Rojo y Negro
personas.
Resulta paradojal que los intelectuales
anarquistas no acusaran un mayor recibo de este
fenómeno que para algunos ejemplos y en
ciertos momentos, demostró poseer una salud y
una popularidad envidiables dentro de un sector
con una doctrina que por su novedad y
confrontación al sistema, restringía sus
posibilidades de alcance masivo.
En lo que respecta a sus alcances y proyección
social, todo indica que la poesía culta anarquista
fue secundaria respecto a la poesía de los
payadores libertarios. Es cierto que la división no
fue absoluta y hubo ejemplos “bisagra” entre una
y otra poesía. En 1907 el libro de poesía Cantos
rojos de Ángel Falco, se erigió como el modelo
de la poesía culta con engarce hacia lo popular
del anarquismo local pero sin incurrir en un léxico
gauchesco. Las crónicas señalan una edición en
Montevideo que no ha sido registrada por la
Biblioteca Nacional y otra, al parecer también de
1907, en Barcelona, España, a cargo de Maucci
Hnos. Nada más. Es posible que no haya pasado
los 500 o el millar de ejemplares impresos.
Otros intelectuales anarquistas sí practicaron la
poesía popular de tipo criollo: el argentino
Alberto Ghiraldo y el uruguayo radicado en
Buenos Aires, Edmundo Montagne, son dos de
los mayores ejemplos. Los dos rosearon de
versos revolucionarios las revistas y los
periódicos de Montevideo y Buenos Aires. Y
vieron la luz en folletos y libros. De Montagne,
cito La Guitarra del Pueblo (Buenos Aires,
Serantes Hnos., 1921) y de Ghiraldo, su
Cancionero libertario (Santiago de Chile,
Ediciones Ercilla, 2ª edición, 1935), entre sus
vastas bibliografías que había comenzado a fines
del siglo XIX y principios del XX.
Por los mismos años, otros payadores libertarios
como Luis García, Bartolomé Aprile, A. Cachón
Acosta, Andrés Cepeda, Juan Domingo Orozco,
Ángel Marino, José Arcidiácono y J. Doménech,
alimentaron esta corriente poética popular.
No he leído décimas ni canciones de los
payadores libertaros uruguayos en los periódicos
anarquistas y obreristas a los que he tenido
acceso y editados entre 1884 y 1921: La Lucha
Obrera, Tribuna Libertaria, El Trabajo, El Amigo
del Pueblo, La Aurora, La Acción Obrera, El
Obrero Panadero, El Obrero Gastronómico,
Futuro, Despertar, El Anarquista, La Batalla, El
Hombre, Rebeldía, Rebelión, Tiempos Nuevos,
El Picapedrero y Solidaridad. En solitario,
aparece el poema “El tordo y el hornero”, no sé si
era musicalizado, de Martín Castro, en Rebeldía,
el 20 de octubre de 1921.
Quizás sus composiciones surjan en una lectura
más detenida y completa, quizás estos
payadores publicaran bajo un seudónimo. Es
cierto que esta poesía era improvisada y su
virtual registro escrito carecía de importancia
ante la obvia exclusividad de la transmisión oral;
también, que no en pocas oportunidades algunos
de los poetas populares aquí nombrados vieron
estampados sus producciones en caracteres
negros. El hecho es que estos mismos
periódicos publicaron con asiduidad poesía
anarquista pero no prestaron la misma atención
al canto de los payadores. En alguna ocasión
dieron a conocer otros estilos poéticos de
escritores que sí practicaban la poesía criolla:
“Ilusoria” y “De la lucha”, de Edmundo Montagne,
en La Aurora, en sus ediciones del 2 de mayo y
13 de junio de 1903 y “Futuro rojo”, del mismo
autor, en La Batalla (1ª quincena de enero de
1917).
En abril de 1919 el periódico anarco-sindicalista
Energía publicó “La redención”, de J. B. M.,
(Juan B. Medina). El mismo autor accedió a
periódicos no libertarios como El Liberal, donde
editó el poema “Sí, lo haré”, el 4 de octubre de
1908.
También en narrativo hubo ejemplos de
generosa popularidad de la escritura libertaria y
criollista. La Carta Gaucha, de Juan Crusao,
seudónimo de Luis Woodlland, editó en
Montevideo y en 1921 nada menos que una
tirada de 20 mil ejemplares, financiada por La
Batalla. Para 1924 en Argentina y en Uruguay,
llevaba cuatro ediciones y un total de 150.000
ejemplares distribuidos, regalados y vendidos.
En junio de 1925, Solidaridad, mensuario de la
Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU),
ofreció la reedición del folleto a bajo precio “a
todos los que lo soliciten”.
Es decir, tal vez el discurso criollista de veta
revolucionaria tuvo, al igual y como reflejo de lo
que acontecía en todo el campo literario, una
aceptación radicalmente mayor respecto a los
discursos modernistas ilustrados o esteticistas de
los escritores libertarios.
Los versos criollos revolucionarios de estirpe
anarquista y socialistas pueden encontrarse en el
Cancionero rioplatense (1880-1925) (Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1989), compilado por Clara
Rey de Guido y Walter Guido, en base al archivo
de la Biblioteca Criolla Robert Lehmann-Nitsche
depositado en el Instituto Iberoamericano de
Berlín. También en El cancionero revolucionario
ilustrado (Buenos Aires, Bautista Fueyo, 1905),
de varios autores, donde se encuentran las
“Milongas sociales” firmadas por El Payador
Libertario, seudónimo asignado a Luis García
Acosta; también en la Colección de vidalitas,
compiladas por José Arcidiácono. Varios años
después, Martín Castro y Carlos Molina editaron
Hachando los alambrados (Montevideo, Editorial
Cisplatina). Más acá, una excelente antología de
payadores de variadas tendencias y orígenes,
puede leerse en El cantar del payador, de Beatriz
Seibel (Buenos Aires, Biblioteca de la Cultura
Popular, 1998). Estos ejemplos son ilustrativos
de una rica y extensa bibliografía.
Es posible que esta poesía popular de los
payadores libertarios tuviera, además de la
resistencia estética, otras dificultades para la
aceptación de parte de los intelectuales
anarquistas. Florencio Sánchez y Félix B.
Basterra, fundamentaron sus resistencias a la
tradición gauchesca que vieron como sinónimo
de barbarie y a la cual antepusieron una
imperiosa obra civilizatoria, resucitando la
dicotomía sarmientina. Sánchez matrizó este
pensamiento en sus Cartas de un flojo (1900) y
en El caudillaje criminal en Sud América (1903);
a su vez, Basterra, habitué del Centro
Internacional junto al dramaturgo uruguayo,
reunió su punto de vista sobre “el problema
Historia / Cultura
criollo” en su ensayo El crepúsculo de los
gauchos, coedición de Juan Grave (Les Temps
Nouveaux, París) y Claudio García (Librería de la
Universidad, Montevideo), de 1903. Allí denosta
a “los criminales aclamados todavía: los Quiroga,
Chacho, Quequén, Cuello, Mataco, Hormiga-
Negra… tipos todos de análogo jaez
antropológico”. En los años siguientes y enlos
periódicos libertarios montevideanos varias
voces retomaron la línea trazada por Sánchez
contra el moreirismo y los intentos de la
burguesía liberal por entronizar la figura del
gaucho como figura fundacional de la patria y de
la nación.
Es decir, la veta criolla y gauchesca no fue
asunto fácil para los libertarios, que encontraron
en la décima, la copla y en el canto criollo un
punto de inflexión en la dificultosa articulación de
una doctrina extranjera con la cultura local, pero
al mismo tiempo procuraron evitar identificarse
con aquellos perfiles que en la misma fuente
explotaban los discursos liberales pero
empaquetado en una estética y en valores
conservadores, costumbristas y reafirmatorios
del sometimiento social. Gozaron de amplia
popularidad pero debieron abrirse cauce en
ediciones propias y no habrían contado con las
páginas de periódicos sectoriales ni con el
probado interés de los intelectuales anarquistas.
De todas formas, aunque sin incurrir en el léxico
criollo ni cultivar el género, poetas cultos
anarquistas y socialistas como Ángel Falco,
Emilio Frugoni y Álvaro Armando Vasseur,
ensayaran el tradicional estilo de la décima
espinela (“Preludios de Otoño”, “Bebiendo de tu
copa”, “En mi lira monocorde”, “Camperas”, de
Falco, la última dedicada a Juan B. Medina; “La
décima”, de Frugoni; “Oid potentados”, “A un
precursor”, de Vasseur), también la cuarteta
octosilábica, que alternaron con poesía en verso
libre, sonetos y otras modalidades.
Sea como sea, la poesía de los payadores
libertarios hecha para el canto y quizás por eso
mismo para la fugacidad, se hizo de un lugar y
de una permanencia. La poesía de los antiguos
payadores libertarios de fines del siglo XIX y
principios del XX, quienes a su vez se decían
continuadores de los payadores de la revolución
oriental de 1811, prosiguió en una línea artística
que puede rastrearse hasta el presente y que
tuvo, en Uruguay, la trayectoria magistral del
payador Carlos Molina (1927-1998).
Entre esta tradición de payadores libertarios y la
poesía criolla pintoresquista y conservadora, la
distancia ideológica, no el formato, siempre fue
insalvable. Tal como puede leerse abajo en estas
dos estrofas de las “Milongas sociales” del
Payador Libertario, incluidas en el Cancionero
revolucionario ilustrado. Daniel Vidal 
Grato auditorio que escuchas
Al payador anarquista
No hagas a un lado la vista
Con cierta expresión de horror
Que si al decirte quien somos
Vuelve a tu faz la alegría
En nombre de la Anarquía
Te saludo con amor.
Somos los que defendemos
Un ideal de justicia
Que no encierra en sí la codicia
Ni egoísmo, ni ambición,
El ideal tan cantado
Por los Reclus y los Grave
Los Salvochea, los Fauré,
Los Kropotkin y Proudhon....
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