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Edición del 14 de Julio de 2008

UN CURSO DE AJEDREZ. DE PRINCIPIANTE A MAESTRO: LAS REGLAS DEL


JUEGO

Alfiles, obispos o elefantes


Los alfiles se mueven en diagonal, sin limitación del número de casillas y
con la facultad de avanzar o retroceder

LINCOLN MAIZTEGUI CASAS

Por lo tanto, y dado que en la


posición inicial uno de los alfiles se
sitúa en casilla blanca y el otro en
casilla negra, a ambos están vedadas
la mitad de las casillas del tablero; el
alfil que corre por la diagonal blanca
no podrá nunca alcanzar una casilla
negra, y viceversa.
La palabra “alfil” deriva del árabe,
“el-fil”, que quiere decir elefante. Ello está indicando que, originalmente y desde
sus orígenes indios, esta pieza representaba el poder de esos enormes
paquidermos, verdaderos tanques de las guerras antiguas. En los países europeos,
y a partir de la difusión del juego en los mismos, este carácter se perdió; en
Inglaterra y estados anglosajones, se la denomina “bishop”, que quiere decir
“obispo”, y simboliza el poder religioso. De hecho, el modelo de piezas que se
emplea actualmente –y que fuera diagramado en el siglo XIX por el gran jugador
británico Howard Staunton- presenta en su parte superior un corte que recuerda
la mitra obispal. En Francia, por el contrario, el alfil es denominado “fou”, que
quiere decir “loco”, o en sentido figurado, “bufón” o “payaso”; nombre y carácter
que comparte con la sota de la baraja francesa.
Al igual que la dama, el alfil vale tanto más cuanto menos peones hay sobre el
tablero. Cuando un alfil se encuentra limitado por sus propios peones (Diagrama
1) se dice que es “malo”, y si no logra escapar de esa situación, por sí mismo o con
ayuda de las otras piezas, su valor se ve notablemente disminuido. Por otra parte,
el hecho de que sólo pueda circular por casillas de un solo color resulta un
inconveniente que se puede solucionar por medio de la conservación de ambos
alfiles, cuya acción conjunta cubrirá todas las casillas (Diagrama 2). Un alfil solo,
sin la acción de otras piezas, no está en condiciones de dar jaque mate al rey
adversario; los dos, en cambio, lo logran con cierta facilidad. Por lo tanto, la
pareja de alfiles suele valer más que la mera suma del valor de cada uno de ellos;
por ejemplo, si –caprichosamente, porque el valor de una pieza está siempre
condicionado por la situación de las demás- otorgamos un 3 al valor de cada uno
de los alfiles, la pareja de ambos valdría no 6, sino 7. Cada uno de los alfiles vale

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menos que una torre (que alcanza todas las casillas del tablero) y más o menos lo
mismo que el caballo; si hay muchos peones, el caballo supera al alfil, porque
tiene la facultad de saltar por sobre los mismos; si, por el contrario, la situación
sobre el tablero es “abierta”, los alfiles superan a los caballos. Determinar el valor
relativo de los alfiles respecto a los caballos, y viceversa, es uno de los temas
estratégicos de más difícil resolución.

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