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Hora, Roy (2002) “La emergencia de una conciencia terrateniente” en Los


Terratenientes de la Pampa Argentina. Una historia social y política, 1860-1945.
Buenos Aires, Siglo XXI (1-57).

Resumen [“no literal”] realizado para uso interno de la cátedra de Sociología


Rural. ISETA. 9 de Julio.

Año 2014

Prof. Celina San Martín.

Durante las décadas de 1850 y 1860, el desarrollo de la ganadería ovina


aceleró el proceso de organización capitalista en la pampa argentina. La
ganadería había sido la actividad principal desde la independencia del Río de la
Plata de la dominación española. Su transformación se inició a partir del desarrollo
de la cría de ovinos como actividad más compleja. Esta actividad demandó mayor
inversión y nuevas destrezas que crearon condiciones para la emergencia de una
identidad genuinamente terrateniente entre un grupo de grandes estancieros a la
vanguardia del desarrollo de la producción lanar. Estos terratenientes progresistas
en 1866 fundaron la Sociedad Rural Argentina.

La Sociedad Rural se propuso impulsar el proceso de cambio tecnológico y


a la vez representar los intereses de los propietarios rurales. Estos hombres
insistieron en la necesidad de dotar a los propietarios rurales de una nueva
conciencia progresista. Sin embargo, estos esfuerzos en gran medida fueron
vanos. Esto se debió a que los grupos socioeconómicos dominantes de la
Argentina tenían una opinión pobre sobre las actividades rurales. A lo largo del
siglo XIX el mundo rural nunca atrajo a la clase propietaria con fuertes raíces
urbanas que se veía a sí misma como una elite ciudadana a pesar de haber
adquirido enormes porciones de tierras. La transformación de la campaña
comienza en el último cuarto del siglo XIX y no sólo por acción de estancieros,
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sino de una decidida acción de la elite política que emergió en la década de 1870
y que alcanzó el control de la República en 1880.

A continuación el texto se divide en tres partes, en la primera el autor


aborda “los terratenientes y sus líderes: la Sociedad Rural Argentina”, donde se
analiza la emergencia de una nueva clase de estancieros y de conciencia ligada al
trabajo en el campo, con aspiraciones de un liderazgo imposible de llevar a la
práctica, en la segunda “las elites argentina y la tierra”, donde profundiza, en las
causas de esta imposibilidad, en los vínculos con la tierra de una elite comerciante
y la forma hegemónica de la administración política y social en la pampa.
Finalmente, se refiere a las efectivas transformaciones políticas que sobrevinieron
en la década de 1880, que forzarían el cambio hacia tal posibilidad.

Lo terratenientes y sus líderes: la Sociedad Rural Argentina

En 1866 Eduardo Olivera y José Martínez de Hoz, se reunieron en Buenos


Aires con el fin de asentar las bases de una asociación que velase por intereses
de la campaña y la producción rural. La creación de la Sociedad Rural fue parte de
una gran creación de sociedades que sucedieron al derrocamiento de la dictadura
de Juan Manuel de Rosas (1829-1832 y 1835-1852). Una pequeña crisis lanar
acompañó a la fundación de esta asociación. Sin embargo, la intención de sus
fundadores no era sólo reunirse para superar problemas coyunturales, sino que
tenían otras aspiraciones. La intención era favorecer la creación de una clase
terrateniente económicamente más moderna y políticamente más activa. Más allá
de una política partidista, construir una conciencia de clase entre el empresariado
rural. Un ambicioso proyecto que tenía por norte una organización política e
ideológica capaz de incrementar el poder de los terratenientes y al mismo tiempo
transformar a los estancieros en sujetos económicamente dinámicos y
políticamente activos.

Miembros de la Sociedad Rural: Eduardo Olivera, José Martínez de Hoz,


Ramón Vitón, José María Jurado, Ricardo Newton, Ernesto Oldenforff, Felipe y
Pastor Senillosa. Se distinguían porque no sólo tenían un conocimiento práctico
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sino también teórico de la empresa rural. En varios casos estaban formados por
instituciones extranjeras o eran curiosos autodidactas. Es decir, reunían destrezas
intelectuales y empresariales. No todos los grandes terratenientes estaban entre
ellos, precisamente algunos de los más grandes eran ajenos a este movimiento,
como ejemplo se citan: los Anchorena o los Unzué.

Durante el período colonial la actividad económica del virreinato giraba en


torno a la producción minera del Potosí, en el Alto Perú. Durante la revolución de
la independencia en 1810, la plata de Potosí representaba alrededor de cuatro
quintos de las exportaciones del Rio de La Plata. El resto de los productos el
quinto restante. Tras la crisis colonial y comenzada la década de 1820, la
producción ganadera comenzó a crecer y para fines de 1850, los productos
pecuarios representan cuatro quintos de las exportaciones.

La expansión se dio sobre la base de incorporación de tierras de frontera,


pues era la tierra y no el capital o el trabajo, el factor abundante y generador de
riqueza de aquella economía. En general los vacunos eran de mala calidad, pero
por estos tiempos el cuero pesado y resistente y la carne salada era lo más
demandado. El cambio tecnológico que algunos terratenientes promovían, por
tanto no resultaba seductor para otros. Las mejoras no eran rentables. En
definitiva se trataba de una ganadería rudimentaria.

El desarrollo de la producción ovina introdujo un cambio en este panorama.


Para 1850 la expansión del mercado de cueros llegó a su fin. Mientras la
producción ovina comenzó a conquistar nuevos mercados. El ovino siempre había
estado presente, durante el periodo colonial, pero cumpliendo un papel
subsidiario. Las mejoras comienzan entre 1820 y 1830, cuando algunos
estancieros de origen extranjero, británicos y alemanes (Stegmannn, Harrat y
Sheridan), comienzan a cruzar razas criollas con ejemplares europeos, con el fin
de aumentar calidad y cantidad de lana. El incremento en la producción fue
notable en las décadas que siguieron. Si en 1850 un cuarto de millón de ovejas
pastaban en Buenos Aires, en 1860, pastaban 14 millones, y en 1865, 40 millones.
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Para el momento en que se fundó la Sociedad Rural, la lana había desplazado al


cuero.

Organización de la producción. El ovino suponía una destreza mayor en el


trabajo que el vacuno. La estancia ganadera fue dividida en puestos y a cargo de
cada majada había un pastor y su familia. Muchos cascos de estancias fueron
reacondicionados para atender a estos cambios. A su vez, esto aumento la
demanda de fuerza de trabajo. Tras la independencia el Estado sancionó un
conjunto de leyes para combatir la vagancia e imponer orden en la campaña. Esta
legislación represiva, presente durante el gobierno colonial se agudizó aún más
durante este periodo. Sin embargo, la existencia de una frontera abierta y la
ocupación parcial del suelo, permitió a los pobres rurales escapar a la dura
disciplina del trabajo asalariado, teniendo acceso a medios de consumo y
producción por fuera de los que controlaban las clases propietarias y el Estado. El
cambio, comenzó desde la década de 1840, a raíz de la inmigración europea, que
ayudó a los empresarios a contrarrestar la falta de hombres dispuestos a
emplearse como mano de obra. Ejemplos de este tipo fueron los irlandeses,
vascos y gallegos. Progresivamente la gran propiedad fue limitando la
independencia de campesinos y pobladores de la campaña.

La mejora del rodeo. Varios estancieros tuvieron iniciativa y protagonismo


en este sentido. 1854, Samuel Hale, importó 12 reproductores que conformaron la
base de su establecimiento. Eduardo Olivera, trajo de Alemania carneros negrette.
1859, los hermanos Senillosa fundaron la estancia El Venado. La producción ovina
representó un cambio importante en la historia del agro, pues aceleró el proceso
de modernización rural y la organización capitalista de la producción.
Fundamentalmente poco a poco estos cambios irían influyendo en la forma de
administrar las estancias. Los productores de ganado vacuno, también se
contagiaron de las prácticas que se había inaugurado con los ovinos. Casos de
este tipo: Leonardo Pereyra introdujo toros Shorthorn británicos en 1856, el primer
Herford en 1864. Juan N. Fernández, Miguel Martínez de Hoz, Bonifacio Huergo,
Antonio Demarchi y Carlos Uriote, mejoraron rodeos vacunos hacia 1850 y
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comienzos de 1860. En 1870, los primeros angus desembarcaron de la mano de


Carlos Guerrero. En el área del cultivo de cereales también comenzaron a
utilizarse métodos modernos.

Por primera vez, en la historia argentina, los propietarios rurales actuaban


como agentes del proceso de cambio tecnológico. La Sociedad Rural podría ser
entendida como efecto de estos cambios. En particular las mejoras tecnológicas
eran uno de sus intereses. Sin embargo, también insistieron en que los problemas
no solo eran técnicos o económicos. Los problemas eran también sociales y
políticos: funcionarios locales poco idóneos, amenazas de ataques indígenas y
escasez de fuerza de trabajo. Por lo tanto, se convencieron de que la
transformación también debía suceder en términos políticos y sociales.

La propuesta de la Sociedad Rural era que los estancieros debían liderar un


proceso de reforma profunda de la pampa. Los terratenientes debían contribuir a
crear un medio en que no hubiese espacio para los pobres rurales, los indígenas o
los funcionarios locales del estado que se opusiesen al mejoramiento y la
expansión económica de la estancia. Este objetivo debía lograrse a partir de una
renovación de la clase terrateniente. En este sentido los ruralistas se diferenciaban
como terratenientes progresistas del resto de sus pares. Sus críticas se dirigían
precisamente a una clase de terratenientes hostil a todo progreso técnico y
políticamente impotente. Esta clase se caracterizaba por el ausentismo como regla
común de comportamiento. En contra de esto proponían el liderazgo del
terrateniente. Eduardo Olivera, era un ferviente defensor de este proyecto. Este
estanciero había recorrido y se había inspirado en la campaña europea. En sus
observaciones, cree ver en la clase terrateniente una vanguardia de la renovación
tecnológica y social, que serviría para redefinir la relación entre la elite y la
sociedad rural argentina. En esto, se basaría el prestigio de las clases
terratenientes argentinas, Olivera veía en ellas el medio que lograría consolidar un
modelo de sociedad y una forma de organización de la producción. Los
propietarios guiarían este cambio, que contribuiría a modernizar la producción y
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reforzar el poder y prestigio de las clases terratenientes. Este era el centro del
programa y no el mantenimiento del statu quo.

Este proyecto entonces tenía características de proyecto político, pero no


partidista. En este sentido reforzaban su visibilidad como proyecto representante
de intereses del sector rural, nucleando estancieros afines a distintos partidos
políticos. En función de privilegiar un conceso liberal afirmado tras la caída de
Rosas.

En 1853 la Confederación Argentina se dio una constitución liberal que


sentó las bases de una estructura político federal. Desde 1850 Buenos Aires,
permaneció separada de la confederación, hasta que en 1861 se reunieron en una
unidad política única. El amplio consenso de dio sobre la orientación económica
que el país debía adoptar, que se apoyaba en el éxito de la economía
exportadora, así como en la ausencia de conflictos sociales profundos. El gran
dilema político se refería a la consolidación del Estado central y la implantación de
una autoridad en todo el territorio del país. Proceso nada sencillo de resolver.

Después de la crisis del virreinato, las exportaciones rurales crecieron


rápidamente haciendo que la región pampeana desplazara al interior como eje
económico. En cambio en las economías regionales que habían servido al Potosí
la recuperación fue más lenta. El crecimiento del Litoral, ofreció a su vez un
mercado a las actividades manufactureras del interior, y también se convirtió en un
polo de atracción de mano de obra. El comercio libre había promovido este
crecimiento. Con posterioridad se tomarían algunas restricciones aduaneras, por
ejemplo, la Lay de aduanas de 1835 que apuntaba contemplar intereses de
artesanos y fabricantes de bienes de consumo doméstico locales. Sin embargo, el
impacto fue muy menor.

Entre 1852 y 1861, los dos estados siguieron políticas económicas


similares, basadas en impulsar una mayor integración al mercado mundial. En
esto el Rio de La Plata se diferencia de los conflictos que caracterizaron a Perú o
México en torno a medidas proteccionistas o librecambistas. Las primeras
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medidas proteccionistas en la pampa fueron pedidas no por industriales sino por


productores de lana, ante una caída del precio de la misma. Pero luego, cuando el
precio se recompuso, ya no las necesitaron.

En este sentido, la expansión de la economía agraria gozó de aceptación


de la mayor parte de las fuerzas políticas pampeanas. Aunque el Estado no puede
pensarse como un instrumento al poder de las clases terratenientes o propietarias.
Este conflicto político estuvo siempre presente entre las clases propietarias y el
sector político. Durante la independencia y las guerras de independencia una
creciente militarización acompaño al cambio social. Esto dio como resultado una
progresiva distribución del poder mucho más amplia que durante el orden colonial.
El régimen rosista vino a poner un orden durante las dictaduras que se
extendieron durante, 1829-1832, y 1835-1852. Durante este tiempo se exacerbo el
conflicto político. Rosas advirtió que la movilización de las clases subalternas era
un rasgo definitivo de la política rioplatense y por ello su gobierno se baso en la
movilización como en el disciplinamiento de su principal base de poder.

Al final de este periodo, el control del Estado sobre las clases populares era
más sólido. Sin embargo, la derrota del rosismo perturbó el equilibrio político
interno. Buenos Aires como Estado independiente choco con la Confederación,
que representaba al resto de las provincias argentinas, repetidas veces. Tras la
reunificación, durante las décadas 1860 y 1870 el ejército nacional se concentro
en librar la sangrienta Guerra del Paraguay, al mismo tiempo que combatía
disidencias internas.

Estos conflictos tensaron las relaciones entre los terratenientes y el Estado.


Se debieron mantener ejércitos de miles de nombres y consumir infinidad de
recursos. Los empresarios rurales y el ejército compitieron por el acceso a una
fuerza de trabajo siempre escasa. A su vez, la demanda de la Guerra hacía
imposible la “pacificación” de la frontera con los indígenas. En muchas ocasiones
los terratenientes juzgaron la política de los funcionaros estatales como caudillista.
Si bien, el estado y los terratenientes coincidieron en la expansión ganadera y la
apertura al mercado mundial, estas diferencias políticas no deben obviarse.
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Regresando nuevamente a los objetivos de la Sociedad Rural, el autor


agrega que, esta asociación provocó más indiferencia que adhesión entre los
terratenientes. Porque más que representar sus intereses, el proyecto que tenía
era incitar a los propietarios rurales a encarnar estos intereses, y convertirse en
voz autorizada. A su vez, la sociedad rural se proponía hablar en nombre del bien
común y no solo de un grupo específico. Apuntaban a representar los intereses de
todo el sector rural. Los terratenientes debían convertirse en lideras de toda la
campaña y representar armoniosamente los intereses de todos los habitantes del
medio rural. Los problemas que se decían comunes entonces eran: la
arbitrariedad de los funcionarios locales, la falta de seguridad, la precariedad de la
red de transportes y comunicaciones, que no solo afectaban a los terratenientes
sino también a los trabajadores rurales.

Los rurales anhelaban una amplia base para su institución. Lo intentaban


colocándose como intelectuales orgánicos de la clase terrateniente. Concebían su
institución como un motor de cambio. Este cambio estaba inspirado en ejemplos a
seguir como la campiña europea o de América del Norte. Sarmiento se encontraba
entre los seguidores, y dejó sus opiniones impresas en el Facundo, o Civilizacion o
Barbarie. Sarmiento fue uno de los socios honorarios de la Sociedad Rural.
Muchos hombres de ciencia fueron convocados por la institución. La innovación de
las fuerzas del progreso y de la modernización pueden observarse en muchas de
las iniciativas impulsadas por la Sociedad Rural. Tenía por interés asesorar al
estado en materias productivas y legislativas. Sin embargo, la acción de los
ruralistas estaba más que nada dirigida a sus propios colegas. Creación de una
biblioteca rural, realización de conferencias y organización de exposiciones,
redacción de periódicos de difusión.

Pero esta no era una tarea sencilla. Dos casos lo demuestran. El fracaso de
la revista Anales de la Sociedad Rural Argentina. Recibía la apatía de los mismos
hacendados. Para comienzos de 1880 tenía apenas 140 suscriptos, mientras sus
creadores pretendían emular a la prestigiosa American Agriculturist que alcanzaba
en Estado Unidos los 190.000 ejemplares anuales.
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Las exposiciones agrícolas organizadas por la Sociedad Rural, también


fracasaron. Mientras que en Europa y Estados Unidos, fueron consideradas como
los instrumentos más adecuados para reunir a los productores, difundir
conocimientos y generar estímulos e incentivos para las mejoras; en Argentina, no
lograron el entusiasmo del público. La primera exposición organizada en la
propiedad de Leonardo Pereyra en 1875, recibió una crítica poco estimulante por
parte de los periódicos locales. Hasta 1881 corrieron esta suerte y desde este año
fueron suspendidas hasta 1886.

Las elites argentinas y la tierra

El fracaso de estos dos emprendimientos reflejaba la generalizada


indiferencia de los terratenientes hacia la institución que decía hablar en su
nombre. Esto también se reflejaba en el escaso número de socios adherentes a la
institución. Hacia 1874 solo contaba con 235 socios. De los 6000 estancieros que
podrían acceder sólo una pequeña parte lo hacía.

Esta negativa es explicada por Halperin Donghi, quien ha insistido en que


se encuentra vinculada a la fragilidad de la base del poder de los grandes
propietarios. Según esta perspectiva de análisis, el proyecto de los ruralistas era
demasiado ambicioso. Principalmente esto se debía a que, contrario a lo que
muchos han sostenido, la pampa no alojaba una estructura social polarizada
compuesta por un conjunto de magnates territoriales y os trabajadores asalariados
de sus estancias. En cambio, la estructura agraria era mucho más compleja. Los
grupos propietarios de la pampa eran muy heterogéneos. Si contamos con los
grandes propietarios como el estrato superior de la sociedad, no se debe soslayar
la coexistencia con una gran variedad de propietarios menores, las familias
campesinas, cuya existencia se remontaba a los tiempos de la colonia. Si bien la
apertura al mercado mundial y la expansión ganadera post independencia hicieron
de la gran propiedad creciera a costa de la pequeña propiedad, también se dieron
importantes fenómenos de articulación y coexistencia. Entonces, al principio de la
segunda mitad del siglo XIX, la pampa no puede describirse como el reino de la
gran estancia. Hacia el norte, los alrededores de Buenos Aires estaban dominados
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por chacras agrícolas que proveían de granos, hortalizas, y verduras al mercado


urbano en expansión y que existía desde tiempo coloniales. En algunos partidos
como Chivilcoy, Baradero, Bragado y 25 de Mayo, se estaban produciendo
procesos de fragmentación de las grandes propiedades ganaderas que daba
nacimiento a un número significativo de pequeños y medianos agricultores y
ganaderos (ovejas). Por esta época los pequeños ganaderos podían producir en
calidad de arrendatarios, aparceros o propietarios; o incluso simples ocupantes.
En 1854 puede decirse que conforman el 30 por ciento de la población.

Esto significa que más de un cuarto de hombres se encuentran en


condiciones de trabajar organizando sus propias explotaciones, por lo cual, no se
puede afirmar que la sociedad estaba polarizada entre estancieros y peones. En
cambio, es necesario hablar de una estructura social agraria diversificada, que
presenta un importante sector de productores medios independientes. Estos
productores por lo tanto poseían un notable grado de independencia tanto
términos económicos como sociales y políticos. Esta situación es diferente a otros
casos, por ejemplo, Chile en donde la sumisión de los pobladores rurales a los
terratenientes fue la norma más frecuente. En Argentina, la fuerte expansión de la
producción ganadera, hizo que la mano de obra resultara siempre escasa, y
cuando los trabajadores se empleaban obtenían a cambio altas remuneraciones,
que eran la queja constate de los grandes terratenientes. Las grandes estancias
sacaron su diferencia del factor tierra, de la renta de la tierra, y no de otros
factores de la producción, como el trabajo por ejemplo. El resultado fue la
formación de estancias enormes, de muchas tierras y muy poca población.

A su vez, la población que vivía dentro de las estancias no siempre estaba


sometidas a una disciplina exigente de trabajo. Sino que era habitual encontrar
distintos tipos de aparceros al interior. Algunos de los cuales eran muy
independientes. Esto significaba que si bien la tierra era un recurso fácil de
adquirir para los empresarios, por otra parte era bastante más complejo dominarlo
efectivamente, y controlar todos los procesos productivos que dentro del mismo
sucedían. Menos aún controlar a todos los hombres que allí se instalaban. Otro
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gran sector de la población rural habitaba en pequeños poblados y en


consecuencia bastante lejos del control que sobre ellas pudieran ejercer los
grandes estancieros. A su vez una pequeña parte de estos (2 de 10) eran
trabajadores permanentes en la estancia. El resto se ocupaba de tareas de
diversa índole: el comercio, el transporte, la producción por cuenta propia, el
empleo asalariado circunstancial. El estanciero muchas veces podría tener un
poco más poder respecto de su función como entidad crediticia. Pero eso no le
alcanzaba para ejercer una influencia o poder sobre la población rural. En síntesis,
los grandes propietarios estaban muy lejos de ser los dueños de las vidas de los
habitantes rurales. Esto conspiraba en contra de cualquier intento de presentarse
como líderes, según el ambicioso proyecto de los hombres nucleados en torno de
la Sociedad Rural.

Para explicar mejor esta situación es necesario entender un poco mejor


cómo funcionaba la representación política en esta sociedad de fines del siglo XIX.
Un actor importante de este tiempo fue el Juez de Paz, quien resultaba
seleccionado por el gobierno provincial. Estos hombres eran las autoridades más
importantes de cada partido. De acuerdo al análisis realizado por el autor sobre la
base de unas comparaciones para averiguar quiénes eran los seleccionados como
jueces de paz en la pampa, resultó baja la proporción de jueces que
representarían los intereses de los terratenientes. En el mayor de los casos,
resulta que los elegidos como jueces de Paz, son miembros de las pequeñas
familias de propietarios, e incluso muchos no tienen propiedades rurales. A su vez,
se sabe que la mayoría de los propietarios rurales eran ausentistas, es decir, no
estaban en sus estancias, y por lo tanto no desempeñaban ningún papel
importante entre la población rural. No eran un referente de autoridad ni de modelo
ni de nada. Había unos pocos miembros de familias terratenientes que si tenían un
mayor compromiso, significativamente muchos eran miembros de la Sociedad
Rural. Sin embargo, en términos generales la residencia de un miembro de la
clase alta en el campo no era frecuente.
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Entonces entre las autoridades locales de los diferentes partidos, los


terratenientes eran una minoría. La administración local solía estar en manos de
figaras menos prominentes desde el punto de vista económico. En líneas
generales el Juez de Paz, suele ser un comerciante pequeño, almacenero o
criador de ovejas. La gran mayoría de estos funcionarios era reclutada entre los
habitantes del sector medio de la sociedad.

A su vez, otro aspecto importante de la administración local era que la


mayoría de los jueces de paz, no estaban vinculados a las clases terratenientes,
sino a las elites políticas. Solían ser parientes o allegados de algún que otro
dirigente o funcionario local de turno. La tarea del Juez de Paz, era conservar la
Paz y el orden en la localidad. También se esperaba de ellos que actuaran como
jefes políticos locales, manipulando las elecciones en beneficio de las autoridades
provinciales que los habían designado y de las cuales dependían. Esa relación
solía causar irritación y era frecuentemente denunciada.

En síntesis, el aparato político de la campaña estaba dominado por las


elites políticas a través de los jueces de Paz. Sin embargo, esto no constituía algo
dramático para os terratenientes. Pero si consideraban que había poco que ganar
si como insistía la Sociedad Rural tomaban parte activa en el mundo de la política
local, ya que la población respondía a otros resortes sobre los cuales no tenían
incidencia.

Por otra parte, no existía una seria amenaza de conflicto social porque la
expansión constante de la frontera y los altos salarios no enemistaron ni
enfrentaron a los pobres con los ricos. Las bases políticas, como venimos
analizando, de los terratenientes en la población rural eran débiles y frágiles y esto
no estimulaba a los terratenientes a aproximarse a la campaña sino más bien a
alejarse de la misma. Un caso ejemplar es en Buenos Aires, el hogar natural de
los propietarios más ricos de la república, y de la elite política entre 1810 y 1880.
Allí se encontraban los mayores señores de la pampa y las elites políticas. El
poder de los principales empresario s rurales se vinculaba con el lugar central que
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había alcanzado en la economía la exportación antes de que cualquier forma de


liderazgo sobre la población subalterna.

La debilidad de base de poder de los propietarios rurales en la campaña


condenó al fracaso al programa político del ruralismo y ayuda a entender porque la
mayoría de los terratenientes le tenía poca estima. La falta de compromiso de los
terratenientes con la Sociedad Rural se debe a su vez a otros motivos. Estos
grandes terratenientes no se vieron llamados ante la iniciativa de modernizarse
como empresarios rurales porque en definitiva no eran sólo eso. La resistencia a
este llamado pasa porque para la mayoría de los grandes terratenientes la
actividad rural era solo una más de las actividades económicas sobre las cuales
habían invertido parte de su capital. Esto es así porque esta primera camada de
terratenientes surge del pasaje o metamorfosis de la elite socio-económica que
hasta entonces había sido de base mercantil a otra de base terrateniente. Hasta la
independencia estas elites habían dependido del comercio y el servicio a la
corona, y luego ante las crisis y cambios debía reinvertir sus capitales
forzadamente en tierras en ausencia de otras alternativas. Incluso los británicos
supieron sacar algunas ventajas quedándose con mercados nord-atlánticos. Estas
lites que invertían en tierras no abandonaron sin embargo sus inversiones en otros
emprendimientos comerciales y urbanos. Gracias a esta reinversión en la actividad
rural, la actividad pecuaria emergió como la actividad más activa de la república.
Algunas trayectorias ilustran este proceso: Los Anchorena. La familia terrateniente
más grade. Los Martínez de Hoz, Pereyra, y Unzué. El resultado fue que una
nueva casta de grandes hacendados se sumaba a los pequeños propietarios de
origen colonial. Sin embargo, estos señores no eran hombres de campo sino
empresarios urbanos de primer orden.

Estos terratenientes ausentistas también eran criaturas urbanas en cuanto a


su identidad social. A sí mismos se percibían como parte de una elite comercial y
urbana que difícilmente se imaginaba viviendo en el campo. Casos: Felipe
Senillosa, dejo 40.000, que representaban sin embargo la mitad de su fortuna, el
resto emprendimientos urbanos y comerciales. Incluso los miembros de estas
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clases aborrecían la actividad rural y era mal vista, consideraban que si iban al
campo se embrutecerían. Nicolás Anchorena al morir dejó 200.000 ha que
constituían un tercio de su patrimonio que nunca conoció. Incluso Gregorio
Lezama, tenía una estancia de 125.000 ha que tampoco nunca visito. Hacia 1870,
todavía la actividad rural era vista como inferior por los miembros de estas elites
que rehuían de ir al campo.

Las estancias, hacia estos años presentaban un paisaje bastante desolador


para estos sujetos elitistas. La actividad humana casi no había cambiado, por lo
que estaba poco habitada. El campo, permanecía sin modificar su apariencia
desde los tiempos de la tiranía de Rosas, por lo tanto asistir a ese paisaje, al
campo en el cual se continuaba practicando la ganadería como en los tiempos de
Rosas, era como poco menos que retroceder a ese pasado “bárbaro”. Las
estancias eran todavía sinónimo de arcaísmo, de encuentros con los indígenas, de
peligro, de salvajismo. Un lugar nada estimulante o atractivo para los miembros de
las elites comerciantes. A pesar de las innovaciones tecnológicas introducidas por
el lanar, estas todavía no se generalizaban como para significar un cambio dentro
de este paisaje. A su vez, se sumaban otras carencias como la falta de
transportes, alambrados, e infraestructura. En resumen los terratenientes
comerciantes, tenían buenas escusas para argumentar las razones de su
ausentismos.

Estos ausentismos continuaban siendo fuertemente críticas por las elites


políticas que tenían los ojos fijos puestos en los modelos de colonización agraria
estadounidense y australiano. Sin embargo, las críticas nunca se profundizaron
demasiado porque en el fondo estaban de acuerdo en que la económica de
exportación era lo central. Los críticos sabían que la prosperidad se basaba en lo
que la ganadería Argentina podía ofrecer. Así llegaron a justificar la forma de
producción de los estancieros. La contradicción se refería a que si bien por una
lado la gran estancia continuaba arrastrando una situación de barbarie y constituía
un obstáculo para la incorporación de formas de organización más progresistas y
civilizadas, por otro lado, era sinónimo de riqueza y por esto todos la justificaban.
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Es por esto que el campo, al continuar vinculado fuertemente a la ganadería y al


rosismo, continuo asociándose a la barbarie, mientras que la ciudad al progreso.
Sin embargo, la continuidad de este modo de sociabilidad y de organización del
trabajo rural, afectaba a la Sociedad Rural, a su identidad y a su proyecto. Po
ejemplo, el autor nos reseña la preocupación de la asociación en torno al robo de
ganado. Durante la década de 1880 continuaba la manía de “carnear ageno”. Los
ruralistas culpaban de esto no a los pobladores a los peones, sino a los propios
pares a los estancieros que lo permitían e incluso practicaban. Estos hábitos eran
considerados como los principales obstáculos para la emergencia de una clase
terrateniente, ya que principalmente lo que promovían los ruralistas era que los
mismos terratenientes funcionaran como modelo a seguir para los pobladores.
Pero este es el caso que nos demuestra lo lejos que estaban los ruralistas de ver
cumplidos sus deseos en torno a una emergencia de clase terrateniente.
Demasiados fenómenos lo imposibilitaban: la importancia de intereses no agrarios,
las primitivas condiciones de las actividades rurales en la pampa, el prestigio poco
relativo de las actividades agrícolas, las implicancias políticas poco positivos que
evocaba el mundo rural en la época post rosista. El ambicioso proyecto que los
ruralistas se proponían no podía ser impulsado solo por ellos mismos sino que
requería del impulso de otros actores.

Las transformaciones políticas de la década de 1880

Después de 1852 la consolidación de un estado central avanzó porque las


elites del interior vinieron a caer en la cuenta de que sus intereses podían ser
servidos ayudando a la constitución de un poderoso estado central. Esta política
se fue haciendo cada vez más evidente en las candidaturas presidenciales que
siguieron a la de Mitre, Sarmiento en 1868 (era sanjuanino), Avellaneda en 1874
(tucumano) y Roca en 1880. Éste último había sido el candidato presentado por el
partido de Alsina, el Partido Autonomista Nacional (P.A.N.). La clase alta de
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Buenos Aires perdió poder e influencia cuando Roca llegó al gobierno. Las
grandes familias vieron declinar su influencia sobre el gobierno. En estos años
Roca en reconocimiento de su conquista recibió tierras, donde más tarde
establecería una estancia conocida como La Larga. Los Unzué también regalaron
al hijo de Roca mil ovejas Lincoln y dos manadas de yeguas. Por su parte,
Cambacères le regaló a Roca un caballo de pedigree. Presentes que nos hablan
de la continuidad de una vieja tradición de vinculación personal con el poder,
componente de la relación entre gobernantes y elite socio económica.

Por su parte los ruralistas tampoco estaban satisfechos con esta elección,
debido a que Roca no había asistido a sus exposiciones ni se había dedicado a
contactarlos, ya que había ocupado su tiempo visitando a personas influyentes del
interior. Hacía 1880 y con posterioridad hacia 1882, los presidentes de la Sociedad
Rural, fueron claramente opositores al presidente. Enrique Sundbland y Leonardo
Pereyra habían sido ambos fieles seguidores del mitrismo y, en particular, Pereyra
se volvería más tarde entusiasta de la Unión Cívica Radical.

Ante la victoria de Juárez Celman, concuñado de Roca, y seguidor de él en


la presidencia apoyado por el P.A.N., las tensiones entre ruralistas y el estado se
acentuaron. Estos gobiernos se consolidaban sin el apoyo de Buenos Aires, que
entonces perdía progresivamente su protagonismo político. La Sociedad Rural
demostraba su descontento frente a las formas fraudulentas y violentas de hacer
política. Estas habrían dañado la reputación internacional del país.

Sin embargo, la política más que la economía era el problema principal. La


participación política había cambiado, eran los grupos subalternos y no las clases
propietarias los que acudían a votar. La competencia entre partidos políticos
pasaba ahora por movilizar grandes cantidades de clientela. Este sistema
reemplazó a los días en que la política se disputaba entre facciones y con armas
en las calles. Esto generaba no pocos episodios de corrupción. Desde los centros
agrícolas se desarrollaron no pocos abusos destinados a favorecer a la pequeña
propiedad, mantenimiento de empleados o desvío de dinero para los gastos
electorales.
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A pesar de todo, las quejas de la Sociedad Rural no llegaron a mayores.


Esta resignación, cuando no explicito apoyo a las nuevas autoridades tiene una
explicación. Los años 80 constituyen un punto de inflexión en la historia argentina.
La década se inauguró con una noticia auspiciosa: la incorporación de unos treinta
millones de hectáreas de tierra nueva. Durante los últimos años la demanda había
crecido, a su vez tras la caída del sistema de negociación con las tribus amigas
mantenido por Rosas, la presión indígena sobre la frontera se había hecho más
aguda. En 1879 el ejército federal bajo el mando de Roca lanzó una ofensiva que
empujó las fronteras de la República hasta el Rio Negro. Con la denominada
“Conquista del Desierto” Roca hizo realidad una de las más hondas aspiraciones
de los grupos terratenientes. Estas tierras incorporadas al dominio del estado,
pasaron rápidamente a los grupos terratenientes. Entre 1878 y 1882, se vendieron
unos 20000000 de ha. y los compradores más importantes fueron los grandes
terratenientes: Saturnino Unzué: 270000 ha. Tomás Drysdale 320000 ha, Antonino
Cambacères 120000, los Leloir, 110000, los Luro, 140000, los Alvear, Diego y
Torcuato 97500 cada uno, Chas, Tornquist, y Guerrero idem.

Esta política de ventas de tierra pública dio lugar a importantes negocios


especulativos, pero en definitiva reforzó la importancia de los grandes
terratenientes de Buenos Aires y de la gran unidad ganadera. A su vez, el
gobierno además de incorporar todas estas tierras, promovió la construcción de
una gran red de transporte y comunicación. Durante esta década, la inversión
extranjera fue especialmente británica y experimentó un crecimiento espectacular.
El capital británico invertido en Argentina aumenta de 23 millones de libras en
1875, a 174 millones en 1890. Con estas inversiones se mejoraron ferrocarriles y
puertos.

Todos estos logros comenzaron a ser reconocidos por los ruralistas que
entendieron que una nueva relación entre el Estado y los empresarios rurales
estaba tomando forma. El orden político nacido en 1880 daba forma a una nueva
relación entre elites socioeconómicas y Estado. En definitiva, consensuaban que
la mejor política que podía hacer era no mezclarse en nada y ocuparse de los
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negocios. El malestar y desacuerdo terrateniente no desapareció. Por su parte, los


ruralistas advirtieron que muchos de sus objetivos que los había reunido en 1866
quedaban obsoletos, el nuevo panorama volvía su llamado a convertirse en líderes
políticos y sociales mucho menos atractivo a los terratenientes que en el pasado y,
en cambio, presentaba buenas posibilidades de aumentar sus capitales. Las
originarias intenciones se veían vencidas por las actitudes más rutinarias y
conservadores. Algo diferente, ocurrió durante el cambio de siglo.

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