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INSTRUCCIONES: Lee la siguiente lectura del escritor italiano Umberto Eco.

Desarrolla los siguientes


numerales y entrega por plataforma las respuestas. (2 pts. C/1. Nota No.2).

1. Identifica la idea principal: parafrasea (escribe en tus propias palabras) la idea central que se
plantea en este texto (un párrafo). Al final de la paráfrasis, aplica el formato APA.

Todos necesitamos tener un enemigo alguna vez en la vida, ya que la presencia de este nos ayudara a
definir nuestra identidad y poner a prueba nuestros valores. Un enemigo es una figura importante ya
sea para cada uno de nosotros, hasta en países, que pueden usar la presencia de un enemigo para
unicer como nación y fortalecerse para futuros conflictos. (Penguien Random House, 2014)

2. Encuentra las referencias a las que se hace alusión en esta lectura: describe al menos dos.
Explica en un párrafo cómo estas referencias que has encontrado dan soporte al tema central
que se plantea.

El conflicto entre Osama Bin Laden y George Bush sirvió a Estados Unidos para unirse como nación en
la guerra contra el terrorismo, es por esto que el autor del artículo da este ejemplo de como la
presencia de un enemigo, muchas veces puede hacerle bien a una persona o nación. Esta también el
ejemplo de Italia, que no tiene enemigos, lo cual la ha limitado en el crecimiento como nación. Italia
ha sido un país sin problemas con otras naciones.

3. Cita una idea de apoyo a la idea principal: entre las referencias que encontraste para
desarrollar el numeral dos, incluye una como cita para afianzar la idea principal del autor. Usa
formato APA.

“Véase qué le sucedió a Estados Unidos cuando desapareció el imperio del mal y se disolvió el gran
enemigo soviético. Peligraba su identidad hasta que Bin Laden, acordándose de los beneficios recibidos
cuando lo ayudaban contra la Unión Soviética, tendió hacia Estados Unidos su mano misericordiosa y
le proporcionó a Bush la ocasión de crear nuevos enemigos reforzando el sentimiento de identidad
nacional y su poder.” (Penguin Random House, 2014; p. 1)

“Ahora bien, reflexionando sobre aquel episodio, me he convencido de que una de las desgracias de
nuestro país, en los últimos sesenta años, ha sido precisamente no haber tenido verdaderos enemigos.
La unidad de Italia se hizo gracias a la presencia de los austriacos o, como quería el poeta Giovanni
Berchet, del irto, increscioso alemanno («el híspido y engorroso alemán»); Mussolini pudo gozar del
consenso popular incitándonos a vengarnos de la victoria mutilada, de las humillaciones sufridas en
Dogali y Adua, así como de las demoplutocracias judaicas que nos imponían sus inicuas sanciones.”
(Penguin Random House, 2014; p.2)

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4. Reflexión sobre el uso del formato APA: ¿Por qué este texto no tiene formato APA? ¿Cuándo
es necesario aplicar el formato APA? ¿Por qué lo usamos en la universidad? Escribe un párrafo
sobre estas reflexiones.

El texto no usa formato APA porque es un texto periodístico, el público al que el autor quiere que llegue
al escribir esto, es diferente al de un texto académico. Es necesario usarlo en los textos académicos
para validar las ideas que planteamos, siempre citando y dándole crédito al autor de donde se obtuvo
la información, de esta manera se evitan plagios. Es importante usarlo en todos los trabajos
universitarios, ya que así se sigue un orden y la presentación se ve más pulcra.

5. Escribe tu opinión sobre la idea principal planteada por el autor y concluye con una cita de este
autor que avale tu punto de vista: 300 – 400 palabras.

El autor en este artículo plantea la idea de que tener un enemigo es imprescindible en la vida de
cualquier persona o nación porque esto nos hace crecer como personas. Respecto a esto estoy de
acuerdo con lo que plantea el autor a lo largo del artículo, lo cual me ha llegado a coincidir con él,
considero que la idea principal está muy bien reforzada con todos los ejemplos históricos, en los cual
menciona guerras entre personas y entre naciones. El ser humano es una especie llena de retos y capaz
de adaptarse a cualquier circunstancia para poder adaptarse y poder superarlo, ya está en nuestra
naturaleza, es por eso que hace mucha lógica que el tener un enemigo nos fortalece, porque quizás
durante toda la disputa este nos hará tropezar, pero de eso se trata la vida, de tropezar, pararse y
aprender de los errores. Las disputas con algún enemigo deberías de tomárselas con enseñanzas de
vida, ya que muchas veces saldremos victoriosos y otras veces no, pero esos errores nos enseñaran a
cambiar como personas y nos fortalecerá espiritualmente. Con los ejemplos puesto por el autor pude
contrastarlo con mis experiencias de vida y pude coincidir con él.
“Tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos
un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro
valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo.” (Penguin Random House, 2014;
p.2)

CONSTRUIR AL ENEMIGO. UN ENSAYO


Umberto Eco
Umberto Eco reflexiona con maestría sobre la importancia de tener un enemigo.

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http://mientrastantoleo.com/construir-al-enemigo-un-ensayo-endebate/

Todo el mundo necesita tener un enemigo, nos dice Umberto Eco, los países, los sistemas, cada uno de nosotros.
Y si no existe el enemigo hay que inventarlo, es una figura imprescindible, un antagonista que nos permite definir
nuestra identidad y medir nuestro sistema de valores.E ste ensayo extraordinario, cuya idea desarrollará después
en su novela El cementerio de Praga, apareció en el volumen homónimo que recoge trece «textos de ocasión»
según el propio Eco, publicado en Lumen el año 2012.

Hace años, en Nueva York, me tocó un taxista cuyo nombre era difícil de descifrar y me aclaró que era
paquistaní. Me preguntó de dónde era yo y le contesté que italiano. Me preguntó que cuántos éramos
y se quedó asombrado de que fuéramos tan pocos y de que nuestra lengua no fuera el inglés.

Por último me preguntó cuáles eran nuestros enemigos. Ante mi «¿Perdone?», aclaró despacio que
quería saber con qué pueblos estábamos en guerra desde hacía siglos por reivindicaciones territoriales,
odios étnicos, violaciones permanentes de fronteras, etcétera, etcétera. Le dije que no estábamos en
guerra con nadie. Con aire condescendiente me explicó que quería saber quiénes eran nuestros
adversarios históricos, esos que primero ellos nos matan y luego los matamos nosotros o viceversa. Le
repetí que no los tenemos, que la última guerra la hicimos hace más de medio siglo, entre otras cosas,
empezándola con un enemigo y acabándola con otro.

No estaba satisfecho. ¿Cómo es posible que haya un pueblo que no tiene enemigos? Nada más
bajarme, dejándole dos dólares de propina para recompensarle por nuestro indolente pacifismo, se
me ocurrió lo que debería haberle contestado, es decir, que no es verdad que los italianos no tienen
enemigos. No tienen enemigos externos y, en todo caso, no logran ponerse de acuerdo jamás para
decidir quiénes son, porque están siempre en guerra entre ellos: Pisa contra Lucca, güelfos contra
gibelinos, nordistas contra sudistas, fascistas contra partisanos, mafia contra Estado, gobierno contra
magistratura. Y es una pena que por aquel entonces todavía no se hubiera producido la caída de los
dos gobiernos de Romano Prodi, porque le habría podido explicar mejor qué significa perder una guerra
por culpa del fuego amigo.

Ahora bien, reflexionando sobre aquel episodio, me he convencido de que una de las desgracias de
nuestro país, en los últimos sesenta años, ha sido precisamente no haber tenido verdaderos enemigos.
La unidad de Italia se hizo gracias a la presencia de los austriacos o, como quería el poeta Giovanni
Berchet, del irto, increscioso alemanno («el híspido y engorroso alemán»); Mussolini pudo gozar del
consenso popular incitándonos a vengarnos de la victoria mutilada, de las humillaciones sufridas en
Dogali y Adua, así como de las demoplutocracias judaicas que nos imponían sus inicuas sanciones.
Véase qué le sucedió a Estados Unidos cuando desapareció el imperio del mal y se disolvió el gran
enemigo soviético. Peligraba su identidad hasta que Bin Laden, acordándose de los beneficios recibidos
cuando lo ayudaban contra la Unión Soviética, tendió hacia Estados Unidos su mano misericordiosa y
le proporcionó a Bush la ocasión de crear nuevos enemigos reforzando el sentimiento de identidad
nacional y su poder.

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Tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos
un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro
valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo. Véase la generosa flexibilidad
con la que los naziskinsde Verona elegían como enemigo a quienquiera que no perteneciera a su grupo,
con tal de reconocerse como tales. Pues bien, en esta ocasión no nos interesa tanto el fenómeno casi
natural de identificar a un enemigo que nos amenaza como el proceso de producción y demonización
del enemigo.

En las Catilinarias (II, 1-10), Cicerón no debería haber sentido la necesidad de bosquejar una imagen
del enemigo, porque tenía las pruebas de la conjura de Catilina. Pero lo construye cuando, en la
segunda oración, les presenta a los senadores la imagen de los amigos de Catilina, reverberando su
halo de perversidad moral sobre el principal acusado:

Paréceme estarles viendo en sus orgías recostados lánguidamente, abrazando mujeres impúdicas,
debilitados por la embriaguez, hartos de manjares, coronados de guirnaldas, inundados de perfumes,
enervados por los placeres, eructando amenazas de matar a los buenos y de incendiar a Roma. […] Les
reconoceréis en lo bien peinados, elegantes, unos sin barba, otros con la barba muy cuidada; con
túnicas talares y con mangas, en que gastan togas tan finas como velos. […] Estos mozalbetes tan
pulidos y delicados no solo saben enamorar y ser amados, cantar y bailar, sino también clavar un puñal
y verter un veneno.1

El moralismo de Cicerón, al final, será el mismo de Agustín, que estigmatizará a los paganos porque, a
diferencia de los cristianos, frecuentan circos, teatros, anfiteatros y celebran fiestas orgiásticas.

Los enemigos son distintos de nosotros y siguen costumbres que no son las nuestras.

Uno diferente por excelencia es el extranjero. Ya en los bajorrelieves romanos los bárbaros aparecen
barbudos y chatos, y el mismo apelativo de bárbaros, como es sabido, hace alusión a un defecto de
lenguaje y, por lo tanto, de pensamiento.

Ahora bien, desde el principio se construyen como enemigos no tanto a los que son diferentes y que
nos amenazan directamente (como sería el caso de los bárbaros), sino a aquellos que alguien tiene
interés en representar como amenazadores aunque no nos amenacen directamente, de modo que lo
que ponga de relieve su diversidad no sea su carácter de amenaza, sino que sea su diversidad misma
la que se convierta en señal de amenaza.

Véase lo que dice Tácito de los judíos: «Consideran profano todo lo que nosotros tenemos por sagrado,
y todo lo que nosotros aborrecemos por impuro es para ellos lícito» (y me viene a la cabeza el repudio
anglosajón por los comedores de ranas franceses o el repudio alemán por los italianos que abusan del
ajo). Los judíos son «raros» porque se abstienen de comer carne de cerdo, no ponen levadura en el
pan, se entregan al ocio el séptimo día, se casan solo entre ellos, se circuncidan (fíjense) no porque se

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trate de una norma higiénica o religiosa sino «para marcar su diversidad», entierran a los muertos y no
veneran a nuestros Césares. Una vez demostrado lo distintas que son algunas costumbres auténticas
(circuncisión, descanso del sábado), se puede subrayar aún más la diversidad introduciendo en el
retrato costumbres legendarias (consagran la efigie de un asno, desprecian a padres, hijos, hermanos,
patria y dioses).

Plinio no encuentra cargos significativos contra los cristianos, puesto que ha de admitir que no se
dedican a cometer delitos sino solo a llevar a cabo acciones virtuosas. Aun así, los condena a muerte
porque no sacrifican al emperador y esa obstinación en rechazar algo tan obvio y natural establece su
diversidad.

Una nueva forma de enemigo será, más tarde, con el desarrollo de los contactos entre los pueblos, no
solo el que está fuera y exhibe su extrañeza desde lejos, sino el que está dentro, entre nosotros. Hoy
lo llamaríamos el inmigrado extracomunitario, que, de alguna manera, actúa de forma distinta o habla
mal nuestra lengua, y que en la sátira de Juvenal es el graeculo listo y timador, descarado, libidinoso,
capaz de tender sobre el lecho a la abuela de un amigo.

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