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¿Has amado tanto alguna vez que sientes que tu vida es en blanco y negro hasta que

esa persona te mira desde el otro lado de la habitación? Yo sí. He amado tanto que me
han dolido los huesos y no he podido pensar en otra cosa que no sea él. Y lo he odiado
tanto que no he podido sacar mi recuerdo de su mente, el único hombre del que sé
nunca se arrepintió de dejarme ir.

Éramos dos niños que se llenaron de ilusiones fugaces de un amor que nunca
terminaría. En el fondo, sabíamos que iba a terminar, solo que no creímos que fuera
tan pronto. Él era la excepción a la regla de mi vida, donde yo era una novia
eternamente en fuga. Yo era la regla de la suya, siempre constante y con una sonrisa
en la mirada dedicada solo para él.

Ahora me pregunto qué será de él, con su rostro cubierto de adorables pecas producto
del beso del sol. Pero, sobre todo, me pregunto si él pensará en mí. Yo me sorprendo
pensando en él en los momentos más inesperados. Cuando hago el amor sin amor, de
pronto el pensamiento de cómo sería estar en sus brazos me asalta.

Sé que él es tan solo un recuerdo dentro de otro recuerdo, donde creía ser más feliz.
Hay miles de piezas de un rompecabezas entre nosotros, que podrían formar un puente
pero que solo dejan un espacio vacío infranqueable.

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