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No es que sea un delito compartir nuestras convicciones con otros, e incluso que ese
compartir pueda contagiar de tal manera a mi oyente que desee unirse a mi causa. El
problema surge cuando se usan medios para coaccionar la libertad individual para
elegir si nuestras convicciones concuerdan con las convicciones que se nos presentan.
Y muy usualmente esos medios de coacción tienen que ver con el sentido de
pertenencia a un grupo determinado y el punto de vista particular.
El punto central de este escrito está en las siguientes preguntas: ¿Cómo se construye
la identidad? ¿De dónde debe surgir? ¿Cómo identificar las sutiles formas de sesgo,
que intentan moldear nuestras opiniones y eventualmente nuestras vidas? ¿Nuestra
identidad es realmente nuestra? ¿O nos dejamos llevar por el fanatismo y el recelo
cuando se pone en tela de juicio lo que creemos?
Son muchas preguntas y se las han hecho ya muchas mentes en el pasado, pero
debemos seguir indagando en ellas. Alguien dijo que nunca debemos temer al
examen de la verdad, porque entre más pronto el error salga a la luz, más pronto
podremos deshacernos de él.
No voy a pretender que puedo responder las preguntas que he planteado, pero
intentaré pensarlas. Y decidí escribir sobre esto para que quienes lean este burdo
escrito, también puedan pensar sobre esto y aportar su singularidad a estas
cuestiones. Sin embargo, debemos meditarlas desde la humildad de Sócrates, de
reconocer que “sólo sabemos que no sabemos nada”