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Juan José Limas Becerra

Problema

Una de las preguntas que, como hemos visto a lo largo del seminario, suele hacerse al escepticismo es
la que corresponde al obrar, ¿puede actuar alguien que afirma no haber encontrado aún algo en qué
creer? Una pregunta derivada es la que tiene que ver con la vida política del estado en que, es de
esperar, el escéptico se encuentre, es decir, la pregunta por si debe sostener creencias para participar de
la vida política, puesto que escapar de esto último puede resultar más problemático que no hacerlo. La
respuesta tradicional es que no, que no es necesario que el escéptico adopte creencias para participar de
la vida política y, más aún, que lo recomendable es que siga las costumbres correspondientes sin
sostener que ninguna de ellas es verdadera.

Ahora bien, tras conocer los horrores del totalitarismo que trajo consigo el siglo XX, una posición
como la del escéptico conservador, para darle provisionalmente un nombre a la opción que he descrito
en el párrafo anterior, no parecería del todo adecuada en un contexto como el de la Alemania de los
treinta o la China de la segunda mitad del siglo XX. En general, parece que dudar de una proposición
como “el racismo está mal” o “la homofobia es inmoral” es reprochable, no existen contextos en los
qué afirmar que hay razones a favor o en contra del antisemitismo y que debemos suspender el juicio al
respecto. Incluso dejando de lado el vínculo que he supuesto entre la imposibilidad que he mencionado
antes y la historia reciente del mundo, la pregunta se sostiene ¿puede un escéptico suspender el juicio
con respecto a algo que una sociedad condena categóricamente como inmoral? Y con “categórico”
hago referencia al hecho de que creer que ciertas posiciones políticas son legítimas y tienen argumentos
que las soportan es inmoral.

Una posible respuesta es que las opiniones políticas no son creencias empíricas o morales (no son
creencias que obtienen su legitimidad de la posibilidad de decir de ellas que son ciertas, que
corresponden con la realidad) sino que es otro proceso el que las hace creíbles, algo semejante a lo que
se le ha venido dando el nombre de “creencias no-dogmáticas”. La contraparte, es decir la sociedad,
pone los parámetros en este caso. En efecto, si es el caso que quienes interpelan al escéptico asumen
que la creencia en que los discursos de odio son malos deben ser entendidas como creencias empíricas,
el escéptico tendría que admitir que no puede dar por verdadera ninguna creencia de este tipo, lo que le
resultaría problemático. Ahora, incluso si este no es el caso y sus creencias respecto de cómo debe
vivirse la vida política son no-dogmáticas, puede formularse un problema. ¿Qué garantiza que alguien
que tiene la creencia de que los discursos de odio son malos de un modo no dogmático la tendrá de
manera indefinida o se empeñará en sostenerla? Si bien es cierto que la tenencia de creencias
dogmáticas, esto es, creencias tales que afirmamos de ellas que son ciertas, que su contenido
corresponde con la realidad, no garantiza que en algún punto las abandonemos, también lo es que
suelen ser muy útiles en este respecto: creer que lo que dicen médicos y científicos con respecto a
nuestra salud salud es verdad o que es cierto que causar dolor sin ninguna razón está mal nos facilita la
vida y nos permite vivir en sociedad. Esto en virtud de que el hecho de que sea una creencia dogmática
implica que debe sostenerse en el tiempo a no ser que se encuentren razones mejores en contra. Si
dijera, por ejemplo, que voy a garantizarle tratamiento médico a un familiar no porque creo que la
ciencia médica describe el funcionamiento del cuerpo humano correctamente sino porque lo siento o
porque es lo que la mayoría opina que es lo correcto surgen dos problemas. En el caso que diga que
siento que lo mejor es hacer que mi familiar reciba dicho tratamiento se me podría preguntar ¿cómo
sabemos que va usted a sentir lo mismo la próxima vez que su familiar o alguien más requiera de
atención médica? Y, si mi motivo es la costumbre, podrían interpelarme con algo como ¿volvería a
buscar asistencia médica en un caso similar si las costumbres cambiaran y la mayoría dejara de creer
que lo correcto en situaciones como la suya es hacer precisamente eso?

Otra razón por la que la respuesta de la costumbre resulta problemática es que, si se considera que al
cuestionar al escéptico este se vería obligado a responder que con respecto a estas formas de pensar él
no toma ninguna posición, diciendo que encuentra razones tanto para defender una forma de pensar
como la otra, ello resultaría inaceptable. De otro modo, si afirmase que cree que discursos de odio
como los mencionados son malos y no deben ser considerados seriamente, o bien estaría dando fin a su
escepticismo o bien estaría obligado a distinguir entre formas del discurso de modo que le fuese posible
afirmar eso y, al tiempo, suspender el juicio al respecto: si lo considero desde esta forma de hablar creo
que esas formas de pensar son repudiables, pero desde esta otra no puedo decir que sean buenas o
malas.

Se me puede responder diciendo que, si no es posible creer que los discursos de odio tienen argumentos
entonces no hay allí un problema. Incluso se puede decir que no hay ni siquiera una posición, dado que
para serlo es necesario poder hacerle oposición, en el fondo se trata de una proposición y por tanto debe
poder ser falsa. ¿Qué hace posible que se llame a la posición que adopta la mayoría “posición”? En este
sentido, si se afirma que los discursos de odio son absurdos o hemos dado con la verdad o lo que
tenemos es otro absurdo o, cuando menos, un discurso tan irracional como el del que odia.

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