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En el caso de la Guerra de los Treinta Años la causa fundamental fue, en sus comienzos, la
religión. La política exterior de los Austrias menores,fue una acumulación de errores por las
numerosas guerras en las que intervino y de fracasos militares que desencadenaron una
serie de derrotas sucesivas en todos los frentes europeos y la pérdida de la hegemonía
española en Europa a favor de Francia.
En 1618, el rey Felipe III envió un ejército en apoyo a sus parientes, los Habsburgo
austriacos, frente a los cuales se había sublevado Bohemia. Era el comienzo de la Guerra
de los Treinta Años (1618-1648) que pondría fin a la hegemonía española en Europa.
La mayor parte el reinado de Felipe IV se vio sumida en la Guerra de los Treinta Años.
Tras la muerte de Isabel Clara Eugenia (tía de Felipe IV), sin descendencia, la Corona
española recuperó la soberanía sobre los Países Bajos. En los primeros años de la guerra la
situación fue favorable a los Habsburgo; la situación cambió a partir de 1635, cuando
Francia entró en guerra en el bando protestante. El refuerzo de este bando protestante y
antiespañol se reflejó en una serie consecutiva de derrotas: Canal de la Mancha (1639), y
los tercios en Rocroi (1643). Todo ello dio como resultado la firma de la Paz de Westfalia en
la que España se vio obligada a reconocer la independencia de Holanda (Países Bajos).
El fin de la Guerra de los Treinta Años no supuso el fin de la guerra con Francia. El
desmantelamiento de los tercios españoles obligó a firmar la Paz de los Pirineos (1659) en
la que España cedía a Francia el Artois y algunas zonas en los Países Bajos españoles en la
frontera con Francia, el Rosellón y la Cerdaña catalanas. Además, se firmaba el
compromiso matrimonial del rey francés Luis XIV con la infanta Mª Teresa (hija de Felipe
IV). El último rey de la dinastía Habsburgo fue Carlos II, quien tuvo que hacer frente aún a
las pretensiones francesas, en las llamadas Guerras de Devolución. Estas finalizarán con la
Paz de Ryswick (1697), en la que España no perderá posesiones y recuperará algunas a
cambio de reconocer a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, como heredero de Carlos II,
muerto sin descendencia.