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En el corazón de la vida

Jetsunma Tenzin Palmo


Fragmento: Capítulo 3, pp. 58-61
Editorial Albricias

[…]

En la tradición budista, consideramos como refugio al Buda, sus enseñanzas y la


comunidad de aquellos que han comprendido esas enseñanzas. ¿Por qué? El Buda era
un príncipe que tenía todo lo que deseaba. Tenía tres palacios para las tres estaciones
del año; tenía padres muy cariñosos, una bella esposa y hasta tuvo un hijo. Era muy
apuesto, atlético e inteligente. Tenía muchas riquezas, esclavos y sirvientes, concubinas,
sedas, oro y joyas, y todo lo que un príncipe pudiera desear. Exteriormente tenía todo.
¿Entonces por qué abandonó su hogar para buscar la causa de su insatisfacción?

Durante sus excursiones fuera del palacio contempló el espectáculo de un hombre


muy anciano, un hombre enfermo y, finalmente, un cadáver. Para él fue una gran
revelación, pues estas cosas habían permanecido ocultas durante su vida de
complacencia. Tal vez no se las habían ocultado físicamente, pero en el fondo no había
pensado en ellas.

Por lo general, mientras somos jóvenes, no pensamos en la vejez, la enfermedad y


la muerte. Esas cosas solo les ocurren a los vejestorios de otras partes. No pensamos
que, inevitablemente, también nos ocurrirán a nosotros. El Buda abandonó su hogar
porque había experimentado que la vida no es de la manera que parece ser. El Buda
comenzó en donde nos encontramos.

Vemos la vida como algo muy estático, bastante seguro. Siempre estamos
tratando de conservar lo que tenemos, de mantener nuestras relaciones de la forma en
que están, de lucir como lo hacíamos en nuestra juventud. Negamos los hechos muy
reales del cambio y la impermanencia, que todo cambia momento a momento: las células
de nuestro cuerpo, los pensamientos en nuestra mente. Todas las cosas, en todo lugar,
en todo momento, se encuentran en un estado de flujo. Sin embargo, intentamos
aferrarnos. Continuamente negamos el hecho de que todo cambia, que todas las cosas
fluyen y que los encuentros terminan en despedidas.

Cuando el Buda se iluminó en el norte de la India hace dos mil quinientos años,
desarrolló la totalidad de su potencial humano, un potencial que todos poseemos pero que
normalmente está cerrado para nosotros. No significa que fuera un dios: era un ser
humano. Después de su iluminación, se puso en camino y viajó a pie a Benarés, ahora
llamado Varanasi. En las afueras de Varanasi hay un pequeño parque llamado el Parque
de los Venados, donde se encontró con sus cinco compañeros de antaño que lo habían
abandonado cuando se apartó del ascetismo extremo y empezó a comer de nuevo. El
Buda les enseñó lo que se conoce como “El primer sermón” o, en términos budistas, dio el
primer giro de la Rueda del Dharma. ¿Y qué enseñó como la quintaesencia de la
iluminación? No habló de felicidad y amor y luz. Habló sobre el sufrimiento. Habló de la
naturaleza básica e insatisfactoria de la existencia tal como la vivimos normalmente. El
Buda comenzó justo donde nos encontramos y dijo que la vida común de una persona
común se encuentra en un estado de mal-estar. De algún modo, nunca está del todo bien.
A veces está muy mal y a veces está casi bien, pero nunca está del todo bien.
La insatisfacción fundamental permea toda nuestra vida, y el Buda la llamó
dukkha. Por supuesto, se presenta de muchas formas, desde el sufrimiento físico burdo
hasta el dolor emocional y mental, y el sufrimiento espiritual. Existen muchas formas de
dicha sensación de mal-estar, debido a que hemos estado en este planeta durante miles
de años. Casi todos queremos ser felices, no solo los seres humanos: los animales, los
insectos, básicamente todos los seres vivos quieren ser felices. Cuando la mayoría de las
personas abre los ojos por la mañana, no se despierta y piensa: “¿Cómo puedo ser lo
más desgraciado posible este día y hacer que los demás también lo sean?” Puede ser
que algunos piensen así, pero la mayoría no.

A todos nos gustaría ser felices y ponemos muchísimo esfuerzo intentando serlo.
A lo largo de los siglos, la gente ha reflexionado sobre este dilema de cómo ser y
permanecer felices. Entonces, ¿por qué la mayoría de las personas son infelices? No
solamente se sienten desdichadas, sino que también hacen desdichadas a la gente que
las rodea. Mucha gente experimenta mucho dolor en su vida, y trata de aliviarlo como
puede. Sin embargo, otras personas, al menos superficialmente, se sienten bastante
satisfechas con su suerte. El tema del contentamiento es muy importante.

Tras su iluminación, el Buda empezó a enseñar exactamente desde donde nos


encontramos nosotros. Dijo: “La vida tal como la vivimos no es satisfactoria. Hay una
carencia interior, un vacío y una carencia de sentido interior que no podemos llenar con
cosas o personas. ¿Cuál es la causa de tal desasosiego y de ese sentimiento inherente
de insatisfacción que nos corroe?”

El Buda enseñó que la razón esencial del mal-estar interno es nuestra mente de
aferramiento y deseo, que se basa en nuestra ignorancia esencial. ¿Ignorancia de qué?
Básicamente, la ignorancia de comprender cómo son las cosas en verdad. Esto se puede
explorar en muchos niveles, pero primero lo abordaremos desde el punto de vista de que
no solo no reconocemos la impermanencia, sino que tampoco reconocemos nuestra
naturaleza genuina. Por lo tanto, siempre nos estamos aferrando a lo exterior. No nos
percatamos de nuestra interconexión interior y siempre nos identificamos con nuestro
sentido del yo y el otro.

Ahora bien, tan pronto como tenemos la idea del yo y del otro, desarrollamos la
idea de querer obtener lo que es atractivo y alejar lo que queremos evitar. Después es
necesario llenar esta sensación de vacío interno, y cedemos al aferramiento y el apego. Y,
por supuesto, en nuestro engaño pensamos que nuestra mente de aferramiento, nuestro
apego por las cosas y las personas, es lo que nos traerá felicidad. Lo hacemos todo el
tiempo. Nos apegamos a nuestras posesiones, a las personas que amamos, a nuestra
posición en el mundo, a nuestra carrera y a lo que hemos logrado. Pensamos que
aferrarnos a las cosas y a las personas nos dará seguridad, y que la seguridad nos dará
felicidad. Ese es nuestro engaño fundamental, porque es el aferramiento mismo el que
nos vuelve inseguros, y es esa inseguridad la que nos causa la sensación de mal-estar, el
desasosiego.

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