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I

DISCUSION GENERAL

En las secciones que siguen introduciremos ciertos temas centrales en


semántica y para la semántica. Se abordan a menudo en forma crítica las
nociones, con el propósito de abrir las perspectivas, darle curso al recorrido
dialéctico de los tópicos. El diálogo de las posturas en la discusión semántica
no puede llegar a una resolución de los problemas que surgen. Son diversos
los criterios empleados para establecer las categorías y distinciones relevantes.
La validez relativa de las posiciones encontradas no es asunto que pueda
juzgarse en forma simple. Las diferencias, muchas veces, se deben a
supuestos o axiomas iniciales contrapuestos, cada cual, con fortalezas y
debilidades, con logros y fracasos al momento de dar cuenta de su objeto. La
complejidad de los asuntos indica que una forma hábil de acercarse a éstos es
dejando libre juego a las posturas contrapuestas. Muchas veces su
complementariedad queda así expuesta. A pesar de lo anterior, la discusión
podrá, a ratos, inclinarse por una perspectiva sobre otra, de acuerdo a criterios
generales sobre la justificación de las propuestas, la no contradicción,
coherencia, capacidad descriptiva y explicativa de los planteamientos. El texto
introduce algunos avances originales en ciertos temas, principalmente
conectados con la proposición, desarrollos que amplían y modifican nociones
establecidas e introducen otras nuevas, y construyen marcos teóricos
alternativos para la interpretación.
1. Significado. De la semántica se dice que es la ciencia del significado en el
lenguaje. La forma nos remite al griego, sema, "seña", "signo" (piénsese en
"semáforo"). De modo que una fórmula interrogativa inicial de la empresa
semántica presenta la singular forma de "¿qué significa 'significado'?", o "¿qué
significa 'significar'?".Entonces, el foco, el objeto de la disciplina es el
significado y lo que se pretende inicialmente es averiguar el significado de
'significar'. ¿Suena esto sospechoso?Quizás el asunto pueda formularse en
términos que eliminen esta perplejidad. Por ejemplo, que nuestra pregunta
inicial se traduzca a "¿cuál es la definición de 'significado'"? Pero, ¿cuál es el
significado de 'definición'? y ¿cuál es la definición de 'definición'? También
'definición' es un término que puede autocontenerse. Y esta función de
contención es parte del embarazo que nos apura, además de contenerlo. En la
gama de definiciones de 'definición' nos encontramos con la siguiente: una
definición es un proceso por el cual un individuo explica el significado de un
símbolo a otro individuo. De esto se sigue que la definición de 'significado' es el
proceso por el cual un individuo explica el significado de 'significado' a otro
individuo. Seguimos mordiéndonos la cola.

1.1. Metanivel, recursividad, reflexividad. 'Significado', 'significar', etc., sobre


todo en una acepción que ha interesado centralmente, es una meta expresión,
es decir, su uso implica, ipso facto, la articulación de dos niveles: un nivel
observante, por un lado, y un nivel observado, por el otro, lo que también se
conoce con los nombres de 'metanivel' y 'nivel objeto', respectivamente. Así,
una pregunta como "¿qué significa 'vanidad'?", es una expresión que articula o
coordina el nivel que indaga con el nivel del objeto indagado y esta articulación
se produce por medio del verbo 'significar'. Los niveles implicados son
simbólicos: 'significa' es un símbolo y 'vanidad' es otro símbolo.Lo anterior
también sugiere un tipo de recursividad que 'significar' suele implicar. Procesos
recursivos son los que de algún modo se vuelven en sí, se resuelven dentro de
sí, como cuando un nivel incluye a otro del mismo tipo, o un elemento de una
totalidad contiene a la totalidad, o una secuencia se detiene para resolver una
parte de sí en una nueva secuencia. Ejemplos de recursividad son un cuadro
que contiene un cuadro, una caja que contiene una caja, un cuento en donde
un personaje cuenta un cuento, una bifurcación cuyas ramas a su vez se
bifurcan, un mensaje que es interrumpido para descifrar, en un nuevo mensaje,
una parte de sí, y volver luego al curso del mensaje original. Esto último se
relaciona más directamente con un tipo de recursividad que 'significar' suele
implicar. Ilustremos:

A- Quiero que te prepares para evacuar el lugar

B- ¿Qué significa 'evacuar'?

A- Significa 'salir'

B- Y ¿porqué hay que salir de aquí?

En contextos como el anterior requerimos el significado de una palabra o grupo


de palabras dentro de una expresión mayor, para hacer ésta comprensible y
poder así retomar la comunicación inicial. Se ha producido un circuito dentro de
otro circuito. El término 'significar' activa el proceso de cambio de nivel y define
la espera que debe producirse y la instrucción que debe satisfacerse para
retornar al nivel inicial. Así, las intervenciones 1 y 4 están coordinadas en un
mismo nivel, mientras que 2 y 3 están coordinadas en un nivel distinto, que ha
dejado en espera al primero a través de una función significativa.También hay
reflexividad en la expresión: 'significar' nos remite al lenguaje, que es el medio
mismo donde surge la expresión. Podemos hacer más explícita la metáfora
subyacente en el término 'reflejar': Cuando el término 'significar' o sus
derivados están en uso, es como si un espejo se encontrara en la expresión,
refractando en alguna dimensión un trozo de la expresión misma. La gama de
dimensiones va desde lo sensible y material (características del sonido, de las
letras, de los gestos), a lo inteligible y abstracto (propiedades del significado,
ordenamientos sintácticos, coherencia textual).De lo anterior se sigue que este
objeto inicial de la semántica, 'significado' en tanto palabra del lenguaje, se
manifiesta como un elemento de un metanivel. Aparece cuando saltamos de un
sistema u orden de cosas a otro. Este último copia, revisa, interpreta, explica, o
de alguna otra manera hace del primero su objeto. Formulado esto así, y en la
medida en que se deba despejar el asunto que nos entretiene inicialmente, la
semántica se ocupa de un objeto que a su vez tiene como objeto una entidad.
Peor aun, la manera de indagar sobre el objeto este de la semántica, el objeto
"significado", emplea el objeto mismo en el método de indagación: se trata del
significado de "significar". Es decir, el objeto que el alicate semántico debe asir
aparece como parte del alicate mismo. ¿No estaremos pasándonos de listos?

1.2. Acepciones. Cuando indagamos sobre el significado de 'significado' (o de


'significar', 'significación', etc.) nos encontramos no con uno, sino con una gama
abierta de tipos de uso en donde esta palabra tiene sentido. Algunos de estos
usos pasan a ser lo que la lexicografía tradicional concibe como las acepciones
de la palabra. De modo que una mayor precisión de la pregunta inicial nos lleva
a una serie de distintos contextos lingüísticos en donde aparece el término que
nos ocupa. Veamos algunos (cf. Lyons, 1977. Vol. 1: 1-2):

(i) "¿qué significa la palabra 'promiscuo'?"


(ii) "¿qué significa 'les choses'?"
(iii) "¿cuál es el significado de sus acciones?"
(iv) "¿cuál será el significado de sus acciones?"
(v) "Esto no significa que yo esté de acuerdo con Mario"
(vi) "¿qué significa esto de que te estás viendo con el Manuel de nuevo?"
(vii) "¿cuál es el significado de este sueño?"

Tenemos en (i) que 'significar' es algo así como "traducir el objeto a una palabra
o grupo de palabras conocidas", "pasar de una palabra a otras palabras",
"explicar una palabra con otra u otras palabras". 'Significar', aquí, es "explicar el
significado", "definir". Es el significado de 'significar' que implica el diccionario
que "trata del significado de las palabras". Así, entonces, podrá leerse:
"Promiscuo ...a se dice también de una persona que lleva una vida sexual
variada y desordenada".

Algo congénito a lo anterior tenemos en (ii), sólo que aquí se pide la traducción
de una lengua a otra. Tanto en (i) como en (ii) se trata de una relación de
identidad entre dos o más palabras. Por un lado, tenemos lo que podríamos
llamar un punto de partida, y por el otro, una meta. Al ser requeridos sobre el
significado de una palabra en estos usos, se nos pide que vayamos desde el
punto de partida (la palabra por definir o traducir) a la meta (las palabras que
definen o traducen). En (ii) tenemos una función entre lenguas, mientras que en
(i) tenemos una función en una misma lengua. Advirtamos, ahora, que, en una
dimensión de las cosas, el tipo de relación semántica a que apunta (i) es
unidireccional, mientras que (ii) es bidireccional. Es decir, en la relación de
definición o explicación, no podemos intercambiar la meta por el punto de
partida y viceversa en cualquier contexto de habla. Así, no decimos ""persona
que lleva una vida sexual variada y desordenada" significa "promiscuo"". Hay
un tipo de identidad entre los lados de la relación, pero no podemos convertir
(intercambiar) estos lados sin más en la fórmula. Es distinto el caso con la
relación de traducción que (ii) implica:. Aquí, podemos decir tanto "'les choses'
significa 'las cosas'", como "'las cosas' significa 'les choses'". Pero la
adecuación de estas alternativas depende del contexto del caso: si estoy
explicándole a un francés, esta última versión será la adecuada, si un francés
me está explicando a mí, la primera.

La diferencia entre las funciones de explicación y de traducción se reduce a los


propósitos implicados: Cuando requerimos la explicación de una palabra,
queremos saber cómo usarla; cuando requerimos la traducción de una palabra
a otro idioma, queremos saber qué palabra es. En este último caso, se supone
que ya sabemos cómo usar la palabra en cuestión. Más que dos simples
formas externas, la relación explicativa trae en su coda una instrucción,
mientras que la relación de traducción se compone de dos formas externas
intercambiables. Quizás pueda hablarse de una 'función de traducción' en
ambos casos: una, el caso tipo (ii) de traducción externa (entre sistemas
lingüísticos), la otra, el caso tipo (i), de traducción interna (en un mismo sistema
lingüístico). En los contextos en cuestión, estas variantes de traducción sirven
propósitos distintos: 'traducción', por un lado, y 'explicación', por el otro.
(Resulta instructiva, en este contexto, la lectura de Black, 1962). Como vemos,
(ii) equivale a una instrucción del tipo "cómo se dice", mientras que (i) equivale
a "explícame".

El caso en (iii) es distinto. Allí parecemos estar indagando sobre los motivos de
alguien, o sus razones, pero también, eventualmente, las consecuencias de
algo, o los efectos.

Esta segunda lectura es natural en (iv), por la marca de futuro. Es la primera


interpretación que surge ante una expresión como "esto significará la guerra
entre nuestros países". La interpretación en términos de razones parece
imperar en un contexto como "¿cuál es el significado de la vida?". Aquí
"significado" es intercambiable por "razón", o un "por qué". En ambos casos, sin
embargo, estamos en un ámbito más allá de las palabras. No se trata, en estos
contextos, de relaciones en el sistema lingüístico. Así, ni en (iii) ni en (iv)
tenemos que la palabra 'acciones' está en cuestión. No se trata de intercambiar
esa palabra por otras. No es la palabra en sí, o un aspecto de ésta, cua objeto,
que ocupa el lugar focal. (Como veremos en su momento, nos orientará en esto
el par uso-mención: podemos decir que la palabra 'acciones' está en uso en (iii)
y (iv), mientras que la palabra 'promiscuo' está en mención en (i). Esta
distinción nos ayuda a percibir las distintas funciones que la palabra 'significar'
está cumpliendo en estos contextos.)

En (v) parecemos tener nuevamente una función de traducción, de paso de


unas palabras a otras. Pero el asunto no es tan simple. Aquí, una función que
salta a la vista es de interpretación o entendimiento. Es decir, podemos
reemplazar "no significa que" por "no debe interpretarse como", o "no debe
entenderse como". Es una función que nos remite a una operación mental.
Esta operación pareciera usar palabras en ambos lados de la relación. Sin
embargo, no cuesta imaginarse una contextualización (puesta en escena) para
(v) en donde el punto de origen, es decir el "esto", se refiera no a palabras, sino
a acciones, gestos, miradas, o situaciones. También cuadran aquí contextos en
los que el punto de llegada, la meta, nos remita, no a palabras, sino a símbolos
matemáticos, musicales, u otras notaciones técnicas. Lo anterior ya es
indicativo de una diferencia entre el tipo de función de traducción que
obtenemos a partir de (v) y las funciones en (i) o (ii). Por otro lado, (v) también
tiene una lectura para una función de implicación. Es decir, "significa" resulta
también intercambiable por "implica", "se infiere", "se sigue", dado un contexto
adecuado; i.e. "de esto no debe inferirse que yo esté de acuerdo con Mario",
etc.

En (vi) tenemos también una función interpretativa, sobre todo de implicación.


Sin embargo, el contexto tiene lecturas más sutiles. Así, podemos parafrasear
(vi) como "¿qué se infiere del hecho que te estás viendo con el Manuel de
nuevo?", "¿qué implica que te estés viendo con el Manuel de nuevo?". Pero
también hay una lectura, que podríamos caracterizar como más activa, en
donde la acepción es ostensiva. Así, (vi) también se lee como "¿qué pretendes
con esto de verte con el Manuel de nuevo?", "¿qué quieres mostrar con esto de
verte con el Manuel de nuevo", y "¿cómo te atreves a verte con el Manuel de
nuevo?". "Significar" aquí nos remite, también, a estados interiores,
intenciones, motivos, razones.

En (vii) tenemos, claro, una función interpretativa (un psicólogo nos diría "por
excelencia"). Podemos comparar este contexto con la lectura interpretativa de
(v): el punto de partida en (vii) es aparentemente algo no lingüístico (un sueño).
Sin embargo, la pregunta se articula justamente en un contexto de lectura de
los sueños: para Freud, hay un lenguaje de los sueños: los sueños son
mensajes.Todas estas acepciones de 'significado' y 'significar', ¿no son en sí
distintos significados? ¿No es esta muestra de contextos significativos la
realización de muchos significados de 'significado' y 'significar'? ¿O diremos
que el significado de un término lo constituye el conjunto de valores, funciones,
acepciones, matices y usos que el término despliega? ¿O será cuestión de
estipular lo uno o lo otro, porque este objeto de la semántica, el significado, no
es un objeto natural, sino una creación artificial para dar cuenta de algo que, de
hecho, no sabemos qué es, y menos entendemos cómo funciona?

1.3. Traducción y relativismo lingüístico. La semántica pretende un nivel de


generalidad trascendente. Lo que se pretende trascender en este caso son las
lenguas particulares y los significados particulares. La semántica se reduce a
un vocabulario especializado para dar cuenta, no de las relaciones semánticas
en alguna lengua exclusiva, sino en toda lengua. Esto se intenta con un
sistema descriptivo que puede tener pretensiones, ora de independencia de
cualquier lengua particular, a priori, ora de valor universal para toda lengua, a
posteriori.

Sin embargo, cabe argumentar, las relaciones semánticas concretas están en


una lengua, no en todas, y en un contexto de uso, no en cualquier contexto, o
ninguno. Los ejemplos los traemos del español, o del alemán, o del francés, o
del mapuche, etc., y los traemos tipificados en contextos, que a su vez derivan
de usos concretos. Así las cosas, surge la pregunta de la posibilidad de hacer
semántica, no de lo general, sino de lo particular.

Hay, luego, opciones para el semántico: investigar lo válido en general, en las


distintas lenguas y contextos, es decir, apuntar hacia las tendencias semánticas
universales del lenguaje humano, o bien ubicarse en lo válido a priori,
independiente de cualquier lengua, hacia los universales lógicos, o bien
recoger las diferencias semánticas específicas de cada lengua, y de los
contextos de uso en las comunidades, hacia una descripción fragmentada, en
el mejor caso, taxonómica de los hechos semánticos.

(En este punto surgen discusiones varias. Una línea, la de los universales
lingüísticos, nos lleva a autores como Greenberg (1966) y Comrie (1981), y
también Berlin & Kay (1969), con métodos y datos que no introduciremos en
este libro; otra nos lleva a los temas de la traducción, en autores como Nida
(1975), Steiner (1975), Booth, Foster, Rabin y otros (1958), Quine (1953),
temas que nos ocuparán breve y marginalmente; otra nos lleva a desarrollos
modernos en lógica, filosofía del lenguaje, y epistemología, un conglomerado
extenso de autores, ideas y procedimientos, con cumbres particulares en el
Wittgenstein del Tractatus, por un lado, y el de las Investigaciones, por el otro,
autor que mencionaremos, muy someramente; otra línea nos lleva a los
desarrollos clásicos de la lógica, asunto que tampoco nos ocupará en esta
ocasión.)

Tenemos, entonces, un relativismo que cabe advertir. Si estamos reflexionando


sobre estas cosas desde el inglés, nuestra pregunta es "¿what is the meaning
of 'meaning'?", y nos encontramos recorriendo los tipos de uso de "meaning" y
"mean" en distintos contextos. Estos, claro, son contextos en inglés, como (cf.
Lyons, 1977, Vol 1: 2):

(i) "what is the meaning of 'rapid'?" EXPLICACION


(ii) "he did not mean to hurt you" INTENCION
(iii) "he never says what he means" PENSAMIENTO
(iv) "he never means what he says" INTENCION
(v) "life has no meaning" SENTIDO (PROPOSITO)
(vi) "dark clouds mean rain" SEÑAL (IMPLICACION)
(vii) "he did not mean you" REFERENCIA
(viii) "he means well" INTENCION
¿Son acaso estos distintos significados de 'meaning' paralelos a los distintos
significados de 'significado' en español? Traduzcamos:

(i) "¿cuál es el significado de 'veloz'?


(ii) "no fue su intención herirte"
(iii) "nunca dice lo que piensa/lo que lo que quiere decir"
(iv) "nunca quiere decir lo que dice" ("no es que realmente quiera decir lo
que dice")
(v) "la vida no tiene sentido/propósito/valor"
(vi) "nubes oscuras son señal de lluvia/implican lluvia"
(vii) "no se refería a ti"
(viii) "sus intenciones son buenas"

¡No hemos usado 'significar' más que en (i)! Ahora bien, tenemos una
multiplicidad de palabras para traducir 'mean'. Observemos que éstas no son
intercambiables sin más, sin por ello dejar de tener secciones en común. La
siguiente lista de contrastes es sugerente en este sentido. Los juicios (míos)
sobre la aceptabilidad de los (tipos de) enunciados van entre paréntesis,
después de los mismos y de acuerdo a la pauta siguiente: (*) = inaceptable, (?) =
cuestionable; (* ?) = más que cuestionable, pero menos que inaceptable; sin
estos juicios de aceptabilidad, el enunciado es totalmente aceptable (inteligible,
utilizable, normal, etc.):

¿qué quieres decir con eso?

¿qué significas con eso? (*?)

¿qué quiere decir 'x'?

¿qué significa 'x'?

¿ a qué refiere 'x'?

'perro' significa x'

perro' quiere decir x (*?)

(*?)
'perro' refiere a 'x'
¿qué quiso decir Juan con 'x'?
(*?)
¿qué significó Juan con 'x'?
¿a qué se refirió Juan con 'x'?
(?)
¿cuál fue el sentido que Juan dio a 'x'?
esto significa que habrá guerra
(?)
esto refiere que habrá guerra mañana
esto quiere decir que habrá guerra
(?)
el sentido de esto será que habrá una guerra
esto implica que habrá guerra
Los contextos anteriores juegan en forma no exhaustiva con la posibilidad de
sustituir las expresiones del caso (un método que en filosofía se conoce como
"la ley de Leibniz" y en lingüística como la sustitución paradigmática). El
resultado es que no sólo se obtienen significados distintos, sino, muchas veces,
formas no gramaticales. Los distintos términos, que en español traducían los
contextos citados de 'mean' en inglés, no son sinónimos y tienen, muchas
veces, una gramática distinta.

De modo que, bajo el criterio distributivo, es decir, de cómo la entrada del caso
combina con otras palabras, hay un entramado semántico donde participan
términos como 'significar', 'querer decir', 'tener sentido', 'implicar', 'tener la
intención de', 'referir'. Estos distintos miembros definen una familia de
significados. Pero ¿cuál es el criterio para afirmar que se trata de una familia?

Porque advirtamos nuevamente que este entramado lo hemos derivado de


traducciones al español de diversos tipos de uso de 'mean' en inglés. Ese ha
sido nuestro criterio para congregar a estos miembros.

Piénsese en I didn't mean to mean you, "no fue mi intención referirme a ti". La
forma más impresiona en inglés que en español: en inglés usamos la misma
forma, "mean", para expresar los significados de intención y referencia, ambos
realizados por formas distintas en español.

Cuando, por ejemplo, hablamos del sentido de una expresión dada en un


contexto dado, nos referimos a una intención por parte del hablante, no al
significado léxico de la expresión. (Ver Black, 1962)

Tenemos una variedad de funciones o usos de 'mean', por un lado, y otros


tantos de 'significar', por el otro. Pero los usos no son co-extensivos. Vemos
que, aparentemente, 'mean' tiene un espectro mayor que 'significar': cubre
zonas que ocupan términos distintos en español. (Esto no habrá dejado de
actualizar la necesidad de despejar 'the meaning of 'meaning'' en la bibliografía
inglesa. Entre los clásicos de este siglo, justamente encontramos el texto de
Ogden y Richards (1923) titulado The Meaning of Meaning ("El Significado de
Significado")).

Los (tipos de) usos del inglés son relacionados con traducciones al español, y
éstas corresponden a distintos (tipos de) usos, pero no ya de una misma
palabra, sino de distintas palabras que tocan o calzan con la traducción del
caso. No son estas últimas, entonces, usos distintos de 'significado', sino ya un
uso de 'querer decir', otro de 'tener la intención de', otro de 'referirse a', otro de
'sentido de', otro de 'implicar', 'pensar', 'tener propósito'.

(Como veremos, la semántica estudia todo tipo de relaciones de significado


que se producen entre palabras, frases y oraciones del lenguaje. Las
relaciones de significado del tipo que los diccionarios señalan son sólo algunas
de las que ocupan a la semántica. Por otro lado, como también veremos, la
semántica, si bien se concentra en relaciones internas del sistema lingüístico y
entre sistemas lingüísticos, presta también atención especial al fenómeno de la
referencia lingüística, es decir, a la relación entre lenguaje y realidad.)
1.4. Un laberinto y su minotauro. ¿Dónde estamos? Tenemos una variedad
de usos de 'significar'. Ahora bien, la semántica tradicional no se caracteriza
por todos estos usos. Es decir, no todas las acepciones de 'significar' logran
caracterizar, nombrar o relacionarse con un aspecto central del análisis
semántico, así como se practica normalmente, tanto en lingüística, como en
lógica. Cuando decimos que la semántica es el estudio de los significados en el
lenguaje, entre las distintas acepciones de 'significado', las que más importan
son las que giran en torno a las funciones de definición, explicación y
traducción, es decir, las que tienen que ver con relaciones internas del sistema
lingüístico, y también, como hemos mencionado, las que atañen a la relación
de referencia, es decir, la relación entre lenguaje y realidad, o lenguaje y
mundo referido, y también, lenguaje y verdad.

El estudio deja de llamarse 'semántica' y pasa a llamarse 'pragmática' cuando


establece los significados lingüísticos en función de las actividades humanas;
es decir, cuando no es el significado un fenómeno de relaciones internas del
sistema lingüístico, ni el fenómeno de la representatividad del lenguaje, sino un
aspecto dentro de una actividad humana, inscrito en y determinado por lo que
ocurre.

Advertiremos en nuestro retrovisor que, al indagar sobre los distintos


significados de 'significar', estamos desempeñando una actividad que
justamente se caracteriza por ser una búsqueda de traducciones,
explicaciones, definiciones internas, lo cual en sí pertenece a las acepciones
del término, y se ha perfilado como asunto central en la disciplina semántica.

Resumamos el desarrollo anterior. Partimos por caracterizar la semántica como


el estudio del significado en el lenguaje. Cuando indagamos sobre el
significado de 'significado', nos encontramos con una serie de ellos. Un núcleo
de éstos aparecía como central para la disciplina semántica. Son justamente
significados que bien caracterizan la actividad misma de buscarle el significado
a las expresiones. ¿Estamos dando vueltas en círculo?

Volvamos atrás. La pregunta inicial de este desarrollo es: "¿cuál es el


significado de 'significar'?", la que deriva en "¿cuáles son los usos, las
acepciones, las instancias de la palabra 'significar'?", "¿en qué contextos se ve
esta palabra?", "¿cómo se entiende esta palabra en distintos contextos?",
"¿cómo se explica esta palabra en distintos contextos?". 'Significado' parece
derivar en 'usos'. Al revisar distintos significados de 'significado', desarrollamos
una práctica de revisar y aclarar usos y nos detenemos ante aquellas
acepciones de relación interna (e.g. 'explicar', 'traducir' y 'definir'), como ante a
algo central. Implícito en estas acepciones de 'significar' que son 'explicar',
'traducir' y 'definir', se encuentra 'buscar uso'. Es decir, 'explicar', 'traducir', y
'definir' implican 'buscar uso'.

Ahora bien, al revisar los usos de 'significar' damos, por ejemplo, con el uso de
'explicar', que, como vemos, implica 'buscar usos'. Y este es un uso (acepción,
significado) que bien caracteriza, decimos, un aspecto central de la semántica
(y también, entonces, es un significado (uso) que caracteriza la actividad
misma de revisión que se iniciara con la pregunta inicial). ¿Seguimos dando
vueltas en círculo?

Una pregunta que podría ayudarnos a salir de este laberinto conceptual es: ¿es
'significado' lo mismo que 'uso'? He allí dos cuernos de minotauro: uso y
significado. Lo primero que cabe investigar es la medida de conmutabilidad de
ambos términos en contextos lingüísticos determinados. Así, la eventual
diferencia entre éstos tendría que aparecer en el contraste entre expresiones
como "¿qué significa la palabra 'perro' (en español)?", por un lado, y "¿qué uso
tiene la palabra 'perro' (en español)?", por el otro. De modo que el contraste se
reduce a [¿qué significa 'x' en L?], por un lado, y [¿qué uso tiene 'x' en L?], por
el otro (donde 'x' es cualquier término y L el lenguaje donde el término
aparece).

A primera vista, 'significado' nos conduce a algo definido y general; 'uso', en


cambio, nos ofrece un abanico de posibilidades particulares. 'Uso' se asocia
con la dimensión comunicativa del lenguaje, independientemente de la noción
de 'sistema lingüístico'; 'significado' se asocia a la idea de un sistema
lingüístico, en abstracción de la dimensión comunicativa. 'Uso' se nos presenta
como lo concreto, lo sensible (un hacer), mientras que 'significado' se nos
presenta como lo abstracto, lo inteligible (un idear).

1.4.1. Wittgenstein: "¡no pienses, mira!". En este punto puede esbozarse una
línea crítica que en el siglo XX se articula en forma particular en Wittgenstein
(1958). Porque en el intento de darle curso a esta distinción entre significado y
uso, bien podría alegarse que, finalmente, lo que subsiste son los usos. La
distinción no es tal. La presunta perspectiva desde las ideas, conceptos o
significados no es más que una suerte de ilusión. El lenguaje, las expresiones
del habla, están en uso y tienen usos. En la medida en que nos comunicamos,
están ocurriendo cosas a través del lenguaje: alguien advierte a alguien de algo
y usa ciertas expresiones para ello, que en ese contexto desempeñan un
trabajo particular; alguien explica algo a alguien y en ese acto participan
palabras; alguien recibe una instrucción de alguien con gestos, palabras, turnos
y en un contexto; alguien saluda a alguien; alguien manifiesta su enojo ante
alguien; alguien nombra una entidad ante otro; alguien describe algo a otro;
alguien insulta a otro; alguien usa palabras para coordinarse con otros en la
construcción de una casa; alguien habla para entretener a una audiencia que
paga por entretenerse, alguien usa palabras para anunciar un producto, etc. Es
desde este "ocurrir cosas" que rescatamos "significados". Pero estos
significados no son algo que pueda atribuírsele al lenguaje en sí, en abstracto,
como si las expresiones del habla tuvieran en sí, entre sus propiedades
constitutivas, significados. Como si el significado fuera un objeto estable y
esencial de o en las palabras. Tampoco sería el significado una entidad aparte
que el lenguaje evoca o refiere: un concepto abstracto o mental, por ejemplo, o
el mundo externo. Más bien se reduce el significado al hecho mismo de que los
asuntos humanos están ocurriendo en ciertas circunstancias. Allí surge el
significado. Y, con el lenguaje, las cosas están ocurriendo en la medida que
éste está en uso. La dimensión del significado es la dimensión de los usos del
lenguaje. "No indagues sobre el significado, indaga sobre el uso", es uno de los
slogans de Wittgenstein para esta orientación.
En este sentido, un Wittgenstein cuestionaría la propiedad misma de una
pregunta como '¿qué significa 'significar'?'. La pregunta es absurda porque el
término está en uso en la pregunta misma y, al estarlo, queda tácito el
conocimiento de su significado: "¿cómo que 'qué significa 'significar''? Acabas
de emplear el término bien, ¿qué más quieres saber?".

1.5. Otra bifurcación: 'significar' y 'querer decir'. Una distinción que surge
entre las funciones de traducción e intención que hemos visto, y que viene a
ampliar nuestra perspectiva en torno a 'uso' y 'significado', es la que se produce
entre el supuesto significado lingüístico, por un lado, y lo que podríamos llamar,
el propósito del hablante, por el otro. Algo así como la diferencia entre lo que un
hablante dice, por un lado, y lo que quiere decir (o lo que pretende), por el otro.
Nuevamente nos encontramos con homonimia en inglés para la designación de
estas dos funciones: ambas se expresan por el verbo mean (por lo que los
diccionarios ingleses analizan el asunto como polisemia, no homonimia, vid
infra: II:4). De allí la necesidad de hacer explícita para el inglés una distinción
que en español viene dada en el lenguaje cotidiano. A pesar de lo anterior,
resulta instructivo revisar esta distinción. Consideremos lo siguiente (cf. Hurford
& Heasley, 1983:1-7):

(i) 'prejuzgar' significa emitir un juicio sobre algo o alguien sin el conocimiento
adecuado del objeto enjuiciado.
(ii) al decir "me parece algo vago", Manuel quiso decir que no aceptaba la
propuesta.
(i) y (ii) pretenden ilustrar el contraste entre estas dos dimensiones del
significado: el significado del lenguaje (de las palabras, las oraciones), por un
lado, y el significado del hablante, por el otro. Se observará que ésta es una
distinción coherente con la anterior entre significado y uso. Piénsese en una
expresión como "el agua está sobre la mesa". En sí, se dirá, este complejo de
palabras tiene un significado lingüístico único: cada uno de los elementos
aporta un contenido estable al conjunto, y la disposición de los elementos (las
palabras) en el todo (la oración) también tiene un sentido estable: el objeto
'agua' se encuentra en la relación 'estar sobre' con respecto al objeto 'mesa'.
Eso es lo que la oración significa, independientemente de eventuales usos
particulares que esta forma obtenga. Ese es su significado lingüístico.

Pero ¿cómo entiendo la palabra 'significado' en esta explicación? ¿Qué


significan los objetos 'mesa' y 'agua'? ¿Qué significa la relación 'estar sobre'?

Acaso el significado lingüístico aducido encuentra un paradigma pragmático en


contextos asertivos o informativos, contextos en los que las palabras que
refieren objetos simplemente cumplen la función de referir a esos objetos, y las
palabras que nombran relaciones refieren la variante más frecuente o una
variante estipulada de la relación nombrada.

Porque, empleando mínimamente la imaginación para hacer variar el contexto,


nos encontramos con una gama abierta de posibilidades. Así, por ejemplo, la
oración que nos guía puede aparecer en un contexto donde se trata, no de
aseverar una relación, sino de expresar alguien el deseo de que se le dé agua
a alguien; o bien alguien concluye, dadas ciertas premisas o indicios, que el
agua está sobre la mesa (pero no la ha visto allí, etc.); o bien, en un mito, la
tierra es la mesa de un gigante y el mar es el agua sobre su mesa; o bien, en el
espacio sin gravedad, un astronauta está instalando el sistema de referencias
espaciales con flechas, etc. y ha dibujado una línea y dispuesto las bolsas de
agua en un espacio que llama "mesa" y se refiere a un lado de esta línea como
"sobre la mesa", etc.; o bien, una madre está retando a su hijo por haber
derramado agua sobre la mesa; o bien un carpintero se refiere a una gotera
sobre la mesa; etc. En cada contexto particular se definen significados
específicos del caso. La tendencia es pensar en las expresiones en usos
informativos típicos: e.g. una persona está respondiendo a la pregunta "¿dónde
está el agua?". En este caso, significado lingüístico y significado del hablante
parecen coincidir, pero lo cierto es que seguimos hablando de dos
dimensiones. Otro ejemplo: la expresión 'hace frío aquí' puede ser enunciada
por un hablante con la intención de que se cierren las ventanas, ése sería el
significado del hablante, y no con la intención de informar sobre la temperatura
ambiental, cosa que su interlocutor percibe igual que él, y que correspondería,
si le damos curso a la distinción, al significado lingüístico. (Este tipo de
desarrollo tiene una obvia relación con la discusión en torno a los actos del
habla a partir de Austin (1962). Como hemos visto, en la tradición pragmática
de análisis lingüístico, sobre todo a partir del "segundo" Wittgenstein (pero lo
cierto es que el punto ya se encuentra en el Wittgenstein del Tractatus), se
cuestionará que la noción misma de significado pueda establecerse sin
apelación a los usos lingüísticos. Es ilustrativo en este sentido el artículo de
Black "Explanations of Meaning" (1962). Ver también textos como Searle
(1969) y Grice (1957, 1968, 1975)).

2. Reflexividad, uso y mención. El lenguaje humano tiene esta característica


de autorreferencia, que es la que opera, por ejemplo, cuando la palabra
'significado' está en cierto tipo de uso. De modo que, cuando preguntamos
"¿qué significa 'cónyuge'? no sólo hablamos en español, sino también sobre el
español: producimos habla sobre habla. Lo mismo cuando afirmamos "la
palabra 'ocho' tiene cuatro letras". La reflexividad es autorreferencia,
autodescripción. Cabe, por lo tanto, distinguir un discurso en línea y un
discurso en metalínea, o un uso normal y un uso reflexivo del lenguaje.

Cada vez que por medio de una expresión observamos o juzgamos otras
expresiones, estamos en un nivel autorreferencial. Todas las palabras que
pueden referir actos comunicativos son de este tipo, como ciertos usos de
'decir', 'escuchar', 'leer', 'recordar', 'significar', pero también un sinnúmero de
otras que pueden ser usadas en contextos dados para enfocar ("escanear")
partes del habla. Es la propiedad de reflexividad del lenguaje.

El lenguaje tiene la propiedad de construir sus propios metalenguajes. De esta


propiedad emerge, entre otras disciplinas, la semántica, que trata justamente
sobre los significados lingüísticos.

Una de las distinciones que se maneja para resaltar un aspecto de este tránsito
entre un nivel "en línea" (no-autorreferencial) y un nivel en metalínea
(autorreferencial) es la que introduce el par "uso" y "mención". Una palabra
se dice estar "mencionada" cuando aparece en contexto autorreferencial de
tipo cita, de otro modo está simplemente "en uso". Por ejemplo, en la expresión
"¿qué significa la palabra 'cónyuge'"?, la palabra 'cónyuge' se dice estar en
mención. Su uso no es el uso normal, o en línea de la palabra, sino un uso de
tipo vitrina: un objeto aparte. Esto lo destacamos encerrando las menciones
entre comillas simples en la escritura, mientras que, en el habla oral, la
mención recibe una entonación y acentuación particulares, a la vez que se
hace rodear de pausas o silencios que marcan su carácter de cita. La mención
se produce cuando el propósito de la comunicación gira sobre algún aspecto de
la misma. Cuando el lenguaje está en uso, los propósitos son otras cosas que
el lenguaje.

Nótese que las nociones de "mención" y "reflexividad" (o "autorreferencia") no


son idénticas. La autorreferencia ya está presente en la palabra 'palabra'. En la
afirmación "la autoreferrencia ya está presente en la palabra 'palabra'", sin
embargo, la primera palabra 'palabra' está en uso, no en mención, sin por ello
dejar de ser autoreferrencial. Una afirmación como "el lenguaje humano es un
sistema formal discontinuo" no tiene mención alguna, pero sí reflexividad. Es
decir, "uso" y "mención" no son conceptos coextensivos con "lenguaje no-
autorreferencial" y "lenguaje autorreferencial".

3. Lenguaje objeto y metalenguaje. La reflexividad en el lenguaje es un


fenómeno cotidiano. Cuando el nivel objeto se extiende a aspectos generales
del habla y se pretende cierto grado de rigor, sobre todo en lo que concierne a
aspectos formales del lenguaje, se diferencian más los niveles involucrados. El
nivel descriptivo se especializa y se normaliza. Recibe entonces el nombre de
metalenguaje y lo referido el de lenguaje objeto. Ya no se habla de
reflexividad en este caso ya que se pretende que los lenguajes involucrados
son distintos. No es un mismo lenguaje examinándose a sí, sino un nuevo
lenguaje examinando a otro. El contexto ya no es el cotidiano, sino uno
especializado. Los metalenguajes, entonces, tienden a ser precisos, técnicos y
formales.

La anterior distinción emerge, entonces, en el ámbito reflexivo del lenguaje, y


de hecho se aplica para evitar la circularidad que amenaza a la empresa
semántica. La distinción se establece entre el lenguaje descriptivo, o
metalenguaje, y el lenguaje descrito, o lenguaje objeto. Son estos, claro, dos
lados de una misma moneda: el metalenguaje, por definición, es el lenguaje
sobre un lenguaje objeto.

Se suele distinguir, como dijimos, entre la función de uso y mención, por un


lado y el metalenguaje, por el otro. Las pretensiones de este último son las de
desligarse de su objeto y especializarse en su descripción. La noción de 'objeto'
ya apunta a este intento. Habría que decir, entonces, que el metalenguaje está
fuera de su objeto, fuera del lenguaje que describe, mientras que la mención
está en el lenguaje, si bien en una metalínea.

Por otro lado, si el metalenguaje pretende estar fuera de su objeto, no ocurre lo


mismo con el uso reflexivo del lenguaje. Lo normal es que el metalenguaje sea
una formalización de algún tipo.
Los puntos anteriores son temas para cierta discusión. Porque, por un lado,
pareciéramos salirnos del lenguaje, pero, por el otro, siempre estamos en el
lenguaje, aún cuando éste pasa a ser nuestro objeto de observación. Lo
anterior revela el rasgo circular que caracteriza a las disciplinas
metalingüísticas, que intentan describir el lenguaje, pero lo hacen a través del
lenguaje. Las salidas o soluciones al circuito anterior van desde la creación de
modelos abstractos y lenguajes artificiales o cálculos, a observaciones en un
lenguaje menos pretencioso, desde y sobre el habla cotidiana. Tarski (1956), en
este contexto, es un autor central en semántica formal. A él debemos la
incorporación del binomio lenguaje objeto-metalenguaje en la solución de
problemas semánticos del tamaño de la noción de 'verdad' (ver Lyons, 1977,
vol. 1: 167-173.) En todo caso, el asunto de un eventual estado paradójico en
las actividades de análisis metalingüístico se resuelve normalmente en el
proceso de reducción y transformación del material que se pretende describir.
En general, los estudios lingüísticos sólo tienen sentido cuando tratan de algún
aspecto particular del lenguaje, aspecto que ha sido definido para los
propósitos específicos del campo de estudios en cuestión. En este juego entre
el propósito específico, el método y la determinación del objeto a tratar se
neutralizan objeciones y reparos como los sugeridos. Así, por ejemplo, la lógica
se concibe como un metalenguaje de ciertos aspectos del discurso, donde
aparecen términos y evaluaciones, tales como "valor de verdad", "proposición",
"implicación", "conclusión", "validez", "argumento", "contradicción",
"incompatibilidad", "analítico", "inferencia", entre otros. En lógica, todos estos
términos se definen formalmente, se establecen procedimientos para
determinar estas evaluaciones lógicas del discurso y se establece un conjunto
coherente de relaciones. La semántica se concibe también como un
metalenguaje con respecto a relaciones de significado, tales como la sinonimia,
la hiponimia, la polisemia, la extensión e intensión de un término, los
componentes semánticos de las entradas, entre otras. La sintaxis se concibe
como un metalenguaje con respecto a relaciones secuenciales y jerárquicas de
las categorías sintácticas. Y así, para las otras disciplinas que tratan de algún
aspecto del lenguaje

3.1. Arbitrariedad en la relación de nombramiento. La relación entre las


expresiones, o términos del metalenguaje y los objetos que estas expresiones
representan es una de nombramiento. Esta también es una noción del análisis
de Tarski. (ver Lyons ibíd:11). Lyons también enfatiza que la relación entre un
elemento en el lenguaje-objeto y el elemento que lo nombra en el metalenguaje
es arbitraria. Lo mismo da si 'mano' en el metalenguaje se representa como '1'
o 'z'. Es decir, no sólo son las comillas convencionales, sino también el
elemento mismo que representa (nombra) a su objeto. En semántica formal, se
suele hablar de la "conveniencia" de mantener las expresiones nombradas en
el metalenguaje en su forma original en el lenguaje objeto. Esto evita la tarea
de traducir las expresiones nombradas.

Aquí cabe advertir, sin embargo, que el nivel en el que se establece la


representación influye sobre esta supuesta arbitrariedad. Si lo que queremos
representar se refiere a la forma externa o material de, por ejemplo, 'mano',
entonces ya no podremos hablar de una representación arbitraria, sin más. De
alguna manera en nuestra representación tendremos que capturar aquellos
rasgos externos de 'mano' que nuestro metalenguaje pretende describir. De
modo que resulta ridícula una expresión del tipo "'z' tiene cuatro letras".
(Recordemos que la mención en sí no restringe el nivel en el que la
autorreferencia puede darse: "'mano' es un sustantivo", "'mano' tiene cuatro
letras", "'mano' son dos sílabas", etc. (Sin embargo, ver la crítica de Lyons a
Quine. Ibíd.:8-10)).

En torno a este último punto, resulta instructivo considerar lo que el


Wittgenstein del Tractatus tenía que decirnos con respecto a la relación entre
lenguaje y realidad: Si bien la relación superficial o externa entre la forma
lingüística (de la palabra o de la oración) y la forma de la realidad (del objeto o
del estado de cosas representado) es arbitraria, no lo es la relación lógica o
interna entre ambos. Para que una oración pueda representar un estado de
cosas, ambos, tanto la oración como el estado de cosas deben compartir una
misma forma lógica. De otro modo no es posible la representación.
Wittgenstein propone que lo que hace posible la significación en una
proposición descriptiva es su forma lógico-pictórica: la proposición retrata
(figura, pinta) el estado de cosas que representa. De modo que la proposición
muestra su significado y entenderla es ver en ella el estado de cosas figurado y
cotejar el cuadro lingüístico, el signo proposicional, con la realidad, para
determinar si se corresponden ambos, si es la proposición verdadera o falsa. El
estado de cosas y la proposición que lo representa comparten una misma
forma. Esa relación, entonces, no es arbitraria o convencional: la proposición
debe tener la misma forma lógica del estado de cosas que representa; de otro
modo, no es proposición de ese estado de cosas.

Sin perjuicio de lo anterior, el rasgo de arbitrariedad superficial de los


elementos del metalenguaje con respecto a su objeto, tiene, sin duda, validez
en el nivel de las descripciones semánticas y más allá. El uso de simbología
superficialmente arbitraria se hace imprescindible en el análisis lógico, como
también, por ejemplo, en los lenguajes que el informático usa para informar y
comunicarse con la máquina.

4. Tipo y tipado (Type and token). Esta distinción puede representarse en


términos de una imagen traída de la tipografía: el tipo es el tipo (el molde o
cliché), el tipado es la impresión o inscripción del caso. La relación entre tipo y
tipado es de instancia: el tipado instancia (realiza) el tipo. Veamos los ejemplos
de Lyons (1977:13):

(1) Hay diez letras en la palabra 'referencia'

(2) Hay siete letras en la palabra 'referencia'

Nos dice Lyons que ambas afirmaciones son verdaderas bajo distintas
interpretaciones. Las instancias de las letras son obviamente diez (2 para la "r",
3 para la "e", y 1 para la "f", la "n", la "c", la "i", y la "a", respectivamente), pero
los tipos de letras son sólo siete. La instancia es el tipado, la inscripción
(token). De modo que lo que llamamos "letra" es potencialmente ambiguo:
¿estamos hablando de letra-tipo o de letra-tipado? Lo mismo vale para las
palabras: podemos hablar de palabras-tipo, por un lado, y palabras-tipado, por
el otro. En una expresión como "mi tío Julio y mi tío Andrés" hay 7 palabras-
tipado y 5 palabras-tipo".

En análisis, quepa advertirse, se maneja en general el nivel de los tipos; esas


suelen ser las unidades objeto. Esto problematiza la noción de un matalenguaje
en términos de un lenguaje descriptivo de un supuesto "lenguaje natural": los
supuestos objetos de la descripción son, en rigor, objetos teóricos: son tipos de
objetos.

5. El lexema y sus formas. El lexema es unidad básica del análisis


lexicológico, así como lo es el fonema de la fonología, el morfema de la
morfología, y el sintagma de la sintaxis.

Cuando se dice "'di' y 'doy' son dos formas de la misma palabra", se está
implicando una distinción entre palabra-forma, por un lado, y lexema, por el
otro. En el primer caso se trata de objetos concretos (como los que sortea un
editor, dice Lyons (ibíd:18-25), o por los que cobra un traductor). La forma es la
secuencia de elementos en la unidad. La forma tiene extensión (ocupa espacio
y tiempo). El lexema, por su parte, es el concepto básico, la unidad abstracta
de una variedad de formas que se perciben como pertenecientes a un mismo
tema lingüístico.

El lexema, por otro parte, no debe confundirse con una suerte de tipo en
relación al cual sus formas son su tipado. La relación entre las unidades
teóricas de la lingüística y los elementos por éstas denotados es una de
realización bajo reglas o principios de derivación. Más importante aun: las
entidades teóricas de la lingüística moderna se definen en forma interna, en
relación a un sistema. De modo que un lexema es una unidad que se define en
términos de sus relaciones con los otros lexemas del léxico, así como un
fonema es una unidad que se define en relación a los otros fonemas del
sistema fonológico de una lengua. El lexema debe dar cuenta de la variedad de
sus formas no en el sentido de ser un molde externo para todas, sino en el
sentido de ser lo que da unidad interna a una variedad semántica en un
sistema general de relaciones.

Nótese que la forma citada que trae, por ejemplo, el diccionario, es de hecho
una de las formas del lexema en cuestión, seleccionada para nombrar el todo
por conveniencia (brevedad, neutralidad, convención, etc.). Así, por ejemplo,
suele aparecer la forma del infinitivo de los verbos como representante del
lexema en cuestión. De modo que un infinitivo como 'dar' nombra y representa
el conjunto de formas de ese verbo. La forma representa al lexema DAR, el
cual incluye entre sus formas 'doy', 'das', 'daré', 'dieron', y también 'dar', entre
otras.

Así definido el lexema, se plantea el problema de su aplicación y sus


limitaciones como instrumento descriptivo: ¿son las formas 'dativo', 'dádiva',
'dadivosidad', 'dador', formas del lexema DAR? ¿Son 'estancia', 'estatua',
'estante', 'estar', formas de un mismo lexema? Un criterio podría venir de la
sintaxis: si la categoría cambia, cambia también el lexema, de modo que si
pasamos de verbo a sustantivo, aunque la raíz sea la misma, debemos asignar
lexemas distintos a las formas. Esto parece demasiado arbitrario y poco
intuitivo. Por lo pronto, habría que distinguir entre lexemas distintos bajo este
último criterio y lexemas distintos, propiamente. Lo que nos devuelve al lugar
del dilema inicial. Acaso un criterio podría ser el morfológico: en la medida en
que tenemos derivaciones de una misma base morfológica estaríamos ante un
mismo lexema. Pero el lexema no es una unidad morfológica, sino semántica.
El punto se intensifica aun más si se considera que en muchas lenguas,
binomios, como los pares verbales DAR y RECIBIR, VENDER y COMPRAR, IR
y VENIR, junto a muchos otros (y no sólo binomios, sino series de múltiples
miembros), se construyen sobre una misma base morfológica a la que se le
añade un afijo o se varía algún factor en su calidad vocálica o prosódica. Así,
por ejemplo, en mapudungu, la lengua de los mapuches, el es "poner" y elu es
"dar"; amu es "ir" y amul es "mover"; pe es "ver" y pepu es "encontrar". No nos
es difícil captar las relaciones semánticas entre estos verbos; pero en español
estas relaciones no aparecen en la forma externa de las palabras. ¿Diremos
que 'dar' y 'poner' son formas de un mismo lexema? Piénsese, para agudizar
nuestra duda, en la posibilidad de sustitución entre 'dar' y 'poner' en contextos
como "darle un nombre a algo" y "ponerle un nombre a algo".

El lexema es el tema que unifica una variedad de formas que logramos


identificar externamente, por su raíz y la morfología que la organiza. Pero el
lexema se pretende como unidad interna de estas formas. Y al revisar esta
unidad interna bajo criterios semánticos, de significado, nos encontramos con
problemas de coherencia y criterios para justificar la unidad teórica del lexema.

6. Enunciados, forma lingüística, oraciones, proposiciones. (Ver, por


ejemplo, Lyons ibíd:25-31; Hurford & Heasly ibíd:15-24; Gale, 1967.) Podemos
continuar esta sección refiriéndonos a lo que se implica cuando se dice que
podemos decir una misma cosa dos veces, como cuando leemos un mismo
párrafo dos veces, o le gritamos a un amigo lo mismo dos veces. En estos
contextos podríamos decir que hemos enunciado el mismo contenido dos
veces. Es decir, dos acontecimientos físicos distintos (separados en el tiempo),
pero una misma forma lingüística y un mismo contenido. Pero ¿cuál es el
criterio para 'mismo' aquí? ¿Dónde, en qué dimensión, se daría esta supuesta
duplicación? Y ¿cómo verificarlo?

Lo concreto, la instancia, lo inscrito son los enunciados. Los enunciados son


secuencias de palabras que los hablantes emiten. En sus formas mínimas,
estas secuencias se caracterizan por el silencio que delimita su inicio y su fin.
El enunciado puede definirse como la unidad mínima hablada que puede
aparecer rodeada de silencios en sus contornos extremos en una situación
comunicativa dada. Cabe, sin embargo, advertir lo precario de esta definición:
'silencio', en tanto carencia de sonido en contextos comunicativos concretos,
lejos de ser ausencia de significado en la dinámica comunicativa, es muchas
veces un espacio rico en usos significativos diversos. Un silencio puede
significar un rechazo en un contexto (una suerte de "no"), un acatamiento en
otro (una suerte de "sí"), un "lo voy a pensar" en un tercer contexto, un "estoy
sorprendido" en un cuarto, etc. De modo que, aunque parezca paradójico,
podemos decir que un silencio es algo que se enuncia en un contexto
comunicativo. (cf. Rivano, E. 1994: 81-2).
Esta última aclaración cuestiona el carácter de unidad que se pretende para la
categoría de enunciado lingüístico.

6.1. Forma lingüística, oraciones. Retomemos esta distinción. Los


enunciados, decíamos, son eventos, acontecimientos físicos (en tiempo-lugar).
No se puede repetir un enunciado. Cada vez que lo intentamos, un nuevo
enunciado es creado. Sugeríamos que lo que se repite es una forma
lingüística: una forma sintáctica y una forma semántica. La oración es un tipo
de estas formas lingüísticas, que cumple con ciertas condiciones de
complejidad.

Advirtamos, sin embargo, que esta forma lingüística, cua forma abstracta, no
sólo no puede repetirse, sino que no puede ocurrir en la comunicación, en el
lenguaje en funcionamiento. Simplemente no puede ocurrir, no está en su
naturaleza ocurrir en el mundo enunciado. Acaso lo que puede ocurrir es la
realización de esa forma abstracta. La forma es la misma, su realización varía.

Pero 'realización' nos lleva sin mayor reflexión a suponer una entidad detrás del
enunciado mismo. Como si el enunciado, para ser el caso, debiera partir de
una forma abstracta que pertenece a un mundo aparte. De alguna manera
estas formas se activarían para participar en la realidad comunicativa. Ese
supuesto, si bien aparentemente útil y de manejo intuitivo por nuestros hábitos
platónicos, debe mantenerse bajo una mirada crítica. Las oraciones en teoría
sintáctica generativa, por ejemplo, (el intento teórico más avanzado hasta
ahora), son unidades que sólo remotamente se relacionan con los enunciados
de una lengua. Más bien, las oraciones son formatos para la organización del
léxico, el resultado de la aplicación de ciertos principios innatos de organización
lingüística, principios que participan en la producción de enunciados,
ciertamente, pero que configuran un sistema orgánico, no una forma particular
para la producción de un enunciado. Estos principios son el objeto de estudio
de la sintaxis, un programa de investigación en el que la oración, en tanto lugar
de confluencia de las dimensiones de la fonética, la semántica, la lógica y la
sintaxis (por nombrar las más obvias), tiene un papel derivado. (Ver Chomsky,
1996, para una introducción general)

Si aceptamos por un momento la idea de una forma abstracta invariable, en


alguna dimensión propia, parece contradictorio asignarle a esta forma la
posibilidad de repetirse. Está en un lugar donde es invariable, un lugar en
donde la repetición simplemente no tiene lugar.

La afirmación aparentemente inofensiva de "decir lo mismo dos veces",


entonces, una variante nada menos que del tema de la identidad, encuentra
problemas conceptuales de cierta importancia. Se contradice, por lo pronto, con
un supuesto básico sobre la imposibilidad de repetición de los acontecimientos
físicos. Si el enunciado ocurre en tanto forma y comunicación en tiempo-lugar
(hecho físico y proceso, digamos, informativo), simplemente no puede volver a
ocurrir.

Piénsese, por ejemplo, en la expresión "me voy de aquí". Si, por ejemplo, las
referencias de persona y lugar son parte del contenido de un enunciado así,
éste va a depender de quién enuncia y dónde. De modo que la misma forma
cambia de significado dependiendo de las circunstancias.

Pero, ¿no tienen las oraciones un significado en sí, independiente del contexto
de uso? La respuesta a esta pregunta va a depender de cómo concebimos el
significado. Si lo concebimos como ciertas relaciones semánticas del sistema
lingüístico, podremos abstraernos de los usos lingüísticos. Pero una
abstracción así es más problemática de lo que aparenta.

Sin olvidar los puntos críticos mencionados, convengamos que la oración es


una forma lingüística. Es una secuencia de palabras organizadas en
categorías, las cuales a su vez están organizadas en sintagmas de acuerdo a
ciertas reglas gramaticales o principios. Una oración tiene complejidad, no es
un átomo, un objeto simple. Tradicionalmente, se ha expresado esta
complejidad en términos de las nociones de sujeto y predicado: una oración
gramatical está compuesta por un sujeto y un predicado. Estos nombres de las
partes principales de la oración, cuyas acepciones en lógica, como veremos,
son otras que en gramática, pueden emplearse como una manera simple de
referirse a la complejidad oracional. El análisis sintáctico especializado
rápidamente superará esta nomenclatura al momento de dar cuenta de las
formas y principios implicados en la oración gramatical, asunto que no es el
caso detallar aquí.

(falta el punto 7)

8. Significado, referencia, realidad, mente, verdad. Dos perspectivas han


importado tradicionalmente en los estudios semánticos. Una es la perspectiva
interna del sistema lingüístico, de hecho una gama o campo de perspectivas
donde se enfocan en forma central relaciones de significado tales como la
sinonimia, la antonimia, la hiponimia, la polisemia, la gradación, la ambigüedad,
la paráfrasis, la contrariedad, la conversión, la definición lexicográfica, y
también, la contradicción, la implicación, la equivalencia, entre otras. En esta
perspectiva interna encontramos sistemas de relaciones semánticas para las
palabras y las oraciones del lenguaje. Las descripciones de estas relaciones
sistemáticas son ora de corte taxonómico, ora estructuralistas, o lógico
formales. Estas son perspectivas alternativas en el marco del análisis interno.

La perspectiva externa de los estudios, otro campo amplio, enfoca la relación


lenguaje-realidad. De allí surgen, entre otras, nociones como las de denotación,
extensión, nombramiento, definición real, verdad, referencia, que tratan de tipos
de vínculos que se produce entre lenguaje y realidad, e.g. entre una expresión
y el conjunto de individuos que identifica, entre una expresión y la clase natural
con que se relaciona, entre una formulación lingüística compleja y la esencia u
objeto científico que describe o explica, entre un término y las condiciones
externas que deben cumplirse para afirmar la verdad del término, entre una
palabra y un objeto. Dar cuenta de la posibilidad misma del lenguaje de referir,
de ser un medio de nombramiento, descripción y representación de la realidad,
ha ocupado no poca parte del pensamiento lógico, tanto clásico como
moderno.
Más recientemente, una tercera perspectiva, la pragmática, ha pasado también
a configurar un grupo de consideraciones estándares en los estudios
semánticos. Esta perspectiva llama a estudiar las actividades humanas en las
que el uso del lenguaje se inscribe y da cuenta de aspectos semánticos en
función de estos usos.

En terminología lingüística corriente, el término 'significado' apunta a las


relaciones semánticas en el lenguaje y 'referencia' a relaciones entre lenguaje y
realidad. Sin embargo, es también frecuente la noción popular del significado
de una palabra como el objeto en la realidad que ésta nombra.

En el sentido simple de "relaciones de significado en el sistema", toda


expresión de la lengua (llevada al plano más abstracto de "tipo de expresión")
tiene significado, es decir, tiene relaciones sistemáticas con otras expresiones
(otros tipos de expresión). Pero no toda expresión tiene referencia. Expresiones
como 'y', 'por', 'no', 'pero', no tienen referencia. Tampoco son palabras de
contenido. Sin embargo son palabras con un significado en el sistema
lingüístico a que pertenecen, en el sentido simple de 'significado', en el sentido
de "se relacionan sistemáticamente con otras palabras" y "tienen interpretación
cuando están articuladas con otras palabras".

8.1. Los asuntos involucrados en los aún vagos temas mencionados son varios.
Uno se refiere a la revisión de la noción de 'realidad' que pueda estar implicada
o supuesta en algún desarrollo sobre referencia. De acuerdo a una teoría
referencial del significado, que parte de nociones preteóricas o datos primarios
de interpretación acerca de cómo las palabras significan, el significado de una
expresión es alguna entidad, evento, relación, o cualidad que la expresión
refiere (evoca, nombra, representa - son términos intercambiables en este nivel
aún coloquial de reflexión). Este algo que la palabra refiere se concibe como
algo aparte de la expresión, un objeto con existencia y propiedades
independientes. Por otro lado, en el habla cotidiana se dice que las palabras
"tienen" un significado, o que dos palabras "significan la misma cosa", o que
hay que "buscar" o "encontrar el significado" de una palabra, o que una palabra
"ha perdido su significado" o "ha obtenido un nuevo significado", o "ha
cambiado su significado", etc. El habla cotidiana trae, entre otras, una
concepción metafórica de los significados como objetos, ora en las palabras,
como algo propio de éstas, ora fuera de ellas, como algo independiente. Estos
enfoques cotidianos no son siempre compatibles, pero de hecho se emplean en
forma alternante, sin que los sinsentidos y contradicciones subyacentes
perturben la comunicación cotidiana. Las teorías referenciales encuentran en el
supuesto de la realidad independiente de los objetos, por un lado, y la
concepción metafórica de los significados como objetos independientes, por el
otro, una base para sus edificaciones. Estas deben especificar en forma
coherente la relación referencial y lo que estos supuestos objetos, los
significados, puedan ser.

Dejando a un lado por el momento el problema del supuesto de la realidad


como algo independiente, asunto que ocupará al pensamiento humano hasta
su fin, una teoría referencial del significado debe hacerse cargo de
consecuencias como las siguientes: Si los significados son objetos referidos
por las palabras y expresiones, entonces: (a) debe haber un objeto, cada vez
que hay significado, (b) las palabras sinónimas son aquellas que refieren al
mismo objeto, (c) lo que se puede decir del objeto referido por la palabra o
expresión aplica igualmente al significado de la palabra o expresión. Estos tres
tipos de consecuencias encuentran problemas en los datos primarios. Por
ejemplo: (a) ¿Qué objeto es el referido por palabras y expresiones como 'no',
'aquí', 'pero', 'infinito', 'nada', 'Caperucita Roja', 'ideas verdes', 'el camino de la
vida', 'buenas noches', 'me pasa la sal por favor'? No parece haber referentes
claros para estas expresiones. (b) ¿Significan lo mismo las expresiones 'el
dictador de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial', 'Adolf Hitler', 'el
exterminador de judíos en la primera mitad del siglo XX', 'el loco más
sanguinario del siglo XX', 'el Salvador de la raza blanca', 'el racista más racista
del mundo', etc.? Todas ellas refieren a una misma persona en la realidad, pero
no parecen significar en absoluto lo mismo. (c) Si podemos decir del referente
de una expresión como 'el árbol de la esquina' que está cargado de fruta,
también tendríamos que poder decir del significado de la expresión 'el árbol de
la esquina' que está cargado de fruta. Pero esto último no parece tener sentido.

La realidad, el supuesto ámbito donde se encuentran estos objetos que son los
referentes, debe transformarse rápidamente en una entidad más abstracta que
la que suponíamos inicialmente, elaborarse para que esta teoría referencial del
significado tenga algún curso. Esta adaptación es posible e implica un nivel
superior de definición y formalización. El mundo referido ya no es el mundo sin
más, el mundo físico, sino una dimensión más comprehensiva, un mundo de
objetos y relaciones que responden a las exigencias del lenguaje bajo el criterio
explicativo referencial. La teoría tiene que poder dar cuenta de términos como
'pero', 'yo', 'no', y otros como 'Zeus', 'hoyos negros', 'bondad'.

8.2. Frege: sentido y referencia. Frege, en Über Sinn und Bedeutung ("Sobre
sentido y referencia", 1892), introduce el par sentido-referencia. Una palabra
expresa su sentido y refiere su referente (en forma menos feliz, en algunas
traducciones y comentarios se habla de que la palabra denota su denotación).
Las palabras (los nombres propios y las descripciones definidas o singulares)
tienen referencia y sentido (Bedeutung y Sinn, respectivamente). Por su
subjetividad y variabilidad individual, Frege ha descartado del análisis las
representaciones mentales o directas que las palabras pueden evocar en las
personas, la asociación individual de ideas personales. El análisis sólo
considera el fenómeno de la referencia y el del sentido de las palabras. Eso es
lo objetivo. Las ideas (mentales) que acompañan a los enunciados se
distinguen de las proposiciones (gedanke) que éstos expresan: las primeras
son privadas, las segundas no tienen dueño. Una misma proposición puede y
suele activar asociaciones (ideas, imágenes) distintas en distintas personas y
en la misma persona en distintas ocasiones, sin por ello dejar de ser la misma
proposición. Las proposiciones son entidades abstractas en una dimensión
propia, ni mental, ni física, más bien, de tipo platónica.

8.2.1. La referencia del término 'Luna' es la misma que la del término 'el satélite
natural de la Tierra', pero sus sentidos son distintos. Cuando se afirma "la luna
es el satélite natural de la tierra" se ha dicho algo informativo. En cambio nada
se ha dicho cuando se afirma "la luna es la luna". De modo que la información
contenida en la primera afirmación no es el tipo de información contenida en la
segunda. Lo que se afirma es la relación entre las partes involucradas; de
modo que el tipo de relación en estas dos afirmaciones es distinto.

La referencia de 'mi querido amigo del alma' es la misma, imaginemos, que la


de 'el señor que vive en la calle Colo-Colo No. 53', pero los sentidos de estas
expresiones difieren. La distinción entre sentido y referencia permite a Frege
recorrer la noción de identidad en forma articulada. Así, por ejemplo, una
afirmación como "mi vecino es el Presidente de la República" expresa una
identidad entre dos expresiones con sentido distinto. Hay una identidad
expresada en el plano referencial, pero la articulación particular de la relación
de identidad que esta afirmación expresa conecta dos sentidos distintos a
través de un mismo referente.

Llamemos "a" al individuo referido por la expresión "mi vecino". Es el mismo


individuo referido por la expresión "el Presidente de la República". Pero la
afirmación "mi vecino es el Presidente de la república" no está diciéndonos "a =
a". La expresión no afirma que el individuo referido es el individuo referido. Es
decir, que el individuo es idéntico a sí. Tampoco afirma identidad en el plano de
las expresiones, que son obviamente diferentes. No puedo sustituir una oración
como "mi vecino es el presidente de la República" por "mi vecino es mi vecino".
La primera es informativa, la segunda no. De modo que no se afirma la
identidad de sentido, que es la modalidad expresiva.

Una negación como "Mi vecino no es el Presidente de la República" expresa


que los referentes de "mi vecino" y de "el Presidente de la República" no son
idénticos. ¿Significa lo anterior que la afirmación se encuentra en un plano
distinto que la negación? Porque habíamos dicho que la afirmación no
expresaba identidad en el plano referencial. Pero la negación parece ser la
negación de identidad en este plano. La negación no niega la identidad del
sentido de las expresiones. El solo hecho de ser expresiones distintas ipso
facto niega esa identidad, tratándose de dos modalidades distintas de
presentar un objeto. Si digo significativamente "el Presidente de la República
no es el Presidente de la República" no estoy negando la identidad entre las
expresiones del sujeto y el predicado de esta oración, sino algo distinto; acaso
algo así como que el referente de persona de la expresión 'Presidente de la
República', el individuo elegido y nombrado presidente, no está cumpliendo con
la función referida por la expresión 'Presidente de la República'. Esa sería una
interpretación para esta oración de apariencia contradictoria.

Frege lleva este análisis de los nombres al nivel de la oración. Es decir, trata
los enunciados afirmativos como nombres. Así, un enunciado, más allá de
expresar un sentido, que es la parte proposicional de éste, también tiene
referencia, que remite el enunciado al mundo de los hechos haciéndolo
verdadero o falso de acuerdo a las circunstancias. Frege concibe la referencia
posible de los enunciados como lo verdadero y lo falso: Los enunciados
distintos varían en sentido, pero su referencia sólo puede ser lo verdadero o lo
falso. De modo que todos los enunciados verdaderos tienen la misma
referencia, lo verdadero. Este resultado, si bien sorprendente, es coherente con
el tipo de análisis lógico-proposicional que Frege maneja, a saber, una lógica
extensional o de valor de verdad. En cálculo proposicional lo mismo da el
significado o sentido de una proposición. Lo que importa es su valor de verdad:
Dos oraciones con el mismo valor de verdad pueden sustituirse en cualquier
compuesto lógico, resultando en el mismo compuesto en su totalidad. Al
sustituir un enunciado como "el satélite de la Tierra no tiene agua" por otro
como "la Luna no tiene agua" mantengo un mismo valor referencial para ambos
enunciados y, por ello, un mismo valor de verdad. Puedo usar indistintamente
ambos en compuestos lógicos, sin alterar por ello el valor del compuesto en su
totalidad. Dado que son sólo dos los valores referenciales posibles de los
enunciados, se desprende que cualquier enunciado verdadero puede sustituir a
otro de igual valor de verdad (igual referencia) en un compuesto lógico sin
alterar el valor total del mismo. (Estos aún oscuros resultados obtendrán más
claridad a partir del Wittgenstein del Tractatus. Hay que señalar también que
Frege trata en forma separada afirmaciones complejas con verbos como
"pensar", "creer", "suponer", "juzgar", también llamados "verbos de actitudes
proposicionales", desarrollo que no presentaremos acá.)

La noción de referencia se resuelve entre el lenguaje y la realidad (o el sistema


de referencia del caso): Dos nombres distintos pueden tener el mismo
referente; dos referentes distintos pueden tener el mismo nombre. La noción de
sentido se resuelve en el lenguaje: Dos sentidos distintos pueden tener una
misma expresión - el fenómeno de la polisemia y la homonimia. Y siguiendo
esta simetría, dos expresiones distintas pueden tener un mismo sentido - la
sinonimia. Pero, como hemos dicho, esto último no se daría: El vehículo para el
cambio de sentido se presenta desde esta perspectiva como el cambio de
expresión, por lo que la sinonimia, es decir dos expresiones distintas para un
mismo sentido, aparece como una imposibilidad. (Este asunto, sin embargo, no
interesa al programa extensional de Frege.)

8.2.2. Russell. Son varios los asuntos y problemas que surgen del tipo de
análisis que Frege realiza. La bibliografía obligada al respecto es vasta y no
podremos hacernos cargo acá de ella, más que brevemente. El trayecto
bibliográfico obligado en estos temas, comenzando con Frege, pasa por
Russell (1905) y Strawson (1950). Tanto en Frege como en Russell, el intento
es el de dar cuenta de ciertos aspectos del lenguaje natural en un sistema
formal de relaciones lógicas. Ambos encuentran problemas, que derivan de la
rigidez de la lógica de dos valores y la imposición de evitar paradojas y
contradicciones al momento de dar cuenta en formato lógico del significado y la
referencia de las palabras. Este marco semántico lleva a ciertas
interpretaciones que se alejan de las que importan en el lenguaje cotidiano. Así,
por ejemplo, Russell llamó "descripciones definidas" a expresiones del tipo "el
satélite natural de la tierra", "el autor de Veinte Poemas de Amor" y "el amigo
de mi tía Julia". Son, en términos de Frege, palabras con sentido y referencia.
Pero Russell tenía un problema con estos términos, a saber, que podían decir
algo significativo y sin embargo no "denotar" o referir ningún objeto en la
realidad, como cuando se afirma que "no existe el segundo satélite de la tierra"
o que "el cuadrado de un círculo no es algo que pueda lograrse", o que "el
lugar El País de las Maravillas es un lugar inexistente", etc. El problema, para
Russell, consistía en que estas descripciones definidas, que no tienen
referente, podían encontrarse en afirmaciones verdaderas. Bajo el esquema de
verdad objetiva de Russell, lo anterior requería tratar estas expresiones, no
como nombres propios, es decir, expresiones con un referente en la realidad
(referente que era el significado del nombre), sino como complejos distintos. No
expondré en detalle el desarrollo técnico de Russell ni las razones que hay
para seguirlo en su análisis. Un cierto residuo aristotélico de la noción de
substancia hay en la imposición de referencia para las descripciones definidas.
La solución de Russell es concebir estas descripciones definidas como
expresiones en las que el supuesto sujeto singular de la afirmación desaparece
como tal en el análisis y, así, deja de producir contradicción. Por ejemplo, la
afirmación "no existe el segundo satélite de la tierra" es verdadera e
inicialmente paradójica en que, no habiendo un objeto referido por la expresión
"el segundo satélite de la luna", no hay en la realidad objetividad (substancia)
que le corresponda. Sin embargo, la afirmación es verdadera. Pero no puede
ser una verdad sobre el objeto "el segundo satélite de la tierra". Este no existe.
La solución consiste en analizar esta expresión en sus partes componentes,
que sí tienen denotación. La afirmación debe analizarse más o menos así: "es
falso que hay un y sólo un objeto que es tanto un segundo objeto como satélite
de la tierra". El análisis, como se ve, ha borrado la expresión "el segundo
satélite de la tierra", y la ha sustituido por dos términos generales (que denotan
conjuntos de entidades), a saber, "segundo objeto" y "satélite de la tierra".

Las razones para este tipo de recorridos en el análisis se encuentran inscritas


en un proyecto mayor y con ciertas exigencias formales, a saber, el de crear un
lenguaje perfecto, unívoco, libre de contradicciones, ambigüedades y
vaguedad. Un lenguaje para las ciencias. El proyecto tiene antecedentes
cumbres en Leibniz y en Aristóteles. En el Tractatus, encuentra este proyecto
una consumación que a la vez parece una burla: el lenguaje que se produce no
puede hablar de lo más importante para el ser humano, debe callar ante lo que
más interesa. En la distancia del tiempo, se puede leer al Wittgenstein del
Tractatus como produciendo el absurdo máximo del proyecto racionalista: todo
el intento de la filosofía de arrojar claridad queda en ridículo.

Strawson realiza un intento de análisis que considera aspectos del lenguaje


natural que implican una interpretación más cotidiana del mismo. Su noción de
presuposición, por ejemplo, se orienta en esta dirección. Pero el marco general
de análisis es lógico tradicional y los valores de las variables y lo que importa
en la descripción se subordinan al propósito general de evitar paradojas y
contradicciones y llegar a una descripción lógica de la semántica. Estos temas
cuentan con una bibliografía considerable, que tomaría más de un volumen
reseñar. Entre muchas otras lecturas dentro de esta revisión bibliográfica
mencionaremos a Tarski (1956), Quine (1953: capVII y VIII, 19960), Linsky
(1967), Donellan (1966), Kripke (1979), Perry (1977), y Searle (1979).

8.3. Volvamos atrás, al análisis de Frege en torno a los nombres y


descripciones definidas.. La dimensión que aquí interesa resaltar, como una
carencia en el análisis, es la del contexto lingüístico y pragmático en que las
afirmaciones se encuentran. Distintas expresiones podrán tener el mismo
sentido en un contexto lingüístico y de uso particular, como cuando 'ahora' y 'en
este momento' son totalmente intercambiables en una situación dada. El
contexto las acepta como sinónimas, en la dimensión funcional de la
comunicación. El punto dice relación con la noción de sentido: las expresiones
distintas tienen sentido distinto en el sistema abstracto de modalidad
representativa, el lenguaje. Es decir, estas expresiones analizadas en abstracto
tienen sentido distinto. Pero ¿qué tipo de entidades son estos sentidos, que no
están en la realidad comunicativa, no dan cuenta de las relaciones reales de
contraste, sustitución, inclusión, etc. entre las palabras?

Los sentidos de expresiones distintas se contraponen en el sistema y esta


oposición no depende de la realidad referida para su establecimiento. De modo
que la noción de sentido, así entendida, nos acerca a la dimensión sistemática
o interna del lenguaje y se complementa con la noción de referencia como dos
dimensiones de lo que en forma amplia constituye el significado lingüístico. A
estas dimensiones cabe agregar la de los usos.

8.4. Fuga: La proposición singular como artefacto silogístico de


producción de verdad. El examen de los nombres propios y descripciones
definidas expuesto tiene bastante de negativo en sus conclusiones y de extraño
en sus interpretaciones. Intentaremos aquí una aplicación en la que se
interpretan en forma menos opaca las nociones y retornaremos luego a los
desarrollos centrales. En lo que sigue, usaré el término "expresión singular"
para referirme al tipo de expresiones que componen la afirmación singular,
excluyendo a los demostrativos, propiamente, que requieren trato aparte. Estas
expresiones son del tipo "ese perro que vive contigo", "el amigo de mi tía", "el
lugar donde hay manzanas", "mi peineta", etc. Son lo que Russell llamó
"descripciones definidas", es decir, nominales en posición gramatical de
definición, sea por simple posición o por marcas a través de artículos definidos,
posesivos, pronombres y anáforas. Trabajando mínimamente, mas desde otra
perspectiva, con los elementos suministrados por las nociones de Frege y
desarrollando ciertas posibilidades de análisis, podemos esbozar el siguiente
cuadro general: Los nombres propios y expresiones singulares (descripciones
definidas) tienen sentido y referencia en la afirmación singular en que se
encuentran. El sentido y la referencia son funciones de los términos singulares,
funciones que se cumplen en la afirmación. El sentido es un complejo de
modalidad de presentación. La referencia es la indicación de un objeto o
individuo en el mundo externo (el mundo fuera del lenguaje en uso). De modo
que el significado de una expresión singular, en tanto producto de estas dos
funciones, es la expresión de un complejo de sentido que apunta a un
referente. El referente puede existir en tanto ficción o creación teórica, etc. o
puede simplemente no existir, en el sentido de ser un error, pero la función
referencial en la expresión es un hecho. Al afirmar que las expresiones
singulares refieren y tienen sentido se implica acá que estas funciones se
adjudican ipso facto a la expresión del caso en el contexto del caso. Las
proposiciones singulares pueden tener un nombre propio en su sujeto y una
expresión singular en su predicado, o viceversa, o bien ambas partes pueden
ser nombres propios, o bien ambas expresiones singulares. En cada caso el
tipo de afirmación es distinto. Veamos un caso

La siguiente es una versión simple de lo que implica la afirmación de identidad


entre dos expresiones singulares en una oración: dado el sujeto (el primer
término) puede inferirse el complejo de sentido del predicado (el segundo
término), en virtud de la identidad referencial en ambas expresiones.

8.4.1. Proposición, sujeto, predicado. Este es un paréntesis terminológico.


Los términos "proposición", "sujeto" y "predicado" requieren elaboración
particular en este contexto. Esbocemos el tipo de entidades que estos términos
refieren y el tipo de análisis en el que se inscriben estas entidades. Por
"proposición" se entenderá en este desarrollo una cierta forma abstracta de la
afirmación singular, también podría hablarse de un mínimo de tipos de
entidades y relaciones que condicionan la afirmación singular. Esto restringe el
ámbito de este término, a la vez que lo determina en relación a un tipo de
análisis. Esto no es problemático, tratándose de un término teórico. La
proposición es el lugar en el que se describen los tipos de elementos y
funciones que la afirmación tiene. Las propiedades de la proposición son las de
un espacio que contiene un sujeto y un predicado. El espacio "sujeto" contiene
la expresión topical, esto es, el punto de partida, lugar común, entidad
preestablecida en la comunicación. Es decir, el tópico se define como lo dado,
lo conocido. El espacio "predicado", por su parte, contiene la expresión del
comentario, es decir, del punto de llegada, lo no compartido, lo no establecido
en la comunicación. Es decir, el predicado se define como lo novedoso, lo
desconocido, lo aportado. El sujeto expresa el tópico, y el predicado el
comentario. Las propiedades de estos espacios, entonces, son epistemológico-
comunicativas, es decir, las propiedades de los dos espacios de la proposición
que estudiamos son de conocimiento relativo en la dinámica comunicativa. En
la proposición singular, la posición de predicado constituye ipso facto un posible
tópico (o sujeto) en el flujo de la comunicación. De modo que la posición de
predicado, en tanto posición que cumple la función de comentario, cumple
también la función básica de ser el lugar donde se introduce algo, que puede
pasar a ser tópico en expresiones posteriores.

Las categorías sintácticas de sujeto y predicado, obsérvese, no pertenecen a


este ámbito funcional de definición, de modo que no interesan al análisis. Este
análisis debe aplicar a lenguas que no presentan sintaxis de sujeto y predicado
en el tipo de afirmación que estudiamos. De algún modo, se implica acá, una
lengua debe poder expresar una afirmación singular entre dos expresiones
definidas, y debe poder distribuir las funciones de tópico y comentario en las
partes involucradas.

8.4.2. Volvamos al desarrollo iniciado. Imaginemos un territorio con cuatro


aldeas: la Aldea Mar, junto al mar, la Aldea Montaña, en la montaña, la Aldea
Desierto, en el desierto y la Aldea Bosque, en el bosque. Supongamos que hay
un cruce entre las cuatro aldeas, lugar que tiene varios nombres, dos de los
cuales resaltamos aquí: cuando se va de la Aldea Montaña a la Aldea Mar, los
montañeses llaman al lugar "Bajada al Mar"; cuando se va desde la Aldea
Desierto a la Aldea Bosque la gente del desierto llama al lugar "Entrada Verde".
La afirmación "la Bajada al Mar es la Entrada Verde" afirma que dado el sujeto
"Bajada al Mar", cuya referencia es un lugar "p" y cuyo sentido podemos
parafrasear como "punto intermedio en el camino de la montaña al mar" yo
puedo inferir "Entrada Verde" cuya referencia es el mismo lugar "p" y cuyo
sentido podemos parafrasear como "punto intermedio en el camino del desierto
al bosque". Esto podría decírselo una persona de una aldea a una persona de
otra aldea, para su conocimiento lingüístico; o un lugareño a un turista que no
conoce el terreno; o algún aldeano adulto a su hijo; o podría afirmarse esto
ante gente que conoce el terreno, y conoce ambos nombres para el lugar, pero
no está concibiendo las consecuencias de la relación expuesta, como, por
ejemplo, la posibilidad de escapar a la montaña pasando por la Entrada Verde,
o la posibilidad de encontrarse con gente de otra aldea en ese lugar. Las
posibilidades son infinitas. La afirmación informa algo nuevo, trae una verdad,
con algún propósito particular, entre infinitos posibles.

Para redundar, supongamos que uso mi canasto de papeles para esconder mi


billetera. En algún contexto afirmo "el canasto de papeles es el escondite de mi
billetera". Con ello, entre infinitas posibilidades, puedo estar indicándole a
alguien dónde encontrar mi billetera para traérmela. La instrucción sería
básicamente ésta: "si ves el papelero, busca allí mi billetera, cógela y tráemela"
es decir "infiere del papelero mi billetera y obra". La verdad expresada en la
afirmación singular cumple un papel específico en la secuencia total. También
podría mi propósito ser el de impedir que alguien bote cáscaras de fruta en el
papelero.

La verdad básica de la afirmación singular se construye con un propósito


particular. La verdad expresada se encuentra en este ambiente; allí tiene su
sentido particular. En ese ambiente particular, que es el propósito específico y
el mecanismo funcional que resuelve el propósito, juegan los sentidos
específicos que importan de la expresión del caso. Por ejemplo, el hecho de
que la billetera contenga dinero y documentos puede ser un complejo de
sentido que resalte en el primer contexto y el hecho de que la billetera sea un
objeto de cuero, que se porta en la ropa, que puede ensuciarse y ensuciar, etc.,
puede ser un complejo de sentido que resalte en el segundo contexto. La
afirmación singular, en tanto dato con sentido, es un dato o verdad que se
inscribe en una secuencia total que determina los sentidos que importan.

De modo que la negación, para retomar desde estas nuevas consideraciones


un tema pendiente, si bien rechaza que haya identidad referencial entre los
individuos referidos por el sujeto y el predicado, cumple asimismo la función de
rechazar la inferencia completa que la afirmación del caso permite. Nos dice la
afirmación: Usted puede inferir este complejo de sentido del predicado, dado
este sujeto. Se lo garantiza la identidad referencial. La negación nos dice:
Usted no puede inferir este complejo de sentido del predicado, dado este
sujeto. No tiene la garantía de la identidad referencial. Pero la negación puede
también rechazar la inferencia, no basada en que no aplique la garantía de
identidad referencial, sino basada en la diferencia de sentido entre las partes
relacionadas (lo que, bajo la premisa del sentido como el modo de
presentación, es un hecho indisputable en la proposición de la forma general a
= b). Así, por ejemplo, una afirmación como "Fujimori no es el Presidente del
Perú", hecha mientras escribo estas líneas, puede expresar una verdad,
aunque Fujimori, de hecho, es hoy por hoy el Presidente del Perú. La
afirmación simplemente rechaza la pertinencia de la inferencia basada en la
identidad referencial: al sostener que Fujimori no es el Presidente del Perú en
un contexto como el de hoy, se afirma que no se pueden inferir ciertos sentidos
de la expresión "el Presidente del Perú" a la persona de Fujimori: por ejemplo,
el hecho de que el hombre no está en control político de lo que ocurre en su
país, que no puede ejercer funciones presidenciales básicas, que ha debido
llamar a reelecciones presidenciales por una crisis nacional que lo supera, etc.
De modo que la garantía de identidad referencial, si bien es una garantía que
opera en el mecanismo descrito, puede no ser activada en un contexto dado, y
activarse, en vez de ella, el hecho que podríamos llamar garantía de no
identidad de sentido entre las expresiones involucradas. La negación puede
basarse en esta garantía y afirmar que no se infieran ciertos sentidos del
predicado al referente del sujeto. El contexto externo selecciona los sentidos
impertinentes en una negación así. La negación afirma esa impertinencia.

De modo que hay dos garantías generales en la base de la estructura


argumental esbozada. Los productos que el mecanismo arroja dependiendo si
se activa una u otra de estas garantías son opuestos: una nos genera una
verdad del tipo "dado este término (sujeto) compute con los sentidos de este
otro término (predicado), (ya que aplican al mismo referente)", la otra produce
una verdad del tipo "dado este término (sujeto), no infiera los sentidos de este
otro (predicado), (porque los sentidos de ambos términos son distintos y no se
implican). Estos dos tipos de garantía, de identidad el uno, de diferencia el otro,
están en la base del mismo mecanismo de producción de verdad.

A partir de lo anterior podemos esbozar someramente un desarrollo que


podríamos llamar de la construcción elemental de verdad en formato silogístico.
Este análisis aplica a las afirmaciones con términos singulares. Estas son,
entonces, estructuras (mecanismos) para la presentación (producción) de
verdades, en el sentido cotidiano de una propuesta sobre qué va con qué y qué
se puede hacer. La unión en este caso se produce entre dos descripciones
definidas. La articulación es compleja y es la que hemos visto. Hemos
esbozado un análisis del tipo de ambiente argumental que rodea la afirmación
singular. Realicemos ahora el análisis interno.

Esquemáticamente, como se aprecia, podemos concebir este tipo de


afirmaciones como paquetes argumentales: mecanismos silogístico-funcionales
de producción de verdad. Es decir, dándole curso al análisis que adjudica
sentido y referencia a los términos de estas construcciones, cada término es en
sí un componente complejo en la cadena argumental, de hecho, una premisa.
El sentido y la referencia se interpretan como funciones de los términos, no
como elementos predeterminados en éstos. Los valores de estas funciones se
determinan desde el ambiente externo a la proposición.

Las afirmaciones singulares, entonces, son en sí argumentos complejos. Nos


dice el término sujeto (primera premisa): este referente (r1) tiene este complejo
de sentido (s1). Nos dice el término predicado (segunda premisa): este
complejo de sentido (s2) tiene este referente (r1). Nos dice la totalidad
(conclusión): infiera s2 de s1, se lo permite la mediación de r1. Esta última es
una garantía o licencia general en la base de toda afirmación singular del tipo
visto. Puede formularse informalmente así: si para el mismo referente se tienen
dos modalidades expresivas, puede predicar una de ellas a la otra con vistas a
afirmar una verdad, basado en nuestros hábitos discursivos. (Para un modelo
lógico a fin a estas elaboraciones, si bien aplicado a otros ámbitos, ver Toulmin,
1958; Rivano, J. 1984; Rivano, E. 1999)

El cuadro anterior requiere cierta elaboración adicional. Así, por ejemplo,


hemos señalado que hay otros tipos de afirmaciones singulares que requieren
descripción aparte, si bien, en la misma línea de análisis. También
mencionamos la negación que el contexto y el propósito específicos pueden
requerir y que activa otro tipo de garantía, de diferencia y no de identidad como
la anterior, en la base del mismo mecanismo de producción de verdad. Por otro
lado, hemos mencionado "predicar" y "afirmar" como funciones en las fórmulas
anteriores. Otras funciones son "indicar", "sostener", "sugerir", "postular",
"imponer", "concluir". Estos nombres indican el tipo de acto que está en juego.
Desde la perspectiva del interlocutor, el tipo de funciones expresadas debe dar
cuenta de los tipos de actos que se actualizan en ese papel dialógico.
Versiones negativas de la garantía general también deben formularse. Por
último, como ha quedado expuesto en el desarrollo externo del ambiente
argumental en el que se inscriben las afirmaciones singulares, la modalidad
expresiva, es decir, los sentidos de las palabras, no puede ser algo simple. Los
sentidos de las palabras son complejos potenciales de sentido, nunca átomos
independientes y aislados. Una expresión como "mi vecina", por ejemplo, tiene
como elementos de sentido actualizables más obvios, "primera persona",
"posesivo", "persona", "sexo femenino", "relación de vecindad entre dos
personas" y otros como "relación obligada", "compartir límites de propiedad",
"encuentros habituales", "comunicación", "conocimiento de ciertos hábitos", etc.
El cuadro silogístico, tanto interno como externo, que está en la base del
análisis de una afirmación singular debe hacer explícita esta complejidad.

El cuadro general que se rescata puede resumirse así (abusando de ciertas


libertades que da el género cuadro a la descripción): Las proposiciones
singulares pueden analizarse como mecanismos parciales de producción de
verdad. Estos mecanismos se emplean en las afirmaciones singulares, las que
se inscriben en ambientes argumentales mayores. En estos ambientes se
determinan los valores específicos de las partes variables del mecanismo. Las
proposiciones singulares son mecanismos que funcionan en estos ambientes
mayores. Los ambientes argumentales aludidos son totalidades con propósitos
específicos en situaciones de uso lingüístico en actividades humanas. Las
propiedades básicas del tipo de mecanismo que son las proposiciones
singulares son las siguientes: Se compone la totalidad de dos partes unidas y
su unión. Cada una de estas partes es un complejo que cumple dos funciones
básicas, a saber, la de referir y la de activar sentidos. Estas funciones son
constitutivas de las expresiones singulares. (Se dice que las expresiones
refieren y tienen sentido. Es menos opaco decir que las expresiones refieren y
tienen o producen sentidos en contextos de uso). Las propiedades que hacen
posible estas funciones de las expresiones pueden caracterizarse así: Las
expresiones tienen un casillero que guarda memoria o secuencias de sentido
(información sistémica), por un lado, y tienen un conector que vincula a la
expresión con algo fuera del lenguaje, por el otro. El depósito de memoria se
ha llenado con secuencias de sentido en la comunidad a lo largo de la historia y
de acuerdo a especificaciones léxicas innatas, pero permanece abierta la
selección de secuencias de acuerdo a lo que se requiera en el contexto de
acción, y abierto el casillero a incorporar nuevas secuencias, sean éstas
contingentes o candidatos a permanecer en la memoria lexicográfica común,
siempre dentro de los márgenes que estipulan las especificaciones innatas. La
propiedad de gancho o conexión de la expresión es relativamente simple: pega
la expresión a algo. El pegado se interpreta de infinitas maneras, tipificadas en
las funciones de nombramiento de la cosa, alusión a la cosa, definición de la
cosa, descripción de la cosa, etiqueta de la cosa, reproducción de la cosa,
símbolo de la cosa, entre otras. Los mecanismos que establecen lo que se
configura como una cosa, el referente fuera del lenguaje, pertenecen a otros
sistemas cognitivos.

En el caso visto, de la unión de dos descripciones definidas, las partes se unen


de modo que una de ellas, el sujeto, cumple la función de producir el siguiente
tipo de verdad: este referente tiene estos sentidos. La otra parte, el predicado,
produce el siguiente tipo de verdad: estos otros sentidos tienen ese mismo
referente. La unión de ambas partes cumple la función de producir lo que se
llama la afirmación del caso, que es el siguiente tipo de verdad: compútese con
los sentidos del predicado, dado el sujeto. La selección de las expresiones y la
activación de sentidos se determinan por el propósito específico en el contexto
de uso del caso. Es decir, la afirmación es siempre una respuesta al propósito
específico: una solución, una medida, una sugerencia, una aclaración, una
revelación, etc. Estas funciones se rescatan de la unión producida en la
proposición singular. Lo que en términos genéricos y como algo establecido en
la tradición llamamos "verdad" apunta en forma vaga a la calidad de la unión,
más que a su función, que es el énfasis que acá se da al término.

8.4.3. Verdad. La caracterización anterior deja muchas incógnitas. Sólo me


referiré al uso del término "verdad" en este contexto. Como se aprecia, el
término se emplea para nombrar el tipo de producto que la afirmación singular
produce en los ambientes argumentales, que son su lugar de producción. Estos
productos cumplen distintas tareas y el nombre genérico de "verdad" ("decir
verdad") no da cuenta de estas funciones. Términos más específicos como los
de "sugerir", "aclarar", "representar", "resolver", "indicar", "guiar", "advertir", etc.,
con sus respectivos objetos, señalan en forma algo menos vacía el tipo de
funciones posibles. Pero, de hecho, las funciones son específicas a los
contextos de uso. El empleo del término "verdad" cumple con la misión de
desligar la noción de verdad de ámbitos extraños a los de producción de
sentido y cumplimiento de propósitos. Se intenta así traer esta noción a un tipo
de lugar que le corresponde en términos cotidianos. La verdad, así entendida,
no es asunto de la metafísica, ni de la ontología, ni de la lógica, ni de la
epistemología tradicionales, sino del estudio del lenguaje humano y su lugar en
la comunicación humana, en la producción de entendimiento y acción.

Así, por ejemplo, podrán enfocarse estos productos, las verdades, como
objetos intencionales de actos mentales. Las verdades, esta gama incierta de
tipos de productos del mecanismo proposicional que hemos descrito, pueden
se juzgadas, creídas, pensadas, es decir, ser "objeto" de estos "actos
proposicionales". Pero el mecanismo descrito de producción de verdad no está
en función de procesos contemplativos, sino de propósitos prácticos en
actividades humanas. No son estos productos objetos preestablecidos a los
que la mente se acerca, sino crecimientos específicos, ni son creaciones del y
para el ambiente mental, sino productos de un mecanismo en función de
propósitos externos. Es decir, no tiene curso aquí la inercia solipsista de una
fenomenología.

Algo de a priori tiene este desarrollo, en el sentido de ser el producto de


análisis conceptual. Pero también trae descripciones y propone mecanismos de
producción humana de verdad, por lo que pretende producir información
adicional sobre los hechos del mundo, un tipo de conocimiento sobre cómo las
cosas son, que puede ser rechazado desde otras y también otro tipo de
evidencias.

Así, por ejemplo, este tipo de estudios podría aplicarse al lenguaje de las
hormigas. Supongamos que alguien describe un mecanismo de producción
comunicativa entre hormigas. Obviamente, estos productos no serán objeto de
interés de la metafísica; datos así no cambian las verdades necesarias de la
filosofía, pero sí cabría llamarlos mecanismos de producción de verdad en el
sistema comunicativo de las hormigas, en el sentido de historia natural que
aquí se pretende para la noción de verdad. Acaso las funciones de sentido y
referencia, de algún modo, son pertinentes para dar cuenta del sistema
comunicativo de las hormigas, en general, y de sus mecanismos de producción
de verdad, en particular. Acaso no. No es éste un asunto que pueda
determinarse puramente sobre la base de consideraciones conceptuales. (Para
todo el desarroll anterior, ver, Rivano, E. 2002)

8.5. Realismo, conceptualismo, nominalismo y universales. Dejemos la


fuga anterior y regresemos al curso central. Variantes que mantienen, en parte,
la noción básica de referencia, pero mediatizada y aplicada a ámbitos de otra
naturaleza que el de una realidad externa, son las platónicas o realistas, por un
lado, y las conceptuales o mentalistas, por el otro. Los significados pueden
concebirse como las ideas, imágenes o conceptos asociados a las expresiones
lingüísticas. De modo que, por ejemplo, en la variante realista, una palabra
como "lápiz" significa la idea de lápiz. La palabra es un nombre común, que
aplica, no a este lápiz o al siguiente, sino a todos los lápices. La palabra
nombra un universal, algo que no es singular, no está en tiempo-lugar. La idea
es una forma universal, ideal, de la cual el objeto lápiz frente a mí es una copia
(imperfecta, parcial, cambiante.) Este lápiz frente a mí no es igual a ese otro,
más allá, pero ambos son lápices, instancias del universal lápiz, y es su
semejanza con el universal lo que hace que yo reconozca a ambos como
lápices. La idea de lápiz es el prototipo original de lápiz en una dimensión a la
que accedemos en forma incierta o cambiante a través de la percepción, y en
forma de conocimiento más estable, por el entendimiento.

Desde la perspectiva conceptual, por otro lado, la palabra "lápiz" significa la


imagen mental construida, o el concepto evocado en las mentes. La mente
fabrica imágenes a partir de casos particulares. La palabra 'mesa' referiría no al
conjunto de mesas del mundo físico ni a alguna mesa individual, sino a la
imagen mental formada por las propiedades compartidas por distintas mesas,
imagen que representa a la clase en su totalidad. En una versión más
sofisticada del conceptualismo, a la imagen mental se le añade la "noción", de
modo que lo que la mente fabrica puede también ser una definición conceptual
(en una especie de cálculo mental) del universal que es el significado (o idea)
de la palabra. La distinción entre imagen y concepto se aprecia en que es
posible, por ejemplo, recordar un rostro como una memoria visual, pero no
recordamos un teorema en un cálculo de esa manera; es posible imaginar un
caballo sobre el techo de una casa, pero no es posible imaginar que el mismo
caballo está y no está en el techo de la casa al mismo tiempo, aunque sí es
posible concebir la contradicción del caso; es posible imaginarse un modelo de
un átomo, pero no es imaginable, sino concebible un cálculo para el peso
atómico. Tanto la formación de imágenes como de conceptos, en la mente o el
cerebro, entonces, son capacidades que explican el universal, el significado,
desde las posturas conceptualistas.

La idea de mesa, entonces, se identifica, ora con una forma única en una
realidad ideal, eterna, incambiable, que es lo característico de la variante
platónica o realista, ora con la representación mental de mesa, o su definición
mental, lo que caracteriza al conceptualismo lingüístico.

Los problemas con estas variantes son varios. Por ejemplo, no podemos
observar las formas platónicas ideales originales, sino sólo las copias ¿Cómo
es posible entonces que las identifiquemos como copias de esos ideales?
Platón nos dirá que lo hacemos porque recordamos las formas originales: éstas
están, de algún modo, con nosotros desde que nacemos, son innatas. Pero, si
están las formas con nosotros, ¿por qué es necesario postular otro ámbito de
realidad distinto al humano, a la mente? Si lo que tenemos es la certeza innata
de estas formas inscrita en nuestras mentes, basta con elaborar a partir de esa
supuesta inscripción innata las descripciones y explicaciones del caso. Pero
esto último nos lleva a un conceptualismo o mentalismo. Y, si los conceptos
están en las mentes humanas, ¿cómo podemos establecer, por ejemplo,
identidad de significados, no sólo entre expresiones, sino de una misma
expresión en dos sujetos distintos y hasta en el mismo sujeto en ocasiones
distintas? Porque tampoco podemos observar estas representaciones
mentales. ¿Cómo determinar si se ha producido la misma idea o concepto o
imagen o significado en dos mentes? ¿Y diremos, desde la perspectiva
mentalista, que el significado de expresiones como "Caperucita Roja",
"máquina", "automóvil" (por tomar casos simples), ha cambiado, si resulta que
las imágenes o conceptos a éstas asociados cambian de sujeto a sujeto o en
un mismo sujeto en ocasiones de uso distintas? El resultado es que nada
podemos fijar en términos de los significados lingüísticos. Estos serían
funciones de nuestras asociaciones mentales. El lenguaje se transforma en
asunto privado, oculto y caótico. Los significados son entidades que se
producen en las mentes de los sujetos y mueren con éstos. Bajo la premisa de
que las actividades asociativas, de creación de imágenes y de conceptos son
individuales, debemos concluir que el significado, concebido a través de estas
actividades mentales, es asunto privado. La comunicación humana se torna
misteriosa desde esta perspectiva. ¿Cómo es posible que dos mentes, cuyas
actividades asociativas, de producción de imágenes y de conceptos, son,
supuestamente, tan diferentes, logren entenderse a través del lenguaje, que
emplea significados que no son otra cosa sino estos mismos productos
mentales tan dispares?
La respuesta nominalista a este tipo de preguntas es que lo único universal son
los nombres, las palabras. Las palabras son objetos relativamente estables en
su forma externa y son lo que se intercambia en la comunicación y el
entendimiento humanos. Tanto los objetos del mundo como los fenómenos
mentales son cambiantes y pueden ser vistos desde infinitas perspectivas. En
cambio las palabras configuran un sistema relativamente estable de entidades.
Los nominalistas simplifican,. entonces, los problemas de los significados, de
los universales, de las ideas, del entendimiento postulando que son las
palabras lo que tiene valor universal. El costo es que se eliminan de la
discusión algunos temas cuyo estudio despierta un interés permanente, tales
como el de la capacidad de abstracción humana, la intuición del contenido
universal en la manifestación particular, la descripción de las representaciones
mentales de los hechos del mundo, la imaginación y la conceptualización.

9. Arbitrariedad simbólica y determinación lógica. Volvamos atrás, al plano


más coloquial de la noción de referencia. La referencia es la función que
permite que un hablante ancle su lenguaje en el mundo externo, en objetos,
personas, relaciones, propiedades y situaciones reales. Piénsese en:

(i) el perro del vecino ha vuelto a orinar en el árbol

Tenemos, por lo pronto, que tanto 'el perro del vecino' como 'el árbol' son
expresiones con referencias objetivas en la realidad (un perro en particular y un
árbol en particular). Ahora bien, obviamente la forma 'el perro del vecino' y el
objeto en la realidad que esta secuencia refiere no son la misma cosa. El perro
(el objeto) no es parte del lenguaje. En cambio 'el perro' (la forma, la secuencia
hablada, etc.) sí lo es. De modo que tenemos dos entidades: la expresión 'el
perro del vecino' y el animal del vecino. La relación entre estas entidades es la
referencia. A la expresión se la llama "expresión referencial" al objeto referido
se le llama "referente". Se observará que la relación formal o externa entre el
nombre y su referente es arbitraria. Es decir, lo mismo da cómo se manifiesta
en una comunidad dada, en una lengua dada, esta relación de referencia. Lo
mismo da que a un perro se le nombre 'perro' en una lengua y 'talo' en otra.
Pierce llamó a esto la manera simbólica de representar un signo su significado
y la distinguió de otras maneras, motivadas, de significación, a saber, la icónica
y la indexical. Sería icónico, por ejemplo, representar a un perro con un dibujo
de un perro en un letrero; y sería indexical representar a un perro indicando con
el dedo a un perro en la realidad. Se aprecia que tanto la iconicidad como la
indexicalización son, no obstante distintas, maneras ambas motivadas o
"naturales" de representación. La manera simbólica de representar, en cambio,
es arbitraria. En ella la relación entre el significante y su significado, para
emplear nomenclatura estructuralista, no está motivada por rasgos de
semejanza entre las partes, ni de dirección o proximidad real entre éstas. No
hay vínculo natural entre los sonidos de una palabra y su significado, sea éste
un referente, una idea, o cualquier otra cosa. Esa es una de las propiedades
del lenguaje humano, que lo distingue de otros sistemas de comunicación en
otras especies.

Resulta en este punto instructivo insistir en un desarrollo a partir de ciertas


doctrinas del Tractatus de Wittgenstein. Lo que no es arbitrario en absoluto es
lo que ocurre con el nombre en el lenguaje, una vez establecida la relación. El
uso del nombre tendrá que ajustarse a la lógica del referente. Es decir, la
dimensión arbitraria se da en un plano superficial. Una vez establecido el
referente para 'perro', no podemos usar esta palabra en forma significativa sin
respetar lo que de hecho es posible con algún perro. Debe haber una relación
natural (no convencional, ni arbitraria) entre la lógica del lenguaje y la lógica del
objeto. Así, no podemos decir "el perro es un número par" *, o "ese perro está en
Fa Mayor"*. Eso simplemente no ocurre. Es decir, a un perro no le atañe la
lógica de los números, ni la lógica de los tonos musicales. Por otro lado, sí
podemos decir "el perro desplegó sus alas y voló". Si bien la proposición
resulta falsa o ficticia, es, sin embargo, significativa. La lógica de los perros, lo
que es posible con los perros, no prohibe a priori que éstos tengan alas. Acaso
sería mejor decir: una proposición como "un perro con alas" no es ininteligible,
como sí lo es "un perro par".

(falta el punto 10)

11. Lenguaje y acción: la postura pragmática de Wittgenstein. El referente


de una expresión es normalmente un objeto, mientras que el significado de una
expresión no es un objeto en absoluto. Más que una entidad, el significado,
desde la perspectiva interna, surge como un conglomerado de relaciones en el
sistema lingüístico. Lo que hay son las relaciones de significado, más que el
significado. Así, dos expresiones serían sinónimas si implicaran las mismas y
sólo las mismas relaciones de significado en el sistema. Es dudoso que se
produzca una identidad así entre formas distintas.

Por otro lado, el significado también corresponde a la lectura o interpretación


de una expresión en un contexto dado. De modo que es necesario señalar la
relación que hay entre entendimiento y significado: cuando decimos que una
persona ha entendido una expresión, implicamos que ha entendido lo que la
expresión significa. Pero este 'entender' no simplifica las cosas. Porque con
este término también nos encontramos con la fórmula paradójica de "entender
el entender" o "¿cómo se entiende 'entender'?", etc. Un criterio que tenemos
para esto, más allá del pictórico señalado anteriormente, es el de actuación,
comportamiento, acción o desempeño humano con o ante la expresión del
caso. Este es un criterio que Wittgenstein desarrolló en su producción posterior
al Tractatus. Una persona se dice entender un enunciado cuando sabe qué
hacer en el contexto del caso. De modo que el criterio nos remite al
comportamiento de la persona, sus acciones y reacciones (eventuales nuevos
enunciados de su parte, etc.): si cuadran con lo esperado en el contexto
comunicativo, con lo que los otros requieren y ante lo que los otros reaccionan
en forma coordinada, si conforman un juego en donde los participantes no
están cuestionando las reglas del mismo, sino, simplemente, están jugándolo,
llevándolo adelante, entonces la persona podrá decirse que entiende los
enunciados o expresiones del caso. En general, el asunto del entendimiento no
surgirá en tal caso, sino, justamente, cuando lo anterior no se está dando,
cuando los acuerdos tácitos en la comunidad se ven en entredicho. Si
repasamos los usos del término 'entender' en contextos de uso, veremos que
aparece en funciones del tipo 'seguir adelante', 'resolver un problema',
'responder como se espera', 'lograr un resultado', funciones que nos remiten a
la dimensión del comportamiento, una dimensión externa como criterio para
'entender'. De modo que 'entender', desde esta perspectiva no es un acto
mental o algo interno, como una representación de tipo pictórica de los
contenidos, por ejemplo. Entender es hacer. La significación lingüística, desde
esta perspectiva pragmática, es la actividad que se lleva a cabo en su totalidad,
y en la que el lenguaje sólo es una parte. Las palabras no tienen significados
de por sí, sino en actividades humanas particulares en las que cumplen
funciones de muchos tipos.

Retomemos para ilustrar las posiciones, un ejemplo visto anteriormente:

1. A- Quiero que te prepares para evacuar el lugar


2. B- ¿Qué significa 'evacuar'?
3. A- Significa 'salir'
4. B- Y ¿porqué hay que salir de aquí?

Contextos de uso como éste nos permiten ver las dimensiones que aquí
tratamos y que han interesado modernamente al estudio del significado en el
lenguaje, a saber, la dimensión interna del sistema, por un lado, y la de la
actividad comunicativa en la que el lenguaje participa, por el otro. Así, vemos
en este diálogo, por un lado, que la instrucción de búsqueda de significado
(turno 2) se cumple en la medida en que se produce un término conocido, el
que se entrega como el significado requerido (turno 3). El significado de una
palabra aparece como un objeto del mismo tipo que la palabra; otro trozo de
lenguaje. Este tipo de contexto juega con y da pie a nociones cotidianas y otras
más sofisticadas sobre la naturaleza del significado en el lenguaje. El
significado aparece como algo que está en las palabras, y se determina con
otras palabras. Si bien podemos inventar un término especial para el detalle
específico del significado de una palabra, de modo que a cada unidad
significativa de su contenido le llamamos un "sentido", o un "sema" suyo, etc.
éstas son, de hecho, otras palabras que, sacadas de este contexto específico
descriptivo, y puestas en el plano de uso del que vienen, a su vez tienen
significados, y pueden ser descritas por otras palabras que detallan su
contenido. Esto, ad infinitum.

Por otro lado, decíamos, el contexto que nos guía también deja ver la
dimensión pragmática o de actividad que la instrucción de significado está
implicando. Básicamente, esta instrucción se satisface en la medida en que el
"significado" entregado logre que la actividad retome su curso. Es decir, el
papel que tiene la expresión 'qué significa 'evacuar'' en este contexto es 'no sé
cómo operar con esa palabra', o 'no sé qué hacer'. La función de significado
aquí es la exigencia de un retomar el curso de la acción de alguna manera.

Pero, ¿no es esta "manera" justamente el significado del término? El punto es


que desde la perspectiva pragmática no tiene mucho sentido plantear el asunto
así. Lo mismo da si el curso de la acción se retoma por medio de un gesto, una
indicación, un cartel, una actuación, una imitación o cualquier otra cosa.
Cuando el asunto del significado en un contexto de uso está en curso, éste no
es académico, intelectual, lexicográfico, teórico, conceptual, etc. Como diría
Wittgenstein, cuando el asunto del significado ocurre en los usos cotidianos, el
lenguaje está trabajando, no está de vacaciones.

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