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BORDA ALEJANDRO - Los Actos Propios
BORDA ALEJANDRO - Los Actos Propios
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1. A) El Derecho Romano
Si se quieren encontrar las raíces de la llamada teoría de los actos propios, resulta
necesario recurrir al Derecho Romano. Nos apresuramos a decir, a fin de evitar
equívocos, que este Derecho no dio respuesta concreta ni definición específica de esta
teoría, y que sólo se limitó a hacer una cierta aplicación en algunos casos concretos. Es
decir, en el Derecho Romano hallaremos atisbos de la teoría de los actos propios pero
no un desarrollo completo y sistemático.
Veremos ahora las aplicaciones concretas que en el Derecho Romano ha tenido la regla
que sanciona como inadmisible la actuación contraria a la conducta anterior.
1121/10060
La actitud del padre se funda en el estricto cumplimiento de las formas que establece la
legislación para otorgar la emancipación. Ante el incumplimiento de las formas legales el
padre desconoce la mentada emancipación. Sin embargo, esta actitud es inadmisible
debido a que él mismo ha permitido que su hija sea tratada como sui iuris, es decir, le ha
permitido vivir como si fuera emancipada aun cuando no hubieran sido cumplidos los
requisitos establecidos en el Derecho Romano, esto es que el acto no fue solemne ni
había cumplido con las exigencias formales.
Por ello se ha resuelto que el padre que ha consentido que la hija sea tratada como sui
iuris no puede ignorar o desconocer tal estado y, por lo tanto, no puede pretender
impugnar el testamento. Dicha conducta, más que abusiva y contraria a la equidad, es
contradictoria con la anterior actuación suya que pretende desconocer (ver nota 2).
Cabe destacar que la solución dada al caso presente no tiene como primera razón
sancionar la conducta contradictoria sino, más bien, evitar un resultado que
objetivamente es considerado injusto. En efecto, lo que se procura es defender la
eficacia del testamento otorgado por la hija que es, en definitiva, lo que pretende
impugnar el padre desconociendo la emancipación. Tanto es así que si el padre, que ha
permitido a la hija ser tratada como sui iuris, durante la vida de ella inicia la acción
reclamando la inexistencia de la emancipación —por el motivo que fuere—, podrá
hacerlo aun cuanto dicha actitud importe contrariar sus primeros actos. Ello ocurre
porque tal comportamiento no resulta abusivo en tanto no existen perjudicados por dicho
reclamo (ver nota 3).
1121/10070
En el último título del Digesto (50, 17, 75), Papiniano señala la inadmisibilidad de cambiar
de criterio en perjuicio de otro. Esta regla era aplicada al siguiente supuesto:
En el Derecho Romano, a la par del derecho civil existía el derecho pretorio. En aquel
momento el emancipado no era heredero según el derecho civil pero gozaba en el
derecho pretorio del beneficio de la bonorum possessio ab intestato o contra tabulas.
Este emancipado que no es sui heres y ha sido preterido en el testamento de su padre,
de acuerdo con las normas del derecho civil, puede intentar la bonorum possessio ab
intestato. Pero si en dicho testamento paterno existe un legado a su favor que reclama o
acepta, no podrá pedir después la bonorum possessio (ver nota 4).
Entre las diferencias de los hijos emancipados y los no emancipados encontramos que
aquéllos eran titulares de su patrimonio incluidas las donaciones que el padre les hubiera
efectuado, en tanto estos otros no eran titulares de su patrimonio (porque era del padre)
y ni siquiera de las donaciones que el padre les hubiera hecho. Esta situación ocurría
cuando el hijo emancipado planteaba la bonorum possessio dentro del derecho pretorio y
se sancionaba una evidente injusticia privilegiando al hijo emancipado en detrimento del
que no lo estaba, quien debía dividir los bienes del padre común (e incluso los bienes
propios) con aquél sin participar en los bienes propios que ya el hijo emancipado tenía.
Para remediar tamaña injusticia se estableció la llamada collatio bonorum, por la cual el
hijo emancipado que quisiera obtener la bonorum possessio debía computar en la masa
hereditaria todo aquello que, en caso de haber permanecido bajo la potestad paterna,
hubiera correspondido al padre (ver nota 6).
¿Qué ocurre con el hijo emancipado que se ha negado a efectuar la colación,
primeramente, y luego pretende obtener la bonorum possessio ofreciendo colacionar los
bienes correspondientes? Aquí hay un cambio de criterio o actitud que, sin embargo, es
admitido. Éste es otro caso en donde se nota que la inadmisibilidad de la conducta
contradictoria no era, para los romanos, el argumento esencial para atacar determinados
actos incoherentes con la primera conducta sino que, sin dejarlo de tener en cuenta, se
prefería resolver cada caso de la manera que se entendía más justa.
1121/10080
Los hechos son claros. Los copropietarios, individualmente, van dando su asentimiento;
sin embargo, hasta que no lo sea dado por la totalidad de los condóminos no nace el
derecho constituido por dicha servidumbre de paso. Aparentemente, y en estricto
derecho, cada condómino que ha dado su asentimiento podría retractarse hasta que la
totalidad de ellos no hayan efectuado el consentimiento. Pese a ello, la solución que da
el texto comentado es que al copropietario que ha prestado su consentimiento no le
queda más remedio que respetar y mantener el asentimiento dado. De manera que
manifestar una postura contradictoria con su anterior conducta importa tanto como ir
contra sus propios actos, lo que es inadmisible; queda, por así decirlo, atado al acto de
constitución que él mismo ha realizado y no puede oponerse al ejercicio de la
servidumbre (ver nota 7).
Nosotros entendemos que dichos interrogantes no apuntan al sentido legítimo del texto.
Por una parte resulta obvio que el servidor no podrá hacer uso de la servidumbre de
paso hasta que la totalidad de los condóminos presten su consentimiento, porque es
derecho de éstos evitar la turbación de su dominio. Por otra parte, creemos que no
interesa averiguar cuáles son los títulos ejercidos para ejecutar o impedir los actos de
ejercicio, sino que, lo verdaderamente importante, es que se trata de que se respete la
voluntad expresada por el condómino que ha consentido con dicha servidumbre de paso
y que no puede ser violentada por un acto posterior en sentido contrario, atentatorio de la
buena fe de quien ha solicitado la mentada servidumbre.
1121/10090
5. d) Adquisición ulterior de la cosa ajena vendida anteriormente
Uno de los supuestos en que el Derecho Romano aplicaba una solución acorde con lo
que hoy llamamos teoría de los propios actos, era el de la adquisición ulterior de la cosa
ajena por quien la ha vendido con anterioridad sin ser, al momento de la primera
operación, el propietario de la cosa.
En este caso no existía una venta verdadera porque no reunía la operación los
elementos necesarios para tenerla por válida. En efecto, para vender legítimamente una
cosa el vendedor debe ser al mismo tiempo el dueño de la cosa (salvo determinadas
excepciones que no tienen aplicación al caso) lo que no ocurre en el supuesto dado. Al
no tener validez dicha venta no ha operado transmisión de dominio alguna por cuanto
nadie puede transmitir un derecho más extenso que el que tiene.
En efecto, importaría una injusticia notoria que quien se hace pasar por dueño venda el
bien y luego intente reivindicarlo cuando lo adquiere, atentando, de tal manera, contra la
buena fe de aquel comprador que por no haber adquirido el bien del legítimo titular, sólo
es un poseedor de buena fe, privilegiando la mala fe de aquel vendedor de cosa ajena.
Pero no sólo eso; es evidentemente contradictorio que una persona venda una cosa y
luego pretenda reivindicarla en base a que al momento de la venta no era el legítimo
propietario.
Cabe señalar que el problema planteado ha sido receptado y resuelto por nuestro
Código Civil. El artículo 1329 Ver Texto establece que las cosas ajenas no pueden
venderse, pero —conforme al artículo 1330 Ver Texto — la nulidad de la venta de cosa
ajena queda cubierta cuando el vendedor posteriormente hubiese venido a ser sucesor
universal (heredero) o particular (por venta, permuta, donación, etc.) del dueño de la
cosa vendida. Es decir, queda consolidada la enajenación de la cosa ajena.
1121/10100
6. e) La propia torpeza
Nadie puede alegar la propia torpeza. Esta regla, que tiene su origen en el Derecho
Romano, ha llegado hasta nuestros días e impide obtener un resultado favorable con
base en la irregularidad del acto anterior cuando es el mismo sujeto el culpable de dicha
irregularidad.
Entre los ejemplos que podemos encontrar en el Derecho Romano se puede establecer
que:
— Nadie puede alegar haber defraudado a sus acreedores.
— Nadie puede revocar una donación realizada alegando haberla hecho en fraude de un
tercero.
— Quien ha engañado no puede aprovecharse de ese engaño.
— No puede repetir el pago quien resulta culpable de la causa inmoral.
1121/10110
Entre los romanos tenía gran valor la palabra dada y se sancionaba el ir contra ella. Así,
quien se obliga contractualmente o a través de un pacto, no puede unilateralmente
desconocer la obligación asumida. Del mismo modo, no puede desconocer su anterior
declaración de voluntad ni tampoco exigir la prueba de la causa cuando se ha obligado
documentalmente (ver nota 9).
1121/10120
8. B) El Derecho Intermedio
1121/10130
9. a) Los glosadores
En la Baja Edad Media nació en Italia la denominada “Escuela de la Glosa” que asumió
una actitud de verdadera veneración ante el Corpus Iuris Civilis. Por tal motivo y en un
primer momento, el trabajo de los glosadores se limitaba a realizar anotaciones
marginales o interlineadas a fin de explicar el sentido de un texto del Corpus Iuris.
Posteriormente comenzaron a agrupar textos que tenían un sentido similar y a
contraponerlos con otro grupo de textos de espíritu diferente; esto produjo un trabajo de
síntesis y la construcción de reglas y principios jurídicos que dieron nacimiento a los
brocardos (ver nota 11).
Sostiene Azzo que resulta admisible volver contra los propios actos, en principio, cuando
el primero de ellos —o la primera conducta— fue contrario a una expresa disposición
legal. En tanto, resulta inadmisible intentar volver contra el acto propio cuando el primero
de ellos fue legítimo, o bien en caso de ser ilegítimo, la ilicitud proviniera de no haberse
cumplido con las formalidades legales del acto o los presupuestos legales de eficacia o si
no hubieran concurrido todas las declaraciones de voluntades necesarias (ver nota 14).
En síntesis, diríamos que el pensamiento de Azzo reside en impedir volver contra los
propios actos, excepto cuando el primer acto o conducta vinculante haya sido ilegítimo
por violar expresas disposiciones legales de fondo.
1121/10140
Los juristas del siglo XIV que continuaron con la obra de la Escuela de la Glosa pero a la
que han agregado una jurisprudencia constructiva y la han aplicado en forma práctica,
han sido llamados los posglosadores (ver nota 15).
Por su parte, Baldo llega a una aplicación restrictiva del brocardo. Permite volver contra
los propios actos cuando se ha actuado en nombre de otro, cuando se ha actuado en
nombre propio siempre que el primer acto hubiera sido hecho contra legem, cuando se
ha actuado en nombre propio siempre que el acto atacado hubiera sido hecho praeter
legem y que se tratare de un contrato nulo de nulidad quoad rem et obligationem, y
cuando se ha actuado en nombre propio siempre que el primer acto hubiera sido hecho
praeter legem y que se tratare de un contrato nulo pero de nulidad quoad rem
únicamente si se conocía la causa de la nulidad. Para Baldo, sólo en los casos en que el
acto fuera realizado praeter legem y que adoleciera el contrato de nulidad quoad rem
cuya causa era ignorada, era ilícito volver contra los propios actos (ver nota 16).
Evidentemente, como dijéramos más arriba, Baldo adjudicaba al brocardo venire contra
factum proprium non potest un reducido alcance. Sin embargo, cabe agregar, impedía la
revocación del factum proprium sobre la base de la alegación de la propia torpeza.
1121/10150
El brocardo venire contra factum proprium non valet ha tenido algunas aplicaciones en el
derecho canónico. Valgan como ejemplos los siguientes:
1) No puede privar del beneficio eclesiástico concedido a un clérigo inhábil, el obispo que
lo ha otorgado.
2) La excomunión injusta no puede ser levantada por quien la decretó (ver nota 17).
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De estas obras han surgido lineamientos generales del brocardo venire contra factum
proprium non valet como que a ninguno le es permitido impugnar su propio hecho ni al
heredero impugnar los actos del difunto.
1121/10170
Coincidentemente con los prácticos y durante el siglo XVII, un conjunto de autores tales
como Pufendorff y Lauterbach, utilizan el brocardo venire contra factum en forma variada
pero imprecisa.
Se lo ha tomado como una regla derivada de la razón natural o como un principio del
derecho natural. Pero lo más destacable es la heterogeneidad en su aplicación que ha
llevado más que a dar soluciones a plantear dudas o interrogantes respecto de su uso
(ver nota 19).
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14.
En esta época, durante la segunda mitad del siglo XVII, aparece una obra de gran
importancia, máxime si se tiene en cuenta la forma en que ha sido tratado el brocardo en
estudio durante el derecho intermedio y más aún en la época de los tratadistas. Nos
referimos a la disertación De impugnatione facti proprii, cuyo autor es Juan Cristóbal
Schacher.
Sostiene como principio general que la impugnación de los actos propios es ilícita,
fundándose en el deber de observar lo prometido y el daño causado al faltar a la palabra
dada y a la fe. Por ello nadie puede retractarse de lo que uno mismo ha hecho
lícitamente ni puede retractarse del acto propio aunque éste no fuere obligatorio.
Sin embargo, este principio tiene también sus excepciones. No realiza una clasificación
general sino que determina los supuestos en que es admisible volver contra el propio
acto. De esta manera señala que es factible la impugnación del padre a una
emancipación o legitimación irregular, la rescisión de los esponsales, la revocación de
una donación, la modificación de las cláusulas testamentarias, la repetición de lo pagado
por error, la revocación del mandato, la impugnación del pacto comisorio, entre otros.
(nota 12) VALLET DE GOYTISOLO, Juan, “Notas críticas a La doctrina de los actos
propios: un estudio crítico sobre la jurisprudencia del Tribunal Supremo, por Luis DÍEZ-
PICAZO PONCE DE LEÓN”, Anuario de Derecho Civil, t. XVI, fasc. II, pág. 467.
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
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15. A) Concepto
Bianchi e Iribarne hacen suya la definición dada por V. A. Griffith, en su obra Outlines of
the law, sosteniendo que se trata de “la doctrina en cuya virtud alguien que, por su
manera de obrar, con palabras o mediante actos, produce en otro la creencia racional de
que ciertos hechos son ciertos, y el último obra sobre la base de tal creencia (belief),
impidiendo al primero que pueda negar la verdad de lo que ha ‘representado’ con sus
palabras o su conducta, cuando la negativa habría de redundar en su beneficio y en
perjuicio de la otra persona” (ver nota 2).
Para otros autores el estoppel se refiere, más que nada, a una cuestión procesal (ver
nota 3). Así Moisset de Espanés lo define como la barrera o freno erigido a las
pretensiones de quien reclama algo en abierta contraposición con lo que anteriormente
había aceptado (ver nota 4).
Dobson lo ha definido como el instituto que tiene por finalidad impedir la inclusión de
pruebas en un proceso que vengan a sostener la afirmación o negación de un hecho
determinado (ver nota 6).
Por último, Safontás repite la definición dada por Vallet y establece las consecuencias
que de ella derivan: a) se impide negar o probar un estado de hecho a quien lo ha
establecido como verdadero; b) se pretende únicamente obtener la inadmisibilidad de la
alegación; c) resulta necesario para poder aplicar el instituto del estoppel la afirmación
unívoca y clara que recaiga sobre un estado actual o pasado y que él sea a favor de la
persona a quien la apariencia ha inducido a realizar o a fundar el acto que modifica la
situación jurídica anterior (ver nota 7).
De las definiciones dadas preferimos las dos primeras porque aplican el estoppel en un
plano de generalidad. Entendemos que las limitaciones a un orden procesal restringen la
aplicación de la institución en estudio. La contradicción procesal importa tener en cuenta,
nada más, las conductas y actos incoherentes plasmados en las actuaciones judiciales;
las definiciones dadas por Puig Brutau y por Bianchi e Iribarne tienden a sancionar toda
conducta incoherente, incluso las realizadas fuera del pleito. Si lo sancionable es la
contradicción no se ve el motivo de limitarlo a la cuestión meramente procesal.
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15-1.
Nos parece oportuno en este momento, aunque excede el marco de este trabajo,
destacar brevemente la importancia que tiene el estoppel en el derecho público
internacional (ver nota 8).
El estoppel actuó y continúa actuando sobre las conductas particulares de los Estados,
permitiendo afirmar el mérito de la coherencia, univocidad y lealtad de lo que sus actos
representan para la inteligencia del orden jurídico, ya sea por la acción positiva como por
las omisiones que pueden ser tenidas por declinación o reconocimiento de derechos.
1121/10220
Sin embargo, creemos que los argumentos dados por Puig Brutau (ver nota 11) y Díez-
Picazo (ver nota 12), en sentido contrario, son más convincentes. Por las siguientes
razones:
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17. a) Razones históricas
La regla venire contra factum proprium non valet sirve de fundamento tanto en la doctrina
de los propios actos como en el estoppel anglosajón. Estoppel tiene la misma raíz que el
término español “estopa” y, curiosamente, existe un proverbio hispano que dice que “no
bastan estopas para tapar tantas bocas” que tiene un sentido análogo con la frase
británica stoppeth his mouth (tapa su boca), que es el resultado alcanzado con la
institución del estoppel.
Otro motivo es que, aparentemente, el estoppel nace en el Medioevo, donde los juristas
ingleses fueron fuertemente influidos por el Derecho Romano-canónico. Además, la
doctrina del estoppel utiliza frecuentemente la expresión own act, que es sinónimo de
“acto propio”.
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Estas razones son más importantes aún, que las razones históricas dadas, porque
demuestran que la aplicación práctica es similar, más allá de que cada institución ha
debido amoldarse a la idiosincrasia de los países donde fueron aplicadas. Tanto la teoría
de los propios actos como el estoppel anglosajón frenan la posibilidad de ejercer una
conducta contradictoria.
Véase que los autores que negaron el origen común de ambas figuras, sí encontraban
conexión entre el estoppel y la exceptio doli romana. En la exceptio doli tiene importancia
fundamental el dolo de una de las partes, es decir, su mala fe, y es justamente esto, lo
que no tiene trascendencia ni en el estoppel ni en la teoría de los propios actos. Porque
en estos casos no importa la mala fe de quien quedará paralizado o frenado (stop) sino
la buena fe de la otra parte que ha confiado en el comportamiento coherente de aquel
que pretende ejercer la conducta contradictoria.
Por ello, como dijimos antes, más allá de que hoy existan divergencias entre ambas
figuras en razón de la evolución que han sufrido podemos señalar las coincidencias
existentes y la posibilidad de ser usadas de manera complementaria.
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19. C) Características
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La apariencia importa que el sujeto, que dirige los actos, ha hecho una representación, lo
que los ingleses denominan representation. Esta representación no debe ser
interpretada desde la óptica de un mandato o de un poder, sino de un modo vulgar como
cuando se habla de representación teatral (ver nota 17). Como consecuencia de dicha
“representación” nace en quien recepta el acto o conducta una confianza o creencia
(belief) en base a la cual este último modifica su posición jurídica precedente. Pretender
alegar en contra de la conducta primitiva importa modificar su representación y, por ello,
el sujeto pasivo de la relación jurídica lo dejará estopped, le tapará la boca, en su
pretensión (ver nota 18).
La figura del estoppel busca proteger a quien confió en la apariencia jurídica de un acto,
en la representación, e impedir que el autor de la conducta contradictoria se beneficie. Si
por el contrario, el autor de la conducta contradictoria se perjudicare con ella y el
beneficiado fuere la persona a quien se dirigían ambas conductas, no hay razón para
aplicar el estoppel (ver nota 19).
Finalmente, adelantaremos algo de lo que diremos más abajo (punto 75). Puig Brutau
entiende que al igual que el estoppel anglosajón, la teoría de los propios actos tiene en la
apariencia jurídica un elemento fundamental. Debe protegerse jurídicamente la buena fe
manifestada en la confianza depositada en la apariencia (ver nota 20). En este punto
seguimos a Díez-Picazo, quien afirma que la sanción de la conducta contradictoria se
funda en la necesidad de guardar una conducta coherente (ver nota 21). Y en ello
podemos ver una de las diferencias a la que hacíamos referencia más arriba al señalar el
parentesco ideológico (no su equivalencia) entre ambas figuras (punto 18).
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Podemos afirmar que, en principio, la eficacia del estoppel es puramente procesal. Esta
aseveración no es contradictoria de lo sostenido con anterioridad (punto 15) al referirnos
al concepto del estoppel.
En esa oportunidad hemos elegido las definiciones dadas por Puig Brutau y por Bianchi
e Iribarne (ver nota 22), dado que entendemos que son preferibles aquellas que abarcan
una mayor cantidad de situaciones (actos contradictorios fuera y dentro del proceso) que
aquellas otras (ver nota 23) que limitan su aplicación a los actos contradictorios
procesales. Esto es, desechamos las definiciones que sólo tienen en cuenta las
contradicciones ocurridas durante la sustanciación del pleito; ello es diferente a decir que
la eficacia del estoppel es procesal, porque entendemos que al hablar de eficacia
hacemos referencia al momento y a la oportunidad en que el estoppel debe ser aplicado.
No hay que confundir. Debe hacerse valer la figura del estoppel durante la sustanciación
del proceso, pero la contradicción que dará motivo a la utilización del estoppel podrá
haber ocurrido no sólo en las actuaciones judiciales (definiciones restrictivas) sino
también con relación a actos y conductas extraprocesales (definiciones amplias).
1121/10280
Ha dicho Cababe que el estoppel no es una espada sino un escudo (ver nota 24). Con
ello se quiere expresar que no puede ser usado como una acción sino como un medio de
defensa, pero entendemos que la expresión “medio de defensa” no equivale a
“excepción” en sentido procesal (ver nota 25).
Además, como medio de defensa que es, el estoppel no puede ser aplicado de oficio por
el tribunal sino sólo a instancia de parte.
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23. d) La reciprocidad
Hemos dicho, en el punto anterior, que la figura del estoppel puede ser invocada tanto
por el demandado (al contestar la acción) como por el actor (frente a la alegación del
demandado). Esto es la reciprocidad, es decir, la posibilidad de ser opuesta por ambas
partes del proceso.
Pero remarquemos esto: la figura del estoppel puede ser invocada por ambas partes,
mas nunca por terceros ajenos a esa relación. Los terceros no pueden oponer el
estoppel ni les puede ser opuesto a ellos (ver nota 27).
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24. D) Requisitos
Si bien es cierto que la doctrina anglosajona no ha puntualizado cuáles son los requisitos
que deben existir para que pueda aplicarse la figura del estoppel, podemos deducir los
siguientes:
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25.
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26.
II. Ese estado de cosas debe ser claro, unívoco, sin doble sentido ni ambigüedades.
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27.
III. Ese estado de cosas afirmado debe ser dado en relación con el tiempo presente o
pasado, pero jamás con el futuro.
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28.
IV. El estoppel se produce en favor del sujeto que ha confiado en ese estado de cosas
afirmado. Pero ese estado de cosas presente o pasado debe ser modificado para que
pueda oponerse el estoppel; si no ha habido modificaciones en ese estado de cosas, mal
puede oponerse el estoppel, atento a que no habría perjuicio personal ni económico, lo
que resulta necesario, como hemos visto al definir la figura (punto 15), para que pueda
ser aplicada (ver nota 28).
1121/10350
29. E) Clasificación
Tal como lo sostiene Puig Brutau (ver nota 29), podemos clasificar al estoppel anglosajón
según lo que intente frenarse, según lo que se persiga con dicho medio defensivo.
También podemos observar no sólo las diferencias existentes entre el estoppel y la
teoría de los actos propios (aquél tiene un campo de aplicación más vasto) sino, además,
las similitudes entre ambas figuras, sin olvidar, por cierto, las características de la
apariencia jurídica y de medio defensivo —que distinguen al estoppel de nuestra teoría—
enunciadas con anterioridad (puntos 20 y 22).
1121/10360
Ha dicho Puig Brutau que el estoppel —en general— abarca una mayor cantidad de
supuestos que la teoría de los actos propios (ver nota 30), sin que ello signifique alterar
la coincidencia de principios existentes entre ambas figuras (ver nota 31). Este supuesto
(del estoppel by fact in pais) es, para el mencionado autor, el que coincide plenamente
con la teoría de los propios actos (ver nota 32), y puede ser definido como la
imposibilidad de negar posteriormente o discutir en juicio el título del adversario o su
derecho que ha sido reconocido previamente.
Nosotros creemos que el estoppel by fact in pais tiene un mayor contacto con la teoría de
los propios actos si lo comparamos con otros tipos de estoppel que estudiaremos más
adelante; pero ello no significa que ambas figuras sean asimilables. Como ya lo
dijéramos, el estoppel (todo estoppel) responde a la idea de la apariencia jurídica, en
tanto que la teoría de los propios actos tiene en mira el comportamiento coherente.
También difiere en la posibilidad de alegarse el comportamiento incoherente en la
acción, en tanto el estoppel sólo puede ser opuesto como defensa.
Pero tampoco podemos negar que la definición del estoppel by fact in pais dada coincide
en buena manera con el concepto de la teoría de los propios actos.
Los ejemplos más característicos del estoppel by fact in pais son los siguientes (ver nota
33):
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31. I. Tenancy
Esta figura, que abarca tanto a los arrendamientos como a las relaciones posesorias en
general, puede ser encuadrada como el acto por el cual una persona atribuye a otra la
posesión de una cosa. Tiene la particularidad de que el estoppel puede ser opuesto por
ambas partes porque ninguna de ellas podrá discutir el título jurídico por el que se ha
trabado la relación jurídica, ya que ambas —y de común acuerdo— participaron en la
constitución de la mentada relación.
El que recibe la tierra, al contribuir con el que se la ha dado en el acto jurídico, no puede
discutir posteriormente el título de éste porque se contradiría con su conducta anterior. El
que ha dado la tierra no puede discutir el derecho que ejerce el que la ha recibido porque
él mismo lo ha colocado en esa situación jurídica e importaría también una contradicción
con su propia conducta.
1121/10380
Esta figura prevé la entrega de cosas muebles, por tiempo cierto, con base en un
contrato oneroso o gratuito y en el cual el receptor de las cosas se compromete a
custodiarlas y devolverlas a quien se las ha dado y cumpliendo las indicaciones de éste.
Con un fundamento similar al dado en el tenancy, se ha resuelto que quien ha recibido
las cosas no puede discutir el derecho de quien se las ha dado porque ha reconocido el
legítimo derecho de éste con el cual ha colaborado en la realización del contrato.
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Ubicamos este tipo de estoppel dentro de la categoría de estoppel by fact in pais, debido
a que entendemos que no existen diferencias entre ellos.
Estos conceptos aportados por el maestro español exponen la falta de diferencias entre
ambas figuras. Los actos ejecutados de manera notoria no pueden ser contradecidos por
su ejecutante. Todo ello se liga con algo que ya hemos dicho: es de suma importancia en
la figura del estoppel la característica que hemos denominado de la apariencia jurídica
(punto 20). Porque, como dice Puig Brutau en el estoppel by fact in pais, se produce
necesariamente una representation (ver nota 37), con lo que se aprecia nítidamente la
inexistencia de diferencias entre ambas figuras.
Finalmente, debe remarcarse que si bien la conducta o las palabras deben ser
voluntarias ello no implica que la representación haya debido ser dolosa ni
conocidamente falsa; basta con que la persona que ha recibido la manifestación de
voluntad haya obrado, a su vez, modificando la situación anterior en base a la confianza
depositada en aquella primera manifestación de voluntad (ver nota 39).
1121/10410
El fin que se persigue es evitar una sucesión indefinida de pleitos que se originarían en
el desconocimiento de la sentencia dictada por un tribunal competente en un pleito
seguido entre las mismas partes. Éste es, también, el principio de la cosa juzgada que ha
sido sancionado en nuestro derecho por el artículo 544 Ver Texto , inciso 9º del Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación y que ha definido Palacio como la
inimpugnabilidad e inalterabilidad de las sentencias firmes en procesos ulteriores (ver
nota 41).
Este estoppel tiene cierta relación con la eficacia probatoria de los instrumentos públicos
de nuestro derecho argentino. Pero decimos “cierta relación” porque ambas figuras no
son enteramente asimilables.
Otro rasgo distintivo es que el instrumento público alcanza a las partes y respecto de
terceros (ver nota 49) en tanto que el estoppel by deed sólo alcanza a las partes
contratantes. Pero en otros aspectos, respecto de éstas, es más severo por cuanto
obliga a las partes a cumplir no sólo con los deberes derivados de la declaración (como
en el caso de los instrumentos públicos) sino también con las manifestaciones
consignadas como antecedentes (ver nota 50).
Finalmente podemos agregar que tanto los actos fraudulentos o ilícitos como los
documentos nulos o dictados por un incapaz no pueden ser frenados (estopped)
mediante la figura del estoppel by deed (ver nota 51).
1121/10430
37. F) El Laches
Hemos intentado desarrollar la figura del estoppel analizando el concepto, el origen, las
características, los requisitos y las clases en que puede clasificarse esta figura. En líneas
generales podemos decir que el estoppel tiene su campo de aplicación en aquellas
relaciones donde se han expresado palabras o exteriorizado conductas que han
producido una cierta representación en la otra persona y que, con posterioridad, el
emisor de aquellas palabras o conductas intenta contradecirse perjudicando a quien
confiado o creído en ellas ha obrado en consecuencia.
Es remarcable, entonces, que uno de los elementos necesarios para que pueda
aplicarse la figura del estoppel es la exteriorización de conductas o la expresión de
palabras. Sin embargo, veamos que existe una refinada forma de estoppel que es la del
llamado laches.
El laches ha sido definido como una modalidad del estoppel que se produce cuando la
manifestación de la verdadera situación jurídica o el ejercicio del derecho por parte de su
titular, se realiza con un negligente retraso que puede ser razonablemente interpretado
como un tácito asentimiento a la situación creada y, consiguientemente, al inejercicio del
derecho (ver nota 52).
Por lo tanto, así como el estoppel necesita de palabras o conductas, el laches requiere
silencio. Pero este silencio será especialmente importante cuando suplanta el deber
teórico de actuar o hablar (ver nota 54).
1121/10440
38.
Hemos dicho en el punto anterior que el laches tenía en cuenta el silencio o la actitud
pasiva, pero también dijimos que el silencio o la actitud pasiva tenía mayor importancia
cuando existía el deber de hablar o de actuar. Esta última idea infunde vida al concepto
del llamado estoppel by acquiescence por el cual la representación que una parte se
hace del silencio de la otra nace de la obligatoriedad que ésta tenía de hablar,
importando ese silencio una violación a la buena fe (ver nota 58).
(nota 2) BIANCHI, Enrique Tomás e IRIBARNE, Héctor Pedro, “El principio general de
la buena fe y la doctrina venire contra factum proprium non valet”, E.D., t. 106, pág. 859.
(nota 3) VIVES, Luis María, “La doctrina de los actos propios”, L.L., t. 1987-B, pág. 946,
nro. III-A; PEYRANO, Jorge W. y CHIAPPINI, Julio O., “La doctrina de los propios actos
en el ámbito del procedimiento civil”, J.A., t. 1985-IV, pág. 818, nro. IV.
(nota 4) MOISSET DE ESPANÉS, Luis, “La teoría de los ‘propios actos’ y la doctrina y
jurisprudencia nacionales”, L.L., t. 1984-A, pág. 152.
(nota 6) DOBSON, Juan M., “El abuso de la personalidad jurídica (en el derecho
privado)”.
(nota 7) SAFONTÁS, Simón P., “Doctrina de los propios actos”, Jus, 1964-5, pág. 33.
(nota 8) Sobre este tema, RODRÍGUEZ BERRUTTI, Camilo Hugo, “Estoppel: Adverar
el obrar internacional del Estado”, L.L., t. 1986-E, pág. 876.
(nota 25) En contra: DOBSON, op. cit., pto. 158, y VIVES, op. cit., L.L., t. 1987-B, pág.
946, nro. III-A, quienes la consideran una excepción procesal.
(nota 41) PALACIO, Lino Enrique, Derecho procesal civil, T. V, pto. 678.
(nota 46) BORDA, Guillermo A., Tratado de derecho civil, Parte General, T. II, pto. 988.
(nota 47) BORDA, Tratado de derecho civil, Parte General, T. II, pto. 993.
(nota 48) BORDA, Tratado de derecho civil, Parte General, T. II, pto. 994.
(nota 49) BORDA, Tratado de derecho civil, Parte General, T. II, pto. 993.
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39. A) Antecedentes
Los antecedentes de esta doctrina alemana, nacida de la propia jurisprudencia (ver nota
1), hay que buscarlos en la obra señera de Erwin Riezler, titulada Venire contra factum
proprium. En ella el autor destaca las innegables raíces romanistas del derecho alemán
y, sin apartarse en este punto, y, por el contrario, haciendo uso y aplicación del llamado
derecho continental, estudia el problema de la ilicitud del venire contra factum proprium
con la ayuda de la figura del estoppel anglosajón (ver nota 2).
El mismo Riezler, que si bien cree en la posibilidad de encontrar una regla que sancione
a la conducta contradictoria con su inadmisibilidad por importar una contravención a la
buena fe, prefiere evitar realizar una formulación de tipo general y se limita a detectar
distintas hipótesis donde puede aplicarse el citado brocardo latino (ver nota 3). Éste es el
origen de la figura de la verwirkung, que años más tarde fuera sistematizada por
Walsmann y Lehmann.
d) Toda persona debe soportar el riesgo derivado de los propios actos, aun de los
efectuados sin culpa, y no puede alegar la propia torpeza —en su propio beneficio—
para liberarse de una obligación contraída (ver nota 5).
1121/10470
La verwirkung ha sido definida como la paralización del ejercicio de un derecho con el fin
de ampliar y rectificar los formalistas y esquemáticos plazos de prescripción por medio
de un idóneo instituto jurídico de propia creación que pueda adaptarse a la situación
concreta de cada caso (ver nota 6). Esto significa sancionar la deslealtad —medida
objetivamente— del titular de un derecho que, habiendo asumido una primera actitud
pasiva, intenta sorprender con posterioridad a su adversario (aunque no haya tenido con
anterioridad en mira esta última actitud de sorpresa, ni la haya querido). Porque lo
importante es que la persona que ha receptado los actos haya podido contar con que el
derecho no sería ejercitado sobre bases objetivas y teniendo en cuenta las
circunstancias del caso (ver nota 7).
Se entiende que el ejercicio del derecho “paralizado”, que se funda en que los plazos de
prescripción no han transcurrido íntegramente, importa un abuso del derecho (ver nota
8). Por tanto, ese derecho ejercido resulta inadmisible en base a que ha sido realizado
con un retraso objetivamente desleal (ver nota 9) y (ver nota 10), a pesar de que dicho
derecho todavía existe según las normas legales (ver nota 11). Echar mano de esa
norma legal importa atentar contra la buena fe (ver nota 12) y (ver nota 13) y lesionar la
confianza en el tráfico jurídico (ver nota 14).
1121/10480
41.
Esta figura debe ser distinguida de la prescripción (ver punto 50) y de la renuncia tácita.
Ésta requiere de una voluntad negocial y la posibilidad de que el renunciante pueda
demostrar que esa declaración de voluntad no existió, con lo que se borra el efecto
extintivo; la verwirkung, en cambio, se funda en la buena fe.
Para que pueda aplicarse la figura de la verwirkung debe confluir el retraso en el ejercicio
del derecho, la conducta contradictoria y la infracción a la buena fe (ver nota 15),
traducida en que el adversario pueda esperar fundadamente que no se hará valer el
derecho.
1121/10490
42.
En conclusión, este arbitrio extraordinario y subsidiario (ver nota 16) tiene como meta
proteger la buena fe y, por tal motivo, paralizar el ejercicio de derechos vigentes
legalmente pero que son inadmisibles en tanto importan un abuso del derecho. Es una
figura que presenta gran analogía con el laches anglosajón, como veremos más adelante
cuando hablemos de prescripción (punto 50).
1121/10500
1121/10510
44.I.
La jurisprudencia alemana debió echar mano de este instituto jurídico cuando tuvo que
enfrentar los problemas derivados de la Primera Guerra Mundial, en relación a la fuerte
desvalorización del marco y a su posterior revalorización una vez superada la crisis.
1121/10520
45.II.
46.III.
1121/10540
47.IV.
Pero como hemos dicho más arriba (punto 43), estas aplicaciones concretas de la figura
de la verwirkung permitieron tenerla como un instituto jurídico general, fundamentalmente
a partir de la sentencia dictada por la Primera Sala Civil del Tribunal del Reich (aunque
debe decirse que ha habido jurisprudencia en contrario) dictada el día 30 de enero de
1929 y en la que se dijo que “desde hace tiempo está reconocido que, bajo determinadas
circunstancias, el ejercicio retrasado de pretensiones puede representar una actitud que
infrinja la buena fe por lo que en semejante caso debe ser privada de eficacia jurídica;
una conducta semejante es conocida en la jurisprudencia y en la doctrina jurídica con el
nombre de retraso desleal y ha sido de nuevo muy discutido en el derecho de
revalorización con la expresión verwirkung” (ver nota 27).
1121/10550
48.
Hubo quienes sostuvieron que la verwirkung sólo era aplicable a los problemas
enunciados —lo que denominamos teoría restringida—; en tanto que la teoría amplia
abogaba por aplicarla al resto del derecho privado e, incluso, al derecho público.
Hemos dicho que la teoría amplia ha vencido toda vez que la verwirkung ha sido aplicada
a las prestaciones contractuales derivadas de préstamo mutuo, al pago de alquileres, a
la restitución de lo pagado en exceso, a la indemnización de daños, a las cuestiones
derivadas de sociedades anónimas y de responsabilidad limitada y asociaciones, a los
seguros, etcétera (ver nota 28).
1121/10560
Hemos seguido a De los Mozos para definir a la verwirkung como la paralización del
ejercicio de un derecho con el fin de ampliar y rectificar los formalistas y esquemáticos
plazos de prescripción por medio de un idóneo instituto jurídico de propia creación que
pueda adaptarse a la situación concreta de cada caso (punto 40). Nos importa de dicha
definición, en este momento, la referencia que se hace a la ampliación y rectificación de
los plazos de prescripción y, por extensión, a los plazos de caducidad. ¿Cómo es la
relación entre verwirkung, prescripción y caducidad?
1121/10570
50.
Por otra parte, la verwirkung no constituye un instituto que sólo tiende a liberar al deudor
sino que, además, pretende proteger al acreedor. He aquí que se considera inadmisible
que la excepción de prescripción sea opuesta en forma abusiva; como por ejemplo,
cuando dicha excepción es esgrimida por un deudor que ha impedido a su acreedor que
hiciera valer oportunamente sus derechos dando lugar a la prescripción sobreviniente,
como es el caso de la petición formulada por el deudor de que se le conceda un plazo
con la promesa simultánea de cumplimiento puntual (ver nota 31).
Si excluimos el tema del dolo, podemos apreciar una gran similitud entre las figuras de la
verwirkung alemana y el laches anglosajón. En ambas se protege a quien ha confiado en
la apariencia originada por la situación creada por la actitud pasiva de otro sujeto. Ambas
pueden complementar a la figura de la prescripción o dejarla sin efecto; todo ello con
base en la protección de la buena fe.
1121/10580
51.
Sin embargo, los plazos de caducidad al ser más cortos y estrictos que los plazos de
prescripción, deben ser morigerados en aras de la equidad. En efecto, el inejercicio de
un derecho debe ser valorado distintamente según el tiempo que ha transcurrido, porque
no es igual un plazo de días a uno de años. La verwirkung ha sido aplicada a los plazos
de caducidad para evitar, en circunstancias determinadas, que el excesivo apego a la ley
provoque la pérdida de un derecho porque por un corto tiempo no ha sido ejercido por su
titular.
1121/10590
52. E) Conclusiones
Por último, no podemos dejar de manifestar que esta figura jurídica se hace pasible de
las mismas críticas que pueden efectuarse al laches anglosajón. Ello no debe extrañar
atento la marcada similitud existente entre ambas figuras, como lo hemos dicho
precedentemente (punto 50). Por este motivo preferimos diferir dicho análisis crítico
cuando tratemos el tema de la prescripción en la teoría de los actos propios (punto 97).
(nota 1) DE LOS MOZOS, José Luis, El principio de la buena fe. Sus aplicaciones
prácticas en el derecho civil español, punto 37 b).
(nota 10) SAFONTÁS, op. cit., JUS, 1964-5, pág. 35; NICOLAU, Noemí Lidia, “La
doctrina de los actos propios y la verwirkung”, Juris, t. 76 (4ta. época), Secc. Doctrina,
pág. 124.
(nota 13) VALLET DE GOYTISOLO, op. cit., Jus, 1964-5, pág. 468.
(nota 19) ENNECCERUS-LEHMANN, op. cit., T. II, Vol. I, pto. 7.b.D.I., nota 9, pág. 47.
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53. A) Concepto
Esta teoría ha sido definida tanto por autores nacionales y extranjeros como por la
jurisprudencia. Entre ellos podemos citar a Enneccerus-Nipperdey, quienes afirman que
“a nadie le es lícito hacer valer un derecho en contradicción con su anterior conducta,
cuando esta conducta interpretada objetivamente según la ley, según las buenas
costumbres o la buena fe, justifica la conclusión de que no se hará valer el derecho, o
cuando el ejercicio posterior choque contra la ley, las buenas costumbres o la buena fe”
(ver nota 1). Cabe aclarar que estos autores no se refieren específicamente a la teoría de
los actos propios sino al brocardo venire contra factum proprium, pero entendemos que
la definición cabe, en líneas generales, en el concepto de la mencionada teoría.
Por su parte, Puig Brutau añade al concepto dado que “la base de la doctrina está en el
hecho de que se ha observado una conducta que justifica la conclusión o creencia de
que no se hará valer un derecho” o que tal derecho no existe (ver nota 2).
Por su parte, Safontás define el brocardo venire contra factum proprium nulli conceditur
(que como hemos dicho constituye el antecedente más importante de la teoría de los
actos propios) como el aforismo consistente “en impedir un resultado, conforme al
estricto derecho civil pero contrario a la equidad y a la buena fe” (ver nota 5).
Para Alsina Atienza la doctrina de los actos propios “se reduce a que, quien, mediante
cierta conducta, positiva o negativa, infunde o crea en otra persona, la confianza fundada
de que aquél mantendrá su comportamiento en lo sucesivo, deberá, sí, mantenerlo
efectivamente, aunque en su fuero interno hubiere abrigado otro propósito en realidad”
(ver nota 6).
Vives afirma que es un principio general del derecho, aplicable en ausencia de otra
expresa solución legal para el caso, que torna inoponible la conducta de un sujeto de
derecho cuando es contradictoria con otra anterior, jurídicamente válida y eficaz,
emanada del mismo sujeto (ver nota 7).
Gozaíni, al conceptualizar la teoría de los actos propios, señala que un acto de ejercicio
de un derecho subjetivo o de una facultad, que contradice el sentido que —conforme a la
buena fe— ha de darse a la conducta anterior del titular, constituye una extralimitación;
“luego esa pretensión contradictoria con la propia conducta resulta inadmisible y debe
ser desestimada por los tribunales” (ver nota 8).
Por su parte, los tribunales han sostenido “que las partes no pueden contradecir en juicio
sus propios actos anteriores, deliberados, jurídicamente relevantes y plenamente
eficaces, como asimismo que devienen inadmisibles las pretensiones que ponen a la
parte en contradicción con sus comportamientos anteriores jurídicamente relevantes”
(ver nota 9).
Es que es dable exigir a las partes un comportamiento coherente ajeno a los cambios de
conducta perjudiciales, desestimando toda actuación que implique un obrar incompatible
con la confianza que —merced a actos anteriores— se ha suscitado en el otro
contratante. Ello es así por cuanto no sólo la buena fe sino también la seguridad jurídica
se encontrarían gravemente resentidas si pudiera lograr tutela judicial la conducta de
quien traba una relación jurídica con otro y luego procura cancelar parcialmente sus
consecuencias para aumentar su provecho. Nadie puede ponerse de tal modo en
contradicción con sus propios actos ejerciendo una conducta incompatible con la
asumida anteriormente (ver nota 10).
Podemos afirmar, en conclusión, que la teoría de los actos propios constituye una regla
de derecho derivada del principio general de la buena fe (como veremos más adelante —
punto 73—), que sanciona como inadmisible toda pretensión lícita pero objetivamente
contradictoria con respecto al propio comportamiento anterior efectuado por el mismo
sujeto. Tiene, además, una amplia aplicación pero con decisiva importancia en el trámite
de los procesos judiciales.
1121/10620
54. B) Fundamento
A partir de la reforma del Código Civil argentino sancionada en el año 1968, se puede
afirmar que la regla que sanciona la inadmisibilidad de volver contra los propios actos se
funda en los artículos 1071 Ver Texto y 1198 Ver Texto de dicho código (ver nota 12).
Pero aun antes de dicha reforma resulta posible darle fundamento en los artículos 953
Ver Texto y 16 Ver Texto del referido cuerpo legal (ver nota 13). Incluso cierta
jurisprudencia (que no compartimos) le ha dado a la regla mencionada categoría de
principio jurídico apoyándose en el artículo 16 Ver Texto del Código Civil (ver nota 14).
Pero más allá de las normas invocadas, la teoría de los actos propios encuentra su
fundamento último en la regla moral, que se funda en el respeto de la buena fe, la
protección de la confianza suscitada, el comportamiento coherente en bien de terceros y
el rechazo a la sorpresa y a la emboscada (ver nota 15).
1121/10630
La teoría de los actos propios constituye una regla derivada del principio general de la
buena fe (ver nota 16).
Para entender cabalmente lo dicho, debemos hacer un somero repaso para tener
presente qué es una regla de derecho, qué es un principio general, qué es la buena fe.
1121/10640
Más allá de enrolarse en una u otra corriente (por nuestra parte preferimos la señalada
últimamente) o considerar a ambas equivocadas (ver nota 20), lo cierto es que lo
verdaderamente importante es destacar que dichos principios generales constituyen
normas jurídicas básicas en la organización social que revelan el sistema en que reposa
la sociedad; por ello podemos afirmar que tanto las corrientes positivistas como las
naturalistas coinciden en este punto.
1121/10650
57.
Por nuestra parte, creemos que los principios generales reúnen tres características, a
saber: no admiten excepciones; abarcan una generalidad de situaciones, y son la base
de una pirámide que no acepta una idea aun más amplia. En estos tres caracteres
veremos claramente las diferencias con las reglas de derecho.
1121/10660
58.I.
En primer lugar, decimos que el principio general no admite excepciones, esto es, que no
puede ser vulnerado lícitamente. Esto lo diferencia de la regla de derecho, que sí las
admite (véase punto 73).
1121/10670
59.II.
En segundo lugar, afirmamos que abarca una generalidad de situaciones. Sostiene Puig
Brutau que el elemento esencial de un principio general es la vaguedad, que consiste en
que la formulación del citado principio no incluye la descripción del supuesto de hecho al
que ha de aplicarse. El principio general es la expresión de una norma de justicia
elemental (ver nota 21). En esto coincidimos con el maestro español; no así en la
limitada distinción que efectúa entre principio general y regla de derecho referida a una
simple cuestión de categoría: a mayor cantidad de situaciones abarcadas, principio; a
menor cantidad, regla.
1121/10680
60.III.
Como consecuencia de la inexcepcionalidad y generalidad del principio nace la tercera
característica: el principio general, en nuestro criterio, ocupa la base de la pirámide
jurídica. No sólo las reglas de derecho comprenden menor cantidad de situaciones que el
principio general; basta la lectura del artículo 16 Ver Texto del Código Civil para señalar
que las leyes —tanto en su palabra como en su espíritu— y los principios de leyes
análogas se encuentran en un estadio inferior al principio general, y también lo estarán
por lo tanto, todas las normas que sean inferiores a la ley.
1121/10690
Se ha dicho que las reglas de derecho son “refranes jurídicos” concisos y fáciles de
retener, nacidos en el derecho justinianeo, que no tienen valor jurídico propio (ver nota
22). Creemos que este concepto dado por Díez-Picazo es acertado sólo en parte.
Pensamos que la regla de derecho puede no haber tenido valor jurídico propio en un
comienzo, pero desde el momento en que ha empezado a tomar vida, seguramente ha
de ser insertada en el plexo normativo legal, consuetudinario o jurisprudencial. De lo
contrario, no tendría valor alguno y pronto caería en el olvido. Esto se relaciona con el
tema de las normas jurídicas que veremos más adelante (punto 63).
Es por eso que disentimos con el eminente autor citado en cuanto que consideramos
que las reglas de derecho no constituyen una fórmula que sirva de vehículo a un
auténtico principio general ni tampoco creemos que puedan enumerar abstracciones de
una doctrina jurídica (ver nota 23).
Redondeando, nosotros entendemos que las reglas de derecho son algunos “refranes
jurídicos” —no todos— que pueden no haber tenido valor jurídico en un comienzo pero
que lo han adquirido a raíz de su inclusión en el plexo normativo —legal, consuetudinario
o jurisprudencial—. A su vez, resumen el sentido de una institución o de un complejo de
normas que no tienen categoría de principio general.
1121/10700
62.
También hemos dicho que un principio general abarca una gama muy grande de
situaciones; la regla de derecho, en cambio, comprende un puñado de ellas (punto 59).
Con las reservas que nos merece, Puig Brutau señala que entre reglas y principios hay
una cuestión de categorías: las reglas concretas y detalladas dejan sin expresión
normativa a muchos sectores de posible terreno litigioso, teniendo —sin duda— conexión
con algún principio más general; las reglas generales constituyen principios de derecho
por cuanto abarcan la mayor cantidad de situaciones, provocándose así la manutención
de la regla por tiempo indeterminado sin necesidad de reformularse como acaece con las
reglas particulares (ver nota 25). El propio autor, aclarando su concepto, afirma que
algunas reglas “han podido ascender hasta alcanzar la altura de los llamados principios
generales del derecho” (ver nota 26), aunque es verdad que suele hablar indistintamente
de principio y de regla.
1121/10710
Hemos sostenido que las reglas de derecho adquieren valor jurídico cuando han sido
insertadas en el plexo normativo. Es decir, la regla tiene significado si se convierte en
norma jurídica. Entendemos por norma jurídica aquella disposición emanada de la ley o
de la costumbre, e incluso de la jurisprudencia.
1121/10720
64.
En conclusión, sostenemos que las reglas de derecho son inferiores a los principios
generales y emanan o derivan de éstos. Además, para que tengan valor deben
convertirse en normas jurídicas.
1121/10730
65. d) La buena fe
1121/10740
66.
La “buena fe”, un concepto de difícil definición y aprehensión (ver nota 28), ha tenido y
tiene una enorme importancia en el mundo de las relaciones jurídicas. Su gravitante
incidencia ha adquirido, en nuestro derecho, un mayor vuelo a partir de la reforma del
Código Civil sancionada por la ley 17711 <>. Allí se estableció que “los contratos deben
celebrarse, interpretarse y ejecutarse de buena fe y de acuerdo con lo que
verosímilmente las partes entendieron o pudieron entender, obrando con cuidado y
previsión” (art. 1198 <>).
Sin embargo, lo expuesto no alcanza para explicar el significado de la buena fe. Para ello
es necesario distinguir entre las llamadas buena fe subjetiva y buena fe objetiva.
1121/10750
67.I.
1121/10760
68.II.
1121/10770
69.
Hemos dicho más arriba (punto 53) siguiendo a Enneccerus-Nipperdey que la teoría de
los actos propios sanciona como inadmisible la conducta contradictoria interpretada
objetivamente. Por ello, se puede afirmar que es la llamada buena fe “objetiva” la que se
ve afectada por esa conducta incoherente; a esta conclusión hemos podido arribar sin
necesidad de entrar en la discusión jurídica acerca de cuál de los dos criterios de buena
fe debe prevalecer, o si ambos deben ser tenidos en cuenta, sin perjuicio de poder
compartir la afirmación de De los Mozos, que considera vencedora a la buena fe en
sentido ético (ver nota 35).
La buena fe lealtad es esencial para resolver el problema planteado por el tema de los
actos propios (ver nota 36), porque ella impone como hemos dicho el deber de proceder
con rectitud y honradez en el desenvolvimiento de las relaciones jurídicas y en la
celebración, interpretación y ejecución de los negocios jurídicos (ver nota 37). Por ello,
es inadmisible la conducta contradictoria (ver nota 38) y (ver nota 39).
1121/10780
Tras haber hablado de la “buena fe” (puntos 65/69) y de haber sostenido que la teoría de
los actos propios constituye una regla derivada del principio general de la buena fe
(punto 65), nos queda ahora aludir a este principio.
El principio general de la buena fe es aquella norma que impone a las personas el deber
de comportarse de buena fe en el tráfico jurídico, ajustando el comportamiento al
arquetipo de conducta social reclamada por la idea ética vigente (ver nota 41). Importa,
además, exigir a los sujetos una actitud positiva de cooperación y de despertar confianza
en las propias declaraciones (ver nota 42), manteniendo la palabra empeñada (ver nota
43). Y como consecuencia de ello, opera como límite al ejercicio de los derechos
subjetivos (ver nota 44).
Asimismo, el principio general de la buena fe constituye una norma dirigida al juez para
regularizar, conforme a la equidad, la ejecución o la configuración de los negocios (ver
nota 45).
1121/10790
71.
I) Toda interpretación normativa debe ser acorde con el principio general de la buena fe,
debiendo rechazarse todo resultado jurídico que se oponga a él.
II) Aun cuando el principio general de la buena fe tenga una función supletoria (art. 16
Ver Texto , Código Civil) no sólo deberá ser aplicado por el tribunal para resolver la litis,
a falta de una norma específica (ver nota 46), sino que además, deberá teñir todas las
resoluciones judiciales para no contrariar la costumbre y la ley natural.
III) Las construcciones derivadas del principio general de la buena fe tienen el mismo
valor y alcance que el propio principio (ver nota 47) y (ver nota 48).
Una construcción derivada del principio general de la buena fe es la teoría de los propios
actos (ver nota 49), que se enmarca dentro de los límites que la buena fe impone (ver
nota 50), y que refuerza la seguridad negocial (ver nota 51); por lo demás, la
contradicción con una conducta anterior constituye —en gran número de casos— una
infracción al principio general de la buena fe (ver nota 52).
1121/10800
72.
1121/10810
Tanto la jurisprudencia española (ver nota 54) como la argentina (ver nota 55), distintos
autores —tales como Vives (ver nota 56), Gozaíni (ver nota 57), Alberti (ver nota 58),
Peyrano y Chiappini (ver nota 59), Safontás (ver nota 60), Minoprio (ver nota 61),
Compagnucci de Caso (ver nota 62), Alterini-López Cabana (ver nota 63) y López Mesa-
Vergara del Carril (ver nota 64)— y Jornadas de Derecho (ver nota 65), han entendido
que la llamada teoría de los propios actos que sanciona la inadmisibilidad de la conducta
contradictoria importa un verdadero principio de derecho.
Nosotros pensamos, con Díez-Picazo (ver nota 66), que no constituye un principio sino
una regla de derecho. Nos decidimos por esta postura porque juzgamos conveniente
distinguir entre principios y reglas, lo que no es corriente. Muchas veces en el mundo
jurídico se suelen utilizar distintos vocablos en forma indiscriminada sin reparar en las
distintas acepciones que ellos mismos tienen, y por ello es que se ha dicho que la
expresión “nadie puede ir lícitamente contra los propios actos” constituye un brocardo,
una máxima, un principio general, una regla de derecho, un apotegma, un aforismo,
etcétera. Creemos que así se favorece la confusión en el estudio de la expresión referida
(ver nota 67).
1121/10820
74.
Por último, sostenemos que la regla estudiada constituye una norma jurídica. En efecto,
no sólo ha habido cierta recepción legislativa a partir de la sanción de la ley 22434
<>(Reforma del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación) que en su artículo 163
<>, inciso 5º establece que “...la conducta observada por las partes durante la
sustanciación del proceso podrá constituir un elemento de convicción corroborante de las
pruebas, para juzgar la procedencia de las respectivas pretensiones”, sino que —por
sobre todo— ha sido reiteradamente aplicada por distintos tribunales de todo el país (ver
nota 68) e, incluso, por la Corte Suprema de Justicia de la Nación (ver nota 69).
1121/10830
Hasta el momento hemos visto en qué consiste conceptualmente la teoría de los propios
actos, es decir, por qué se sanciona como inadmisible la conducta contradictoria.
También hemos dicho que esta teoría constituye una regla de derecho emanada del
principio general de la buena fe. Sin embargo, nos falta aún responder si esta regla
protege la buena fe depositada en la apariencia jurídica creada por el primer acto o
conducta, o bien, si se protege la buena fe o la confianza en un comportamiento
coherente.
Puig Brutau sostiene que quien ha dado lugar a una situación engañosa, aun sin
intención, no puede pretender que su derecho prevalezca sobre el de quien ha confiado
en la apariencia originada en aquella situación. Esta apariencia, se afirma, ha dado lugar
a la creencia de la “verdad” de una situación jurídica determinada (ver nota 70).
Encuentra el fundamento a su postura en el estoppel anglosajón; la doctrina de estos
países habla de representation utilizando dicho término en un sentido trivial (como por
ejemplo, representación teatral); esta “representación” es similar a los vocablos
vorstellung y “apariencia” de los idiomas alemán y español, respectivamente (ver nota
71). Desde luego, la construcción que realiza el maestro español tiene sus raíces en el
estudio de derecho comparado que efectúa entre el estoppel y la teoría de los actos
propios —como hemos visto en el Capítulo II—. En esta posición se enrolan autores
nacionales tales como Compagnucci de Caso (ver nota 72), Alsina Atienza (ver nota 73)
y Bianchi-Iribarne (ver nota 74), algunos fallos (ver nota 75) y Jornadas de Derecho (ver
nota 76).
Sin embargo, no es ésta nuestra posición. Entendemos que todo recurso a la apariencia
jurídica debe ser usado en última instancia y siempre que no exista una mejor
explicación, porque resulta conveniente acudir a la realidad y no a las apariencias.
(nota 4) COMPAGNUCCI DE CASO, Rubén Héctor, “La doctrina de los propios actos y
la declaración tácita de la voluntad”, L.L., t. 1985-A, pág. 1001.
(nota 5) SAFONTÁS, op. cit., Jus, 1964-5, pág. 29.
(nota 7) VIVES, op. cit., L.L., t. 1987-B, pág. 946, nro. I-B).
(nota 9) Autos “Moyano, Juan C.” Cámara Segunda Penal San Nicolás, 18-XI-81, L.L.,
t. 1984-A, pág. 152.
(nota 10) Autos: “Salerno Hermanos S.A. c/Ministerio de Economía y Obras y Servicios
Públicos”, Cámara Federal Contenciosoadministrativo Capital, Sala IV, 25-IV-96, E.D., t.
169, pág. 875, sum. 117.
(nota 11) Autos: “Bompadre, Stella M. y otro c/Gómez, Rubén D.”, Cámara Civil
Capital, Sala H, 16-VI-93, J.A., t. 1995-IV, pág. 47 (índice), sum. 3.
(nota 13) Antes de la sanción del Código Civil puede encontrarse, incluso, un valioso
antecedente. Dalmacio Vélez Sarsfield, como asesor del Gobierno del Estado de Buenos
Aires, en el año 1856, emitió un dictamen en el que manifestaba: “Por nuestras leyes
nadie es admitido a declarar contra lo que una vez hubiere dicho en los actos solemnes o
ante las autoridades competentes. Mas el que fuere contrario a sí mismo en su dicho,
dice la ley de Partida, no debe valer su testimonio” (véase CIFUENTES, Santos, “Vélez
Sarsfield y la teoría de los propios actos”, D.J., t. 1987-I, pág. 689). A su vez, Vives
recuerda el juicio “Argirós contra Lotería de Beneficencia de Corrientes”, donde la Corte
Suprema de Justicia de la Nación —en el año 1869— resolvió que nadie puede ponerse
en contradicción con sus propios actos (VIVES, op. cit., L.L., t. 1987-B, pág. 946, nro. I,
nota 2). También del mismo año, es otro fallo del Alto Tribunal dictado en los autos
“Arigós, Francisco c/Villanueva, Francisco s/cobro ejecutivo de pesos”, rememorado por
López Mesa, en donde se decidió que no se puede, poniéndose en contradicción con
sus propios actos, oponer a que el juez se procure los conocimientos que repute
convenientes cuando previamente había reconocido que los documentos acompañados
a la demanda no revestían carácter de plena prueba (LÓPEZ MESA, Marcelo J., La
doctrina de los actos propios en la jurisprudencia. La utilidad de las normas abiertas, el
ocaso del legalismo estricto y la nueva dimensión del juez, pág. 48).
(nota 14) Autos “D’Ambar S. A. c/ I.M.O.S.”, Cámara Nacional Civil Capital Federal,
Sala D, 13-II-84, L.L., t. 1985-A, pág. 243.
(nota 15) LÓPEZ MESA, Marcelo J. - ARELLANO, Luis O., “La aplicación a un caso de
dos fértiles doctrinas (los propios actos y la absurda valoración de la prueba)”, L.L., t.
1994-C, pág. 453, nro. IV.
(nota 16) MAIRAL, Héctor, La doctrina de los propios actos y la administración pública,
nro. 59, Depalma, 1988. LÓPEZ MESA, Marcelo J. - VERGARA DEL CARRIL, Juan A.,
“La doctrina de los actos propios (apuntes sobre la fijación jurisprudencial de sus
contornos)”, E.D., t. 168, pág. 899, nro. C-5. Para Edgardo M. Alberti es superfluo
indagar si la teoría de los actos propios emana o no del principio general de la buena fe.
(Prólogo a Doctrina de los actos propios de José Luis AMADEO, nro. 19, Ed. La Ley,
1986). Nosotros, en cambio, no compartimos esta posición.
(nota 17) BORDA, Tratado de derecho civil, Parte General, T. I, pto. 85.
(nota 19) BETTI, Emilio, citado por BIANCHI-IRIBARNE, op. cit., pág. 852.
(nota 27) BORDA, Tratado de derecho civil, Parte General, T. I, pto. 65.
(nota 31) BORDA, Tratado de derecho civil, Parte General, T. II, pto. 897.
(nota 32) LADARIA, citado por DÍEZ-PICAZO, op. cit., pág. 135.
(nota 33) LLAMBÍAS, Jorge Joaquín, Tratado de Derecho Civil, Parte General, T. II,
pto. 1552.
(nota 34) MINOPRIO, César Carlos, “El boleto de compraventa, el ejercicio abusivo del
derecho y la prohibición de ir en contra de los propios actos”, Revista del Notariado, nro.
742, pág. 1257. ROMERO COLOMA, Aurelia María, “Problemática de la buena fe en el
ordenamiento jurídico”, Rev. Tapia (España), nro. 54, pág. 73.
(nota 37) COMPAGNUCCI DE CASO, op. cit., L.L., t. 1985-A, pág. 1001.
(nota 39) MORELLO, Augusto Mario y STIGLITZ, Rubén S., “La doctrina del acto
propio”, L.L., t. 1984-A, pág. 865.
(nota 40) BIANCHI-IRIBARNE, op. cit., E.D., t. 106, pág. 858. En el mismo sentido:
DOBSON, op. cit., pto. 161 E).
(nota 42) COMPAGNUCCI DE CASO, op. cit., L.L., t. 1985-A, pág. 1001.
(nota 43) MORELLO-STIGLITZ, op. cit., L.L., t. 1984-A, pág. 865.
(nota 48) T.S.4a., febrero 27-1981, citado por AMADEO, José Luis, “La doctrina de los
propios actos en las jurisprudencias argentina y española”, L.L., t. 1984-A, pág. 528,
sum. 46.
(nota 52) MORELLO, op. cit., R.D.C.O., año 9, nro. 54, pág. 816.
(nota 55) Autos “D’Ambar S.A. contra I.M.O.S.”, citado en nota 124.
(nota 63) ALTERINI, Atilio Aníbal - LÓPEZ CABANA, Roberto M., “La virtualidad de los
actos propios en el derecho argentino”, L.L., t. 1984-A, pág. 878.
(nota 64) LÓPEZ MESA - VERGARA DEL CARRIL, op. cit., pág. 899, nro. C-2.
También en LÓPEZ MESA, op. cit., pág. 74.
(nota 68) AMADEO, José L., op. cit., t. 1984-A, pág. 519.
(nota 69) Autos “Gutiérrez, Oscar D. en: Miolato de Krebs, Adelaida c/Krebs, Walter”,
Corte Suprema de Justicia, 11-III-76, E.D., t. 67, pág. 335, R.D.C.O. nro. 54, pág. 813,
L.L., t. 1976-C, pág. 435, sum. 33.694-5 Ver Texto .
(nota 72) COMPAGNUCCI DE CASO, op. cit., L.L., t. 1985-A, pág. 1004.
(nota 73) ALSINA ATIENZA, op. cit., E.D., t. 119, pto. V, pág. 819.
(nota 75) Autos: “Rivas, Jorge y otro c/Cardinal, Cía. de Seguros” Cámara Comercial
de la Capital Federal, Sala C, 16-VI-87, L.L., t. 1987-E, pág. 385 Ver Texto .
(nota 77) DÍEZ-PICAZO, op. cit., pág. 142. MAIRAL, op. cit., nro. 32; autos “Copes
c/Codic”, Cámara Comercial de la Capital Federal, Sala A, 1980, transcripto por
AMADEO, José L., “Valorización objetiva de los actos propios”, D.J., t. 1985-I, pág. 831.
(nota 78) Autos “El Sombrerito S.A. c/Banco de la Provincia de Buenos Aires” Cámara
Comercial de la Capital Federal, Sala D, 7-IX-84, L.L., t. 1985-A, pág. 193 Ver Texto .
(nota 80) COMPAGNUCCI DE CASO, op. cit., L.L., t. 1985-A, pág. 1001; GOZAÍNI, op.
cit., pág. 206.
(nota 81) NOLFI, Luis M. - CAMPS, Carlos E. - NOLFI, Martín M., “La doctrina de los
propios actos como garantía de la solidaridad social”, L.L., t. 1996-B, pág. 781, nro. II.
Aplicando implícitamente estas ideas se ha resuelto que la ley 23798 <>impuso al
Estado la responsabilidad en la implementación de los planes de lucha contra el sida, lo
que permite inferir que al propio Estado le incumbe —en calidad de garante— brindar los
recursos necesarios para hacer frente a la enfermedad (pruebas de diagnóstico,
asistencia, tratamientos profesional y hospitalario, medicamentos, etc.) pues lo contrario
importaría volver sobre sus propios actos (autos: “A., C.B. c/Ministerio de Salud y Acción
Social”, Cámara Federal Contenciosoadministrativo Capital, Sala IV, 9-III-98, L.L., t.
1999-C, pág. 86). Adviértase que en el caso falta, en rigor, uno de los requisitos de
aplicación de la teoría, esto es, la identidad de sujetos (véase nro. 92).
1121/10840
1121/10850
b) El ejercicio de una facultad o de un derecho subjetivo por la misma persona que crea
la situación litigiosa debido a la contradicción —atentatoria de la buena fe— existente
entre ambas conductas.
Aunque existen autores (ver nota 3) que desdoblan el referido punto b) distinguiendo, por
un lado, el ejercicio de la facultad o del derecho y, por otro, la contradicción; nosotros
entendemos que no pueden separarse debido a que la facultad o el derecho mismos son
contradictorios respecto de la primera conducta. Por ello optamos por la enumeración de
requisitos dada (ver nota 4).
1121/10860
Hemos dicho que la teoría de los actos propios requiere, para poder ser aplicada, la
existencia de una conducta anterior relevante y eficaz, es decir, se necesita una primera
conducta, también llamada conducta vinculante. Ahora bien, ¿qué es una conducta? La
conducta es el acto o la serie de actos (ver nota 5) que revelan una determinada actitud
de una persona respecto de algunos intereses vitales (ver nota 6).
La conducta importa una toma de posición frente a una situación determinada, refleja
una actitud. Pero no hablamos de conducta a secas sino decimos conducta vinculante;
esta expresión es rica en matices porque nos permite entrever que sólo algunas
conductas son importantes al tema en estudio, y ellas son —precisamente— las
conductas vinculantes.
1121/10870
78.
La primera o anterior conducta debe ser jurídicamente relevante. Esto significa que la
conducta debe tener, en el mundo del derecho, trascendencia, deslindándose de las
conductas sin valor jurídico y de aquellas otras que requieran imperativamente una forma
determinada que no fuese cumplida (ver nota 7).
Por lo tanto, deben excluirse los actos que no tengan un valor vinculante, como pueden
ser las meras opiniones o las expresiones de deseos, entre otras. También deben ser
excluidas las manifestaciones de una intención —sea tácita o expresa— porque una
intención no puede obligar en la medida en que no se asuma un compromiso (ver nota
8). Diferente es el caso de la conducta que da como existente una determinada situación
de hecho porque lo que se protege es la buena fe depositada por el otro sujeto en esa
situación convalidada por aquella conducta o por palabras (ver nota 9). Es decir, para
que pueda afirmarse que una conducta anterior ha tenido relevancia jurídica es
necesario que haya sido ejecutada dentro de una determinada situación jurídica y que
con ella se hayan afectado intereses ajenos (ver nota 10).
En definitiva, para que la teoría de los actos propios pueda ser aplicada deberán tenerse
en cuenta las conductas ejecutadas dentro de una situación jurídica, es decir, que
repercutan en ella, susciten la confianza de un tercero (ver nota 11) o que revelen una
actitud, debiendo excluirse las conductas que no incidan o sean ajenas a dicha relación
jurídica.
Pero además pensamos que deberá valorarse la particular situación en que pueda
encontrarse el sujeto emisor de la conducta, como por ejemplo, las presiones
particulares o genéricas que puedan haber determinado su comportamiento.
1121/10880
79.
La conducta vinculante o primera debe ser jurídicamente eficaz. Por lo tanto, si esta
primera conducta es inválida se puede volver lícitamente contra ella (ver punto 96). Esto
significa que si el negocio jurídico celebrado en primer término o, lo que es lo mismo, la
conducta vinculante llevada a cabo fuere inválida o ineficaz en sí misma, o ilícita o
contraria a las buenas costumbres o de cumplimiento imposible (ver nota 12), puede ser
atacada o impugnada sin que ello importe una violación de la teoría de los propios actos
(ver nota 13). Y esto es así porque existen oportunidades —y de éstas se trata— en que
es lícito volver contra el propio acto; lo que la teoría del factum suum impide es pretender
actuar contradictoriamente y siempre que el comportamiento incoherente no sea
permitido por la ley (ver nota 14).
Ahora bien, como dice López Mesa, una cosa es impugnar un acto viciado o nulo y otra
pretender volver sobre un acto confirmatorio de una nulidad. Si un acto es nulo puede
volverse válidamente contra él, pero si después de celebrado, lo confirma o ratifica —
expresa o tácitamente— allí resulta aplicable la teoría en estudio (ver nota 15) (véase
nro. 114).
Diferente es el caso de los llamados actos eficaces en forma claudicante. Éstos son los
actos que se convierten en ineficaces por el ejercicio de una impugnación efectuada por
el mismo sujeto emisor de la primera conducta. Esto sí que es una violación de la teoría
en análisis, toda vez que la conducta vinculante era, en principio, eficaz y ha dejado de
serlo en virtud de la impugnación deducida. He aquí la diferencia con los actos referidos
en el párrafo precedente que son ineficaces ab initio.
1121/10890
80.
Hemos dicho hasta el momento que para poder hacer uso de la teoría de los propios
actos se requiere una primera conducta que debe ser relevante y eficaz; pero también
hemos llamado a esta primera conducta con el nombre de conducta vinculante.
Siguiendo esta línea se ha resuelto que quien con su presencia pacífica ha aceptado
reiteradamente el proceder de una asamblea de copropietarios (la cual integra) no puede
luego impugnar de nulidad tales asambleas porque ello importa un venire contra factum
(ver nota 18). Es claro que el resto de los copropietarios confiaban en que nadie
pretendería impugnar las asambleas fundándose, debidamente, en la razonabilidad que
despierta una presencia pacífica como era la exhibida por el nulidicente. Por análogas
razones se decidió que el socio que recibió las liquidaciones que se iban practicando
mensualmente de conformidad con una nueva modalidad adoptada por el directorio de la
sociedad de la que formaba parte, sin manifestar en tiempo oportuno una oposición
notoria que demostrara su disconformidad, no puede luego pretender impugnar la
decisión del directorio (ver nota 19).
1121/10900
80-1.
1121/10910
81.
Es factible que pueda plantearse algún interrogante cuando la primera conducta ha sido
emitida por error; en estos casos, ¿resulta lícito volver contra los propios actos? Nosotros
opinamos que no lo es (ver nota 21) por las razones siguientes:
Nos enrolamos en la doctrina que sostiene que tanto el error de hecho como el de
derecho son inexcusables. Respecto de este último, el artículo 923 Ver Texto del Código
Civil es categórico al establecer que “en ningún caso impedirá los efectos legales de los
actos lícitos, ni excusará la responsabilidad por los actos ilícitos”. Algún problema
plantea, en cambio, el llamado error de hecho; sin embargo, fundándonos en la
denominada teoría de la declaración de la voluntad, sostenemos que tampoco es
excusable. Y ello es así porque en verdad tal error no existe mientras no salga de la
esfera interna de la persona; si se exterioriza dicho error el problema deberá ser resuelto
por los principios relativos al dolo o a la condición (ver nota 22).
De tal manera, afirmando que tanto el error de derecho como el de hecho no son
excusables, eliminamos la llamada teoría del error y, por lo tanto, sostenemos que nunca
se puede volver lícitamente contra el propio acto equivocado.
1121/10920
82.
Quienes sostienen que es lícito volver contra el propio acto efectuado por error dan como
ejemplo la posibilidad de repetir el pago efectuado equivocadamente. En realidad, si bien
dicho pago es repetible, ello no ocurre como consecuencia de la licitud de volver contra
el propio acto erróneo sino fundándose en el enriquecimiento ilícito de quien recibe el
pago indebido (ver nota 23).
También se puede encontrar algún matiz diferente en aquellos casos en donde quien
paga algo que no debe, lo hace sabiendo que nada adeuda; si este sujeto pretende más
tarde la devolución de lo pagado indebidamente nos encontraríamos ante un típico
ejemplo de aplicación de la teoría de los actos propios. Es que dicho pago ha podido
responder a diferentes motivos (p.ej.: no herir la susceptibilidad del sujeto que recibe el
dinero, no tener la prueba de haber efectuado antes el pago, etc.), pero lo más
importante es que el pagador ha dado —voluntariamente— a dicho pago el carácter de
cumplimiento, aun cuando sabía que no lo debía y siempre y cuando no haya efectuado
ningún tipo de reserva. En este último caso el pago efectuado por error es repetible (ver
nota 24), no por el error sino por la reserva realizada.
1121/10930
83.
Esta introducción nos orienta hacia el tema que se plantea con este doble interrogante:
¿Es aplicable la teoría de los propios actos cuando ha ocurrido una retractación
inmediata? ¿Se puede aplicar la teoría en estudio cuando se trata de actos simultáneos?
Nosotros entendemos que para que pueda aplicarse la teoría de los actos propios debe
existir un cierto espacio de tiempo entre ambas conductas, espacio temporal éste que no
necesita ser muy extenso pero que, al menos, requiere que el negocio jurídico haya sido
concluido o que la confianza despertada por tal conducta —fundada en la buena fe—
haya podido ser vulnerada.
Por ello, entendemos que un acto o conducta que ha generado la buena fe en el sujeto
receptor, pero que ha sido retractado de inmediato, cae en la órbita de la teoría de los
actos propios, siempre que efectivamente se haya violado la buena fe de quien ha
recibido tal acto o conducta. Distinta es la situación de las negociaciones
precontractuales porque, como afirma Díez-Picazo, la retractación de los contratos
efectuada durante estas negociaciones, aun cuando haya nacido una creencia razonable
y de buena fe de que el negocio sería cumplido, produce como única consecuencia el
pago de una indemnización pero nunca podrá impedirse tal retractación (ver nota 25).
1121/10940
85.
1121/10960
86.
Es por ello que al referirnos a la teoría de los propios actos tomamos un concepto más
amplio de lo que se entiende por pretensión, y afirmamos que es aquel acto o aquella
conducta realizado con posterioridad a otro anterior que está dirigido a obtener de otro
sujeto un comportamiento determinado (ver nota 28). Por ello, opinamos que las
conductas o actos que no estén dirigidas a nadie en especial no constituyen
pretensiones. Finalmente, podemos agregar que la pretensión puede ser tanto judicial
como extrajudicial (ver nota 29), ya que puede efectuarse no sólo en un proceso judicial
sino también en respuesta a un requerimiento formulado fuera de juicio. Y esto último es
así porque las relaciones jurídicas pueden generar controversias que, incluso, pueden
ser resueltas antes de llegar a los tribunales (ver nota 30).
1121/10970
87.
Tal como hemos esbozado anteriormente (punto 84), la pretensión importa el ejercicio de
un derecho subjetivo digno de protección pero en otro contexto. En efecto, ese derecho
subjetivo esgrimido en la pretensión sería lícito si es que no hubiera existido una primera
conducta. Lo que ocurre es que tomando como base a esta conducta vinculante resulta
inadmisible ejercer un derecho subjetivo que, aunque válido, es contradictorio del propio
comportamiento. Cabe hacer la aclaración siguiente: es necesario el ejercicio de un
derecho subjetivo para poder aplicar (en caso de que la pretensión sea contradictoria) la
teoría de los propios actos, porque si tal derecho no existiera la pretensión debería ser
rechazada pero con base en la inexistencia de fundamento real.
1121/10980
88.
Lo expuesto no significa que hayamos hecho un mal uso terminológico cada vez que
hablamos de acto sino que lo hemos tomado en un sentido restringido eliminando la
posibilidad del ejercicio de la acción sin derecho subjetivo.
1121/10990
89.
Como ya hemos dicho (punto 78), cada vez que se aplica la teoría de los propios actos
se afecta una cuestión de intereses. Ahora bien, se pueden distinguir intereses
contrapuestos en dos dimensiones:
a) El conflicto suscitado entre los diferentes intereses de quien ha recibido ambos actos
—y que ha confiado en el primero— y quien emite ambos actos (hacemos la aclaración
que al hablar de actos también pretendemos referirnos a las conductas), que ejerce una
conducta contradictoria con el primer acto que despertó la referida confianza.
b) La segunda dimensión está dada entre los propios intereses del sujeto emisor,
teniendo en cuenta los actos disímiles o contradictorios que persiguen intereses
contrapuestos.
Tanto en una dimensión como en la otra hay que hacer prevalecer, en principio, la
primera conducta y la confianza —e intereses consecuentes— suscitada por ella. Por
ello, podemos afirmar que la pretensión contradictoria, teniendo como referencia un acto
anterior, permite la defensa del sujeto que ha receptado ambas conductas, que ha
confiado en la primera de ellas y que ha actuado consecuentemente con dicha
confianza, salvo que la variación de la conducta esté justificada por las circunstancias del
caso o haya intereses sociales prevalecientes (ver nota 31), o hayan variado las
condiciones que se daban al producirse la conducta vinculante (ver nota 32). Esta
protección dada al agente receptor de la conducta por la confianza que en ella ha
depositado es, en pocas palabras, la aplicación concreta de la teoría de los propios
actos.
Desde luego, el agente receptor del comportamiento debe haber obrado de buena fe. La
mala fe impide la aplicación de la teoría de los actos propios. Ello resulta claro si se
considera que esta teoría impide el obrar contradictorio que lesiona la confianza
suscitada en la otra parte de la relación y no parece aceptable que se pueda hablar de
confianza en un sujeto que obra de mala fe (ver nota 33).
Por eso no compartimos la decisión de la Corte Suprema que resolvió que la pretensión
de que ha habido un abuso de firma en blanco por quien ha entregado un pagaré con la
fecha de libramiento en blanco, resulta contraria a sus propios actos, por ser
incompatible con el riesgo asumido al efectuar el libramiento en esas condiciones (ver
nota 34). Nos parece claro que si se prueba el abuso de firma en blanco, queda
acreditado el dolo o la mala fe del agente receptor, lo que le impide exigir el pago del
pagaré.
1121/11000
90.
1121/11010
91.
Hemos visto hasta el momento, que el segundo requisito para que pueda ser aplicada la
teoría de los actos propios es el ejercicio de una conducta posterior. Esta conducta
encierra una pretensión fundada en un derecho subjetivo, que a su vez provoca un
conflicto de intereses que se suscita con la conducta vinculante. El conflicto tiene su
origen en que la pretensión resulta contradictoria de la primera conducta. Por ello hemos
dicho que el segundo requisito es la llamada pretensión contradictoria.
1121/11020
El tercer elemento necesario para que pueda aplicarse esta teoría de los propios actos
es, como ya lo adelantáramos (punto 76), la necesidad de que los sujetos que
intervienen en ambas conductas —como emisor o como receptor— sean los mismos.
1121/11030
Como afirma Zannoni, la herencia constituye una unidad patrimonial que agrupa
situaciones y relaciones jurídicas, activas y pasivas, que se transmiten generalmente
inalteradas de difunto a heredero; asimismo, se transmiten ciertas consecuencias de
carácter extrapatrimonial (ver nota 45). Esta transmisión se produce en el instante mismo
de la muerte (artículo 3415 Ver Texto , Cód. Civ.). Esto significa que acaece una suerte
de sustitución de personas, ubicándose el heredero en el mismo lugar que el causante,
asumiendo su mismo carácter, convirtiéndose en propietario, acreedor o deudor de todo
lo que el difunto era propietario, acreedor o deudor (artículo 3417 Ver Texto , Cód. Civ.).
Éste es el fundamento de la tesis que afirma que el heredero no puede ir contra los actos
realizados por el causante.
Los argumentos formulados son, sin embargo, débiles y, por ello, esta tesis no tiene toda
la amplitud que pareciera tener. Esto resulta evidente en nuestro derecho a partir de la
sanción de la ley 17711 <>que, al reformar el artículo 3363 Ver Texto del Código Civil,
estableció la presunción de que toda aceptación de herencia se efectúa bajo beneficio de
inventario. Este beneficio constituye un modo de aceptación para el heredero, en virtud
del cual el patrimonio del causante no se confunde con el de aquél; de manera tal que
los bienes hereditarios se transmiten al heredero separados de sus bienes personales
(ver nota 46).
Es Díez de Ribadeneyra el que afirma que una de las excepciones a la regla que impide
al heredero volver contra los actos del causante es la de la aceptación de la herencia con
beneficio de inventario (ver nota 47). En estos casos, el heredero sólo está obligado a
aprobar los actos del difunto en la parte de la herencia que adquiera; además, el
heredero que no recibe ningún bien hereditario puede impugnar los actos del causante.
También puede impugnar las enajenaciones hechas por el causante violando el orden
público, en forma fraudulenta o dolosa. Como puede apreciarse, en nuestro derecho y en
virtud de lo que dispone el artículo 3363 Ver Texto del Código Civil, la aplicación del
venire contra factum cuando se refiere a actos realizados por el heredero que sean
contradictorios con los del causante, es restringida.
Esto no obsta a que se haya hecho aplicación de la regla en algunos casos. Así,
nuestros tribunales han resuelto que los herederos tienen el deber de escriturar la venta
de un bien efectuado por el causante, si éste había vendido la propiedad mediante
celebración de boleto de compraventa, aun cuando el plazo dado para escriturar se
encontrare vencido. La litis había quedado planteada sobre una situación análoga a la
comentada, en la que se había otorgado un plazo de 60 días para escriturar, plazo éste
que ya había vencido. El tribunal entendió que al no haberse escriturado en el plazo
establecido, se había otorgado —entre causante y comprador— una prórroga tácita e
indeterminada que concluía cuando las partes, o una de ellas, lo decidieran. Si los
herederos pudieran rescindir el boleto firmado se estaría aprobando una conducta que
es contradictoria con el acto realizado por el causante (ver nota 48). Esta interesante
sentencia ha recibido un importante comentario de Minoprio (ver nota 49) que llega a las
mismas conclusiones.
Otro interesante caso se dio con la donación de una colección de cuadros al Museo
Nacional de Bellas Artes, a la que se le había agregado dos cargos. Uno de ellos era la
obligación de mantenerlos colgados permanentemente. Pasados cincuenta años, los
herederos de los donantes pretendieron la revocación de la donación por incumplimiento
de los cargos, toda vez que precisamente no estaban los cuadros colgados en forma
permanente. Sin embargo, se resolvió que el reclamo era improcedente. Para ello se
sostuvo que si durante cincuenta años se toleró sin queja que los cuadros no
permanecieran constantemente colgados (tolerancia incluso de los propios donantes),
quiere decir que se consideró que no existió violación alguna al contrato, al menos en su
espíritu. Y concluyó recordando que para nuestra ley el heredero continúa la persona del
causante y es propietario, acreedor y deudor de todo lo que el causante era. Por lo cual,
la pretensión expuesta en la demanda lo coloca en contradicción con los propios actos
expresados por los causantes (ver nota 50).
Por último, cabe plantearse qué sucede cuando el futuro heredero ha vendido una cosa
ajena —propiedad del causante—, a la muerte de este último, ¿puede reivindicarla?
Teóricamente, tal reivindicación es lícita atento a que jamás ha existido una verdadera
transmisión de la propiedad debido a que el heredero no era aún dueño de la cosa al
realizarse la venta. Sin embargo, entendemos que dicho bien no es reivindicable, no en
base a la teoría de los actos propios, sino con fundamento en el abuso del derecho que
importa vender ilegítimamente como propio algo que no lo es y luego pretender la
reivindicación. En última instancia, con la solución dada, se consolida el título que si bien
era imperfecto en su origen (por no tener el vendedor carácter de propietario) se
perfecciona con la adquisición de dominio por adjudicación de herencia. Por lo demás,
así lo tiene resuelto el artículo 1330 Ver Texto del Código Civil.
Hasta aquí nos hemos referido a la conducta del heredero que contradice el
comportamiento anterior de su causante. Pero ¿qué ocurre cuando el que muere es el
sujeto pasivo de la relación jurídica? ¿Pueden sus herederos invocar la teoría de los
actos propios frente a una conducta incoherente del sujeto activo? Nosotros pensamos
que sí (ver nota 53). Si se admite que los herederos del sujeto pasivo suceden a éste en
su persona, parece claro que el sujeto activo debe guardar coherencia en su
comportamiento a pesar de que haya muerto la persona que receptó su conducta.
Incluso, en este caso, el problema de la aceptación bajo beneficio de inventario tiene
menor importancia. Es que en todo caso, si el heredero del sujeto pasivo invoca la regla
venire contra factum propium non valet es porque lo beneficia.
1121/11040
93-1.
b) Hemos dejado atrás la cuestión vinculada con los herederos. Nos toca, entonces,
referirnos brevemente a otros tipos de sucesores.
No puede oponerse la teoría de los actos propios contra un sucesor singular, si éste
realiza una conducta contraria a la efectuada por su antecesor. Es que no hay sucesión
en la persona sino que, conforme lo establece el artículo 3266 Ver Texto del Código Civil,
lo único que se transmite en la sucesión singular son las obligaciones respecto de la
cosa (ver nota 54).
94. c) La representación
Hemos planteado más arriba (punto 92) el siguiente interrogante: el mandante, ¿no
podrá ejercer una conducta contradictoria respecto de una primera conducta llevada a
cabo por su mandatario? Asimismo, hemos dado la respuesta de la jurisprudencia
española, extensible a los problemas derivados de las cuestiones hereditarias (punto 93),
que era hablar más que de sujetos de centros de interés. Creemos que para el tema de
la representación la tesis jurisprudencial española facilita la solución del interrogante
planteado.
Nuestros tribunales han sostenido que importa ir contra los propios actos, sostener que
los dichos efectuados con asistencia letrada o por intermedio de letrado apoderado no le
pertenecen, y por eso resulta inadmisible pretender no responsabilizarse por esas
manifestaciones y afirmar que no le son atribuibles (ver nota 57). Por ello el representado
no puede desconocer las afirmaciones de su representante; esto es sumamente claro
debido a que quien actúa por intermedio de un mandatario es él mismo quien actúa. El
artículo 1869 Ver Texto del Código Civil señala que el mandato es el poder dado por una
persona a otra para representarla al efecto de ejecutar en su nombre y de su cuenta un
acto o varios actos jurídicos.
En cambio no se va contra los propios actos cuando el representante, que actúa como
tal, pretende algo contrario a los actos efectuados en nombre propio. Tampoco existe
venire contra factum proprium cuando se realiza una pretensión a nombre propio
contraria a una conducta anterior ejecutada como representante. En estas situaciones no
se vulnera la teoría de los actos propios, toda vez que en realidad no son los mismos
sujetos los que realizan los actos, y éste es un requisito imprescindible (identidad de
sujetos) para que pueda ser aplicada la citada teoría (ver nota 58).
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Creemos que ha llegado el momento de señalar algunas posibilidades donde puede ser
aplicada la teoría de los propios actos. Veamos:
b) Es inadmisible que el Estado pretenda, por un lado, cobrar sus créditos impositivos
actualizados desde el vencimiento de la obligación y, por otro, procure cumplir sus
obligaciones amparándose en un criterio nominalista (ver nota 63).
c) En las obligaciones de género, si el deudor elige la cosa con que se dará cumplimiento
a la obligación con anterioridad al momento mismo del cumplimiento y siempre que el
deudor sea el que debe determinar la cosa con la que se cumplirá la obligación, y el
acreedor se niega a recibir esa cosa, no puede luego pretender derechos sobre la cosa
determinada por el deudor porque ello equivale a contradecirse consigo mismo en
términos que no admite la buena fe (ver nota 64) y (ver nota 65).
m) Quien ha depositado una suma de dinero y la ha dado en pago sin manifestar ningún
tipo de condicionamiento no puede luego pretender retrotraer el pago dándole un simple
alcance formal destinado a acreditar su solvencia (ver nota 75).
ñ) Importa una clara violación a la teoría de los actos propios la afirmación en un mismo
escrito de que un acto es falso y, a la vez, que es real pero inválido. No es posible que
se afirme que es falso que la causante haya testado en favor de determinada persona y
que, en el mismo escrito, se aluda a una crisis en la voluntad del testador por haber
actuado en estado de inconsciencia o con su voluntad captada (ver nota 77).
r) Las argumentaciones de quien apela una decisión judicial que contradicen totalmente
las invocaciones que ella misma hiciera con anterioridad importan violentar la teoría de
los actos propios, que consagra el impedimento de obrar actos contradictorios (ver nota
81).
u) El marido, obligado por sentencia a pagar una cuota alimentaria que ha incumplido
sistemáticamente, que ha argumentado durante el trámite del proceso que la vivienda
que ocupa su esposa integra la prestación a su cargo, no puede luego reclamar a ésta
una compensación por el 50% del valor locativo del inmueble (ver nota 84).
v) Si una sociedad presta en juicio su conformidad para que el juez interviniente efectúe
cualquier consulta, verificación o informe que necesite, resulta contradictorio, y por ende
inadmisible, que luego se agravie de la resolución judicial que dispone fotocopiar alguno
de esos documentos que pudieran considerarse necesarios a los fines del proceso (ver
nota 85).
y) Es inadmisible que uno de los cónyuges que ha promovido la ejecución del convenio
de liquidación de la sociedad conyugal (el cual consistía en el pago del cincuenta por
ciento de un inmueble) pretenda oponerse al pago que el otro cónyuge hizo (como
consecuencia de la ejecución) y reclame un resarcimiento fundado en el valor actual del
inmueble (ver nota 88).
f’) Es contrario a la teoría de los actos propios abandonar a la cónyuge, convivir con otra
persona y sentirse injuriado porque su esposa se muestra en público con otro hombre,
con quien no convive (ver nota 95).
i’) No procede que la parte entre en contradicción consigo misma calificando el negocio
de modo alternativo bajo el imperio de uno u otro contrato típico (comodato, mutuo)
según la mejor o peor suerte procesal del ensayo precedente (ver nota 98).
k’) En virtud de la regla de los actos propios, el deudor que reconoció la existencia de un
crédito al presentarse en concurso preventivo, carece de legitimación para demandar la
revisión de la sentencia que resolvió la admisibilidad de ese crédito (ver nota 100).
l’) Si la contratista solicitó, ante la instancia administrativa, la rescisión del contrato por
fuerza mayor, no puede cambiar a discreción la postura exteriorizada e imputar una
actitud ilegítima a la Administración (ver nota 101).
o’) No puede acogerse la objeción de la parte a los gastos realizados por la intervención
del auxiliar técnico, formulada al tiempo de presentar la rendición de cuentas del perito, si
tal erogación fue incluida al requerir un anticipo, sin que en dicha oportunidad las partes
cuestionaran su intervención (ver nota 105).
p’) Quien depositó a embargo una suma para responder a intereses moratorios, no
puede volver sobre sus propios actos y cuestionar la existencia de la mora (ver nota
106).
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a) Es lícito volver contra los propios actos cuando se trata de una “conducta vinculante”
contra legem o inválida (ver nota 107) y (ver nota 108).
b) El oferente puede lícitamente retractarse antes de que la oferta sea aceptada por el
destinatario (art. 1150 Ver Texto , primera parte, Cód. Civ.).
h) Como regla general puede afirmarse que el mandante puede revocar el mandato
anteriormente otorgado (art. 1970 Ver Texto , Cód. Civ.).
i) A pesar del plazo de duración que las partes puedan convenir en un contrato de
comodato, el comodante podrá pedir la restitución de la cosa prestada si le sobreviene
una imprevista y urgente necesidad de ella (art. 2284 Ver Texto , Cód. Civ.).
j) La propiedad de una cosa se pierde si su dueño la abandona; sin embargo, éste podrá
arrepentirse y adquirir nuevamente el dominio siempre y cuando otra persona, ínterin, no
se la hubiese apropiado (art. 2607 Ver Texto , Cód. Civ.).
l) Mientras la herencia no fuese aceptada por otros herederos o por los llamados a la
sucesión, quien ha renunciado a ella puede aceptarla (art. 3348 Ver Texto , Cód. Civ.).
n) La posibilidad de modificar la demanda antes de correr el traslado de ella (art. 331 Ver
Texto , CPCCN) (ver nota 110).
o) Es lícito volver contra los propios actos cuando estuviesen comprometidos intereses
de menores (ver nota 112).
p) Es lícito volver contra los propios actos cuando debatieran aspectos vinculados a los
derechos personalísimos o se tratara de derechos indisponibles (ver nota 113).
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Más adelante, cuando estudiemos las diferencias que existen entre la teoría de los actos
propios y otras figuras jurídicas (Capítulo VII), hemos de destacar el carácter residual de
la teoría en estudio. Sin embargo, nos parece oportuno en este momento explicar
someramente en qué consiste este carácter residual.
La regla venire contra factum proprium non valet no es invocable cuando la ley regula
una solución expresa sancionadora de una conducta objetivamente contradictoria. Es
que cualquier disposición, aun cuando reconozca su origen en dicha regla, adquiere vida
propia una vez insertada en el cuerpo legal y, por lo tanto, los problemas que encuadren
en la norma deben ser resueltos por ésta. En otras palabras, la teoría de los actos
propios tiene una función residual porque sólo es aplicable cuando falta la solución legal
expresa (ver nota 114).
a) El acreedor que otorga recibo de pago sin hacer reserva de los intereses, carece de
derecho para reclamarlos después (art. 624 Ver Texto , Cód.Civ.).
d) El locador no puede abandonar la cosa arrendada para eximirse de pagar las mejoras
y gastos que estuviese obligado a pagar (art. 1619 Ver Texto , Cód. Civ.).
f) Nadie puede cambiar por sí mismo la causa de su posesión (art. 2353 Ver Texto , Cód.
Civ.).
g) El que una vez ha adquirido la propiedad de una cosa por un título no puede en
adelante adquirirla por otro (art. 2509 Ver Texto , Cód. Civ.).
i) La inactividad del alimentado puede determinar la caducidad del derecho a cobrar las
cuotas atrasadas referidas al período correspondiente a dicha inactividad (art. 645 Ver
Texto , CPCCN) (ver nota 116).
j) No puede ampararse al ejecutado que sostuvo que era posible gravar el bien inmueble
objeto de la garantía real no obstante estar constituido como bien de familia, en el
momento de obtener un crédito, cuando pretende luego revertir su postura y sostener lo
contrario en detrimento de la parte que de buena fe concedió el préstamo solicitado (arts.
37 Ver Texto y 38, ley 14394) (ver nota 117).
(nota 3) MOISSET DE ESPANÉS, Luis, “Teoría de los actos propios y renuncia tácita”,
L.L., t. 1983-D, pág. 523.
(nota 4) De acuerdo con nuestra postura: LOYARTE, Dolores - ROTONDA, Adriana E.,
“Indivisión post-comunitaria. Fijación de un canon locativo por uso de inmueble
ganancial. Doctrina de los actos propios”, L.L., t. 1996-D, pág. 691; PETRONE, Aldo, “La
doctrina de los actos propios”, L.L., t. 1995-D, pág. 603. Es interesante señalar que la
jurisprudencia española está exigiendo mayor cantidad de requisitos para aplicar la
teoría de los actos propios: a) una conducta eficaz y válida en Derecho; b) que sea
espontánea libre y clara; c) que tenga por objeto crear, modificar o extinguir una relación
jurídica obligacional; d) que se oponga a una acción ejercida por su autor; e) que haya
nexo claro entre el acto anterior y la pretensión posterior que se mantenga (T.S.6ªS., 15-
VII-82, Ponente: Muñoz Campos, en LÓPEZ MESA, op. cit., pág. 67). En otro fallo, se
exige que causen estado, definan inalterablemente la situación jurídica de su autor o
vayan encaminados a crear, modificar o extinguir algún derecho opuesto a sí mismo,
para que los denominados actos propios sean vinculantes, además de que el acto esté
revestido de cierta solemnidad, sea expreso, no ambiguo y perfectamente delimitado, y
defina inequívocamente la intervención y situación de quien lo realiza, lo que no puede
predicarse en los supuestos de error, ignorancia, conocimiento equivocado o mera
tolerancia (T.S.1ªS., 31-I-95, ponente: Fernández Cid de Temes, en LÓPEZ MESA, op.
cit., pág. 73).
(nota 11) PEYRANO y CHIAPPINI afirman, con razón, que la contradicción es lícita si
el primer acto, de hecho, no hubiera suscitado en el tercero una expectativa seria y su
correspondiente confianza, aun cuando la conducta hubiera sido idónea para provocarlas
(J.A, t. 1985-IV, pág. 818, nro. V-2).
(nota 13) Por ello se ha resuelto en los tribunales españoles que puede contradecirse
un acto cuando haya sido realizado con la voluntad coartada o con ausencia de libertad
plena de criterio (autos: T.S.1ªS., 16-X-87, Ponente: Sr. Albácar López, La Ley Española,
t. 1987-4, pág. 583). Por su parte, nuestros tribunales han decidido que la nulidad de una
cláusula contractual no queda purgada por el consentimiento del contratante puesto que
se trata de una materia indisponible, lo cual habilita a contradecir la anterior conducta ya
que la teoría sólo rige en tanto se pretenda contradecir una conducta anterior,
jurídicamente relevante y plenamente eficaz y nunca para validar la transgresión a un
dispositivo de orden público (autos: “Urso, Lidia N. c/García de Deluchi, Aurora N.”,
Cámara Civil y Comercial de Bahía Blanca, Sala I, 22-VIII-95, J.A., t. 1996-II, pág. 434
Ver Texto ). En el mismo sentido: ALBERTI, op. cit., nro. 6.
(nota 14) En este sentido resultan de interés los ejemplos que aporta Nissen tomados
del derecho societario. Para este autor, no hay inconveniente en que un accionista, que
siempre consintió la no distribución de dividendos en efectivo, merced a artilugios
contables inadmisibles en Derecho, reclame el cumplimiento por parte de la sociedad de
ese derecho inderogable (arts. 68 Ver Texto y 224 Ver Texto , ley 19550), aun cuando
con anterioridad y con su voto, haya aceptado una política de dividendos contraria a la
que ahora reclama, puesto que el depósito de las ganancias de uno o varios ejercicios
de la sociedad, sin destino específico y concreto, es conducta reñida con los arts. 66 Ver
Texto y 70 Ver Texto de la Ley de Sociedades. También afirma que la conducta del
accionista que reclama una mayor distribución de dividendos en efectivo, percibiendo a
la par la escasa suma destinada por una asamblea de accionistas a tal fin, no es
conducta que lo inhabilite para efectuar aquella pretensión, si el acuerdo asambleario
que retaceó tal dividendo es contrario a los requisitos fijados en los arts. 66 y 70 ya
nombrados y sin que sea necesario efectuar ningún tipo de reserva al momento de
percibir los dividendos en efectivo (NISSEN, Ricardo A., “El ejercicio de los derechos de
socio y la aplicación de la doctrina de los propios actos”, L.L., t. 1997-B, pág. 1371, nro.
3).
(nota 16) COMPAGNUCCI DE CASO, op. cit., L.L., t. 1985-A, pág. 1002.
(nota 17) Autos: “Ojea Quintana, Julio María y otro c/Estado Nacional — Secretaría de
Educación y Justicia s/juicio de conocimiento”, Corte Suprema de Justicia, 7-VIII-96,
E.D., t. 172, pág. 629, sum. 1107.
(nota 19) Autos: “Bellone, Próspero contra Devoto S.A.”, Cámara Comercial Capital,
Sala A, 20-II-80, L.L., t. 1984-A, pág. 522, sum. 12; también en AMADEO, José Luis, “La
doctrina...”, cit., pág. 32.
(nota 21) En igual sentido, esto es, desechando el error de hecho y de derecho, autos:
“Colombo, Antonio contra Apolo Cía. de Seguros”, Cámara Comercial Capital, Sala A,
D.J., t. 1985-I, pág. 832. También descarta el error, aunque sin distinguir entre el error de
hecho y el de derecho, GOZAÍNI, op. cit., pág. 195. En contra: PEYRANO-CHIAPPINI,
J.A, t. 1985-IV, pág. 818, nro. V-2, quienes admiten el error siempre que fuere de hecho,
esencial y excusable.
(nota 22) BORDA, Tratado de derecho civil, Parte General, T. II, punto 1130.
(nota 23) BUSTAMANTE ALSINA, Jorge, Repetición del pago de lo que no se debe,
pág. 86.
(nota 26) ALTERINI, Atilio A. y LÓPEZ CABANA, Roberto M., Cuestiones modernas de
responsabilidad civil. (La doctrina de los propios actos en el Código Civil). Los mismos
autores, Responsabilidad civil, pág. 41.
(nota 29) ALTERINI-LÓPEZ CABANA, op. cit., L.L., t. 1984-A, pág. 879.
(nota 31) IXas. Jornadas Nacionales de Derecho Civil, pto. 3. Un buen ejemplo de
derecho social prevaleciente es la protección de los intereses del público consumidor,
que a su vez constituye uno de los fines esenciales de la ley de marcas. Por eso, se ha
resuelto que en materia marcaria, la teoría de los actos propios no tiene el alcance que
posee en otros campos del Derecho, pues la conducta previa de las partes no puede ser
razón que legitime la concurrencia de marcas confundibles afectando el logro de ese fin
protectorio (autos: “Molinos Río de la Plata S.A. c/Cristina, Luis Alberto s/cese de
oposición al registro de marcas”, Cámara Federal Civil y Comercial Capital, Sala II, 16-
IX-97, E.D., t. 178, pág. 239 Ver Texto ).
(nota 33) BORDA, Alejandro, “Una cuestión delicada”, L.L., t. 1987-E, pág. 385, pto. IV-
a.
(nota 34) Autos: “Imar S.A. c/Provincia de Entre Ríos y otros s/ejecutivo”, Corte
Suprema de Justicia, 20-XII-94, E.D., t. 162, pág. 888, sum. 1576.
(nota 36) COMPAGNUCCI DE CASO, op. cit., L.L., t. 1985-A, pág. 1004.
(nota 38) Autos: “Ojea Quintana, Julio María y otro c/Estado Nacional — Secretaría de
Educación y Justicia s/juicio de conocimiento”, Corte Suprema de Justicia, 7-VIII-96,
E.D., t. 172, pág. 629, sum. 1106 Ver Texto .
(nota 41) Por ello, nos parece inadmisible un fallo que resolvió que la cláusula del
pacto de cuota litis mediante el cual el cliente se hace cargo de las costas es una
declaración de solvencia del actor, que luego no puede dejarse de lado en virtud de la
doctrina de los actos propios, situación ésta que se da cuando por un lado, se asumen
los gastos que irrogue el proceso, librando de ellos a los profesionales y, a posteriori, se
pretende el otorgamiento de la franquicia legal, asumiendo un temperamento
contradictorio (autos: “Bassi, Marcelo G. c/Forcinitti, Alejandro A.”, Cámara Civil Capital,
Sala B, 2-VII-96, L.L., t. 1998-D, pág. 909, sum. 12.882). Es evidente que falta uno de los
requisitos esenciales para la aplicación de la teoría de los actos propios: no hay identidad
de sujetos. En efecto, por un lado hay un convenio de honorarios celebrado entre
profesional y cliente-actor y por el otro hay un reclamo del fisco contra ese cliente-actor.
(nota 43) GAGLIARDO, Mariano, “La doctrina del propio acto en el derecho societario”,
L.L., t. 1987-B, pág. 44; ALBERTI, op. cit., nro. 8.A.
(nota 44) Autos: T. S. 1ª S. 18-V-1981 – Ponente: Sr. DE CASTRO GARCÍA", La Ley
Española, t. 1981-3, pág. 490.
(nota 45) ZANNONI, Eduardo A., Derecho de las sucesiones, T. I, pto. 73.
(nota 47) DÍEZ DE RIBADENEYRA, Allegtionum juris, citado por DÍEZ-PICAZO, op.
cit., pág. 233.
(nota 48) Autos: “Gelormini, Eloísa c/ Segal, Ernesto sobre sucesión”, 22-VIII-74,
Cámara Civil Capital, Sala D, L.L., t. 1985-A, pág. 709, E.D., t. 57 pág. 295.
(nota 49) MINOPRIO, op. cit., R. del Notariado, nro. 742, pág. 1249.
(nota 51) Autos: “Bertual Segura de Colón, María del C. c/ Gutiérrez de Marotta,
Soledad”, Cámara Civil Capital, Sala F, 13-VI-79, E.D., t. 88, pág. 180.
(nota 52) Autos: “Ibarguren de Duarte, Juana c/ Perón, Juan D.”, Cámara Civil Capital,
Sala F. 22-VI-83, E.D., t. 105, pág. 358; J.A., t. 1983-IV, pág. 129; L.L., t. 1983-D, pág.
146 Ver Texto .
(nota 53) ALBERTI, op. cit., nro. 8-B; PEYRANO-CHIAPPINI, op. cit., J.A., t. 1985-IV,
pág. 818, nro. V-3.
(nota 56) T. S. 1ª S., 17-VI-80. Ponente: Sr. SANTOS BRIZ, La Ley Española, t. 1980-
1, pág. 255.
(nota 57) Autos: “Vieyra Witcomb. Jorge R. c/ Caisso. María M.”, Cámara Civil Capital,
Sala F, 27-VIII-82. E.D.; t. 103, pág. 151 Ver Texto , BORDA, Tratado de derecho civil,
Parte General, T. I, pto. 14-X.
(nota 58) Por ello no coincidimos con la decisión de la Cámara Comercial de la Capital
Federal, Sala D, quien resolvió que es inadmisible —por importar una conducta
incoherente— “que el letrado estime que se reclaman $ 92.650 al pedir regulación de
honorarios y que luego arguya serlo de $ 60.000 para determinar lo adeudado” (autos:
“Vignati, Carlos O. c/ Fiscante, Domingo”, 10-VI-77, E.D., t. 75, pág. 370). También, con
sustento en la teoría de los actos propios, se rechazó la pretensión de un abogado quien
al pedir la regulación de honorarios lo hizo determinando el monto del juicio, cuando el
propio letrado había interpuesto —con éxito— una excepción de defecto legal por
oscuridad del objeto (autos: “Lauricella, Graciela M. c/Hubscher, Julio y otro”, Cámara
Civil Capital Federal, Sala E, 7-XII-79, E.D., t. 87, pág. 152, y en AMADEO, op. cit., nro.
127). En la misma línea se ha decidido que viola la teoría de los actos propios el letrado
que al pagar la tasa judicial por su representado lo hizo por monto indeterminado, y luego
pretende demostrar que el pleito tenía monto determinado cuando pide la regulación de
honorarios (autos: “Gil de Bestty, Liliana Leticia y otros c/Instituto Nacional de
Cinematografía y otro s/proceso de conocimiento”, Cámara Federal
Contenciosoadministrativo Capital, Sala III, 9-XI-95, E.D., t. 169, pág. 732, sum. 310 Ver
Texto ). Nos apresuramos a señalar, sin embargo, que las soluciones nos parecen
irreprochables desde un punto de vista ético. Además, el mismo resultado puede
alcanzarse aplicando el principio de congruencia (véase punto 126), que es el que en
realidad corresponde, como acertadamente apunta GOZAÍNI (op. cit., pág. 208).
(nota 60) Autos: “Yeniler Holding Inc. c/Bosco, Susana B.”, Cámara Civil Capital, sala I,
26-VIII-97, L.L., t. 1998-B, pág. 56 Ver Texto . En postura similar, LÓPEZ MESA, op. cit.,
pág. 91.
(nota 62) MOISSET DE ESPANÉS, Luis, síntesis dada en: LÓPEZ CABANA, Roberto
Manuel, “La indexación de las deudas dinerarias”, J.A., t. 1976-III, pág. 795, nota 68.
Autos: “Ascurra de Soerensen, Fredesvinda c/ Diseño ‘A’ Equipamiento Integral S.A.”,
Cámara Comercial Capital, Sala B, 8-IX-76, L.L., t. 1984-A, pág. 521, sum. 7.
(nota 63) PIZARRO, Ramón Daniel y MOISSET DE ESPANÉS, Luis, “Las deudas
dinerarias y su reactualización”, J.A, t. 1977-II, pág. 829.
(nota 64) ENNECCERUS-LEHMANN, op. cit., T. II, Vol. I, pto. 6.230.3.IV, pág. 33.
(nota 65) Autos: “Waisman, Santiago M. y otro c/ Bruno Argentina”, Cámara Comercial
Capital, Sala D, —voto del doctor RIVERA—, 25-IV-83, E.D., t. 105, pág. 472 Ver Texto .
(nota 69) Autos: “Zurdo, Rubén A. c/ Plan Óvalo S.A.”, Cámara Comercial Capital, Sala
C, 30-V-88, L.L., t. 1989-A, pág. 63; FRÁVEGA, Fernando R. y PIENDIBENE, Luis E., “El
pago como medio extintivo de las obligaciones y la doctrina de los propios actos”, L.L., t.
1989-A, pág. 62.
(nota 70) Autos: “Cambiaso Zunino, Mario E. y otro c/ Artigas Rodríguez, Viojo”,
Cámara Comercial Capital, Sala A, 9-XII-85, L.L., t. 1987-B, pág. 46.
(nota 71) Autos: “Colombo, Antonio c/Apolo Cía. de Seguros”, Cámara Comercial
Capital, Sala A, D.J., t. 1985-I, pág. 832.
(nota 72) AMADEO, José L., “Los actos propios del vendedor”, D.J., t. 1985-I, pág. 703;
en contra: autos “Gurmendi S.A. c/ Heredia y Cía. S.A.”, Cámara Comercial Capital, Sala
B, 23-VIII-84, D.J., t. 1985-I, pág. 706 Ver Texto , también en AMADEO, op. cit., nro. 54.
(nota 73) Este caso se planteó en los autos “Instituto de Ginecología c/Sanatorio
Británico S.A.”, resuelto en el sentido dado por la Cámara Civil y Comercial de Rosario,
Sala 2 (Juris, t. 76, pág. 124). Sin embargo, disentimos con los fundamentos dados: para
el tribunal la solución debía buscarse en el retraso desleal del ejercicio del derecho (con
fuerte influencia de la verwirkung y el laches); para nosotros, en cambio, existe una
contradicción palmaria de hechos positivos, por cuanto no puede seguir cobrándose la
deuda originada en un contrato que ha vencido pero que evidentemente es continuado, y
a la vez pretender un resarcimiento por la falta de una desocupación oportuna.
(nota 74) Autos: “De Angelis Roca, Alfonso H. c/ Sociedad Aveca S.A.”, Cámara Civil
Capital, Sala D, 30-III-79, E.D., t. 83, pág. 473.
(nota 75) Autos: “Cooperativa Familiar de la Vivienda Ltda. sobre concurso”, Cámara
Comercial Capital, Sala B, 28-II-77, E.D., t. 76, pág. 610.
(nota 76) Autos: “Orsi, Guillermo F. c/ Llaneza Hnos. S.A.”, Cámara Comercial Capital,
Sala B, 25-XI-76, E.D., t. 76, pág. 594.
(nota 77) Autos: “Buscaglia de Gallo, Dora N. c/ Barbaglia de Herzog, Eloísa”, Cámara
Civil Capital, Sala C, 22-VI-78, L.L., t. 1978-D, pág. 378.
(nota 78) Autos: “Báez, Julia E.S. c/ Newton de Torres, Clara”, Cámara Civil Capital,
Sala E, 24-IX-76, L.L., t. 1984-A, pág. 521, sum. 8; también en AMADEO, op. cit., nro.
51.
(nota 79) Autos: “Ranelli, Adolfo L. c/ Grandío y López S.A.”, Cámara Comercial
Capital, Sala B, 8-IX-76, L.L., t. 1984-A, pág. 520, sum. 6 Ver Texto .
(nota 80) GOZAÍNI, op. cit., pág. 207, quien cita el fallo dictado el día 20-VIII-82 por la
Sala D de la Cámara Comercial de la Capital Federal, en autos “Iafisa contra Mackintosh,
S.A.”, el que está publicado en AMADEO, op. cit., nro. 71.
(nota 81) Autos: “Banco de Hurlingham S.A. c/ Rodríguez, Hugo”, Cámara Comercial
Capital, Sala B, 12-V-78, E.D., t. 80, pág. 544.
(nota 83) Autos: “Descotte, Jorge C.”, Cámara Civil Capital, Sala A, 26-IV-84, L.L., t.
1984-D, pág. 537.
(nota 84) Autos: “M., J.M.A. c/ R., E.M.A.”, Cámara Civil Capital, Sala A, 2-VIII-84, en
AMADEO, op. cit., nro. 96.
(nota 85) Autos: “Tepper, Nelson c/ Pupulín de Tepper, Nélida E.”, Cámara Civil
Capital, Sala E, 2-V-79, en AMADEO, op. cit., nro. 126.
(nota 86) Autos: “El Arriero S.A. c/Tandanor S.A.”, Cámara Federal Civil y Comercial
Capital, Sala II, 18-V-95, L.L., t. 1996-C, pág. 198 Ver Texto .
(nota 87) Autos: “Duer, Carlos A. c/Camusio, Néstor C.”, Cámara Civil Capital, Sala B,
13-V-94, L.L., t. 1995-D, pág. 604 Ver Texto .
(nota 88) Autos: “D., R.N. c/M., L.G.”, Cámara Civil Capital, Sala A, 26-III-93, L.L., t.
1994-C, pág. 426, con comentario favorable de SOLARI, Néstor E., “Disolución del
régimen de bienes en el matrimonio y la doctrina de los actos propios”, L.L., t. 1994-C,
pág. 426.
(nota 89) Autos: “Estructuras Tafí S.A.C. e I. y otro c/Provincia de Tucumán y otro
s/daños y perjuicios”, Corte Suprema de Justicia, 13-VIII-98, E.D., t. 183, pág. 741, sum.
1655 Ver Texto .
(nota 90) Autos: “Comodoro Rivadavia T.V.SCC c/Provincia del Chubut s/acción de
amparo”, Corte Suprema de Justicia, 24-V-94, E.D., t. 161, pág. 747, sum. 427 Ver Texto
.
(nota 91) Autos: “Noailles, Juan s/suc.”, Cámara Civil Capital, Sala I, 13-XI-97, L.L., t.
1998-F, pág. 14 Ver Texto .
(nota 92) Autos: “Biestro de Bover c/Telefónica de Argentina S.A.”, Cámara Federal
Civil y Comercial Capital, Sala III, 16-XII-94, E.D., t. 167, pág. 434 Ver Texto .
(nota 94) Autos: “Seri, Osvaldo R. c/Municipalidad de General San Martín”, Suprema
Corte de la Provincia de Buenos Aires, 17-VIII-93, L.L., t. 1994-C, pág. 455 Ver Texto .
(nota 95) Autos: “R. de A.C., M.V. c/A.C., F. s/separación personal”, Cámara Primera
Civil y Comercial de San Isidro, Sala I, 2-VI-98, E.D., t. 181, pág. 83.
(nota 96) Autos: “Figueroa, José c/Virulana S.A.I.C. s/ordinario”, Cámara Comercial
Capital, Sala E, 27-IV-95, E.D., t. 176, pág. 139 Ver Texto .
(nota 97) YALOUR, José R., “Cuenta corriente bancaria y bien de familia”, L.L.,
Actualidad, 3-II-98, pág. 1.
(nota 98) Autos: “Bodegas y Viñedos Giol c/Stassi, Norberto”, Cámara Comercial
Capital, Sala D, 5-XII-84, en AMADEO, José L., “Los actos propios en el procedimiento”,
J.A., t. 1992-IV, pág. 1052, nro. 13.
(nota 99) Autos: “Dickman, Emilio c/Casco S.A.”, Corte Suprema de Justicia, 4-V-78
Ver Texto , en AMADEO, “Los actos propios...”, cit., J.A., t. 1992-IV, pág. 1052, nro. 45.
(nota 100) Autos: “Quiles, Néstor D.”, Cámara Primera Civil y Comercial de Bahía
Blanca, Sala I, 27-II-90, J.A., t. 1991-II, pág. 242; L.L., t. 1990-E, pág. 458 Ver Texto .
(nota 101) Autos: “Francisco Cacik e Hijos S.A. c/Dirección Nacional de Vialidad”, Corte
Suprema de Justicia, 5-V-92, J.A., t. 1993-III, pág. 601 Ver Texto .
(nota 102) Autos: “Finarmen S.A. c/Cheresky, Rosalía E.”, Cámara Civil Capital, Sala
C, 29-IX-94, J.A., t. 1995-III, pág. 317 Ver Texto .
(nota 103) Autos: “Mac Alpine Byrne, Peter y otros c/Provincia de Buenos Aires”,
Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, 14-VI-94, J.A., t. 1996-II, pág. 50
(índice), sum. 3 Ver Texto .
(nota 104) Autos: “R., N. I. c/M., A.”, Cámara Civil Capital, Sala C, 28-V-81, en LÓPEZ
MESA, op. cit., pág. 165.
(nota 105) Autos: “Madero Unzué de Demaría Sala, Sara y otro c/Provincia de Buenos
Aires s/daños y perjuicios”, Corte Suprema de Justicia, 2-II-93 Ver Texto , en LÓPEZ
MESA, op. cit., pág. 167.
(nota 106) Autos: “Banco Shaw S.A. c/Instituto Bioquímico Argentino y otros”, Cámara
Comercial Capital, Sala C, 11-VI-84, L.L., t. 1984-C, pág. 452 Ver Texto .
(nota 107) COMPAGNUCCI DE CASO, op. cit., L.L., t. 1985-A, pág. 1002; NISSEN, op.
cit., L.L., t. 1997-B, pág. 1371.
(nota 108) BIANCHI-IRIBARNE, op. cit., E.D., t. 106, pág. 857. En el mismo sentido:
DOBSON, op. cit., pto. 161 F). ALTERINI - LÓPEZ CABANA, Responsabilidad..., cit.,
pág. 39.
(nota 110) Autos: “Arias, Héctor A.M. y otro c/Alonso Guglielmo, Rubén y otro”, Cámara
Civil y Comercial de Mercedes, Sala I, 29-IV-88, J.A., t. 1989-III, pág. 94 Ver Texto ;
LÓPEZ MESA - VERGARA DEL CARRIL, op. cit., E.D., t. 168, pág. 899, nro. C-3;
LÓPEZ MESA, op. cit., pág. 124. Se ha resuelto, en cambio, que es contraria a la
doctrina de los propios actos la modificación de la reclamación originaria con ulterioridad
a la traba de la litis (autos: “Chaparro de Castro, Lidia A. c/La Meridional Compañía
Argentina de Seguros S.A.”, Cámara Comercial Capital, Sala B, 8-III-88, J.A., t. 1988-III,
pág. 27 Ver Texto ), Sin embargo, nos parece que la solución es incorrecta. La
imposibilidad de modificar en este caso la demanda debe fundarse en el propio art. 331
Ver Texto del CPCCN y en el principio de preclusión, atento el carácter residual de la
teoría de los actos propios (véase nro. 107).
(nota 115) RUDI, Daniel Mario, “Aporte de la encíclica Sollicitudo rei socialis a la
doctrina de los actos propios”, E.D., t. 138, pág. 969, nro. 14, ve en este ejemplo una
concreta aplicación de la teoría de los actos propios.
1121/11100
Cabe señalarse, también, que el silencio ha sido tomado o aplicado en la figura del
estoppel anglosajón y en la verwirkung alemana. Es decir, en las dos figuras que el
derecho comparado arroja como similares a nuestra teoría de los actos propios, se tiene
en cuenta el silencio. Esto es, el silencio juega un papel importante en ambos institutos.
1121/11110
1121/11120
99. a) El laches
A fin de evitar innecesarias repeticiones, toda vez que el tema ya ha sido tratado (punto
37), tan solo reiteraremos aquello que entendemos que hace a lo esencial de la figura: el
laches busca proteger a quien ha confiado en la apariencia creada por la situación
generada por la actitud pasiva del otro sujeto. Es decir, el silencio que ha podido ser
interpretado de buena fe como un asentimiento o la prueba de que no existe derecho
alguno, no puede ser posteriormente violado con una manifestación que importe algo
contrario a lo que de buena fe se interpretó. Finalmente, podemos agregar que el laches
tuvo la función de frenar el inejercicio prolongado de un derecho; de esa manera, se
paliaba la inexistencia de la figura de la prescripción extintiva. Esta prescripción, extraña
al derecho anglosajón, fue regulada con posterioridad por los llamados statutes of
limitations. Pero pese a la aparición de estos últimos, el laches no dejó de existir, por el
contrario convivió y hasta se complementó, al decir de Puig Brutau (ver nota 3).
1121/11130
100. b) La verwirkung
También esta figura ha sido analizada más arriba (ver punto 39 en adelante). Ella
sanciona la deslealtad —medida objetivamente— del titular de un derecho que, habiendo
asumido una actitud pasiva, intenta sorprender con posterioridad a su adversario
(aunque no haya tenido con anterioridad en mira esta última actitud de sorpresa, ni la
haya querido). Lo esencial es que quien ha receptado los actos haya podido contar con
que el derecho no sería ejercitado, sobre bases objetivas y teniendo en cuenta las
circunstancias del caso (ver nota 4). Este retraso es objetivamente desleal y, por lo tanto,
resulta inadmisible ejercer ese derecho “paralizado” fundándose en que el plazo de
prescripción no ha transcurrido íntegramente, debido a que ello importa un abuso del
derecho (ver nota 5) y (ver nota 6).
1121/11140
Nos hemos de detener, aunque sea brevemente, en el pensamiento que este último
escritor desarrolla sobre el silencio y la prescripción en la teoría de los propios actos.
Ante todo cabe recordar que Puig Brutau defiende la tesis de la apariencia, en tanto que
nosotros —siguiendo a Díez-Picazo— propugnamos la tesis de la coherencia (punto 75),
para evitar ciertas confusiones.
El maestro español dice que “en el caso de protección dispensada por equidad a quien
ha confiado en la apariencia creada por la actitud pasiva de alguien, es decir, cuando el
silencio ha podido ser interpretado de buena fe como asentimiento o como prueba de la
inexistencia del derecho que luego se intenta hacer valer, en tales casos nos
encontramos con un problema de aplicación de la doctrina de los actos propios,
equivalente al designado con la palabra inglesa laches en el derecho anglosajón. La
confianza depositada en la apariencia creada por una actitud pasiva o en el silencio, ha
de ser especialmente tenida en cuenta cuando existe el deber de hablar o cuando, por lo
menos, las circunstancias exigen que toda persona de buena fe rompa su silencio. Con
ello se nos sugiere que incluso el problema que discute la doctrina española acerca de si
el silencio puede ser considerado, en ciertos casos, como declaración de voluntad,
puede recibir alguna claridad de la doctrina de los actos propios”. Y agrega que “de la
misma manera que en el caso de pérdida de un derecho por aplicación del principio de
que nadie puede ir contra sus propios actos, no existe una auténtica renuncia, pues, ya
antes hemos dicho, no se trata de una verdadera declaración de voluntad sino de un
supuesto de hecho que se considera digno de producir el mismo resultado (estoppel),
igualmente cabe afirmar que, en el caso de silencio de un titular en circunstancias tales
que una persona razonable deba interpretarlo como si se tratara de un asentamiento
tácito, las consecuencias que ordinariamente sólo se desprenden de éste, también
deberán, en tal caso, ser reconocidas por el juzgador en uso de su arbitrio de equidad
(laches)” (ver nota 7).
En resumidas cuentas, así como el laches convive con los statues of limitations, así
también pueden convivir la teoría de los actos propios con el silencio y la prescripción. El
silencio provoca una manifestación de voluntad que, en sus efectos, no difiere de una
manifestación expresa de voluntad y, por lo tanto, ambas tienen la misma consecuencia:
la inadmisibilidad de contradecir la manifestación anterior en aras de proteger los
intereses depositados en ésta.
1121/11150
En esta línea está, en el derecho peruano, Lohmann, quien entiende que el artículo VI
del Proyecto de Reforma del Título Preliminar del Código Civil del Perú impide la
posibilidad de plantear una demanda hasta casi un mes antes del cumplimiento del plazo
de prescripción, no obstante que el referido plazo no haya transcurrido aún, pues
entiende que la conducta omisiva ha hecho que la otra parte tenga la confianza de que
no sería demandada (ver nota 9).
Tal vez sea éste, lo reiteramos, el tema más delicado para tratar cuando se habla de la
teoría de los actos propios. Por ello resulta necesario avanzar en su estudio en forma
sumamente cuidadosa.
Entendemos que el silencio es utilizable en una doble dimensión; por una, en su carácter
de manifestación tácita de la voluntad (ver punto 106), por otra, en su importancia en el
tema de la prescripción (que intentaremos desarrollar ahora).
Nos parece que la verwirkung alemana es más rica que el laches anglosajón en este
punto. En efecto, aquella figura ha tenido una doble orientación; por un lado, protegiendo
al acreedor, por otro, protegiendo al deudor. En cambio, el laches sólo protege al deudor.
Veamos.
1121/11170
104.
Quien ha engañado a otro con el fin de querer evitar que se ejerza un derecho, ha
actuado dolosamente. Esa excepción de prescripción opuesta no debe ser desestimada
por ser contradictoria con las promesas, sino porque ha habido engaño o fraude o, al
menos, ha existido un abuso del derecho. Sea el engaño, sea el abuso, se ha viciado el
acto y por ello debe desecharse la excepción opuesta.
1121/11180
105.
Como hemos dicho anteriormente, el laches (punto 99), la verwirkung (punto 100) y el
derecho español (punto 101) pregonan la convivencia de la prescripción con la sanción al
retraso desleal en el ejercicio de un derecho en aras de la equidad, a fin de evitar que la
inactividad cree una apariencia en la que confiaron determinados intereses dignos de
protección. Estimamos que esta conclusión es inaceptable (ver nota 14).
c) El principio del estoppel es admisible, en tanto que el laches creemos que no lo es.
Ello porque es distinto realizar una auténtica manifestación de voluntad que inferir de un
silencio (es decir, una no expresión) una manifestación determinada. El silencio debe ser
tomado con pinzas, máxime cuando lleva a la pérdida de importantísimos derechos.
Insistimos, el silencio no puede tener el mismo valor que la voluntad expresada mediante
palabras o conductas. Sin pretender entrar en el debate sobre si en la interpretación de
los actos jurídicos debería aplicarse la teoría de la voluntad íntima o la teoría de
declaración de la voluntad, podemos apreciar claramente que la misma voluntad
expresada ocasiona dificultades interpretativas; cuanto más si se pretende inferir de un
silencio una determinada voluntad, cuanto más difícil aún si ese silencio es interpretado
de manera tal que provoque la pérdida de un derecho.
d) Boehmer (ver nota 15) entiende que es el juez quien debe establecer el plazo que se
entiende prudencial para calificar como desleal el retraso en el ejercicio de un derecho.
Esto, a nuestro modo de ver, es convertir a los jueces en legisladores, lo que no es
bueno. Su función es aplicar la ley contemplando las distintas situaciones de hecho; pero
de esto a pretender borrar disposiciones legales expresas (tales como los plazos de
prescripción) hay un gran trecho.
He aquí el riesgo que antes señalábamos. Para un juez son necesarios cuatro años para
perder el derecho, para otro basta un año y medio; pero ambos olvidaron que el Código
Civil establece que la obligación de pagar los alimentos atrasados prescribe a los cinco
años (art. 4027 Ver Texto , inc. 1º). Y volvemos a preguntarnos ¿cuál es el criterio a
seguir en estas situaciones? ¿a qué queda reducida la seguridad jurídica?
No tenemos duda de que la disposición del Código Civil es plenamente aplicable al caso.
Partamos de lo que la doctrina y la jurisprudencia tienen dicho en forma prácticamente
unánime (ver nota 17): la presunción del artículo 645 Ver Texto del Código Procesal Civil
y Comercial de la Nación no se aplica a los alimentos a favor del menor cuando no han
sido reclamados por su representante legal, pues la inactividad de éste no puede
volverse en contra del titular del derecho insatisfecho. Por lo tanto, toda vez que no se
está frente a alguien a quien se sanciona por su inactividad, pues ella sólo es imputable
a su representante legal, la presunción procesal mencionada pierde todo interés y sólo
importa el plazo de prescripción legal, el que empieza a correr una vez adquirida la
mayoría de edad. En otras palabras, a diferencia de la sentencia comentada, el derecho
del menor recién se extinguirá transcurrido el plazo de cinco años desde que adquirió la
mayoría de edad.
1121/11190
La cuestión así planteada parece sencilla y, sin embargo, no lo es. En nuestro derecho
existen dos normas contradictorias que provocan, a su vez, diferentes posiciones
doctrinales.
El artículo 918 Ver Texto del Código Civil establece que “la expresión tácita de la
voluntad resulta de aquellos actos por los cuales se pueden conocer con certidumbre la
existencia de la voluntad...”. La nota explicativa de Vélez Sarsfield precisa que
regularmente el acto no basta por sí solo para establecer la declaración de voluntad,
aunque en algunas ocasiones los actos por sí importan la certidumbre de tal voluntad.
Esta norma ha dado origen a cierta corriente doctrinaria que sostiene que las conductas
son manifestaciones tácitas de la voluntad, en tanto el ordenamiento legal les dé un
sentido determinado (ver nota 20).
a) La confirmación tácita de un acto sujeto a acción de nulidad (arts. 1063 Ver Texto y
1064, Cód. Civ.).
b) El consentimiento tácito en materia contractual (arts. 1145 Ver Texto y 1146, Cód.
Civ.).
d) La remisión tácita (arg. arts. 974 Ver Texto , 918 Ver Texto , 885 Ver Texto , 877 Ver
Texto y 873 Ver Texto , Cód.Civ.).
e) El reconocimiento tácito (arts. 720 Ver Texto y 721 Ver Texto , Cód. Civ.).
f) La aceptación tácita de la herencia (art. 3319 Ver Texto , Cód. Civ.) (ver nota 21).
Otra corriente doctrinaria, en cambio, entiende que sólo el silencio constituye una
manifestación tácita de la voluntad, y se funda en que el artículo 917 Ver Texto del
Código Civil establece que “la expresión positiva de la voluntad será considerada como
tal cuando se manifieste verbalmente, o por escrito, o por otros signos inequívocos con
referencia a determinados objetos”. Por lo tanto, cabe deducir de dicha norma que los
signos inequívocos (v.gr. las conductas) constituyen declaraciones expresas de la
voluntad.
Siguiendo este criterio (ver nota 22) las declaraciones tácitas de la voluntad se limitan a
contados supuestos:
a) Los previstos en el artículo 919 Ver Texto del Código Civil; esto es, cuando la ley le da
un sentido determinado al silencio (por ejemplo, la falta de concurrencia a los estrados
judiciales para reconocer firma provoca el reconocimiento de ésta); cuando haya
obligación de explicarse por las relaciones de familia (v.gr. el reconocimiento tácito de
paternidad que implica el silencio del padre ante la noticia del alumbramiento dado por la
madre antes de los trescientos días de interpuesta la demanda de divorcio —art. 243 Ver
Texto , Cód. Civ.—); cuando haya una obligación de explicarse a causa de una relación
entre el silencio actual y las declaraciones precedentes (por ejemplo, la suba del precio
de una mercadería que se recibe periódicamente, guardándose silencio o la aceptación
sin reservas de las modificaciones de las condiciones originariamente pactadas para el
pago de las regalías ante el cambio de las circunstancias económicas (ver nota 23)).
b) Cuando las partes convienen que el silencio debe ser tomado en determinado sentido.
Nosotros pensamos que esta última posición doctrinal es más acertada. En efecto,
creemos que las conductas constituyen signos inequívocos, en los términos del artículo
917 Ver Texto del Código Civil, y dan origen —por lo tanto— a verdaderas declaraciones
expresas de la voluntad. Queda, entonces, el silencio como declaración tácita de la
voluntad y sólo para los casos anteriormente indicados (ver nota 24).
Pensamos que la confusión nace en el uso de las palabras expresa y tácita. Nosotros
opinamos que las declaraciones de la voluntad pueden ser expresas (palabras orales y
escritas o conductas) o tácitas (el silencio); de esta forma diferentes actos jurídicos, tales
como la renuncia o la aceptación de herencia, requerirán de expresas manifestaciones
de voluntad (el silencio no sirve) pero se hablará de renuncia expresa o de aceptación de
herencia expresa cuando se realiza mediante palabras, y se hablará de renuncia o
aceptación de herencia tácitas cuando se efectúa mediante conductas.
1121/11200
106-1.
Empecemos por ver la cuestión desde la óptica de la buena fe. En verdad, sólo importa
la buena fe objetiva, pues no es posible imaginar que pueda legitimarse la adquisición de
un derecho subjetivo por un sujeto, en base a que haya creído en la apariencia de un
consentimiento que se infiere del silencio guardado por otro sujeto (ver nota 25).
Ahora bien, hemos dicho que el silencio sólo puede considerarse declaración tácita de
voluntad en los casos del artículo 919 Ver Texto del Código Civil (cuando la ley le da un
sentido determinado, cuando hay obligación de explicarse por las relaciones de familia y
cuando hay una obligación de explicarse a causa de una relación entre el silencio actual
y las declaraciones precedentes) y cuando las partes han convenido en adjudicarle un
determinado sentido. Ello es así, pues con excepción de los casos citados, la propia
norma establece que el silencio opuesto a actos o a una interrogación no es considerado
como una manifestación de voluntad conforme al acto o la interrogación (ver nota 26).
En tres de los cuatro casos mencionados, el significado del silencio está dado, sea
porque la ley lo determina o lo infiere, sea porque las partes lo fijan (ver nota 27). El
silencio es interpretado de conformidad... (continúa el párrafo original).
Un solo caso suscita dudas: cuando hay una obligación de explicarse a causa de una
relación entre el silencio actual y las declaraciones precedentes. El tema radica en definir
qué se entiende por declaración precedente.
Nos parece claro que esta expresión no puede asimilarse a una simple relación
precedente entre las partes, pues una simple relación no impone una obligación de
expresarse ante un acto o una interrogación. Por declaración precedente debe
entenderse conducta anterior del silente (ver nota 28). El silencio actual que coincide con
la conducta anterior permite inferir un comportamiento coherente en el tiempo, que no
puede ser contradecido posteriormente sin que se vulnere la buena fe objetiva del sujeto
pasivo. En este sentido, se ha resuelto con razón que el acreedor que no percibió en
forma personal los pagos que reconoce haber recibido ni se opuso al obrar de quienes lo
percibieron no puede pretender desconocer ulteriores pagos hechos por el deudor a
esas misma personas pues, ante la falta de manifestación en contrario del acreedor, las
personas que recibían los pagos se presentaban como sus representantes para el
deudor (ver nota 29).
Pero si falta esa declaración precedente, nadie puede ser obligado a manifestarse.
Resulta impensable que un mero requerimiento, sea por el medio que sea y por absurdo
que sea, obligue al sujeto que lo recibe a expresarse o a asumir el riesgo de que su
silencio sea interpretado como aceptación o conformidad con lo reclamado (ver nota 30).
La buena fe no puede generar por sí misma un deber de expresarse (ver nota 31).
1121/11210
106-2.
Esta postura, sin embargo, difiere de la que sustenta Díez-Picazo, quien afirma que las
declaraciones tácitas de la voluntad (en las que incluye a la conducta) no entran en el
campo de la teoría de los actos propios debido a que son comprendidas por la
denominada “teoría de la declaración tácita de la voluntad”, que es una construcción
jurídica autónoma que explica el efecto vinculante de una conducta que es tomada como
una auténtica voluntad y consentimiento. La teoría de los actos propios prescinde de la
doctrina de la declaración de voluntad e impone directamente un efecto jurídico (ver nota
32).
(nota 6) MORELLO, op. cit., R.D.C.O., año 9, nro. 54, pág. 815.
(nota 9) LOHMANN, Juan G., “Reforma del título preliminar del Código Civil”, en obra
colectiva, Reforma del Código Civil peruano. Doctrina y propuestas, pág. 58.
(nota 10) IXas. Jornadas Nacionales de Derecho Civil, pto. 7; NICOLAU, op. cit., Juris,
t. 76, pág. 124.
(nota 11) VII Encuentro de Abogados Civilistas, Rosario, 1993, conclusión VI.
(nota 14) Coincide con nosotros GOZAÍNI, op. cit., pág. 201; BORDA, Tratado de
derecho civil, Parte General, T. I, pto. 14-VIII; LÓPEZ MESA, op. cit., pág. 152.
(nota 16) Autos: “P. de S., N.N. c/S., D.P.”, Cámara Civil Capital Federal, Sala C, 26-X-
93, L.L., t. 1994-D, pág. 371, con comentario favorable de GOWLAND, Alberto J., “La
inactividad del alimentario y la caducidad de las cuotas atrasadas”, L.L., t. 1994-C, pág.
368, quien afirma que cuatro años es un período de tiempo harto prolongado para
considerar aplicable la presunción de falta de necesidad de este joven de veinticinco
años, que no puede en derecho reclamar a su padre lo que ha quedado probado que no
necesita.
(nota 17) Ver por todos: GOWLAND, op. cit., L.L., t. 1994-C, pág. 368.
(nota 19) COMPAGNUCCI DE CASO, op. cit., L.L., t. 1985-A, pág. 1006.
(nota 20) COMPAGNUCCI DE CASO, op. cit., L.L., t. 1985-A, pág. 1006; CAIVANO,
Roque J., “Silencio, doctrina de los actos propios y renuncia tácita”, L.L., t. 1996-C, pág.
197, nro. I.
(nota 22) BORDA, Tratado de derecho civil, Parte General, T. II, pto. 821.
(nota 23) El último ejemplo permitió en un caso determinado aplicar la teoría de los
actos propios ante la pretensión de contradecir tales aceptaciones hechas sin reservas
(autos: “Martínez Barrios de Toso, Diana c/Estrada, Angel y Cía. S.A.”, Cámara
Comercial Capital, Sala A, 23-III-95, L.L., t. 1996-D, pág. 157).
(nota 24) Sobre este tema ya me he extendido en “El silencio como manifestación de
voluntad y la teoría de los actos propios”, Revista Hágase Saber, Resistencia, año II, nro.
4, pág. 31.
(nota 25) MÉNDEZ SIERRA, Eduardo C., op. cit., L.L., t. 1994-A, pág. 670, nro. II-6.
Por eso no compartimos uno de los fundamentos usados por un tribunal para rechazar el
reclamo de un suplemento remuneratorio en forma retroactiva formalizado nueve meses
después del primer cobro, el cual consistió en afirmar que el silencio guardado ante las
liquidaciones realizadas importó un consentimiento tácito con ellas, lo cual le impide al
reclamante, volver sobre sus propios actos y observarlas tardíamente (autos: “Leiva,
Alicia I. c/Municipalidad de Buenos Aires”, Cámara Civil Capital, Sala H, 10-XII-96, L.L., t.
1997-C, pág. 444). Si el reclamo fue deducido dentro de los plazos legales, nos parece
claro que la mera percepción de las remuneraciones no importa consentir con las
liquidaciones practicadas.
(nota 26) VII Encuentro de Abogados Civilistas, Rosario, 1993, punto II.
(nota 27) En el VII Encuentro de Abogados Civilistas (Rosario, 1993) se resolvió que el
deber de expedirse por las relaciones de familia configura una hipótesis de deber de
manifestarse en virtud de la ley (punto III).
(nota 28) MÉNDEZ SIERRA, “El silencio frente a la buena fe y los requerimientos
privados”, L.L., t. 1994-A, pág. 670, nro. II-16. En igual sentido: VII Encuentro de
Abogados Civilistas, Rosario, 1993, punto V (posición de la mayoría).
(nota 29) Autos: “Hara, Natalio c/Larraura Sánchez, Aída T.”, Cámara Civil Capital,
Sala F, 7-VII-97, L.L., t. 1998-B, pág. 696. Solución similar puede verse en autos:
“Municipalidad de San José c/Invercred Compañía Financiera”, Cámara Comercial
Capital, Sala C, 27-IV-98, L.L., t. 1999-B, pág. 50 Ver Texto .
(nota 30) Autos: “Deloitte & Co. c/Entidad Binacional Yaciretá”, Cámara Federal Civil y
Comercial Capital, Sala II, 18-IX-98, E.D., boletín del tribunal, período julio/septiembre de
1998, nro. 78; en sentido similar: COMPAGNUCCI DE CASO, Rubén H., “El silencio
como manifestación omisiva de la voluntad”, L.L., t. 1994-B, pág. 312, nros. II y III; VII
Encuentro de Abogados Civilistas, Rosario, 1993, punto X.
(nota 31) VII Encuentro de Abogados Civilistas, Rosario, 1993, punto IV.
(nota 33) MOISSET DE ESPANÉS, op. cit., L.L., 1984-A, pág. 153.
1121/11230
107. Introducción
Sin embargo, luego de participar en las Primeras Jornadas Chaqueñas de Derecho Civil
y Procesal Civil, celebradas en el año 1987 en homenaje al doctor Augusto Mario
Morello, nos hemos replanteado la cuestión.
Tal vez un ejemplo eche luz a la idea: supongamos que la parte actora en un juicio
desista de su derecho y, más tarde, pretenda afirmar que tal desistimiento encubría una
verdadera transacción. Es evidente que esta pretensión es inadmisible, pero ¿por qué?,
¿será porque tal conducta es tanto como alegar la propia torpeza?, ¿o será porque el
segundo comportamiento es objetivamente contradictorio del primero? Es el juez el que
deberá definir cuál de los fundamentos utilizará para desestimar el planteo, pero creemos
que es lícito que la parte afectada esgrima ambos argumentos ante la incertidumbre de
poder probar o no la mala fe de la contraria (ver nota 4).
1121/11240
108. a) De la buena fe
Hemos visto con anterioridad la íntima relación existente entre el principio general de la
buena fe y la regla que sanciona la inadmisibilidad de quien pretende ir contra sus
propios actos (pto. 73). En aquella oportunidad sostuvimos que la regla deriva y abarca
una menor cantidad de supuestos que el principio general referido. También
determinamos, a los efectos de comprender mejor este principio general, qué es lo que
se entiende por buena fe (ptos. 65 al 69). Ahora nos quedan por ver las aristas propias
que tiene la regla del venire contra factum proprium non valet.
El derecho busca proteger la buena fe de las personas y pretende impedir que ésta sea
vulnerada. Como consecuencia de ello es necesario proteger la creencia y confianza que
se despierta en un sujeto por el comportamiento de otro (ver nota 5), confianza y
creencia éstas que nacen de la exigencia de mantener un comportamiento coherente
(ver nota 6), esto es, mantener una conducta honesta, recta, honrada y proba (ver nota
7). En otras palabras, la protección de la buena fe puede conducir a sancionar el
comportamiento incoherente, es decir, la regla del adversus factum proprium deriva del
principio general de la buena fe.
Ahora bien, podemos señalar —como ya lo hemos adelantado— que la regla en estudio
tiene ciertas aristas que la distinguen del principio general de la buena fe. Veamos:
El principio general de la buena fe, sancionado por los artículos 1071 Ver Texto y 1198
Ver Texto del Código Civil, impone que los contratos (y los actos jurídicos en general)
deben ser interpretados de acuerdo con lo que las partes verosímilmente entendieron o
pudieron entender obrando con cuidado y previsión. Se pretende proteger a ambos
contratantes: al receptor, contra la posibilidad de que el declarante alegue que quiso
decir algo diferente de lo que se desprende de sus palabras o de su conducta, y al
declarante, contra la manifestación del receptor de la declaración o conducta de haber
entendido de forma diferente la manifestación. En otros términos, se busca proteger la
seguridad en el comercio y en los negocios jurídicos (ver nota 8).
Ahora bien, podemos agregar que no sólo se busca proteger esta buena fe sino que,
además, se la presume, esto es, la mala fe deberá ser probada concretamente, y es
justamente en esto donde encontramos la arista de la que veníamos hablando al
referirnos a la teoría de los propios actos (ver nota 9).
Así como el principio general de la buena fe protege a ambos contratantes, así la teoría
de los actos propios prescinde de la actitud del declarante para obligar el
comportamiento coherente y proteger, por tanto, la buena fe del agente receptor que
confía en dicho comportamiento. El comportamiento incoherente vulnera la buena fe de
quien recibe dicha conducta, y éste no necesitará “probar” la mala fe del sujeto emisor
sino que le bastará con indicar que esa conducta es contradictoria para proteger su
derecho. A esta distinción la estimamos importante.
1121/11250
El abuso del derecho es el ejercicio del derecho más allá de los límites impuestos por la
buena fe, aunque dentro de los extremos fijados por la propia ley. Es decir, se trata de
proteger la moral y la buena fe; a esta protección puede añadirse cierta postura finalista
que entiende que existe abuso del derecho cuando la prerrogativa ha sido ejercida en
contra de los fines económicos y sociales que inspiraron la ley en la cual se la otorgó (ver
nota 10).
La regla del abuso del derecho ha tenido recepción legislativa con la sanción de la ley
17711 <>, que reformó distintos artículos (tales como el 1071 Ver Texto , 1198 Ver Texto
, 2513 Ver Texto y 2514) del Código Civil. Con los últimos artículos citados puede
aprehenderse el significado de esta regla: se considera abusivo pretender degradar,
desnaturalizar o destruir la propiedad (en directa oposición con la norma derogada); esta
pretensión es considerada un ataque, no contra alguien en especial sino contra la
comunidad en general, que debe asistir pasivamente a la acción de un propietario
desaprensivo que desconoce la función social de la propiedad. Es por ello que la
propiedad debe ser usada y gozada conforme a un ejercicio regular y no abusivo.
Se ha sostenido que existen dos clases de abusos del derecho: uno subjetivo, que
sanciona a aquel que sin motivo legítimo ejercita su derecho con la intención de
perjudicar a un tercero; y otro objetivo, que consiste en el ejercicio de un derecho en
contradicción con la conducta pretérita. Esto último es la aplicación de la teoría de los
propios actos (ver nota 11) y (ver nota 12).
Nosotros pensamos que el abuso del derecho es diferente de la teoría de los actos
propios. Ésta no deriva de aquél, sino que ambos derivan del principio general de la
buena fe. Repetimos: el abuso del derecho es el ejercicio de una prerrogativa que si bien
es lícita excede los límites impuestos por la buena fe. La teoría de los actos propios
considera inadmisible el ejercicio de un derecho subjetivo o de una conducta
contradictoria con el sentido objetivo (y de buena fe) atribuible a la primera conducta
relevante y eficaz realizada en una situación jurídica (ver nota 13).
Una prueba de la posibilidad de confundir el abuso del derecho con la regla del venire
contra factum proprium non valet, se nota en el siguiente ejemplo. Un sujeto ejecuta una
obra que cuenta con el silencio de otra persona; al ser terminada, esta última pretende
que se restituya la cosa al estado anterior (ver nota 14). Este supuesto dio lugar a un
pleito judicial, en donde la Corte Suprema de Justicia de la Nación resolvió desestimar la
acción fundándose en la teoría del abuso del derecho (criterio que compartimos). Sin
embargo, autores tales como Minoprio han considerado que se trata de una aplicación
de la teoría de los actos propios, atento que: a) existe una conducta vinculante nacida en
el silencio que se mantuvo, b) hay una pretensión contraria al silencio, c) ésta importa
una conducta contradictoria, y d) son los mismos sujetos (ver nota 15). Nosotros
entendemos que esta posición es inaceptable debido a que, llevada a sus últimas
consecuencias, el abuso del derecho desaparecería fundiéndose en la teoría de los
actos propios; amén de ello, reiteramos que el silencio no tiene cabida en esta teoría.
1121/11260
Sólo destacaremos que aun en la postura que extiende las declaraciones tácitas de
voluntad a las conductas o a los actos concluyentes, la solución de los conflictos que se
susciten dimanarán de la llamada “teoría de la declaración tácita de la voluntad”, creada
por quienes entienden que la conducta constituye una declaración tácita. Reiteramos que
esta teoría no tiene recepción legal en nuestro Derecho.
Esta teoría toma los actos concluyentes, los cuales no pertenecen a la regla del venire
contra factum. En efecto, en aquélla la eficacia de la declaración reside en que haya
habido consentimiento, en ésta el tribunal impide a un litigante que vaya contra su propio
comportamiento porque protege la buena fe depositada por quien ha confiado en un
comportamiento coherente.
1121/11270
Nadie puede invocar la propia torpeza para solicitar la nulidad de un negocio jurídico.
Esta regla, nacida en el Derecho Romano, pretende impedir que se obtenga una
declaración contraria a una primera manifestación alegando, por ejemplo, que provocó
intimidación o violencia o empleó dolo.
Esta regla tiene algún punto de contacto con la teoría de los actos propios en cuanto que
ambas sancionan la conducta posterior contradictoria con un primer acto e impiden que
un negocio irregular sea declarado ineficaz. Sin embargo, existe una diferencia
determinante: quien invoca la propia torpeza hace expresa referencia a un primer acto y
lo intenta desconocer, pero se lo priva de impugnarlo debido a su responsabilidad en la
irregularidad del negocio; en cambio, cuando se aplica la teoría de los actos propios se
tiene en cuenta la conducta contradictoria sin importar la buena o mala fe del declarante:
éste ha podido impugnar, pero dicha impugnación es frenada por la actitud que él mismo
ha tenido frente al negocio. Quien invoca la propia torpeza actúa de mala fe, en la regla
del venire contra factum proprium se protege la buena fe de quien receptó la declaración
(ver nota 19).
Ejemplificando, es contrario a la teoría de los actos propios la conducta del vendedor que
ante un evento inflacionario imprevisible como fue el “rodrigazo”, pretende reajustar el
saldo de precio convenido en un contrato —o su resolución—, pero ante la sentencia que
dicta la resolución contractual solicitada pretende devolver la suma pagada —en
concepto de seña— a valores nominales o históricos. Es, por lo tanto, contrario a los
propios actos pretender, por un lado, reajustar económicamente un contrato y, por otro,
negar tal reajuste cuando debe devolverse el monto pagado en concepto de seña (ver
nota 20) y (ver nota 21).
Todo lo expuesto no obsta, sin embargo, a lo afirmado más arriba (pto. 107), en el
sentido de que consideramos lícito que la parte afectada esgrima tanto la teoría de los
actos propios como la regla de que nadie puede alegar su propia torpeza a fin de evitar
la declaración de ineficacia de un primer acto. Y ello es así, porque si bien son figuras
conceptualmente distintas, siempre existe la incertidumbre de poder probar la mala fe de
la contraria, siendo en última instancia el juez el que deberá definir cuál de los
fundamentos utilizará para desestimar el planteo (iura novit curia).
1121/11280
Parece claro que al prescindirse del aspecto doloso para tomar sólo lo que objetivamente
repugna a la buena fe, los límites y diferencias existentes entre la exceptio doli y la teoría
de los actos propios tienden a desaparecer. Ambas figuras sancionarían, solamente, la
conducta contraria a la buena fe. Sin embargo, no es así, pues las diferencias existen.
En primer lugar, la exceptio doli constituye sólo una excepción en sentido estricto, esto
es, como defensa opuesta por el demandado que (reconociendo los hechos alegados
por el actor) opone otros hechos que frenan la acción. Por su parte, la regla que
sanciona la inadmisibilidad de volver contra los propios actos escapa a ese sentido tan
estricto, y se constituye no sólo en una excepción en sentido amplio —como medio de
defensa— sino que puede ser opuesto por vía de réplica —para desvirtuar defensas
esgrimidas—, o de dúplica —para frenar las alegaciones expuestas en la réplica—, como
así también para fundar una acción (ver ptos. 121 a 123). Nos apresuramos a formular la
aclaración siguiente: cuando nos referimos a la utilización de la teoría de los actos
propios a modo de dúplica, no nos queremos referir al instituto prohibido por nuestra
legislación sino al uso de la citada teoría, ya sea en el momento de alegar como en la
oportunidad para expresar agravios.
En segundo lugar, la exceptio doli tiene más bien un carácter de figura histórica, que si
bien puede despertar interés entre los estudiosos del derecho, no tiene la fecunda
aplicación de que goza la teoría de los actos propios en la vida judicial. Sólo en países
determinados —tales como Alemania— la exceptio doli tiene verdadero relieve (ver nota
23).
En tercer lugar, y en lo que consideramos más importante, la verdadera y originaria
exceptio doli tiene en cuenta la declaración o acción dolosa realizada por quien ha
engañado al sujeto que opone dicha excepción. Dejar de tener en cuenta este aspecto
básico de la exceptio doli es, en nuestro criterio, destruirla de raíz, es darle otro
contenido que difiere del auténtico. Prescindir del acto doloso es no respetar su
naturaleza jurídica para invadir el campo específico de la regla venire contra factum
proprium non potest que, justamente, valora la conducta coherente y objetiva de las
partes sin fijarse en la intención subjetiva de ellas.
1121/11290
Algún sector de la doctrina habla de la eficacia vinculante del negocio jurídico. Por ella,
las partes deben adecuar su conducta a las prescripciones que establecieron al efectuar
el negocio; de tal manera, deben ajustar su comportamiento a las reglas jurídicas que
ellas mismas fijaron y ejercer los derechos y cumplir las obligaciones pactados. Por otra
parte, no podrán desligarse unilateralmente de lo convenido ni ejercer los derechos ni
cumplir las obligaciones de modo distinto al pactado (ver nota 24). En conclusión, esta
postura doctrinaria sostiene que es ir contra los propios actos, el proceder en forma
contraria a lo que se convino en el negocio jurídico.
Existen fallos dictados por tribunales españoles que siguen esta línea. Se ha resuelto
que los actos contra los cuales no es lícito accionar son aquellos que, como expresión
del consentimiento, se realizan con el fin de crear, modificar o extinguir algún derecho; y
ello se debe a que no puede ser destruida arbitrariamente la relación jurídica establecida
entre quien se comporta incoherentemente y un tercero (ver nota 25). Evidentemente, la
sentencia se refiere a una relación contractual nacida entre dos sujetos (el que se
comporta incoherentemente y el tercero); asimismo, y a mayor abundamiento, podemos
destacar la similitud entre los fundamentos de esta resolución y nuestro artículo 944 Ver
Texto del Código Civil que define a los actos jurídicos, y no podemos olvidar, que el
contrato es un acto jurídico.
También nuestros tribunales han echado mano de la teoría de los actos propios para
resolver que si ha habido un principio de ejecución contractual (en el caso, una compañía
aseguradora que percibe el total del premio sin efectuar reserva alguna), aunque sea
parcial (que no es el caso de autos), una de las partes no puede sostener que no existe
contrato y que no está, por tanto, obligada a efectuar ninguna prestación (en el ejemplo,
la aseguradora no puede luego de efectuada la denuncia del siniestro sostener que sólo
cobró parcialmente lo correspondiente al riesgo corrido en virtud de la caducidad de la
póliza, y pretender restituir al demandante lo que según su cálculo habría aquél pagado
de más) (ver nota 26). Asimismo, se ha resuelto que quien ha reconocido en un
instrumento privado que la venta de un bien que se hará en su favor es simulada, se
pone en contra de sus propios actos si luego afirma que la intención inequívoca de ese
documento era beneficiarlo con la transferencia real del inmueble (ver nota 27). También
se decidió que si una sociedad, expresa, libre y voluntariamente, y por intermedio del
órgano social correspondiente, contrató como lo hizo, no puede luego desconocer dicho
acto porque se estaría poniendo en contradicción con su anterior actitud (ver nota 28).
1121/11300
a) La confirmación tácita constituye una norma positiva sancionada por el artículo 1063
Ver Texto del Código Civil (ver nota 34), en tanto que la teoría de los actos propios es
una regla de derecho derivada del principio general de la buena fe.
(nota 2) ALTERINI-LÓPEZ CABANA, op. cit., L.L., t. 184-A, pág. 878. En el mismo
sentido: DOBSON, op. cit., pto. 164; NICOLAU, op. cit., Juris, t. 76, pág. 124; LÓPEZ
MESA - VERGARA DEL CARRIL, op. cit., E.D., t. 168, pág. 899, nro. C-3; ALTERINI -
LÓPEZ CABANA, Responsabilidad..., cit., pág. 44; LÓPEZ MESA, op. cit., pág. 128.
También numerosos autores de ponencias presentadas en las Primeras Jornadas
Chaqueñas de Derecho Civil y Procesal Civil, todos citados en BORDA, Alejandro, “El
homenaje a Augusto Mario Morello y la teoría de los actos propios”, E.D., t. 124, pág.
835, nota nro. 5.
(nota 3) En sentido similar GOZAÍNI, op. cit., pág. 201, quien afirma que el carácter
residual de la teoría de los actos propios es relativo.
(nota 8) BORDA, Tratado de derecho civil, Parte General, T. II, pto. 897.
(nota 10) BORDA, Tratado de derecho civil, Parte General, T. I, pto. 31.
(nota 11) MINOPRIO, op. cit., Rev. del Not., nro. 742, pág. 1257.
(nota 12) BIANCHI-IRIBARNE, op. cit., E.D., t. 106, pág. 860. Autos: “Haude, Pablo B.
c/ Merkle de Zahler, Gertrudis”, Cámara Especial Civil y Comercial Capital Federal, Sala
III, 24-XII-73, L.L., t. 154, pág. 252; también en AMADEO, op. cit., nro. 145.
(nota 15) MINOPRIO, op. cit., Rev. del Not., nro. 742, pto. 1266.
(nota 20) MOISSET DE ESPANÉS, op. cit., L.L., t. 1983, pág. 523.
(nota 21) MOISSET DE ESPANÉS, Luis, síntesis dada en LÓPEZ CABANA, “La
indexación de las deudas dinerarias”, J.A., t. 1976-III, pág. 795, nota 68. En similar
sentido: autos: “Buscarini, Lucía c/ Rut Don S.A.”, Cámara Civil de la Capital Federal,
Sala C, 19-X-78, E.D., t. 81, pág. 611; L.L., t. 1979-B, pág. 28.
(nota 22) Autos: “Barkevián, Núber c/ Barkevián de Addis, Rosa”, Cámara Civil Capital
Federal, Sala G, 14-V-81, E.D., t. 95, pág. 220.
(nota 25) Autos: “T. S. 6ª S., 12-V-81, Ponente: Sr. Rams Catalán”, La Ley Española, t.
1981-3, pág. 226.
(nota 26) Autos: “Olowakrywa, Israel c/La Franco Argentina Compañía de Seguros”,
Cámara Comercial Capital Federal, Sala D, 9-III-84, L.L., t. 1984-B, pág. 458 Ver Texto .
(nota 27) Autos: “U. de S., E.M. c/U., A. J. y otros”, Cámara Civil Capital, Sala B, 12-VI-
79, E.D., t. 85, pág. 348.
(nota 28) Autos: “Banco Cooperativo Agrario Argentino Ltdo. c/sucesores de Felipe
Ramondelli S.R.L.”, Cámara Civil Capital, Sala B, 27-V-80, en AMADEO, op. cit., nro.
100.
(nota 31) MINOPRIO, op. cit., y jurisprudencia citada, Rev. del Not., nro. 742, pág.
1268.
(nota 32) Así se ha resuelto que una persona no puede impugnar un negocio irregular
cuando ha ejecutado voluntariamente dicho negocio, o de cualquier manera ha prestado
con sus actos su aquiescencia a dicho negocio (autos: “Bellone, Próspero c/Devoto
S.A.”, Cámara Comercial Capital, Sala A, 20-II-80, L.L., t. 1984-A, pág. 522, sum. 12).
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
Ahora bien, es importante destacar que a los efectos de la “conducta interpretativa”, las
declaraciones expresas de voluntad que interesan, son los actos llevados a cabo por las
partes (acerca de las declaraciones tácitas y expresas de voluntad, ver pto. 106) y no las
nuevas declaraciones de voluntad expresadas con palabras.
Estas últimas, en realidad, dan nacimiento a otro negocio jurídico que tiene por fin
esclarecer el primero. En cambio, la conducta interpretativa, es decir, los actos o
conductas llevadas a cabo por las partes, no dan nacimiento a un nuevo negocio sino
que se limitan a dar un sentido interpretativo a lo convenido anteriormente. Como
ejemplos de conducta interpretativa podemos mencionar los siguientes:
Las cuestiones que caen en la órbita de la conducta interpretativa deben ser resueltas
por dicha norma y no por aquel brocardo (ver nota 3).
Por lo tanto, la norma que sanciona la conducta interpretativa (art. 218 Ver Texto , inc.
4º, Cód. Com.), aunque teñida en la teoría de los propios actos, tiene vida propia y debe
por sí misma resolver los problemas que pudieren plantearse (ver nota 4). Por lo demás,
la regla que sanciona el venire contra factum tiene el carácter de norma supletoria, es
decir, actúa en defecto de una disposición que pueda aplicarse exactamente al caso.
Finalmente, podemos señalar una diferencia que existe entre ambas figuras. La teoría de
los actos propios tiene en vista la conducta objetiva de la parte que puede haber creado
confianza en la contraria; la “conducta interpretativa” requiere algo más: necesita que
sean actos comunes a ambas partes, o bien, actos ejecutados por una de ellas pero con
el asentimiento, aquiescencia o aceptación de la otra (ver nota 5). En el ejemplo dado
más arriba, al afirmarse que se trataba de un contrato de locación porque ése era el
resultado que podía obtenerse de interpretar la conducta llevada a cabo por el sujeto que
efectuaba los pagos, se debía tener en cuenta, además, que el otro sujeto realizaba
distintos actos cada vez que aceptaba un pago.
1121/11320
Esta última consiste en el interrogatorio al que es sometido cualquiera de las partes por
la contraria durante el trámite de un juicio y en el momento procesal oportuno. La prueba
de confesión está regulada, en nuestro derecho, por los artículos 404 Ver Texto y
siguientes del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación. Al referirnos a la confesión
en sentido estricto hacemos alusión al resultado de dicha prueba en tanto la parte
reconoce hechos que le son perjudiciales (ver nota 6). La confesión en un sentido no tan
restringido consiste en el reconocimiento de hechos determinados, sea en el trámite de
un juicio o fuera de él.
Sin embargo, como hemos dicho, la confesión extrajudicial puede obligar al confesante.
En estos casos no es factible retractarse. Atacar el hecho confesado es, ciertamente,
una forma de conducta contradictoria (ver nota 7) y podría ser confundida con la teoría
de los actos propios. Sin perjuicio de ello, consideramos que no son figuras
identificables, aunque existe jurisprudencia en este sentido (ver nota 8).
1121/11330
Entre la renuncia tácita y la teoría de los propios actos pueden establecerse puntos en
común. En efecto, así como de una conducta determinada puede inferirse una renuncia
de un derecho subjetivo, es decir, su extinción; así el acto contradictorio produce la
pérdida de un derecho subjetivo debido a que se impide que prospere el ejercicio de ese
derecho (ver nota 10). He aquí la posibilidad de establecer la conexión entre ambas
figuras y, también, de confundirlas (ver nota 11); tanto la renuncia como la pérdida de un
derecho subjetivo importa su extinción y, por lo tanto, la imposibilidad de volver a
ejercerlo (ver nota 12).
Pese a lo expuesto, podemos afirmar que se trata de figuras diferentes. En primer lugar,
la renuncia se apoya en una voluntad de abandono del derecho subjetivo, en tanto que la
regla venire contra factum proprium non valet se opone a una persona para impedirle el
ejercicio de un derecho contrario a una conducta anterior y aunque éste no haya
manifestado voluntad de renunciarlo (ver nota 13) y (ver nota 14). En segundo lugar, la
renuncia tácita necesita de un acto que importe una manifestación exterior y que tiene
como fin la abdicación de un derecho propio en favor de otro sujeto; la regla de derecho
que sanciona la conducta contradictoria se convierte en una resolución judicial que
paraliza el ejercicio de un derecho porque resulta contradictorio con el sentido que,
objetivamente y de buena fe, se atribuye al propio comportamiento precedente (ver nota
15) sin que, en realidad, se haya manifestado la voluntad de renunciar algún derecho
subjetivo o una posición jurídica ventajosa (ver nota 16).
Por lo tanto, la conducta necesaria para que exista la renuncia tácita constituye una
declaración expresa de voluntad consistente en la abdicación de un derecho subjetivo.
Por su parte, la teoría de los propios actos sanciona el comportamiento contradictorio. De
lo expuesto, se deduce que la renuncia tácita implica la extinción de un derecho, es
decir, la imposibilidad perenne de ejercerlo; la mentada teoría, en cambio, sanciona la
conducta contradictoria pero sólo vincula al declarante con respecto a la persona en
quien esa primera conducta ha podido despertar confianza (ver nota 17). La renuncia
tácita tiene efectos erga omnes, la regla venire contra factum los tiene inter partes.
Otra diferencia destacable es que la renuncia tácita actúa en el campo de los negocios
jurídicos (a diferencia de la teoría de los propios actos) y ello implica que para que sea
válida el acto no debe estar viciado. Esta circunstancia no tiene incidencia en la citada
teoría salvo que la conducta vinculante fuera nula de nulidad absoluta (ver nota 18).
Por otra parte, los efectos de la renuncia tácita nacen en el abandono formulado por una
declaración de voluntad; en cambio, en la regla venire contra factum dichos efectos se
originan en la propia regla y en la protección de la buena fe, y pueden ser contrarios a la
voluntad del interesado (ver nota 19).
Finalmente, cabe destacar que la renuncia tácita ha tenido recepción legislativa a través
de la sanción del artículo 873 Ver Texto del Código Civil que la permite, salvo en los
casos que la propia ley establezca que debe ser efectuada de modo expreso. Esto
acarrea las consecuencias ya señaladas anteriormente (ver pto. 107). Aquí nos
detendremos para analizar —brevemente— cierta jurisprudencia que confundiendo la
renuncia tácita con la teoría de los actos propios ha fallado contra legem en forma clara.
A la muerte de una persona se inician dos sucesiones: una, por la “segunda esposa” del
causante (prima facie, se trataría de un matrimonio nulo por impedimento de ligamen
celebrado en el país); otra, por los hijos habidos en el primer matrimonio del causante.
Aquella sucesión se acumuló a ésta posteriormente, y se dictó declaratoria de herederos
donde se estableció: a) el causante era de estado civil viudo de la primera esposa; b) los
hijos habidos en el primer matrimonio fueron considerados tales; c) la hija fruto de la
unión del causante y la “segunda esposa” fue considerada extramatrimonial. En dicha
declaratoria no fue incluida la “segunda esposa” y, además, ésta guardó silencio en tanto
no apeló la resolución. Este silencio fue tomado como una renuncia tácita a los derechos
patrimoniales que podrían haber sido ejercidos si el matrimonio fuera válido. En estas
condiciones se resolvió que importa ir contra los propios actos, el invocar su matrimonio
para pretender el derecho real de habitación, como viuda, cuando en el sucesorio se
había contentado con ser condómina (ver nota 20). Sintéticamente, se resuelve que esta
mujer ha renunciado tácitamente a la herencia; y esto es contrario a la ley.
Justamente, la renuncia a la herencia es uno de los supuestos que la ley requiere que
sea formulada expresamente (arts. 3345 Ver Texto y 1184 Ver Texto , inc. 6º, Cód. Civ.),
pudiendo ser solamente sustituida mediante acta labrada en las actuaciones judiciales.
Además, la renuncia a la herencia sólo comprendería al derecho real de habitación, en el
caso en que éste fuera efectivamente un derecho hereditario, lo que está ampliamente
controvertido. Por último, no parece que el reclamo del derecho real de habitación sea
contradictorio con el haber guardado silencio (ver pto. 97 y sigs.) respecto de la
declaratoria de herederos, máxime que en caso de duda habrá de estarse a favor de la
vigencia del derecho y no en su contra. Como dice Goldschmidt, el legislador ha exigido
una forma determinada para la renuncia a la herencia, por lo que parece inadmisible
rechazar cualquier acto del heredero que contenga una aceptación de herencia sobre la
base de que se consideren distintos actos anteriores como equivalentes a una “renuncia”
que no obstante carece de la forma debida; así se introduce de “contrabando” una
renuncia informal ilegítima (ver nota 21).
1121/11340
118. k) De la preclusión
Pero las diferencias son importantes. Por una parte, el principio de la preclusión es más
amplio que la regla venire contra factum proprium, y por otra, es más reducido. Es más
amplio, por cuanto sólo una de las tres situaciones en que puede aplicarse dicho
principio coincide con la citada regla, como lo hemos visto precedentemente. Es más
reducido, por cuanto la teoría de los propios actos es aplicable a la conducta
contradictoria efectuada en juicio y, además, a la realizada fuera de él.
Finalmente, cabe repetir la afirmación tantas veces hecha y explicada anteriormente (ver
pto. 107); si la ley regula una solución expresa para algún comportamiento contradictorio,
es esta norma la que debe aplicarse y no la regla venire contra factum proprium. Y en
este caso este concepto adquiere plena validez. Al principio de la preclusión responden
esencialmente los artículos 383 Ver Texto , 402 Ver Texto , 410 Ver Texto , 432 Ver
Texto , 434 Ver Texto , 437 Ver Texto , 454 Ver Texto y 463 Ver Texto del Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación.
1121/11350
También se ha confundido este principio con la teoría de los actos propios, aunque para
nuestro entender la diferenciación es por demás nítida. El principio de la congruencia
obliga a las resoluciones judiciales a guardar conformidad entre su contenido y el objeto
de las pretensiones y oposiciones que delimitan el thema decidendum (ver nota 25).
Este principio procesal ha sido receptado en nuestro derecho positivo a través de los
artículos 34 Ver Texto , inciso 4º, y 163 Ver Texto , inciso 6º del Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación. En la primera norma se establece el deber del juez de fundar
toda sentencia definitiva o interlocutoria —bajo pena de nulidad— respetando la
jerarquía de las normas vigentes y el principio de la congruencia. La segunda dispone
que la sentencia definitiva de primera instancia deberá contener la decisión expresa,
positiva y precisa de conformidad con las pretensiones deducidas en el juicio.
Por lo tanto, el principio de la congruencia es claramente distinto a la teoría de los actos
propios. En primer lugar, porque aquél constituye una norma positiva del ordenamiento
legal vigente y ésta es una regla de derecho derivada del principio general de la buena
fe. En segundo lugar, porque el principio de la congruencia no sanciona la conducta
contradictoria sino la pretensión de introducir cuestiones ajenas al thema decidendum,
con lo que se impediría el necesario control de la contraparte pudiendo conducir al
dictado de una resolución que decidiera sobre cuestiones no debatidas. En tercer lugar,
el principio de la congruencia es un principio procesal con valor sólo en el proceso; en
tanto que la teoría de los actos propios tiene valor extraprocesal, toda vez que puede ser
esgrimida en la acción misma.
Pese a lo expuesto, la confusión ha existido; valga como ejemplo el que dan Morello y
Stiglitz citando una sentencia dictada por la Suprema Corte de la Provincia de Buenos
Aires, en la que se resolvió que resulta inadmisible fundar un recurso de inaplicabilidad
de ley apartándose del contenido de la demanda (la que tenía por objeto la resolución de
un contrato fundado en la teoría de la imprevisión) basándose en el incumplimiento del
comprador demandado de un pacto comisorio, debido a que ese cambio de enfoque
importa atentar contra la teoría de los actos propios (ver nota 26). Parece claro, que el
recurso de inaplicabilidad de ley debe ser desestimado pero fundándoselo en el principio
de la congruencia que preserva a la sentencia de las alteraciones a las pretensiones que
sirvieron de base para articular el pleito (ver nota 27).
1121/11360
Éste es un típico caso de aplicación del postulado de la igualdad de las partes, máxime si
se tiene en cuenta que la teoría de los actos propios tiene sólo efectos inter partes (ver
pto. 92 y sigs.) y no respecto de terceros. En el ejemplo dado, el segundo embargante es
evidentemente un tercero en la relación primer embargante-deudor. Además, no se da
uno de las condiciones necesarias para que pueda hablarse de teoría de los actos
propios: no existe identidad de sujetos (ver nota 29) (ver ptos. 76 y 92).
(nota 2) Sin embargo, no habrá de olvidarse lo dicho más arriba (nro. 107) en cuanto al
carácter relativo de la residualidad de la teoría de los actos propios, cuando se trata de
casos dudosos. Por eso, compartimos un fallo que resolvió que si una parte ha
contribuido a fijar el sentido que debía darse una cláusula contractual con su
comportamiento general en los hechos no puede pretender luego un alcance distinto
pues ello implica receptar un venire contra factum proprium (autos: “Grinberg, José
c/Expreso Soliani de Richi Hnos.”, Cámara Comercial Capital, Sala A, 30-VI-95, L.L., t.
1995-E, pág. 433). Sea conducta interpretativa de la cláusula en cuestión, sea
comportamiento incoherente, la solución es adecuada.
(nota 8) Autos: “R., A. c/L. D. de R., L. S.”, Cámara Civil Capital Federal, Sala C, 13-
XII-79, E.D., t. 87, pág. 534, Rev. del Not., nro. 850, pág. 912.
(nota 11) Autos: “Alvarez de Pardo, Julia sobre sucesión”. Cámara Civil Capital
Federal, Sala E, 6-VI-80, L.L., t. 1983-D, pág. 523; autos: “Lauricelle, Graciela M.
c/Hubscher, Julio y otro”, Cámara Civil Capital, Sala E, 7-XII-79, E.D., t. 87, pág. 152;
también en AMADEO, op. cit., 1986, nro. 127; autos: “Palomino, Alfredo c/Noguero
Rodríguez, E.”, Cámara Civil Capital, Sala G, 22-IV-81, en AMADEO, op. cit., nro. 140.
(nota 12) MOISSET DE ESPANÉS, op. cit., L.L., t. 1983-D, pág. 523.
(nota 14) PUIG BRUTAU, op. cit., pág. 102; ALBERTI, op. cit., nro. 11.
(nota 17) MOISSET DE ESPANÉS, op. cit., L.L., t. 1983-D, pág. 526.
(nota 18) DÍEZ-PICAZO, op. cit., pág. 162. En sentido similar: autos: “Ruiz Villanueva,
Arturo H. c/Banco Hipotecario Nacional”, Cámara Federal Civil y Comercial Capital
Federal, Sala II, 17-VI-80, E.D., t. 90, pág. 601.
(nota 19) PUIG BRUTAU, op. cit., pág. 102.
(nota 20) Autos: “L. de S., M. J. y otros c/L. F., V. y otra”, Cámara Civil Capital Federal,
Sala C, 17-III-81, E.D., t. 95, pág. 234.
(nota 22) MORELLO, Augusto Mario - SOSA, Gualberto Lucas - BERIZONCE, Roberto
Omar, Códigos Procesales en lo Civil y Comercial de la Provincia de Buenos Aires y de
la Nación —Comentados y Anotados—, T. I, pto. 164, pág. 623.
(nota 23) Se ha llegado a afirmar que la preclusión puede ingresar en los cuadros
generales de la sanción de las conductas contradictorias, ya que resulta contrario a la
doctrina de los propios actos el impugnar ahora una conducta procesal que en su
momento no fue cuestionada (autos: “Bodegas y Viñedos Narice S.A.”, Cámara
Comercial Capital, Sala D, 26-X-83, en AMADEO, op. cit., nro. 77).
(nota 27) También entendemos que existe esta confusión en el siguiente caso: la parte
actora calificó el vínculo que la unía con la demandada como comodato al promover la
demanda, más luego el expresar agravios contra la sentencia desestimatoria lo calificó
de mutuo. El tribunal aplicó el art. 277 Ver Texto del CPCCN para rechazar los agravios y
agregó que la posición de la actora se agravaba por la contradicción incurrida (autos:
“Bodegas y Viñedos Giol c/Stassi, Norberto”, Cámara Comercial Capital, Sala D, 5-XII-
84, en AMADEO, op. cit., nro. 86). A nuestro juicio, el caso es un típico ejemplo de
aplicación del principio de congruencia.
1121/11370
1121/11380
Aun cuando la doctrina no tiene criterio formado, existiendo diferentes posturas jurídicas,
nosotros entendemos que la regla que sanciona como inadmisible la conducta
contradictoria goza de una amplia aplicación procesal, lo cual permite que la equidad
ingrese en el procedimiento (ver nota 1); se puede echar mano de ella al interponer la
demanda, al contestarla, al reconvenir, al contestar la reconvención, al alegar, al
expresar agravios, al responder a éstos e incluso el juez puede aplicarla de oficio (ver
nota 2).
Por eso es que sostenemos que la conducta contradictoria que esta regla sanciona, no
requiere necesariamente que la incoherencia deba suscitarse en el pleito mismo; por el
contrario, al sustentar una postura amplia afirmamos que: a) tanto la conducta vinculante
como la pretensión contradictoria pueden acaecer en las propias actuaciones judiciales o
antes de ellas; b) la conducta vinculante puede haber sido ejecutada con anterioridad a
la iniciación del pleito, en tanto que la pretensión contradictoria puede ser ejecutada
durante su transcurso (ver nota 3).
Esta posición parece ser también la de la Corte Suprema Federal, pues se ha limitado a
establecer, sin hacer referencia a pleito alguno, que los comportamientos incompatibles
con la conducta idónea anterior violentan el principio que impide ir contra los propios
actos (ver nota 4).
1121/11390
Nuestro Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, con la reforma de la ley 22434
<>, incluye una norma de suma importancia en el tema que venimos estudiando; en el
artículo 163 Ver Texto , inciso 5º, se establece que “la conducta observada por las partes
durante la sustanciación del proceso podrá constituir un elemento de convicción
corroborante de las pruebas, para juzgar la procedencia de las respectivas
pretensiones”. Esta norma, nacida del artículo 116 del Código Procesal Civil italiano,
tiene el valor de sancionar la teoría de los actos propios en forma expresa, más allá de
que pudiera igualmente ser aplicada por constituir una regla de Derecho derivada del
principio general de la buena fe.
Por otra parte, esta norma tiene la importancia de asignarle al tribunal la prerrogativa de
poder valorar de oficio la conducta de las partes, y establecer el carácter contradictorio
de las pretensiones. Es más, sin tener en cuenta dicha norma, se ha sostenido que el
juez puede aplicar legítimamente la regla que sanciona el comportamiento incoherente
cuando hubieran en el proceso conductas contradictorias (ver nota 5), (ver nota 6) y (ver
nota 7), salvo que se menoscabe el derecho de defensa en juicio (ver nota 8), cuanto
más ahora que existe el citado artículo 163 Ver Texto del Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación.
Por lo demás, los jueces deben fallar conforme con la regla iura novit curia, lo que les
permite aplicar la teoría de los actos propios aun cuando no hubiera sido invocada por
las partes (ver nota 13). Es que los tribunales —como se ha resuelto— tienen el deber de
impedir la incoherencia, los comportamientos contradictorios y la mala fe, evitando que
ello se generalice en el mundo de los negocios con el irreparable perjuicio que traería
aparejado en la confianza del público y el normal y leal desenvolvimiento comercial de
nuestra sociedad (ver nota 14).
1121/11400
En la gran mayoría de los casos la teoría de los actos propios actúa como una defensa,
sea al contestar la demanda, sea al contestar la reconvención, sea al alegar o expresar
agravios o al contestar éstos. Ello se debe a que la pretensión esgrimida al demandar o
reconvenir puede ser contradictoria con la propia conducta anterior.
No se trata de una excepción procesal sino de una defensa sustancial (ver nota 15). Aun
cuando ha sido receptada por nuestro Código Procesal Civil y Comercial de la Nación
(art. 163 Ver Texto , inc. 5º), no está incluido entre las excepciones previas (art. 347 Ver
Texto ) ni entre las excepciones a los juicios ejecutivos (art. 544 Ver Texto ). Por tratarse
de una defensa sustancial, es que no es imprescindible alegar la teoría de los actos
propios al contestar la demanda o la reconvención, ampliándose la posibilidad de usarla
en las siguientes etapas procesales.
Asimismo, como ya hemos dicho, entendemos que la regla venire contra factum
proprium non valet es utilizable al demandar o al reconvenir; es decir, puede constituir el
antecedente de una pretensión contra quien obró actos contradictorios (ver nota 16).
Quien ha creado la “apariencia” (tesis de Puig Brutau) de una cualidad que no ostenta,
no puede discutirla a quien confió en dicha apariencia (ver nota 17), ello porque se viola
la buena fe de quien ha confiado en esa apariencia, en tanto el sujeto activo va en contra
de sus propios actos. A igual solución podemos llegar con la tesis de Díez-Picazo (que
defendemos) que preserva la necesidad de guardar un comportamiento coherente, de tal
manera que sin recurrir a la ficción de la apariencia, es necesario proteger la buena fe de
quien ha confiado en determinada conducta que posteriormente ha sido contradecida. Si
todo ello ha ocurrido fuera de las actuaciones judiciales puede constituir válidamente el
fundamento de la acción.
La teoría de los actos propios es utilizable como fundamento de la acción; por ejemplo,
en el supuesto siguiente: un sujeto que ocupa un inmueble ajeno y al mismo tiempo paga
al titular de dominio una suma mensual sin que exista contrato alguno, no puede
posteriormente dejar de pagar y pretender constituirse en poseedor simple sin que esta
variación del comportamiento importe una pretensión contradictoria que puede ser
alegada por el propietario en una acción reivindicatoria.
Por ello hacemos nuestra la sexta conclusión a la que arribaron las IXas. Jornadas de
Derecho Civil celebradas en Mar del Plata durante el año 1983, en donde se afirmó que
la teoría de los propios actos es invocable como defensa y también para fundar en ella la
existencia de un derecho.
Y como resultado del requisito de la conducta vinculante, para que la teoría de los
propios actos sea invocable resulta imprescindible que tanto el actor como el demandado
estén legitimados para obrar. Esta legitimación nace de la relación jurídica existente
entre dos personas; por ello, tanto el sujeto activo como el pasivo deben ser —
indistintamente— actor y demandado durante el proceso judicial (ver nota 18).
Finalmente, se ha llegado a sostener, incluso, que la doctrina de los actos propios puede
funcionar como “argumento de prueba”, idóneo para conformar la convicción del tribunal
en virtud de concurrir dos conductas procesales contradictorias entre sí, aunque una de
ellas no consista necesariamente en el ejercicio de una pretensión (ver nota 19).
1121/11410
Desde antiguo nuestra Corte Suprema de Justicia ha sostenido la tesis negativa, por
considerar que esa conducta inicial comporta una renuncia al derecho de impetrar la
declaración de inconstitucionalidad (ver nota 20).
Tal argumento ha sido agudamente criticado por Alsina Atienza, quien sostiene que las
garantías individuales protegidas por la Constitución Nacional son irrenunciables
anticipadamente. Ello es así porque tales garantías son acordadas en el interés general
del orden público y constituyen la base de las instituciones sociales y jurídicas de nuestro
país. Añade que cualquier renuncia a invocarlas en el futuro, por muy expresa que fuera,
adolecería de una nulidad absoluta y manifiesta, por ser contrario al orden público
protegido —entre otros— por el artículo 953 Ver Texto del Código Civil (ver nota 21).
¿Cuál es la solución justa? A nuestro juicio dos son las cuestiones que deben
distinguirse:
a) Si nos enmarcáramos en los términos del debate, esto es, si tal sometimiento inicial
importa o no renunciar tácitamente a alegar la inconstitucionalidad de la norma, es
necesario determinar previamente si tal sumisión es libre, espontánea y voluntaria. Si el
sometimiento reúne estas condiciones la renuncia es válida; en cambio, si obedece a
una obligación legal, resulta abusivo e improcedente porque la renuncia a un derecho no
se presume (ver nota 22). Y desde luego, no es posible invocar la teoría en estudio para
negar un derecho al que la Constitución Nacional le confiere carácter irrenunciable,
aunque antes hubiera consentido la denegatoria (ver nota 23).
b) Por nuestra parte, entendemos que esta sumisión inicial debe ser juzgada dentro del
marco de la teoría de los actos propios y no de la renuncia tácita. Las diferencias han
sido anteriormente estudiadas (nro. 117) y allí nos remitimos. Sólo cabe señalar en esta
oportunidad que tomar una u otra posición implica observar la cuestión desde distintos
ángulos. Solucionar el problema sobre la base de la renuncia tácita importa colocarse en
el lugar del renunciante; en cambio, resolverlo de acuerdo con la teoría de los actos
propios implica situarse en el lugar de quien es el sujeto pasivo de la conducta. Y ésta es
una diferencia sustancial porque —en este último caso— se protege la buena fe del
receptor.
Quien acata una norma sin expresar reservas, teniendo la posibilidad de hacerlo, no
puede desconocerla más tarde pretendiendo cancelar las consecuencias que de su
aplicación se derivaren en el campo de las relaciones jurídicas (ver nota 24). Ello es así
porque su conducta inicial, si es deliberada y jurídicamente relevante y eficaz, ha
despertado en otro sujeto una confianza determinada en el sentido de que guardaría un
comportamiento coherente. En otras palabras, no es eficaz la invocada violación de
garantías constitucionales cuando el perjuicio sufrido deriva de la propia conducta
discrecional del recurrente (ver nota 25). Por lo tanto, si la primera conducta ha sido
deliberada, jurídicamente eficaz y relevante, y no se han expresado reservas, ello obsta
a pretender posteriormente la declaración de inconstitucionalidad de la norma a la cual la
conducta primigenia se ajustó (ver nota 26).
1121/11420
123-2. ¿Es Aplicable la Teoría de los Actos Propios contra el Propio Tribunal que
actúa Incongruentemente?
b) Cuando se presenta un escrito formulando una petición, al que corresponde dictar una
providencia de las que deben ser notificadas por cédula, y el tribunal —que ordena la
notificación por esa vía— considera al presentante notificado por ministerio de la ley.
Ya hemos tenido oportunidad de referirnos a esta cuestión (ver nota 29). Los ejemplos
que pretenden avalar la idea pueden ser atrayentes pero no convincentes.
Últimamente, las huellas de Eisner han sido seguidas por Condomi, quien trae como
ejemplo de acto incoherente del tribunal el siguiente: un codemandado presenta un
escrito planteando la nulidad de lo actuado hasta entonces y pide la fijación de nueva
audiencia confesional que estaba convocada para el día siguiente; la audiencia de
absolución de posiciones de todos modos se lleva a cabo, a la que no comparece el
nulidicente pero sí la actora y el restante codemandado; por último, se rechaza la nulidad
opuesta pero se decide, sin embargo, fijar nueva audiencia confesional (ver nota 32).
López Mesa también critica nuestra postura. Afirma que: a) el recurso extraordinario por
arbitrariedad está hoy severamente restringido por nuestros tribunales; b) la Suprema
Corte de la Provincia de Buenos Aires impide la revisión pues considera que la aplicación
de la teoría de los actos propios es una cuestión de hecho; c) puede pensarse, “a poco
andar” en supuestos en donde el tribunal vuelve contra sus propios actos y no configuran
arbitrariedad ni violan el postulado de igualdad de las partes (ver nota 34).
Por nuestra parte, compartimos la certera crítica de Ribichini quien, en síntesis, sostiene
que frente al texto expreso de la ley que dispone la notificación ministerio legis de las
resoluciones, no puede argumentarse que la práctica seguida anteriormente por el
tribunal de notificarlas por cédula genere en el litigante un derecho al mantenimiento de
tal proceder, de tal modo que su variación para ajustarse al texto legal suponga colocarlo
en estado de grave indefensión (ver nota 36). Sin embargo, pensamos que la solución
debería variar si el interesado hubiera pedido aclaración al juez de grado sobre la forma
de notificación aplicable, y en esa oportunidad se le hubiese hecho saber que debía
estarse a la notificación por cédula; en tal caso, dicha circunstancia habría generado una
razonable expectativa de que las resoluciones dictadas en ulteriores instancias serían
notificadas por idéntico medio (ver nota 37).
1121/11430
123-3. La Teoría de los Actos Propios y el Derecho Administrativo (ver nota 38).
A nuestro juicio el dilema debe resolverse en el sentido de que la regla venire contra
factum proprium non valet es invocable contra el Estado (ver nota 40).
Una vez establecido que la teoría de los actos propios es aplicable cuando el Estado
interviene en la relación jurídica, queda por determinar si se requiere su invocación
expresa por el particular afectado (ver nota 44) o si puede ser aplicable de oficio (ver
nota 45). Sin vacilar adherimos a esta última postura. Es que si lo disvalioso es el
comportamiento contradictorio y ello es lo sancionable, no se advierte razón alguna para
impedir la aplicación de la teoría por el hecho de que no haya sido invocada
expresamente por el particular. Ahora bien ¿cuál es la consecuencia de aplicar la teoría
de los actos propios? Anular el acto contradictorio (ver nota 46).
Una última cuestión que cabe señalar es la posibilidad de invocar la teoría de los actos
propios en el campo del derecho tributario. Por nuestra parte, no dudamos en que es
plenamente aplicable; y en tal sentido, hacemos nuestro lo dicho por Claro Casado en el
derecho español, quien afirma que la teoría en estudio es aplicable pues “constituye para
la Administración y para el administrado, en este caso el contribuyente, un principio de
derecho que rige sus actuaciones, arroja una luz sobre el proceso de trámite de actos
económicos-administrativos y, en definitiva, constituye una garantía más en cuanto a la
seguridad jurídica de lo actuado y en cuanto a la buena fe y correcto uso de la ley en el
campo del derecho tributario” (ver nota 49).
(nota 2) VIVES, op. cit., nro. II-B, pág. 946; PEYRANO-CHIAPPINI, op. cit., pág. 818,
quienes agregan que la articulación de una pretensión incidental (o a raíz de su
contestación) incongruente respecto de una actitud anterior permite aplicar la doctrina de
los propios actos (nro. VI-1).
(nota 9) PALACIO, Lino Enrique, Estudio de la reforma procesal civil y comercial, ley
22434, pto. 67.
(nota 10) FALCÓN, Enrique M., Código Procesal Civil y Comercial de la Nación,
Anotado-Concordado-Comentado, T. II, pto. 163.9.12, pág. 146.
(nota 11) PEYRANO-CHIAPPINI, op. cit., J.A., t. 1985-IV, pág. 818, e “Informe
actualizado sobre la doctrina de los propios actos en el campo procesal”, E.D, t. 119,
pág. 927, nro. I; LÓPEZ MESA - VERGARA DEL CARRIL, op. cit., E.D., t. 168, pág. 899.
También, LÓPEZ MESA, op. cit., pág. 74.
(nota 13) Autos: “Pereyra, Eduardo F. c/Río de la Plata y otros”, Cámara Civil y
Comercial de Lomas de Zamora, Sala II, 17-XII-92, J.A., t. 1993-IV, pág. 285 Ver Texto .
(nota 14) Autos: “Colombo, Antonio c/ Apolo Cía. de Seguros”, Cámara Comercial
Capital, Sala A, 15-III-85, D.J., t. 1985-I, pág. 832; BORDA, Tratado de derecho civil,
Parte General, T. I, pto. 14-XI.
(nota 15) DÍEZ-PICAZO, op. cit., pág. 249; LÓPEZ MESA, op. cit., pág. 110.
(nota 16) ALTERINI-LÓPEZ CABANA, op. cit., L.L., t. 1984-A, pág. 878. Los mismos
autores, Responsabilidad..., pág. 45. En contra: ALBERTI, op. cit., nro. 16; LÓPEZ
MESA, op. cit., pág. 109.
(nota 17) MINOPRIO, op. cit., Rev. del Not., nro. 742, pág. 1260.
(nota 18) Autos: “Cosmopolita S.R.L. c/ Editorial Caymi Soc. en Com. por Accs. y
otros”, Cámara Civil Capital Federal, Sala E, 28-VII-83, L.L., t. 1984-B, pág. 406.
(nota 19) PEYRANO-CHIAPPINI, op. cit., J.A., t. 1985-IV, pág. 818. Son ejemplo de
ello los siguientes: a) el cónyuge supérstite no puede intentar ejercer el derecho real de
habitación luego de haber comparecido a audiencias tendientes a partir el inmueble, más
aún cuando en una de ellas las partes se comprometieron a solicitar tasaciones en forma
privada a ese fin (autos: “Zutovsky, Wulf, sucesión”, Cámara Civil Capital Federal, Sala
F, 3-VI-82, J.A., t. 1983-II, pág. 116 Ver Texto , también en AMADEO, op. cit., nro. 137),
b) la parte que constituye dos domicilios en un juicio no puede prevalerse de dicha
circunstancia en desmedro de la contraria porque la constitución de nuevo domicilio
(aunque no haya sido tenida por tal en el juzgado ni notificada a la contraparte) le es
oponible en virtud de la doctrina de los actos propios (autos: “Arimex Importadora S.A. c/
Cotto de Román, Mabel”, Cámara Comercial Capital Federal, Sala E, 12-II-87, L.L., t.
1987-B, pág. 432 Ver Texto ).
(nota 20) Autos: “The South American Stores Gath & Chaves c/ Provincia de Buenos
Aires”, Corte Suprema de Justicia de la Nación, 24-VIII-27, J.A., t. 30, pág. 283. Éste y
otros fallos más han sido comentados por ALSINA ATIENZA, op. cit., E.D., t. 119, pág.
819.
(nota 21) ALSINA ATIENZA, op. cit., E.D., t. 119, ptos. II, III, V y VII, t. 119, pág. 819.
En el mismo sentido, autos: “Morales, Guido W. c/Estado Nacional — Ministerio de
Defensa”, Cámara Federal Contenciosoadministrativo Capital, Sala II, 1-III-94, L.L., t.
1995-A, pág. 103.
(nota 22) BIDART CAMPOS, citado por ALSINA ATIENZA, op. cit., pág. 819, pto. VII-A.
(nota 24) Fallo citado duramente criticado por ALSINA ATIENZA, op. cit., pto. V, E.D., t.
119, pág. 819.
(nota 25) Autos: “Girotti Albini de Sommi, Magdalena Ángela”, Corte Suprema de
Justicia, 30-IV-87, en LÓPEZ MESA, op. cit., pág. 58.
(nota 26) Autos: “Entre Ríos Provincia de c/Empresa Nacional de Correos y Telégrafos
s/ejecución fiscal”, Corte Suprema de Justicia, 25-IX-97, E.D., t. 176, pág. 688, sum.
1594 Ver Texto ; “Banco del Chaco c/sucesión de Segundo N. Quiña y/o herederos
declarados s/ejecución hipotecaria”, Corte Suprema de Justicia, 15-IX-88 Ver Texto , en
LÓPEZ MESA, op. cit., pág. 58; “Molina de Barilati, Esther c/Estado Nacional —
Ministerio de Defensa s/cobro de haberes y pensión militar”, Corte Suprema de Justicia,
31-VIII-89, en LÓPEZ MESA, op. cit., pág. 59; “Lami de García, Liliana H. y otros”, Corte
de Justicia de la Provincia de Salta, 9-VI-92, J.A., t. 1992-IV, pág. 676 Ver Texto .
(nota 27) EISNER, Isidoro, “La doctrina de los propios actos compromete también al
obrar del tribunal (venire contra factum proprium non valet)”, L.L., t. 1987-C, pág. 820. En
el mismo sentido: LÓPEZ MESA - VERGARA DEL CARRIL, op. cit., E.D., t. 168, nro. C-
15, pág. 899; COLERIO, Juan P., “La doctrina de los propios actos, la prueba
conducente y el principio de congruencia”, en Derecho procesal en vísperas del siglo
XXI. Temas actuales en memoria de los profesores Isidoro Eisner y Joaquín Alí Salgado,
coordinador: Roland Arazi, pág. 123, nro. 2; SOSA, Toribio E., “La doctrina de los propios
actos y la aprobación de la liquidación”, D.J., t. 1989-1, pág. 897; autos: “Junta Grande
S.A. c/Taubenfeld, Irene C.”, Cámara Civil Capital, Sala K, 23-V-90, J.A., t. 1991-III, pág.
653 Ver Texto .
(nota 28) Conf. autos: “Junta Grande S.A. c/Taubenfeld, Irene C.”, Cámara Civil
Capital, Sala K, 23-V-90, J.A., t. 1991-III, pág. 653 Ver Texto .
(nota 29) BORDA, Alejandro, op. cit., E.D., t. 124, pág. 835.
(nota 30) Dando una solución análoga a la propuesta en el texto, se ha resuelto que
quien solicitó que la causa se sustanciara como de puro derecho, consintiendo
oportunamente la respectiva resolución, se halla inhabilitado para invocar la garantía
constitucional de la defensa en juicio fundado en la circunstancia de que la sentencia
apelada se apoyó, exclusivamente, en elementos probatorios aportados por los actores
con anterioridad a la contestación de la demanda (autos: “Blasco, Omar E. c/Recauso,
Juan”, Corte Suprema de Justicia, 10-IV-81, en AMADEO, “Los actos propios...”, cit.,
J.A., t. 1992-IV, pág. 1052, nro. 36).
(nota 31) Conf. autos: “Godoy, Juan M. c/Pelikan Argentina S.A.”, Cámara Civil Capital,
Sala F, 17-VI-98, L.L., t. 1998-F, pág. 159 Ver Texto .
(nota 32) Autos: “Guanca, J.V. y otros c/Terminal Emcym S.A.”, Juzgado Nacional del
Trabajo nro. 22, firme, 30-X-94, L.L., t. 1995-D, pág. 625.
(nota 33) CONDOMI, Alfredo M., “Suspensión implícita del proceso principal y acto
propio del tribunal”, L.L., t. 1995-D, nro. E, pág. 624.
(nota 36) RIBICHINI, Guillermo E., “Alcance del artículo, 296 inciso 5º —ahora artículo
273 inciso 5º— de la Ley de Concursos y los ‘actos propios’ del tribunal”, L.L., t. 1995-E,
pág. 36, nro. III.
(nota 37) Autos: “Molina, Andrés Oscar o La Casa de Chevrolet — Ford s/quiebra —
pedido de extensión de quiebra a Repuestos Paraná S.R.L.”, Corte Suprema de Justicia,
21-X-97, E.D., t. 177, pág. 673, sum. 1866 Ver Texto .
(nota 38) Sobre este tema véase MAIRAL, Héctor, op. cit. Excede los límites de este
trabajo, la distinción que cabe hacer entre la teoría de los actos propios y la “confianza
legítima”, la cual es un instituto iusadministrativo que busca proteger aquellas situaciones
jurídicas en las que la aplicación de la teoría en estudio no podría dar una solución justa
al caso. Un importante desarrollo de este instituto, comparando sus semejanzas y
diferencias con la teoría de los actos propios y el estoppel, y analizándolo desde los
derechos alemán, comunitario europeo, argentino y del Reino Unido de Gran Bretaña y
los países del Commonwealth, puede leerse en COVIELLO, Pedro J. J., “La confianza
legítima”, E.D., t. 177, pág. 894.
(nota 40) Conf. FRÁVEGA, Fernando R. y PIENDIBENE, Luis E., “El pago como medio
extintivo de las obligaciones y la doctrina de los propios actos”, L.L., t. 1989-A, pág. 62;
SPOTA, Alberto Antonio, conferencia dictada el día 5-IV-91 en el Colegio Público de
Abogados de la Capital Federal, publicada en el boletín nro. 36 de la mencionada
entidad, pág. 40 del suplemento; LÓPEZ MESA - VERGARA DEL CARRIL, op. cit., E.D.,
168, nro. C-14, pág. 899; LÓPEZ MESA, op. cit., pág. 93.
(nota 42) Autos: “R.A.L., quiebra”, Cámara Comercial Capital, Sala D, 18-V-79, L.L., t.
1981-B, pág. 376; FRÁVEGA-PIENDIBENE, op. cit., L.L., t. 1989-A, pág. 62.
(nota 43) Autos: “Chacofi S.A.C.I.F. c/Dirección Provincial de Vialidad”, Corte Suprema
de Justicia, 19-X-95, E.D., t. 167, pág. 627, sum. 1452 Ver Texto .
(nota 44) MAIRAL, op. cit., nro. 54, quien distingue el procedimiento administrativo del
judicial, admitiendo en el primer caso que la teoría de los actos propios sea aplicada de
oficio pero negando tal posibilidad en el segundo supuesto.
(nota 45) Autos: “Arrigoni, Raúl R. c/ Dirección General de Escuelas”, Suprema Corte
de Mendoza, 2-V-90, L.L., t. 1991-B, pág. 39, con nuestro comentario “Un fallo con
decisiones importantes y acertadas sobre la teoría de los actos propios”, en sentido
favorable.
(nota 46) Fallo citado en la nota anterior; MAIRAL, op. cit., nro. 55.
(nota 47) Fallo citado; MAIRAL, op. cit., nro. 3.
(nota 48) MAIRAL, op. cit., nro. 22; GOZAÍNI, op. cit., pág. 199; ALBERTI, op. cit., nro.
8-A. Este último autor, sin embargo, entiende que la regla venire contra factum proprium
non valet no puede oponerse a actos contradictorios realizados por órganos dotados de
personalidad diferenciada (como los entes autárquicos) ni tampoco cuando la
contradicción emana de uno de los tres poderes respecto de un acto anterior de otro de
los poderes en que están divididas las “Autoridades de la Nación” conforme reza la
segunda parte de la Constitución Nacional.
(nota 49) CLARO CASADO, Fernando, “Estudio sobre la doctrina de los actos propios
en el derecho tributario”, Revista de Derecho Financiero y Hacienda Pública, Madrid, vol.
XXXV, nro. 178, nro. IV, pág. 889.
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A lo largo de este trabajo hemos visto que la consecuencia de la regla de Derecho venire
contra factum propriam non potest es la de impedir a un sujeto que realice un acto o una
conducta contraria a otro acto o conducta anterior. Dicha regla no funda la sanción
impuesta en la ilicitud de la conducta contradictoria sino en que resulta inadmisible
proteger un comportamiento incoherente que puede traer aparejado la violación de la
confianza que ha podido despertarse en un tercero en virtud de un primer acto o
conducta, también llamada conducta vinculante. De alguna manera, el venire contra
factum obliga a las personas a mantener la palabra dada (ver nota 1). Si la pretensión
contradictoria fuera ilícita, no caería en la órbita de la teoría de los actos propios sino en
la de la sanción a los actos ilícitos con la solución que la ley da en los supuestos del
dolo, violencia e ilegitimidad. Nosotros excluimos el error (véase punto 81).
El mentado brocardo premia la conducta omisiva. Esto es, establece un mandato de tipo
negativo, toda vez que lo penalizado es la conducta positiva (considerada como
antijurídica). Por lo tanto, se sanciona la pretensión contradictoria, que por ser tal importa
una conducta positiva; esta pretensión, por ir contra los propios actos, se prohíbe (ver
nota 2).
Podría afirmarse también que esta prohibición no impone una obligación de no hacer
sino, más bien, impone un deber de no poder hacer (ver nota 3); por ello es que se dice:
no se “puede” ir contra los propios actos. Así es; puede afirmarse que se trata de una
limitación de los derechos subjetivos que, en otras circunstancias, podrían ser ejercidos
lícitamente; en cambio, en las circunstancias concretas del caso, dichos derechos no
pueden ejercerse por ser contradictorios respecto de una anterior conducta, y esto es lo
que el ordenamiento jurídico no puede tolerar.
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Es el sujeto activo el que ejecuta una conducta contradictoria, que en nuestro modo de
ver importa, en principio, una actitud de mala fe. Esto es así porque las personas
capaces tienen conciencia de sus propios actos o conducta; de manera tal que el
ejercicio de una conducta contradictoria resulta, generalmente, consciente. Por ello
llegamos a la conclusión de que actuar de modo incoherente significa accionar de mala
fe.
Sin embargo, aun cuando no se coincida con esta conclusión, que significa presumir la
mala fe del sujeto activo, lo cierto es que no tiene mayor relevancia en la aplicación de la
teoría de los propios actos, debido a que para ser utilizada, el sujeto pasivo no necesita
de la mala o buena fe del sujeto activo, sino que le basta con demostrar la contradicción
de la pretensión última, que provoca la inadmisibilidad de ésta. En otras palabras, la
inadmisibilidad del venire contra factum se produce objetivamente, con prescindencia del
grado de conciencia que haya tenido el agente al realizar la conducta contradictoria (ver
nota 5). La buena fe del sujeto pasivo, como es regla, se presume y nace naturalmente
de la confianza suscitada por la conducta vinculante. Por ello es que el juez no debe
prestar tanta atención a la mala fe del sujeto activo como a la buena fe del sujeto pasivo
(ver nota 6).
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(nota 1) RUDI, op. cit., E.D., t. 138, nro. 14, pág. 969. En este profundo trabajo, el autor
afirma que la conducta contradictoria excede el marco de las relaciones individuales, por
cuanto hacer lo que no se espera que se haga, mediante un ejercicio de los derechos
propios, se opone a la paz (nro. 20); y, además, encuentra en la teoría de los actos
propios un modelo de conducta social (nro. 22). ¡Adviértase todo el valor que le adjudica
a esta doctrina!.
(nota 5) AMADEO, op. cit., D.J., t. 1985-I, pág. 831; autos: “Colombo, Antonio c/ Apolo
Cía. de Seguros”, Cámara Comercial Capital Federal, Sala A, 15-III-85, D.J., t. 1985-I,
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