen.
Las manos disparan.
Las manos duelen.
Las manos duermen.
Las manos enjuician.
Las manos enseñan.
Las manos ensucian.
Las manos envejecen.
Las manos escriben.
Las manos esculpen.
Las manos hablan.

200
Las manos hacen cosquillas.
Las manos HIEREN.
Las manos huelen.
Las manos imponen.
Las manos interpretan.
Las manos lavan.
Las manos limpian.
Las manos manejan.
Las manos maquillan.
Las manos masajean.
Las manos masturban.
Las manos modelan.
Las manos modulan.
Las manos TRAEN A LA VIDA.
Las manos operan.
Las manos ordenan.
Las manos ordeñan.
Las manos pegan.
Las manos peinan.
Las manos pintan.
Las manos planchan.
Las manos relajan.
Las manos riegan.
Las manos sostienen.
Las manos suavizan.
Las manos sudan.
Las manos sueldan.
Las manos sueñan.
Las manos sujetan.
Las manos tejen.
Las manos tiemblan.
Las manos tuercen.
Las manos violan.
Las manos de Winer.

201
Recetas y sentimientos
(el origen de la famosa torta de manzana)

Hace poco encontré esta carta manuscrita que


envié a mi madre en febrero de 1960, yo tenía catorce
años y fue el verano de mi primera vacación en Mar
del Plata con Elsa, mi hermana del alma, sin nuestras
respectivas madres, quienes eran íntimas amigas y lo
seguirían siendo a lo largo de toda su vida. Nuestros
respectivos padres habían fallecido con diferencia de
meses en 1954. Teníamos: ella once años y yo ocho.
Aún hoy continuamos unidas y nos consideramos más
hermanas que amigas.
Me acuerdo nitidamente de aquel verano. ¿Pero por
qué con tanta emoción? Tal vez porque me separaba
de mi madre por dos meses o porque mi sexualidad de
estaba despertando. Ese verano recibí mi primer beso.
Una noche nos escapamos de la colonia unas pocas
amigas traviesas a horas prohibidas y mi noviecito,
Gerardo Kessler, me dio un beso en la boca. Sucedió
en una playa desierta, “La Perla”. No fue agradable
sentir una lengua dentro de mí boca. No sabía, no
estaba preparada. Con el paso del tiempo los besos
pasionales fueron dulcemente adentrándose en mí,
cada vez con un sabor más delicioso… ¡Se los extraña!

Mar del Plata, Punta Mogotes, enero 31 de 1960


(desde la colonia de vacaciones de la Dra Zas)

Querida mamá:
Ante todo disculpá el papel, pero en este momento
es el único que tengo. Recibí justo hoy tu carta y la
encomienda y también la plata y me vino muy bien

202
porque estaba seca…
Estos últimos días son muy lindos así que los
aproveché bien en la playa. Fui una sola vez al cine
a ver: “El rostro impenetrable” y como salidas fui a
Miramar y a Chapadmalal donde hay un lago para
remar. Aumenté bastante de peso así que después de
la rica torta que me vas a hacer para recibirme el 5
que llego, empiezo a hacer régimen.
Acá los jueves hay reuniones y las chicas pueden
invitar a sus amigos. Los lunes hay revistas orales: se
reúnen todas las compañeras y leen textos escritos
que se ponen antes en una especie de jarrón firmados
con seudónimo y se leen. Los sábados a la noche voy
al teatro. Casi siempre salimos Elsa y yo y otras tres
amigas juntas.
Lamento mucho que no hayas venido a visitarme.
¿Recibiste la carta anterior que te mandé con una
foto? Me saqué otra que la vas a ver cuando llegue a
Buenos Aires.
Bueno, gordita, espero hayas adelgazado y me
encuentre con una mamá linda y elegante.
No tengo más que contarte.
Te extraño, tengo ganas de verte.
Chau, se despide tu hijita que te quiere, Silvina

PD: tratá de acostumbrarte a mi nuevo nombre,


otra vez, chau. Cariños a Lito y a todos, la abuela y tía
Celia. Te mando una receta de rica torta de manzana,
guardala bien. Acá la hacen a menudo, chau.

Cuadrados de Manzana
Masa:
Azúcar 75 g

203
Fécula de maíz 100 g
Harina 200 g
Huevos 2 Unidades
Manteca 125 g
Nueces molidas 50 g
Pasas de uva 50 g
Polvo de hornear 1 cdita.
Ralladura de limón 1/2 Unidad
Sal 1 cdita.

Compota de Manzana:
Agua 3 cdas.
Azúcar 100 g
Manzanas 1 k
Grumos
Azúcar 125 g
Harina 50 g
Manteca 100 g

Preparación de la masa:
Batir los huevos.
Batir la manteca con el azúcar, agregue los huevos
de a poco y bata hasta que esté bien cremoso.
Añadir la ralladura de limón, la harina, la fécula, la
sal, el polvo de hornear.
Mezclar bien.
En un molde para tarta previamente enmantecado,
colocar porciones de la masa y estirar con las manos
enharinadas.

Compota de manzanas
Pelar las manzanas, retire las semillas y córtelas en
láminas finas.

204
En una olla colocar las manzanas a cocinar con
azúcar y un poco de agua o vino, tapado hasta que
reduzca a puré.

Grumos
Con las manos mezclar la manteca, el azúcar y la
harina.
Armado
Cubrir la masa con la compota de manzanas.
Espolvorear con las nueces molidas y las pasas
picadas.
Encima poner los grumos y cocinar en horno
moderado durante 30 minutos.
Presentación
Servir cortada en cuadrados
Comentarios del facebook 2018 de ex compañeras
del colegio secundario que seguramente alguna vez
comieron la deliciosa torta de manzanas en la casa del
barrio de Flores
Evangelina Barberis. Silvia: ¡qué lindo recuerdo!
Recuerdo a tu mamá con la mirada de la niña que era
yo entonces. Siempre elegante y esperándonos con
torta de chocolate.
Ester Ventura. “Silvita: recuerdo muy bien a tu
mami. Su andar, sus ojos transparentes con un halo de
tristeza y su sonrisa en los labios. Su increíble talento
para hacer delicias, el maravilloso aroma que salía
de esa cocina mágica, alquímica. Recuerdo tu casa
y nuestros días y noches estudiando allí y mi papá
llevándonos al colegio. Él te quería ¡muchísimoooo!”.
Andres Mariasch. Calle Bonifácio: “los inolvidables
aromas de la cocina de tu casa de Flores”.
Flavia Rondina: “siempre me esperaba con algún

205
regalito y se preocupaba por si había comido y
recuerdo muy especialmente esta torta de manzana”.

Silvia Ana Winer: qué suerte haberlo vivido y poder


compartir nuestros recuerdos, emociones y vivencias
todavía y seguir queriéndonos. Amigos los espero en
Faraway con un rico té y la famosa torta de manzana.

Noviembre de 2018

206
Inge von Ledebur

1. Me acuerdo
2. El chaleco blanco

ivonledebur@gmail.com

207
1
Me acuerdo de cuando nevaba y jugábamos con la
nieve fresca. Al pisarla hacía crick, crick, crick…

2
Me acuerdo de que me gustaba ver a los hombrecitos
de nieve con nariz de zanahoria y echarpe.

3
Me acuerdo de que empecé el colegio y no entendía
bien lo que me decían. En casa hablábamos alemán y yo
malinterpretaba todo. Un día la maestra dijo: “forren el
cuaderno” y yo borré todas las hojas con una goma de
borrar. Había entendido borrar en vez de forrar.

4
Me acuerdo de los viajes al colegio en invierno,
el colectivo tenía los vidrios y puertas rotas y el frío
calaba los huesos.

5
Me acuerdo con algo más que cariño de mi maestro
de sexto grado. Siempre sentí que era la perfecta
imagen de mi primer amor.

6
Me acuerdo de mi perro, un setter enorme. Al
correr, sus largas orejas se movían de aquí para allá.

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7
Me acuerdo de las cáscaras que se formaban sobre
la herida cuando me raspaba las rodillas.

8
Me acuerdo del gallinero. Pasaba horas y horas
observando para ver qué hacían las gallinas.

9
Me acuerdo de la acequia de mi casa de infancia:
papelitos, hojas, ramas y flores flotaban en la corriente
y caían en una cascada.

10
Me acuerdo de las tormentas eléctricas, de mirar
cada rayo y escuchar cada trueno. No tenía miedo.
Mi papá nos enseñaba que eran una maravilla de la
naturaleza.

11
Me acuerdo de cuando los rayos caían en el
pararrayos del vecino haciendo temblar la tierra.

12
Me acuerdo de las madrugadas aún de noche
cerrada, sin luz, porque no había alumbrado público,
corríamos cuatro cuadras, montaña abajo hasta la ruta
para alcanzar el colectivo con nuestro guardapolvo
blanco. ¡Hasta hoy no entiendo como no nos caímos!
¡Era como si Dios nos llevara de la mano para no
tropezar con las piedras!

13
Me acuerdo de los sándwiches de pan calentito con
mucha mortadela cortada finita que hacía el kiosquero
de la terminal de ómnibus que nos conocía y esperaba.
No comíamos nada desde las seis de la mañana y se
nos hacía agua la boca de solo pensar en ellos. Fueron
los sándwiches más exquisitos de toda mi vida.

14
Me acuerdo de que los estudiantes volvíamos a
casa cada día amontonados en un colectivo viejo y
chiquito de la línea Colto que viajaba a Córdoba por el
viejo camino del Santo Brochero.

15
Me acuerdo de que cuando murió Eva Perón nos
enviaban del colegio a hacer guardia en turnos de dos
horas a un altar que estaba en la casa de una familia
peronista. Teníamos diez años.

16
Me acuerdo de que la gente amaba a Evita. En el
colegio la Fundación Eva Perón repartía zapatos,
vestidos de lana, camisetas de frisa, bufandas abrigos,

210
portafolios, útiles y libros. Era una fiesta en el pueblo
y no se hablaba de otra cosa que de Evita.

17
Me acuerdo de que la Fundación Eva Perón sostenía
un comedor en el colegio para todos los alumnos y las
maestras. La comida era casera y exquisita. Pero mis
hermanos y yo comíamos en casa.

18
Me acuerdo de que cuando cayó el régimen de Juan
Perón, mis padres, dueños de una hostería, quemaron
las fotos de Perón y Evita y se regocijaban viéndolas
arder. Las leyes laborales de aquel entonces eran
sofocantes para un emprendimiento familiar.

19
Me acuerdo de cuando un caballo cayó sobre el
capó del auto con las patas para arriba y del golpe que
lo mató en el acto. El capó apenas quedó abollado. En
los autos de hoy hubiera aplastado hasta el motor e
ingresado por el parabrisas.

20
Me acuerdo de los domingos con papá en la montaña
con merienda de pan, queso, huevo duro y manzana.
Picnics inolvidables, sentados en las piedras o la
hierba en compañía de cuises, algún zorro, pájaros y
de todos los perfumes que nos regalaba la naturaleza.
211
El chaleco blanco

Entre mate y mate endulzado con miel del monte


descubrí tu ternura, y el deseo de entregarte el doble.
Me contabas de tus tierras allá lejos, de sus
senderos, del silencio.
Del viento helado que enrojecía tu cara y te
desordenaba el pelo.

Sobre las agujas, deslizaba los puntos, en el silencio


de tu mirada.
No quería que el frío pudiera quitarle brillo a tus
ojos profundos.
Aquel chaleco blanco creció entre mensajes, cartas
y recuerdos.
Los mates endulzados con miel de monte, abrigarían
tu alma con calor eterno.

Las lazadas, que escribieron una a una, la carta de


amor más esperada, hablaron de viajes e ilusiones
que soñábamos despiertos.

Aquí quedó aquel chaleco blanco, cubierto de


soledad y lágrimas.
El viento del dolor cambió su ruta y destejió los
lazos en el tiempo.

212
Carolina Chiatellino

1. Miedo voraz
2. Carta de odio y amor hacia una birome y un
encendedor Bic
cchiatellino@hotmail.com

213
Miedo voraz

Llovía a cántaros. Acostada en la cama y a oscuras, un


chispazo iluminó la pieza. Provenía de la pared donde
estaba apoyada mi cama. Me asusté mucho y fui a la
habitación de mis padres a contarles. Me dijeron que
no pasaba nada, que habría sido un relámpago, que
me vuelva a dormir. Entre mocos y lágrimas insistí,
no había sido un relámpago, estábamos en peligro.
El destello había salido de la pared y temía que mi
cama y toda la casa se fuesen a incendiar. Entonces
mi padre, a regañadientes, se levantó y me acompañó
a mi cama. “Ahora, Caro, acostáte y dormite”, dijo de
manera tajante y se fue.
Recuerdo que allí quedé otra vez sola y paralizada en
esa penumbra aterradora, ante el inminente incendio
apocalíptico en ciernes.
Yo les había avisado.

214
Carta de odio y amor hacia una birome
y un encendedor Bic
Registro Civil Ciudad de Córdoba, 27 de junio de
2018
Querido Bic–tor:
No sé bien por dónde empezar, no te entiendo,
empacarte así, justo en un momento tan ansiado por
todos. Solo una firma, lo que te pedía era tan solo eso,
una firma para sellar el vínculo. No me explico, dejarme
así plantada y delante de mis seres más queridos. No
hubo forma, y eso que te sacudí de lo lindo. Te apreté
fuerte y te di vueltas y más vueltas, y vos, nada.
Mudo. Sin expresar palabra, no te pude sacar más que
unos firuletes sin sentido. Me dejaste ahí, con la hoja
totalmente en blanco. Un papelón de novela. Me sentí
impotente, abandonada y defraudada porque confié
en vos, siempre estuviste cerca cuando te necesitaba.
Confié en tu rectitud, tu transparencia interior y
flexibilidad. Pero se ve que tenés varias aristas. Ya me
habían advertido mis amigos, “mirá que se las da de
copetudo con ese capuchón blanco sobre la cabeza
pero se vende por dos mangos a cualquiera”. No me
dejas más opción que deshacerme definitivamente de
vos, tirarte a la basura. Chau Bic–tor, en el libreto de
mi vida no escribís una línea más, que te vaya bonito.
Sol Tera.

Córdoba, 28 de junio de 2018


Querida Mecha:
Gracias por acompañarme siempre y en especial en
este duro momento… ¡y gracias por zamarrearme de
lo lindo! Como hacemos con vos cuando te quedás

215
sin energía y mágicamente volvés a encenderte. Qué
sería de mí sin tu presencia. Gracias por tu calidez
y tu calor Mecha de mi alma, sos sin duda de las
imprescindibles. En vos sí puedo confiar, no como con
el falluto de tu primo Bic–tor. Pensé que esa firma lo
era todo, estaba ante la decisión más importante de
mi vida… y ahora con tu ayuda Mecha, con tu fuego
interior, me deshice de esa bendita libreta de una vez
y para siempre. Ya no queda más que un cúmulo de
cenizas… y algunos malos recuerdos.
¡Gracias por tanta luz!, por iluminar mi camino,
por ser ese faro que me guía en los momentos más
oscuros.
Te quiero y te abrazo fuerte, eternamente, Sol Tera.

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Mis me acuerdo

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Mis me acuerdo

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Mis me acuerdo

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