En este sentido, por el bien de nuestra fe, y para ser fieles a las Escrituras,
es muy necesario e indispensable un correcto entendimiento de la persona
de Jesucristo. En particular, lo que tiene que ver con su naturaleza. A saber,
nuestro Señor era cien por ciento hombre y cien por ciento Dios.
Totalmente humano y totalmente divino. El estudio dedicado y consciente
de los Evangelios nos proveen vasta información al respecto.
Ahora bien, ¿qué motivaba a nuestro Señor a tan noble oficio? Si era Dios,
¿qué necesidad había de orar? ¿Qué razones tenía Jesús para la práctica de
la oración?
Aquí tres razones que nos ayudan a entender la vida de oración de Jesús.
La Biblia también nos muestras que Jesús tuvo experiencias que pertenecen
a la esfera de la humanidad. El apóstol Juan en su primera epístola se
encarga de enfatizar que nuestro Señor no solo vino como Dios, sino que
también “ha venido en carne” (1 Juan 4:2), y en virtud de su humanidad,
participó de las aflicciones, miserias y necesidades del ser humano. Por
eso, era absolutamente dependiente del Padre. Su sostenimiento, provisión
y protección venían de Él. El único que lo podía entender en su angustia y
socorrerlo en su necesidad era Su Padre. Su oración era una evidencia que
dependía de la ayuda divina. Por eso, el escritor de Hebreos dice: “Y
Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran
clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su
temor reverente” (Hebreos 5:7). A partir de aquí concluimos que Jesús
también oraba porque, como hombre, dependía del Padre.
Ahora bien, aunque la vida de oración de Jesús nos queda como un modelo,
las primeras dos razones son también aspectos de nuestra comunión con
Dios que debemos tener en cuenta. A través del sacrificio de Cristo ahora
tenemos entrada libre (Hebreos 10:20) y podemos disfrutar de Su presencia
y asimismo acercarnos confiadamente (Hebreos 4:16) para buscar Su ayuda
y socorro. Mejor dicho, tenemos el privilegio de disfrutar del amor del
Padre y podemos depender de Él en todo momento. Y tal como hizo
Jesús, la oración nos provee ocasión para ambas.