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Polémicas aparte, no era extraño, naturalmente, que una figura del siglo pasado
ocupara la primera plana de una publicación dedicada a la historia. En el número
133 de la revista Panorama, el que corresponde a la semana que va del 11 al 17 de
noviembre de 1969, ocurre, en tanto, un suceso más llamativo. Panorama, que se
califica a sí misma como "testigo de nuestro tiempo", tiene también en su portada,
a toda página, el retrato de Juan Manuel de Rosas. No traicionaba, el semanario, su
lema: la figura del llamado Restaurador de las Leyes estaba presente en los debates
cotidianos o, como lo escribiría algo después José María Rosa, el brigadier
nacional era "nuestro contemporáneo".
Hay que retroceder algunos lustros, en rigor, para encontrar los inicios de la
corriente triunfante en los 60, cabiéndole incluso una prehistoria que se limita a
los autores que, aunque parcialmente, disienten de la llamada historia oficial.
José María Rosa, en Historia del revisionismo, da en 1968 su versión. Reseña
brevemente, ante todo, lo hecho por los hasta entonces consagrados: "Vicente Fidel
López [...] era la evocación literaria llevada a sus últimas consecuencias: con el
solo caudal de la memoria frágil de su padre, venerable testigo de todo lo ocurrido
en todos los gobiernos, y algunos recortes periodísticos, reconstruía con trazos
magistrales a los hombres y las cosas del pasado íntegro; no necesitaba documentos,
le bastaba la imaginación (él la llamaba "filosofía") para evocar y comprender todo
lo ocurrido. Era sin duda un escritor de gran estilo, que sabía dar vida, colorido
y movimiento a sus personajes. Solamente que nada tenían de reales".
Con Bartolomé Mitre, en tanto, es menos drástico: "Con el Belgrano. Mitre iniciaba
la historia objetiva, documentada, científica, de los tiempos argentinos [...] No
puede decirse que el Belqrano fue un modelo de historia objetiva: tiene insalvables
lagunas de información y fallas gravísimas de interpretación [...] porque Mitre no
era un historiador sino un político, o un general, o un poeta, o un periodista, en
sus múltiples actividades; cada una de cuyas deformaciones profesionales deja su
huella en el libro. Pero, con todo, era el primer ensayo serio de hacer historia
critica".
Entra, por último, Rosa en su tema central: "El 15 de junio de 1938, centenario de
Estanislao López, se fundaba en Santa Fe, al llamado de Alfredo Bello, el Instituto
de Estudios Federalistas «para luchar por una ya impostergable revisión histórica».
El «grito de Santa Fe» iba a encontrar eco por toda la república; el primero fue la
fundación —el 5 de agosto de ese año— del Instituto Juan Manuel de Rosas de
Investigaciones Históricas de Buenos Aires con la presidencia del general Iturbide.
Nacía el «revisionismo histórico», el movimiento intelectual más auténtico, de
mayor trascendencia —y el único de resonancia popular— habido en la Argentina. Su
propósito no era, solamente, reivindicar la persona y el gobierno de Rosas en un
debate académico [...] Era reivindicar a la patria y al pueblo —la «tierra y los
hombres»— recobrando la auténtica historia de los argentinos".
Valen, por de pronto, los datos aportados por Rosa pues permiten más de una
conclusión. Evidencian, ante todo, que el fenómeno está lejos de ser sólo rosista y
porteño. El evento de Santa Fe en homenaje a Estanislao López precede, aunque sólo
por meses, a la creación del Instituto Rosas. Sé desprende también con claridad
que, aunque enfatizando en la investigación histórica, el movimiento tiene también
motivaciones políticas pues se impone como tarea también "reivindicar a la patria y
al pueblo".
Sin descuidar lo dicho, pues demuestra un hilo conductor que enlaza los diferentes
momentos, vale tener en cuenta la puntualización de Luis Alberto Romero: "El
revisionismo, que emerge con vigor al principio de los 60, no era exactamente el
revisionismo tradicional, que de algún modo ya había.sido digerido por las
instituciones". Ocurre, sin embargo, un fenómeno aún más complejo: el propio
"revisionismo tradicional" no era exactamente el mismo desde la llegada del
peronismo décadas atrás. Diana Quattrocchi-Woisson, en su interesantísimo Los males
de la memoria, tiene sabrosas páginas al respecto.
"Pese a un oposición significativa pero minoritaria, la mayoría de los
revisionistas se reconocerán en los propósitos del movimiento que comienza a
llamarse «peronista». Los dirigentes del nuevo partido utilizan muchos términos y
fórmulas revisionistas, pero lo hacen casi sin tomar conciencia, o creyendo que
están inventando fórmulas ingeniosas. Perón, por su parte, trata de no pronunciarse
en la querella sobre los muertos ilustres, refugiándose detrás de un argumento
pragmático: «Bastantes problemas tengo con los vivos para ocuparme además de las
historias de los muertos». Pero, puesto que la oposición utiliza como arma de
propaganda la identificación de Rosas con Perón, los peronistas aprovecharán la
amalgama para hacer de su líder el héroe moderno de la argentinidad recuperada".
La inicial minoría revisionista dentro del peronismo sostiene, pese a ello, sus
convicciones con firmeza: "La verdadera clave para la historia argentina", dirá
John William Cooke en el Parlamento, "está precisamente en el conocimiento de
nuestro pasado histórico [...] Creemos que únicamente destruyendo esa historia
maliciosamente falseada, esa concepción completamente incoherente con la realidad
nacional, podremos encarar el problema. Es un planteo que supera a los hombres, es
un problema de ajuste de valores, de ser o no ser, un problema de esencialidad
nativa y nacional".
Desalojado el peronismo del poder, será Arturo Jauretche, también en esta materia,
pieza clave de la evolución. Política nacional y revisionismo histórico será, en
tal sentido, fundamental.
Rebate además Jauretche, con decisión, un argumento por demás remanido: "Es muy
frecuente oír impugnar el revisionismo, en razón de que discutir el pasado es abrir
sin objeto viejas heridas. Podría contestarse a esta razón que nada hay más
peligroso para la salud que el cierre en falso de las mismas, con el pus dentro".
Las diferentes ediciones del libro de Jauretche, por otra parte, son un testimonio
fiel de la evolución del revisionismo en estos años posteriores a 1955.
La figura clave de la época fue, sin competencias pero no sin discusiones, José
María Rosa. Esta afirmación no elude, desde ya, el registrar la existencia de otros
autores de primerísimo nivel. Desde el punto de vista estrictamente
historiográfico, incluso, no son pocos los que sostienen la primacía de estudiosos
como Vicente Sierra, premiado por la revista Todo es Historia, o Julio Irazusta,
autor de una copiosa obra revisionista que logró acceder sin embargo a la Academia
Nacional de la Historia, aunque este galardón, como lo expresara Quattrocchi, "se
debe tanto a sus cualidades de historiador como a su consecuente antiperonismo".El
mérito de Rosa consiste, en cambio, en la amplia popularización de esta materia y
de la perspectiva con que la encaró. A él, como a ningún otro, le caben quizá estas
palabras de Luis Alberto Romero: "En los años 60, el revisionismo alcanzó éxitos
editoriales verdaderamente notables. Prendió en forma asombrosa en el sentido común
de la gente: lo poco que se sabe de historia argentina está generalmente acuñado en
clave revisionista". El juicio de Quattrocchi complementa notablemente lo dicho por
Romero: "Si en el campo cultural los triunfos de los revisionistas son limitados,
es en el nivel de la memoria colectiva donde lograrán instalarse perdurablemente".
Numerosos son, por cierto, los libros publicados por José María Rosa siendo también
variable, es lógico, la intención de cada obra. La caída de Rosas, contundente, es
fruto de una maciza investigación. El cóndor ciego, en cambio, aunque también
riguroso en la parte estrictamente histórica, prefiere abrir posibilidades menos
certeras en tren del rescate moral del último Lavalle. Nos, los representantes y La
guerra del Paraguay y las montoneras argentinas sirven para clarificar sendos
momentos de la historia argentina. El primero de los nombrados, sin embargo, es
también, en parte, una excelente demostración de humor.
Dos obras claves, aunque también muy distintas, complementan la descripción. Es de
esta década buena parte de su Historia argentina: en 1963 aparecen los tres
primeros tomos, los siguen otros dos en 1965 y tres más en 1969. Oriente, la
editorial de la obra, comprueba el éxito sin precedentes de la misma. Un pequeño
volumen, editado por La Candelaria en 1970, será a su vez muy popular sobre todo
entre los lectores jóvenes. Rosa cuenta así la génesis de su texto: "El semanario
Panorama publicó entre el 19 de enero y el 17 de marzo del corriente año [19701
diez notas que un académico de la historia, por una parte, y yo, por la otra,
entregamos respondiendo a un cuestionario de la revista [...] Voces amigas me
alientan a reproducirlas, atribuyéndoles valor docente por la obligada brevedad de
las notas periodísticas. Cedo, previo algunos retoques, y un título que surge de la
opinión que vierto sobre Rosas al hacer el balance de su gobierno".
Años después, el 3 de julio de 1991, José Pable Feinmann recordará que "al
peronismo, Rosa le añade la historia". Estaba, nos parece, en lo cierto. Aquel
presidente que durante su gobierno había eludido una opinión definitiva al ironizar
que tenía bastantes problemas con los vivos para meterse con los muertos, en su
exilio de Madrid tenía, en 1971, una posición tajantemente distinta: "Por primera
vez", le decía Perón a los jóvenes cineastas que filmaban Actualización política y
doctrinaria para la toma del poder, "con los federales cristaliza algo fuerte: ya
no es la línea masónica, sino la nacional que corresponde a la linea hispánica,
porque siempre hubo una resistencia contra Inglatérra. En ella militaron Rosas,
Yrigoyen y yo".