Está en la página 1de 2

No sé si es mejor ser una persona que se esfuerza toda la vida en alcanzar conocimientos y que vive

con limitados medios económicos, o una persona que se dedica a los negocios y cuya vida está llena
de lujos y bienes.

Imagínate que buscas trabajo en una empresa, caracterizada por sus prejucios sociales acerca de la
forma de vestir y de comportarse públicamente de sus empleados. Tú eres una persona poco
convencional en esos aspectos, y por ello sientes temor de que puedan rechazar tu solicitud de
trabajo a causa de tu forma de ser y de comportarte. Desde un punto de vista profesional, sin
embargo, ese trabajo te interesa muchísimo por cuanto siempre has deseado desempeñar un puesto
de tales características. Sabes que entre tus competidores a alcanzar ese trabajo ninguno de ellos
está tan preparado profesionalmente como tú, aunque –eso sí– son más tradicionales en sus gustos y
costumbres.

¿Cambiarías de forma de ser y comportarte públicamente con tal de alcanzar ese trabajo? ¿O lo
rechazarías y buscarías otro donde no te obligasen a vestir y a vivir de determinada manera, aun a
riesgo de no encontrar un puesto de trabajo o de tener que emplearte en algo que te gusta menos?

En este último caso, ¿qué sería más importante para ti: tus ideas o la seguridad laboral? ¿Por qué?

La verdad es una exigencia moral irrenunciable. El ser mentiroso o hipócrita resulta una falta de
respeto para con los demás, por cuanto la sinceridad es un valor moral que la razón nos dicta. Ahora
bien, muchas personas admiten una excepción a la regla de decir siempre la verdad: se trata de las
llamadas popularmente ‘mentiras piadosas’, esto es, aquellas que se dicen para no herir con la
verdad a personas hacia las que sentimos afecto.

En algunos casos, no existe duda sobre la conveniencia de decir mentiras piadosas; por ejemplo, no
decirle a un enfermo que no lo desea, la verdad sobre la gravedad de su dolencia.

Sin embargo, en otros caso, las mentiras piadosas pueden convertirse en una forma de no afrontar la
realidad, por miedo a perder el afecto de una persona querida si le decimos la verdad. En estos
casos, aunque intentamos convencernos a nosotros mismos de que no son más que mentiras
piadosas, se trata en realidad de una forma de hipocresía. Por ejemplo:

- ¿Le dirías a tu pareja que le has sido infiel o no?

- ¿Le dirías a un amigo querido que es un soberbio y que por eso le rehúyen los demás, o evitarías
decirlo con el fin de que no se sintiera herido y se enfadase contigo?

La emoción es una reacción psíquica que altera el equilibrio y el comportamiento racional de


cualquier persona. Sin embargo, existen individuos capaces de dominarla, y nunca (o casi nunca)
pierden el control de sus actos, mientras otros, en cambio, se dejan llevar por ella y realizan, bajo su
efecto, acciones de las que posteriormente se arrepienten.

Imagínate que tu pareja, arrastrada por la emoción y el cariño que profesa a un antiguo/a amigo/a, y
ante la insistencia de éste/a, apelando al afecto que aún existe entre los dos, comete un acto de
infidelidad para contigo.

¿Lo/a perdonarías por el hecho de haber actuado con una gran carga emotiva? ¿O no lo harías por
creer que podía haber controlado su emoción antes de realizar un acto que traicionaba su mutua
confianza?
Imagínate que eres empresario y que tienes que contratar a un obrero para una de tus empresas. Se
presentan al puesto de trabajo dos candidatos: un colombiano y un venezolano, con todos sus
papeles en regla para vivir y trabajar en Colombia. El colombiano lleva sin trabajo bastante tiempo;
el venezolano tiene en su país a una familia numerosa a la que debe enviarle dinero para que puedan
vivir dignamente. Los dos tienen una cualificación profesional semejante.

¿A quién de los dos elegirías y por qué motivo?

¿Estarías dispuesto o dispuesta a compartir parte de lo que te sobra (parte de tu paga, renunciar a
comprar ropa de marca y cara, dedicar tu tiempo libre a trabajar para una ONG, etc.) para intentar
remediar la pobreza existente en el mundo? ¿O piensas tal vez que con actitudes individuales no se
resuelve nada y que esa tarea debiera ser misión exclusiva del Estado (al fin y al cabo, los
ciudadanos ya pagan impuestos, una parte de los cuales se dedican a la ayuda al desarrollo de los
países pobres)?

Imagínate que estás locamente enamorado/a de alguien. Esta persona decide irse a vivir a una
comuna, donde sus habitantes no sólo comparten todas sus propiedades, sino que también son
partidarios del amor libre. Tú intentas disuadirlo de que se marche de la comuna, pero esa persona
te dice que lo hace para ser fiel a sus creencias personales, a la vez que te invita a que lo acompañes
en su nueva vida. Tú sabes que lo perderás definitivamente si no vas, pero tienes dudas acerca de
dejar tu vida profesional y familiar por seguir a esa persona.

¿Qué harías? ¿Seguirías los impulsos de tu corazón o mirarías por tu futuro dentro de una sociedad
competitiva y tradicional?

¿Piensas que esa persona es egoísta por seguir sus ideas sin tener en cuenta su relación afectiva
contigo? ¿O es coherente? Desde el punto de vista moral, ¿qué es más importante para ti: ser fiel a
las ideas o al amor?

Probablemente, a lo largo de tu vida, hayas tenido alguna discusión generacional con tus padres
acerca de los estudios, tus gustos estéticos o tus formas de relación social. En esos casos, tú habrás
procurado defender tus puntos de vista con los argumentos que considerases más convenientes.
Ahora te vamos a pedir una inversión del punto de vista, es decir, que te coloques en el lugar de tus
padres.

Imagínate que tienes un hijo que es buen estudiante, pero que al terminar el bachillerato decide que
no quiere estudiar más y que prefiere ponerse a trabajar en un supermercado como mozo de
almacén, argumentando que quiere ser libre y tener independencia económica para irse de casa. A ti,
como padre o madre, esa decisión te parece claramente equivocada, porque piensas que tu hijo
podría aspirar a culminar estudios superiores que le permitieran alcanzar una profesión ventajosa en
el mercado de trabajo. En esos momentos se te plantea un dilema: debes dejar que sea tu hijo el que
adopte libremente su decisión o, por contra, debes forzarlo a seguir estudiando con el argumento de
que es menor de edad y todavía no puede saber con propiedad qué es realmente lo que le conviene.

Argumenta racionalmente, desde el punto de vista ético, tu respuesta .

También podría gustarte