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{ ( > — SS PRIMERA PARTE ALFAGWARA JUVENIL, 7 Una gloria nacional ‘Todos en la mesa escuchamos el telé- fono mientras almorzibamos. Mi hermana fue a contestarlo. De vuelta llegé riéndose al comedor y dijo: —Llaman por teléfono al detective pri- vado Quique Hache. Gertrudis Astudillo y yo nos quedamos mirando con caras de avestruces. Como mo- mias secas, paralizados, asi nos quedamos. Luego, me hundi en la sopa de arvejas. Mi pa- 4 movié la cabeza sin decir nada y mi mama j6 directamente sus ojos sobre mi, como un rayo, como si leyera todos mis pensamientos. Me levanté de la mesa y fui a contestar el teléfono en la mesita del pasillo. —jPodriamos conversar en algin lu- gar pablico, sefior Hache? —dijo la voz al otro lado. Estuve de acuerdo. Nos encontra- riamos en una hora mis en el parque Juan XXII que estd cerca de mi casa. Colgué y volvi a la mesa. Mi mama entonces pregunt6 con voz de ultratumba: —Explicanos, Quique, qué es eso de detective privado? La Gentru, que servia en esos momen- tos el postre, intenté una huida hacia la coci- na, pero mi mama la detuvo con su séptimo, sentido, ese que le permite a todas las mamas del mundo descubrir siempre la verdad. —No se me vaya, Gertrudis, apuesto que usted tiene algo que ver en esto. Hacla tres meses que la Gertru asistfa a un taller de actuaci6n en la Corporacién Cul- tural de Nuftoa. Las clases las daba una actriz vieja de telenovelas que no tenia trabajo, por- que ahora la television es solo para actores jOvenes, La Gertru respir6é profundo, como le ensefiaron en el taller, y le respondié a mi mamé: —Son juegos de Quique con sus ami- {g08, sefiora. Uno llama por teléfono y pre- gunta por diferentes profesiones, pero es solo para jugar. Se notaban los escasos tres meses del taller teatral de la Gertru porque la mentira era dificil de creer. En ese momento volvi6 a sonar ef teléfono y el campanilleo nos salvé momenténeamente. Llamaban del Hogar de 10 Cristo, donde mi mam era voluntaria un dia ala semana Era el domingo 27 de junio. Mitad del ano. Tenfamos el invierno encima, aplastan- donos con lluvia y frio. Sabia que esa llamada telef6nica de hacia unos minutos era impor- tante; la esperaba para desempolvar el diplo- ma de detective privado que obtuve por correspondencia el verano pasado y que hasta ese momento era un secreto en fa casa, un secreto que solo conoctamos Gertrudis Astu- dillo, mi nana, y yo. Después de almorzar, mi papé se fue a leer Bl Mercurio al living; mamé, a desen- terrar las plantas del patio para volverlas a enterrat. A mi hermana la pas6 a buscar Lu- lo, su nuevo pololo, que tenia mucha plata, segiin ella, y que se refa como idiota cuando entraba a la casa uatando de hacerse el sirn- patico con nosotros. La Gertru llegé silenciosamente a mi dormitorio cuando terminaba de vestirme con ropa més gruesa. Me detuvo hablando bajito y preocupada, —No mas detective privado, Quique, ‘9 le cuento a tus paps. —Tengo que estar en el parque a las cuatro. u .

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