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Contexto:
Durante años David había estado huyendo de Saúl, quien buscaba la forma de atraparlo y darle
muerte. David y sus hombres moraban en el desierto y periódicamente realizaban incursiones en la
región para obtener provisiones para ellos y sus familias. Al regresar, de una de estas campañas, a su
campamento, en Ciclag descubrieron que los amalecitas lo habían atacado durante su ausencia.
Habían asolado el campamento y llevado cautivas a las mujeres y a todos los que habían quedado en
él. Encontrar este desastre provocó una crisis inmediata y profunda para David, rápidamente, sus
hombres le echaron la culpa de lo sucedido y hasta lo amenazaron con darle muerte.
Siempre resulta difícil buscar al Señor en medio de la tormenta si no era esta nuestra costumbre
cuando nos iba bien en la vida.Introducción:
El apóstol Pedro le escribió a los discípulos del primer siglo: «Amados, no se sorprendan del fuego de
prueba que en medio de ustedes ha venido para probarlos, como si alguna cosa extraña les estuviera
aconteciendo» (1Pe 4.12). Algunos, evidentemente, consideraban que caminar con Cristo
representaba la garantía de no sufrir las dificultades y los contratiempos que son comunes a todos los
hombres.
No obstante, Pedro quería que el pueblo de Dios tuviera en claro que el «fuego de prueba» sería
parte normal de la vida de ellos en Cristo. En lugar de motivarnos a buscar una vía que nos asegure
una vida sin dificultades, somos llamados a imitar el ejemplo que nos dejaron quienes nos han
precedido en la fe. Ellos nos indican cómo debemos conducirnos cuando somos golpeados
duramente por las desgracias que ocasionalmente nos tocan sufrir.
Desarrollo:
Pablo exhorta a los efesios: «Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis
lugar al diablo» (4.26–27). Cuando no logramos resolver rápidamente esos sentimientos, comienzan
a envenenar nuestro interior. «Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que
brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados» (He 12.15).
Cuando el enojo se instala en el corazón del hombre, el Señor encuentra la puerta cerrada y,
automáticamente, se abre otra que le da paso al diablo. Este último utilizará esa condición para
destruir por completo todo lo bueno en esa persona. La amargura lleva, también, a que ataquemos a
los que están más cerca de nosotros, echándoles la culpa por los eventos.
Debemos desarrollar la absoluta convicción de que la perspectiva del amargado nunca es espiritual.
La persona amargada adopta una postura airada hacia la vida, por la cual no acepta correcciones,
porque lo único que reconoce es el dolor de su propio corazón.
Este proceso puede ser tan intenso como la misma lucha que sostuvo Jesús en Getsemaní. Tuvo que
volver tres veces a orar hasta que aseguró la óptica correcta de lo que venía por delante. Y así lo
afirma el autor de Hebreos, cuando comenta: «quien por el gozo puesto delante de El soportó la cruz,
despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios» (12.2).
Conclusión:
A David le resultó natural entrar a la presencia de Dios, para fortalecerse, porque este proceso se
había convertido en un hábito en su vida. En el Salmo 25, declara: «A ti, OH Señor, elevo mi alma.
Dios mío, en ti confío; no sea yo avergonzado, que no se regocijen sobre mí mis enemigos.
Ciertamente ninguno de los que esperan en ti será avergonzado; sean avergonzados los que sin causa
se rebelan. Señor, muéstrame tus caminos, Enséñame tus sendas. Guíame en tu verdad y enséñame,
porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti espero todo el día. Acuérdate, OH Señor, de tu
compasión y de tus misericordias, que son eternas» (1–5).
Siempre resulta difícil buscar al Señor en medio de la tormenta si no era esta nuestra costumbre
cuando nos iba bien en la vida. La amargura del momento nos seduce a mirar hacia adentro, a
concentrarnos en la intensidad del dolor que estamos padeciendo. Solamente aquellos que han
disfrutado en pleno de las delicias del Señor resistirán esta tentación y fijarán, sin titubear, los ojos
en Aquel que es la esperanza de los que enfrentan dificultades.