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Una perspectiva ética sobre los transgénicos©

JORGE ENRIQUE LINARES1


lisjor@servidor.unam.mx

Uno de los rasgos más característicos de la tecnociencia contemporánea consiste en


que su desarrollo se da en medio de controversias sociales y conflictos de valores entre los
diversos agentes que participan en su conformación.2 La relación de la sociedad con el
poder tecnocientífico se ha modificado (de la simple aceptación pasiva y la confianza ple-
na, a la preocupación e interés por controlar sus posibles efectos negativos). Particular-
mente, este marco de controversias sociales ha sido significativo en el caso de la biotecno-
logía, como también lo había sido en los debates acerca de la seguridad de la industria
nuclear, la industria química o la farmacéutica. Así pues, la relación entre la tecnociencia y
la sociedad se ha vuelto conflictiva, controversial, y ello se debe al mayor interés social en
la reducción de los riesgos para el medio ambiente y la salud humana que conllevan las
realizaciones tecnocientíficas.
Como resultado de amplios debates, ha habido cierto consenso de restricciones y
moratorias sobre la biotecnología aplicada al genoma humano (por lo menos en el caso de
la clonación reproductiva);3 en cambio, en lo que se refiere a la aplicación de la tecnología
de ADN recombinante en la producción de alimentos se han suscitado controversias y
conflictos de valores que se basan en el margen de incertidumbre que aún subsiste con
respecto a la posibilidad de efectos ambientales negativos a largo plazo.
El surgimiento de las controversias tecnocientíficas muestra que el viejo modelo in-
dustrial que desarrollaba innovaciones sin que la sociedad conociera y participara en su
evaluación parece ya no ser adecuado. En ese antiguo modelo industrial sólo la evidencia
de daños ya causados a la salud o al medio ambiente era un motivo justificado para retirar

1 Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.


2 Véase Echeverría, Javier, La revolución tecnocientífica, FCE, Madrid, 2003.
3 Las controversias en torno a otras tecnociencias han sido menores, aunque no menos importantes, por ejemplo, las

tecnologías informáticas, la de realidad virtual y acción a distancia, o la nanotecnología.

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o modificar una realización tecnológica. Por el contrario, se perfila en nuestros días un
nuevo modelo de relación entre la sociedad y la tecnociencia, que busca reducir los ries-
gos, mediante el control y la prueba de los efectos, con el fin de evitar probables conse-
cuencias dañinas sobre el ser humano y el medio ambiente.4 Así pues, se ha venido gene-
rando un nuevo “contrato social” para la ciencia y la tecnociencia, como establecía la De-
claración de Budapest de 1999.5
Ahora bien, esas controversias6 reflejan los intereses de los diversos actores de la
tecnociencia: científicos y tecnólogos, empresarios e inversionistas, agricultores, políticos,
ciudadanos. Implican, por tanto, una deliberación abierta y plural que considere distintos
sistemas de valores e intereses. Las controversias pueden resolverse si se alcanza un con-
senso estable, lo que no implica necesariamente la superación del conflicto de valores e
intereses, puesto que cabe que el consenso consista en la necesidad de dejar a un lado la
cuestión controvertida. Si el resultado es una postergación de la decisión, ésta se aplaza
hasta que nuevas informaciones científicas permitan la proyección de alternativas, o al
menos, un consenso restringido. Lo que no es deseable es evitar la deliberación y la deci-
sión para no enfrentar el conflicto.7
Ahora bien, desde el punto de vista ético, no suponemos entonces que toda contro-
versia tecnológica se resuelva felizmente ni que tenga que desembocar en moratorias so-
bre la realización tecnológica en cuestión, pero tampoco en una absoluta liberación de los
productos tecnológicos, sin ninguna regulación. Más bien, lo deseable y esperable de la
racionalidad de las controversias es el hecho de que los actores acepten una vía dialógica

4 La no evidencia de daños ya no es un criterio suficiente, se debe demostrar la inocuidad y la compatibilidad de

cualquier artefacto a largo plazo, y permitir su liberación en el mercado hasta que haya suficientes evidencias de no-
daño.
5 Me refiero a la Conferencia Mundial “La ciencia para el siglo XXI: un nuevo compromiso”, Budapest, Hungría, 26

de junio al 1º de julio de 1999, realizada con los auspicios de la Organización de las Naciones Unidas para la Educa-
ción, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y el Consejo Internacional para la Ciencia (ICSU). Véase
http://www.oei.org.co/cts/budapestdec.htm
6 Una definición de controversia: “movilización social de medios comunicativos y otras microinstituciones que deli-

beran, evalúan y contrastan las posibilidades tecnológicas que introduce una innovación, los riesgos, costos, quiénes
los van a pagar, y las consecuencias indeseables. La discusión es un proceso conversacional que implica a grupos de
expertos, medios de comunicación, organizaciones permanentes o esporádicas de usuarios, agencias gubernamenta-
les, departamentos universitarios, gestores de empresas”. […]. Broncano, F., Mundos artificiales, Paidós, México, 2000.
7 Esto es lo que ha sucedido en México por la dilación del poder legislativo para aprobar una ley general de biosegu-

ridad que cumpla los compromisos de nuestro país, de conformidad con el Protocolo de Cartagena de 2000.

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de resolución de conflictos sociales, es decir, un método que impida la coacción y la vio-
lencia para construir consensos en la medida en que los diversos intereses se ponderen y
se equilibren.
Ahora bien, la resolución de las controversias sociales sobre el desarrollo tecnológi-
co implica nuevos problemas de gestión política nacional e internacional para poder regu-
lar y poner bajo el control social las innovaciones tecnológicas. Además, la participación
de la sociedad en el “desocultamiento” de los riesgos del mundo tecnológico, y en su eva-
luación, no podrá darse como un proceso de repentina “iluminación” colectiva. Es nece-
sario tener en cuenta que, a medida en que la sociedad posea mayor información de los
efectos de la tecnociencia (no siempre adecuada o bien comprendida), habrá una discre-
pancia entre los riesgos objetivos (hasta cierto punto calculables y medibles probabilística-
mente) y la percepción subjetiva e intersubjetiva de los mismos riesgos. La percepción colectiva
de un riesgo razonablemente aceptable dependerá no sólo de la disponibilidad de infor-
mación científica respecto de los efectos de una tecnología, sino también del manejo polí-
tico de la información, la gestión de los riegos y la legitimación de una innovación tecno-
lógica.
Las condiciones indispensables para la resolución de controversias tecnológicas po-
dríamos resumirlas en: difundir y compartir el saber, compartir el poder de decisión, po-
tenciar la autonomía de los ciudadanos y extender la responsabilidad, ampliar los alcances
de la prevención basada en conjeturas racionales, pactar acuerdos mínimos de orden glo-
bal. En otros términos: se deben buscar acuerdos racionales mediante un proceso públi-
co y legitimado de decisión, para ello, toda la información relevante se pondrá a disposi-
ción de los involucrados; se debe buscar establecer rangos mínimos de beneficios y
máximos de riesgos aceptables (no negociables) como criterios de racionalidad colectiva,
potenciar la capacidad de decisión de los ciudadanos y, desde luego, asegurar la máxima
participación de la sociedad, mediante procedimientos de representación democrática.
Esto significa que el nuevo contrato social para la tecnociencia involucra en las deci-
siones cruciales sobre las políticas tecnológicas no sólo a los científicos y tecnólogos, a los
expertos y representantes de los poderes convencionales (gobiernos, empresas, producto-

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res), sino también a los ciudadanos de a pie que participen como usuarios y como recep-
tores potenciales de los beneficios y de los riesgos de una nueva tecnología. Esta partici-
pación compleja responde al hecho de que el sujeto de la tecnociencia se ha vuelto colec-
tivo y que, por tanto, las acciones tecnocientíficas responden a un conjunto diverso de
valores que, en principio, deben ser considerados y ponderados por igual.
En el caso que nos ocupa, no sólo son válidos los valores intrínsecamente pragmáti-
cos, técnicos, epistémicos, económicos, productivos o agronómicos de la tecnología de los
transgénicos. También deben entrar en acción valores éticos relativos a la seguridad, la
prevención de daños probables, la distribución equitativa de los costos, riesgos, la protec-
ción de la biodiversidad, la igualdad de condiciones en la producción y el comercio, la va-
lidación social y democrática de las innovaciones tecnológicas. El sistema de valores que
están relacionados con los transgénicos de primera generación (el maíz Bt, el algodón Bt,
la soya y el algodón RR [Roundup Ready]) incluye finalidades como: mayor rentabilidad
para los productores (retraso de maduración, reducción de pérdidas, fortalecimiento de las
plantas), aumentos en la productividad agrícola, mayor resistencia a enfermedades y pes-
tes reduciendo el uso de agroquímicos, mayor resistencia a sequías o inundaciones. Los
beneficios de la segunda generación de OGM comprenderían: incrementos en la calidad y
poder nutricional de los alimentos (el arroz dorado para ayudar a prevenir deficiencias en
vitamina A y hierro). Y los de tercera generación: eliminación de elementos considerados
como nocivos a la salud, disminución de efectos alergénicos, incorporación de vacunas y
aditamentos nutritivos (como los antioxidantes) o medicinales, producción de biocom-
bustibles (etanol) y plásticos biodegradables.8 Sin dejar de reconocer la trascendencia de
los valores agroeconómicos de la primera generación, los de las siguientes generaciones
comprenderían beneficios sociales más amplios, a condición de que se cumplan niveles
adecuados de seguridad y fiabilidad.
Me propondré a continuación apuntar brevemente algunas directrices éticas en tor-
no a la tecnología de los transgénicos. Para ello, apelaré a un conjunto de principios que se

8 Véase sitio web de Monsanto: www.monsanto.com Sitio Monsanto Argentina: www.monsanto.com.ar

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han discutido en la ética aplicada, la bioética y la ética de la tecnociencia. Esos cuatros
principios forman un sistema en interacción y comprenderían subsistemas de valores que
guían las prácticas tecnocientíficas. Los principios son: responsabilidad, precaución, justi-
cia y protección de la autonomía. Ninguno de los cuatro se impone de manera absoluta.
Una acción tecnológica éticamente aceptable debe poder satisfacer en una mínima medida
los cuatros principios, pero el grado de satisfacción o incluso la maximización de cada
uno de ellos puede darse en diferentes variantes y contrapesos, de acuerdo con las cir-
cunstancias y a lo largo de un proceso continuo de deliberación social que pueda revisar y
modificar las políticas establecidas en torno al diseño, producción, distribución y comer-
cialización de los OGM.

Principio de responsabilidad

Los organismos genéticamente modificados (OGM) o transgénicos constituyen un


nuevo tipo de producción artefactual, distinta de la artificialidad de otros productos indus-
triales (inorgánicos) o de los cultivos agrícolas tradicionales. Se ha dicho que los cultivos
que alimentan a la humanidad (trigo, maíz, arroz) no son “naturales”, sino más bien el
resultado de una combinación de caracteres genéticos derivados de las cruzas que los
agricultores realizaron durante siglos. El caso del maíz mexicano, y su gran diversidad, es
prototípico.9
Sin embargo, si observamos las técnicas tradicionales de cruzas, el largo tiempo de
adaptación que tuvieron esas nuevas especies y la asimilación lenta a la cultura, podemos
decir que esos cultivos se convirtieron en producciones técnicas que se integraban armo-
niosamente con el entorno natural. Dado que la población mundial no crecía desorbita-
damente, como ahora, nunca hubo un interés pragmático de aumentar en lo inmediato la
producción; el objetivo era más bien seleccionar rasgos y características que se considera-

9 En efecto, la actividad técnica de transformación de la naturaleza comenzó propiamente con la agricultura, que

permitió el almacenamiento de alimentos (granos principalmente), base para la construcción y consolidación de las
primeras ciudades, el espacio tecnológico por excelencia. Ambos factores permitieron el crecimiento poblacional de
nuestra especie y constituyeron las bases de su desarrollo técnico y cultural, y de su expansión por todo el planeta.

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ban valiosos. Por el contrario, las presiones del crecimiento exponencial de la población
durante el último siglo han causado la necesidad de aumentar la producción de alimentos.
El modelo agroindustrial lo hizo mediante la utilización de agroquímicos (que después se
revelaron como nocivos, el caso del DDT), y que sustituyeron, en lo fundamental, a las
técnicas tradicionales por la agroindustria química y mecanizada que, como afirmaba Hei-
degger, “emplazó” o conminó a la naturaleza entera a entregar cantidades ingentes de
productos. Pero la producción agroindustrial se hizo ecológicamente inestable y comenzó
a provocar efectos ambientales perjudiciales. Ante esos problemas, la tecnología de los
transgénicos intenta dar respuesta al objetivo del incremento espectacular de la produc-
ción y, por otro lado, la reducción del uso de agroquímicos. Sin embargo, los transgénicos
aceleran el proceso de combinación natural de genes y la adaptación de las plantas al am-
biente. Esta aceleración y combinación de elementos vivos puede repercutir en conse-
cuencias azarosas o insospechadas, el margen de incertidumbre se mantiene. La nueva
tecnología del ADN recombinante es poderosa y eficaz porque permite la transferencia
de caracteres genéticos de un organismo a otro, incluso entre especies y reinos diversos,
que las técnicas de cultivo tradicional no podían ejecutar. Así pues, se abren nuevas
posibilidades pragmáticas, pero también nuevas responsabilidades y márgenes de
incertidumbre.
Las viejas técnicas eran justamente de cultivo, de espera y cuidado, de relación armó-
nica con la Tierra. Esas prácticas quedaron rebasadas por la presión del aumento constan-
te de la producción agroindustrial. La utilización de agroquímicos (mucho de ellos muy
tóxicos) resultó quizá una “necesidad” técnica, pero también fue una decisión tecnológica
que no contó con el aval amplio de la sociedad, ni fue sometida a un detenido y amplio
debate. Si bien una vía para superar los efectos negativos de los agroquímicos puede ser la
de los transgénicos, es preciso ponderar si el remedio que se propone no traerá consigo,
en el largo o mediado plazo, nuevos y más complejos problemas ecológicos, más compli-
cados que los que se quiere remediar.

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La artificialidad de los transgénicos es novedosa, pues implica la generación de
híbridos que no han surgido de las cruzas naturales entre especies cercanas o que no se
han adaptado a través de una larga cadena de cruzas y selecciones durante generaciones.
Por ello, los transgénicos se convierten en objeto de responsabilidad colectiva por los
efectos que pudieran ocasionar (incluso accidentalmente) en el medio ambiente, en la sa-
lud humana y en las condiciones socioeconómicas de la producción agrícola. Responsabi-
lidad insólita, pues la humanidad nunca se planteó tal deber con respecto a los cultivos
tradicionales, ni tampoco en relación con la agroindustria, desgraciadamente, pues mu-
chos daños pudieron haberse prevenido (deforestación, contaminación química, intoxica-
ción, etc.). La responsabilidad sobre estos nuevos productos artefactuales (los OGM) implica
que la humanidad debe conocer y anticipar los efectos actuales y probables que tendrán
sobre el medio ambiente y sobre la sociedad. Por ello, los transgénicos no son una solu-
ción mágica. La responsabilidad sobre estas producciones implica también que su finali-
dad pueda generar beneficios para el mayor número posible de personas, y que los proba-
bles efectos negativos no sean superiores a ellos, ni resulten incontrolables o que pongan
en peligro la salud o las condiciones ambientales de la biodiversidad. En suma, el aumento
en el poder de intervención tecnológica en el mundo implica por necesidad una amplia-
ción de la responsabilidad colectiva.
Por eso, está a nuestro cuidado la diversidad biológica de esas especies vegetales que
la humanidad misma desarrolló como cultivos, y que ahora son “naturales” en compara-
ción con los transgénicos. Se trata de una responsabilidad temporalizada, hacia el pasado,
para proteger una herencia recibida, biológica y cultural; y hacia el futuro, para entregar a
las generaciones futuras una biodiversidad protegida y una herencia cultural de los cultivos
alimentarios.
En consecuencia, la responsabilidad por los efectos posibles y a largo plazo de la
liberación de OGM en el medio ambiente implica nuevas tareas de coordinación de es-
fuerzos colectivos y sistémicos de investigación científica y gestión política, para los cuales
no poseemos, por desgracia, instituciones políticas internacionales adecuadas.

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Se ha argumentado que una nueva amenaza de escasez de alimentos (debido al cre-
cimiento sostenido de la población mundial, principalmente en los países pobres) se con-
vertiría en el acicate para el desarrollo de la biotecnología, capaz de emprender la modifi-
cación y recombinación (ya no el cultivo) de las características genéticas de organismo vi-
vos para aumentar la producción de alimentos, mejorar el rendimiento e introducir algu-
nos nuevos rasgos. Pero los fines de la primera generación de transgénicos sólo han res-
pondido a valores pragmáticos y económicos impulsados por los cambios en las leyes de
patentes y los intereses de lucro de las compañías de agroquímicos, para comercializar en
paquete semillas y pesticidas y monopolizar el mercado mundial.

Principio de precaución

Como una consecuencia de la nueva responsabilidad que, de facto, hemos contraído


con esos nuevos productos, se deriva la aplicación del principio de precaución. Este principio
tuvo su origen en algunos pensadores pioneros de la ética ambiental, como Hans Jonas,10
y se introdujo pro primera vez en la legislación ambiental alemana en los años setentas (se
denominó el Vorsorgeprinzip). En la Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo
(1992) se estableció que: “con el fin de proteger el medio ambiente los Estados deberán
aplicar ampliamente el criterio de precaución conforme a sus capacidades. Cuando haya
peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utili-
zarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces”. El Protocolo de Car-
tagena sobre Bioseguridad (2000) también integra el mismo principio e intenta generar un
marco de políticas globales para que los Estados se hagan cargo de los OGM.
Ahora bien, la aplicación del principio de precaución no significa, como muchos
piensan, la obstaculización de la investigación científica ni la detención automática del
desarrollo tecnológico, ni se funda en una especie de profecía catastrofista. Por el contra-
rio, indica que, dado un margen mínimo de incertidumbre (como en este caso), es decir, la

10 Véase Jonas, Hans, El principio de responsabilidad, Herder, Barcelona, 1995.

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posibilidad de algún efecto negativo en el medio ambiente y en la salud, conviene estable-
cer medidas de cautela, de prueba continua, de estudios y debates científicos, de segui-
miento o trazabilidad en la fabricación y comercialización de cualquier producto tecnoló-
gico. En el caso de los transgénicos, bien podría adoptarse una versión más débil del prin-
cipio de precaución, justo porque aun subsisten las dudas acerca de la posibilidad futura
de efectos negativos, aunque en los estudios actuales esa posibilidad se ha ido reduciendo.
Hasta el momento existe consenso científico en que los riesgos sanitarios de los
OGM son mínimos y controlables (los que han sido alergénicos se han retirado, como el
maíz Starlink), mientras que la discusión sobre los probables efectos ecológicos a largo
plazo continúa abierta. Es preciso reconocer que existe un margen de incertidumbre, por
pequeño que sea, sobre los efectos a largo plazo, propio de la temporalidad evolutiva.
Además, las consecuencias de una nueva tecnología son el resultado de la interacción
compleja con otros factores tecnológicos, sociales, políticos y ambientales, a veces azaro-
sos, que hacen imposible una previsión absoluta. El principio de precaución, vinculado
con el de responsabilidad nos indica que, por primera vez, tendremos que supervisar, mo-
nitorear, controlar, registrar y crear bases de datos mundiales para dar seguimiento a nues-
tros nuevos “cultivos” transgénicos. Por tanto, los OGM tendrán que ser productos con-
trolados y regulados, como los de la industria farmacéutica actual, aunque no manejados
como sustancias peligrosas pues no hay comprobaciones de peligros o daños. La aplica-
ción del principio de precaución ha logrado ya un consenso en la nueva legislación de la
Unión Europea sobre la trazabilidad, identificación y etiquetado de alimentos y piensos
que contienen transgénicos.11
De este modo, los probables riesgos deben ser evitados: a) la posibilidad, aunque
sea mínima de transferencia horizontal de genes, y consecuentes efectos en la biodiversi-
dad de especies naturales, así como el reforzamiento de la resistencia en insectos y male-
zas que recrudecería el uso de pesticidas, b) efectos alergénicos (ya se ha eliminado el uso

11 El objetivo de reglamento, que entró en vigor en estos días, dice: “Regular la trazabilidad de los productos que

contienen OGM, con el fin de facilitar el etiquetado preciso, el seguimiento de los efectos en el medio ambiente y,
cuando proceda, sobre la salud, y la aplicación de las medidas de gestión de riesgo, incluida, en caso necesario, la
retirada de productos”.

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de marcadores de resistencia a los antibióticos), c) competencia inequitativa, dependencia
de semillas patentadas, y de los agricultores pobres hacia las grandes compañías, afectando
las posibilidades de la conservación in situ y el mejoramiento de la diversidad genética a
nivel local, d) favorecimiento de los monocultivos y de la homogeneidad genética, e) mo-
nopolio de unas cuantas industrias en el mercado mundial de alimentos, presionando el
uso extensivo y uniforme de los mismos productos transgénicos, f) la uniformidad me-
diante el uso extensivo de transgénicos, que afectaría igualmente a los métodos sustenta-
bles de rotación de cultivos.
La aplicación del principio de precaución implica una justa distribución de la respon-
sabilidad y las obligaciones: los agentes productores tienen el deber de realizar las pruebas
necesarias y de absorber su costo, sólo pueden transferirlo a los usuarios en la medida en
que se regule su fiabilidad y se les provea de información precisa y veraz para que ellos
tenga el derecho de libre opción. El costo (en recursos humanos, económicos, científicos)
por los estudios y controles de los productos transgénicos, debe recaer en los producto-
res, en primer lugar, y la obligación de la supervisión y del financiamiento de investigación
básica, en los Estados.
Ahora bien, la acción precautoria puede tomar varias modalidades, que en este caso
son medidas prudenciales ante la no evidencia de daños. Pero el principio de precaución
también promueve la búsqueda de alternativas y de modificaciones tecnocientíficas para
evitar los posibles riesgos. Pero, si se descubrieran efectos negativos en el curso de las
investigaciones y pruebas, entonces serán necesarias restricciones; y si los riesgos aumen-
tan, entonces moratorias en el desarrollo; y si el daño es comprobado, entonces prohibi-
ciones y retiro de OGM del mercado.
El principio de precaución parte del reconocimiento de que es imposible un riesgo
cero, y de que su aplicación no debe ser excesivamente costosa o implicar esfuerzos y ma-
yores problemas, desproporcionados con respecto a lo que se quiere evitar. Las medidas
precautorias deberán ser factibles, tanto en términos económicos como sociales y políti-
cos, y consistentes con las practicas tecnocientíficas, además de costeables, y revisables o
revocables. Se debe evaluar en todo momento: los posibles agentes causales de riesgos, las

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circunstancias, probabilidades, medidas disponibles o factibles para minimizar el riesgo, alter-
nativas tecnológicas, y finalmente, efectuar una adecuada comunicación y divulgación del nivel
de riesgo. Pero la evaluación debe hacerse caso por caso, por lo que ninguna medida pre-
cautoria puede aceptarse de entrada como definitiva y generalizable. Por ello, cualquier
medida de precaución debe dejar un margen de error, pues debe poder ser revisable y re-
versible. Lo cual exige el desarrollo de estudios tecnocientíficos continuos, a cargo de los
principales interesados en obtener beneficios de una tecnología; pero también a cargo del
Estado, en función de la protección de los intereses sociales.

El principio de autonomía

El principio de autonomía o principio de protección de la autonomía individual comprende la


protección de las libertades y las capacidades esenciales de los individuos. Las innovacio-
nes tecnocientíficas deben respetar la capacidad de los sujetos para actuar de manera au-
todeterminada. En este sentido, es esencial el derecho de los ciudadanos a elegir los pro-
ductos que van a consumir. El etiquetado para el seguimiento y para dar información pre-
cisa a los consumidores es la condición para ejercer la libertad de elección. No sólo auto-
nomía para decidir consumir o no esos productos, cualquiera que sea la razón, sino tam-
bién para optar por otros medios de cultivos. Al mismo tiempo, se debe asegurar la auto-
nomía e independencia para investigar, debatir y publicar lo referente a la tecnología de
los transgénicos. Aquí la intervención de los medios de comunicación es crucial para po-
tenciar el juicio informado y meditado de las personas. Por último, la libertad de empresa
y de desarrollo tecnológico se ve limitada por los principios de precaución y de responsa-
bilidad, así como por los derechos de los consumidores. Por ello, no existen razones éticas
de peso para oponerse al etiquetado y seguimiento de OGM.

Principio de justicia distributiva

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El principio de justicia distributiva determina que los intereses individuales con respecto
al desarrollo y aprovechamiento del poder tecnológico tienen que ser regulados por la
distribución equitativa de oportunidades y de bienes de interés público. Además, el princi-
pio de justicia debe proteger la autonomía o las condiciones para que los ciudadanos pue-
dan ejercer su autonomía moral, es decir, que actúen como agentes libres y responsables
de los fines que persiguen. No sólo significa que la tecnología se valore en función de los
beneficios económicos y pragmáticos, sino que contribuya en la disminución de la brecha
en los niveles de vida entre los más ricos y los más pobres. Por otro lado, que los riesgos
derivados del desarrollo tecnológico sean compartidos social e internacionalmente y en-
frentados de manera coordinada, mediante ordenamientos y legislaciones ambientales de
orden global. Los problemas ecológicos afectan a todo el mundo, pero los riesgos y los
daños se incrementan para los más vulnerables en la escala socioeconómica.
Por ello, el principio de justicia también implica la distribución de responsabilidades
y de riesgos en el conjunto de la sociedad global. En un mundo de bienes escasos y nece-
sidades siempre crecientes, pero además de riesgos extendidos y de conocimientos incier-
tos, los objetivos del principio de justicia distributiva serán: a) distribuir los bienes tecno-
lógicos con igualdad de oportunidades para que todos disfruten de lo beneficios de las
tecnologías seguras, eficientes y que contribuyan al desarrollo humano, b) priorizar el de-
sarrollo de tecnologías que cubran las necesidades de los más desfavorecidos (producción
de vacunas en transgénicos u otros nutrientes en determinados productos que son de
consumo masivo), c) desde marcos precautorios, minimizar los riesgos de las acciones
tecnológicas y distribuir equitativamente los riesgos y la responsabilidad para controlarlos.
La sociedad del mundo tecnológico asigna de manera injusta los riesgos y los daños
provocados por el desarrollo tecnológico, tanto como los bienes mismos. Son los más
pobres, los menos informados, los más marginados, quienes resultan los últimos benefi-
ciarios de los bienes tecnológicos, y los receptores privilegiados de los males que ellos
producen. La justicia como equidad también debe funcionar en la distribución de riesgos
o males reales provocados por el desarrollo tecnológico.

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La equidad implica que quienes más han contaminado y han contribuido a la cadena
de daños ecológico deben asumir mayores costos para la remediación ecológica y la apli-
cación del principio de precaución en nuevas tecnologías. Hacerse cargo de los daños im-
plica asumir las responsabilidades y pagar cuotas de compensación por los beneficios ob-
tenidos.
Así pues, el principio de justicia implica que: en el mundo tecnológico debe asegu-
rarse el libre derecho a disfrutar de los beneficios de la tecnociencia en igualdad de opor-
tunidades, sin discriminación ni acceso condicionado. Pero además, debe favorecerse que
la tecnología responda a las necesidades básicas de los más desfavorecidos, siempre y
cuando no implique nuevos e imponderables riesgos. (Habría que cuestionar si la comer-
cialización de transgénicos tiene como fin humanitario acabar con el hambre en el mun-
do).
No obstante, hemos de reconocer que, de ser viables, los transgénicos de segunda y
tercera generaciones, podrían convertirse en vectores tecnológicos para compensar des-
igualdades en el desarrollo, y particularmente, en la alimentación. El caso del arroz dorado
puede ser paradigmático. Los transgénicos podrían ser medios de re-distribución de bie-
nes (fundamentales para la salud y el desarrollo), pero sólo a condición de que el riesgo
sea minimizado, y de que la comunidad internacional asuma la responsabilidad de la su-
pervisión y seguimiento de sus efectos. Pero también, a condición de que la autonomía de
las comunidades y de lo individuos se respete: por ejemplo, su derecho a utilizar o elegir
medios tradicionales de cultivo, a rechazar transgénicos para no tener obligaciones con las
transnacionales que monopolizan el mercado de semillas.
El desarrollo de la biotecnología vinculada directamente a los fines de beneficio
económico ha generado un nuevo problema: la privatización del conocimiento y su su-
bordinación a los intereses de las grandes multinacionales. Por ello, los Estados y los or-
ganismos internacionales deben financiar investigación básica sobre los resultados de la
biotecnología. Toda la información que se desprenda de esas investigaciones debe ser pú-
blica.

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Por otra parte, como base de la justicia distributiva, el saber tecnocientífico no debe
ser privatizado y los transgénicos que aportaran beneficios alimentarios y de salud deberí-
an ser subvencionados mediante estímulos fiscales. Las patentes de esos productos de
primera necesidad podrían ser de menor duración o tener restricciones en el caso de una
emergencia alimentaria.
Conviene asimismo, preservar las técnicas tradicionales de cultivos, y fomentar e
desarrollo de una agricultura sostenible, mediante tecnologías alternativas que reduzcan el
impacto ambiental, que promuevan la autosuficiencia y el control local de los recursos
económicos como medios para lograr una distribución mas justa de los beneficios.
Así pues, para que la biotecnología sea viable y pueda ofrecer todo su potencial de-
berá realizarse en el marco de los principios éticos que hemos mencionado, en un conti-
nuo proceso de controversias y debates acerca de los fines últimos de este nuevo poder
tecnológico. Para ello, es posible introducir valores ético-políticos en el desarrollo de la
tecnociencia actual, mediante principios y regulaciones globales “recombinantes” que se
mezclen con los objetivos pragmáticos de la biotecnología.

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