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Compilación e introducción de
ISABEL CABRERA VILLORO
Isabel Cabrera
ARGUMENTOS TRASCENDENTALES
O CÓMO NO PERDERSE EN UN LABERINTO DE
MODALIDADES
I
Un “argumento trascendental” es un argumento que busca con
cluir condiciones trascendentales, es decir, condiciones a priori
de la posibilidad de un cierto tipo de experiencia, de conoci
miento o de lenguaje. Estos argumentos son un recurso valioso
para cualquier racionalista que pretenda distanciarse no sólo
del escéptico, sino también del convencionalista o del prag
matista; de aquí que los defensores de esta estrategia suelan
afirmar que las condiciones que se concluyen mediante estos
argumentos no son sólo útiles sino asimismo indispensables y
necesarias.
La filosofía de Kant está marcada p o r este tipo de argu
mentos: “sin espacio y tiempo no podríamos individuar y di
ferenciar objetos”, “sin permanencia no podríamos hablar de
cambio”, “sin causalidad no podríamos distinguir entre repre
sentaciones objetivas y subjetivas”, “sin experiencia externa no
tendríamos experiencia interna”, “sin libertad no podemos atri
buir responsabilidad m oral”, etcétera, son algunas de las líneas
de argumentación que desarrolla su filosofía. Pero los argumen
tos trascendentales no son exclusivos de la perspectiva kantiana;
aparecen también en Wittgenstein, Strawson, Habermas y otros
filósofos contemporáneos. De hecho, definidos de esta m anera
general, constituyen una estrategia filosófica más vieja y ex
tendida de lo que suele pensarse. De cualquier manera, aquí
recurrimos siempre a ejemplos de Kant, que es el clásico que
explota de forma más continua y explícita tal estrategia filosó
fica.
Propongamos prim ero un esqueleto lógico, por así decirlo,
de dichos argumentos. El análisis de esta estructura básica nos
obligará a refinarla y nos ofrecerá una plataforma para ubicar
las diferentes discusiones. De hecho, definidos como búsqueda
de condiciones de posibilidad, los argumentos trascendentales
constan básicamente de dos pasos: primero se afirm a que algo
(A) es verdad, y después se demuestra que, de no darse cierta
condición o conjunto de condiciones (C), A no sería posible.
Lo que se busca concluir es la necesidad o aprioridad de dicha
condición o conjunto de condiciones. El esqueleto lógico es,
pues, relativamente sencillo:1
rP l : A
Esquema 1 < P2 : (-C —>—o A)
i nC
Pero, ¿cómo justificar una conclusión como ésta a partir de
hipótesis tan débiles? Analizando la naturaleza de las premisas,
quizá podamos encontrar la manera de reforzarlas para respal
dar la necesidad o aprioridad de las condiciones.
II
La primera premisa afirma simplemente que algo (A) es verdade
ro. ¿Pero qué tipo de verdad es ésta? Lo esencial es que sea una
verdad que no pueda ponerse en duda, o al menos, que no pue
da ser rechazada por el oponente —ya sea éste un escéptico, un
empirista, un convencionalista o un pragmatista, dependiendo
del caso. Así entonces, la prim era premisa tendría idealmente
que ser una verdad innegable o evidente, ya porque se trate de
un hecho constatable por cualquiera o porque se trate de una
verdad necesaria. Es decir, la prim era premisa a veces expresa
una posibilidad contingente pero innegable, mientras que otras
veces es unjuicio apriori. Estas diferencias podrían llevarnos a
2 Kant: Hechsel Logic, 115-116; ver también Blomberg Logic, § 426, yJásche
Logic, § 117.
proceder, una regresiva y otra progresiva, ya que el subsiguiente
razonamiento de la mayoría de los argumentos kantianos es uni
forme. De hecho, en la parte final de la Crítica, donde Kant se
pregunta por la naturaleza de las “pruebas trascendentales”, se
da una interpretación homogénea de su proceder: las pruebas
trascendentales, propiamente filosóficas, no son apagógicas, si
no ostensivas; es decir, no proceden por modus ponens e infieren
“la verdad de un conocimiento partiendo de la verdad de [to
das] sus consecuencias”, sino que proceden por modus tollens,
buscando una consecuencia falsa del principio contrario para
demostrar, por reducción al absurdo, el fundamento deseado
(A 789-791/B 817-819). Las pruebas kantianas —al menos las
más conocidas—suelen incluir este giro, representado en nues
tro esquema por la segunda premisa.
Quizá, entonces, la diferencia fundamental entre los Prole
gómenos y la Crítica no sea el uso de un método radicalmente
opuesto, sino —como sugiere Ralph Walker3—que la Crítica tra
ta de suponer lo menos posible, mientras que los Prolegómenos
son un confeso texto de divulgación y su punto de partida, la
existencia de juicios sintéticos a priori, supone las conclusiones
logradas en la Crítica. Aceptar esto nos obliga a considerar la
declaración que hace Kant en la “Introducción”, escrita no ca
sualmente después de los Prolegómenos, y según la cual la Crítica
se propone responder a la pregunta “¿cómo son posibles los
juicios sintéticos a priori?” (B 19), como una confesión apresu
rada que no corresponde al resto del libro, ya que sólo en raros
pasajes —añadidos a la segunda edición—se da p o r supuesta la
existencia de conocimiento sintético a priori (por ejemplo, el § 3
de la Estética Trascendental).
Ocupémonos ahora del prim er tipo de argumentos (la).
¿Qué clase de posibilidad expresa su prim era premisa? Es cla
ro que no se afirma sólo una posibilidad lógica, sino asimismo
material o real; no basta con que un concepto no sea contradic
torio, también deberá demostrarse que es real o materialmente
posible. Así, por ejemplo, una percepción no sensible es una
posibilidad lógica pero no es para Kant una posibilidad real
{
Pl : *A donde * = {<>,□}
P2 : (—C —>- * A)
nC
En lo que sigue nos referiremos usualmente a argumentos
que parten de una premisa meramente contingente, como son
la mayoría de los argumentos kantianos, y de acuerdo con lo
que sugiere el propio Kant cuando habla de la “posibilidad de
la experiencia” como algo enteramente contingente. No obs
tante, apelando a este esquema cabe analizar argumentos que
partan de una premisa necesaria, como son algunos de los argu
mentos que forman el núcleo de la Deducción trascendental, y que
intentan demostrar que de no darse ciertas condiciones, cierta
afirmación no sería necesaria (aunque quizá si sea posible).
III
Pasemos ahora al análisis de la segunda premisa. Lo primero
que podríamos notar respecto de ella es que siempre es mucho
más compleja que la expresión que tiene en nuestro esquema.
De hecho, muchas veces es conclusión de algún otro argumen
to (o argumentos) que previamente ha(n) dem ostrado lo que
afirma. Además, en tanto C puede referir a una condición o a
un conjunto (o conjunción) de ellas, la premisa suele respaldar
se en varias direcciones. Tendremos, pues, que investigar sus
orígenes, ya que de ellos dependerá su caracterización. Pero
antes de hacer esto, notemos que la segunda premisa expresa
algo emparentado con lo que suele llamarse “una relación de
presuposición”. De cualquier manera, nosotros preferimos la
expresión modal, ya que ello no nos obliga a interpretar todas
las condiciones de posibilidad, o condiciones trascendentales,
como condiciones de significatividad.6
A hora bien, ¿cómo distinguir condiciones de posibilidad de
meras explicaciones plausibles? ¿Cómo saber que un conjunto
de condiciones constituye algo más que un conjunto de princi
pios que explican ía posibilidad de la experiencia (o del co
nocimiento o del lenguaje) en cuestión? Como ha señalado
Chisholm, los argumentos trascendentales parecen ser, final
mente, buenas explicaciones sin siquiera pretender convertirse
{
P1 : *A —donde * = {<>,□}
P2 : a ( - C —> - * A)
nC
Pero, ¿cómo reforzar esta premisa?, ¿con base en qué determi
nar que cierta condición de posibilidad es necesaria?
fila. La primera estrategia parece ser la de dem ostrar que ta
les condiciones son únicas. Si no hay ninguna otra condición (o
conjunto de condiciones) que den cuenta de la posibilidad de
cierto tipo de experiencia, salvo C, y tal experiencia es posible,
11 Cf. ibid. p. 57-58. En apoyo a lo que dice Schaper, cabe recordar que la
Deducción transcurre sin que Kant haga referencia expresa a las 12 categorías
de su tabla; el argumento corre a un nivel todavía más general.
“principios generales de significación” presupuestos por cual
quier esquema que se pretenda único o alternativo.
Pero así como el argumento trascendental podría ir hacia
atrás, la crítica de Kórner también podría ir hacia atrás, y argu
mentar que no es posible dar una prueba de la unicidad de tales
“principios generales de significación”. Quizá sea una preocu
pación similar a ésta la que vuelve tan tentadora la postura de
Davidson: no tiene sentido hablar de esquema conceptual por
que para ello habría que establecer distinciones desde fuera, y
cualquier planteamiento es siempre desde dentro (en este caso
de la experiencia), es decir, no puede ser formulado y juzgado
con más criterios que los internos.12 Pero antes de aceptar la
honrosa salida de Kórner —o la propuesta de Davidson—, cabe
averiguar si no habría otras maneras de dem ostrar la necesidad
de la segunda premisa sin tener que esgrimir una contundente
prueba de unicidad.
16 Ver infnr. Peter Hacker, “¿Son los argumentos trascendentales una ver
sión del verificacionismo?”, pp. 127-130.
De acuerdo con Bennett, los argumentos trascendentales son
elaborados “a partir de los materiales del análisis conceptual y
de la interconexión conceptual”, sólo que su virtud consiste
en obtener conclusiones lo más ricas posibles, a partir de pre
misas lo más pobres posibles. Los argumentos trascendentales
son argumentos diseñados contra un escéptico, piensa Bennett
siguiendo a Strawson, y por consiguiente, tienen que conse
guir que el escéptico acepte las premisas. Y aun cuando estos
argumentos requieran de alguna versión del verificacionismo
para funcionar, tienen la tarea adicional de mostrar que deter
minados conceptos o determinadas creencias juegan un papel
fundamental en nuestra concepción del m undo.17
Por su parte, Walker piensa que los argumentos trascenden
tales están formados por una premisa empírica —la prim era—
que menciona un hecho contundente, innegable para el escép
tico, y una premisa que obtiene su fuerza del análisis conceptual
y que, por lo mismo, tampoco puede ser rechazada por el es
céptico. Esto no implica que la segunda premisa sea una verdad
analítica evidente, una m era tautología, ya que no- se trata de
una identidad entre términos, sino de una minuciosa explora
ción de conceptos. El análisis conceptual puede ser una labor
sumamente difícil pero también muy fructífera —como ha mos
trado serlo en matemáticas, lógica y filosofía, recuerda Walker.
La cuestión es descubrir una condición suficientemente austera
para ser aceptada por un escéptico, y que unida a la premisa
empírica inicial, produzca una conclusión que apunte a una
necesidad sintética. Walker no piensa que se requiera el princi
pio de verificación ni el idealismo para tender un puente entre
nuestras creencias y la realidad porque no cree que haya un
abismo entre ambas. Creer que lo hay es poner en duda el ju e
go mismo de la justificación y, por consiguiente, plantear un
problem a insoluble. Pero los argumentos trascendentales no
ayudan a solucionar problemas insolubles, sólo pueden ayudar
nos a responder a un escéptico razonable que acepta las reglas
del juego de la justificación.18
17 Ver infra-, Jonathan Bennett, “Argumentos trascendentales analíticos",
pp. 202-203, 208 y 215-218.
18 Ver infra: Ralph C. S. Walker, “Argumentos trascendentales y escepti
cism o”, pp. 230-23.
No obstante la lucidez de estas propuestas, nos parece que
ellas suponen que es claro algo que está lejos de serlo, a saber:
la frontera entre proposiciones analíticas y sintéticas. Es cierto
que algunos argumentos parten de premisas analíticas o de pre
misas que parecen analíticas.19 De cualquier manera, de serlo
serían proposiciones analíticas en virtud de ciertas sinonimias
conceptuales implícitas. Pero si, como pretenden estos autores,
el argumento tiene por objeto refutar al escéptico, ¿por qué
entonces no considerar que el escéptico, en vez de estar obliga
do a aceptar la conclusión, puede cuestionar las sinonimias que
respaldan la segunda premisa? Además, aun cuando aceptemos
que no hay un abismo entre nuestro pensamiento (o nuestro len
guaje) y la realidad, sí hay una diferencia que resulta importante
aceptar si nosotros entramos en el juego del escepticismo. Si los
argumentos trascendentales están diseñados contra el escéptico
—aunque sea un escéptico razonable—es porque se considera
que estas pruebas son capaces de justificar con las mejores ra
zones una relación entre nuestro pensamiento y la realidad.
De cualquier manera, aceptar que la segunda premisa es pro
ducto del análisis conceptual —lo cual parece ser correcto en
muchos casos—no implica aceptar que este tipo de argumentos
son producto de definiciones implíticas, ya que en la mayoría de
los casos es a partir del argumento trascendental —y no antes—
que se propone una norma de significado. Un ejemplo claro es
cómo el concepto de “objeto externo” va paulatinamente refi-
nándose a lo largo de la Crítica-, es la Estética la que pretende
otorgarle su necesario carácter espacial, son las Analogías las
que buscan darle su carácter de un algo perm anente sujeto a
cambios regulados. Es después de estos argumentos, y no an
tes, que Kant sugiere que el mejor candidato para llenar este
esquema de objeto es el de un “objeto material”. Más que ba
sarse en definiciones previas, los argumentos trascendentales
pueden ser un medio de producirlas; de hecho, cabe recordar
que, de acuerdo con Kant, la filosofía trabaja con definiciones,
19 Por ejemplo, “El ‘yo pienso’ tiene que poder acompañar todas mis re
presentaciones’'. También expresiones como “todo objeto externo es espacial”,
“todo cambio presupone una sustancia” o “la atribución de responsabilidad
moral presupone libertad”, podrían defenderse apelando a los significados de
sus conceptos antecedentes.
sólo que —a diferencia de la matemática—no parte de ellas, sino
que llega a establecerlas (CRP A 731/B 759).
Illd. Una cuarta estrategia para fortalecer esta premisa podría
ser la de apelar ya no a pruebas contundentes de unicidad ni a
definiciones, sino a ciertos “hechos básicos”. Estos hechos bási
cos darían cuenta de cómo ha llegado algo a convertirse en un
derecho o una pretensión legítima. Esta última propuesta nos
remite a Dieter Henrich, quien muestra tener excelentes razo
nes para asociar las deducciones kantianas con las deducciones
legales que se escribían en época de Kant con el objeto de de
fender y esclarecer un derecho concreto de uso o de propiedad.
Para ello se rastrean los orígenes, buscando aquellos hechos y
acciones concretos que confieren el derecho en cuestión. En
casos de disputas legales sobre, por ejemplo, la propiedad de
cierto inmueble, tales hechos podrían ser un contrato, un testa
mento o un uso prolongado del bien en cuestión. Pero, ¿cómo
aplicar esto a nuestros argumentos trascendentales? Henrich
sugiere que la deducción trascendental kantiana es la justifica
ción de un derecho, sólo que en este caso no adquirido, sino
natural o innato. Para conferir legitimidad a este pretendido
derecho de usar ciertos conceptos y confiar en ciertos princi
pios, habrá que remontarse —como en toda deducción—a los
orígenes, que en este caso son las facultades y operaciones más
básicas de la razón humana. Para reforzar la atribución de este
derecho, además, se imponen —en la dialéctica trascendental—
ciertos límites y restricciones, de manera similar a como las
deducciones legales de entonces, empeñadas en conciliar in
tereses, circunscribían el derecho otorgado dentro de ciertos
límites, concediendo así parte del punto del objetor.20
En su comentario a Henrich, Strawson se pregunta cómo po
drían estos “hechos básicos”, a los que se remite una deducción
en este sentido específico, justificar una pretensión de cono
cimiento a priori. Encontramos mecanismos básicos pero no
podemos dar cuenta de por qué son éstos los mecanismos bá
sicos y no otros, es decir, los consideremos como algo que ha
sucedido contingentemente. De hecho, el propio Kant reconoce
IV
Por último, detengámonos brevemente en la conclusión: “□ C”.
De acuerdo con lo dicho hasta aquí, parece claro que la con
clusión no puede pretender expresar una necesidad metafísica
absoluta, sino una necesidad condicionada: “Toda necesidad
—dice Kant—se basa siempre en una condición trascendental”
(A 106). Esto está, además, en clara armonía con otro pasaje de
la Crítica donde se dice que la necesidad absoluta es el “verda
dero abismo de la razón humana” (A 613). También sabemos
que la necesidad que expresa una condición a priori no busca
—como dijimos antes—ser una necesidad psicológica; tampoco
pretende ser un concepto puramente lógico, ya que no toda
proposición necesaria es para Kant lógicamente necesaria. Pe
ro entonces, ¿de qué tipo de necesidad se trata? Parece haber
básicamente dos maneras de interpretarla: o bien la conclusión
expresa requisitos necesarios para entender algo, o bien expresa
requisitos indispensables para que algo exista.
Es decir, de acuerdo con sus propósitos —y siguiendo con li
bertad la distinción que enmarca el texto de Richard Aquila—,23
podríamos decir que, según la necesidad que pretenda su con
clusión, los argumentos trascendentales son básicamente de dos
tipos: por un lado, hay argumentos trascendentales que preten
den establecen condiciones de inteligibilidad, condiciones para
que algo nos sea comprensible; por otro lado, hay argumentos
trascendentales que están orientados a establecer condiciones
ontológicas, requisitos a los que deberá ajustarse la realidad para
convertirse en objeto de nuestra experiencia y, por consiguien
te, de nuestro conocimiento.
Así, por ejemplo: podemos interpretar el principio de causa
lidad como un requisito indispensable para nuestra compren
sión de los sucesos del mundo, es decir, argumentar que no
podríamos entender y hacernos inteligible el transcurso de las
cosas si no suponemos ciertas regularidades fijas entre ellas;
nuestra comprensión de lo que es un hecho exige que lo in
terpretemos, dé entrada, como un eslabón de alguna cadena
causal. Pero también podríamos interpretar el argumento de
manera más fuerte, como diciendo que nada podría ser un he
cho del mundo si no está causalmente relacionado con otros
hechos del mundo: algo incausado no podría darse, no podría
existir, no formaría parte del mundo empírico. Es claro que
ambas lecturas se han dado, en este caso, en torno a la segunda
analogía. Las conclusiones de otros argumentos de Kant tienen
también esta ambigüedad: la Refutación del idealismo puede le
erse como un argumento para dem ostrar que no podríamos
entender nuestra experiencia como una sucesión de representa
Isabel Cabrera
STEPHAN KÓRNER
EVA SCHAPER
1. Introducción
Si hemos de ser justos con el uso que la expresión “argum en
to trascendental” ha llegado a tener en la filosofía reciente,
podríamos seguir alguno de los dos siguientes procedimientos
al intentar formular una definición, (a) Podríamos considerar
ciertos argumentos que han sido llamados “trascendentales”
y tratar de establecer lo que les es común y peculiar. Luego
podríamos examinar la cuestión de si los argumentos trascen
dentales, así definidos, son válidos. O (b) podríamos tratar de
caracterizar los argumentos trascendentales idealmente, como
un tipo de argumentos válidos que Kant y otros pensaron haber
usado cuando caracterizaron su razonamiento como trascen
dental. De esta manera, no habría dudas acerca de la validez de
los argumentos trascendentales, aunque podríamos preguntar
si los argumentos que han sido llamados trascendentales, son de
hecho trascendentales. Y, ciertamente, podríamos preguntar si
alguien ha formulado alguna vez un argumento trascendental.
Seguiré el segundo de estos procedimientos.
3. El procedimiento trascendental
Podemos ahora tratar de caracterizar más exactamente el pro
cedimiento trascendental.
(1) Al llevar a cabo el procedimiento trascendental, uno comien
za por contemplar un objeto de estudio. Este objeto de estudio
puede ser un conjunto de proposiciones que constituyen cier
to corpus de conocimiento. O puede ser algo muy diferente de
un conjunto de proposiciones, por ejemplo, puede ser “la ex
periencia”, la percepción, el pensamiento o el lenguaje. Pero
sea o no el objeto de estudio inicial un cuerpo de proposicio
nes en sí mismo, el procedimiento trascendental hace uso de
ciertas proposiciones acerca de este objeto de estudio. Diré que
dichas proposiciones constituyen los datos pre-analíticos del pro
cedimiento trascendental.
En nuestro ejemplo, los datos pre-analíticos corresponden a
la prim era premisa.
(2) Como resultado de la reflexión sobre los datos pre-analíti
cos, uno puede aprehender ciertos principios necesarios acerca
de las condiciones bajo las que es posible la existencia del ob
jeto de estudio inicial (o acerca de las condiciones bajo las que
es posible que los datos pre-analíticos sean verdaderos). Ya que
estos principios son necesarios, y ya que (se asume que) se sabe
que son verdaderos, puede decirse que son conocidos a prio
ri. Diré que el segundo paso del procedimiento trascendental
consiste en la aprehensión de ciertos principios trascendentales.1
Se podría objetar: “Pero en muchos argumentos que se han
dicho trascendentales, el principio general correspondiente a
tu segundo paso no se plantea como un principio a priori. Tie
ne, más bien, el status de una posible hipótesis explicativa”. La
respuesta es que un principio que tiene sólo el status de una
posible hipótesis explicativa no puede usarse como un paso en
una prueba directa. Y uno no tiene justificación para usar tal
principio como premisa en un argumento filosófico.
(3) Los principios trascendentales se conjuntan luego con las
proposiciones que constituyen los datos pre-analíticos, y del
1 “Ich nenne alie Erkenntnis transzendental, die sich nicht sovvohl mit
Gegenstánder, sondern mit unserer Erkenntnisart von Gegenstánder, insofern diese
a priori móglich sein solí, überhaupt bescháftigt.” [“Llamo trascendental todo
conocim iento que se ocupa en general no tanto de objetos como de nuestro
m odo de conocerlos, en cuanto éste debe ser posible a priori."] Kritik der reinen
Vernunft, B 25.
resultado se deducen ciertas consecuencias. Dado que las pre
misas de un argumento trascendental están justificadas, la im
portancia del argumento está en función de la importancia de
estas consecuencias. Presumiblemente, como en el caso de la
conclusión de nuestro ejemplo, serán proposiciones que en el
mejor de los casos han sido consideradas como problemáticas y
que pueden haber sido desafiadas por escépticos o agnósticos.
El proponente de un procedimiento trascendental puede
también afirm ar que los escépticos o agnósticos en cuestión
han sido refutados.
10 Ibid., p. 106.
ambas formas de escepticismo depende de la verdad de alguna
versión de lo que he llamado el principio de verificación.
En Self-Knowledge and Self-Identity Shoemaker argum enta co
mo sigue contra el escéptico de las otras-mentes.11 Una persona
que entiende “Tengo dolor” no puede proferir esas palabras
sinceramente y sin morderse la lengua a menos que tenga do
lor. Por lo tanto, si es posible saber si otra persona entiende
la palabra “dolor”, tiene que ser posible saber si otra persona
tiene dolor. Pero la palabra “dolor” no podría tener un signi
ficado establecido si no fuera posible que se nos enseñara su
significado y no nos fuera posible determ inar si una persona
la está usando correctamente. Por lo tanto, aseverar, como lo
hace el escéptico, que es lógicamente imposible que una per
sona sepa respecto de otra que tiene dolor, es implicar que la
palabra “dolor” no tiene un significado establecido. Pero si la
palabra “dolor” no tiene un significado establecido, entonces el
enunciado putativo de que es lógicamente imposible que una
persona sepa respecto de otra que tiene dolor no tiene tam
poco un significado establecido. Por lo tanto, o bien lo que el
escéptico dice no tiene significado establecido, o es falso.
Esta conclusión es la misma que la de Strawson, pero al re
sumir el argumento Shoemaker hace otra afirmación respecto
de él que parece estar equivocada. El dice:
13 Ibid., p. 229.
14 Ibid., p. 231.
El resto del argumento es:
(II) Así que suponer que (a) es solamente un hecho contingen
te, que podría ser de otro modo, que los enunciados de
percepción y de recuerdo convencidos son generalmente
verdaderos, es suponer que (b) no tenemos m anera de de
cir si una persona entiende el uso de palabras como “veo”
y “recuerdo”, o éstas significan para él lo que significan
para otros, que (c) nunca podemos tener ninguna buena
razón para considerar ninguna manifestación verbal he
cha por otra persona como un enunciado de percepción
o de recuerdo, y que (d) podríamos por tanto no descu
brir nunca el hecho supuestamente contingente de que
los enunciados de percepción y de recuerdo son general
mente verdaderos. Y esta es una suposición lógicamente
absurda.15
Pero la conclusión de que es una verdad necesaria que los
enunciados de percepción y de recuerdo son generalmente ver
daderos no se sigue solamente de esto, debido a que (b), (c) y (d)
no se siguen de (I) y (a). Todo lo que se sigue es que es un hecho
contingente que alguna persona entienda “veo” y “recuerdo”.
Y que éste sea un hecho contingente no implica en sí mismo
que (b) no podemos tener manera de decir si se da, o que (c)
nunca podemos tener una buena razón para considerar ningu
na manifestación verbal como un enunciado de percepción o
de recuerdo, puesto que la contingencia de “p ” no implica en
general que nunca podemos averiguar que p. Sin algún apoyo
independiente para este último paso el argumento fallaría. Da
do (I), (c) y (d) se siguen del supuesto de que los enunciados
de percepción y de recuerdo no son generalmente verdaderos,
pero no se siguen del supuesto totalmente diferente de que es
un hecho contingente que los enunciados de percepción y de
recuerdo son generalmente verdaderos.
El argumento independiente de Shoemaker es que al tratar
de descubrir por medios inductivos el hecho presuntamente
contingente de que los enunciados de percepción y de recuer
do son generalmente verdaderos, yo no podría confiar en nada
15 Ibid., pp. 231-232. En esta cita y en la anterior he insertado números y
letras en el texto de Shoemaker.
que creyera sobre la base de la observación o la memoria. Pero
no hay otra m anera de que llegara a saberlo, luego nunca podría
saberlo. Del supuesto (que el escéptico comparte) de que si es
un hecho contingente que p entonces nuestra aceptación de “p"
solamente puede ser apoyada por la experiencia o por medios
inductivos, y el hecho de que no podríamos confiar en la per
cepción o la memoria para establecer que nuestras creencias de
percepción y de recuerdo son generalmente verdaderas, Shoe
maker concluye que es una verdad necesaria que esas creencias
son generalmente verdaderas. Pero esto no se sigue, y lo más
que ha mostrado, como él mismo a veces señala,16 es que un
enunciado condicional en el sentido de que si... entonces las
creencias de percepción y de recuerdo son generalmente ver
daderas es una verdad necesaria.
¿Cuál ha de ser el antecedente de ese condicional? Shoema
ker dice que “se sigue de la posibilidad lógica de que alguien
sepa algo acerca del mundo que las creencias de percepción y
de recuerdo son generalmente verdaderas”,17 pero esto solo no
plantea dificultades para el escéptico que niega que podamos
saber algo acerca del mundo. El también insiste en la verdad
de ese condicional. No es ningún accidente que los que se in
teresan en la totalidad de nuestro conocimiento del m undo se
concentren en la percepción y, en m enor grado, en la memoria.
Así pues, en vez de ocuparse de las condiciones del conoci
miento, esos condicionales tienen que aseverar que la verdad de
lo que el escéptico duda o niega es una condición necesaria de
la significatividad de esa duda o esa negación. Pero hasta esto
podría no ser una refutación concluyente del escéptico. Si sola
mente una clase restringida de proposiciones está en cuestión,
el escéptico siempre estará en libertad de aceptar el argumento
y concluir que hablar de, digamos, la existencia continua de ob
jetos no percibidos no tiene en realidad sentido para nosotros.
Aunque no dijera y no necesitara decir esto desde el princi
pio, se vería forzado a ello por un argumento que confiara en
la verdad del principio de verificación. Lejos de refutar el es
cepticismo, esto lo haría más fuerte. No solamente seríamos
16 Ibid., p. 238.
17 Ibid., p. 235.
incapaces de saber si la proposición presuntamente expresada
por cierta forma de palabras es verdadera: ni siquiera enten
deríamos esas palabras.18 Un argumento anti-escéptico exitoso
tendrá que ser por lo tanto completamente general, y ocuparse
de las condiciones necesarias de que algo tenga senddo, no so
lamente de la significatividad de esta o aquella clase restringida
de proposiciones.
Más aún, no será suficiente ocuparse simplemente de todo el
lenguaje como es ahora. DavidPears describió las conclusiones de
los argumentos de Strawson como “necesidades condicionales”
en el sentido de que tal-y-cual es necesario si hemos de pensar
y hablar como lo hacemos.59 Pero incluso si tales condiciona
les son verdaderos, el convencionalista todavía está en libertad
de afirm ar que no se ha dado ninguna justificación “teórica”
para nuestra aceptación de las proposiciones que el escéptico
duda o niega, puesto que podríamos simplemente abandonar
nuestras maneras actuales de pensar y hablar (de las cuales
son condiciones necesarias) y adoptar otras (de las cuales no
lo son). Los argumentos trascendentales tienen que rendir más
que “necesidades condicionales” en este sentido —tienen que
volver imposibles estas réplicas escépticas y convencionalistas.
Kant pensó que sus pruebas trascendentales servían de un
modo singular tanto contra el escepticismo como contra el con
vencionalismo porque sus conclusiones eran sintéticas y podían
ser conocidas a priori. Se muestra que tienen este carácter me
diante un argumento trascendental que prueba que la verdad
de su conclusión es una condición necesaria de que haya una ex
periencia o pensamiento en absoluto. Si la conclusión no fuera
verdadera, no podría haber ninguna experiencia que estable
ciera su falsedad Para Kant, las pruebas de que tal-y-cual es
una condición necesaria del pensamiento o la experiencia en
PETER HACKER
1
El escéptico que aparece en la filosofía m oderna como esa tradi
cional béte noire de la epistemología, es un descendiente directo
de la metafísica cartesiana. Muchos escritores de teoría del co
nocimiento han colocado al escéptico en el centro del escenario
desempeñando el papel de villano del drama filosófico. Esto
puede prestarse a confusiones. El escéptico es un hombre de
paja, un personaje que no tiene poder alguno y que no debe ser
confundido con un malin genie que nos convertirá en auténti
cos pirrónicos si no logramos conjurar su espíritu. Afirmamos
con razón que conocemos la existencia de particulares obje
tivos, incluyendo otras personas. Conocemos verdades acerca
del pasado y acerca del futuro. ¿Cómo justificamos estas tesis
cognoscitivas? La función del escéptico es cuestionar la cone
xión entre premisas y conclusión, entre la evidencia y lo que
la sustenta. Pero si lo que le interesa son los enlaces de infe
rencia, ¿cuáles son las premisas que acepta, si acepta alguna?
El escéptico niega nuestra conclusión, es decir, nuestras tesis
cognoscitivas, y sostiene que a lo sumo podemos tener opinión
verdadera, mas no conocimiento. Pero ¿cuáles son los puntos
de partida que admite? La mejor manera de responder a esto
es regresar a Descartes.
El escéptico que desafía a Descartes logra poner en duda
todas las afirmaciones cognoscitivas referentes a particulares
objetivos. Pero respecto de los contenidos de la propia men
te de Descartes, su desafío es impotente. En efecto, la mente
conoce con certeza los “pensamientos” que ocurren en ella.
Los pensamientos cartesianos constituyen las bases del conoci
miento empírico. Puedo equivocarme respecto de si realmente
existe la luz que veo, el ruido que oigo o el calor que siento.
Pero no puedo equivocarme respecto de mi “pensamiento” de
que me parece que veo luz, oigo ruido y siento calor.8 Sé que
me parece que veo (oigo, gusto, siento, huelo) una cosa u otra
simplemente porque así me lo parece. En mi apreciación sub
jetiva no hay lugar para el error tal y como no lo hay para la
evidencia. Hay muchas dificultades en la doctrina cartesiana de
los pensamientos.9 En lugar de explorar la exégesis y crítica car
tesiana, procederé más bien a reconstruir una descripción de
las teorías epistemológicas resultantes del rechazo de la teodi
cea cartesiana (la cual permite a Descartes llenar el vacío entre
los pensamientos y las afirmaciones referentes a los objetos par
ticulares) y de la aceptación de la doctrina del conocimiento
inmediato de los pensamientos.
Justificamos nuestras afirmaciones cognoscitivas acerca del
mundo objetivo por referencia a la evidencia. Cada fragmento
de evidencia que se produce puede, a su vez, ser puesto a prue
ba. En nuestra cadena de justificaciones podemos retroceder
II
Kant sostuvo que hay dos clases de argumentos que pueden em
plearse en la refutación del escéptico: los argumentos críticos
o trascendentales y los argumentos dogmáticos. La variedad de
los argumentos dogmáticos sin duda se ha incrementado des
de la época de Kant. Si embargo, es interesante advertir que
algunas de las objeciones fundamentales que se han hecho a
ellos fueron planteadas muy claramente por Kant mismo. En
efecto, él consideró que la única m anera de responder al escep
ticismo era mediante alguna clase de argumento crítico. Los
argumentos dogmáticos son extrafilosóficamente legítimos, en
el sentido de que son los patrones de inferencia que, cuando
se emplean correctamente, proporcionan conocimiento empí
rico. Pero no son capaces de desarrollar la tarea que se requiere
de ellos en el contexto del debate filosófico con el escéptico,
puesto que no se justifican a sí mismos.
Uno de los métodos actualmente en boga para combatir el
escepticismo, es presentar con toda claridad cúales son nues
tros criterios de evidencia. Estos criterios de razonamiento, o
de comprobación empírica, son precisamente nuestros criterios
últimos por referencia a los cuales se establece todo nuestro
conocimiento empírico del mundo objetivo. Está claro que no
puede haber parámetros ulteriores por referencia a los cuales
se justifiquen nuestros parámetros últimos. Por consiguiente,
la exigencia del escéptico de una justificación ulterior equivale
a ladrar a la luna. Este método está ejemplificado en el examen
del “análisis descriptivo" que hace Ayer y que utiliza amplia
mente en The Problem of Knowledge. De este modo, escribe que
III
Kant trabajó arduamente para elucidar su térm ino técnico “tras
cendental”. Dicho brevemente, el conocimiento trascendental
equivale al conocimiento de las condiciones necesarias de con-
ceptualización de la experiencia. Las necesidades descubiertas
se atribuyen a las exigencias de la receptividad y la espontanei
dad, y se limitan a las inteligencias discursivas. El conocimiento
trascendental es anterior a la experiencia en el senddo de que
es conocimiento de las condiciones en virtud de las cuales la
experiencia misma (i e., el conocimiento de los objetos de la
percepción sensible) es posible. En uno de los múltiples inten
tos de definir el conocimiento trascendental, Kant afirm a que
éste es “todo conocimiento que se ocupa, no tanto de los obje
tos, cuanto de nuestro modo de conocerlos, en cuanto que tal
m odo ha de ser posible a priori”.22
Hemos visto que el problema relativo al escéptico ha de con
cebirse como un desafío a justificar nuestra pretensión de saber
a priori que el conocimiento de la experiencia subjetiva ba
jo ciertas condiciones especificables, legitima las pretensiones
del conocimiento de particulares objetivos. La afirmación de
que tal conocimiento es a posteriori, en que consiste la tercera
estrategia dogmática, es incorrecta. La afirmación igualmente
dogmática según la cual dicho conocimiento trascendental pue
de establecerse argumentando a partir de meros conceptos, es
rechazada explícitamente por Kant. Ningún juicio sintético ob
jetivamente válido puede derivarse directamente de conceptos.
Más bien,
IV
Ahora podemos regresar a nuestra discusión inicial para ver
cómo un argumento trascendental difiere de un argumento
verificacionista. El verificacionista, en efecto, arguye que la
falsedad de la tesis escéptica según la cual es imposible en
principio saber si nuestros enunciados acerca de particulares
objetivos son o no verdaderos, es una condición necesaria de
la significatividad de tales enunciados, y por consiguiente, una
condición necesaria para que la tesis tenga sentido. Pero el es
céptico puede aceptar esto tranquilamente. Por supuesto, los
enunciados sobre particulares objetivos son hipótesis “que tras
cienden toda posible experiencia. ¿Cómo podría tal hipótesis
estar respaldada por el significado?”.24 Lejos de refutar al es
cepticismo, esto lo refuerza. La especificación verificacionista
de las condiciones de significatividad de una clase restringida
' 1 Wittgenstein, The Blue and Brown Boohs, England, 1958, p. 48. La misma
línea tic argumentación es desarrollada brillantemente por Stroud: op. cit.,
p. 251. Supra, p. 106.
de enunciados deja al escéptico en libertad para rechazar la to
talidad de la clase y mantener a la vez intactos los enunciados
privilegiados acerca de la experiencia subjetiva. Más aún, pa
recería que los argumentos trascendentales sólo proporcionan
necesidades condicionales de nuestras formas de pensamien
to actuales.25 Pero un convencionalista radical puede sostener
que podemos adoptar distintas formas de pensamiento para las
cuales no se sostienen estas supuestas necesidades.
Para cerrar por completo el caso en contra de la asimilación
de los argumentos trascendentales al verificacionismo, deberán
responderse entonces tres preguntas. (1) ¿Cómo se distingue
el argumento trascendental contra el escéptico del argumento
verificacionista? (2) ¿Puede el escéptico dar acomodo al ar
gumento trascendental con la misma tranquilidad con la que
acepta el argumento verificacionista? (3) ¿Permite el carácter
condicional del argumento trascendental que traza una cone
xión conceptual entre la experiencia interna y la externa, que
se dé una réplica convencionalista?
No necesitamos seguir al verificacionista y afirm ar simple
mente que la falsedad de las tesis escépticas es una condición
necesaria de su significatividad. Lo que sugeriríamos es que si
la pretensión del escéptico es verdadera, entonces sus otras pre
tensiones, especialmente la de saber cómo le parece que son las
cosas, se tornan por ello sin sentido. El escéptico puede negar la
posibilidad de conocer los objetos, pero no puede afirm ar que
conoce la naturaleza de su experiencia interna y simultáneamen
te negar que su conocimiento de su experiencia interna es jamás
una evidencia suficientemente buena para permitirle conocer
cómo son realmente las cosas. Una condición necesaria de la
significatividad de “sé que me parece que percibo que a es P"
es precisamente que esta proposición sea necesariamente bue
na evidencia de que a sea P. Someter la experiencia perceptual
subjetiva bajo conceptos generales exige que las experiencias
así conceptualizadas constituyan bases adecuadas para la apli
cación de aquellos conceptos generales a objetos particulares
independientemente existentes, concebidos como objetos de
esas experiencias. El escéptico podría aceptar el argumento
1. Observaciones introductorias
El uso del término “naturalismo” es elástico. El hecho de que
se haya aplicado a la obra de filósofos que tienen tan poco en
común como Hume y Spinoza basta para sugerir que hay una
distinción que trazar entre diversas variedades de naturalismo.
[En otro texto], trazaré yo mismo una distinción entre las dos
principales variedades, dentro de las cuales hay subvariedades.
De las dos principales variedades, una podría llamarse natura
lismo estricto o reductivo (o, tal vez, naturalismo duro). La otra
podría llamarse naturalismo católico o liberal (o, tal vez, natura
lismo suave). Uso aquí las palabras “católico” y “liberal” en su
sentido más amplio, no en sus sentidos específicamente religio
so o político; nada de lo que digo incidirá directamente en la
religión o la filosofía de la religión o en la política o la filosofía
política.
Cada una de estas dos variedades generales de naturalismo
serán vistas por sus respectivos críticos como aptas para llevar a
la aberración intelectual a quienes las aceptan. Q uien sostenga
2. Escepticismo tradicional
7 “La razón es y debe ser sólo la esclava de las pasiones y nunca puede
pretender tener otro oficio que no sea el de servirlas y obedecerlas”, Tratado
sobre la naturaleza humana, Libro II, seción 3, edición Selby-Bigge, p. 415. (Las
traducciones al español de los pasajes del Tratado citados están hechas direc
tamente de la edición inglesa citada y las referencias a páginas en las notas al
pie que siguen corresponden a dicha edición. [Ai. de la T.])
el final del Libro I, limita las pretensiones que tiene la razón
de ser ella quien determina la formación de creencias relativas
a cuestiones de hecho y de existencia. Señala que todos los ar
gumentos que apoyan la postura escéptica y, de manera similar,
lodos los argumentos en contra de ella, son totalmente ociosos.
El asunto que quiere destacar es realmente un asunto muy senci
llo: sean cuales fueren los argumentos que puedan elaborar los
contendientes de un lado o del otro, sencillamente no podemos
evitar creer en la existencia de los cuerpos y no podemos evitar
formar creencias y expectativas que concuerden en términos
generales con los cánones básicos de la inducción. Podría ha
ber añadido, aunque no discutió la cuestión, que la creencia en
la existencia de otra gente (y, así, de otras mentes) es igualmente
inevitable. Hume expresa regularmente su idea refiriéndose a
la Naturaleza que no nos deja ninguna opción en estos asun
tos, sino que “mediante una necesidad absoluta e incontrolable”
nos determina “a juzgar, así como nos determina a respirar y a
sentir”. Al hablar de ese escepticismo total que, argumentando
a partir de la falibilidad del juicio humano, tendería a socavar
toda creencia y opinión, dice: “Quien sea que haya hecho el
esfuerzo de refutar las lucubraciones de este escepticismo total
ha debatido sin tener un antagonista y ha procurado establecer
mediante argumentos una facultad que la Naturaleza ha implan
tado de antemano en la mente y ha convertido en inevitable”.8
Prosigue señalando que lo que vale para el caso del escepticis
mo total también vale para el caso del escepticismo relativo a
la existencia de los cuerpos. Incluso el que profesa el escepticis
mo “tiene que asentir al principio concerniente a la existencia
del cuerpo, aunque no pueda pretender mantener su veracidad
mediante ningún argumento filosófico”, pues “la naturaleza no
ha dejado esto a su elección e indudablemente ha estimado que
este es un asunto demasiado importante para ser confiado a
nuestros razonamientos y a nuestras especulaciones inciertas.”
Por lo tanto, “es vano preguntar ¿hay acaso cuerpo o no lo hay?
Este es un asunto que tenemos que dar por sentado en todos
nuestros razonamientos.”9
* Ibid., p. 183 .
<J Ibid., p. 187.
Aquí interpolo algunas observaciones que no vienen estric
tamente a cuento para el objetivo presente, pero que vienen
muy a cuento si uno considera la cuestión del propio Hume.
Hume compara la pregunta vana, iHay acaso cuerpo o no lo hay?,
con otra pregunta que él dice que “podemos perfectamente pre
guntar”, a saber, ¿Qué causas nos inducen a creer en la existencia
del cuerpo?, con lo que parece anticipar el program a de Quine
para una “epistemología naturalizada”. Pero a esto sigue, en
Hume, lo que parece ser una inconsistencia asombrosa entre
el principio y la práctica; pues, después de haber dicho que la
existencia del cuerpo es un asunto que tenemos que dar por
sentado en todos nuestros razonamientos, de manera notoria
él no lo da por sentado en los razonamientos que dedica a la
cuestión causal. Tales razonamientos, en verdad, apuntan céle
bremente a una conclusión escéptica. Luego, como él mismo
es el primero en reconocer,10 hay una tensión no resuelta en la
postura de Hume (una tensión que nos puede recordar de al
guna manera la tensión entre el realismo empírico de Kant y su
idealismo trascendental). Podríamos hablar de dos Humes: Hu
me el escéptico y Hume el naturalista; en donde el naturalismo
de Hume, tal como fue ilustrado en los pasajes anteriormente
citados, aparece como una especie de refugio a su escepticismo.
Un exponente de un naturalismo más cabal podría aceptar la
pregunta, ¿Qué causas tíos inducen a creer en la existencia del cuer
po? como una pregunta que podemos perfectamente preguntar,
que se refiere a la psicología empírica, al estudio del desarrollo
infantil; pero lo haría con la expectativa justificada de que las
respuestas a tal pregunta dieran por sentada la existencia de los
cuerpos.
Hume, entonces, podemos decir, está preparado para acep
tar y tolerar una distinción entre dos niveles de pensamiento: el
nivel del pensamiento filosóficamente crítico, que no nos puede
ofrecer ninguna seguridad en contra del escepticismo, y el nivel
del pensamiento empírico cotidiano en el que las pretensiones
del pensamiento crítico son completamente derrotadas y supri
midas por la Naturaleza, por un ineludible compromiso natural
con la creencia: con la creencia en la existencia del cuerpo y
4. Hume y Wittgenstein
Al introducir esta manera de tratar el escepticismo, asocié el
nombre de Wittgenstein con el de Hume. Tengo en mente prin
cipalmente las notas de Wittgenstein sobre la certeza en On
Certainty.ll Como Hume, Wittgenstein distingue entre aque
llas cosas —aquellas proposiciones—que pueden cuestionarse y
decidirse a la luz de la razón y la experiencia, y aquellas que no,
las que están, como él dice, “exentas de duda”. Hay por supues
to diferencias entre Hume y Wittgenstein. No encontramos en
Wittgenstein, por ejemplo, ninguna repetición explícita de la
apelación tan explícita de Hume a la Naturaleza. Pero, como
veremos, las semejanzas, e incluso los ecos, son más notables
que las diferencias. Antes que nada, hay en la obra de Wittgen
stein, como en la de Hume, la distinción entre, por una parte,
“aquello que es vano” convertir en un tema de indagación, lo
que, como dice Hume, “tenemos que dar por sentado en todos
nuestros razonamientos” y lo que, por la otra, es genuinamente
tema de indagación.
Wittgenstein tiene una multitud de frases para explicar es
ta antítesis. Así, habla de una clase de convicción o creencia
como "más allá de estar justificada o injustificada; como si fuera
como algo animal” (359);12 aquí podemos encontrar un eco de
la apelación de Hume a la Naturaleza y, más aún, de la obser
vación de Hume de que “la creencia es más propiamente un
6. Tres citas
Vis-á-vis el escepticismo tradicional, entonces, propongo que
adoptemos, al menos de manera provisional (y todo es provi
sional en filosofía), la postura naturalista. Y, tal vez, dado que
hemos acoplado a Wittgenstein con Hume al caracterizar e ilus
trar esta postura, deberíamos darle un calificativo al nombre;
dado que Hume habla sólo de la Naturaleza en donde Wittgen
stein habla de los juegos de lenguaje que aprendemos desde
la niñez, es decir, en un contexto social, deberíamos llamarla
no simplemente “naturalismo”, sino “naturalismo social”. Sea
cual fuere el nombre, puedo quizás ilustrar el rompimiento que
significa su adopción con otras actitudes con la ayuda de dos
citas: la prim era proveniente del más grande de los filósofos
modernos, la segunda, de un filósofo cuyo derecho al respeto
es menos considerable, pero que, sin embargo, me parece que
está en lo correcto sobre esta cuestión.
En el Prefacio a la segunda edición de la Critica de la razón
pura (Bxl), dice Kant: “siempre es un escándalo para la filosofía
y para la razón universal humana el no admitir la existencia de
las cosas fuera de nosotros [... ] sino por fe y, si a alguien se le
ocurre ponerla en duda, no poder presentarle ninguna prueba
satisfactoria”.
En El Ser y el Tiempo (1.6, párrafo 43) Heidegger replica: “El
‘escándalo para la filosofía’ no consiste en que siga faltando
hasta ahora esta prueba, sino en que se esperen y se intenten sin
cesar semejantes pruebas."
Para completar esta breve serie de citas, aquí tenemos una,
de Wittgenstein nuevamente, que resume las cosas limpiamente
desde el punto de vista naturalista o naturalista social: “Es tan
difícil encontrar el comienzo. O, mejor aún: es difícil comenzar
en el comienzo. Y no tratar de ir aún más atrás.” (471)
Tratar de enfrentar el desafío escéptico, de cualquier manera,
mediante cualquier estilo de argumento, es tratar de ir aún más
atrás. Si hemos de comenzar en el comienzo, tenemos, al igual
que nuestro naturalista, que negam os a aceptar el desafío.
7. Historicismo: y el pasado
Pero ahora, como sugiere el primer pensamiento —por oposi
ción a lo que él llama el mejor pensamiento—que trae a nuestra
mente la cita de Wittgenstein, surge la pregunta: ¿En dónde es
tá exactamente el comienzo? En otras palabras, ¿cuáles son esos
rasgos estructurales de nuestro esquema conceptual, los rasgos
del armazón, que tienen que considerarse tanto incuestiona
bles como más allá de toda validación, pero que se prestan, no
obstante, para la clase de tratamiento filosófico que yo he su
gerido y que podría llamarse “análisis conectivo”? Hume, en el
Libro I de su Tratado, se concentra, como vimos, en dos de esos
rasgos: el hábito de la inducción y la creencia en la existencia
de los cuerpos, del mundo físico. Wittgenstein parece ofrecer,
o sugerir, una colección más diversificada, aunque mitiga la di
versificación mediante el elemento dinámico que introduce en
su modo de representar las cosas, lo que permite el cambio:
algunas cosas que en algún momento, o en algún contexto o
relación, pueden tener el status de rasgos del armazón, incues
tionables o más allá de toda prueba, pueden en otros momentos,
o en otro contexto o relación, convertirse en cuestionables o in
cluso ser rechazadas; otras son fijas e inalterables. Una parte,
aunque no la totalidad, de la explicación de lo que puede pare
cer borroso o insatisfactorio en el tratamiento de Wittgenstein
en On Ceriainty es que está peleando en más de un frente. No
sólo está interesado en el armazón común de los sistemas de
creencia humanos en general. También está interesado en indi
car cómo se pueden representar realistamente los sistemas de
creencias individuales-, y dentro de esa representación se tiene
que dar cabida a lo que pudieran ser proposiciones locales e
idiosincrásicas (tales como, “Me llamo Ludwig Wittgenstein”)
como elementos del sistema de creencias de un individuo y que,
para él, no son ni fundadas ni sujetas a cuestionamiento. Pero,
obviamente, ninguna proposición tal forma parte del armazón
común de los sistemas de creencia humana en general.
Pero ahora podría sugerirse que —aun cuando hiciéramos a
un lado el asunto de los sistemas individuales de creencia—el
hecho de que Wittgenstein admita un elemento dinámico en
el sistema de creencias colectivo pone en cuestión todo el enfo
que. Anteriormente se mencionó el ejemplo desafortunado de
la convicción de que nadie ha estado tan lejos de la superfi
cie de la Tierra como la Luna. Uno puede concebir creencias
de mayor envergadura. Ciertamente la visión geocéntrica del
universo —o por lo menos de lo que ahora llamamos el sistema
solar—formó en algún momento parte del armazón del pensa
miento humano en su totalidad. O, también, alguna forma del
mito de la creación. O alguna forma de animismo. Si nuestro
“marco de referencia”, para usar la frase de Wittgenstein, pue
de sobrellevar revoluciones tan radicales como la copernicana
(la verdadera revolución copernicana, no la kantiana), ¿por qué
habríamos de suponer que algo sea “fijo e inalterable”? Y si
desechamos ese supuesto, ¿acaso no tenemos que aceptar tran-
quitamente que hay que amoldar nuestra metafísica para que
juegue un papel más modesto —histórico o historicista—, más
o menos en el espíritu de Gollingwood,15 quien declaró que la
metafísica era por cierto esencialmente un estudio histórico, el
intento de explicitar lo que él llamó las “presuposiciones abso
lutas” de la ciencia del momento? La verdad metafísica sería
relativa a las épocas históricas. La desrelativización podría lo
grarse sólo asignando explícitamente su sitio histórico a cada
sistema de presuposiciones. (“En tal y cual época era absolu
tamente presupuesto q u e... ” o “Hoy en día es absolutamente
presupuesto q u e... ”).
De hecho, no hay ninguna razón por la que la metafísica de
biera someterse mansamente a esta clase de presión historicista.
La m anera humana de ver el mundo está por supuesto sujeta a
cambios. Pero sigue siendo una manera humana de ver el mundo:
una visión de un mundo de objetos físicos (los cuerpos) en el
espacio y en el tiempo que incluye observadores humanos capa
ces de realizar acciones y de adquirir e im partir conocimientos
(y errores) acerca de sí mismos, de los demás y de cualquier
otra cosa que se encuentre en la naturaleza. Todo esto que for
ma parte de una concepción constante, de lo que, en palabras
de Wittgenstein, “no está sujeto a alteración o sólo a una alteración
imperceptible", es lo que se abandona con la m era idea de que la
manera humana de ver el mundo sufre alteraciones históricas.
Concuerda con la extrema aversión de Wittgenstein, en su
trabajo tardío, a tratar de manera sistemática las cuestiones,
el hecho de que nunca trató de especificar cuáles aspectos de
nuestra visión del mundo, de nuestro marco de referencia, “no
están sujetos a la alteración o sólo a una alteración impercepti
ble”; con cuáles aspectos estamos humana o naturalmente tan
profundamente comprometidos que se mantienen firmes, y que
podemos confiar en que se mantengan firmes, a través de to
das las revoluciones del pensamiento científico o del desarrollo
social. Hasta el momento se han mencionado específicamente,
o han sido tratados con cierta amplitud, sólo aquellos aspec
tos que tienen pertinencia para ciertos problemas escépticos
16 Cf. Michael Dummett, “The Reality o f the Past”, en Truth and Other
Enigmas, Duckworth, Londres, 1978.
pertinente que determina la cuestión en aquellos casos que es
tán dentro de los límites de lo que alcanzan (o que se sabe que
pueden alcanzar) nuestros recuerdos o algunas pruebas que los
confirm en o los falsifiquen concluyentemente; pero no admite
que haya ningún hecho pertinente que determine la cuestión
en los otros casos. Sólo aquellas preguntas sobre el pasado que
podemos responder (o que podemos colocarnos en la situación
de responder) tienen respuestas, verdaderas o falsas. (Un heri
do de muerte por esta concepción es la lógica estándar —a la
que se le quita la ley del tercero excluido.) Se puede dedicar
una gran sutileza argumentativa tanto para presentar esta con
cepción como para tratar de refutarla. Mi interés presente no
es contestar con argumentos, sino sugerir, nuevamente, que los
argumentos en cualquiera de las dos direcciones son ociosos, ya
que la creencia en la realidad y el carácter determinado del pa
sado es parte de aquel armazón general de creecias con las que
estamos inevitablemente comprometidos, como la creencia en
la existencia de objetos físicos y la práctica inductiva de formar
creencias. Ciertamente sería difícil separar de aquella concep
ción del pasado la concepción que tenemos de los objetos y
nuestra aceptación de creencias formadas inductivamente. To
das forman parte de nuestra metafísica natural cuyos elementos
se apoyan mutuamente. Estamos igualmente complacidos de re
conocer, con el poeta, que muchísimas flores nacen para abrirse
sin ser vistas y, con el metafísico naturalista, que muchísimos
hechos históricos están destinados a permanecer inverificados
e inverificables por las generaciones subsecuentes.
MANFRED BAUM
' P. F. Strawson, The Bounds of Sense, Londres, 1966, pp. 118 y s. [hay
traducción castellana].
4 Pero Cf. Bounds. . ., pp. 23 y 28, en que la intención que aquí se critica
queda atribuida al propio Kant.
•r> “The Impossibility o f Transcendental Deductions”, en: Kanl-Studies To
day, L. W. Beck (comp.), La Salle, 111., 1969, pp. 230-244. Ver supra.
del esquema conceptual con que contamos para la identifica
ción de particulares, se sigue que los cuerpos materiales deben
ser los particulares básicos” (p. 40). No es muy fácil señalar
qué es lo trascendental en este argumento, pero lo tomo como
sigue: uno puede decir cuáles son los objetos fundamentales
(de nuestra experiencia), si ellos tienen que cumplir las condi
ciones sólo bajo las cuales es posible para nosotros identificar
objetos (es decir, un determinado esquema conceptual). Pero la
afirmación decisiva está aún por venir. Según Strawson, no es
el caso que, por un lado, un esquema conceptual plantee cierto
problema con la identificación de objetos, mientras que, por
otro lado, ciertos objetos materiales hagan posible resolver el
problema (al cumplir las condiciones para la identificación de
objetos). En lugar de esto, dice Strawson, “el problema existe
sólo porque la solución es posible. Lo mismo pasa con todos los
argumentos trascendentales” (p. 40). Ello debe significar que
sólo porque siempre hemos sido capaces de identificar objetos
materiales, es posible investigar las condiciones bajo las cuales
podemos hacerlo (a saber, cierto esquema conceptual). Si te
nemos esto en mente al leer el libro de Strawson sobre Kant y
buscamos allí una línea paralela de pensamiento, la hallamos,
por ejemplo, en su descripción de lo que es una “investigación
trascendental” (p. 18). Su objeto es “la estructura conceptual
que está presupuesta en toda investigación empírica” o, dicho
en otras palabras, es una “teoría de la experiencia”, en el sentido
de que examina las condiciones de cualquier experiencia posi
ble mediante un método apriori (p. 18). En su “Recapitulación
general” de la primera Crítica, Strawson presenta el concepto
de “síntesis” como el fundamental para la deducción de las ca
tegorías. No obstante, rechaza este concepto porque tanto él
como su correlato, la creencia en datos sensoriales inconexos
que serían los materiales sobre los cuales el proceso de síntesis
se ejecuta, pertenecen a un modelo idealista de explicación del
conocimiento —es decir, a una “psicología trascendental” que
no puede pretender ser verdadera. Pues si los datos inconexos y
la síntesis son condiciones previas del conocimiento empírico,
ellos mismos no pueden conocerse empíricamente. Sólo queda,
entonces, una ruta por la que puede mostrarse que la deducción
de las categorías es un argumento viable: consiste en tomar la
deducción como un análisis del concepto de experiencia en ge
neral, para mostrar “que cierta objetividad y cierta unidad son
condiciones necesarias de la unidad de la experiencia” (p. 31
y ss.). Este argumento es “estrictamente analítico” {Cf. pp. 32,
73).6
A partir de estas pocas observaciones sobre el enfoque de
Strawson, queda en claro en qué sentido la argumentación de
Kant es un “argumento trascendental”: (1) Strawson piensa que
es preciso reconstruir la teoría kantiana sobre las condiciones de
cualquier experiencia posible como un argumento que es analí
tico, porque primeramente supone el concepto de experiencia
en general, y luego se pregunta qué es lo que lo hace posible.
(2) Que la experiencia sea posible es algo que se desprende del
hecho (evidente y, por tanto, silenciado) de que ella existe, cosa
que al parecer sabríamos empíricamente —a diferencia de los
factores previos antes mencionados, que supuestamente hacen
posible la experiencia. En conjunto, ambas suposiciones signi
fican que el problema de la identificación de objetos ciertos de
experiencia, mediante un determinado esquema conceptual, es
tá siempre resuelto de antemano.
Kórner comparte estas dos presuposiciones de Strawson en
su interpretación de Kant. No es injusto, pues, presentar breve
mente su objeción a los argumentos trascendentales, sin entrar
en mayores detalles de la interpretación de Strawson. Pero la
objeción de Kórner está dirigida contra Kant mismo, por lo que
él habla de “deducciones trascendentales”, no de “argumentos
trascendentales”. La objeción es muy simple: si las categorías, o
los principios que de ellas se derivan, no son solamente condi
ciones suficientes, sino también necesarias para la posibilidad
de la experiencia, entonces además de su aptitud para explicar
9 Esta objeción fue propuesta por Adickes en: Die Deutsche Philosophie in
Selbstdarstellungen, Leipzig, 1921, Vol. 2, p. 10.
10 Ésta es la objeción de F. A. Lange en su Geschichte des Materialismos,
Leipzig, 1902, Vol. 2, p. 131.
sólo puede entendérsela adecuadamente tomándola como res
puesta a la pregunta por la posibilidad de la metafísica —o más
precisamente, de la ontología. Es para contestar esta pregunta
para lo que necesitamos apoyarnos en pruebas trascendentales,
pruebas cuya finalidad es establecer conocimiento trascenden
tal. La posibilidad de la experiencia depende, para Kant, de
este conocimiento cuasi-ontológico.
hacia una condición, sino por referencia a tesis que pertenecen a los capítulos
sobre el esquematismo y la Deducción de las categorías.
15 Aquí falla la traducción de Kemp Smith.
objetivas de las apariencias y las combinaciones subjetivas de
nuestras percepciones. Además, este concepto debe tener un ob
jeto, es decir, es necesariamente válido, porque por medio suyo
se concibe una característica formal del tiempo: su sucesión su
jeta a reglas (irreversible), la cual es una condición de todas las
apariencias al ser la forma del sentido interno del sujeto cog-
noscente (mientras ya la Deducción de las categorías muestra
cómo es posible el tiempo como intuición formal). Por tanto,
todos los objetos que son eventos en el tiempo se encuentran
inmersos en relaciones causales. Los juicios empíricos acerca
de cuáles son los eventos y cuál sea la causa por la que ocurren,
sólo pueden ser verdaderos porque debe haber causas y efectos
entre los objetos del conocimiento empírico en general.
Así, la ley causal es una proposición trascendental porque
predica de una clase de objetos, los eventos, la condición que
no contiene su concepto y bajo la cual pueden ser objetos de
nuestro conocimiento. La prueba de la ley causal es trascen
dental, porque no contiene más que la determinación de un
objeto en general como un evento, de acuerdo con este con
cepto. En otras palabras, el fundamento de la prueba es que
la objetividad de los eventos en nuestra experiencia es posible
sólo al estar determinados causalmente. El conocimiento de un
evento contiene una verdad empírica posible tan sólo porque
en nuestra experiencia necesariamente hay un objeto adecuado
al concepto de un evento. Y ésta es una verdad trascendental.
(B) La Deducción de las categorías es también una prueba tras
cendental. Lo que en ella debe demostrarse es que necesaria
mente hay objetos que corresponden a las categorías. Puesto
que la Estética Trascendental establece que toda intuición a la que
podemos tener acceso es sensible, los objetos de las categorías
sólo pueden ser apariencias y su conocimiento no puede ser más
que experiencia. Por lo tanto, es correcto decir que la Deducción
de las categorías muestra que sólo de los objetos de la experien
cia podemos saber que corresponden a estos conceptos. Sin
embargo, la prueba sólo indirectamente es una deducción de
la posibilidad de la experiencia. Las categorías hateen posible
únicamente experiencia y ningún otro tipo de conocimiento de
objetos, como consecuencia de su pretensión específica de ser
conocimiento a priori', es decir, que ellas son conceptos de una
clase tal, que o bien su verdad puede mostrarse a priori respec
to de sus objetos, o bien no puede mostrarse en absoluto. Las
proposiciones donde las categorías funcionan como predicados
tienen, si acaso, una validez universal y necesaria para sus ob
jetos. Si los únicos candidatos posibles para ser estos objetos
son los de la experiencia, la Deducción de las categorías tiene la
obligación de probar que los objetos de la experiencia sólo son
posibles si las categorías valen para ellos.
La prueba de las Analogías de la experiencia utiliza el concepto
de experiencia posible en forma muy distinta que la Deducción
de las categorías. En aquella prueba se muestra que para el
conocimiento empírico de ciertos objetos, la percepción es in
suficiente y, por consiguiente, se requieren las categorías. Esto
presupone que es posible tal experiencia de dichos objetos, y
sólo se pregunta cuáles son los conceptos (i.e., las condiciones)
mediante los cuales ella es posible, tomando en cuenta la in
suficiencia de la percepción para esta tarea. Por otro lado, en
la Deducción de las categorías se muestra que sin las categorías
no hay objetos concebibles a cuyo conocimiento podamos as
pirar; las categorías son, pues, objetivamente necesarias para
todo nuestro conocimiento de objetos. Que este conocimiento
es conocimiento de apariencias y, por tanto, experiencia, se si
gue del carácter a priori de las categorías y del conocimiento
que de ellas se deriva, es decir, de su validez universal y necesa
ria. Por medio de las categorías puedo anticipar la experiencia;
es decir, el entendimiento puede dictar a priori la ley a la que
deben sujetarse los objetos de esta experiencia. La Deducción
de las categorías muestra, pues, cómo la misma posibilidad de
la experiencia está constituida a priori por las operaciones del
entendimiento (y por las formas de la intuición, espacio y tiem
po). Desde luego que cualquier experiencia particular se basa
en las condiciones generales de la posibilidad de la experien
cia. Pero en la Deducción de las categorías esta posibilidad de la
experiencia no es algo cuyas condiciones se estén investigando;
antes bien, es la respuesta a la pregunta sobre el conocimiento
(sintético) a priori que somos capaces de alcanzar.16
18 Puesto que ello apunta a una derivación de las formas del juicio, no
entiendo por qué Patzig dice, contra K. Reich: “Kant no dice siquiera que
sea posible derivar las formas del juicio de este principio fundamental.” Cf. J.
Speck (comp.), Grundprobleme dergrossen Philosophen. Philosopkú der Neuzeit II.,
Gotinga 1976, p. 51.
una posición determinada a p rio ri en el espacio y el tiempo. La
naturaleza, en cuanto totalidad de las apariencias, es una rela
ción ordenada de éstas en el espacio y el tiempo, que sólo las
categorías hacen posible.
La proposición trascendental en esta parte ha sido: los ob
jetos de una intuición no intelectual, o de todas nuestras in
tuiciones que están condicionadas por el espacio y el tiempo,
están determinadas por las categorías. La verdad de esta propo
sición quedó asentada por una prueba trascendental, que sólo
demuestra acerca de su objeto aquello que le pertenece, sintéti
camente, de acuerdo con su concepto. El concepto en este caso
ha sido el “objeto de nuestro conocimiento empírico en gene
ral”, o mejor, la naturaleza como la unidad colectiva de todos
los objetos de la experiencia (apariencias). Se muestra que este
objeto debe estar determinado por las categorías para respon
der al requerimiento de la “objetividad en general”, que es y
debe ser válido para todo entendimiento pensante como tal.
(C) La tercera clase de proposición trascendental y su prueba
pueden tratarse muy brevemente. No todas las cosas en gene
ral, pero sí todos los objetos de los sentidos, es decir, todas
las apariencias, están en el espacio y el tiempo. Esta proposi
ción afirma algo acerca de sus objetos, las apariencias, que su
concepto no contiene, pero que sin embargo les pertenece co
mo tales. Como proposición trascendental, ella afirma que es
esencial para las apariencias hallarse en el espacio y el tiempo,
porque de no hacerlo sería imposible que fueran objetos de los
sentidos. Ahora bien, la “Exposición m etafísica" de las caracterís
ticas fundamentales del espacio y el tiempo muestra que ambos
hacen referencia a p rio ri a los objetos de la experiencia qua apa
riencias, sin haber sido abstraídos de estos objetos. El resultado
de su “Exposición trascendental" es que el espacio y el tiempo
subyacen a p rio ri a todas las apariencias de los sentidos externo
e interno, respectivamente, puesto que ellos son las formas de
la intuición sensible. Por esta razón se establece asimismo que
los objetos que pueden representarse en el espacio y el tiempo
son meras apariencias. La deducción del espacio y el tiempo,
es decir, la prueba de su validez objetiva, es, pues, una prueba
trascendental. Ella muestra que todas las apariencias, como ta
les, están necesariamente en el espacio y el tiempo, pues de lo
contrario no podrían ser los objetos de nuestros sentidos, cosa
que son según su concepto.
Se ha mostrado que las tres clases de prueba trascendental
responden a los requerimientos de una prueba trascendental en
general. Para poder tomarse la Crítica de la razón pura como una
“metafísica de la metafísica”, hay que interpretarla de una mane
ra que parece extremadamente escolástica. Pero sólo leyéndola
de este modo se consigue evitar los círculos y las tautologías
que son inherentes a una teoría de la experiencia efectiva y que
habrían de conducirnos al escepticismo. Las dificultades de la
solución de Kant a los problemas del conocimiento metafísi-
co, es decir, sintético a priori, son verdaderamente grandes. No
deberíamos incrementarlas con una mala comprensión de sus
problemas.
Alguien que piense que sus propios estados internos son la base
de todo el resto de su conocimiento y creencias puede pregun
tarse cómo algo puede estar firm emente construido sobre ese
fundamento. No necesita realmente dudar que su propio edi
ficio esté firmemente cimentado, aunque puede simular tener
dudas sobre eso a fin de pensar cómo podrían resolverse si efec
tivamente las tuviera.
Esta persona es un ‘escéptico cartesiano’, lo que implica que
no es escéptico en absoluto. No le han afectado aquellas toscas
maniobras inglesas como la protesta de Locke de que “nadie
puede ser en serio tan escéptico”, o aquella otra en la que
Moore levanta la mano como prueba de que hay un objeto fí
sico. Semejante fanfarronería intelectual es improcedente para
una indagación seria sobre cómo se relacionan los fundamentos
epistémicos con la superestructura epistémica.
La respuesta de Locke fue que “Hay un mundo externo” es
una buena hipótesis explicativa: él pensaba que la teoría de que
hay un mundo externo ofrece la mejor explicación de diversos
hechos acerca de mis estados internos. Por ejemplo, del hecho
Una teoría puede ser superior a otra por ser más simple, más
poderosa o ambas cosas, y esa base para com parar dos teorías
no apela a ningún otro rango de hechos pertinentes. Si no tene
mos acceso a ningún otro rango de hechos pertinentes, parece
que tenemos que basar nuestras preferencias teóricas en con
sideraciones de poder y simplicidad. También parece que en
tal caso el único fundamento que podemos tener para aceptar
una teoría dada es precisamente que es superior en poder y
economía a cualquier explicación rival conocida de los mismos
datos.
Considero que eso es componente de una explicación am
pliamente aceptada de lo que nos autoriza a aceptar teorías de
alto nivel en la física. Algún elemento restringido de una teoría
de alto nivel puede defenderse sobre la base de que ciertos he
chos lo hacen probable o verosímil, pero esos 'hechos’ tienen
que implicar otros trozos de teoría de alto nivel que se estén
dando por sentados. Si lo que está en cuestión es todo el nivel
de la teoría que concierne a elementos subatómicos, digamos,
la única manera como podemos defenderla es mostrando cómo
nos ayuda con los datos de nivel inferior, y especialmente cómo
facilita las predicciones de nivel inferior. Junto con la teoría de
alto nivel aceptamos muchos condicionales que corren hacia
arriba y hacia abajo entre los dos niveles; esto crea rutas infe-
renciales de alto nivel que van de algunos enunciados de bajo
nivel a otros, y, sin ir más allá, estas rutas pueden ser útiles. Por
ejemplo, alguien que piensa que la bomba H que ha hecho está
en buenas condiciones de funcionamiento, se mueve de algu
nos hechos observados a una predicción acerca de otros hechos
observados, y no podría hacer esto fácilmente excepto pasando
por la teoría física abstracta. Y parece que ésa es toda nuestra
justificación para aceptar ese nivel de teoría —es decir, que or
ganiza para nosotros los niveles inferiores mejor que cualquier
rival conocido.
¿Eso hace que la teoría de alto nivel sea genuinamente ex
plicativa? Bueno, es explicativa en el sentido de que confiere
unidad conceptual en el nivel inferior, y por lo tanto facilita
las predicciones, ayuda a la memoria y produce satisfacción in
telectual. Al parecer ésa es toda la explicatividad que le sería
posible tener. Pero es natural querer algo más: nos inclinamos
a pensar que una teoría genuinamente explicativa no tiene que
ser solamente útil, sino también verdadera. Tiene que discu
tirse brevemente el contraste entre la utilidad y la verdad, que
contiene resonancias de la disputa entre el ‘instrumentalismo’
y el ‘realismo’.
Sea T una teoría que al organizar conceptualmente ciertos
datos, lo hace bien, y de hecho mejor que cualquier teoría rival
conocida. La idea de que T puede sin embargo no ser verdade
ra podría concretarse de cualquiera de tres maneras. (1) Quizá
el espacio lógico contenga una teoría que organiza datos pa
sados y presentes incluso mejor que T, pero es una teoría que
no hemos concebido. (2) Quizá haya algunos datos disponibles
—datos que tendríamos si actuáramos de ciertas maneras—que,
al añadirse a todos los datos que sí tenemos, podrían mostrar
que T es inferior a algún rival en simplicidad, en poder o en
ambos. (3) Quizá en el futuro tendremos datos que, al añadir
se a los datos que tenemos ahora, mostrarán que T es inferior
a algún rival. La idea de que una teoría meramente útil pue
de no ser verdadera podría alimentarse de cualquiera de esas
fuentes, esto es, dándose cuenta de que podría encontrarse un
rival superior mediante un esfuerzo intelectual, quizá en com
binación con un esfuerzo experimental o con el puro paso del
tiempo. No puede haber nada en contra de un ‘realismo’ que
nos recuerde estas posibilidades y que someta toda teoría ac
tualmente aceptada a la idea ‘escéptica’ de que una teoría rival
superior podría desplazarla.
Permanece, sin embargo, la clase más fuerte de ‘realismo’,
que sostiene que incluso si una teoría T es de hecho supe
rior a cualquier rival que pudiera concebirse en relación con
cualesquiera datos que se vayan a encontrar o que se puedan
encontrar, puede plantearse todavía la pregunta de si la teoría
es verdadera. Esto implica la siguiente idea: ‘Quizá los principios
reales que gobiernan la realidad sean de alguna m anera menos
simples y abarcadores que las regularidades que aparecen ante
nosotros o que podemos encontrar dejando que el tiempo pase
y mediante un esfuerzo experimental.’ Alguien que nos pidiera
tomar seriamente en consideración esa idea debería explicar
qué quiere decir con que una teoría sea ‘verdadera’, o cómo
supone que ‘los principios que realmente gobiernan el univer
so’ son conceptualmente diferentes de ‘las regularidades que se
encuentran o podrían encontrarse en nuestra experiencia del
universo’. Como no creo que pueda explicarlo coherentemente,
pienso que este ‘realismo’ fuerte, y su ‘escepticismo’ asociado,
son incoherentes. Pero no insistiré en ello.
3. Verificacionism o
7. La búsqueda de fuerza
8. Un dilema
Incluso si pudiera demostrarse que el autoconocimiento requie
re el uso de conceptos objetivos, esto es, que requiere la creencia
razonable de que hay un mundo externo, aún podríamos pre
guntarnos cómo ayuda esto en el problema al que se enfrenta el
inquisidor cartesiano, el problema que Locke trató de resolver.
La pregunta podría expresarse así: incluso si un autoconoce-
dor tiene que creer que hay un mundo externo, sigue en pie la
pregunta de si hay un mundo tal. Podemos tener un argumento
trascendental que “muestre que los referentes de los conceptos
en cuestión no son meramente ficciones útiles. Pero, a pesar
de lo que muestre un argumento semejante, aún pueden ser
ficciones, así sean ficciones indispensables” (Tlumak, p. 263;
véanse también Ayer, pp. 105-109, y Smith, pp. 165-168). Pero
me parece que es difícil trabajar con esa formulación: pone al
inquisidor escéptico en la posición de tener que decir ‘Creo que
P, pero ¿es realmente verdad que P?’; y esa pregunta ligeramen
te peculiar plantea temas que prefiero no abordar aquí.
Un dilema proporciona una mejor formulación de lo que es
esencialmente el mismo tema. Nuestro inquisidor cartesiano es
tá pidiendo las credenciales de la teoría de que hay un mundo
externo; pero ¿cómo interpreta esto? ¿Acaso (a) interpreta la teo
ría de una manera verificacionista, de tal modo que su verdad
pudiera estar suficientemente garantizada por hechos acerca
de lo bien que organiza conceptualmente sus estados internos?
¿O más bien (b) la interpreta de una m anera realista trascen
dental, de tal modo que el hecho de que sea más económica
y poderosa que cualquier teoría rival posible no implique lógi
camente que es verdadera? El dilema es éste: si (a) acepta el
verificacionismo, entonces eso le da una justificación razonada
para aceptar la teoría del mundo externo, y no hay necesidad
de ningún argumento trascendental; pero si (b) tiene un enten
dimiento realista trascendental de la teoría del mundo externo,
entonces los argumentos trascendentales no podrán hacer nada
para ayudarlo con su inquisición. La tesis a favor de (a) es obvia.
La tesis a favor de (b) depende del hecho de que los argumen
tos trascendentales sólo puedan dem ostrar conclusiones en el
sentido de que si alguien tiene autoconocimiento entonces él
tiene que satisfacer ciertas condiciones; así que un mundo ex
terno puede entrar en escena sólo mediante inferencia a partir
de proposiciones acerca del autoconocedor. Entonces parece
que no hay esperanza de mostrar que un autoconocedor tenga
que habitar un mundo externo a menos que ‘Hay un mundo
externo’ se interprete de una manera verificacionista. Una in
terpretación semejante fue a todas luces esencial al argumento
que presenté anteriormente en la sección 6.
He allí, pues, el problema: parece que (a) si se acepta una
posición verificacionista no se necesitan argumentos trascen
dentales para ayudar al inquisidor cartesiano, y (b) si no se
acepta entonces los argumentos trascendentales no pueden ayu
darlo. Una vez discutí (a), pero (b) parece haber escapado a mi
atención (Bennett, § 52); y (b) pero no (a) fue explícitamente
señalada por Williams en una observación acerca de “la insis
tencia de Kant en que sus argumentos trascendentales daban
conocimiento de cómo tenían que ser las cosas sólo porque las
cosas no eran cosas en sí mismas” (Williams, p. 218). Fue Stroud
quien combinó los dos incisos para generar un argumento a fa
vor de la conclusión de que los argumentos trascendentales no
pueden tener ninguna función válida al responder inquisicio
nes escépticas acerca de lo bien fundada que está la creencia en
un reino objetivo.
Stroud, más que aseverar sus conclusiones, las sugiere; y,
estrictamente hablando, se dirige no a los argumentos trascen
dentales en general, sino sólo a ciertos destacados ejemplos
recientes. Creo, sin embargo, que podría haber abierto una red
más extensa interpretando ‘verificacionismo’ de una manera
más amplia que como lo hace casi todo el tiempo. Trataré de
explicarme.
El artículo de Stroud hace principalmente hincapié sobre
una clase algo limitada de verificacionismo que supone afir
maciones de la forma ‘x tiene sentido sólo si P’, basadas en
un principio de verificación que establece las condiciones ne
cesarias para la inteligibilidad. Cada argumento trascendental
que Stroud discute parece, en efecto, emplear tal principio, y
en cada caso es discutible que la clase pertinente de escepti
cismo pueda satisfacerse sólo con el principio de verificación
apropiado, si este último es correcto. Así que sobre esta base
Stroud puede, en efecto, generar un dilema con el cual con
frontar esos argumentos trascendentales. Pero eso difícilmente
le plantea dificultades al argumento que presenté en la sección
6. Ese argumento depende de una tesis acerca de lo que ha
ce honesto o no ocioso a un concepto; pero sugiero que sería
forzado e inexacto llamar a eso un ‘principio de verificación’.
Sin embargo, hay una manera más amplia de interpretar el
‘verificacionismo’, a saber, como la tesis de que no hay una
cuestión coherente relativa a la verdad de una teoría por enci
ma de todas las cuestiones relativa a su éxito comparativo en la
unificación conceptual de los datos que le corresponden. Mi ar
gumento de la sección 6 es ‘verificacionista’ en ese sentido: su
conclusión fue una proposición acerca de cómo un autocono
cedor (con un concepto de su pasado) tiene que conceptualizar
sus estados internos, y por lo tanto fue acerca del mundo exter
no sólo en una interpretación ‘verificacionista’ de enunciados
acerca del mundo externo. Además, no entiendo cómo algún
argumento trascendental podría ser ni siquiera p rim a facie im
portante para las inquisiciones escépticas, a menos que fuera
‘verificacionista’ en este sentido amplio.
En el artículo de Stroud y en una parte de la bibliografía
subsecuente predomina la interpretación más limitada del ‘ve
rificacionismo’. Es, por ejemplo, el único fundamento posible
para poner este trabajo de Stroud, como hace Rorty (1971, p. 4),
en la misma categoría que la discusión de Judith Jarvis Thom
son sobre un argumento del lenguaje privado (Thomson, p. 29).
La interpretación más amplia del ‘verificacionismo’ también es
tá presente en el artículo de Stroud, como observa Goldman
(pp. 106-107), pero su papel es más bien callado y discreto; y,
en particular, no se usa explícitamente para generar el dilema
más amplio que desafía la importancia de todo argumento tras
cendental para el escepticismo. Ese dilema más amplio es ahora
lo único que me interesa.
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que muestra que sus dudas son irreales porque “equivalen al
rechazo de la totalidad del esquema conceptual que es el único
dentro del cual esas dudas pueden tener sentido”.7 La idea es
que el escéptico debilita su propia postura, quedándose con el
dilema de aceptar la creencia que buscó cuestionar o abando
nar cualquier pretensión de inteligibilidad. Esto es injusto para
el escéptico típico, ya que no capta el meollo de su reto. Muy
pocos escépticos hacen algún intento serio de negar nuestras
creencias ordinarias acerca de objetos materiales, otras men
tes, el pasado, etc.; como Hume, com parten con el vulgo sus
creencias acerca de esas cosas y lo que cuestionan es que tales
creencias estén justificadas.6 Por lo tanto, hay poco valor en un
argumento cuyo único objetivo es obligar al escéptico a aceptar
tal creencia, ya que de todos modos él generalmente la acepta.
Lo que se requiere es un argumento que le muestre que dicha
creencia está justificada. Esto era lo que los argumentos tras
cendentales —incluyendo los strawsonianos—parecían ofrecer;
y por ello parecían señalar un camino por donde la epistemo
logía podría avanzar.
Es común describir a los escépticos como si negaran que te
nemos conocimiento acerca de esto o aquello, o acerca del mundo
en general; y a veces se piensa que pueden ser rebatidos exa
minando el uso ordinario de la palabra “conocimiento". Si esto
fuera correcto, recurrir a los argumentos trascendentales sería
del todo innecesario. Se alega que, tal como usamos ordinaria
mente la palabra “conocimiento”, las creencias de las que duda
el escéptico pueden considerarse como casos claros de conoci
miento. Muchos de los que siguen esta línea sostienen que una
creencia no requiere estar justificada para ser conocimiento,
siempre y cuando tenga la adecuada relación causal o contra-
I
Si un argumento trascendental ha de servir en contra del es
céptico, tiene que empezar con premisas que el escéptico no
discuta; y si ha de convencerlo de que su conclusión no sólo es
cierta sino justificada, tienen que ser premisas que acepte como
justificadas (o que no necesiten justificación, que para nuestros
propósitos es lo mismo). Al escéptico se le concibe como al
guien que plantea dudas epistemológicas siempre que puede,
por lo que no es fácil encontrar premisas satisfactorias.
Los argumentos trascendentales tradicionalmente empiezan
con la premisa de que hay por lo menos alguna experiencia o
algún conocimiento. Para ser un punto de partida aceptable,
“conocimiento” no debe tomarse de m anera que implique una
petición de principio; en particular, no debe suponerse que te
nemos conocimiento del mundo externo, ya que ésta es una de
las cosas de las que con frecuencia dudan los escépticos. Lo que
usualmente se quiere decir, sin embargo, es sólo que tenemos
algún conocimiento de algo —bastará que digamos que conoce
mos el contenido de nuestros propios pensamientos. Incluso los
escépticos admitirán que a veces podemos tener conocimiento
acerca de dichos contenidos e incluso los escépticos admitirán
que tenemos experiencia. Cualquiera que pusiera en duda estas
afirmaciones o sugiriera que carecen de justificación, adopta
ría ciertamente una posición especialmente poco atractiva; para
poder formular sus pensamientos, él tiene que ser consciente
de sus experiencias (aunque puede ser un asunto más complejo
saber si tiene que ser consciente de sí mismo como sujeto de
dichas experiencias). No es que sea imposible negar lo anterior
—en un sentido es posible negar cualquier cosa; pero sería de-
notadamente perverso y lo colocaría fuera del alcance de todo
argumento serio. Si algo puede estar de alguna manera jus
tificado, son estas premisas. Es cierto que el escéptico podría
tratar de rechazar por completo la noción de justificación, pero
éste es un argumento menos atractivo de lo que podría parecer,
ya que a menos que acepte que las premisas de un argumento
pueden justificar su conclusión, se vuelve inmune a cualquier
tipo de argumento. No es un defecto de los argumentos tras
cendentales que no convenzan a alguien que es inmune a la
argumentación.
En años recientes, la moda ha sido usar, en cambio, la premi
sa de que hay lenguaje. Si lo que se entiende por esto es que hay
pensamiento inteligible —pensamiento con contenido—esto es
tan poco excepcional como las premisas más tradicionales y por
la misma razón. Si se entiende algo más —por ejemplo, que hay
un sistema de comunicación complejo que puede expresarse
públicamente con sonidos—el escéptico tendrá algo que obje
tar. Ocasionalmente se ha pensado que utilizar premisas como
“Estoy hablando ahora español” o “Estas son palabras españo
las” sería adecuado, ya que estas oraciones son verdaderas cada
vez que son proferidas. Pero ésta es una confusión. El hecho de
que una oración pueda ser verdadera siempre que es proferida
no la hace en ningún sentido indubitable, y es perfectamente
posible no'estar seguro de qué idioma esté uno hablando (o
incluso poner en cuestión la existencia de sistemas de comuni
cación complejos).
Algunos argumentos trascendentales no empiezan con la
premisa escueta de que hay experiencia, conocimiento o lengua
je, sino con la premisa de que hay experiencia, conocimiento o
lenguaje de algún tipo muy general. Las premisas de este tipo
también pueden ser inmunes a la duda. Si alguien pretendiera
dudar de que la experiencia contiene más de una representa
ción o de que está ordenada en un aparente orden temporal,
no podríamos entender lo que tiene en mente, ni podríamos
ver lo que busca si nos pide más justificación. Se podría decir
que lo mismo sucede con descripciones mucho más específicas
del contenido de la conciencia de alguien y muchos filósofos
le darían un status similar a mis creencias acerca de cómo me
parece que son las cosas ahora. Sin embargo, nada de esto está
libre de discusión, y no debe preocuparnos, ya que los llama
dos argumentos trascendentales comienzan con premisas más
generales que éstas. O bien parten simplemente de la afirma
ción de que hay conocimiento o experiencia o lenguaje, o bien
de que hay conocimiento, experiencia o lenguaje de algún ti
po general que está fuera de dudas escépticas. Si ello significa
que no hay una línea clara que divida a los argumentos trascen
dentales de los que dan condiciones para tener experiencias
con algún contenido específico, esto no es necesariamente algo
malo. Kant mismo, y otros que lo han seguido, insistirían en
que hay una clara línea divisoria porque el contenido específi
co de la experiencia sólo puede conocerse a posteriori, mientras
que las características generales relevantes son en un sentido a
priori —un asunto estructural. Esta cuestión es compleja, pero
para nuestros intereses actuales no debe preocuparnos; basta
con que nos percatemos de ella y la pasemos de largo.
Para concluir algo del hecho de que hay experiencia, cono
cimiento o lenguaje —o experiencia, conocimiento o lenguaje
de un tipo general apropiado—, un argumento trascendental
requiere una segunda premisa, que deberá tener una forma
condicional. Para ofrecernos la conclusión antiescéptica desea
da, debe decir que si la prim era premisa es verdadera, entonces
la conclusión lo es; en otras palabras, la verdad de la conclusión
es una condición necesaria de la de la premisa, o, en una ter
minología más kantiana, una condición de su posibilidad. Esta
segunda premisa también debe ser aceptada por el escéptico,
no sólo como verdadera sino como justificada {o como no ne
cesitada de más justificación). Esto hace que sea natural pensar
que sea analítica, ya que los escépticos normalmente plantean
dudas acerca de condicionales empíricos y de necesidades no
analíticas. Los argumentos trascendentales también buscan evi
tar apoyarse en condicionales empíricos por otra razón, a saber,
porque son argumentos filosóficos que no investigan cómo son
las cosas, sino cómo tienen que ser si la experiencia (etc.) ha
de ser posible; y los kantianos a menudo esperan que sus con
clusiones sean sintéticas y a priori, lo que sería imposible si
dependieran de una premisa empírica.
Algunos de los defensores de los argumentos trascendenta
les han dejado muy en claro que no intentan que sus premisas
condicionales sean analíticas. Un poco más adelante regresa
ré a la pregunta de qué status alternativo pueden tener estas
premisas. Pero si han de ser analíticas nos topamos con dos
dificultades prima facie. En este caso, los argumentos trascen
dentales serían piezas de análisis conceptual y puede objetarse
que el concepto de experiencia (etc.) es demasiado vago e im
preciso para obtener de este modo conclusiones interesantes, a
menos que hagamos tram pa y las incluyamos subrepticiamente
en el concepto desde un inicio. También puede cuestionarse el
status analítico de dichas proposiciones. Una proposición ana
lítica es una aplicación de una ley lógica, ¿pero acaso las leyes
lógicas merecen la posición privilegiada, la inmunidad a la du
da, que a m enudo se les atribuye?
La prim era de estas dificultades no es muy seria, al menos
en principio. Adelantándonos al examen de los detalles de los
argumentos, no hay razón para suponer que los conceptos de
experiencia, conocimiento y lenguaje son más vagos o impreci
sos que otros conceptos de los cuales pueden hacerse análisis
satisfactorios. Puede decirse, claro está, que el análisis concep
tual nunca lleva a ningún lado porque cualquier análisis que
fuera informativo tendría que ser erróneo —la llamada “parado
ja del análisis”; pero esto se basa en el supuesto de que siempre
nos queda claro lo que contienen nuestros conceptos, un su
puesto que se ha mostrado que es equivocado por el éxito del
análisis conceptual en la filosofía, la lógica y las matemáticas.
En la práctica, por supuesto, el hecho de que no nos quede
claro lo que condenen nuestros conceptos hace que el análisis
conceptual sea un asunto difícil, aquí y en otros lados. Cuando
un filósofo sostiene que no puede haber experiencia a menos
que se dé cierta condición y otro afirma que puede describir de
manera consistente la experiencia sin tal condición, es fácil sim
patizar con la frustración que esto puede provocar en relación
con el prospecto de llegar a algún lado; como lo es com partir
el sentimiento de que es difícil poder alguna vez estar seguro
de que algo es una condición analíticamente necesaria para la
experiencia, ya que siempre habrá circunstancias raras que uno
no ha pensado, en las que, quizá, pueda haber algo reconocible
como experiencia sin esa condición. Pero éstas son dificultades
prácticas y no de principio, y, en realidad, no son más serias
aquí de lo que son en cualquier otra rama del análisis concep
tual. Muchas veces es difícil ver lo que contiene un concepto,
pero no es imposible, ni tampoco tenemos que examinar todos
los casos raros en los que el concepto podría aplicarse. Una vez
que está claro (para tomar un ejemplo muy elemental) que los
solteros tienen que ser no casados, no hay necesidad de pensar
más acerca de circunstancias peculiares: ya sabemos cómo van
a ser manejadas.
A prim era vista, la segunda objeción tampoco es muy seria,
aunque no sólo afecte a la segunda premisa, sino a la regla de
inferencia usada para llegar a la conclusión. Cuando buscamos
convencer al escéptico, suponemos que acepta las reglas apro
piadas de inferencia (modus ponens), y alguien que fuera tan
lejos como para rechazar una regla tan básica haría su posi
ción irrebatible, a costa de restarle interés —como alguien que
no acepta que hay experiencia. No tendría caso discutir con
él. Pero al mismo tiempo, él no- podría discutir con nosotros
ni convencernos de que lo escuchemos; a menos, quizá, que
discutiera indirectamente o intentara mostrarnos que nuestra
confianza en las reglas de inferencia lleva a incoherencias. Si se
equivocara en esto, sería posible mostrárselo, ya que él trataría
nuestras reglas de inferencia como si fueran válidas para des
arrollar su argumento. Si él estuviera en lo cierto, si nuestras
reglas básicas de inferencia llevan a la incoherencia, no habría
más que decir; el pensamiento racional estaría acabado.
Si el escéptico aceptara la regla de inferencia al grado de de
ducir la conclusión de las premisas, pero afirm ara que no está
justificado para hacerlo, no estaría en una mejor posición. Si
la argumentación es algo más que sólo un método para indu
cir a otros para que tengan una opinión —menos eficiente, por
cierto que la propaganda o el lavado de cerebro—, debe con
cederse que, al menos en algunos casos, un argumento puede
justificar su conclusión de manera exitosa, lo que no puede ha
cer ningún argumento a menos que estemos justificados para
basarnos en reglas tan básicas como el modus ponens y los prin
cipios elementales de la lógica. Es cierto que hacemos uso de
reglas de inferencia menos básicas (y más cuestionables), como,
por ejemplo, las que gobiernan la inferencia inductiva, pero no
es posible que nuestra confianza en ellas esté justificada si la
confianza en las reglas de la lógica elemental no lo estuviera,
ya que necesitamos la lógica elemental para hacer uso de cual
quiera de las reglas menos básicas.
De la misma manera, para que el escéptico pueda discutir
tiene que aceptar la premisa condicional como verdadera y jus
tificada, si la premisa condicional es realmente analítica —o más
bien, tendrá que aceptarla una vez que entienda los conceptos
involucrados y advierta, por lo tanto, su carácter analítico. En
tender los conceptos involucrados supondrá ver que la premisa
tiene una forma como ésta: “Si P y Q entonces P ”, y quien no
aceptara proposiciones como éstas sería tan inmune a la argu
mentación como el que rechaza el modus ponens, y por la misma
razón. La argumentación (a diferencia del mero desacuerdo)
requiere el uso del condicional y, por lo tanto, no es posible
argumentar con gente que no comparta con nosotros nuestra
confianza en los principios elementales que gobiernan el uso
del condicional. De manera más general, un escéptico que se
negara a aceptar —como verdaderas y justificadas—las leyes ló
gicas más elementales, pondría en duda las reglas básicas de
inferencia que hacen posible la argumentación misma. Dudar
acerca de si estas leyes son a priori -es otro asunto y puede ser
perfectamente razonable; lo que no puede dudarse razonable
mente es que son verdaderas y no requieren más justificación.
La excepción quizá sea el principio del tercio excluso: pero como
la lógica intuicionista no lo requiere, es natural pensar que no
tiene el carácter elemental del principio de no contradicción o
de la ley de que “Si P y P entonces Q, entonces Q”.
Debemos matizar lo anterior. Un escéptico con dudas acerca
de la generalidad puede aceptar como válidas cada una de las
instancias particulares de un modus ponens que se le ofrezcan y
rechazar como falsa cada proposición específica de la forma ‘P
y no P' y, sin embargo, tener dudas al suscribir las afirmaciones
universales que hacemos cuando decimos que para todos los
valores de P y Q si P y si P entonces Q entonces Q, y no a la
vez P y no P. Tales dudas podrían ser bastante inteligibles: no
nos impedirían discutir con él, ya que aceptaría los movimien
tos individuales que hiciéramos (si es que son válidos). Pero
dudas como éstas no deben preocuparnos en este contexto, ya
que el escéptico aceptaría las reglas de inferencia aplicadas en
un argumento trascendental y también la premisa condicional
(suponiendo todavía que dicha premisa sea analítica).
Un poco más preocupante sería que alguien aceptara el mo
dus ponens en una amplia gama de contextos pero se negara a
aceptarlo en otros, o sostuviera que si bien usualmente P y no
P no pueden ser verdaderos a la vez, hay ciertas áreas específi
cas en que pueden serlo o incluso deben serlo. Una vez conocí
a un filósofo ruso que, debido a su incomprensión de la dia
léctica (entre otras cosas), afirmaba que en algunas partes de
la matemática hay proposiciones autocontradictorias que son
estricta y literalmente verdaderas. También conocí a un físico
estadounidense que creía seriamente que las proposiciones au
tocontradictorias son verdaderas en Japón. Era perfectamente
posible discutir con estas personas acerca de otras cuestiones a
pesar de su rechazo de un principio lógico tan básico en su for
ma general; un rechazo deliberado y consciente y no eliminable
por un argumento lógico. (No se inmutarían, por ejemplo, por
la afirmación de que de una autocontradicción se sigue cual
quier cosa, ya que su lógica contenía reglas que impedirían esa
derivación en esos casos.)
Nuestra conclusión, por lo tanto, debe modificarse levemen
te, pero sólo levemente. Para que sea posible argumentar, es
necesario aceptar los principios lógicos más fundamentales co
mo verdaderos y justificados en tanto que se aplican en un
amplio rango de casos. Alguien que ponga limitaciones en los
contextos en los que va a aceptar un modusponens o el principio
de no contradicción, es muy probable que los acepte en casos
comunes. Si no lo hace, su rechazo parecerá arbitrario y poco
interesante; y —sobre todo— será imposible discutir con él en
esa área, aunque no lo sea en otras cuestiones, y eso nos da una
razón suficiente para no tomarlo en serio. Sabemos que al es
céptico que se niega a seguir nuestros argumentos nunca se le
puede sacar de su postura, pero no es esta clase de escepticismo
la que sentimos que nos presenta un problema.
II
Si el escéptico acepta que las premisas de un argumento trascen
dental son verdaderas y justificadas, y también acepta la regla
de inferencia, se va a ver obligado a aceptar su conclusión. Has
ta el momento, al menos, parece que no hay nada malo, en
principio, con la idea de un argumento trascendental, ya que
parece que hay premisas y reglas de inferencia que el escéptico
va a aceptar. Sin embargo, puede estimarse que si la segunda
premisa tiene que ser analítica, va a ser poco lo que podamos
m ostrar mediante dichos argumentos. ¿Debe ser analítica esta
segunda premisa?
Yo pienso, y lo he defendido en otra parte,9 que para Kant de
be serlo, ya que su escéptico sólo aceptaría una segunda premisa
analítica. Para Kant, las condiciones empíricas de la experiencia
no están en cuestión y si la segunda premisa no fuera analítica
tendría que ser sintética a priori-, pero el objetivo de Kant en
la Crítica es m ostrar que es posible el conocimiento sintético a
priori, y cómo lo es, sin presuponer que de hecho tenemos cono
cimiento de este tipo. De ningún modo están todos de acuerdo
III
Los argumentos trascendentales están diseñados para conven
cer a los escépticos. Pero convencer a alguien es algo distinto
de establecer conclusiones en abstracto. Los argumentos fun
cionan por tratar al escéptico como a una persona, como a un
participante en el debate; como tal, hay ciertas cosas que está
comprometido a aceptar (la realidad de la experiencia, la legiti
midad de los principios de los que depende la argumentación).
Pero entonces parece que de alguna m anera cae en un truco: el
argumento aprovecha su debilidad, su disposición a jugar nues
tro juego, y establece no que su conclusión esté justificada, sino
que no puede negar que lo está. Esto de ninguna m anera es lo
mismo. La solicitud de justificación está motivada por la opi
nión de que necesitamos una garantía de que los contenidos de
las mentes humanas y los principios del pensamiento humano
realmente corresponden con la m anera como de hecho son las
cosas en el m undo —una opinión que se expresa de la m anera
más gráfica en la hipótesis cartesiana del malin génie cuando és
ta se toma en su forma más radical. Descartes usa esta hipótesis
para sembrar una duda acerca de la realidad del m undo exter
no, pero también la lleva mucho más lejos y la usa para plantear
la posibilidad de que pueda estar engañado ‘incluso acerca de
las cosas que me parecían más manifiestas’ —incluyendo la ver
dad de los principios elementales de la lógica y la matemática.11
Y es que no es obvio que ‘esta pequeña agitación del cerebro
que llamamos pensamiento’12 deba funcionar de tal forma que
nos lleve a la verdad sobre la realidad. Es cierto que no tene
mos más alternativa que aceptar las proposiciones elementales
' r‘ Stroud, “The Allure o f Idealism”, Supp. Proc. Aristotelian Society, 1984,
pp. 243-258.
real es, de alguna manera, una función de nuestras creencias o,
al menos, una función de aquellas creencias que debemos tener
en condiciones ideales (que incluirían, por supuesto, todas las
creencias que debemos tener).16 Cualquier argumento que ofre
ciera el idealista, padecería la misma limitación que cualquier
otro argumento. Los argumentos de este ensayo, por supuesto,
también están sujetos a ella, y esto le produce otra dificultad al
idealista. He sostenido que un escéptico, como cualquier otra
persona, está obligado a aceptar ciertas cosas y que se le puede
mostrar, por lo tanto, que debe aceptar ciertas conclusiones y
quedar convencido de ellas si sigue sus propios principios. Esta
propuesta, a su vez, descansa sobre supuestos como las leyes
de la lógica. Ahora bien, el idealista piensa que tiene muy claro
qué es lo que debemos creer y pretende construir el m undo real
a partir de ello; pero debe partir de la convicción de que es re
almente verdadero que debamos creer tales cosas. ¿Pero es éste el
caso? Aunque no haya cometido ningún error y los argumentos
que he dado sean convincentes, se pueden aplicar a sí mismos.
He sostenido que, en algunos casos, todos debemos creer que
P es verdadera y justificada. Pero esta conclusión es poco cau
telosa. Lo que debí haber concluido es que todos debemos creer
que todos debemos creer que P es verdadera yjustificada. O ni
siquiera eso, sino que todos debemos creer que todos debemos
creer que todos debemos creer... etc., sin límite. El idealista
carece de una base sobre la que pueda iniciar su construcción.
Así como uno puede estar en el ánimo de suponer que no
es lo mismo mostrar que algo es verdadero y justificado y mos
trar que todos deben creerlo —una diferencia capturada p o r la
hipótesis del malin génie en su forma cartesiana más radical—,
uno puede estar en el ánimo de que esta idea es simplemente
absurda y que si se pueden ofrecer argumentos válidos que le
muestran incluso al escéptico que debe admitir algunas con
clusiones, entonces estas conclusiones han sido totalmente es
tablecidas. Este segundo estado de ánimo motiva la reacción
verificacionista y la idealista. Pero también puede motivar la
IV
Muchas discusiones sobre estos temas están oscurecidas por la
nebulosa noción de un esquema conceptual. ‘Nuestro esque
ma conceptual’ se toma, por lo general, como algo más que un
conjunto de conceptos y se incluyen en él principios de razona
miento, como las leyes de la lógica, el principio de inducción
y varios otros principios. Pero, por lo general, no se supone
que incluya todos los principios de razonamiento usados por
cualquiera. Algunos de ellos, por ejemplo, son meras supersti
ciones, como el que nos hace esperar mala suerte los viernes
trece, y son evidentemente inconsistentes con otros principios
(como el de inducción). Se supone que debemos dejarlos fuera
del esquema conceptual. Pero rara vez se nos aclara qué prin
cipios debemos dejar fuera y por qué.17
La oscuridad em peora si pensamos que nuestro esquema
conceptual es una especie de red en la que estamos enreda
17 Debe notarse, sin embargo, que esta crítica no puede dirigirse contra
Kórner, que tiene mucho cuidado en especificar justo lo que él considera que
es intrínseco a un esquema conceptual —o, com o él lo llama, a una estructura
categorial. Véase Kórner 1967; Categorial Frameworks, Basil Blackwell, Oxford,
1974, en especial el capítulo 1. Hay, no obstante, una cuidadosa respuesta a
Kórner hecha por Eva Schaper (“¿Son posibles las deducciones trascendenta
les?”, 1974. Ver supra).
dos y atrapados. Como hemos visto, necesitamos principios
básicos, como las leyes lógicas elementales, y si esto es todo lo
que quiere decir que no podemos salimos de nuestro esquema
conceptual, debe concederse que es obviamente cierto. Sin em
bargo, esto no implica que no podamos hacer preguntas acerca
del status de esas leyes lógicas de manera coherente, ni reco
nocer que nuestra creencia inevitable en ellas no implica que
sean verdaderas. Esto se debe a que cualquier entendimiento
plausible de lo que incorpora ‘nuestro esquema conceptual’,
incluye recursos conceptuales que nos permiten ir más allá del
esquema mismo y contrastarlo con la realidad que intenta for
mular y describir. Conceptos como los de verdad y realidad
están diseñados precisamente para ello y por poseerlos somos
capaces de considerar las enormes cuestiones metafísicas que
hemos discutido. Puede haber esquemas conceptuales que no
dispongan de estos recursos; quienes trabajaran con ellos no
podrían hacerse estas preguntas y, por lo mismo, carecerían de
los conceptos de realidad y verdad. (Podrían, sin embargo, te
ner nociones alternativas que les sirvieran para desenvolverse
en la vida cotidiana; lo que muestra que nuestra diferencia con
ellos se limita a que nosotros podemos considerar estas cuestio
nes metafísicas y ellos no podrían hacerlo.)
No sólo podemos formular preguntas grandiosas e irresolu
bles acerca de la naturaleza de la realidad; también podemos
formular preguntas resolubles acerca de cómo podría la reali
dad diferir del modo en el que ordinariamente la pensamos.
Si ‘nuestro esquema conceptual’ es internamente coherente e
incluye la mayoría de los conceptos y los principios poseídos
casi siempre por casi todos (o por los más sabios), puede servir
para determinar una descripción de cómo es el mundo, pero
aun así podemos preguntarnos qué alternativas son posibles
si suspendemos uno o más subconjuntos de nuestros princi
pios. Podemos, por ejemplo, imaginar que descartamos todos
los principios relativos a la inducción y a la formación de teorías,
o todos los principios de inferencia excepto las leyes básicas de
la lógica, y preguntar si alguna hipótesis es coherente con ellas.
Más interesante aún es preguntar si alguna propuesta acerca de
la naturaleza del mundo es consistente con la posibilidad de la
experiencia.
También somos bastante capaces de contemplar la posibili
dad de esquemas conceptuales alternativos al nuestro. Si (como
parece natural) la aceptación de la ley de no contr adicción en su
plena universalidad es un rasgo esencial de nuestro esquema,
ya hicimos lo anterior cuando consideramos las excentricidades
del físico estadounidense y del filósofo ruso. O, para dar otro
ejemplo, si la identificación de particulares espacio-temporales
fuera fundamental para nuestro esquema, esto no impediría
que consideráramos cómo podrían funcionar sistemas alterna
tivos de ubicación o sistemas que prescindieran del espacio o
del dempo. Se puede hacer mucha filosofía entretenida en esta
área y de hecho se hace. Y no hay nada particularmente mis
terioso acerca de cómo se hace. Lo que se hace es examinar si
trabajar con tales y cuales sistemas de conceptos y principios
sería compatible con la posibilidad de la experiencia.
Para pensar acerca de estas cosas debemos, por supuesto,
usar nuestros propios conceptos y principios de razonamiento,
pero una característica intrínseca de estos conceptos y princi
pios es que nos permiten reconocer sus límites y los nuestros, y
nos impulsan a plantearnos preguntas metafísicas irresolubles.
Kant estaba consciente de ello, pero algunos filósofos recientes
lo han perdido de vista. Quine, por ejempo, piensa que de
bemos rechazar las interrogantes metafísicas por incoherentes
y conformarnos con la estructura del conocimiento dada por
la ciencia, naturalizando incluso la epistemología para volverla
parte de la empresa científica.18 Pero si deseamos retener nues
tro esquema conceptual (como ciertamente lo desea Quine), no
tenemos ni siquiera la opción de dejar de plantear estas pregun
tas metafísicas, ya que surgen naturalmente de los conceptos
que poseemos.
Así como se generan preguntas irresolubles sobre la realidad
cuando planteamos la hipótesis de que podríamos estar total
mente equivocados acerca de todo, se generan del mismo m odo
preguntas irresolubles acerca de esquemas conceptuales alter
nativos. De acuerdo con la hipótesis del malin génie, podemos
estar enteramente equivocados acerca de qué esquemas alter
RICHARD E. AQUILA
II
La Deducción Trascendental de Kant contiene dos líneas ar
guméntales distintas aunque aparentemente relacionadas. Una
de ellas intenta establecer que una relación necesaria entre per
cepciones es una condición necesaria para el conocimiento de
los objetos empíricos (A 95-106/B 129-131). Resulta claro que
éste es un argumento que es trascendental con respecto a la
existencia empírica. En efecto, tal como los comentadores han
concordado por lo general, el argumento simplemente expresa
el principio del Idealismo Trascendental: el principio de que
las proposiciones acerca de la existencia misma de los objetos
empíricos implican proposiciones acerca de la existencia de rela
ciones necesarias entre percepciones (reales y /o posibles). Pero
la Deducción también contiene una segunda línea argumental
que transita de algún hecho acerca de una “unidad necesaria de
la conciencia”, una vez más, a la necesidad de una conexión ne
cesaria entre percepciones (A 106-110, 115-119/B 131-143).
Los comentadores no han sido claros en torno a la relación
entre estas dos líneas arguméntales ni acerca de la naturaleza
“trascendental" de la segunda de ellas.
Nueva York, 1962; reimpreso), pp. 251-252; Robert Paul Wolff, Kant’s Theory
of Mental Aclivity {Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1963), pp. 116,
119, 132, 161 y 187.
'' (^ .Jonathan Bennett, .Kími’.sArMÍ!y¿zí: (Cambridge University Press, Cam
bridge, 1966), pp. 131-132; Kemp Smith, Commentary, p. 252.
10 Cfr. A 362, ss. y el análisis que de este pasaje hace Wilfrid Selláis en
“ ‘. .. this I or he or it (the thing) which thinks... Proceedings and Addresses of
the American Philosphical Association, vol. XLIV (1970-1971), pp. 13-14.
que la existencia de los objetos empíricos es una condición ne
cesaria de una autoconciencia unitaria. Una vez hecho esto,
entonces Kant no necesita más que volver al argumento que
llevaba en prim er lugar del conocimiento de los objetos em
píricos a una relación necesaria entre percepciones.11 En esta
interpretación, por consiguiente, las dos líneas del argumento
no se relacionarían simplemente en virtud de conducir a la mis
ma conclusión. Más bien, su relación sería que la prim era en
realidad se halla contenida en la segunda. Aunque yo creo que
esta visión de la relación entre los dos argumentos es correcta,
la dificultad desde luego radica en establecer la premisa inicial.
Strawson intenta hacerlo del siguiente m odo:12
(cfr. ibid., p . 36). En tal caso, desde luego, el argumento se vuelve propiamente
trascendental con respecto al conocimiento empírico de los sucesos.
Cfr. Kórner, Kant, pp. 84-85; Kemp Smith, Commentary, p. 362; Stra
wson, TheBounds ofSense,j>. 129.
22 De hecho, el lenguaje de la primera edición sugiere esta lectura del ar
gumento en cuanto habla, no meramente de la necesidad de “representar”
la distinción entre coexistencia y sucesión, sino más bien de la necesidad
de determinar (bestimmen) cuál de los dos casos se encuentra más próximo
(A 182/B 225).
relación particular entre mis percepciones representajam ás una
buena razón para pensar que los objetos o estados percibidos
se encuentran unidos por esa relación. El que yo tenga concien
cia de percepciones sucesivas de un F y un G, por ejemplo, no
constituye un buen fundamento para creer que un G se ha pre
sentado después de un F. Así, el argumento de Kant se apoyaría
en alguna afirmación acerca de qué más debe saberse para que
yo tenga buenas razones para pensar, con base en mis percep
ciones, que ha ocurrido un suceso —para pensar, por ejemplo,
que ha empezado a exisdr un G en un momento particular—. Y
lo que se requiere —parece estar diciendo Kant—no es más que
la capacidad d é percibir que el G en cuestión es una forma de
alguna materia que existió en una forma distinta antes de ese
momento. En otras palabras, mientras que yo sólo percibo un
G en ti que antes no había percibido, no tengo ninguna razón
en absoluto para pensar que en ti ha empezado a existir un G.
Pero si antes de ti he percibido, no simplemente la ausencia de
un G, sino la presencia misma (en la forma de algún no-G) de la
materia que en ti consdtuye un G, entonces estoy finalmente
en posición de decir que sé, basándome en la percepción, que
un G ha empezado a existir en ti . En efecto, sólo entonces lo
que percibo me permite descartar la posibilidad de que lo que
percibí más tarde hubiera existido todo el tiempo sin ser per
cibido.23 Podría darse, entonces, un argumento paralelo para
el caso en que se sabe, con base en la percepción, que algún
objeto o estado ha dejado de existir en ti .
De este modo, el argumento de Kant parece asumir la si
guiente forma:
(1) Una condición necesaria para saber, con base en las per
cepciones sucesivas de un F y un G, que ha ocurrido un suceso
que involucra estos estados es saber que no podría haberse dado
ninguna percepciónde un G antes de que hubiera ocurrido la per
cepción de un F (o, por lo menos, que no podría haberse dado
ninguna percepción de un G antes de que pudiera haber ocurrido
la percepción de un H , donde, con base en la percepción, se sabe
que un H es simultáneo al F en cuestión).
(2) El que no pueda obtenerse ninguna percepción de un G
antes de que pueda obtenerse una percepción de un F implica que
no puede existir ningún G antes de que exista algún F, aunque no
a la inversa.
(3) Si un G sólo puede existir a condición de que ya exista un
F, pero un F podría existir antes que un G, entonces los G’s son
causalmente dependientes de los F ’s.
(4) En consecuencia, una condición necesaria para saber, con
base en percepciones sucesivas, que ha ocurrido un suceso es que
éste mismo se halle sujeto a una regla causal.
III
Como he señalado, hay una explicación corriente de la suposi
ción kantiana de que ciertas proposiciones son sintéticas aun
que conocidas a priori. Según dicha explicación, esas proposi
ciones sólo involucran un análisis (parcial) por parte de Kant
de ciertos conceptos interpretados en términos fenomenalistas,
tales como el concepto de yo o el de suceso. Sólo que Kant las
trata erróneam ente como proposiciones sintéticas porque ve
que no involucran un análisis de dichos conceptos cuando a
éstos no se les interpreta en términos fenomenalistas. Ya dije
antes que resulta difícil creer que el error de Kant pudiera ha
ber sido tan obvio como sostiene la explicación común. Ahora
bien, yo creo que ha quedado demostrado que esta explicación
de hecho es incorrecta. En efecto, la m era distinción entre un
enfoque “dogmáticamente” realista del concepto de yo o de
suceso y un enfoque “trascendentalmente” idealista de los mis
mos conceptos en realidad no proporciona una comprensión
del razonamiento de Kant en los argumentos en cuestión. Lo
Que Kant fue capaz de inferir por error que los G’s siguen necesaria
mente a los F's a partir de que los G’s no pueden ocurrir antes que los F's lo
sugiere, por ejemplo, su argumento de que, com o los momentos posteriores
del tiempo no pueden preceder a los anteriores, el avance de lo anterior a lo
posterior es un “avance necesario” (A 194/B 239).
que Kant necesita en los argumentos considerados es, en parti
cular, una suposición sobre ciertas condiciones necesarias para
el conocimiento de los yos o sucesos fenoménicos que no son sim
plemente esas condiciones, puesto que éstas son también con
diciones para que algo sea un yo o un suceso fenoménico. En
otras palabras, sin consideraciones que son “trascendentales”
con respecto al conocimiento empírico pero no con respecto
a la existencia empírica, Kant no pudo haber pensado que sus
argumentos tuvieran alguna fuerza.
Si todo quedara aquí, empero, no nos hallaríamos en me
jo r posición, en relación con el argumento de Kant, que en
la que nos había dejado la explicación corriente, pues aún no
se habría esclarecido en absoluto por qué Kant no vio que las
proposiciones que trataba de establecer eran analíticas —en este
caso, analíticas en virtud del concepto de conocimiento empíri
co de cierto tipo de objeto o suceso—. Sin embargo, yo también
he sostenido, en prim er lugar, que los argumentos de Kant de
hecho requieren, además de una premisa trascendental con res
pecto al conocimiento empírico, una premisa trascendental con
respecto a la existencia empírica. Así que los argumentos de
Kant son “trascendentales” desde dos puntos de vista bastan
te distintos. Más aún, según he afirmado, el propio Kant no
tenía del todo clara la distinción entre los dos modos en que
un argumento puede ser trascendental. Por lo tanto, no sería
una sorpresa encontrarse con que Kant suele ser poco claro en
cuanto a qué premisas necesitan contener sus argumentos para
tener su fuerza peculiarmente “trascendental”, y esta falta de
claridad se refleja ampliamente en las interpretaciones conflic
tivas que los comentaristas han hecho de sus argumentos. No
obstante, justo la naturaleza peculiarmente “trascendental” de
los argumentos es lo que lleva a Kant a pensar que establecen
ciertas proposiciones sintéticas necesarias.
Considérese la conclusión de cada uno de los argumentos
que hemos examinado:
I
En la Crítica de la Razón Pura Kant intenta formular una refu
tación clara de un escepticismo cartesiano extremo acerca del
conocimiento de la existencia de los objetos físicos. Según este
punto de vista escéptico, uno no puede saber si existen obje
tos físicos, ya que no se pueden descartar algunas posibilidades
que, de ser el caso, implicarían que no hay objetos físicos. Pues
to que uno no puede saber que una posibilidad tal como la del
genio maligno cartesiano no es el caso, no se tiene el derecho
de pretender que se conoce la verdad de las proposiciones acer
ca de objetos físicos que serían falsas si tal posibilidad si fuera
el caso. El objetivo general de Kant es proporcionarnos una
refutación interna de dicho punto de vista, esto es, una refuta
ción que tome como punto de partida una premisa que forme
parte de la posición escéptica, o que el escéptico acepte. La
premisa crucial sería que uno es el sujeto de una experiencia
autoconsciente. Un examen de las condiciones de posibilidad
de la experiencia autoconsciente produciría el resultado de que
la existencia de los objetos físicos es una de tales condiciones.
Por lo tanto, la falsedad de la afirmación del escéptico de que
no conocemos la existencia de los objetos físicos se seguiría de
1 Uno podría preguntarse cómo Kant puede demostrar que si las catego
rías son aplicables necesariamente a la experiencia (de seres como nosotros), se
sigue que hay objetosfísicos que instancian dichas categorías. De m odo que uno
podría preguntarse si la Deducción estaba destinada a ser suficiente para de
mostrar que hay objetos. Podría parecer verosímil, entonces, que la intención
de Kant fuera probar- un resultado sobre el carácter de nuestra experiencia, el
cual tiene que ser combinado (éi lo reconocería) con alguna premisa adicional
con el fin de producir la conclusión de que hay objetos.
El presente trabajo se divide en dos partes. En la prim era
parte examinaré una reconstrucción de la estrategia antiescép
tica de Kant que se centra en la Deducción Trascendental. Esta
reconstrucción se debe a P. F. Strawson y a Richard Rorty ([12],
[6]). En la segunda parte examinaré un tipo alternativo de re
construcción que, a diferencia de la de Strawson y Rorty, subra
ya el papel que juegan las consideraciones temporales en los
argumentos trascendentales kantianos. (Tales consideraciones
son más claramente cruciales para la Refutación del Idealismo
que para la Deducción Trascendental.) El tipo de reconstruc
ción discutida en la segunda parte emplea lo que se podría
llamar una interpretación amplia de la autoconciencia, según la
cual la autoconciencia de alguna m anera supone el conocimien
to de experiencias temporalmente diversas. La reconstrucción
de Strawson-Rorty que discuto en la prim era parte evade en la
práctica tal interpretación.
Strawson y Rorty no pretenden ofrecer una interpretación
correcta de Kant. Más bien sostienen que han puesto al descu
bierto el mejor argumento antiescéptico que se podría esperar
extraer de los desconcertantes detalles del texto kantiano. Así
que no intentaré evaluar su trabajo en lo que respecta a la exac
titud de su exégesis kantiana. Mi crítica a Strawson y a Rorty es
que su estrategia reconstructiva viola uno de los dos im portan
tes principios restrictivos de la formulación de los argumentos
trascendentales kantianos:
(1) El argumento tiene que evitar caer en el fenomenalismo.
(2) El argumento tiene que evitar caer en el verificacionismo.
Aunque hay fuertes tendencias fenomenalistas y verificacionis-
tas en la Critica, yo sostendría que los argumentos trascenden
tales de Kant están encaminados a ofrecer una respuesta al
escéptico que difiera de las dos respuestas que pueden ser re
cuperadas a partir de las posiciones que trato de evitar.2 Fue
bastante sensato por parte de Kant proponerse esto, ya que si
la validez del argumento trascendental kantiano dependiera de
Ií
En [12] Strawson intenta extraer un argumento ‘analítico’ sub
yacente en la Deducción Trascendental. El objetivo expreso de
Strawson es dem ostrar que “la experiencia necesariamente in
cluye el conocimiento de objetos” en un “sentido fuerte” en el
cual lo siguiente es verdadero: “saber algo sobre un objeto, por
ejemplo, que cae bajo tal y cual concepto general, es saber algo
que se sostiene independientemente de la ocurrencia de cual
quier estado de conciencia particular, independientemente de
la ocurrencia de cualquier experiencia particular de concien
cia de que el objeto cae bajo el concepto en cuestión” ([12]:
73). Mostrar esto sería mostrar que si uno tiene experiencia,
entonces necesariamente tiene uno conocimiento de objetos
independientes de la mente. Strawson sostiene que el objetivo
de la Deducción se habrá logrado una vez que él haya probado
un resultado al que llama la Tesis de la objetividad. Esta es for
mulada en cierto momento como la tesis de que “la experiencia
tiene que incluir la conciencia de objetos que sean distinguibles
de las experiencias de la conciencia de ellos, en el sentido de
que los juicios sobre esos objetos son juicios sobre lo que es
el caso independientemente de la ocurrencia de experiencias
subjetivas particulares de conciencia de ellos” ([12]: 24).
De acuerdo con esta formulación de la tesis, es necesario que
la experiencia incluya la conciencia de objetos que sean indepen
dientes de la mente. Es claro que si Strawson pudiera dem ostrar
esto, entonces la meta de la Deducción se habría alcanzado (por
lo menos desde la perspectiva de Strawson): cualquier escépti
co que reconozca que es sujeto de experiencia, no podrá negar
de manera consistente que sea posible el conocimiento de ob
jetos independientes de la mente.
De hecho, Strawson no defiende la Tesis de la Objetividad ta l
como a q u í sefo rm u la . Su argumento supone de manera esencial
la noción de conexión entre representaciones gobernada p o r reglas.
Esta es una clase de ordenación y coherencia que puede darse
entre los miembros de una serie de representaciones. Si una se
rie E exhibe conexiones gobernadas por reglas, entonces esto es
a la vez necesario y suficiente para que E sea conceptualizada de
cierta manera (si acaso es conceptualizada). Bajo la conceptuali-
zación en cuestión, según afirma Strawson, las representaciones
comprendidas en E serían concebidas como poseedoras de un
orden y arreglo que es distinguible del orden y arreglo de los
objetos de estas representaciones (las cosas que son represen
tadas). Strawson cree que si uno pudiera dem ostrar que las
representaciones de un sujeto de experiencia necesariamente
exhiben una conexión gobernada por reglas, esto sería suficien
te para dem ostrar la Tesis de la Objetividad, la cual pretende
ser una tesis sobre el conocimiento y la conciencia de objetos in
dependientes de la mente. No obstante, según la comprensión
del propio Strawson de la noción de conexión gobernada por
reglas, si una serie de representaciones posee esta propiedad,
entonces se sigue que tiene que ser conceptualizada de cierta ma
nera —sus miembros tienen que ser concebidos como poseedores
de un orden y arreglo que es distinguible del de los objetos re
presentados. Regresaré a este punto en mi crítica de la revisión
que Rorty hace de Strawson.
Es extraño que Strawson, un autor que ataca al fenomena
lismo, intente refutar al escepticismo demostrando que la serie
de las experiencias propias tiene que ser ordenada y coheren
te. A menos que uno asuma alguna clase de fenomenalismo,
¿por qué la existencia de una conexión gobernada por reglas
entre las experiencias propias —aunque ésta nunca dejara de
darse—habría de mostrar que uno puede tener conocimiento o
conciencia de los objetos físicos? Además, las afirmaciones que
hace Strawson sobre la propiedad de la conectividad gobernada
por reglas son más bien extrañas. Es muy difícil ver por qué la
existencia de cierto orden y coherencia entre las experiencias
propias re q u e riría que éstas fueran conceptualizadas como ex
periencias de objetos existentes independientemente (si es que
se conceptualizaran). También es difícil ver por qué la ausen
cia de tal orden y coherencia excluiría dicha conceptualización.
Por ejemplo, un experimentador que se vea confrontado con
un flujo caótico de representaciones podría conceptualizarlas
como representaciones de objetos caóticos que existen inde
pendientemente de su ser representados, y alguien que se vea
confrontado con un flujo ordenado de representaciones podría
conceptualizarlas como meras representaciones que no tienen
un objeto correspondiente.
Hasta aquí, sólo hemos discutido cómo la noción de cone
xión gobernada por reglas figura en la estructura del argumen
to de Strawson en favor de la Tesis de Objetividad. Por algunas
de las razones antes mencionadas, Rorty se propone echar por
la borda esta noción strawsoniana. En [6] Rorty trata de ex
traer de la reconstrucción strawsoniana de la Deducción un
argumento analítico subyacente, el cual es él mismo considera
do como un argumento analítico subyacente extraído del texto
kantiano. El argumento de Rorty sólo concierne a las velaciones
entre conceptos, más bien que a propiedades (como la conectivi
dad gobernada por reglas) que son pensadas como necesarias
y suficientes para la aplicación de ciertos conceptos a una serie
de experiencias.
Rorty sostiene que es fácil inferir la Tesis de la Objetividad de
lo que Strawson llama la Tesis de la un id ad necesaria de la concien
cia. Para Strawson, en la práctica ésta resulta ser la tesis de que
uno tiene la habilidad de reconocer una experiencia presente
como perteneciente a uno mismo. Según Rorty, la premisa clave
sobre la autoconciencia es que uno sabe lo que es una experien
cia, en el sentido de que uno tiene el concepto de experiencia.
La conexión con la tesis de Strawson es que uno tendría que
poseer el concepto de experiencia si uno tiene la habilidad de
saber que una experiencia presente le pertenece a uno.
El argumento que Rorty extrae de Strawson es acerca de lo
que podríamos llamar las relaciones de presuposición entre concep
tos. El argumento pretende establecer que uno no podría poseer
el concepto de experiencia a menos que uno poseyera el concep
to de objeto físico. Para Rorty, este resultado es equivalente a la
tesis de que uno no puede propiamente atribuirse la compren
sión del térm ino ‘experiencia’ (o cualquier térm ino sinónimo
de éste) a menos que uno entienda el término ‘objeto físico’ (o
algún térm ino sinónimo de éste). Rorty argumenta en favor de
esta tesis sobre la comprensión del significado de los términos
de la m anera siguiente:
III
En un artículo posterior, Rorty responde a la crítica de los ar
gumentos trascendentales de Stroud. Ya que resulta que esta
crítica se aplica al trabajo del propio Rorty, su respuesta a Stroud
en [7] es, en efecto, su respuesta a la clase de crítica de su propia
estrategia antiescéptica que he estado desarrollando. Su tác
tica consiste en admitir que los argumentos trascendentales
son verificacionistas y, después, negar que el tipo de princi
pio de verificación requerido sea objetable. Argumentaré que
la respuesta de Rorty a Stroud es inadecuada como solución
al problema de Stroud, tanto en su forma general como en su
aplicación al trabajo del propio Rorty.
Primero, quiero establecer una distinción entre lo que po
dríamos llamar verificacionismo clásico y una clase alternativa de
verificacionismo que Rorty respalda. El verificacionismo clási
co es la clase de punto de vista que, afirma Stroud, tiene que
presuponerse para que los argumentos trascendentales particu
lares que él examina puedan tener éxito. Yo he sostenido que tal
punto de vista es necesario para el propósito de complementar
los argumentos de presuposición conceptual. El tipo clásico de
verificacionismo tiene que ver con conexiones entre palabras y
mundo, en el sentido de que vincula la significatividad de los
términos con el conocimiento de lo que los términos pretenden
denotar y, por tanto, con el hecho de que se den o no se den
en el mundo los estados de cosas pertinentes. En el verifica
cionismo clásico uno puede sacar una conclusión ontológica a
partir de la premisa de que uno entiende un término particu
lar (o de que uno posee un concepto que no es simplemente
espurio) junto con alguna clase de premisa empírica. Esto es
porque para alguien que comprenda el término (o que posea el
concepto) será accesible una manera de saber si hay algo en la
extensión del término (o si algo cae bajo el concepto). Así, uno
puede llegar a saber si hay alguna entidad en la extensión del
término (o que caiga bajo el concepto) usando la ‘manera de
saber’ en conjunción con una evidencia cualquiera que cuente
como pertinente para el asunto. Por supuesto, la facilidad con la
que uno pueda llegar a saber la conclusión ontológica deseada
dependerá de la disponibilidad de la evidencia pertinente.
Regresando a la crítica de los argumentos trascendentales
kantianos que esbocé al inicio de este trabajo, podemos ver
ahora que un argumento verificacionista clásico en contra del
escepticismo podría dem ostrar que uno puede tener más que
el mero conocimiento de que los objetosfísicos existen. Uno podría
presumiblemente llegar a tener ese conocimiento, usando la ‘ma
nera de saber’ si hay algún objeto físico, junto con la evidencia
sensorial propia presente, derivando, por tanto, la conclusión
de que hay objetos físicos. Más aún, uno podría argumentar que
si son coherentes los conceptos de objetos físicos particulares
propios, tales como mesa o ballena, entonces tienen que tener
también ‘maneras de saber’ asociadas. Uno podría usar estas
‘maneras de saber’ para demostrar que uno está ahora senta
do a la mesa o que está mirando saltar a una ballena asesina.
Uno podría dem ostrar tales verdades particulares porque, da
do el carácter de la ‘manera de saber’ pertinente, la evidencia
sensorial de que uno dispone presumiblemente contaría, en la
mejores circunstancias, como evidencia que da como resulta
do conocimiento. Así, la refutación verificacionista clásica del
escepticismo sobre el conocimiento de los objetos físicos no se
quedaría corta en la forma en que nos ha parecido que los argu
mentos trascendentales kantianos se quedan cortos: esta última
clase de argumentos antiescépticos fue diseñada tan sólo para
dem ostrar que hay objetos físicos.
A hora bien, si el verificacionismo clásico quiere proporcio
nar una refutación directa del escepticismo cartesiano, entonces
parecería que la ‘manera de conocer’ asociada con un concepto
genuino, debería permitirnos responder más allá de toda duda
cualquier pregunta escéptica respecto de la aplicación de dicho
concepto. Este resultado, según Rorty, muestra que el verifi
cacionismo clásico es inadmisiblemente fuerte. La ‘manera de
saber’ asociada, por ejemplo, con el concepto de bruja, presu
miblemente sería el criterio de la ‘brujeidad’ empleado por los
cazadores de brujas. De modo que la alternativa, en este caso,
sería sostener que hay brujas (ya que el criterio de los cazado
res era frecuentemente satisfecho, estableciendo la existencia
de las brujas más allá de toda duda) o sostener más bien que
hablar sobre brujas carecía de significado (ya que nunca hubo
ningún concepto genuino de bruja con una ‘m anera de saber’
asociada). En respuesta a este dilema, Rorty propone que se
adopte un tipo diferente de verificacionismo. Es decir, Rorty
piensa que el verificacionsimo clásico es manifiestamente inve
rosímil y, al mismo tiempo, cree que es necesario un principio
que posea cierto parentesco con éste, a fin de refutar el es
cepticismo. Pero para él, el verificacionsimo no juega el papel
de llenar el hüeco que yo he vislumbrado en los argumentos
de presuposición conceptual. Al criticar el tipo de argumento
antiescéptico de Rorty, he sostenido que el verificacionsimo clá
sico tiene que ser asumido para complementar los resultados
de las relaciones de presuposición entre conceptos, para que
dichos resultados sobre el lenguaje (y el pensamiento) puedan
ofrecer conclusiones sobre el conocimiento de la realidad extra-
lingüística. La clase de verificacionsimo de Rorty es aceptable,
según él, precisamente porque no concierne a las conexiones
entre las palabras y el mundo, sino más bien a las conexiones
entre trozos de comportamiento lingüístico. Es aceptable pre
cisamente porque no autoriza conclusiones ontológicas, como
lo hace el verificacionismo clásico, y por esta misma razón, yo
afirmaría que su papel en un argumento antiescéptico tiene que
ser muy diferente.
Así pues, ¿cuál es la clase alternativa de verificacionismo de
Rorty? Su principio subyacente es
(Vr) Un término T es significativo sólo si las oraciones en las
que ocurre sustentan relaciones de confirmación no tri
viales con otras oraciones.
La fuerza del requerimiento de ‘no trivialidad’ consiste en que
las oraciones no-T no pueden ser lógicamente implicadas ni
implicar a las oraciones T. Esto es para descartar la posibilidad
de que se pueda argumentar que T es significativo por alguna
de las razones siguientes: (1) “Hay un T ahora” es confirmada
por su consecuencia lógica ^Hay un T ahora o pl o (2) “Hay
un T ahora” es confirmada por ser una consecuencia lógica de
^Hay un T ahora y p^.
Veamos por qué Vr no nos permite sacar ninguna conclu
sión ontológica o epistemológica con respecto a un término
significativo T. Si T es significativo, entonces tiene que suce
der que haya algunas oraciones T que sustenten relaciones de
confirmación con otras oraciones. Pero no hay ninguna garan
tía, según Rorty, de que los métodos de confirmación incluidos
en las prácticas lingüísticas pertinentes sean correctos. Así, des
de este punto de vista, aunque supiéramos que las oraciones
inferencialmente conectadas con las oraciones T fueran verda
deras, ciertamente no podríamos concluir que hay T(es). Lo
más que Vr nos daría, según Rorty, sería que no podríamos de
ja r de considerar que las oraciones T son confirmadas por unas
oraciones o por otras, por ejemplo, la clase (o las clases) que de
hecho usamos para confirmarlas. Pero esto difícilmente sería
una justificación de nuestras prácticas respecto de las oracio
nes T (nuestra práctica de creerlas verdaderas sobre Ja base de
la evidencia usual.)3
(A) Hay un genio maligno que lo engaña a uno haciéndolo pensar que hay
objetos físicos.
4 La actitud de Bennett hacia esta dificultad es más bien com ple ja. Por un
lado, en [2] sostiene que el idealismo trascendental de Kant tiene com o núcleo
un fenom enalism o sofisticado, según el cual “la obediencia de mi experiencia
a las reglas apropiadas es lógicamente equivalente a mi confrontación con ob
jetos”. Dado que “el punto de vista de Kant considerado es que el concepto
de un objeto es una regla de las intuiciones” , Bennett sostiene, con este fun
damento, que para Kant “conceder que la experiencia de uno es de la clase
que los adultos normales usualmente tienen, es conceder que uno percibe ob
jeto s”. Una refutación concluyente del escepticism o cartesiano se seguiría de
semejante punto de vista si uno pudiera tener conocim iento de la existencia
de esas representaciones ordenadas que constituyen un mundo de objetos fí
sicos. Bennett piensa que, para Kant, el papel del argumento trascendental de
la Refutación es demostrar que cualquier escéptico que sea autoconsciente y
que, por tanto, tenga u n concepto del pasado, tendrá la clase de experiencia
ordenada que, según el fenom enalismo, implicaría lógicamente la existencia
de un mundo de objetos físicos. Dentro de esta interpretación de Kant (ver [2]:
§ 52), el idealism o trascendental hace la mayor parte del trabajo antiescéptico,
y todo lo que el argumento trascendental de la Refutación hace es proveer
el material para el m olino fenomenalista. Ya que el mismo Bennett simpatiza
bastante con el fenom enalism o (ver [2]: § 32; {4]: § 29), uno podría concluir
que esta ipterpretación de la relación entre el idealismo trascendental de Kant
y la Refutación describe el punto de vista de Bennett mism o sobre la situación
antiescéptica.
Sin embargo, en un artículo reciente [3], Bennett no apela al fenom ena
lismo con el fin de complementar el argumento trascendental reconstruido
p or él a partir de la Refutación. En cambio, apela a un punto de vista que él
califica de verificacionismo. Se trata del punto de vista de que “no hay una
Volviendo al argumento central, la situación dialéctica en re
lación con la estrategia Strawson-Ror ty es ésta: siguiendo la guía
cuestión coherente sobre la verdad de una teoría más allá de todas las cues
tiones sobre su éxito comparativo en la unificación conceptual de los datos
que caen bajo la misma”. Bennett piensa que la hipótesis del mundo externo (la
hipótesis de que, aparte de los ‘estados internos’ propios, hay un ‘ámbito ob
jetivo’ de 'objetos externos’) ‘unifica conceptualmente’ la evidencia sensorial
ordenada propia con más éxito que la hipótesis del genio maligno. De este
m odo, en su verificacionismo no hay otra cuestión coherente respecto de la
verdad de la hipótesis del mundo extem o. N o obstante, el sentido en que la
hipótesis del m undo externo es más exitosa que la del genio maligno en 'uni
ficar conceptualm ente’ los datos pertinentes es meramente éste: aunque las
dos hipótesis dan cuenta de todos los hechos acerca de los estados internos
de uno mismo, y aportan igualmente predicciones exitosas respecto de tales
hechos, la hipótesis del mundo externo es más simple. El sentido en el que esto
es verdad es meramente que la hipótesis del genio maligno se ‘tarda un poco
m ás’ en explicar los datos y ‘no aporta ventajas compensatorias'. La hipótesis
del genio maligno se tarda un poco más porque primero tenem os que exponer
la hipótesis del mundo externo y, después, decir que dentro de la hipótesis del
genio maligno, éste nos induce a creer la (falsa) hipótesis del mundo externo.
El hecho de que la hipótesis del mundo externo sea más simple que la hipótesis
del genio maligno, en el sentido recién descrito, sirve com o una base más bien
débil para sosteneruna refutación convincente del escepticism o cartesiano. Iji
diferencia de simplicidad no parece suficiente para demostrar que cualquier
pregunta escéptica sobre la verdad de la hipótesis del m undo externo es incohe
rente, com o lo sugiere Bennett. El que la diferencia de simplicidad que Bennett
describe lo autorice a uno o no a aceptar la teoría más simple, es una cuestión más
difícil. Esta estrategia a posleriori o del 'argumento de la mejor explicación’,
ciertamente merece una defensa por parte de Bennett. Claro está que, aunque
uno Aceptara esta clase de estrategia antiescéptica, uno podría contrarrestar
el supuesto de Bennett sobre las simplicidades relativas haciendo notar que
la ontología de la hipótesis del genio maligno no toma tanto tiem po en ser
descrita com o la ontología de la hipótesis del mundo externo.
De cualquier manera, desde el punto de vista de Bennett que hem os ve
nido considerando, el grueso del trabajo antiescéptico es realizado por su
verificacionismo y no por su argumento trascendental. Todo lo que logra este
argumento (desde el punto de vista de Bennett) es la dem ostración de que un
autoconocedor no podría dejar de confrontar representaciones ordenadas que
le permitieran dar contenido a su concepto del pasado. Los datos sensoriales
de tal sujeto no dejarán, entonces, de apoyar la hipótesis del inundtrextem o,
pues de otro m odo él dejaría de ser un autoconocedor. (Puede verse la aprecia
ción del propio Bennett de esta afirmación en [3]: 61, ver supra, pp. 217-218.)
Por supuesto que estos datos ordenados también apoyan la hipótesis del genio
maligno, y aquí es donde el verificacionismo de Bennett se hace necesario.
Así pues, tanto en su interpretación de Kant com o en su propio punto de
de Stroud, he argumentado que los argumentos de presuposi
ción conceptual requieren, para su validez, de la adopción del
verificacionismo clásico. Al replicar al cargo general de Stroud
acerca de la conexión entre el verificacionismo y los argum en
tos trascendentales, Rorty sugiere que arrojemos por la borda
el verificacionismo clásico, por inadmisiblemente fuerte, y que
adoptemos una forma alternativa de verificacionismo que sea
inobjetable por ser más débil. Pero Rorty insiste en sostener
que la refutación del escepticismo tiene que proceder por el
método de presuposición conceptual. Y su verificacionismo al
ternativo no añade nada a esta clase de estrategia antiescéptica
que, por sí misma, no posee fuerza antiescéptica alguna. Fi
nalmente, vimos que Bennett trata de establecer, por medio
de un argumento trascendental, un punto de vista acerca del
contenido del concepto propio del pasado que es similar al ve
rificacionismo de Rorty. Este punto de vista padece la misma
clase de limitación que el verificacionismo de Rorty y, como
resultado, no autoriza ninguna conclusión antiescéptica.
IV
Concluiré considerando la cuestión de por qué Rorty se preo
cupa por demostrar que un lenguaje de experiencia pura es
imposible. Ya que su interés por establecer este resultado es
refutar al escéptico cartesiano, yo afirmaría que su concepción
del punto de vista de este escéptico tiene que ser más bien extra
ña. Muchas de sus observaciones en [7] confirm an el supuesto
de que el blanco de su estrategia antiescéptica no es de ningún
modo el escéptico cartesiano.
Rorty piensa que, visto sin caridad, el ‘escéptico cartesiano’
está diciendo algo que un quineano contemplaría como perfec
tamente aceptable. Rorty se dirige a este agradable escéptico
vista anteriormente considerado sobre el status de su argumento trascendental
reconstruido, tiene que asumirse un punto de vista substancial y controvert ido
para complementar el argumento. La única función del argumento trascen
dental es asegurar el ordenamiento d e la evidencia sensorial que uno confronta
a través del tiempo. El tradicional problema cartesiano que surge incluso a la
vista de tal evidencia es, entonces, resuelto sólo apelando a un punto de vista
sustancial de fondo (fenomenalismo o verificacionismo) que, en sí mismo, es
completamente independiente del argumento trascendental.
como sigue: “si usted meramente dice que todas las razones
que tenemos para pensar que tal y cual existe. . podrían ser in
suficientes, usted no puede ser refutado. Todo lo que usted ha
hecho, entonces, es decir que tanto en la metafísica como en la
física siempre es posible el advenimiento de una idea mejor, que
proporcione una mejor m anera de describir el mundo que en
términos de lo que antes pensábamos que necesariamente tenía
que existir” ([7]: 5). Sobre este ‘rudo’ punto de vista del escép
tico, lo que este filósofo está haciendo no es más que enfatizar
fastidiosamente un punto central de la epistemología de Quine,
a saber, que ningún sector del cuerpo de nuestras creencias es
inmune a la revisión si tal arreglo elimina la inconsistencia den
tro del sistema, lo hace más coherente o lo hace más simple. A la
luz de este punto de vista correctamente falibilista del escéptico,
Rorty continúa diciendo esto: “Sólo lo podemos atrapar si usted
pretende de hecho ofrecer esa mejor idea. Entonces podríamos
ser capaces de demostrar que su nueva m anera de describir el
m undo no sería inteligible para alguien que no tuviera familia
ridad con la antigua m anera” ([7]: 5). Rorty quiere aplicar, en
particular, esta línea de argumentación “al ‘escéptico’ cartesia
no que dice que todo lo que ahora describimos en términos de,
por ejemplo, personas y objetos materiales, podría ser descrito
en términos de experiencias —en un lenguaje de ‘experiencia
pura’ ” ([7]: 5). La fuerza de la línea argumental en cuestión es
“dem ostrar que no podemos describir un lenguaje semejante”
( f f l : 5 ).
De modo que Rorty contempla al escéptico cartesiano como
alguien que propone algo más que el solo falibilismo quineano
anteriormente descrito. El escéptico es visto como alguien que
propone un marco conceptual alternativo que nos brinda una “me
jo r m anera de describir el m undo” que la encarnada por nuestro
marco conceptual ordinario. Según Rorty, el marco conceptual
‘alternativo’ encarnado por el lenguaje de la experiencia pura
no es una alternativa real a nuestro marco ordinario. Esto se
debe a los resultados del argumento strawsoniano de presupo
sición conceptual discutido en la sección anterior.
Rorty ejemplifica al Carnap de [5] como alguien que propo
ne un esquema conceptual revisionista. El proyecto de Carnap
en ese trabajo, dice Rorty, era “construir cuerpos y personas a
partir de ‘experiencias elementales’ La elección de este ejem
plo por parte de Rorty, como blanco de un argumento de para
sitismo que pretende revelar que el supuesto marco conceptual
alternativo no es realmente alternativo en absoluto, es bastan
te extraña. Ya que todo el propósito del proyecto de Carnap
era reducir el discurso sobre personas y sobre objetos físicos a
un discurso de experiencias, hay un sentido claro en el que el
lenguaje construido del Aufbau tiene por objeto incorporar los
conceptos de persona y de objeto físico. La clase de verificacio
nismo de Carnap lo llevó a creer que el único contenido genuino
de esos conceptos ordinarios era enteramente experiencial. De
nodo que no estaba en absoluto proponiendo una esquema
conceptual revisionista que eludiera los conceptos de persona y
de objeto físico. Además, es enigmático que Rorty considere
que la posición de Carnap sea un objeto paradigmático para
su estrategia anti-escéptica, dado que una de las motivaciones
detrás de la construcción del Aufbau era moldear una respuesta
para el escéptico que pretende que uno no puede saber si hay
o no personas u objetos físicos. Desde el punto de vista feno-
menalista de Carnap no surgiría ningún problema escéptico, ya
que las personas y los objetos físicos son sólo construcciones a
partir de experiencias.
Ahora bien, Rorty dice que el propósito de proponer un mar
co conceptual revisionista es mostrar que ciertos conceptos son
‘opcionales’. Si el marco del Aufbau fuera una alternativa viable
al marco ordinario, entonces, para Rorty, esto presumiblemente
dem ostraría que los conceptos de persona y de objeto físico son
opcionales. Según mi estimación, un punto de vista rortiano co
rrecto de la relación entre el marco ordinario y el del Aufbau,
sería que una reducción exitosa del discurso sobre objetos físi
cos y personas a un discurso sobre experiencias mostraría que
uno puede construir un lenguaje L, que sea distinto del del Auf
bau y en el cual se eviten las definiciones implícitas y explícitas
que dan significado a las aseveraciones acerca de objetos físicos
y personas. El marco conceptual que encarnara en un lenguaje
semejante, si fuera coherente, nos presentaría una alternativa
genuina a nuestro marco ordinario, en el sentido de que en L
no habría ningún discurso explícito sobre personas y objetos
físicos. Por supuesto, esto no equivale a decir que no podría ha
ber ningún discurso explícito sobre personas y objetos físicos en
una extensión definicional de dicho lenguaje. Desde el punto
de vista de Carnap, todo lo que se necesitaría sería la adición
de las definiciones apropiadas.
Hay un sentido más fuerte en el que podría pensarse que
un lenguaje modelado sobre el del Aufbau encarna un marco
conceptual que es verdaderamente una alternativa respecto del
que tenemos. Uno podría pensar que el discurso ordinario so
bre personas y objetos físicos no es reducible al discurso sobre
experiencias. El contenido de ese discurso ordinario no sería
expresable, desde este punto de vista, en un lenguaje de expe
riencia pura, y podría argumentarse que esto es para bien. El
abogado de esta clase de punto de vista podría ser un humeano
que quisiera impugnar la coherencia de aquella parte del discur
so ordinario que es inexpresable en un lenguaje de experiencia
pura.
Yo pienso que la suposición más caritativa respecto de la pre
sente discusión de Carnap es que el objetivo de Rorty es refutar
a los proponentes de cualquier marco conceptual alternativo
cuya coherencia mostrara que los conceptos de persona y objetofísico
son opcionales en cualquiera de los sentidos antes mencionados. La
estrategia de la presuposición conceptual trabajaría demostran
do que cualquier marco conceptual ‘alternativo’ que evite los
conceptos clave es parasitario de nuestro marco ordinario. Esta
demostración estaría encaminada a mostrar que los conceptos
clave no son opcionales. Podemos ver ahora que tal demostra
ción tendría fuerza en contra del marco conceptual alternativo
pertinente sólo si se asume que los conceptos de persona y
objeto físico, que se encuentran incorporados en el marco ordi
nario, no pueden ser sometidos a un análisis reduccionista en
términos de conceptos experienciales. De otra manera, el éxito
del argumento de presuposición conceptual sería compatible
con la verdad del fenomenalismo, según el cual los conceptos
de persona y objeto físico son opcionales, como en el caso del
lenguaje L antes mencionado. Por ejemplo, podría suceder que
la razón por la cual la comprensión del discurso experiencial
presupone la comprensión del discurso de objetos físicos sea
que el contenido de las oraciones sobre experiencias agota el
contenido de las oraciones sobre objetos físicos. En este caso,
sería trivialmente verdadero que el concepto de experiencia pre
supone el concepto de objeto físico y, más aún, sería verdadero
que el concepto de objeto físico sería opcional en el prim ero de
los dos sentidos antes discutidos.
Supongamos, entonces, que Rorty puede mostrar que el con
cepto de experiencia presupone los conceptos de persona y de
objeto físico, los cuales no están sujetos a reducción. La dificul
tad que permanece es que es obvio que el escéptico cartesiano
no está ofreciendo ninguna clase de marco conceptual alter
nativo, cuya coherencia mostrase que los conceptos clave de
persona y objeto físico son opcionales (en cualquiera de los
sentidos antes discutidos). Estos conceptos son ambos elemen
tos reconocidos del marco conceptual del escéptico cartesiano,
y éste no está tratando de echarlos por la borda en favor de
algunos otros. En cambio, el escéptico cartesiano está tratan
do de plantear una aplastante tesis negativa desde el interior
del marco conceptual ordinario. Quiere socavar la justificación
de las creencias de sentido común que uno expresa al usar los
conceptos cruciales de persona y de objeto físico. En su modo
más radical, logra su objetivo escéptico al erigir la posibilidad
de que, en contra de lo que uno había pensado, los concep
tos en cuestión no tienen ninguna aplicación genuina en la
experiencia propia. A menos que pueda demostrarse que es
ta posibilidad no se da, argumenta el escéptico, el derecho que
tenemos para usar los conceptos de persona y de objeto físico
al hacer afirmaciones de conocimiento habrá sido eliminado.
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calQ uaterly 1 (1964): 20-31.
I
Supongamos que un sujeto autoconsciente pretende saber que
él es el sujeto de una multitud de experiencias temporalm en
te diversas, tales como su reciente pensamiento sobre Kant y su
aún más reciente comezón. En vista de las reflexiones de Hume
sobre la naturaleza del ‘yo“, uno bien podría preguntarse qué
es lo que un sujeto sabe cuando sabe que ciertas experiencias
son todas igualmente suyas. Uno podría seguir adelante e inves
tigar las condiciones de posibilidad de tener el conocimiento
en cuestión. Esto es lo que obviamente hizo Kant en la Deduc
ción Trascendental. Ahora supongamos que esa investigación
tiene el propósito de descubrir una condición epistemológica de
la clase requerida que sea pertinente para la refutación del es
cepticismo cartesiano. Entonces, de alguna manera tiene que
ser el caso que saber que una multitud de experiencias tempo
ralmente diversas son propias requiere tener conocimiento de
una condición cuya satisfacción implica la existencia de objetos
externos. Hay dos dificultades que cualquier estrategia seme
jante debe enfrentar. La prim era es, simplemente, que debemos
asegurarnos de que la condición en cuestión sea suficientemen
te fuerte para refutar al escéptico. Es, de hecho, bastante difícil
avanzar de la exigua premisa sobre la autoconciencia hacia una
conclusión que un cartesiano no pueda tolerar. La segunda di
ficultad es que no hay condiciones epistemológicas de la clase
requerida. Incluso si destilamos una condición que tenga la
fuerza apropiada y que parezca que tiene algo que ver con el
hecho de que uno sea el propietario de experiencias tempo
ralmente diversas, es lisa y llanamente falso que haya alguna
condición cuyo conocimiento se requiera para que uno tenga el
conocimiento de que una multitud de experiencias temporal
mente diversas son todas igualmente propias.
Permítaseme ilustrar cómo afectan estos problemas a un caso
particular de la clase de estrategia antiescépüca kantiana recién
delineada. Este ejemplo se encuentra en el trabajo de Paul Gu
yer, en su reseña de W. H. Walsh ([2]) y en su libro sobre la
estética de Kant [3]. En [2], Guyer critica la lectura de la Deduc
ción Trascendental de Walsh, en la que se sostiene la necesidad
de la validez a priori de las categorías a fin de que haya criterios
de acuerdo intersubjetivo. Desde el punto de vista de Guyer, el
argumento de la Deducción no parte de las premisas de que la
afirmación ‘Yo pienso’ marque un contraste entre yo y lo otro,
y de que la distinción de Kant entre validez subjetiva y objetiva
equivale a la distinción entre una ‘ruta experiencial’ particular
y otras posibles rutas. El punto de vista al que Guyer se está
oponiendo aquí lo comparten Strawson y Walsh. Desde el pun
to de vista de Guyer, “de lo que de hecho se ocupa el argumento
de Kant en la Deducción Trascendental es de las condiciones
de atribución de diferentes experiencias a un yo singular tem
poralmente extendido” ([2]: 267). Esta atribución no puede
hacerse sobre la base de ninguna característica intrínseca de las
experiencias pertenecientes a la multiplicidad temporalmente
extendida de una conciencia unitaria dada. Como dice Guyer,
“Nada hay en el contenido de un pensamiento particular que
indique que pertenece a la misma multiplicidad que algún otro”
([2]: 267). Esta negativa es tomada por Guyer como equivalente
a la negativa de Hume de que hay una impresión constante del
yo. Kant aceptó este señalamiento humeano negativo. Ahora
bien, solamente si Hume estuviera equivocado sobre esta cues
tión el contenido de una experiencia particular podría indicar
que pertenece a la misma multiplicidad que alguna otra expe
riencia (o así parece que Guyer argumenta). Así pues, “que los
pensamientos sean miembros comunes de una sola conciencia
puede ser verificado sólo sobre la base de alguna form a de co
nexión entre ellos que sea diversa de su pertenencia al mismo yo"
([2]:267, cursivas mías).
Hay dos puntos interesantes en esta conclusión intermedia
del argumento de Guyer. Primero, en esta etapa parece que lo
que se ha mostrado es algo más substancial que el resultado
recién citado. Lo que se ha mostrado es que una atribución de
dos experiencias a la misma multiplicidad puede hacerse sólo
con base en algunas características relaciónales de esas expe
riencias. Está claro que si lo que se requiere es una base para la
atribución de Ej y E2 a una sola multiplicidad de experiencia,
entonces es muy poco informativo ofrecer como base el hecho
de que Ei y Eg pertenecen al mismo yo. De modo que la conclusión
intermedia que formula Guyer es algo ü'ivialmente verdadero
dada la naturaleza del proyecto de que se trata, en vez de la
conclusión más substancial acerca de la conexión entre expe
riencias en cuyo favor parecía estar abogando. Segundo, hasta
aquí el argumento ha girado en torno a las condiciones para
atribuir diversas experiencias a un yo singular o, como también
lo presenta Guyer, las condiciones para verificar que diversas
experiencias pertenecen a un solo yo. Discutiré la importancia
de estas locuciones más adelante.
Resulta que la conexión entre los diferentes pensamientos de
un yo singular es llevada a cabo por medio del juicio: sólo por
medio de juicios objetivamente válidos que conecten diversos
pensamientos “puede ser verificada la necesidad de que algunos
pensamientos formen una multiplicidad singular —por ejem
plo, que ocurran en una secuencia particular” ([2]: 267). Dos
conclusiones más son extraídas por Guyer. Primero, que las co
nexiones objetivamente válidas que se dan entre pensamientos
(que consisten en su ser conectados por juicios objetivamente
válidos) tienen que ser por naturaleza temporales, ya que ésta es
la única relación entre pensamientos que cada elemento —de la
multiplicidad temporalmente extendida de un yo—sostiene con
cada uno de los otros elementos semejantes. La existencia de es
tas relaciones temporales comprehensivas entre los miembros
de una multiplicidad implica que hay un “sistema conceptual
comprehensivo que puede verificar las conexiones requeridas
enüe éstos, unificando todas las experiencias propias en un
único y coherente orden objetivo” ([2]: 267). Presumiblemente
Guyer tiene la intención de que esta conclusión sea lo suficien
temente fuerte como para implicar que el ‘sistema conceptual
comprehensivo’ incorpora las categorías y que hay juicios verda
deros que emplean estos conceptos a priori, los cuales, de alguna
manera, ‘verifican’ las conexiones temporales requeridas entre
las experiencias propias. Todo esto tiene que sobrentenderse si
es que el objetivo de la Deducción ha de lograrse.
Esta reconstrucción suscita varias preguntas. (1) ¿Qué es
exactamente un juicio objetivamente válido? (2) ¿Por qué son
las conexiones objetivamente válidas entre pensamientos —co
nexiones que son de un tipo que supuestamente implicará un
‘sistema conceptual comprehensivo’ de la clase deseada— las
únicas conexiones que pueden ‘verificar’ la pertenencia de es
tos pensamientos en una multiplicidad singular? Con respecto a
(1), un juicio objetivamente válido es, según el uso kantiano, un
juicio que pretende ser verdadero sin im portar cuál es el estado
de la persona que hace el juicio y que es, además, verdadero.
Esta explicación de la validez objetiva no ofrece una respuesta
obvia a (2). Considérese E3 —mi experiencia visual de un cerillo
encendido que prende una mecha—y E4 —mi experiencia visual
de una como explosión. He aquí un juicio que ‘conecta’ a E$
con E4:
(Jl) E4 siguió a Ej en mi aprehensión.
Éste es un juicio acerca del orden en el que ocurren dos ex
periencias en mi conciencia, o en mi aprehensión, como diría
Kant. Podemos llamar a las series temporalmente ordenadas S
de mis experiencias mi orden temporal de sujeto. Entonces (Jl) es
un juicio acerca de cómo E^ y E4 encajan en mi orden temporal
de sujeto. Este orden temporal es, pensamos, una subparte del
orden temporal objetivo en el cual se encuentran localizados
todos los eventos. Mis experiencias pueden estar entreveradas
dentro del orden temporal objetivo sin desorganizar sus posi
ciones relativas en mi orden temporal de sujeto. Si E4 sigue a
E3 en mi orden temporal de sujeto, entonces E4 sigue a E?, tam
bién en el orden temporal objetivo. De modo que las relaciones
temporales que se dan entre las experiencias abarcadas por mi
orden temporal de sujeto son relaciones temporales objetivas. Si
(Jl) es verdadero, es un juicio objetivamente válido en el sentido
de que habría seguido siendo verdadero independientemente
de a mí ahora me pareciera que mi experiencia pasada E4 siguió a
mi experiencia pasada E?, en mi aprehensión. Pero la verdad de
juicios como (Jl) ciertamente no implica, de ninguna m anera
obvia, la existencia (o legitimidad) de un ‘sistema conceptual
comprehensivo’ que incorpore las categorías. La verdad de los
juicios acerca de mi orden temporal de sujeto parece de hecho
ser, prima facie, consistente con la falsedad de las proposicio
nes acerca de la existencia de objetos externos que el escéptico
encuentra dudosas.
He aquí otro juicio ‘conectante’ que (supondremos) tiene
validez objetiva y que al parecer sí implica la existencia de un
‘sistema conceptual comprehensivo’ de la clase deseada:
(J2) El evento del cual Es es una experiencia causó el evento del cual
E4 es una experiencia.
¿Qué hay en (J2) que lo distingua de (Jl) respecto de la verifi
cación de la posesión común de Es¡ y E4? Parecería que (Jl) es
el más pertinenete en este aspecto, ya que es un juicio sobre
el orden temporal de una parte de mi multiplicidad de expe
riencias. No obstante, como he dicho, la verdad de los juicios
como (Jl), que sólo conciernen a mi orden temporal de sujeto,
parece ser irrelevante para el problema de la Deducción, que es
la legitimación de hacer juicios cargados de categorías acerca
de un mundo de substancias físicas causalmente relacionadas.
Así que si juicios como (Jl) son los más obviamente pertinentes
para resolver el problema de Guyer sobre las condiciones de
verificación de la posesión de distintos pensamientos por un yo
singular, no habremos llegado muy lejos en lograr la meta de
la Deducción por medio de la investigación de la naturaleza de
estas condiciones.
Sin embargo, el problema de esta crítica de Guyer es que
en juicios tales como (Jl) ya se presupone que E3 y E,[ forman
parte de mi historia. Tal vez es precisamente porque (J2) es
verdadero, sin im portar el orden en que E3 y E4 han ocurrido
en mi aprehensión, que este juicio puede servir para llevar a
cabo una conexión entre E3 y E4 sin presuponer que son ele
mentos de la misma multiplicidad de experiencia. Tal vez (J2)
puede satisfacer el requerimiento precisamente porque hace
una afirmación verdadera acerca de una relación temporal que
es independiente de mi orden temporal de sujeto. Obviamente,
la conexión entre E3 y E4 que se afirma en (J2) no es suficien
te para que esas experiencias califiquen como elementos de la
misma multiplicidad, pero todo lo que Kant necesita dem ostrar
es que es necesaria.
Está claro que hay experiencias mías que no están conectadas
a la manera de E3 y E4, por ejemplo, un pensamiento sobre
la batalla de Bull Run y una sensación de cosquilleo. Muchos
pares de experiencias mías no son pares de experiencias de
eventos causalmente relacionados. Pero para cualquier par de
experiencias mías, hay una conexión temporal objetivamente
válida entre los miembros del par: una precede a la otra en
el orden temporal objetivo, o bien son simultáneas. De manera
que el punto de vista que, a lo más, Guyer parece tener derecho a
reconstruir a partir de Kant es que, si hay experiencias distintas
atribuibles a mi yo unitario —cuya posesión conjunta por parte
mía es verificable—, entonces hay un orden temporal objetivo
de eventos en los cuales mis experiencias tienen una posición.
Esto no puede ser todo lo que se puede decir respecto del
argumento de Guyer, dada la dificultad anteriormente suscita
da, si es que éste ha de tener éxito en lograr el objetivo de la
Deducción. Mi orden temporal de sujeto es un orden temporal
objetivo, de modo que el argumento recién descrito admitiría la
posibilidad de que no haya más eventos que los mentales com
prendidos en mi orden temporal de sujeto. Así que, claramente,
Guyer debe intentar argumentar en favor de la existencia de un
orden temporal objetivo que incluya mi orden temporal de su
jeto como subparte. Claro está que, como hemos visto, Guyer
parece pensar que la existencia de conexiones temporales ob
jetivas exhaustivas entre mis experiencias de alguna manera
garantiza la legitimidad de los juicios ‘cargados de categorías’
que empleen un ‘sistema conceptual comprehensivo’, juicios
que presumiblemente impliquen la existencia de eventos distin
tos de aquellos comprendidos por mi orden temporal de sujeto.
Pero el argumento que Guyer de hecho presenta no llega tan
lejos. Lo que necesita demostrarse es algún resultado tal que
uno no pudiera hacer un juicio objetivamente válido acerca de
una parte del orden temporal de sujeto propio —un juicio como
(J2)—si uno no pudiera hacer juicios temporales objetivamente
válidos acerca de eventos que no formen parte del orden tempo
ral de sujeto propio. Semejante argumento podría estar dirigido
a establecer que, si uno estuviera limitado a juicios temporales
acerca del orden temporal de sujeto propio, entonces, cuando
mucho, estaría uno autorizado a hacer juicios como
(J4) Me parece a mí ahora que E4 siguió a E;{,
II
Usemos el término ‘determinación temporal del sujeto’ con el
significado de “llegar a conocer el orden temporal de (por lo
menos algunas de) las experiencias propias”. Dicha determina
ción temporal respecto de, digamos, dos de las experiencias de
uno, sería llegar a saber si son simultáneas o no, y si no lo son,
cuál de ellas precede a la otra en el orden temporal del suje
to propio. El problema que hay que investigar ahora es cómo
puede ser que la existencia de los objetos externos sea una con
dición de posibilidad de la determinación temporal del sujeto.
En este punto, debemos recordar que en un argumento trascen
dental kantiano se alega que la existencia de los objetos externos
es una condición de posibilidad de la experiencia autoconscien
te. De modo que la estrategia antiescéptica presente, de seguir
el patrón kantiano, está comprometida con la afirmación de
que la determinación temporal del sujeto es una condición de
posibilidad de la experiencia autoconsciente. Tendremos que
regresar a esta afirmación más tarde.
El problema general que quiero considerar como una cues
tión preliminar es: ¿cómo puede ser que una condición P sea
una condición de posibilidad de la determinación temporal del
sujeto? Puedo pensar en tres explicaciones alternativas de cómo
funcionaría esto:
(1) Yo podría no tener el conocimiento requerido para la determi
nación temporal del sujeto a menos que supiera que P.
(2) Que P sea verdadero es, en parte, lo que hace verdadero que
haya un orden temporal del sujeto.
(3) Yo podría no tener siquiera el concepto de un orden temporal
del sujeto (o hacerjuicios acerca de un orden temporal de sujeto)
a menos que tuviera los conceptos necesarios para formular la
condición de que P.
de uno sólo si uno puede hacer juicios sobre objetos duraderos relacionados
de alguna manera con estas representaciones, el argumento de Guyer ado
lece de dos problemas. El primero es que ninguna conclusión ontológica o
epistemológica de alguna fuerza antiescéptica se sigue del resultado de que
yo tenga, y ejercite, la habilidad de hacer juicios tales com o “Aqui hay un ob
jeto duradero’’. Para detalles de esta clase de crítica, ver mi [1]. El segundo
problema es que, en esta lectura de Guyer, está lejos de estar claro por qué
“representaciones sucesivas de la experiencia propia de uno pueden ser juzga
das com o sucesivas sólo si pueden ser juzgadas com o variamente simultáneas
con estados variamente sucesivos de algún objeto duradero”. ¿Por qué, por
ejemplo, no podrían ser juzgadas com o variamente simultáneas con estados
variamente sucesivos de un número de objetos meramente momentáneos? Si
se espera que este paso del argumento de Guyer dependa en alguna forma de
las relaciones entre los conceptos de sucesión y permanencia, entonces está
claro que este paso requiere de una defensa ulterior. Las observaciones de Gu
yer sobre la primera Analogía de la Experiencia (332-333) de hecho muestran
que él no simpatiza con esta clase de defensa del paso e n cuestión. (En un
contexto diferente del presente, jonathan Vogel sugirió un argumento que de
hecho haría verosímil el paso en cuestión. Su razonamiento era, de manera
general, que uno puede pensar las representaciones Rj y R2 com o sucesivas
más bien que simultáneas, sólo si uno las piensa com o variamente simultáneas
con estados incompatibles de un solo objeto (un objeto que, de esta manera,
existe en tiem pos diferentes). Incluso si uno acepta esta clase de defensa del
paso en cuestión, persiste el primer problema antes mencionado.)
Supóngase, com o es bastante probable, que Guyer insiste en que su argu
mento reconstruido n o depende de un análisis de las condiciones de posibi
lidad de hacer juicios con cierta clase de contenido (y por ende no depende
de la existencia de ningunas conexiones especiales entre los conceptos de
permanencia y sucesión). Supóngase que Guyer insiste en que su argumento
depende, en cambio, tle un análisis de las condiciones de posibilidad de ha
cer juicios ¡usújicados (confirmados, verificados) de cierta clase. Entonces, las
críticas del texto serán aplicables al argumento reconstruido. Hay una ambi
güedad en la discusión de Guyer respecto de la clase de juicio que ha de ser
justificado, pero mi crítica se aplica a cada caso. Concentrándose en un caso,
uno quisiera saber por qué no habría “ninguna manera de saber si un esta
do [representacional] significa solamente (a) ahora apareciendo tanto A-mente
com o B-mente, o bien (b) ahora apareciendo com o A-mente y (ahora recordan
do) haber aparecido previamente com o B-mente, a m enos que los estados de
cosas objetivos A y B ofrezcan ellos mismos alguna restricción sobre la posible
secuencia de representaciones suyas (por ejemplo, la silla fue introducida en
la habitación después del escritorio)” (358) ¿Se está sosteniendo que yo tengo
que conocer la historia reciente de los objetos de la habitación para poder
que hemos venido discutiendo para dem ostrar que la existencia
de los objetos en el espacio es u r? condición de posibilidad de
la determinación del ordenamiento temporal de las experien
cias propias.
Según Melnick, una visión estrecha de la segunda Analogía
opinaría que se ocupa sólo de explicar cómo es posible para
nosotros distinguir la sucesión de dos estados de un objeto (o
la sucesión de dos eventos en el dominio de los objetos; es decir,
en el dominio de las apariencias según Kant) respecto de la co
existencia de dos estados del objeto (o una coexistencia de dos
eventos en el dominio de las apariencias). Ya que nuestra apre
hensión es siempre sucesiva, nada nos es dado en la experiencia
sensorial que sea por sí mismo suficiente para distinguir el pri
mer caso del segundo. Más aún, el Tiempo vacío o absoluto no
puede ser percibido. La declaración de Melnick de lo que se
requiere en la situación recién descrita es un poco confusa. Di
ce que la “determinabilidad del orden temporal de los eventos
(o estados) tiene que darse en términos de (o basado en) algún
rasgo (o rasgos) de los fenómenos, en términos de algún rasgo
que tiene que ser encontrado en los objetos de la percepción”,
([7]: 89). Pero dado el contraste subyacente entre nuestras per
cepciones y los objetos de nuestras percepciones (a saber, las
apariencias), y dada la premisa acerca de nuestra incapacidad
para leer los hechos temporales cruciales sobre los objetos de
nuestras percepciones a partir de nuestras percepciones mis
mas, parecería menos engañoso decir que leemos otros ciertos
descifrar si (a) estoy teniendo ahora una representación con el contenido es
critorio aquí ahora y silla aquí ahora, o más bien, (b) estoy teniendo ahora una
representación con el contenido escritorio aquí ahora y silla aquí antes} ¿O se está
pretendiendo que yo tengo que conocer la historia reciente de los objetos de la
habitación para justificar mi creencia de que, digamos, la alternativa (a) es la que
tiene lugar? Sin duda es inverosímil suponer que debo apelar al conocimientc
de la historia de los objetos de la habitación para que pueda tener, o justificar
una creencia sobre el contenido de mi representación presente (sobre lo que la
representación ‘significa’). Por otra parte, Guyer sugiere en la última oración
del largo pasaje citado anteriormente, que su argumento concierne a la justifi
cación de las creencias sobre el onlen en el cual mis representaciones han ocurrido.
Seguí ámente en este caso es igualmente inverosímil suponer que debo apelar
al conocim iento de la historia de los objetos de la habitación parajustificar una
creencia sobre el orden errel cual han ocurrido mis representaciones recientes
de estos objetos.
hechos sobre los objetos de nuestras percepciones a partir de
nuestras percepciones mismas, hechos que usamos para deri
var los hechos temporales. En todo caso, la idea es que usamos
hechos sobre las características no temporales de los objetos de
nuestra percepción (apariencias), como quiera que se llegue a
ellos, en conjunción con ciertas reglas que nos permiten con
cluir si una sucesión dada de percepciones en la aprehensión
corresponde a una sucesión objetiva de eventos (o estados), o a
una coexistencia objetiva de eventos (o estados). Cualquier re
gla que pueda jugar el papel demandado, dice Melnick, es una
ley causal.
Digamos que la determinación temporal del objeto es la determi
nación del ordenamiento temporal de los eventos (o estados)
que son los objetos de las representaciones (percepciones) da
das sucesivamente en la aprehensión. Entonces, según Melnick,
la existencia de leyes causales es una condición de posibilidad
de la determinación temporal del objeto. Esto es así, reza el
argumento, porque algunas veces podemos saber que una su
cesión dada en la aprehensión corresponde a, digamos, una
sucesión objetiva (en vez de una coexistencia objetiva). Pero só
lo podemos saberlo si conocemos una regla que autorice esta
conclusión sobre las relaciones temporales objetivas (esto es,
una ley causal que, dados ciertos hechos de las características
no temporales de las percepciones sucesivamente aprehendi
das, autorice esta conclusión). Así que, según Melnick, Kant
argumenta que tenemos que ser capaces de conocer las leyes
causales pertinentes que gobiernan el dominio de los objetos
—de otra manera no podríamos llegar a conocer nada acerca
de las relaciones temporales de los objetos.
Se puede demostrar que la explicación que (en nombre de
Kant) da Melnick del conocimiento de leyes causales como una
condición de posibilidad de la determinación temporal del ob
jeto, adolece de problemas paralelos a los que rodean la explica
ción epistemológica de la determinación temporal del sujeto (los
problemas que conciernen a una creencia sin fundamento).2 No
determinación temporal del sujeto que tratamos de usar en el caso de las creen
cias sin fundamento sobre el ordenamiento temporal de las experiencias. Esto
es, que en muchos casos tengo creencias sin fundamento (110 inferenciales)
sobre el ordenamiento temporal de los eventos que no están localizados en mi
orden temporal de sujeto (por ejemplo, eventos que involucran objetos físicos).
En tales casos, no puede sostenerse que se requiere el conocimiento de leyes
causales para descifrar cuáles son de hecho las relaciones temporales. Así que
(como en los casos paralelos de la determinación temporal de sujeto) tenemos
que sostener que el conocimiento de leyes causales es necesario si he de ser
capaz de justificar mis creencias sin fundamento y, de esta manera, pretender
que tengo conocimiento de las relaciones temporales que mantienen los ob
jetos en cuestión. Pero, ¿es la proposición de que la pelota voló a través del
aire después de que el bate la golpeó menos cierta para mí que la proposición
que expresa la ley causal que implica que esos eventos están temporalmente
relacionados de esa manera? Ciertamente que no. Pero, entonces, ¿por qué
se requiere el conocimiento de una ley causal para justificar mi pretensión de
conocer el ordenamiento temporal de dos eventos? La única respuesta que se
me ocurre descansaría en la apelación a alguna forma de teoría colicrcntista
de la justificación. La teoría, sin embargo, requeriría un compromiso especial
con la existencia de las relaciones de coherencia que se dieran entre las propo
siciones sobre objetos y las proposiciones que expresaran leyes causales —que
se dieran de tal manera que los miembros de cada conjunto de proposiciones
110 estuviera justificado a menos que fuera sustentado por los miembros del
otro conjunto. Una línea coherentista semejante también podría ser tomada
con respecto a las proposiciones acerca del orden temporal de sujeto propio y
las proposiciones sobre objetos. En cada caso, no obstante, quedaría bastante
poco claro por qué tales relaciones especiales de coherencia tienen que darse si
las proposiciones sobre el orden temporal de sujeto propio (en el último caso)
y las proposiciones sobre objetos (en el caso anterior) han de estar justificadas.
¿Por qué, por ejemplo, no podrían estar justificadas las proposiciones sobre
el orden temporal de sujeto propio, dentro de una teoría coherentista, por su
relación de mutua coherencia?
cesiva, ya que quiere dejar abierta la posibilidad de que una
sucesión pueda ser dada en una aprehensión única. Si una su
cesión pudiera ser dada en una aprehensión única, entonces el
conocimiento de leyes causales no sería necesario en cada caso
de determinación del orden temporal de los eventos aprehen
didos. El argumento de Melnick en favor del principio causal
depende de una explicación más amplia de la determinación
temporal del objeto que la anteriormente considerada. En es
ta nueva explicación, necesitamos algo más que dar cuenta de
la posibilidad de saber si una sucesión de percepciones cons
tituye una aprehensión sucesiva de una sucesión objetiva o de
una coexistencia objetiva. También necesitamos dar cuenta de
la posibilidad de conocer la posición que ocupa un evento en el
orden temporal objetivo. Saber qué posición es ocupada en el
orden temporal objetivo por un evento e es saber, para cada par
de eventos (ya sea que contenga o no a e), qué relaciones tem
porales se dan entre los miembros del par. Saber que e ocupa la
siguiente posición con respecto a los miembros temporales a, b,
c , d y f que la rodean, no es lo mismo que conocer su posición
temporal:
a-b-c-d-e-f
También tiene uno que saber dónde la serie temporal delinea
da misma encaja en el orden temporal objetivo, y para saber
esto no es suficiente conocer, por ejemplo, el hecho temporal
representado por lo que sigue:
r-s-t-a-b-c-d-e-f-x-y-z
La misma cuestión sobre la posición temporal, que planteamos
respecto de la prim era serie temporal delineada, podría susci
tarse respecto de la segunda.
Que la posición del evento e en el orden temporal objetivo
es determinable, es una idea regulativa, en el sentido de que,
para hacer una determinación plena de esta posición, se reque
riría del conocimiento de una infinidad de hechos temporales
descritos en el anterior parágrafo. Lo que la determinabilidad
de la posición de un evento dado en el orden temporal objetivo
requiere es que existan leyes causales tales que, para cada par
de eventos (e,e'), haya una ley causal que relacione temporal
mente a e con e' de una manera determinada, y que sea tal que
yo pueda llegar a saber que esta relación tiene lugar sobre la
base de conocer la ley y conocer las características relevantes
de e y de e'.
Se nos acaba de ofrecer un argumento sobre las condiciones
de posibilidad de determinar la posición de un evento en el or
den tem poral objetivo. Los eventos considerados son aquellos
que involucran a los objetos representados por mis experiencias
perccptuales. ¿Cuál es la relevancia de este argumento para la
determinación temporal del sujeto? Podemos ahora plantear la
tesis de que una creencia no fundamentada sobre la posición
de una de las experiencias de mi orden temporal de sujeto no
es tan fácil de lograr. Es decir, que si analizamos qué significa
que una experiencia tenga determinada posición en mi orden
temporal de sujeto en la misma forma en que analizamos qué
significa que un evento tenga determinada posición en el orden
temporal objetivo, el cual propiamente incluye mi orden tempo
ral de sujeto, podemos ver que la creencia de que la experiencia
E tiene una determinada posición en el segundo orden es una
creencia muy compleja. Que una experiencia tenga una posi
ción en mi orden temporal de sujeto equivale a que tenga una
relación temporal exhaustiva con cada una de mis otras expe
riencias, según el análisis que estamos usando. De modo que
para creer que una experiencia ocupa una posición particular
en mi orden temporal de sujeto, parece que tengo que ser capaz
de formar una creencia sobre una red de relaciones tem pora
les muy compleja, ya que lo que estaría creyendo sería que la
experiencia embona en esta red de cierta manera. Con el fin
de ser capaz de formar esta creencia, parece verosímil suponer
que yo necesitaría recurrir a un fundamento complejo que me
permitiera descifrar aquellas relaciones temporales entre mis
experiencias de las que no tengo creencias sin fundamento. De
hecho, yo podría no formar nunca una creencia sobre la posi
ción temporal de una de mis experiencias. Pero si esta posición
es cognoscible, entonces es razonable suponer que tiene que
existir un conjunto complejo de hechos al que yo tendría que
recurrir para llegar siquiera a formar una creencia sobre esta
posición temporal.
Las creencias sin fundamento sobre las relaciones tempo
rales entre mis experiencias crearon problemas para la expli
cación epistemológica de las condiciones de posibilidad de la
determinación temporal del sujeto. Pero ahora podemos ver
que las creencias sobre el orden temporal que entran en la
determinación de la posición temporal, muy probablemente re
querirían basarse en un fundamento, en el sentido de que estas
creencias sobre la posición temporal son tan complejas que mu
cho de su contenido sólo puede llegar a ser creído por medio
de un proceso de inferencia. No obstante, todavía no tenemos
ninguna razón positiva fuerte para suponer que el conocimien
to de hechos acerca de los objetos externos sea necesario para
forma)' creencias justificadas (o creencias, simplemente) sobre
la posición ocupada por una experiencia en mi orden temporal
subjetivo. Todo lo que se ha hecho verosímil hasta aquí, es que
podría requerirse un conocimiento u otro para descifrar la posi
ción de una experiencia en mi orden temporal de sujeto. ¿Por
qué 110 podr ía ser el caso que yo usara el conocimiento sobre
las regularidades entre mis experiencias con el fin de descifrar la
posición temporal de una experiencia particular en mi orden
temporal de sujeto?
Además, muy bien podría haber algún error en el supuesto
de que la posición de las experiencias en mi orden temporal
de sujeto sea determinable de la m anera en que hemos asumi
do que lo es. A lo mejor no puedo llegar a conocer todas las
relaciones temporales que tienen lugar entre la serie completa
de mis experiencias. Es sólo si asumimos que es posible para
mí, en principio, determinan completamente la posición de las
experiencias de mi orden temporal de sujeto, que se torna vero
símil suponer que haya una clase importante de creencia sobre
mi orden temporal de sujeto —una creencia sobre la posición
en este orden—que sea tal que (1) yo no pueda siquiera formar
la creencia sin usar un fundamento muy complejo, y que (2) yo
deba, no obstante, ser capaz (al menos en principio) de formar
la creencia.
La idea de que yo pueda determinar, de m anera completa,
la posición de una experiencia en mi orden temporal de suje
to, parece descansar sobre una especie de verificacionismo. Si
realmente tiene sentido decir que E ocupa una determinada po
sición en mi orden temporal de sujeto, podría uno argumentar,
entonces esta posición tiene que ser interminable por mí. Pero si
esto es así, entonces para cada par ordenado de mis experien
cias tiene que ser posible que yo sepa qué relación temporal
conecta a sus miembros. Desde este punto de vista, mi afirma
ción de que E ocupa una determinada posición en mi orden
temporal de sujeto es una afirmación real —es expresada por
una oración significativa— sólo si es posible para mí determi
nar cuál es esta posición; y tal determinación requeriría que yo
supiera la multitud de hechos recién descrita. Esta tesis verifi-
cacionista, aunque no tan inverosímil como la tesis requerida
por el argumento de Guyer, sólo podría ser justificada por un
principio de verificación generalizado que conectara la signifi-
catividad de una oración con la determinabilidad de su valor de
verdad. Por ío tanto, la premisa clave del argumento inspirado
en Melnick tiene tanta verosimilitud como un principio de ve
rificación generalizado. Más aún, el problema de superfluidad
mencionado al inicio volvería a surgir: el principio de verifica
ción sería, por sí mismo, suficiente para refutar al escéptico, y
por ende la investigación de las condiciones epistemológicas de
posibilidad de la determinación temporal del sujeto se volvería
superflua.
Como una alternativa a esta justificación verificacionista de
la afirmación de que uno tiene la habilidad de determinar la
posición temporal de las experiencias propias, podríamos con
siderar la tesis de que uno tiene esta habilidad simplemente
en virtud de ser autoconsciente. Esto suscita la pregunta de
qué es lo que exactamente se encuentra involucrado en la au-
toconciencia. Antes de volvernos hacia la discusión de la auto-
conciencia, replantearé el problema central de la explicación
epistemológica de las condiciones de posibilidad de la deter
minación temporal del sujeto, y después esbozaré la presente
situación dialéctica. Considérese el siguiente principio acerca
de la justificación:
(Pl) Las pretensiones de conocimiento de las X requiere el conoci
miento de las Y para su justificación sólo si las proposiciones
sobre las Y pueden ser conocidas con más certeza que las pro
posiciones sobre las X.
Ya que no estamos considerando por el momento la explicación
metafísica de las condiciones de posibilidad de la determina
ción temporal del sujeto, asumimos que no existen conexiones
analíticas entre las proposiciones sobre las Xy las proposiciones
sobre las Y, y que no existe ninguna clase de relación reduccio
nista entre los contenidos pertinentes. (Pl) dice, en efecto, que
la única razón por la cual las pretensiones de conocimiento de
las X podrían requerir para su justificación del conocimiento
de las Y, sería que las dos clases de proposiciones encajaran en
la jerarquía de justificaciones de la m anera contemplada por el
fundacionalista. Pero, en el caso en el que las X sean relaciones
temporales entre mis experiencias y las Y sean objetos externos,
hemos visto que las proposiciones no inferencialmente conoci
das sobre las X y las proposiciones sobre las Y, no encajan de la
m anera requerida en una jerarquía fundacionalista de justifica
ciones. Así que, en tales casos, tiene que haber alguna otra razón
de por qué las pretensiones de conocimiento de las relaciones
temporales entre mis experiencias requieran del conocimiento
de los objetos externos para su justificación, y no está de nin
gún modo claro cuál podría ser esta razón. Es decir, que no está
de ningún modo claro que (Pl) no sea verdadero en el presente
caso. Vimos muy recientemente que las pretensiones de conoci
miento de la posición de una experiencia en el orden temporal
de sujeto propio podría requerir del conocimiento de los obje
tos externos para su justificación. Pero está bastante poco claro
que uno pueda, alguna vez, tener el derecho de sostener la an
terior clase de pretensión de conocimiento, que es altamente
compleja.
III
La cuestión de qué es lo que la autoconciencia involucra es
obviamente pertinente para evaluar la corrección de un ar
gumento trascendental kantiano. Hacia el final de la sección
anterior, dije que uno podría sostener la postura de que uno
posee la habilidad de determ inar la posición temporal de las
experiencias propias simplemente en virtud de ser autocons-
ciente. Si la existencia de objetos externos es en verdad una
condición de posibilidad para determinar la posición temporal
de las experiencias propias, esto refutaría a un escéptico carte
siano que acepte que él es autoconsciente sólo si acepta también
que tener la habilidad de efectuar la determinación temporal es
una condición de posibilidad de ser autoconsciente. Pero esto es
algo que, claramente, no necesita aceptar. De hecho, parecería
que el escéptico cartesiano podría rechazar cualquier premisa
acerca de la autoconciencia que implicara que el yo es tempo
ralmente extendido; por ejemplo, una premisa que implicara
que uno puede tener conocimiento de algunos hechos sobre
las experiencias temporalmente diversas que forman parte de
la multiplicidad de experiencias propias. La pregunta es si un
escéptico cartesiano está obligado o no a mantener una interpre
tación amplia de la autoconciencia. Si no lo está, entonces puede
rechazar cualquier argumento trascendental kantiano cuya pre
misa clave (que uno es el sujeto de experiencia autoconsciente)
emplee tal interpretación. Y parece que el escéptico cartesia
no no está, prima facie, obligado a mantener una interpretación
amplia de la autoconciencia, ya que podría adoptar la postura
de que uno sólo tiene conocimiento indudable de la experien
cia presente propia —uno no puede confiar en las aparentes
rememoraciones de experiencias del pasado, y usarlas con la
pretensión de tener conocimiento de la existencia o el carácter
de estas experiencias.
Guyer aborda el problema que discutimos en su reseña ([4])
de Identitát und Objektivitat, el libro de Dieter Henrich sobre
la Deducción Trascendental. Crilica la interpretación de H en
rich de la Deducción sobre la base de que su premisa clave
es que uno tiene conocimiento a priori —y, por tanto, ‘certeza
cartesiana’— de la identidad numérica del yo. Según Henrich,
“adscribir identidad a un sujeto significa asignarle un conjunto
de estados diferentes en los cuales él, en todo momento, tiene
conciencia de sí mismo como el mismo sujeto”. Guyer argu
menta que uno no posee ‘certeza cartesiana’ de la identidad
numérica de uno mismo. Uno sí posee tal certeza respecto de la
proposición de que “en cualquier momento en que uno consi
dere si uno existe, hay, en ese momento, una substancia pensante
existente que hace la pregunta” ([4]: 164). Pero, según Guyer, es
ta proposición no implica nada “acerca de la existencia continua
de una substancia pensante” ([4]: 164). Claro está que, ya que
Descartes sostiene que Dios debe conservar a las substancias
finitas de momento en momento (afirma Guyer), yo podría po
seer certeza cartesiana de mi identidad numérica sólo si pudiera
probar la existencia de Dios. De modo que, dados los criterios
de evidencia de Descartes, mi creencia en mi identidad numé
rica a través del tiempo no está en mejores condiciones que mi
creencia cu la existencia de los objetos físicos (o así argumen
taría Guyer). Por tanto, Guyer rechazaría cualquier argumento
que parta de la premisa de que uno tiene una clase de certeza,
respecto de la identidad numérica de uno mismo a través del
tiempo, que cumple los criterios de evidencia empleados por
Descartes en las Meditaciones.
El argumento de Henrich parte de una premisa de esa índole,
y también lo hace el anterior argumento de Guyer que recons
truí a partir de su reseña del libro de Walsh (ver la sección I). Si
el segundo argumento ha de poseer fuerza anticartesiana, tiene
que ser el caso cjue su premisa clave, que se refiere a la veri
ficación de la posesión propia de experiencias temporalmente
diversas, sea algo que un cartesiano esté obligado a mantener.
Esta obligación tendría que surgir del reconocimiento por par
te del escéptico de que él es autoconsciente. Pero Guyer mismo
está de acuerdo en que los puntos de vista de un cartesiano so
bre el autoconocimiento no lo obligan a mantener la premisa
clave en cuestión, ya que ésta se refiere a la identidad numérica
del yo a través del tiempo.
La sugerencia del propio Guyer sobre cómo revisar la in
terpretación de Henrich a fin de evitar el problema presente,
es la siguiente. Según esta revisión, no constituiría una premi
sa el hecho de que tengamos “alguna certeza a priori de que
nuestra identidad numérica tiene que darse con respecto a to
da representación particular” ([4]: 164). Más bien, “tendríamos
conocimiento a priori de la condición que las representaciones
tienen que satisfacer si es que hemos de ser conscientes de nues
tra identidad con respecto a ellas” ([4]: 164). “Ser consciente
de la identidad propia con respecto a las representaciones R
y S” obviamente quiere decir “saber de R y de S que pertene
cen a uno mismo”. Entonces, según la alternativa propuesta,
uno tendría que argumentar sólo en favor de una afirmación
condicionalizada, lo que dejaría abierto el problema de si uno
puede autoadscribirse una multitud de experiencias temporal
mente diversas. Uno trataría de mostrar que la falsedad de
la afirmación del escéptico cartesiano sobre el conocimiento
de los objetos físicos es una condición de posibilidad de tal
autoadscripción, pero uno no llegada a afirmar que los su
jetos autoconscientes tienen, de hecho, la clase de habilidad
autoadscriptiva de que se trata. No obstante, está claro que este
movimiento argumentativo carece de sentido como respuesta
al escéptico cartesiano precisamente porque no se hace nin
gún esfuerzo por mostrar que la habilidad para autoadscribirse
experiencias temporalmente diversas está implicada por la auto-
conciencia. En consecuencia, el cartesiano puede permanecer
inmutable ante la demostración de que la autoadscripción de
experiencias temporalmente diversas es posible sólo bajo el su
puesto de que su afirmación escéptica sea falsa.
IV
Hemos examinado argumentos que intentan mostrar que la
existencia de los objetos externos es una condición epistemo
lógica de posibilidad de la experiencia autoconsciente (en su
interpretación amplia). La sección anterior muestra la necesi
dad de establecer la corrección de la interpretación amplia de la
autoconciencia, si es que esta interpretación ha de ser emplea
da en un argumento trascendental kantiano. Tal empleo parece
necesario para el éxito de un argumento trascendental, ya que
necesitamos la premisa más rica posible a nuestra disposición.
Con respecto a la validez del argumento considerado, hemos
llegado a tres conclusiones:
(1) No hay condiciones epistemológicas de posibilidad de la au
toconciencia, interpretada ampliamente ‘a la Guyer’ —interpre
tación conforme a la cual involucra el conocimiento de que una
m ultitud de experiencias temporalmente diversas son todas ellas de la
misma manera propias de uno.
(2) La existencia de objetos externos no es una condición epistemo
lógica de posibilidad de la autoconciencia bajo la interpretación
de que involucra el conocimiento del ordenamiento temporal de (a l
menos algunas de) las experiencias propias.
(3) La existencia de objetos externos es posiblemente una condición
epistemológica de posibilidad de la autoconciencia bajo la in
terpretación amplia según la cual involucra el conocimiento de la
posición temporal de las experiencias en el orden tem poral de sujeto
propio.
BIBLIOGRAFÍA
[]] Anthony L. Brueckner, “Argumentos trascendentales I”, N oús 17
(noviembre, 1983).
[2] Paul Guyer, reseña de W. H. Walsh, K ant and the Criticism of M eta
physics, Philosophical Review 8 6 (1977).
[3] — , K ant and the Claims of Jaste (Harvard University Press, Cam
bridge, 1979).
[4] — , reseña sobre Dieter Henrich, Id e n tilá l und O bjektivitát, Jo urnal
of Philosophy, 76 (1979).
[5] — , “Kant on Apperception and A Priori Synthesis", American P h i
losophical Q uarterly 17 (1980).
[6] Immanuel Kant, C ritique of Puré Reason, traducción al inglés de
Norman Kemp Sraith. (St. Martin’s Press, New York, 1965).
[7] Arthur Melnick, K ant’s Analogies of Experienc.e, (The University of
Chicago Press, Chicago, 1973).
[8] P. F. Strawson, The Bounds of Sense, (Methuen and Co., London,
1966).
PAUL GUYER
. . . n o m u estra, e n e fe c to , q u e el c o n c e p to d a d o (p o r eje m p lo , el
d e lo q u e su c e d e ) n o s llev e d irecta m en te a otro c o n c e p to (el d e
causa), ya q u e u n p a so a sí con stitu iría u n salto in ju stifica b le. L o
q u e m u estra es q u e la m ism a e x p e r ie n c ia y, p o r tanto, el o b jeto
d e la ex p er ie n c ia , sería im p o sib le sin d ich a c o n e x ió n . L a p r u e b a
d eb iera , p u es, m ostrar, a la vez, la p o sib ilid a d d e lle g a r sin tética
m en te y a p rio ri, a c ier to c o n o c im ie n to d e cosa s q u e n o se h allab a
c o n te n id o e n e l c o n c e p to d e las m is m a s ... ( A 7 8 3 /B 8 1 1 ) .
2 Véase Ralph Walker, Kant (Routledge & Kegan Paul, Londres, 1978),
Esta caracterización no parece encajar muy bien con ninguno
de los modelos básicos de Kant para una prueba trascendental.
Consideremos, primero, las pruebas de tipo A. Seguramente, la
pretensión de verdad necesaria a partir de la cual comienza un
argumento de este tipo debe ella misma ser una proposición sin
tética, como es claro en el argumento regresivo paradigmático,
a partir de las proposiciones sintéticas a priori de la geometría,
y también, aun cuando esto sea más controvertido, en el argu
mento a partir del principio sintético de la apercepción (véase,
nuevamente, A 117n). Sin embargo, encontramos que Kant no
siempre presenta argumentos de este tipo como si, según él, par
tieran de una premisa sintética; más bien, como lo vimos en sus
muchas versiones de la deducción a partir de los conceptos de
un objeto y de unjuicio, procede como si las pretensiones de ver
dad necesaria fuesen derivables, precisamente, del análisis de
estos conceptos. En tales casos, entonces, la prim era premisa de
la deducción está realmente asociada con el análisis de un con
cepto —aun cuando, típicamente, con el concepto de un objeto o
de unjuicio, más que con un concepto de la experiencia misma
(la deducción, de los Prolegómenos, que comienza con el análisis
de un juicio de experiencia, es lo que más se acerca a rom per esta
distinción y a comenzar, por ende, con el análisis del concepto
mismo de experiencia). Lo que es mucho más importante, sin
pp. 18-21. W'ilker dice, explícitamente, que cuando Kant “mismo presenta
realmente argumentos trascendentales, tales como la deducción trascenden
tal de las categorías, se advierte que los pasos en estos argumentos consisten
supuestamente en proposiciones analíticas, proposiciones en las que se ana
liza el concepto de experiencia posible’’ (p. 19). Jonathan Bennett también
parece aceptar la opinión tle que las premisas intermedias de los argumentos
trascendentales son en última instancia analíticas; a un artículo suyo lo intitu
la “Argumentos trascendentales analíticos” (1979), y dice, al respecto, que el
argumento trascendental de Kant gira alrededor del hecho de que “un con
cepto no ocioso del pasado necesita un tipo de complejidad ordenada que no
se me ocurre cómo obtener sin poner también en ju ego conceptos objetivos”,
mientras que aparentemente supone que este hecho se descubre mediante el
análisis del concepto de pasado (Bennett, 1979, p. 55; ¡upra, p. 209). Este ti
po de interpretación se remonta, al menos, hasta Ewing, quien describió la
segunda analogía como “un análisis de las implicaciones de sucesión objeti
va com o un posible objeto de experiencia, esto es, un análisis del concepto
de sucesión objetiva experimentada o ‘experimentable’ ” (Kant’s Treatment of
Causality, Routledge 8c Kegan Paul, Londres, 1924, p. 83).
embargo —puesto que bien podría argüirse que todos los argu
mentos que comienzan con análisis de conceptos y poseen una
inherente pretensión de verdad necesaria, tácitamente presupo
nen la premisa sintética adicional de que conocemos objetos,
que hacemos juicios de experiencia y demás—, es que los ar
gumentos de tipo A ciertamente no proceden abiertamente,
después de su prim er paso, con subsiguientes pasos que pue
dan razonablemente caracterizarse como analíticos. Como lo
sugiere mi representación tripartita de tales argumentos, ellos
dependen de la premisa adicional de que la experiencia nunca
puede producir necesidad, así que cualquier fuente de necesi
dad debe, ella misma, ser a priori y, sobre el supuesto de que el
fundamento trascendental particular que Kant aduce —sea una
forma a priori de intuición, una síntesis original y a priori de
todos los posibles datos de la autoconciencia, o cualquier otra
cosa—es el único “fundamento trascendental” disponible para
la necesidad que se ha aseverado. Ciertamente es difícil conce
bir estos tipos de supuestos, especialmente el segundo, como
analíticos. Puede ser difícil decir cuál sea el status de estas pro
posiciones, pero parece muy poco probable que se hayan obteni
do por el análisis directo de algún concepto conocido. Después
de todo, el reconocimiento de que la experiencia nunca pue
de producir conocimiento necesario se aseguró sólo mediante
difíciles argumentos, descubiertos por vez prim era por Hume;
que pueda haber fundamentos alternativos para pretensiones
de verdad necesaria, difícilmente puede seguirse del análisis de
algún concepto; y que el “fundamento trascendental” particular
que Kant produce en un argumento trascendental dado sea el
único fundamento para la pretensión de verdad necesaria que
constituye la premisa del argumento, es un candidato a la ana-
lidcidad igualmente poco plausible. (Más adelante volveremos
a tratar los problemas que hace surgir esta última propuesta.)
Claro está que una vez que se desenmascaran los argumen
tos de Kant que parten de una pretensión de verdad necesaria,
poco pueden interesarles a los simpatizantes contemporáneos
de los argumentos trascendentales. Sin embargo, sus teorías
acerca de las condiciones necesarias de las determinaciones
temporales empíricas siguen siendo de gran interés. Pero es
todavía más obvio que éstas no se pueden concebir como aná
lisis de conceptos. Tales argumentos se inician a partir de la
premisa, claramente sintética, de que tenemos derecho a pre
tender conocimiento de juicios empíricos acerca de relaciones
temporales, sea que éstas se den entre estados de objetos o entre
nuestras propias representaciones. Tal premisa sintética podría
considerarse equivalente a la premisa sintética de que tenemos
experiencia, aun cuando de hecho sea más probable que se ob
tenga el asentimiento para la proposición de que formulamos
una forma particular de juicio temporal, que llegar a un acuer
do acerca de lo que realmente está contenido en el “concepto de
experiencia”, una de las construcciones más controvertidas de
los filósofos que pueda darse. Así pues, la introducción, en ta
les argumentos, de cualquier concepto general de experiencia
es, probablemente, una desviación innecesaria, pues la acep
tación de cualquier concepto de experiencia dependerá de la
aceptación de la premisa de que se formulan ciertos tipos de
juicios, y no a la inversa. Sin embargo, lo que nuevamente es
más importante, es el problema de concebir las premisas res
tantes de los argumentos trascendentales del tipo B de Kant,
como productos de los análisis de cualesquiera conceptos. Co
mo hemos visto, los pasos vitales en tales argumentos son las
aseveraciones de que el tiempo mismo no puede percibirse y
de que, en lugar de esto, el único otro medio para fundar los
juicios sobre relaciones temporales, es la aplicación espacial de
los conceptos de sustancia, causalidad, interacción recíproca y,
en última instancia, la propia independencia ontológica. Aun
cuando podría sugerirse que es parte (si no es que la totalidad)
del concepto de tiempo que sus momentos separados deben
ser sucesivos, de lo que podría seguirse analíticamente que las
relaciones temporales (al menos entre estados de cosas sucesi
vos) no pueden percibirse directamente, nuevamente parecería
que la aseveración de Kant de que las relaciones temporales
no pueden percibirse directamente, es más intuitiva que cual
quier supuesto análisis del concepto de tiempo —otro artefacto
de los filósofos, después de todo. Además, parecería mucho
más cercano a la perspectiva kantiana considerar que esta pre
misa vital que se aprende de la inspección de una forma de
la intuición y que, por esa razón, es sintética —ciertamente, la
“exposición trascendental” de Kant del concepto de tiempo,
incluye, entre los “axiomas del tiempo”, precisamente la ase
veración de que “tiempos diferentes no son simultáneos, sino
sucesivos” (A 31/B 47). Así pues, aun si este “axioma” implicara
lógicamente por sí solo que en ninguna representación simple
pueden percibirse las relaciones temporales entre objetos que
existen en momentos sucesivos, considerar el “axioma” y, con
ello, lo que el mismo implica, como proposiciones analíticas,
sería minar completamente la propia concepción de Kant de
la “Analítica Trascendental”. Además, es todavía menos obvio
cómo podría considerarse que la alternativa de Kant a la percep
ción directa del tiempo, esto es, la conclusión de que debemos
aplicar las categorías y los principios de los juicios a los obje
tos en el espacio para hacer determinaciones temporales, se
desprendería del análisis de algunos conceptos. Como Kant lo
expresa:
. . . n o s e p u e d e d a r r a z ó n d e la p e c u l i a r i d a d q u e n u e s t r o e n t e n
d i m i e n t o p o s e e —y q u e c o n s is te e n r e a l iz a r a priori la u n i d a d d e
a p e r c e p c i ó n s ó lo p o r m e d i o d e la s c a t e g o r í a s y s ó lo p o r m e d i o
d e e s te t i p o y e s t e n ú m e r o d e c a t e g o r í a s —, a sí c o m o n o se p u e d e
s e ñ a la r p o r q u é te n e m o s p re c is a m e n te é sta s y n o o tr a s fu n c io n e s
d e l j u ic i o , o p o r q u é e l t i e m p o y e l e s p a c i o s o n la s ú n i c a s f o r m a s
d e n u e s t r a i n tu i c ió n p o s ib le . (B 1 4 5 - 1 4 6 )
15 Véase Rorty, 1970, p. 219, donde su autor intenta convertir esto en una
virtud del argumento de Strawson, y Brueckner, 1983, pp. 5 61-562 (supra,
p. 317-318).
de Strawson de la Deducción de Kant. Pero lo que esto sugiere
es precisamente que los argumentos de Kant nada tienen que
ver con las condiciones para el uso significativo de los concep
tos en absoluto, sino, más bien, con las condiciones necesarias
para confirm ar formas características de juicio, las que (sin du
da) usan ciertos conceptos, pero difícilmente suponen que tales
conceptos se usan de m anerajustificada simplemente porque se
les entiende.10 El argumento de Kant no es que, porque enten
demos ciertos conceptos, entonces deben ser verdaderos ciertos
juicios que emplean conceptos con los que han de contrastarse
los primeros. Su argumento es, más bien, que porque conside
ramos que es verdadero un conjunto de juicios, también debe
considerarse que es verdadero otro conjunto de juicios que ofre
cen evidencia indispensable para el primero. Este argumento
no tiene nada que ver con condiciones para entender: por lo
que a él se refiere, podríamos entender por un don divino to
dos nuestros conceptos de m anera innata, en aislamiento. El
argumento, más bien, se refiere a las condiciones conforme a
las cuales podríamos ser capaces de justificar pretensiones em
píricas de conocimiento; esto es, el argumento enuncia, desde
un principio, que ciertos juicios son verdaderos y nunca intenta
introducir pretensiones respecto de la verdad de cualquier cosa
por medio de la teoría del significado, sino sólo mediante un
modelo específico para la confirmación de las verdades inicial
mente afirmadas. Desde un principio, tanto la verdad como el
conocimiento están presentes en el argumento, y no es cuestión
de transferirlos de un concepto a otro, sino de un conjunto de
juicios a otro.
Empero, una versión de la presente objeción podría formu
larse en contra de este estilo de argumento. La teoría de Kant
de la determinación temporal sostiene básicamente que porque
consideramos que es justificable una clase de juicios empíricos
16 Bennett intenta sugerir algo com o esto aun ruando perm anece dentro
de los confines de su comprensión de los argumentos trascendentales com o
dependientes, en última instancia, del análisis de un concepto del yo. Escribe
que, mientras que Strawson “argumentaque el autoconocimiento requiere que
tengamos un concepto de 'persona’. .. la intuición de Kant [es] que el auto-
conocim iento supone actividad intelectual: saber cóm o son nuestros estados
internos es hacer juicios de ciertas clases” (1979, p. 52; supra, pp. 204-205).
(sea que éstos sean juicios acerca de las relaciones temporales
de objetos externos o de estados internos) y descubrimos que
otra clase de juicios (sea que éstos sean juicios acerca de las
relaciones causales de objetos externos o acerca de sus rela
ciones temporales) proporciona el único medio de confirm ar
tales juicios, debemos también considerar, por tanto, que son
verdaderos estos últimos tipos de juicios —que son “experien
cia”, no m era “imaginación”. Claro está que, ocasionalmente,
podemos estar equivocados acerca de los ejemplos específicos
de los juicios que proporcionan confirmación (B 278), en cuyo
caso, sin embargo, simplemente tendremos que admitir que es
tamos equivocados acerca de los miembros particulares de la
clase de juicios que han de ser confirmados; Kant nunca su
pone algo diferente.17 Pero, ¿no puede uno solamente creer las
proposiciones de la clase confirmante, sin conocerlas realmen
te? Después de todo, premisas falsas no implican lógicamente
conclusiones falsas. O, incluso peor, ¿no puede uno tan sólo
creer las proposiciones de la clase para la que ha de aportarse
evidencia y, por tanto, tener sólo fundamentos adecuados para
meramente creer, pero no literalmente pretender conocer jui
cios de la clase que ha de proporcionar la evidencia? ¿Qué es
lo que ha de decirse ante estas objeciones?
Claro está que, a cierto nivel, debe concederse que ningún
argumento, por sí mismo, puede nunca probar más que, si se
acepta un conjunto de aseveraciones, entonces, so pena de in
consistencia lógica (y, ¿qué tipo de pena es ésa}), también se
debe aceptar otro conjunto de aseveraciones. Niéguese que uno
conoce las premisas, y nada se seguirájamás. Pero el escepticis
mo sería una aburrición si sólo se apoyara en ese hecho relativo
a los límites de la argumentación. Es irrelevante la propuesta
lógica de que la falsedad de una premisa no implica de suyo
la falsedad de la proposición que se ha tratado como su conse
cuencia; ya se ha asumido que estamos tratando con una clase
de juicios que proporcionan la única forma de evidencia para
DIETER HENRICH
I
En el lenguaje filosófico de Kant, el significado del término
“deducción” es distinto del que nosotros, casi irreflexivamen
te, suponemos, y esto da razón, en buena medida, del continuo
fracaso en la comprensión de las deducciones de Kant, en tanto
programa unitario y correctamente estructurado (dentro de su
unidad). “Deducción” es un término con el cual estamos muy
familiarizados. Se refiere al procedimiento lógico mediante el
cual una proposición —la conclusión—se establece a través de
las relaciones formales de otras proposiciones, sus premisas.
Así pues, consideramos una deducción como una prueba silo
gística. Kant estaba familiarizado con este uso del térm ino “de
ducción”. Pero, a diferencia de hoy en día, éste no era el único
ni el más común de los usos en el lenguaje académico del siglo
dieciocho. Si suponemos que bajo el título “deducción” Kant
anuncia una cadena de silogismos correctamente formada, está
claro que debemos llegar a una conclusión muy desfavorable
acerca de su capacidad para llevar a cabo semejante programa.
Es cierto que la deducción de la prim era Crítica pretende ser
una prueba. Pero si se define como una deducción en virtud
de su corrección y, sobre todo, de su claridad, en tanto cadena
de silogismos, resultaría evidente que no cumple con sus pro
pias normas. Sabemos, sin embargo, que en la prim era Crítica
Kant mostró, varias veces, su habilidad para construir pruebas
silogísticas precisas —por ejemplo, en la Refutación al idealis
mo y en las Antinomias. Tenemos, pues, razones para buscar
una interpretación del término “deducción” en el sentido que
Kant le otorga, una interpretación que no haga depender com
pletamente de la construcción de una cadena de silogismos el
significado de su programa.
El significado literal de “deducir” (en latín) es “sacar una
cosa de otra”. En este muy amplio sentido, no está restringido
a las derivaciones en un discurso, por ejemplo, en la expresión
inglesa “deduces a riv e r” [desviar un río] cavando un nuevo cauce.
En el campo de los métodos discursivos, “deducción” puede
tener una pluralidad de aplicaciones. Una “deducción”, en el
sentido original (en latín), puede tener lugar siempre que algo
resulte de una derivación metodológica a partir de otra cosa.1
Vestigios de este uso tan amplio se han conservado de distintas
maneras en las lenguas europeas; en inglés, por ejemplo, en
“ta x deduction".
Cualquiera que esté familiarizado con la prim era C ritic a re
cordará la prim era oración bajo el encabezado “De los princi
pios de una deducción trascendental en general”: “Los juristas,
al hablar de derechos y demandas, distinguen en un proceso le
gal la cuestión relativa al derecho (quid ju ris ) de la relativa al
hecho (q uid fa c ti). De ambas exigen una prueba y llaman a la
primera, que debe exponer el derecho o la pretensión legal,
deducción.” (A 84/B 116) Ya que Kant, por lo visto, quiere aquí
distinguir en prim er lugar las dos cuestiones, uno puede ver
se fácilmente tentado a opinar que emplea “deducción” en el
sentido lógico ordinario, con el requisito adicional de que las
premisas del silogismo deben poder justificar pretensiones le
gales —por lo tanto, es de suponerse, proposiciones normativas.
Pero al adoptar esta interpr etación casi irresistible y aparen
temente natural, se pierde ya de vista el aspecto distintivo de la
idea metodológica que le proporciona una estructura unitaria
a las deducciones de Kant. Se pierden de vista, también, las ra
zones por las cuales Kant se refiere al paradigma jurídico y las
razones de por qué pudo estructurar y de hecho esti acturó la
prim era C rític a , en su totalidad, en torno a una constante refe
rencia a procedimientos jurídicos. Intentaré elucidar en cuatro
pasos los antecedentes que le permiten a Kant adoptar el tér
II
Pero prim ero hay que destacar otros problemas. Si bien ahora
comprendemos el programa que implica la noción de deduc
ción, aún no sabemos nada sobre las ideas de Kant acerca de
cómo obtener una deducción filosófica. Aún tenemos que averi
guar sus puntos de vista sobre la fundamentación metodológica
sobre la cual es posible justificar en filosofía derechos adquiri
dos.
5 Puede mostrarse que hay una clara conexión entre la pretensión kan
tiana de que la filosofía está basada en la reflexión natural y su adhesión a
Rousseau, para quien el hombre común conoce todo, en algún sentido, desde
sus inicios.
filósofo, sigue habiendo un vacío entre estas dos actividades
cognoscitivas, independientemente de la correlación esencial
entre ambas. Se presenta, pues, la cuestión de cómo un conoci
miento implícito puede transformarse en uno explícito. Tiene
que haber una estrategia por la cual la transición pueda llevarse
a cabo de manera respetable y segura desde el punto de vista
metodológico. Kant se percató de esto y se inclinaba a aplicar,
precisamente en este lugar, la teoría de los “juicios prelimina
res” (judicia praevia): en la reflexión surge de alguna manera
una tendencia a conceptualizar en una forma particular nues
tras facultades cognoscitivas. Estos “juicios preliminares” son el
punto de partida de la investigación filosófica. La investigación
no tiene que aceptarlos, pero arranca de ellos. En sus lecciones
de lógica, sobre todo en la transcripción de Viena, Kant reco
noce que sólo contamos con un conocimiento rudim entario de
este mecanismo y que, por esta razón, una metodología satis
factoria del razonamiento filosófico se enfrenta a dificultades
hasta ahora insuperables.
4) En un cuarto y último paso nos dirigimos a una im por
tante y sorprendente aplicación de la doctrina de Kant acerca
del papel de la reflexión en la filosofía. La noción clave de
la deducción en la prim era Crítica es, sin duda, la unidad de la
apercepción. Mucho puede decirse en favor de la opinión según
la cual en este principio tienen que apoyarse, al menos indirec
tamente, también las otras deducciones trascendentales. A hora
bien, cuando Kant discute este principio se refiere a él constan
temente como “el yo pienso”. Es de suponer que ciertas razones
son responsables del persistente uso de esta peculiar frase. Pe
ro, entre ellas, hay una que puede derivarse directamente de
la teoría kantiana de la reflexión: la conciencia [awareness] “yo
pienso” es precisamente la autoconciencia que puede vincular
se a la reflexión natural y espontánea. Y, además, es la auto-
conciencia que puede acompañar cualquier tipo de reflexión,
independientemente del campo de su empleo. Esto puede verse
si consideramos que: a) No es ni un concepto ni una intuición y
no pertenece a ninguna de las varias actividades cognoscitivas.
b) Se establece con anterioridad a cualquier tipo de teorización.
c) Surge de una operación. Pero esta operación no es, ella mis
ma, un acto de reflexión, y tampoco define a la reflexión como
tal. d) Sin embargo, acompaña potencialmente a cualquier ca
so de reflexión y no está restringida a un área específica de la
conciencia [awareness] reflexiva o a un discurso particular cuyos
principios se revelan en virtud de la reflexión. Tiene la misma
generalidad y alcance que la reflexión y puede, por lo tanto,
ser pensada junto con cualquier acto de reflexión. Es, como
dice Kant, “el yo en cuanto sujeto del pensar, es decir, la pura
apercepción, el yo de la reflexión” (Anthr. § 4, 7: 134 n .).6
Es imposible entender estos pasajes sin la ayuda de la noción
kantiana de reflexión en su sentido distintivo. Pero una vez que
la noción de reflexión ha sido aclarada, podemos también com
prender el papel fundamental que desempeña la unidad de la
apercepción en el sistema de Kant como un todo. La justifi
cación última de los principios de nuestro conocimiento debe
depender de un origen que ocupa una posición central en nues
tro sistema cognoscitivo, tal como tenemos acceso a él en virtud
del conocimiento implícito de la reflexión. Esto sugiere que el
principio por el cual puede llevarse a cabo la deducción más
fundamental, tendrá la generalidad y la aplicabilidad irrestricta
que constituye el rasgo distintivo del proceso de reflexión so
bre el cual se apoya constantemente el método de justificación
o investigación filosófica.7 De esta manera, la noción clave de la
deducción en la prim era Critica y el principio metodológico de
todas las deducciones filosóficas, la correlación de la reflexión
y la investigación, resultan estar relacionados enue sí.
Esto nos conduce a un último punto. La unidad de la apercep
ción ha aparecido desempeñando dos papeles muy diferentes:
por un lado, es una conciencia [awareness] que puede acompa
ñar cualquier conocimiento reflexivamente accesible. Pero este
conocimiento es múltiple y en apariencia le falta unidad siste
mática. Por el otro lado, la unidad de la apercepción es el origen
del sistema de categorías y el punto de partida de la deducción
P. F. STRAWSON
PATRICIA KITCHER
I
Immanuel Kant es quizá la figura más importante en la historia
de la epistemología. Sin embargo, por lo general, los epistemó-
logos contemporáneos han ignorado su obra. No es un misterio
por qué ha sucedido esto. Según la metodología filosófica del
momento y las lecturas actuales de Kant, sus clasificaciones
epistemológicas o bien estaban equivocadas o bien eran muy
confusas.
Como todos sabemos, Kant formuló su investigación episte
mológica en términos de reivindicar la posibilidad del conoci
miento sintético a priori. Los epistemólogos actuales se dividen,
básicamente, en dos grupos: los que aceptan el desdén de Qui
ne por la distinción entre lo analítico y lo sintético, y los que
creen que la analiticidad es todavía una noción filosófica útil.
Ambos grupos rechazan lo sintético a priori. Los seguidores de
Quine consideran la noción de aprioricidad como opaca o co
mo inextricablemente vinculada con la noción de analiticidad.1
Quine tenía razón en que lo analítico y lo a priori deben ir juntos (1966, 4-10).
N o se ocupa para nada de lo “trascendental". Guyer (1987) no discute lo “a
priori" en detalle sino hasta el capítulo 16 y cuando lo hace no lo relaciona
con lo “trascendental”. En cambio, Allison (1983) comienza por considerar el
enfoque trascendental de Kant, pero no aclara la relación de éste con el proble
ma del conocim iento a priori que la Critica tenía que resolver. (Una excepción
a esta tendencia es la de Pereboom, 1990, que ofrece un minucioso análisis de
lo “trascendental" y lo “a priori”. Discuto brevemente esta descripción en la
página 458 y en la nota 12.)
Supuestamente, el hecho de que los intérpretes contemporáneos hayan
guardado un silencio casi total sobre estos temas significa que consideran que
las nociones de Kant del “conocim iento trascendental”, el “conocim iento a
priori” y el “juicio analítico” ya no suscitan problemas de comprensión. Sin
embargo, la fuente de este consenso no está tan clara. Entre los epistemólogos
contemporáneos, la cuestión del “conocimiento a priori” (Moser, 1987) y la de
la “proposición analítica” (Quine, 1953; Strawson y Grice, 1956; Burge, 1992)
son muy debatidas, además de que, como ya se m encionó, casi nunca abordan
el tema del conocimiento trascendental.
Si consideramos los estudios kantianos más antiguos, Kemp Smith ofreció
una breve historia de los términos “trascendente” y “trascendental”. Smith sos
tenía que la noción de “trascendental” propuesta por Kant era ambigua entre
una “teoría de lo a priori”, el “a priori” mismo, y las “facultades a priori” (1923,
73-76), aunque no hizo ningún esfuerzo por resolver estas supuestas tensio
nes. Por tanto, no logró proporcionar una descripción clara y atractiva de la
relación entre lo “trascendental” y lo “a priori”. (Véase la nota 13 para una so
lución de la supuesta ambigüedad y las páginas 436-438 para una descripción
de la relación entre “trascendental” y “a priori".) H. J. Patón argumentó que la
raíz del significado de “trascendental” tenía que ver con “orígenes”, pero no
intentó relacionar ese significado con el problema de lo a priori, aunque en el
párrafo siguiente hizo una suave transición al tema del conocim iento a priori
(1936, vol. I., 228-229; véase también 226-227).
todo trascendental no es sólo un medio eficaz para combatir el
escepticismo, sino que también conduce a un nuevo e ilumina
dor modelo de la situación epistémica humana. En la sección
4 defenderé la proposición central, y por demás sorprendente,
de este ensayo: tanto el método trascendental de Kant como
el modelo epistémico que éste incorpora ofrecen una m anera
verosímil para establecer las proposiciones sintéticas a priori.
La sección 4 también establecerá los fundamentos para el argu
mento de la sección 5, según el cual el modelo de la epistemo
logía de Kant puede aclarar la cuestión relativa al papel propio
de la psicología dentro de la epistemología y, de esta manera,
anticipar el debate contemporáneo sobre la naturalización de
la epistemología.
El escepticismo, la aprioricidad y el psicologismo no ago
tan la epistemología kantiana, pero sí desempeñan un papel
decisivo en cualquier evaluación de ella. Para Kant, su contri
bución característica consistía en un nuevo método para esta
blecer las proposiciones sintéticas a priori-, las primeras críticas
de la filosofía trascendental se concentraban en su aparente
dependencia de la psicología, aunque ésta no haya sido suficien
temente explicada ni defendida;4 y los intérpretes más recientes
han intentado rescatar la reputación de Kant presentándolo
como opositor del escepticismo.3 Al argumentar —contra las
opiniones predominantes—que el uso que Kant hace de la psi
cología era completamente apropiado, incluso para defender la
posibilidad de un conocimiento a priori, y que sus argumentos
antiescépticos eran muy sólidos, espero mostrar que revisar su
epistemología bien vale el esfuerzo interpretativo.
II
Kant introdujo el térm ino “trascendental” para indicar la nove
dad de su filosofía. En varios pasajes intentó explicar con exac
5 Kemp Smith enlista otros pasajes que pertenecen a los otros usos que
Kant hizo de “trascendental”, com o, por ejemplo, “idealidad e idealismo tras
cendental” y “facultad trascendental”. Me ocupo de algunas de las relaciones
entre estos usos en la nota 13.
7 Según Kant, los conceptos matemáticos siempre pueden ser construidos
y por tanto exhibidos por la intuición. En cambio, las proposiciones tras
cendentales de la razón no pueden construirse por la intuición; sólo ofrecen
principios para la síntesis de intuiciones empíricas posibles. Es decir, las ca
tegorías están comprendidas en la construcción, pero sólo sobre la base de
los datos sensoriales dados, mientras que en matemáticas, Kant creía que las
intuiciones podían ser construidas en intuición “pura” (A 7 2 0 /B 748).
8 Todas las citas de la Critique o/Pure Reascn emplean la paginación común
A y B. Yo indicaré cuándo me alejo de la traducción de Kemp Smith de 1929.
[2] No todo conocimiento a p rio ri debe llamarse trascendental,
sino sólo aquel mediante el cual conocemos que determinadas
representaciones (intuiciones o conceptos) son posibles o son em
pleadas puramente a p rio ri y cómo lo son. El término “trascenden
tal” se refiere a aquel conocimiento que se ocupa de la posibilidad
a p rio ri de conocimiento o de su uso a p rio ri. Por ello, ni el espacio
ni ninguna determinación geométrica a p rio ri del mismo consti
tuye una representación trascendental. Sólo puede llamarse repre
sentación trascendental el conocimiento de que tales representaciones no
poseen origen em p írico . .. (A56/B 80-81, traducción modificada)
[3] La analítica trascendental consiste en descomponer todo nues
tro conocimiento a p rio ri en los elementos del conocimiento puro
del entendimiento. Con tal objeto hay que destacar los siguiente
puntos acerca de los conceptos: (1) que los conceptos sean puros y no
empíricos; (2) que pertenezcan, no a la intuición y a la sensibilidad,
sino al pensar y a l en ten d im ien to ...
Por analítica de los conceptos no entiendo el análisis de los mis
mos o el procedimiento corriente en las investigaciones filosóficas
consistente en descomponer, según su contenido, los conceptos
que se presentan y en clarificarlos. Entiendo, por el contrario,
la descom posición —poco practicada todavía—d e l a ca p a c id a d misma
d e l en ten d im ie n to , a fin de investigar la posibilidad de los concep
tos a p rio ri a base de buscarlos sólo en el entendim iento como su lugar
de procedencia y a base de analizar el uso puro de esta facultad. Tal
es la tarea propia de un a filosofía trascendental. (A64-66/B 89-91)
[4] [Una deducción empírica de los conceptos a p rio ri es una ta
rea completamente inútil] por lo tanto, una deducción de estos
conceptos... debe ser trascendental.
... [De nuevo] una deducción de los conceptos puros a p rio ri
jamás se produce de esta manera [empíricamente],.. Pues en vis
ta de su empleo subsecuente..., estos conceptos han de exhibir una
p a rtid a de nacim iento enteramente d istin ta a la de un a procedencia
em pírica. (A 86-87/B 118-119)
[5] En el conocimiento trascendental, siempre que se refiera úni
camente a conceptos del entendimiento,9 es la p o sibilidad de la
experiencia la que desempeña este p a p el de g u í a . .. La pru eba [trascen
dental] procede mostrando que la experiencia misma, y por tanto, el
A h o r a b ie n , n o s en co n tr a m o s c o n a lg o m uy singular: in c lu so e n
tre n u estras ex p er ie n c ia s se m ezclan c o n o c im ie n to s q u e han d e
ten er su o r ig e n a p rio ri y q u e tal v ez só lo sirven para dar c o h e
sió n a n u estra s rep resen ta cio n es d e los sen tid o s. ( A 2 , tra d u cció n
m od ificad a ; cf. B 5)
-’- Por ejemplo, B ennett( 1966, p. 17), Strawson (1966,p. 8 8 ), Walker (1978,
p. 20), Allison (1983, pp. 148, 162), Bencivenga (1987, p. 5). Una excepción
notable es el “Epílogo” a Guyer, 1987. Ver supra.
23 Aunque Burge (1992) distingue tres diferentes nociones actuales de ana-
liticidad, cree que Kant las combinó. Por razones que expongo en el texto, no
creo que Kant sostuviera que ciertos enunciados fueran ciertos meramente
por definición.
consideran que el análisis conceptual es la actividad distintiva
de la filosofía. La segunda es que resulta bastante claro que,
independientemente del modo como se suponga que operan
los argumentos de la deducción trascendental y del capítulo de
los Principios, no constituyen pruebas lógicas (o, de serlo, son
todas y cada una inválidas). Por lo tanto, parece que el análisis
conceptual ha sido la última posibilidad para establecer conclu
siones a priori.
Sin embargo, si consideramos las anteriores interpretaciones
de “trascendental” y de “a priori", esta segunda razón pierde
fuerza. Kant no se ocupaba de las pruebas lógicas de propo
siciones a priori, o de nada parecido a una prueba lógica. Más
bien intentaba revelar la legitimidad de ciertas características de
nuestras formas de representar el mundo, llevándolas a sus orí
genes y demostrando que eran indispensables. Como lo apunta
Henrich, esta nueva interpretación permite tener una flexibi
lidad mucho mayor al tratar de imaginar cómo se supone que
operan los argumentos de Kant (1989, p. 39. Ver supra, pp. 407-
408). Además, para algunos filósofos, el ataque de Quine a la
analiticidad ha debilitado la fuerza de la prim era razón.
III
Incluso dentro de los criterios kantianos, hasta aquí mi argu
mentación ha resultado excesivamente abstracta y metodológi
ca. Intentaré ahora llevar mi interpretación a un nivel más con
creto, al mostrar cómo funciona la epistemología trascendental.
En esta sección, describiré con brevedad cómo el método tras
cendental de Kant puede defender el uso legítimo de algunos
conceptos muy cuestionados. En la siguiente, me concentra
ré en la capacidad del método para establecer la aprioricidad.
Aunque no creo que a Kant le interesara combatir al escepticis
mo en general, ésta ha sido una lectura muy popular y ofrece
un mecanismo adecuado para relacionar sus investigaciones
trascendentales con ciertos problemas filosóficos tradiciona
les. Investigar las condiciones necesarias para ejecutar algunas
tareas cognoscitivas resulta ser un método bastante efectivo pa
ra combatir algunas preocupaciones escépticas.
Kant fue explícito acerca de su intención de defender un con
cepto de causa necesaria (B 5) y fue también muy directo en su
argumentación a favor de una unidad necesaria de la identidad
del yo (A 116/B 131-132). Además fue muy claro en cuanto a
que deseaba demostrar la falsedad del escepticismo cartesiano
y berkeleyano, que Kant denominó “idealismo” (B 274 ss.). No
obstante, creo que algunas de sus expresiones antiescépticas
más efectivas no tienen lugar en obras específicas, sino en la
forma en que establece sus propias posturas positivas.
Tanto en la edición A del Cuarto Paralogismo como en la
Refutación del Idealismo, Kant planteó el problema del escep
ticismo cartesiano en términos de la asimetría entre lo interior
y lo exterior. Para Descartes, la experiencia interna era “indu
bitable” (B 275), porque se “percibía inmediatamente” (A 367).
En cambio, la experiencia externa era “simplemente dudosa”
porque “sólo puede ser inferida como causa de percepciones
dadas” (A 367, véase B 274). En la Refutación, Kant adoptó una
estrategia ambigua, que consistía en tratar de m ostrar que la
experiencia interna sólo es posible si también experimentamos
objetos externos. Como Paul Guyer ha argumentado detallada
mente, la prueba procede entonces en varios pasos intermedios
cuestionables, tales como la suposición de que no hay leyes psi
cológicas (1987, Parte IV passim).
Hay que notar, sin embargo, que las opiniones positivas de
Kant proporcionan un material muy vasto para criticar las ob
jeciones que Descartes y Berkeley hacían al conocimiento de
los “objetos externos”. De nuevo, la clave radica en las supues
tas diferencias entre nuestro acceso a las realidades interna y
externa, y por ende entre nuestro conocimiento de ellas. Di
chos escépticos cuestionan nuestra capacidad para conocer la
existencia del mundo externo con el argumento de que todos
estamos directamente conscientes de nuestras propias ideas. En
cambio, se considera que la experiencia interna —la conciencia
de nuestros propios estados—no es problemática. No obstan
te, como Kant comentaba a menudo, una de las repercusiones
más sorprendentes de su teoría de las formas de las intuiciones
y la sintetización necesaria de los estados cognoscitivos es que
la experiencia interna es también una “apariencia” (y también
se construye a partir de datos dados): “[el sentido interno] nos
presenta, incluso a nosotros mismos, a la conciencia sólo tal
como nosotros nos manifestamos a nosotros mismos, no tal co
mo somos en nosotros mismos" (B 152-153). “No me conozco tal
como soy, sino sólo como me manifiesto a mí mismo” (B 158).
Este 'material nos ofrece la base para la mucho menos con
trovertida respuesta que sigue al escepticismo sobre los obje
tos externos. Descartes y Berkeley cuestionan la legitimidad de
nuestras referencias a los “objetos externos” porque existe una
brecha entre los datos proporcionados a la conciencia y los obje
tos que se infieren de dichos datos. Sin embargo, de hecho, los
datos que se han descrito equivocadamente como “dados” a la
conciencia, son ellos mismos construidos por la forma del sen
tido interno y la síntesis del entendimiento. De aquí que exista
también una brecha entre lo que consideramos conscientemen
te como “dado” a la conciencia (incluso suponiendo, como no
lo hizo Kant, que la introspección es infalible) y la materia pri
ma reunida por el sentido interno. Sin embargo, de existir dicha
brecha, un Genio Maligno podría manipular nuestros poderes
de intuición y síntesis para crear apariencias que difieren mu
cho de la realidad interna subyacente. Por supuesto, con los
objetos externos habría dos brechas, una entre la realidad in
terna y la apariencia interna, y otra entre la apariencia interna
y la realidad externa —pero no parece que un doble engaño sea
de clase diferente que un engaño simple. Para ser consistentes,
entonces, los escépticos tendrían que dudar de todo, incluso de
la conciencia de nuestros propios estados, o bien renunciar a
sus objeciones a las afirmaciones acerca de los “objetos exter
nos”. Alternativamente, un kantiano puede señalar que el ideal
escéptico de la “percepción directa” es un mito, de tal manera
que el hecho de que dichos objetos no puedan ser “percibidos
directamente” no constituye una objeción específica a las refe
rencias a los “objetos externos”.
Para acercarnos al problema del a priori, me ocuparé aho
ra del análisis escéptico realizado por Hume sobre la creen
cia común en los objetos independientes y continuos (1739,
p. 187 ss.). Puesto que esta discusión es muy conocida, trataré di
rectamente la perturbadora conclusión de Hume.24 Llegamos a
24 Aquí estoy de acuerdo con Rosenberg, 1975 (p. 613 ss.) en que una ma-
creer en la existencia continua (y por ende independiente) de los
objetos debido a los efectos de dos mecanismos: un sentimien
to de invariancia que surge en las excepcionales ocasiones en
que observamos ininterrumpidamente a los objetos y una ten
dencia a confundir sentimientos similares (1739, pp, 202-203,
199). Como apuntó Hume, dichos mecanismos son demasia
do “triviales” y no conducen a un razonamiento firm e (1739,
p. 217).
Sin duda alguna, Kant conocía el problema de Hume.25 Ade
más, la afirmación de que no tenemos un acceso directo a los
objetos era absolutamente central para la filosofía trascenden
tal y Kant comprendió plenamente que tema que explicar cómo
nos formamos creencias sobre objetos perdurables con base en
estados cognoscitivos cambiantes. A pesar de ello, no se ocu
pó explícitamente del escepticismo de Hume sobre los objetos
independientes y continuos. Sin embargo, como en el caso ante
rior, sus investigaciones trascendentales acerca de la posibilidad
de la cognición ofrecen una defensa efectiva del concepto de
objetos independientes y continuos.
Kant aceptó la doctrina empirista básica que propone que
la cognición requiere que adquiramos información sobre el
mundo mediante la percepción sensorial (A 120, B 60). Sin em
bargo, no dio por supuesta simplemente a la percepción, sino
que se embarcó en una investigación trascendental sobre esta
capacidad. ¿Cómo es posible la percepción misma? O, más es
pecíficamente, ¿cómo podemos formar imágenes perceptuales
estables sobre la base de lo que Hume describió adecuadamen
te como el flujo constante de percepciones que “se suceden la
una a la otra con inconcebible rapidez” (1739, p. 252).
27 Véase, por ejemplo, Beck, 1978, p. 135; Melnick, 1973, p. 80; Allison,
1983, p. 217, y Guyer, 1987, p. 258.
defendió tanto la legitimidad de ciertos conceptos como las
tareas cognoscitivas en las que éstos funcionan. En tanto que
su defensa estaba dirigida en contra de ciertos oponentes es
cépticos en particular, tuvo éxito cuando pudo mostrar que
las características no empíricas requeridas por las tareas cues
tionadas constituían también características que no se podían
eliminar de tareas admitidas por los escépticos. En este respec
to, las deducciones de Kant eran como las deducciones jurídicas
del siglo XVIII, en tanto que se ocupaban de antagonistas es
pecíficos y de circunstancias de legitimación que variaban de
caso en caso.
No obstante, la investigación de Kant se concentraba me
nos en el escepticismo que en la aprioricidad, y por tanto sus
argumentos también tenían la intención de establecer dos tesis
generales pal a un público más amplio: no rechacen un concep
to sólo porque incluye características que no pueden atribuirse
a la experiencia, pues algunos conceptos a priori son legítimos;
además, esto se debe a que la mente desempeña, y tiene que
desempeñar, un papel mucho más activo en todos los niveles
de cognición de lo que antes se había aceptado. Para lograr
estos dos propósitos relacionados entre sí, Kant argumentó que
incluso las tareas cognoscitivas más simples y básicas requerían
de ciertas características no empíricas que eran aportación de
la mente.
Si es así como operan los argumentos antiescépticos de Kant,
¿qué tan efectivos son? Puede ser tentador contestar, como lo hi
zo Jonathan Bennett hace muchos años (1966, p. 101), que ese
argumento no reivindica ninguna pretensión de conocimien
to, sino que sólo muestra que nuestra situación epistémica es
mucho peor de lo que los mismos escépticos habían pensado.
Pues ahora parece que no existe nada semejante a la percepción
directa y que incluso los logros cognoscitivos simples, como el
de percibir y reconocer la ocurrencia de acontecimientos en
el tiempo, tienen que depender de dudosos mecanismos men
tales. En cierto nivel, esta réplica no puede ser refutada. Si
el escéptico quiere argumentar que cualquier presunto cono
cimiento que conlleve la integración de la información por la
mente está irremediablemente contaminado, entonces no hay
nada más que decir. Sin embargo, esta postura es muy poco
atractiva, por dos razones. La más obvia es que los argumen
tos escépticos ganan su fuerza al mostrar que un fragmento de
conocimiento que se creía seguro carece de dicho status. Pero
lo que significa dicha seguridad queda establecido al recurrir
a casos contrastantes. Si no hay casos seguros, luego entonces
no queda claro qué es lo que se ha perdido.28 No obstante, lo
que es más significativo es que si el escéptico concede que to
dos los aspectos de la cognición, desde el más simple hasta el
más complejo, están impregnados por las aportaciones de la
mente, entonces habrá aceptado precisamente lo que Kant que
ría probar. Esto se debe a que, a pesar de que dio respuestas
a una variedad de desafíos escépticos, consideraba que el es
cepticismo universal era algo así como un tigre de papel (Aix,
B 128). En cambio, el propósito central de la epistemología tras
cendental consistía, como dijo, en explorar la sensibilidad y el
entendimiento con miras a descubrir sus aportaciones esencia
les a la cognición.
Una mejor forma de atacar a Kant sería la de cuestionar
las suposiciones que le permitían generar sus resultados. ¿Có
mo podía establecer que las tareas cognoscitivas requieren de
aportaciones particulares de nuestras facultades sin hacer supo
siciones psicológicas falibles e incluso dudosas sobre la forma
en que llevamos a cabo nuestras tareas cognoscitivas? Peor aún,
¿cómo es posible que este tipo de investigación ofrezca una jus
tificación para alguna pretensión de conocimiento a priori? Esta
es la objeción crítica a la epistemología trascendental, y la con
sideraré con algún detalle en la próxima sección.
IV
Antes de ocuparme de la objeción, quiero situar, brevemente,
el problema de la dependencia de Kant de la psicología en su
contexto histórico, así como en el contexto de la epistemolo
gía contemporánea. Como ya lo mencioné con anterioridad,
las lecturas psicológicas de Kant predominaban tanto desde un
principio, que Kuno Fischer declaró:
31 Kant expresó esto alguna vez diciendo que la aportación era “objetiva
mente válida':
cología hacen que la imagen kantiana parezca más convincente; los análisis de
Kant de los requisitos para la cognición pueden dar dirección a los trabajos
contem poráneos.
36 Sin llegar a profundizar en este complejo tema, señalaré que Kant te
nía una concepción idealista muy refinada de la verdad. Véase A 5 8 /B 8 3 ,
A 191 /B 236, A 6 4 7 /B 675.
37 Chisholm (1966, pp. 73, 75) se refiere a la necesidad e independencia de
percepciones particulares; Putnam (1979, pp. 8 6 , 94, 108) lo hace a la necesi
dad, at carácter paradigmático de la lógica y las matemáticas, y a la infalibilidad.
Otras dos características del a priori que se mencionan con frecuencia son la
analiticidad (Ayer, 1946, p. 16) y la autoevidencia. Sin embargo, este último
criterio ha caído en desuso (Kornblith, 1987, p. 11) y la mayoría de los filósofos
están conscientes de que se debe presentar el caso para la coextensividad de
“a priori” y “analítico” recurriendo a criterios menos controvertidos.
(3) Los juicios apriori son establecidos independientemente de
la experiencia sensorial.
(4) Los juicios a priori no se pueden corregir.
(5) Los juicios a priori son ciertos o infalibles.
Aunque algunos filósofos podrían no estar totalmente de
acuerdo con la forma en que Kant elaboró el concepto de “nece
sidad”, éste invocó la prim era característica normal de la noción
de aprioricidad. Además, considerando sus opiniones sobre la
relación entre las formas de intuición y las matemáticas, así
como entre las categorías y las formas lógicas de los juicios, es
peraba descubrir algo como que las leyes de las matemáticas y
la lógica fueran a priori.
Pero, ¿qué sucedía con el tercero, el cuarto y el quinto cri
terio? De acuerdo con mi lectura, la forma en que Kant llegó
al tercer requisito puede parecer casi perversa, pues recurrió
a lo que se conocía sobre los materiales que proporcionaban
los sentidos —es decir, a teorías empíricas, si bien ampliamente
aceptadas—con el objeto de argumentar que algunas caracterís
ticas de las representaciones eran completamente independien
tes de la experiencia sensorial (B 2-3). En este punto, es crucial
distinguir entre las pruebas trascendentales de Kant y las tesis
que ellas intentaban establecer como tesis a priori. Para la inter
minable frustración de sus intérpretes (por ejemplo, Bennett,
1966, pp. 16 ss.), Kant no expresó casi nada sobre el status de
las proposiciones empleadas en sus argumentos trascendenta
les. En tanto que la deducción de las categorías se considerara
como una deducción lógica, la respuesta a esta pregunta pa
recía forzada: las proposiciones sintéticas a priori sólo podían
ser deducidas a partir de proposiciones con el mismo status.
Sin embargo, ahora tenemos claro que el modelo de Kant no
era la deducción lógica, sino algo muy diferente: la deducción
jurídica. Por esta razón, la cuestión de si las proposiciones em
pleadas en establecer una pretensión de aprioricidad deben ser
ellas mismas a priori tiene que ser discutida.38
Aun así, con el criterio de la independencia respecto de la ex
periencia sensorial, puede parecer fácil defender el caso, pues
V
No es pequeña ironía que se tenga que recurrir a Kant para
apoyar las afirmaciones de la epistemología naturalizada. El
argumento original de Quine (1969, p. 19-21) para la naturali
zación se basaba en su rechazo de la posibilidad de una filosofía
apriori. Además, para Quine, naturalizar significaba renunciar
al proyecto normativo de la epistemología (1969, pp. 23-24).42
Y en la historia de la filosofía resulta difícil pensar en alguien
más consagrado a la aprioricidad y a la normatividad en la epis
temología que Kant. No obstante, la epistemología naturalizada
es como una casa con muchas moradas y pocos seguidores de
Quine han querido seguir los pasos de éste en el abandono de
la normatividad. De hecho, una de las cuestiones centrales del
41 Por ejemplo, tanto los empiristas (Hume, 1739, p. 252), com o los racio
nalistas (Leibniz, 1704, p. 54) creían que la información en la retina cambiaba
constantemente. En Marr, 1982, se encuentra una formulación de una opinión
similar y actual.
42 Véase también Kornblith, 1987, p. 4.
movimiento ha sido la de encontrar la forma de reconciliar los
intereses naturalistas con los normativos.
De manera más general, debates recientes sobre la naturaliza
ción de la epistemología se han concentrado en tres cuestiones
claves (Kornblith 1987, pp. 1-11):
1. ¿Puede un enfoque psicológico contribuir a la solución de
problemas filosóficos tradicionales?
2. ¿Es posible combinar exitosamente las tesis normativas
con las naturales en una teoría epistemológica?
3. ¿Debe la epistemología involucrarse con la psicología, o
constituye la naturalización de la epistemología sólo un
enfoque?
En la actualidad, quienes abogan por vincular la epistemolo
gía a la psicología han ofrecido respuestas positivas a estas tres
preguntas. Sin embargo, resulta bastante sorprendente que la
obra de Kant pueda fortalecer de m anera significativa esta posi
ción. Considerando a Alvin Goldman y a Quine como represen
tantes de este movimiento contemporáneo, mostraré cómo las
consideraciones kantianas pueden reforzar algunos de sus ar
gumentos en favor de la epistemología naturalizada, así como
complementar otros, mientras que al mismo tiempo propor
cionan un marco general para toda el debate. Aunque Quine
rechazaría una alianza de este tipo, Goldman se muestra feliz
de reconocer en Kant a un precursor (1986, pp. 227, 228).
He presentado estos temas en orden de dificultad creciente
y comenzaré aquí con la cuestión más fácil sobre la capacidad
potencial de la psicología para ayudar a resolver problemas fi
losóficos tradicionales. En Epistemology and Cognition (1986),
Goldman argumenta que la psicología puede contribuir signifi
cativamente en la batalla contra el escepticismo. La psicología
puede aplacar los ataques de los escépticos al revelar que un me
canismo como la percepción es altamente confiable. Un escépti
co puede dudar sobre la veracidad de la percepción, relatando
las ilusiones perceptuales conocidas o advirtiendo la posibili
dad de las alucinaciones o de las confusiones entre los estados
de sueño y de vigilia. El paso siguiente es sugerir que puesto que
los sentidos pueden engañar en ocasiones, no se puede confiar
en ellos. Como observa Goldman, la psicología puede debilitar
la fuerza de dichos argumentos, al explicar cómo se constru
ye el sistema perceptual, de tal forma que normalmente extrae
información exacta, y también al explicar por qué fracasa en
circunstancias especiales. Es decir, la psicología puede dar tes
timonio de la confiabilidad general de la percepción, al mismo
tiempo que reconoce su falibilidad, reduciendo así el problema
a la cuestión de si la infalibilidad o la simple confiabilidad es
suficiente para la justificación (Goldman, 1986, pp. 191-196).
Como hemos visto, Kant empleó consideraciones psicológi
cas para abordar dos problemas tradicionales de la epistemolo
gía, el escepticismo y la aprioricidad. Al igual que Goldman, no
pudo hacer nada con los escépticos universales o con los escép
ticos que exigían certeza, salvo rehusarse a seguirles el juego.
Sin embargo, Kant tenía un método capaz de generar contraar
gumentos contra determinadas tesis escépticas: m ostrar que la
actividad constructiva que lleva a los escépticos a dudar de un
logro particular también se requiere (o se requiere también algo
muy parecido) para tareas que ellos aceptan como paradigmas
de cognición exitosa. Resulta incluso más sorprendente que
Kant haya recurrido a hechos ampliamente reconocidos relati
vos a la percepción y la asociación para establecer la posibilidad
del conocimiento a priori.
La objeción de que las consideraciones naturales y norm a
tivas no pueden combinarse en la epistemología puede expre
sarse en tres versiones gradualmente más complicadas: dichas
teorías no serán normativas; o, de serlo, lo serán en virtud de
que cometen la falacia del psicologismo; o, si éste se evita, en
tonces la porción psicológica no hará una contribución esencial
a la epistemología. Me ocuparé al mismo tiempo de las dos pri
meras formas de la objeción y después consideraré la tercera
con más detalle.
El ejemplo de Kant establece que una teoría puede incluir
esencialmente a la psicología y ser pese a ello normativa. Ade
más, es obvio que Kant evitó la falacia naturalista. No creía que
el hecho de que una actividad constructiva se lleve a cabo sig
nifique que sea una base legítima para el conocimiento.43 Para
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ÍNDICE GENERAL
Agradecimientos
I s a b e l C a b r e r a : Argumentos trascendentales. O Cómo
no perderse en un laberinto de modalidades